Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_

Alexandro POV's

Con algunos vasos de brandy dentro de mi sistema, la dulce bebida corre por mis venas, aunque permanezco intacto. Por lo que no me detengo a la hora de tomar la botella y servirme otro más mientras leo los papeles sobre la mesa.

Pero mi mente está muy lejos de enfocarse en los números que aparecen impresos allí. Paso la mano por mi cabello, y con la otra, aprieto más mi agarre sobre el vaso de vidrio.

Me obligo a estudiar los cálculos. Hay dinero que tengo que entrar al país, y las cantidades son absurdas. Pero es posible. Con el funcionamiento del casino se ha hecho más fácil, y el restaurante es una buena ayuda para limpiar el resto. Luego lo pongo a andar. En cuentas bancarias, aquí y allá. Una vez que es legal y está en circulación, nadie puede decirme nada. El dinero limpio no llama la atención de los federales, y para mi tipo de negocio, los detalles importan. Así que eso es lo que hago. Me aseguro de estar tranquilo y aparentar formar parte del mundo empresarial sin levantar sospechas. Nada sería peor que tener al gobierno de los Estados Unidos detrás mío. En Italia es diferente. Otros contactos.

Suspiro, diciéndome que tengo que tener toda mi energía puesta en esto cuando mis pensamientos divagan otra vez con la imagen de un único rostro.

Un gruñido de frustración cae de mis labios.

Estiro mi brazo y busco el celular que está a unos metros. Puedo llamar a los muchachos para que me pongan al día con el estado de la situación en Italia. Aunque recién hace unas cuantas horas que me fui, esto servirá para ponerme en eje, dado que el papeleo no parece bastar.  Pero entonces me distraigo con el icono de esa aplicación de las fotografías. Imbécil, susurro. Porque una fuerza mayor que yo tira de mi y me hace apretar el icono. Una foto reciente de Dalila aparece en el inicio. Esto es nuevo. Trago saliva. Durante este tiempo no estuvo muy activa. Me conformé con fotos antiguas, deslizando el dedo por su perfil, una y otra vez.

Fue publicada hace veinte minutos, y tiene otro vestido. Está fenomenal.

Mi entrecejo se arruga. ¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Otra vez acechando, Alexandro? bufo.

Por favor, no puedo jugar al sorprendido, como si fuera la primera vez que hago esto. Lo hice en repetidas ocasiones y aunque sigo sin saber muy bien como funciona la aplicación, mejoré mucho, y todo por entrar aquí a ver.

A verla específicamente a ella.

Con los ojos clavados en la pantalla me doy cuenta de que, al menos por hoy, es inútil que siga intentando trabajar. No voy a lograrlo.

Inquieto me levanto de la silla con un movimiento brusco. Dejo atrás el papeleo que se supone que tendría que estar revisando, y el celular, que con un golpe seco termina entre medio de las hojas.

Trabajo, y más trabajo, eso es a lo que me he dedicado los pasados dos meses, y todas esas horas puestas en construir mi imperio, el esfuerzo, tanto físico como mental, se fueron por el caño cuando la volví a ver.  Porque ahora no hago más que revivir el momento en el que nuestras miradas se encontraron.

¿Qué dice eso? que es un jodido peligro para mi. Que ella es una distracción. Jodidamente hermosa, pero una amenaza para mi cordura.

Si no logro poner por delante los negocios, las obligaciones que conlleva tener el apellido Cavicchini, y sólo porque la ví por unos pobres minutos. Mierda. Que se enciendan las alarmas.

Le doy un largo trago a la bebida. Mis dedos se hunden más entre las gruesas hebras de mí pelo, y les doy un tirón. Un segundo después, dejo el vaso sobre la fina madera italiana de la mesa.

Comienzo a pasearme por la habitación, abriendo un surco de punta a punta en la suite presidencial, reprendiéndome por no estar cumpliendo con mis obligaciones.

Pero no puedo parar.

Dios mío.

Apenas tolero este sentimiento tan negro y retorcido que me aprieta el pecho, un sentimiento que he tenido antes pero que experimenté pocas veces, y todas con ella. Sólo con Dalila. Cuando algún maldito infeliz le revoloteaba a su alrededor, como esta noche.

Una sonrisa amarga tira de la comisura de mis labios.

¿Asi es como se manifiesta un ataque de celos? ¿Es lo que me está pasando? es definitivamente peor que como me sentía aquella vez en la que uno de mis empleados le estaba coqueteando. Por ese entonces ella era mía. No cabía duda de aquello. Ahora, por mucho que quiera marcar territorio, no tengo el puto derecho.

Las palabras de Andrea resuenan en mi cabeza. Egoísta y cobarde. Suspiro. Yo no soy un cobarde, la estoy protegiendo. Me ofende que sugiera lo contrario. Y esa maldita pregunta que me hizo. Mis pulmones se expanden y el pánico me cierra la garganta. No, no. No voy a ir por ahí. De inmediato lo hago a un costado e ignoro el sutil cambio en los latidos de mi corazón.

Pero en algo mi hermana tenía razón. Fui quién la alejó, quién le pidió que se vaya sin mirar atrás, y a mi me toca cumplir con mi parte. Dejarla ir también. Sin embargo, esto va muy por encima de lo que yo quiero. Si pudiera, por supuesto que no elegiría esta marea de sentimientos desconocidos. Me ponen nervioso y me hacen perder el foco de mis responsabilidades, que, orgulloso llegué a jactarme de que estaban muy bien ordenadas. Aprieto la mandibula. Ahora están olvidadas sobre la mesa de una habitación de hotel y todo por culpa de esa mujer.

¿Él tenía el brazo envuelto en su cintura? Si, diablos que lo tenía. ¿Cuántas veces se inclinó sobre ella para hablarle al oído? resoplo. Muchas. Muchas veces.

Pero a mi. Ni siquiera me dijo más de una sola palabra. Ella, oh, la pequeña garrapata me miró como si fuera mierda en su zapato. No me dió ninguna señal de nada. Calidez, afecto. Bueno, estoy siendo un poco cínico. ¿Afecto? la eché de mi casa. Pero más. Yo quería más, y  todo lo que recibí a cambio fue una devastadora indiferencia.

Me molesta que me importe tanto. Me desconcierta que una simple interacción, tan breve para considerarse interacción, tal vez, me haya afectado más de lo que lo hizo con ella.

Estoy tan mal por pensar de esta manera. Por ser un egoísta que esperaba, no lo sé, no esperaba fuegos artificiales o algo así, pero hubiese preferido lo que sea, menos esa sonrisa forzada y mirada fría. No voy a negar que fui cruel con ella, me excedí. Aquella noche en mi departamento fui demasiado lejos. Tenía que hacerlo, y el precio lo estoy pagando. Lo llevo haciendo desde hace ocho semanas, pero nada se compara con hoy.

Dalila es hermosa, una mujer arrebatadora, tiene sentido que esté viéndose con alguien. Aunque, ¿por qué el apuro? hasta que me conoció había sido virgen, ni siquiera había dado su primer beso. De repente, va por todo y con alguien más. ¿Pero con Brian? sacudo la cabeza.

Una tras otra maldición en italiano caen de mi boca, y recuerdo su figura en ese vestido, un poco más delgada de lo que solía ser, pero de igual manera impresionante. Y ahora esa maldita foto. ¿Por qué se cambió? ¿Se aburrió del otro? da igual. El negro también le sienta de maravilla.

Aprieto la mandíbula y cierro mi mano en un puño.

Soy un pervertido.

Lo soy.

Este tiempo que estuve en Europa no hubo noche en la que no me tocara pensando en ella.

Mi oficina, en la habitación, en la ducha, una vez en el maldito coche. Estoy jodido. ¿Cómo llega a esto un hombre? puedo fingir todo lo que quiera sobre haberla olvidado, me mentí sobre hacerlo. Hasta evitaba nombrarla. Quise pretender que el tiempo con ella no existió. Aunque mi cuerpo no lo hizo. Jamás.

Esta noche al verla ahí, con su largo cabello, sedoso y negro, cayendo a cada lado su rostro. ¿Ese escote? merda. Estaba para morirse. Con la tela pegada a su pequeña cintura y a las caderas. Presté atención que llevaba puestos unos tacones más altos de lo usual, y por un breve instante, me imaginé follándola con nada más que ellos puestos. Como dije, arrebatadora. Pero no era yo quien la acompañaba del brazo y quién tenía el lujo de deleitarse con su belleza. Era otro. Probablemente siguen allí, juntos, y aquí estoy yo, mirando como me endurezco debajo de los pantalones. ¿Cuándo me volví a convertir en un adolescente?

Un gruñido brota desde el fondo de mi.

Tengo una erección a causa de Dalila, y el saber que ella quizás me eliminó de su sistema, me está enloqueciendo. No pudo. Simplemente ella no lo hizo. ¿Verdad? esa duda me está carcomiendo desde hace horas, y mi mente está decidida a fastidiarme con pensamientos como a la latina abierta de piernas y dispuesta, pero para otro hombre. No es mi nombre el que gime. No es mi espalda la que sus uñas marcan. Tampoco mi polla la que se hunde en ella.

Apenas soy consciente de que mi mano se dirige al cierre del pantalón, y me detengo, atónito por el poder que tiene sobre mi tan solo el evocar su imagen. Aunque es más. Se trata de posesión y oscuro sentido de pertenencia la razón de que necesite tocarme. Es ciertamente muy diferente a las demás veces. Por alguna estúpida razón, por aquel entonces, no cruzó por mi mente que ella considere estar con alguien más.

¿Qué tal si ya lo hizo? mi ceño se frunce, y mis muelas se juntan. ¿Qué tal si ese bastardo ya la llevó a la cama? Me importa una mierda. Yo fui el primero, ella siempre me tendrá en su piel, y Bobby, o cualquiera que venga después no va a revertirlo. Nadie puede. Pero, de nuevo, me miento. Si que importa. Jodidamente me importa.

A la mierda.

El control se desliza de entre mis dedos y sucumbo al deseo de demostrarme que ella aún es mía. Solo mía. Retiro el cinturón, desabrocho el botón del pantalón y bajo el cierre. Con un tirón libero mi erección. Siseo por lo sensible que estoy, y de inmediato envuelvo la punta con mi puño. Siempre está sensible para ella.

Esto es lo que me hace.

Esto es en lo que ella me transforma.

merda, merda (mierda, mierda) —Busco una pared en la que estabilizarme, con una mano apoyada sobre la dura superficie y la otra bombeando mi polla.

Cierro los párpados con fuerza, y mi cerebro envía una descarga a mis terminaciones nerviosas. Soy furioso al masturbarme, nada cuidadoso, tampoco es que me interese serlo de todos modos.

Estoy enojado. Conmigo, por no poder superarla, por permitir que este trato le haya dado un giro inesperado e irreparable a mi vida, por ser un hombre débil. Pero también lo estoy con ella. Por estar con otro. Por dejar que él la toque. Por no mirarme como lo hacía antes.

¿Estoy siendo irracional? probablemente. Pero eso no basta para que pare.

Mi frente cae sobre la pared, y mi puño se mueve de arriba hacia abajo. Un suspiro entrecortado me asalta, y gimo. Largo y tendido.

Dalila, Dalila, Dalila.

Su nombre retumba entre las paredes de mi mente.

Cómo me gustaría que esté aquí. La pondría sobre mis rodillas y le azotaría ese perfecto culo como castigo. Para que no se le olvide quien fue el primero. El único que sabe que es estar entre la calidez de sus muslos. Joder. Más le vale que así sea. Que siga así.

Casi puedo escuchar el chasquido de mi mano contra la mejilla de su culo, el picor, y el placer al ver la huella que le dejaría.

Abro los ojos, con un torrente de rabia calentando mi sangre. Me encuentro de lleno con mi mano envuelta en mi miembro y las gotas de presemen brillando en la punta. Ella ya no está sobre mis rodillas. Está en el suelo, mirándome a través de sus largas pestañas, y es dulce, y tierna, y me mira como lo hacía en el pasado, mientras le meto la verga hasta el fondo de la garganta. Tan bien. Mi Dalila lo toma tan bien, le cabe entero.

Mí respiración es un lío, y yo no puedo parar de verla allí, arrodillada, con algo de saliva escurriendo por la esquina de su boca. Más fuerte. Más duro. Eso es. Esa boca que tanto le gusta maldecir, esa maldita sucia boca.

Mí estómago se contrae y sé que no me queda mucho para correrme. Es una necesidad. Uno, dos, tres, cuatro empujes más de mi mano, y me libero, con un gruñido ronco y la sensación de mis rodillas debilitándose.

—Dalila. —digo, en un murmuro ido, mezcla de placer y rabia.

Mancho la pared y la tela del pantalón con mi venida, el líquido espeso y blanquecino. Hay mucho de eso.

Inspiro y exhalo.

¿Qué acabo de hacer?

Dije que ya no me masturbaría pensando en ella. Bueno, eso mismo dije en mi oficina, en la habitación, en la ducha, y esa vez en el maldito coche. Siempre es la última vez. Pongo los ojos en blanco, y frustrado conmigo mismo decido que esto no puede continuar así. Empieza a preocuparme, de hecho.

Sé que tengo que volver a verla, aunque sea unos pocos minutos, sólo necesito saber si está con él en calidad de amigos o algo más serio. Ni siquiera tengo que acercarme. Sólo... verla.

Tal vez estar considerando ir allí ahora mismo sea esa clara señal de que estoy a nada de perder la sensatez que me queda. Pero, ¿tocarme cómo un adolescente ya no es suficiente prueba de ello? ¿Qué otra cosa puedo perder por observar?

Me deshago de la ropa y el reloj en mi muñeca, negando con la cabeza a medida que me dirijo al cuarto de baño. El reflejo que me devuelve el espejo es un rostro con una leve capa de sudor, una arruga entre el medio de las cejas y una mirada oscura. Observo la barba que debí afeitar ayer, y rápidamente llego a la conclusión de que se debe ir en este instante. Cómodo con mi desnudez voy de vuelta hacia la cama, encima está el bolso y la ropa sucia. Doy con la rasuradora y la crema de afeitar. Prefiero la navaja, pero para los viajes no es práctica y me demoro demasiado.

Otra vez en el baño le reprocho a mi propia imagen por haber aflojado las riendas de las cuales me sostengo y guío mi camino. Tendría que estar preparándome para tomar un vuelo en las próximas horas. Tendría que haber terminado con ese papeleo. Tantas cosas debí haber hecho. En su lugar, me rasuro, y luego abro el grifo de la ducha.

La última esperanza que me queda es estar bajo el chorro de agua helada para olvidarme de la locura que se me acaba de ocurrir y centrarme en el trabajo.

Pero no funciona.

Tampoco es una distracción para mi secarme con la toalla, porque mientras tanto estoy eligiendo un traje nuevo que ponerme, después, una vez que estoy vestido, me doy cuenta de que también ya tengo los zapatos puestos, el celular en el bolsillo y el reloj en mi muñeca. Con el cabello todavía húmedo salgo por la puerta de mi habitación haciendo todo el trayecto hasta el ascensor. Aprieto el botón de la planta baja. Veo con impaciencia el panel táctil y como el número de los pisos descienden, luego hay un sonido. Las puertas de metal por fin se abren.

Andrea va a matarme si se entera de esto, pero tengo que verla una vez más. Sólo será mirar. Lo juro.

Con un pie detrás del otro me encamino hacia el restaurante del hotel. Le doy un vistazo a la hora en mi reloj. No quedan muchos huéspedes dando vueltas.

Pasaron casi dos horas desde que me fui, quizás ni siquiera estén aquí. Pero antes de que pueda entrar mi corazón se acelera, y farfullo una maldición. Todavía no me acostumbro a esa sensación.

Control, Alexandro. Ten algo de dominio propio, por Dios.

La verdad es que no tengo nada planeado, el evento es privado, y es obvio que no estoy en la lista. Por lo que tendré que dar algunos billetes verdes si quiero entrar a ver. A comprobar, me corrijo. Necesito comprobar si Dalila está saliendo con él.

Para mi sorpresa no hay seguridad en la entrada, y tampoco gente adentro. La cena de ensayo culminó. Pero no está del todo vacío. Mis ojos se estrechan en dirección a la barra para dar con un cuerpo menudo, de espaldas hacia mi, envuelto en un vestido corto. El mismo de la foto.

Mi mente estalla con imágenes de mi mismo tocándome en la habitación.

Pervertido

Miro la banqueta a su costado. Está sola, a excepción del chico que prepara los tragos, aunque realmente no están hablando.

Me quedo bajo el umbral de la puerta, mirando, aguardando por Billy. ¿Dónde está? permanezco aquí por más de un minuto, y me sorprendo al sentir como el alivio afloja la tensión en mis hombros. Pero esto no significa nada. Pueden estar saliendo de todos modos. Pueden ser más que amigos.

Avanzo un paso, y luego otro, y uno más.

¿Dónde quedó eso de sólo mirar?

Todo sentido de sensatez se desvanece y mi cerebro se nubla.

Ahora no soy el hombre más poderoso de Italia. No soy un adicto al trabajo e insaciable por el éxito. Aquí no se encuentra el líder de la mafia.

Soy un simple hombre que no puede negarse a una mujer que destruyó sin esfuerzos el suelo en el que me sentía seguro, las bases en las que me mantuve durante años. Ella me sacudió por completo.

Dalila está sola, no tendré otra oportunidad para que hablemos, para saber cómo está. No se trata nada más que de averiguar si sigue soltera. Yo quiero, no, necesito, respirar su perfume y oír su voz. Verla a los ojos. Dejar que la tranquilidad que emana me rodee como lo hacía antes. Esta es mi justificación para seguir avanzando.

Estoy actuando por mero impulso, lo que evito hacer, pero en este punto da igual. Desde hace rato no hago más que romper cada una de mis reglas.

Le doy la razón a mi hermana, de nuevo. Soy demasiado egoísta. Soy un maldito. ¿Me voy? no lo hago.

En un parpadeo estoy a escasos metros de mi Dalila.

—Cerramos en unos minutos, Señor.

Levanto la vista y asiento. Tan cerca de la bella bruna hizo que mi cerebro dejara de registrar la presencia del chico.

La latina endereza la espalda, y se queda muy quieta. Pero no se gira hacia mi, así que termino lo que empecé, y me siento en la banqueta libre a su lado.

El chico me sonríe, pero veo que le irrita tener otro cliente a minutos del cierre.

—¿Qué le ofrezco para beber?

Paso saliva, y admiro el perfil de mi bella bruna. Está hermosísima. Mis recuerdos de ella no le hacen justicia.

Tiene la mirada clavada en la barra, y está jodidamente tensa. Me fijo en el vaso de agua que tiene.

—Brandy.—ordeno.—, y para ella una copa de vino blanco dulce.

—No.—el tono de su voz es firme.—Me quedo con mi agua, gracias.—alza el mentón, sonriéndole al empleado.

Asiente, y se da la vuelta, dispuesto a preparar mi trago.

—¿Desde cuándo no te gusta el vino?

Dalila se remueve en su lugar, entonces, sus ojos están sobre mi y nunca nada me había hecho retener el aliento como lo hace tenerla viéndome así.

—Desde hace unos días. —dice. Alcanza el vaso con agua y le da un sorbo.

Muy rápido me percato de lo distante que suena, lo desinteresada que está en mantener una conversación conmigo. Juguetea con una servilleta blanca, sin la más mínima intención de prestarme atención.

—Aquí tiene, Señor. —el jóven pone delante mío la copa, y no puedo ser más obvio cuando le hago un gesto para que se largue. Al principio frunce el ceño, pero debo haber dibujado una expresión muy poco amistosa, porque asiente, y con un tinte de miedo, carraspea. —Tengo que, huh, darle un vistazo al restaurante y fijarme que esté todo en orden.

Dalila pestañea, su regordete labio inferior forma un jodido puchero que me dan ganas de morder. Luego, pasa saliva, y dice que no hay problema, que ella se irá pronto.

¿Por qué se quedó aquí sola? ¿Qué hay de los demás?

El chico desaparece detrás de la puerta que da al almacén, y más o menos le entiendo que en diez estará aquí. Enarco una ceja. El tiempo lo pongo yo. También capta eso.

—Es bueno volver a verte, Dalila.

—¿Si? —pero suena sarcástico.

—Si.—asiento, y parezco un jodido desesperado. Rasco la piel de mi barbilla. Me digo de mantener la calma a la vez que busco la forma de alargar la conversación.—¿Qué tal te ha ido?

Le da otro sorbo a su vaso, y parece que se debate entre dejarme aquí tirado e irse, o quedarse.

Una sonrisa agridulce se esboza en sus labios.

—¿Por qué estás haciendo esto? —enarca una ceja. Diría que me asombra lo directa que es, pero no sería cierto. Ella siempre lo fue.—¿Por qué molestarte en saber de mi ahora?

Mi interés por su bienestar jamás estuvo en discusión. Puede que le haya hecho creer lo contrario con mis acciones, sobre todo en esa última noche juntos, pero para mi fue un infierno no saber de ella en estos meses, y me costó cada fibra de mi ser no ir por Andrea para preguntarle cómo se encontraba desde mi ausencia.

Pero para venir aquí no hice otra cosa más que engañarme a mi mismo. Sí soy el hombre más importante de Italia, y sí estoy abocado plenamente al trabajo. Sin distracciones. También mi mundo sigue siendo el mismo. Así que no puedo decirle lo vacía que se sintió mi vida después de ella.

Aunque todavía no quiero retirarme a mi habitación. Egoístamente espero tener un poco más de tiempo juntos.

—Quiero oír que estás bien. No terminamos en los mejores términos, pero...

—¿En los mejores términos? —enarca una ceja.—Vienes aquí y pretendes que hablemos. ¿Ahora quieres hablar? que lástima, a mi no me apetece. Así que bebé tú trago y vete. Eres un experto en eso.

Mi ceño se frunce.

—¿Qué quieres decir?

Inspira hondo, y larga el aire por la boca.

—Claro, ¿por qué lo habrías de tener en cuenta? para ti, no representó nada el irte así.

El pecho se me agita, y una especie de tormenta empieza a formarse dentro mío. ¿Soy el malo? si somos honestos cada uno sabía en lo que se estaba metiendo. ¡Y por supuesto que lo hizo! la pasé terrible, sigue siendo así.

—¿Disculpa? —gruño. —Te concedo que aquella noche no actúe bien. Fui muy directo, demasiado brusco. Pero tú conocías las reglas.

A esta corta distancia puedo observarla mejor que a comparación de hace un rato en la entrada del hotel. Así que estudio esos ligeros cambios, como el color de sus mejillas que se ha desvanecido y su expresión indudablemente mucho más sería. Menos inocente, observo. Hay incredulidad en su mirada.

—Eres un imbécil.

Se pone de pie con agilidad, y yo me quedo más de un segundo procesando que ella acaba de insultarme, mientras la veo caminar hacia la salida del restaurante.

La sigo, de nuevo, soy pura impulsividad.

—¿Por qué estás tan enfadada conmigo? —Ni siquiera se inmuta, continuando como si no hubiera dicho nada.—Dalila.—llamo, y esos horribles sentimientos que había estado ignorando muy bien estallan en mi pecho. Pero ahora se agrega una leve sensación de pánico por verla alejarse. Respira, Alexandro. Voy pisando sus talones, y antes de que pueda salir del restaurante, la intercepto.—¡Habla conmigo!

Sin esquivar el peso de mi mirada endereza la espalda y entrecierra los párpados, como si deseara que me explote la cabeza o algo así.

—¿Estás bromeando? —espeta.—Puedo ser amable contigo. Está bien, soy lo bastante madura para eso. Pero no vengas pretendiendo que te trate como si fuéramos amigos, porque no lo somos. No. Lo. Somos.—sus orbes centellean.

Sé que se refiere a aquella noche. Apenas le di la oportunidad de decirme cómo se sentía sobre mí y ya la había silenciado. Dos meses más tarde vengo buscando entablar una conversación. Estúpido.

Mi estómago da un vuelco. Que ella me rechace así, sin contemplaciones, es un golpe devastador. ¿Pero qué diablos quería obtener de esto? ¿en qué pensaba? no lo hacía, obviamente.

—Dalila, por favor.—no sé qué es lo que le estoy pidiendo exactamente, pero es lo que me sale, y no puedo parar mi lengua cuando esas tres palabras se escapan de mi boca.

Los modales son algo que tengo inculcado desde que tengo memoria, pero a medida que crecí, la gente fue accediendo a mis demandas sin reproches, sea o no amable con ellos. Con Dalila, sé especialmente que debo serlo. Un caballero, o el intento de uno. Es extraño, pero me gusta. Así que lo repito. 

—Por favor.

Jamás lo había dicho tantas veces en un mismo día.

—¿Qué? —masculla, impaciente.

—Lamento cómo me comporté contigo, lo siento muchísimo.—me mata que ella me desprecie así. No lo aguanto.—Pero no me odies.—Aprieto los párpados y al abrirlos, susurro; —por favor.

—¿Odiarte? —miro su bello rostro, y aunque si bien es obvio su enojo, la tristeza se filtra en la noche de sus ojos.—Estoy dolida. Te marchaste, y no te despediste.

Meneo la cabeza.

—Lo hice, esa noche fui...

—¡No! eso no fue despedirse. Te fuiste al otro lado del mundo, y me enteré por alguien más. ¿No creíste que al menos estaría bien una llamada?

Los celos por verla con otro, el echarla de menos, la presión en el trabajo, el cansancio, me ponen al límite, y me enfado tanto como ella.

—¡No tenía una razón! ¡Había terminado contigo!

—¡Pero yo necesitaba que me dijeras que te ibas a ir!

—¡Mira quién se queja! la persona que se escabulló de mi cama en plena madrugada. Si no me hubiese dado cuenta de que te estabas yendo me habría despertado solo. No seas hipócrita.—siseo.

Dalila retrocede, con una pisada inestable a la vez que palidece y la veo tragar saliva.

Veo su dolor, veo la angustia. Niego.

—No, yo, —aplasto la boca en una delgada línea.—Mierda.

Levanta una mano, callándome.

—Si, lo hice.—asiente. —Me estaba cuidando a mi misma, y tú viniste por mi aunque sabías lo que estaba sucediendo. Me empujaste para que te lo dijera, lo hice, y me rompiste el corazón. Debiste dejarme marchar, porque me habrías ahorrado tanto...—Su mirada se vuelve vidriosa y la voz se le quiebra. Aprieta la mandíbula.—A diferencia de ti, yo no había hecho una promesa.

Cuando permanezco en silencio, prosigue.

—¿Lo olvidaste? —susurra. Una sonrisa triste se plasma en su rostro.—Por supuesto. Que tonta soy.

Ella dijo que podía irme, y yo le prometí que no lo haría sin despedirme. ¿Cómo olvidarlo? pero no puedo decirle eso. Puede sonar tonto, pero para mi ya habíamos tenido un cierre. ¿Para qué revolver más?

Sin embargo, el motivo a que no le haya dicho es otro.

Temí que si la contactaba, por más inocente que fuera, jamás me hubiera subido a ese avión.

Y no podía darme el lujo de hacer aquello.

Es evidente que ambos la hemos pasado mal este tiempo. Ser testigo de lo que le generé, se iguala al dolor de lo que me causó las cicatrices en mi espalda. No tenía idea de que podía tener este tipo de emociones por alguien. Compartir su peso. Tengo que renunciar a ella. ¿Qué tengo para ofrecer? muerte y crueldad. Es lo correcto. No hago más que lastimarla.

—Haré que venga un auto por ti y te lleve a casa.

La decepción ensombrece sus facciones.

—No quiero un auto. Tengo una habitación aquí, gracias.—Gira hacia la salida, de vuelta en dirección al pasillo.

Mi corazón bombea más rápido, y juro que la visión se me nubla de rojo.

—¿Aquí? —No me contesta. —¿Con él? ¿Estás en una habitación con él?

Por segunda vez, se detiene, y se vuelve a mi. Me mira como si no entendiera.

—¿Perdona?

—Con Bryce.—Hasta yo mismo escucho como mi autocontrol pende de un hilo.—¿Se queda contigo?

Sus facciones se contraen, y suspira, tal vez cansada de estar aquí conmigo.

¿Qué? ¿Tiene prisa de ir con él?

—Se llama Bruno, y con quién duermo o no en mi habitación, no es de tú maldita incumbencia. —Alza el mentón.—Que descanse, Señor Cavicchini.

Con eso se va sin dedicarme una sola mirada más.

Mi mano está en el bolsillo de mi saco un milisegundo después.

—¿Cuándo es la boda? —escupo, con el celular pegado a la oreja.

—Me estás interrumpiendo. Creí que te había pasado algo y por eso atendí .

Oh, una avalancha de celos y pérdida de juicio es lo que me está pasando.

—¿Cuándo? —gruño.

Andrea suspira a través del aparato.

—Mañana temprano será la ceremonia por la Iglesia, y en la noche habrá una celebración en uno de los salones del hotel.

Cuelgo, y llamo a mi piloto. Más le vale agarrar el puto teléfono. Para su bien lo hace.

—El vuelo se cancela. Vamos a reagendar.

Evito dar con mi reflejo en los espejos del ascensor, porque si me veo, sabré que definitivamente ya no soy ese hombre que fui antes de conocerla.

Dalila Bech me arruinó.



•••




Mi frente descansa en los azulejos de la ducha mientras el agua moja mi cabello y corre por mi espalda.

Llevo diez minutos metido aquí adentro, convenciéndome de que ir a esa boda sería un error monumental. Entonces, mi mente me susurra que Dalila no ha negado estar con ese fracaso de boxeador, y todo intento de retractarme, llamar a mi piloto, y decirle que nos iremos según lo que se había planeado, que habría sido hoy, se va por el caño.

Cierro el grifo de la ducha. Una vez afuera, enrosco una toalla blanca alrededor de mi cintura. El piso se marca con gotas de agua que se deslizan por mi cuerpo, y se estrellan contra el delicado diseño del mármol.

Examino el traje que está sobre la cama, y decido que tendré que conformarme con esto. No está mal, pero no es de etiqueta. Se supone que vendría a Nueva York por una noche, y agradezco que esta vez empaqué un poco de más, lo que es inusual en mi. Pero ahora me sirve. Por lo que termino de secarme y me visto.

¿Qué es lo que voy a hacer? no lo sé, pero lo que sí sé es que no voy a irme sin saber si Dalila está saliendo con otro. Tal vez esto es justo lo que necesito para dar por finalizado lo nuestro. Para dejarla de una vez por todas en el pasado.

Pero los celos rasguñan debajo de mi pecho, ansiosos por salir y decirle a todos, que Dalila siempre me tendrá con ella. No interesa el imbécil de turno con el que se vea.

Más que dispuesto a irme abro la puerta de mi habitación, cuando mi celular vibra con otro nuevo mensaje que probablemente sea de mi hermana. Me abstengo de revisar qué es lo que escribió. Seguro son como los demás.

"¿Por qué te quedaste otro día?" "¿Qué es lo que vas a hacer, Alex?" "No la cagues" "Contéstame, idiota"

En el ascensor se siente una eternidad hasta que llego a la planta baja.

Con las piernas marco un paso firme. Doblo a mi derecha, esquivando algunos huéspedes, encaminándome hacia donde el leve ruido de la música me guía.

El salón Blanco.

Este es el favorito de Andrea.

Antes de que pueda decirle a la chica que sostiene la lista de invitados que se corra a un costado, mi hermana sale del salón, y yo maldigo la suerte de mierda que tengo.

—Alexandro. —advierte.

—Andrea. —arqueo una ceja.

—Descansa por un rato. Me haré cargo. —Le dice a la chica. Ella asiente, y de una manera muy poco sutil, me repasa de arriba hacia abajo. Mi hermana se vuelve para mirarme.—No me jodas, Alex, tienes que irte. Te habría echado yo misma si no fuese porque hasta hace una hora atrás me di cuenta de que no habías dejado la habitación. ¿Qué estás planeando?

Los músculos de mi espalda se tensan.

Estoy tan o más sorprendida que ella por mi reciente comportamiento.

—Tengo que entrar.

Sus ojos se abren y niega, levantando las manos.

—Uhm, no. —sonríe con sorna. —lo que tienes que hacer es largarte de aquí.

Le doy un vistazo al vestido que trae. Es color champagne, y algo más largo de lo que usualmente se pondría. Su oscuro cabello, lacio y brillante, enmarca un rostro de facciones suaves. Sus labios, para mi descubrimiento, no están pintados de ese habitual rojo que tanto le gusta. Veo como su boca se frunce al no  obtener una respuesta, y resopla, con las manos en las caderas.

—¿Me estás echando?

—Exacto.

Sonrío, burlón.

—Muévete.

—Alex —respira. —Si estás aquí por ella, te estás equivocando. Debiste subirte a tú avión horas atrás. ¿Qué vas a hacer que vaya a cambiar lo que sucedió entre ustedes? la heriste, y ella ya avanzó. Déjalo estar.

¿A qué mierda se refiere con avanzar? Mis sospechas eran ciertas, entonces. Dalila está saliendo con ese imbécil.

Mi humor se vuelve más negro, y me da igual si es mi hermana, va a tener que despejar la maldita puerta. Inspiro y exhalo, contando mentalmente hasta diez. Hasta que no lo vea no lo voy a creer.

—Hazte a un costado o lo haré yo.

—Tuvimos esta charla, ¿lo recuerdas? fue ayer.—se inclina hacía adelante, bajando el tono de su voz. —Creí que ibas a dejarla en paz, maldita sea. Dalila pasó por mucho, no exagero.

Oírla decir aquello hace que mis manos formen dos puños y esos putos sentimientos que no soy capaz de comprender, y que jamás había experimentado hasta hace unos meses, juegan a desatar una tormenta adentro mio. Aunque ahora son más intensos. Suelto aire por la boca, con un leve temblor que viaja por mi columna vertebral, sé que me estoy mostrando más vulnerable de lo que debería. Incluso delante de una persona de confianza como lo es mi hermana pequeña.

También sé que le he generado angustia a Dalila, sé que la herí, y aún más, sé lo egoísta que soy por no querer alejarme de ella. Por no respetar lo que yo mismo le pedí. Distancia. Terminarlo. Pero anoche, mientras daba vueltas en la cama y repetía nuestra conversación en el restaurante, entendí que yo también la he estado pasando muy mal, y mucho más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Tapé la tristeza con horas interminables de trabajo, y entrenamiento pesado, encerrado en el gimnasio pensando que eso iba a ayudarme a despejar la mente. A veces funcionaba, pero realmente nunca lograba quitarla por completo de mi cabeza.

—No puedo hacerlo —murmuro. —, no después de verla con él.

Una risa seca brota desde mi garganta, incrédulo al escuchar lo que estoy diciendo. Un jóven chico que apenas está iniciando una carrera como boxeador es lo que me quitó el sueño anoche, ¿quien lo diría? quizás no sea tan perdedor después de todo, porque se ha ganado estar al lado de la mujer más asombrosa que tuve el privilegio de conocer. Sin embargo, la victoria no le va a durar mucho, esa es una promesa que me hice, y no fue hasta que oí a Andrea hablar sobre Dalila avanzando, probablemente con alguien más.

La arruga entre sus cejas se marca.

—¡Lo sabía!—me grita. De pronto, se percata, y el tono de su voz desciende.—Estás aquí porque Dalila vino acompañada de Bruno.—Parece decepcionada, y furiosa.—Tus motivos para querer ir a ese salón y montar un espectáculo, no bastan, Alexandro. Estás así porque eres posesivo, y celoso, y no tienes ni idea de cómo lidiar con eso. ¿Qué harás si te digo que puedes entrar? ¿Golpearte el pecho con los puños y llevártela a rastras? ¿Luego? ¿Vas a irte de Italia y quedarte aquí, y ser su novio?

—No se trata sólo de celos, joder. —gruño. —o ser novios, o algo más.

—¡Es justamente de eso de lo que se trata! Despierta, Alex. Te amo, sabes que es cierto. Pero joder, eres lento con estas cosas.—Me ofendo, pero antes de que pueda contestar, me interrumpe.—Dime, ¿qué harás con los negocios de Italia? ¿Te puedes ir y ya?

Aprieto la mandíbula.

Es como si me hubieran dado una bofetada y de golpe tengo los pies de nuevo sobre la tierra.

—No.

Los nuevos tratos que hice requieren de mi presencia en el país. Representar nuestro apellido con fuerza, y poder. Si estoy fuera por mucho tiempo podría enviar el mensaje erróneo, como que no estoy lo bastante interesado en ser un líder responsable. O peor aún. Que soy un cobarde que desconoce cómo lidiar con los asuntos que surgen constantemente en la mafia. Como las muertes y toda esa violencia. .

Soy un jodido Don, y estoy camino a los veintinueve años. Lo que estoy haciendo es inmaduro, y me hizo olvidar las obligaciones que tengo.

—¿Entonces?

Suspiro, resignado.

Arrastro mis dedos entre las hebras de mi cabello. Todavía está un poco húmedo por la ducha. Vuelvo a pasar la mano por mi pelo, ansioso, y confundido.

—No lo sé, Andrea, no lo sé.

Su expresión se suaviza.

—Dijiste que no eran sólo celos, ¿es eso cierto? ¿Dalila te importa de verdad?

¿Si me importa? daría lo que fuese con tal de que esté protegida y no le falte nada. Tan así, que me obligué a alejarla. Ella es tan sensible, muy delicada y dulce. Aunque podría prender fuego un edificio entero cuando se enoja. Inconscientemente sonrío. Ayer parecía muy dispuesta a estrangularme. Merda. Mi bella bruna. ¿En qué me convertiste?

—Mataría a cualquiera que le ponga un dedo encima. —imaginar a alguien infringiendo daño a la latina, me hace gruñir. Es por esto que no puede estar conmigo. Demasiadas amenazas. Pero también soy consciente de que el único que la ha lastimado hasta ahora, no ha sido otro que yo. Con mi aparente indiferencia y frialdad.—La  voy a proteger de toda la mierda que traigo conmigo, de todos esos hombres que pertenecen a este estilo de vida, y me incluyo.

—Pues, estás haciendo un trabajo de mierda en eso último.—Levanta las cejas. Cruzo los brazos por delante.—No pongas esa cara, es así. ¿Qué lograste hasta ahora? Todo lo que le diste fue un corazón roto y muchas lágrimas.

Una parte de mi se sacude por eso.

La hice llorar.

—¿Cuántas lágrimas? —cuestiono, y por primera vez, tengo terror de oír una respuesta.

Suspira.

—Demasiadas, hermano.

La culpa me retuerce el estómago, y mi mente revive la expresión que tenía mientras le gritaba en la cara que era una hipócrita. Y que ya habíamos terminado. ¿Es posible cargarla más? miro por encima de su hombro, hacia la puerta que da al salón. Creo que si. Retrocedo un paso.

Trago saliva, y estoy a menos de un segundo de girar sobre mis talones y llamar a mi piloto cuando la necesidad de ser honesto sobre lo que siento me aplasta el pecho. Observo a mi hermana. Juzgar no es lo suyo.

—Tú lo tienes mucho más fácil, no tienes que explicarle a Katherine quien eres. Estás con ella y ya.

—Claro que no. —rueda los ojos.—, cada día pienso en cómo se lo diré. No puede vivir engañada, así no es como duran las relaciones, Alexandro, a base de mentiras no llegaremos a ningún lugar. Pero ella me aseguró que me quiere en todas mis versiones, y le creo. Así que se lo voy a decir, tarde o temprano, ella sabrá quien soy y quién es mi familia. La amo. Tiene que saberlo.

—¿La amas? —inquiero, asombrado.

—Desde luego.

—¿Cómo te diste cuenta de eso? —Carraspeo. Arquea una ceja, entretenida.—Es que tú odiabas la idea de sentar cabeza, luego de ella.—Mencionarla nunca resultó en nada bueno, ni una sola vez, por lo que me abstengo de decir su nombre. Andrea se pone rígida.—Creí que no buscabas una relación.

Cuando nota que la conversación no irá por ahí, hacia ella, se relaja visiblemente.

—Así era, pero agradezco cada jodido día que Dalila haya traído a Kat a mi fiesta, porque allí la conocí y con solo verla, joder, me flechó.

—Entonces fue instantáneo.

Sonríe.

—Para mí lo fue, pero otros pueden tardar en darse cuenta de que están enamorados.—Me mira. —pueden tardar muchísimo.

Frunzo los labios.

—¿Ah sí?

—Si. —resopla con exageración.

Chasqueo la lengua. Esa palabra. Amor. Hace que mi corazón se desborde con sentimientos extraños y hay náuseas, y una ligera agitación que no comprendo, y me estreso.

—¿Cuáles...? ¿Cuáles serían los síntomas?

—¿Los qué? —se carcajea.

Comienzo a darle la espalda pero me detiene, y con su risa todavía en el aire, me dice que me relaje, que no sea dramático y que le gusta que confíe en ella para preguntarle por estas cosas. Aún afuera de un salón atestado con personas celebrando una boda.

—Mira, Alex, si te lo estás cuestionando ya estás ahí. Sólo te queda aceptarlo.

Sus ojos se cargan de comprensión, y hay un brillo allí que me pone nervioso. 

—¿Qué debería aceptar? —Me doy cuenta de que con el apuro no abroché los gemelos de mis muñecas. ¿Desde cuándo estoy así de distraído? Soluciono el problema, y levanto la mirada hacia ella.

—Que estás enamorado de Dalila, tonto.

Me congelo en mi sitio. Me agarró con la guardia baja, y esa palabra, otra vez, resuena en mi cabeza hasta volverse un eco. Trago saliva. Amor. ¿Es eso? ¿Esa es la molestia en mi pecho? ¿Lo que causa mis celos? no creí que fuera a ser tan intrusivo, que estaría en todos lados, haciéndome difícil pensar, dormir, respirar. Sobretodo si no estoy con ella.

Parpadeo.

—Enamorado. —repito con desconcierto, probando esa palabra en mi boca.

Con que eso era.

—Hmm. —murmura.—lo bueno es que ella también te ama, te lo dijo, ¿no?

Apenas salgo del estado de conmoción. Asiento y mis labios se curvan en una sonrisa casi imperceptible.

Amor. Enamorado. Mía y yo de ella.

—Lo hizo.

Sin decir nada más Andrea se corre de en medio de la puerta. Ella también sonríe. Es una sonrisa grande, afectuosa y de orgullo.

—Ahora puedes entrar. Pero te lo advierto, Alexandro. No creo que te lo ponga fácil. Rozas lo imposible, de hecho. ¡Buena suerte!

Ignorando lo que me dice camino hacia adelante, pero me paro, y la miro.

—Qué voy a hacer con...—No acabo la oración. La indecisión me asalta.

—Lo vamos a resolver. Tú ve allí adentro, habla con ella y discúlpate. Muchas veces.

Sacudo la cabeza.

—Tengo que regresar a Italia, si no me presento daré una mala imagen. Tengo que estar, joder, yo-

—Ire yo.—me corta. Atónito, la miro. —Ya sé, ya sé, dije que no iba a volver, a menos de que me ordenes lo contrario. Dame la orden, y te representaré allí, durante el tiempo que esto te lleve.

—¿Qué hay de Katherine?

Sonríe.

—Será la perfecta oportunidad para contarle la verdad, y quién sabe, tal vez vea que no es tan terrible si la paseo por las tiendas de ropa más costosas de Italia.

—¿La vas a llevar contigo?

—Absolutamente. —zanja.

Una risa se desliza por mi garganta. Entonces mi tono es más grave, y protector.

—Vas a tener que cuidarte, Andrea. Ambas. Aquí están más evolucionados, pero conoces cómo se manejan allí. Lo tradicionales que son.

Su expresión se endurece.

—No les conviene meterse conmigo, hermano.

Diablos, yo no lo haría.

—Lo sé.

Asiente.

—Bien, ahora ve con ella.

Sin desperdiciar un minuto más abro la puerta del salón, y la música clásica llega a mis oídos. Varias parejas están bailando el vals. En el centro de la pista, el hermano de Dalila y su ahora esposa, sonrien mientras no pueden apartar los ojos del otro.

Hombres y mujeres los acompañan, bailando a su ritmo, disfrutando de la velada. Hay mucha gente aquí, demasiados invitados, y de inmediato me disgusto, pero no es por ellos que vine. Por lo que me adentro más en el salón, y recorro con la vista el lugar que está decorado como una boda invernal. Supongo que va acorde con las fechas.

¿Dónde está?

Sorteo a algunas de las personas, aquí y allá, y mi ansiedad va en aumento, como la emoción.

Pero sé que voy a tener que esforzarme para recuperarla.

¿Cómo le voy a decir quién soy? Mierda, ¿interesa? si Andrea lo hará con Katherine, yo también puedo hacerlo con Dalila. Además, es por mi que estemos en esta situación.

Lo que me dijo la bella bruna aquella fatídica noche, reverbera en mi mente.

"Dime quién eres Alexandro, sin evasiones, y yo te diré todas las razones por las que igual te quiero, si se te ocurre inventar excusas para que así no sea."

Ella siempre me aceptó por quién soy, desde el principio.

Entonces, al no dar con ella entre las mesas, repaso la pista de baile. A unos metros, con una cálida sonrisa en su rostro baila el vals, aunque no sola.

Mis ojos se clavan en la imagen de ellos dos, en como él la sujeta a escasos centímetros de su pecho con los brazos en su cintura, y en como ella le corresponde a sus sonrisas, con sus manos descansando en las solapas de su saco. Él le comenta algo, y ella se ríe, negando con la cabeza. Pero el hijo de puta no tiene suficiente, y se inclina más, moviéndose hacia su oído. Susurrando un secreto para nadie más que ellos dos.

De pronto, el boxeador gira ligeramente la cabeza en mi dirección y esa serpiente, la que se arrastra y retuerce debajo de mi pecho, se alza lista para atacar.

Lo siguiente que hace determina su sentencia de muerte.

El bastardo besa a Dalila.

•••

Yyyyyyy estoy de vuelta con más de EDP ❤️‍🔥❤️‍🔥❤️‍🔥

este tiene que ser uno de mis favs narrados por Alexandro.

Espero que ustedes también lo hayan disfrutado.

Lxs quiero MONTONES. Lo saben. 😘

Belén 🦋

pd: ¿acá también hay lectoras de heaven? no digan spoilers, solo quiero saber 👀

pd2, les dejo mi Instagram: librosdebelu

besitossssss 💌🎀🏹🩷

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