Dominando al Fuck Boy

By Glamourdrama

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Acostumbrada a siempre obtener lo que quiere, la única hija de los Mckenzie, Chloe; conocerá a Darren Dusten... More

Antes de leer
Y en el nombre de Dios ¿quién eres tú?
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6

Capítulo 7

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By Glamourdrama


-Todo acaba en nada...

-Vaya. No sabia que eras poetiza.

-Y yo que tú pudieras hablar. Ven; te haré un espacio siéntate conmigo.

Ya no recordaba cuándo tuvimos aquella conversación. Me parecía tan lejana, ajena..., como de otro universo; y su dueña, una total desconocida.

«Todo acaba en nada».

Sus palabras se quedaron conmigo sin que pudiera desecharlas, eran un virus; un gusano auditivo, una cucaracha que se infiltró en mi cerebro repartiendo sus huevos en cada rincón, invadiéndome lentamente.

El sueño, el letargo, eran defensas que ya no me servían. Su pensamiento me atormentaba y estaba ahí incluso al despertar con la conciencia despejada entre las sábanas aún enredadas en mi cuerpo.

Su voz era un murmullo en la noche, una noche fría y plateada como el metal de una navaja y su risa; una tortura.

«Todo acaba en nada».

Sus palabras estaban cargadas de una verdad que me asustaba, que me llenaba de miedo y me paralizaba. ¿Qué pasa si no hay nadie? ¿Y si vives tu vida y nadie estará ahí para ser tu compañero de viaje? El incierto futuro que nos preocupa y todavía más cuando nos encontramos en plena juventud.

Empezamos a afrontar el mundo con una maleta llena de sueños, correteando de aquí para allá mientras buscamos un sendero seguro que nos prometa un futuro mejor. Subiendo, saltando; corriendo, escalando, bajando... Mientras nuestra maleta sufre los golpes del duro viaje, cayéndose, abriéndose; abollándose y los sueños se nos escapan pero en medio de tantos peatones..., muchos se pierden entre los pasos de los demás y no podemos recogerlos a todos a tiempo. Muchos se dañan, se transforman, unos pocos se quedan intactos o a veces incompletos dentro de nuestra maleta, y nos vemos obligados a seguir adelante, porque mirar atrás es detenerse, y al detenernos la vida nos pasa por encima.

«Todo acaba en nada».

La casa en la que creciste ya no vuelve a ser la misma, las paredes, los largos pasillos, el suelo..., todo se siente diferente. El silencio sustituye a la risa, la melancolía a la felicidad, el techo se aprecia más bajo, los pasillos más estrechos; ahora te limitan cuando antes no lo hacían.

¿Los recuerdos? Parecen escenas de otra vida, memorias insertadas en la mente, inconclusas y aleatorias. La mayoría solo son momentos únicos y se rigen por el mismo patrón, las emociones; sólo recordamos la felicidad, el miedo; el dolor, la ira. No hay momentos en blanco, todas son escenas que conforman el emocionante trailer de nuestras vidas.

Los momentos de calma el cerebro los rechaza por que no está pasando nada, no hay un aprendizaje, una enseñanza o una idea que debamos recordar a futuro. Pero el caso es que la mayor parte de nuestras vidas la vivimos en esa calma, en esa zona de confort donde no hacemos nada; esto se traduce en que todo lo que yo podría recordar sobre mi vida, solo son segmentos que al ser juntados no conformarían una película de dos horas completas.

Y de nuevo... «Todo acaba en nada».

La misma luz cálida y eléctrica seguía iluminando esa misma franja del pasillo.

Recordaba cómo gateaba, caminaba o corría hacia ella en medio de la noche sin detenerme. Pero aquella noche solo sentía miedo. El pasillo ahora se me hacía corto cuando antes me parecía tan lejano, cuando huía de una pesadilla y necesitaba llorar y pedir afecto. En cambio ahora me avergonzaba sentirme débil, humana, mientras mi pesadilla era saber que todo acaba en nada.

-¿Chloe?

Era la voz de mi padre haciendo eco, deteniéndome en el acto, paralizada e indecisa.

La puerta de su oficina aún seguía abierta como la carta de una invitación a la que no sabia si asistir.

La luz, amarilla, cálida, mortecina..., me atraía como a un insecto y antes de que pudiera ser consciente de algo mis pies me dirigieron hacia la malla de electricidad.

-¿Qué haces despierta a esta hora? Cariño.

Con mi mano aún sujeta en la puerta le miré sin responder, luego la dejé caer dando un paso al interior.

La pequeña lámpara sobre la mesa iluminaba los papeles desparramados sobre esta, muchas cartas y sobres que no se iban a abrir solos, el correo se acumulaba. La luz concentrada en un círculo sobre una parte de la mesa gracias al cono que rodeaba la bombilla, mantenía el resto de la oficina parcialmente a oscuras. Los ojos de mi padre me miraban atentos detrás de sus lentes de lectura, parecía diferente al hombre que había visto en la mañana; algo en su cara... No, tal vez en la mía, quizás el extraño suceso de que me hubiera ido a la cama al momento de llegar de la universidad y que solo hasta casi la media noche, desperté: mareada, hambrienta y aún con la misma ropa.

Él estaba reclinado en el sillón detrás del pequeño escritorio, con sus dedos entrelazados descansando sobre su abdomen; su anillo de bodas guardado en el cajón de su escritorio, intentando llevar una vida que no quería y disimular un compromiso que ya no existia.

Era un cobarde, uno que creía estar protegiéndome de algo pero solo se hacía infeliz el resto de su vida, mientras yo tenía que vivir conociendo la dura verdad el resto de la mía.

«Todo acaba en...»

-Acércate, ven -dijo, y yo levanté la mirada.

Me acerqué al escritorio con las manos en los bolsillos y el deseo de adentrarme en un bosque y gritar, gritar hasta quedarme sin voz.

-¿Te pasa algo? Chloe.

Cuando me arrodillé a su lado su mano me acarició el rostro, me peinó las cejas con su pulgar y fui incapaz de pestañear mientras lo hacía, mis ojos estaban fijos y desénfocados en un punto sobre la mesa.

Con veinte años cumplidos y estando a punto de cumplir uno más dentro de poco, el futuro no me había tratado mal a no ser porque nada de aquello era lo que había planeado a largo plazo.

Mi lista de deseos solo fue un desperdicio de tinta de hace tres años, una exposición de mi pulcra caligrafía de una niña que escribía sueños a cumplir como si se trataran de simples listas de compras para el Mall.

«¿A ver que más?» Me preguntaba mientras mordisqueaba el bolígrafo. «¡Ah si! Tendré un apartamento propio desde que cumpla los diecinueve», y a correr a escribirlo no fuera a ser que se me olvidara mientras «7 Rings» atronaba por el altavoz del teléfono.

La brisa movió las esquinas de un montón de hojas, y al enfocar..., me di cuenta que no era la brisa, fue la respiración de mi padre que bostezó pero sin dejar de acariciarme el cabello mientras yo descansaba la cabeza en su regazo.

Quería un vaso de leche con chocolate, el antojo me vino como un síntoma más de la regresión. Su mano se detuvo y levanté la cabeza para mirarle.

-Ya casi es media noche y Gloria está durmiendo ¿quieres algo de la cocina, un yogurt o...?

La luna brillaba, oculta tras un enorme montículo de nubes; era como mirar un enorme algodón de azúcar rebosante de crema de leche. Desde la ventana vi cómo una sección de la ciudad se alzaba a lo lejos, una autopista larga y recta que parecía atravesar el horizonte recortada solo por un par de edificios y dos árboles en cada extremo. Los vehículos se perdían en las sombras, luego volvían a aparecer y distinguí esto por las farolas anaranjadas que a esa hora se reflejaban en encima de los minúsculos autos.

Por Dios, «quería viajar». Quería recorrer las autopistas desiertas en plena noche, sentir el frío de la madrugada; el aire azotando mi cara, la música en la radio acompañándome todo el camino; que el sol me sorprendiera en pleno asfalto recortado de un naranja luminoso en las estepas de las montañas, quería sus rayos calentando mi piel; iluminando la sonrisa de mi acompañante en el asiento del copiloto.

Escuché sus pasos acercándose y me di la vuelta. Entró a la oficina y fue en ese entonces cuando me fijé que aún llevaba la misma camisa de la mañana solo que desabotonada hasta el segundo botón. En sus manos sostenía dos envases de yogurt que aseguraban ser griegos, ambos sellados y con dos cucharas plásticas desechables encima de las tapas.

-Casi me pierdo al entrar a la cocina -dijo, y me pasó uno que yo procedí a abrir enseguida-. Normalmente cuando aún estoy despierto a estas horas, doce..., doce y media. Si tengo sed solo me doy un trago de mi reserva del cajón de arriba. ¿Quieres probar?

Levanté la vista del yogurt y asentí con la cabeza entusiasmada, pero comprendí que solo bromeaba. Las frutillas estallaron dentro de mi boca y la producción de saliva fue instantánea, una reacción involuntaria cuando degustas algo delicioso. Por un instante todo eso: el yogurt, el silencio, la reconfortante vibración de la voz de mi padre, su compañía. Todo en su conjunto, acalló algo dentro de mi.

Elipsis. Porque minutos después fue que inició esa conversación que tenía pensada para mí.

-Sí. Pero es que nunca habías tenido un accidente hasta que saliste con él -dijo mi padre luego de concluir su monólogo.

-Los accidentes pasan.

Fue lo único que se me ocurrió decir antes de meterme otra cucharada en la boca. Mastiqué y mastiqué sin otra cosa que pudiera hacer. Pero entonces algo me puso inquieta, puede que se debiera al silencio de la oficina, la soledad, quizás el brillo de una luz de esperanza en el futuro, en mi futuro..., y volví a decir:

-¿Vas a volverlos a llamar?

Con su envase de yogurt vacío en una esquina del escritorio, volvió a inclinarse al frente y levantó una hoja. El papel blanco fue iluminado por una parte del haz de luz y por el lado contrario del papel distinguí letras, números pero no que hiciera un sentido.

-Buena pregunta -dijo con un suspiro, Se frotó los ojos pareciéndome cansado pero al volver a mirarme; me sonrió-. Eso es lo que no sé, ya te digo; no fue una buena presentación aparecerse así con el coche.., con esa abolladura y esa luz rota. Y entiendo lo del motorista que por cierto, Brandon todavía no a podido dar con su paradero, tendré que llamarle otra vez a ver qué me tiene.

Guardó silencio pero sin dejar de verme, conociéndole como le conocía sabía que estaba a punto de decirme algo, que quería decirme algo; pero no lo hizo. Cobarde.

-Ni siquiera a venido desde el lunes, fíjate -continuó-. Su padre sí, pero el hijo ni siquiera se apareció y ya sabes como es, no me gusta insistir. -Se dejó caer de vuelta en el respaldo y expulsó todo el aire que parecía tener; sus dedos jugaron un momento toqueteando los brazos del sillón pero entonces los dejó caer-. Lo que sea por evitar conflictos.

Levanté la cucharilla del envase mirando como el yogurt volvía a caer, espeso; como una sustancia viscosa que ahora me asqueaba.

-De acuerdo -dije, y al igual que él, dejé mi envase de yogurt en la esquina más próxima a mí, el envase de color blanco y las fresas dibujadas en la etiqueta azul.

-¿Qué dices? -preguntó-. Si quieres decir algo o tienes alguna opinión puedes decirla. Es tu casa también.

Eso último me animó un poco, la comisura derecha del labio se me arrugó en una sonrisa fugaz. Estoy segura, pensé; Nada como la seguridad.

-Me parece... -empecé y me detuve al instante, pensé en mi auto, pensé en la Chloe del lunes y lo mucho que había madurado desde entonces-. Bueno, es solo que me parece injusto que por ejemplo los despidas sin ni siquiera trabajar un solo día.

Mi padre apoyó los codos en el escritorio y me miró directamente. Sentí que su mirada podía atravesarme el cerebro en medio de ceja y ceja, tuve que agachar la cabeza por mi propia protección.

-Como ya te dije, los accidentes pasan -añadí, con poca convicción. La palabra accidente me supo extraña y al pensarla nuevamente, a la mente me vino la imagen de una navaja accidentada contra el dorso suave y sensible de una muñeca expuesta. Cerré los ojos con fuerza y suspiré: -Además, el señor Dusten me agrada.

-Y a mi también -exclamó él, dejándose caer de nuevo en el respaldo-. El problema está en su hijo, no sé parece buen chico pero ¿te fijaste en el golpe que tenía en la mejilla?

Recordando, asentí con la cabeza.

Rodó el sillón al frente y empezó a buscar algo entre las hojas. La que examinaba bajo la luz minutos atrás fue la primera que apartó dejándola cerca de mi envase de yogurt en la esquina. Le vi levantar sobres y archivos, una nota arrugada, entre el tumulto: ensandwichado en medio de un sobre manila y uno del federal express, vi una carta con el sello de las cadenas de hoteles Aquarius más el apellido de los Mckenzie, y eso me olió a invitación.

-Brandon no encontró nada de él en la base de datos. Es como si no existiera -dijo.

Me resultaba difícil de creer que todo el desastre sobre el escritorio se debiera a los Dusten, de ser así ¿por qué un sobre con el sello de federal express resaltaba entre el montón? Sabiendo eso, traté el tema como se debía; con indiferencia, restándole la importancia que parecía empeñado en brindarle.

-Bueno pero él es policía, y quizás...

-¿Y quizás?

Estuve a punto de llamarlo por su nombre pero me detuve a tiempo.

-Quizás él, no sea un ladrón.

Dije esto tan sería y abstraída, con una completa falta de entonación y con tal indiferencia; que al mirar de nuevo a mi padre; éste se rio con el rostro desencajado no dando fé a lo que acababa de decir. Lo dejé reírse mientras yo continuaba sería, ya tendría tiempo de reír también, tiempo para reír y descubrir que los ladrones no eran los únicos que iban a la cárcel.

A punto de irme, esperaba junto a la puerta con la mitad del cuerpo en el interior de la oficina y la otra en el oscuro pasillo. Con la espalda apoyada en el marco de mientras miraba a mi padre sentado tras el escritorio, me di cuenta que en todo ese tiempo no había respondido a la pregunta de si estaba bien. Mi padre, que solo me vio crecer durante los últimos doce años y que al contrario de Gloria y muy al contrario de mi madre, no sabía distinguir cuándo estaba echa mierda; me miró y el silencio lo motivó a decir otra cosa.
-¿Confías en ellos?-preguntó, y luego remarcando cada palabra volvió a preguntar-: ¿confías en Darren?

Su mirada fue incisiva y solo me pude encogerme de hombros. El dinero no iba a salir de mi bolsillo dijera lo que dijera. La pregunta era trampa, como todo lo demás y ¿mi reacción? sencillamente no me interesaba.

Aún así, requería un tipo de respuesta por mi parte. Sobre la madera mis ojos enfocaban y desenfocaban la imagen de una hoja impresa mientras pensaba a la vez que llegaba a una respuesta clave. Al volver a ser consciente de mi alrededor me di cuenta, que lo que había estado mirando todo ese rato era un contrato a nombre de Dusten padre e hijo y en la esquina superior derecha estaba presente la información de contacto que se limitaba a ser una sola dirección y dos teléfonos. Mis ojos se centraron en uno y junto a éste el nombre que le acompañaba.

Delante de aquella cifra, aquellos dos mil setenta y ocho millones, trescientos setenta y dos mil, ochocientos setenta y siete, el prefijo +44 se hacía presente.

«Ya tengo muchos de esos» pensé y durante un tiempo miré hacia otro lado.

-Creo que no pierdes nada con darles una oportunidad -respondí pasado un rato.

Me lo imaginé asintiendo a pesar de que sabia que nunca había necesitado de mi aprobación para aceptar o despedir a nadie. Su esfuerzo en consultarme se debía a un simple gesto educado, pero en el fondo fui consciente que en su nuevo mecánico había visto a un compañero de parrillada para los domingos, interminables conversaciones sobre autos y deportes mientras el olor abarrotaba todo el jardín trasero.

Adelantándome al futuro próximo en la casa, me vi a mi misma sentada junto a la ventana de mi habitación mientras les observaba con el libro de alguna saga en las manos.

-Ya me iré a dormir -dije enderezándome, con los dedos me recogí el cabello que se me había escapado de la coleta mientras dormía, entonces mis labios esbozaron creo que una sonrisa antes de añadir-: buenas noches.

Al acercarme y rodear el escritorio, estampé un beso contra un cachete sin rasurar que me pinchó los labios. ¿Desde hacía cuanto no daba aquella muestra de afecto? Pero más que llegar a una respuesta, me recogí el travieso mechón de vuelta al erguirme y dirigirme hacia la puerta. Detrás de mi escuché la silla emitir un sonido cuando mi padre se echó al frente.

-¿Te has preguntado qué harás cuando termine el verano?

Su voz (aunque en una especie de susurro) atronó desde la oficina y se encontró conmigo en el pasillo. Me detuve en el oscuro corredor con una mano apoyada en la pared y la vista fija en el frente. Nada me vino a la mente y como en las preguntas anteriores, huí incapaz de responder.

No sabía si «todo acababa en nada» tal como decía Laura. Pero lo cierto es que a veces se sentía como que corría sobre una rueda de hámster sin llegar a ninguna parte.

Con ese pensamiento me fui a la cama pero se me hizo imposible cerrar los ojos y dormir. La cama se sentía fría, la habitación vacía y en la boca pastosa sentía un reflujo amargo. Acostada boca arriba, mirando al techo con las manos descansando a los lados de mi cabeza pensé que en noches como esas fueron en las que cometí mis mayores locuras.

Me incliné hacia un lado mirando el espacio vacío entre lo alto del armario y el techo, recordando cómo la última casi había acabado conmigo.

Palpé el bulto del teléfono debajo de las sábanas e intenté sacarlo sin dejar de mirar hacia el armario. Lo conseguí luego de unos segundos y lo dejé frente a mi rostro.

La pantalla encendió aún estando bloqueada y el brillo que desprendió me hizo contorcionar el rostro de formas imposibles, y no se desbloqueó. Pudo deberse a que la cámara frontal enfocó el rostro de una bruja o quizás Siri me conocía tan bien, que intentaba impedir lo que estaba a punto de hacer.

Me lo llevé al pecho y respiré a fondo antes de volver a mirarlo. Tras desbloquearse, la pantalla dio paso a la aplicación de WhatsApp aún abierta desde la última revisión que había echo en el baño del comedor y me llegaron los mensajes con un ¡bing bing bing! que me desconcertó.

El chat con Laura aún abierto, el Sticker que levantaba una mano compuesta por una fina línea negra y se echaba gasolina por encima.
Me relamí los labios sin dejar de ver. Luego un mechero apareció mágicamente y la caricatura lo dejó caer sobre el ovalo que llevaba por cabeza prendiéndose en llamaradas naranjas hasta que se volvió un simple borrón oscuro que se llevó el viento.

Salí de nuevo a los chats principales, aún seguía sin fijar el de Laura por lo que en primera fila habían cinco notificaciones de un tal Anderson que no recordaba quién era.

«Dos mil setenta y ocho millones, trescientos setenta y dos mil, ochocientos setenta y siete». La cifra no me dejó de rondar por la mente. ¿Era el equivalente en libras que quería para mi fideicomiso? no lo sabía. Pero fue el número que me urgió guardar de manera incontrolable en esos momentos.

Nuevo contacto. Una opción que llevaba tiempo sin usar y mientras la linea del teclado yacía intermitente sobre el espacio donde debía escribir el nombre, mis pulgares solo aguardaban inmóviles sobre la pantalla.

Darren. Escribí simplemente, sin adornos y mierdas rebuscadas. Debajo del número la oración "no está en WhatsApp" desapareció tras escribir su número y se quedó cargando, un proceso tan fácil como lo era agregar el número de una persona mi teléfono se lo estaba pensando como si en cambio estuviera creando una especie de conexión astral con ese contacto, creando un hechizo; escribiendo un futuro..., hasta que apareció: "Cuenta de WhatsApp".

Su foto de perfil consistía en la mitad de su rostro visible por la luz que le daba directamente. Su mano cubría la otra mitad, dejándome ver solo su ojo derecho; la mitad de su nariz y solo un poco más de sus labios.

Como si tuviera algún fetiche con las miradas, la suya (de un solo ojo que iluminado por la luz directa, proyectaba un gris muy claro) me resultó intensa y pensé: «no está mal», aunque si hubiera sido una foto de cuerpo completo usando solo bóxers y con alguna playa de fondo, hubiese llamado más mi atención.

Su estado en cambio sí me causó interés y me vi obligada a leerlo dos veces antes de comprender con una sonrisa de tonta, lo que quería decir realmente.

"Soy el tipo de chico con el que tu papi no te dejaría salir".

«¡Cuanta razón tienes muchacho!» me dije volviendo a su chat. Mis pulgares suspendidos sobre el teclado y él, en línea.

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