Y en el nombre de Dios ¿quién eres tú?

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Me hallaba atrapada en un bucle.

Como todas las mañanas, desperté con el sonido de apertura de mi Iphone, un sonido detestable cuando abrías los ojos y veías el techo allí sobre tu cabeza sabiendo que empezaba un nuevo día que te sacaría de la cama. Pero también un sonido entrañable cuando esperabas sin recibir, esa llamada de alguien durante todo el día.

Aún sin abrir los ojos y por pura inercia, extendí la mano hacia la mesita de noche y pausé la alarma presionando al azar uno de los botones de volumen.

Me volví sobre mi lado derecho acurrucando la mejilla contra el bulto suave de la almohada pero ya era tarde, mis sentidos se encontraban despiertos captando todo a mi alrededor. El sol entraba por la ventana bañando la cama, las sábanas que la cubrían y calentando mis pies. Ya no había nada más que hacer y me di la vuelta mirando al techo con la mente en blanco.

Mantuve la mirada fija en el papel tapiz de color crema que cubría las paredes, antes de ponerme a saltar de lugar en lugar con la mirada como intentando identificar mi habitación.

No vi ninguna guitarra eléctrica enganchada a un clavo en la pared y en su conjunto, una botella de Jack Daniel's sobre la mesita de noche junto a la cama. Era lo que podía esperarte al salir con un músico, una tímida serenata: la dedicación de una de sus canciones la cual nunca has escuchado en la radio y probablemente nunca escucharás, y más tarde la dedicación de una que sí conoces, una cuya melodía has bailado y cuya letra has bautizado como tuya, pero que en el momento en que la escuchas de boca de Diego o Ricardo (quien haya sido), te dan ganas de quedarte sorda para no sufrir la tortura de estar sonriendo y asintiendo como una autómata, desesperada por que termine para empezar con el sexo.

Un intercambio de caricias y arrebatos que casi nunca cumplen con su objetivo. Sus manos recorren tu cuerpo como si tocaran la Yamaha que cuelga en la pared y en sus ojos alelados puedes leer la falsa de experiencia, el balde de agua fría que te deja tiesa y te pasas la siguiente media hora acostada de lado mientras tu cuerpo se sacude, la cama chilla, él mismo chilla y tú también lo haces cuando el instante lo requiere.

Cuando todo ha terminado es la misma historia que se cuenta una y otra vez sólo que con co-protagonistas escenarios diferentes, pero dentro de ti es como vivir siempre lo mismo. Dar paso de la cama al baño y limpiarse frente a un espejo, al salir encontrarse a Diego o Ricardo fumando un cigarrillo sentado en la cama con el pequeño pajarillo colgando agonizante sobre la colcha, su sonrisa al verte y preguntarte:

-¿Has llegado?

Mi respuesta:

Un si.

Entonces viene la petición de tu número sólo para repetir la grata experiencia y es la primera vez que me encuentro mintiendo en toda la noche al decir.

-Lo siento pero es que tengo novio. -Encogiéndome de hombros, antes de sonreír y añadir-: me encantó pero no puede repetirse, lo siento.

Respuesta verdadera: «No pasaste la prueba».

Y de vuelta al principio. A la visión de ese tapiz rosa cubriendo los espacios vacíos de mi habitación, la habitación de un ángel, de una reina atrapada dentro del castillo de sus padres; una hija ejemplar de un matrimonio perfecto que observar aletargada y aburrida la inmensa comodidad de la que dispone en su habitación.

La mesa escritorio de trabajo repleta de cátedras y apuntes, el armario de dos puertas en la pared, junto al tocador y el inmenso librero con mi colección de los mejores títulos.

Suspiré tallándome los ojos y antes de que se me hiciera más dicicil me retiré las sábanas del torso y salté de la cama.

Me senté delante del tocador pensando en el día anterior. Dormir era mi terapia para descargarme, pero me abrumaba la idea de que el día que se perfilaba por la ventana sería la copia de la copia del día anterior. Mi mirada se encontró con la de la chica frente al espejo y luego pasé a ver mis manos.

Dominando al Fuck BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora