Dominando al Fuck Boy

By Glamourdrama

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Acostumbrada a siempre obtener lo que quiere, la única hija de los Mckenzie, Chloe; conocerá a Darren Dusten... More

Antes de leer
Y en el nombre de Dios ¿quién eres tú?
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 5

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By Glamourdrama


Si estás viendo esto quisiera agradecerte por estar aquí para mí siempre. Ya sé que no he subido nada en estos días y no es que no haya tenido ganas, ¡mierda que sí!, es solo que no me he sentido motivada..., no he estado enferma, lo juro. Ya estoy mucho mejor, es solo que las cosas no van bien por casa.

Okey bien, no quiero complicarme con todo esto ya sé que todos pasamos por momentos así, pero eso..., que luego las cosas mejorarán y todo estará mucho mejor.

Ya saben, lo de siempre: dejen sus me gusta y por favor, déjenme mucho cariño en los comentarios aquí abajo ¿si?. Nos vemos en la próxima, ¡chao!

Tras concluir con la transmisión sentí mis labios volver a su estado de reposo. Así se sentía mejor, sonreír cuando no quieres hacerlo podía ser una forma de auto lastimarte: esa tensión en las comisuras de los labios producida por una mueca que debería liberarte pero en cambio te aprisiona.

PUBLICADO HACE UN MINUTO APROXIMADAMENTE anunciaba la plataforma y debajo, cero corazones y cero comentarios.

Y de repente una duda me embargó: ¿a quienes realmente les importaba ver aquellos segundos en que me había desahogado en video? quién en verdad pincharía la notificación “ChloeMc_01 ha subido contenido nuevo a su perfil", con la sincera intención de ver cómo me sentía y no por la ahora muy de moda necesidad de ver como los otros están más jodidos que tú.

Cinco minutos aproximadamente y aún seguía viendo ceros en el marcador, estaba perdiendo el juego; una jugadora más que se queda en la banca mientras ve al resto jugar y anotar los puntos.

Bloqueé la pantalla del teléfono y lo dejé sobre la cama. No pasaron ni cinco segundos cuando volví a mirarlo y un impulso me llevaba a querer desbloquearlo de nuevo, pero me contuve. Entonces suspiré mirando al frente, el armario en la pared, la silla de tres patas, la plasma apagada....

«No quiero sentirme sola» estaba pensando. «Desearía no estar aquí».

El día anterior había sido un carrusel emocional. Lindas emociones en la mañana, fuertes emociones una hora después y en el transcurso del día hasta que cayó la noche, nada; un limbo existencial. 

Después de llegar a casa luego de salir con vida de aquel barrio de latinos, bien Chloe ¿qué hiciste? Intenté recordar como si se tratara de una lista de tareas.

Decirle a mi padre lo del motociclista y ver en su mirada si se creía el cuento, fijarme si consideraba mis palabras ignorando la obvia hendidura con forma circular en la puerta producida por el palo de madera, además de la luz reventada sin evidencia de otra abolladura producida por algún choque. También fui a la cocina por un vaso de agua y luego de mirar por el umbral de la puerta hacia la sala y comprobar que estaba sola, abrir la llave del fregadero y sollozar un grito que me venía consumiendo desde hacía rato para luego subir a mi habitación.

Mirándome al espejo pensé en que faltaba más. También había cubierto a Darren, definitivamente una parte de mí sabía que no merecía el escarmiento que iba a recibir pero la verdad es que lo había echo por su padre, no por él.

Y entonces sí, luego en mi habitación; acostada de lado con la cobija arropándome hasta el cuello mientras mi cabeza descansaba sobre la almohada y miraba sin mirar hacia la ventana; había escuchado dos toques en la puerta y luego la voz de mi padre al entrar preguntándome si me encontraba bien.

Suspirando, había respondido que sí, y a pesar de que me advirtió que me dejaría descansar y que solo quería saber cómo me encontraba, pude percibir que también quería hablarme de otra cosa aunque en aquel momento no lo sacó a relucir. Y aquí estábamos, me debatía entre si salir o no hacerlo.

Al final terminé por desbloquear el teléfono y al ver la hora me di cuenta de que me había levantado más temprano que de costumbre. Bueno, es que tengo el sueño ligero, pero también tenia hambre y el no saber si mi padre se había creído la historia..., si por la noche se la pasó revisando el auto dentro del garaje, investigando junto a Brandon, mi padrino pero también su amigo de la policía o meditando en su oficina mientras tenia presente que su pequeña; ahora convertida en toda una mujercita, ya le había fallado en el pasado.

Y toda esa reflexión me llenaba de un miedo terrible que me provocó que: me levantara de la cama, diera vueltas sin sentidos por la habitación; me acercara a la puerta, sujetara la manija, volviera a soltarla, intentara escuchar a través de la madera; volviera a agarrar la jodida manija y respirara a fondo.

«Algún día vas a tener que verle la cara» pensé, «cuanto antes sea, mejor».

No encontré nada en el pasillo de las habitaciones cuando salí y cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido, tampoco vi a nadie al avanzar de puntillas, sacar medio cuerpo y observar detrás de una pared hacia las escaleras que bajaban a la sala.

Llegué de dos zancadas a las escaleras y sujetándome bien del pasamanos empecé a bajar los escalones con mucho cuidado sin apartar en ningún momento los ojos de la puerta de la habitación de mis padres que permanecía cerrada. Pero entonces cuando volví la mirada al frente me llevé el susto de mi vida y un segundo después con la mano sobre el pecho mientras me recuperaba, me encontré con Gloria mientras esta subía las escaleras.

Cargaba con un pañuelo azul en la mano derecha y en la izquierda un envase de spray limpiador de cristal. Fue la primera sonrisa genuina que me robaron aquella mañana y cuando la abracé a modo de saludo, me di cuenta de lo mucho que necesitaba aquel contacto.

Con el mentón descansando sobre su hombro aspiré su aroma a canela y vainilla mientras batallaba por no dejar escapar las lágrimas. Sentía el escozor en los ojos y un nudo en la garganta como si de repente fuera víctima de una enfermedad contagiosa, una enfermedad a la que no sabía ponerle nombre.

—Parece que amanecimos muy cariñosas hoy —dijo, y su pecho vibró al hablar—. Ya, ya despégate muchacha que ando un poco sudada. —Se excusó, ignorando que aquello de echo me gustaba aún más.

Me separé de ella volviendo a estar un escalón por encima. Ella a un lado y yo de pie en medio de unas escaleras que ascendían en una espirar abierta hasta la segunda planta donde aguardaba una ventana polvorienta en la habitación de mis padres o en la de invitados y cuyo propósito no era más que alejar a Gloria de mí.

Gloria, la que siempre buscaba lo divertido en las aburridas o a veces inquietantes noticias que muy a menudo pasaban en la tele de la cocina, comentarios que no se atrevía a murmurar mientras mi padre estuviera sentado en el comedor con una taza de café importado y el nuevo número de la Popular Hot Rodding en la mano; pero que luego (cuando yo quedaba sola en la mesa y tenía que vérmelas con las cinco lonjas de panqueques bañadas en miel), soltaba para animarme y hacerme atragantar con el jugo que estuviera bebiendo.

Darle un segundo abrazo podía advertirle que algo pasaba aunque era lo que yo quería, aún así no lo hice.

—¿Estás bien Chloe?

Su rostro adquirió ese matiz de preocupación tan particular, las cejas curvadas en un ángulo extraño y aquella mirada de ojos grandes y marrones como de cordero. Había empezado a volverme buena fingiendo mis expresiones y cuando curveé mis labios en una mueca de felicidad la vi sonreír de vuelta con un gesto deslumbrante.

Subió un escalón quedado a mi altura, y subiendo otro se detuvo y ahora estando detrás de mi, se giró para volver a verme.

—Te he subido el jugo al refrigerador porque aún no tenemos hielo, y en la mesa...

Vi aparecer la figura de mi padre en la antesala. Había salido de la cocina vestido con traje y corbata mientras mantenía el teléfono sostenido a la altura del pecho y escuchaba a alguien hablar por el altavoz. Yo no podía escuchar quién era desde el noveno escalón le veía pequeño, metido dentro de su traje entallado e incómodo, moviéndose en círculos como autómata; asintiendo o negando mientras escuchaba; pero entonces guardó el teléfono en el bolsillo interior del traje y al levantar la cabeza, nuestras miradas se encontraron antes de atravesar la sala desapareciendo por el pasillo rumbo a su pequeña oficina de la planta baja y en sus ojos la certeza de que teníamos una conversación pendiente.

Aún me rondaba aquella mirada por la mente cuando entré a la cocina y me encontré a mi madre de pie justo donde me había encontrado a Darren el día anterior.

Darren... En la noche me había acostado pensando en él pero al despertar, aunque aún me sentía como la mierda por lo que había pasado; había mantenido a raya todo aquello del nuevo mecánico y mi auto vuelto una porquería dentro del garaje.

Mi madre sostenía una bolsita de té verde que colgaba como el péndulo de un reloj sobre una taza de agua caliente que echaba humo. Vestida con blusa ejecutiva blanca de finas líneas azules, pantalón negro y calzada con zapatillas abiertas de tacón, en la encimera le esperaba su bolso de viaje. 

No me vio entrar cuando pasé bajo el umbral de la cocina, rodeé la encimera en la que ella apoyaba el teléfono que manipulaba con su dedo índice derecho; y aunque respondió a mi buenos días con un: «Si..., hmm, gracias Chloe», no despegó los ojos de la pantalla.

«Me gano la vida con mi teléfono». Me había dicho una vez luego de prohibirme usar el mío.

Viniendo de una blogger de moda aquella podía ser la respuesta fácil, la que yo debía aceptar y aunque mi padre se ganaba la suya sentado en una bonita oficina con vista a un enorme lago y de vez en cuando jugando al golf con sus nuevos socios de la casa club Green Town, al menos se había tomado la molestia y el tiempo de mirarme con desaprobación, evocando la vez que un Alex pasado de calentura me dejó en la puerta de casa a las dos de la madrugada.

Luego de aquello había tenido que andarme con mucho cuidado: limitarme a no salir con el grupo de locas de la universidad todos los fines de semana, evitar lo más posible las visitas de Victoria y Kristie y en cambio aceptar las de Laura, cuyo perfil pasaba más por el de una chica estudiosa y tranquila; justo a lo que yo quería aspirar.

Con veinte años y aún tenía que responder ante mi padre por todo, lo que se traducía en: Chloe echada sobre la cama, borrando conversaciones y archivos comprometedores de su teléfono y exigiendo menos de lo que realmente quería o a veces necesitaba. Todo con tal de que aquel desliz quedara enterrado en el pasado, y lo había logrado a medias hasta que un nuevo mecánico llegó y puso todo de cabeza.

Al sacar el jarrón de la nevera eché un buen poco de jugo dentro de un vaso de cristal que había cogido de la repisa y el líquido a la luz del sol que se colaba por las ventanas, parecía una cascada de aguas residuales como la que saldría de una mina.

Dejé la jarra de cristal sobre la encimera y miré el vaso cuyo remolino amarillo arrastraba una semilla y entonces me sentí identificada, pues la semilla así de pequeña como era; flotaba a la deriva arrastrada por la corriente.

Al llevarme el vaso a la boca di el primer trago sin dejar de ver la semilla que flotaba en el fondo. Y entonces se me apareció el rostro de mi madre que admiré a través del cristal, fue allí cuando cobré conciencia de que me miraba directamente.

Cuando dejé el vaso sobre la encimera creí escuchar que decía algo. Incrédula, me volví y miré con dirección al comedor esperando encontrarme con alguien; a mi padre sentado a la mesa con un tic nervioso en una pierna esperándome junto a los pancaques tapados dentro del envase plástico o quizás a la vecina haciendo señas con la mano desde el patio, pero nada; y eso me hizo volverme de nuevo hacia mi madre que ahora decía claramente con rostro de enfado:

—¿Me estás ignorando?

Preguntó en voz alta pero todavía sin soltar su teléfono. «¿Quién ignora a quién?» me pregunté en silencio llevándome otra vez el vaso a la boca.

Al contrario de otras mañanas en las que solo quería que me ignorara y me dejara en paz mientras yo rondaba de aquí para allá en la casa como Casper el espectro, esa mañana ansiaba el conflicto; mis intenciones buscaban cruzar las fronteras del fastidio y zarandear su mundo para que me prestara atención.

¿Sabia mi madre lo que le habían echo al auto? Era la pregunta que me hacía mientras me acercaba al comedor con el vaso en la mano. Mi madre aguardó en silencio, sentí su mirada clavada en mi nuca y cuando dejé el vaso sobre la mesa, arrastré la silla hacia atrás; me senté y volví a arrastrarla al frente; comprendí que no me equivocaba.

Con la taza sostenida a la altura de los labios soplaba su interior creando una oleada de vapor que salía y se dispersaba como si aquel aliento blanco saliera de su boca. Es una mujer fría, pero no lo suficiente como para crear aquel vaho..., y aunque por alguna razón esa mañana tardíamente intentaba ser amable, era demasiado narcisista como para exigir mi atención mientras ella solo empezaba a hablar de lo que menos me interesaba en aquel momento.

—¿Sabes? —intervino acercándose al comedor, dejó la taza sobre este.

La verdad es que no la miraba, con el tenedor en la mano derecha y el cuchillo sin punta en la izquierda lo hundía en la masa suave cortando pequeños triángulos que pinchaba con el tenedor y me llevaba a la boca.

—Dentro de varios meses empieza la semana de la moda, será la temporada de invierno y las chicas y yo estamos emocionadas, será mucho el trabajo sí, pero al contrario del año pasado... —Hizo una pausa y la escuché respirar agitada, su boca suspiró como reprimiendo un orgasmo y entonces frunció los labios y continuó—. Cuando esas del Fashion Toast nos ganaron la carrera, pero siento que en este..., conmigo a cargo y..., obviamente katty, iremos con todas.

Asentí en silencio con la cabeza levantada. En el interior de mi cráneo escuchaba el sonido de una trituradora de comida acallando su parloteo que resultaba inteligible solo a medias pero aunque ella lo supiera: lo cual debía deducir por mi expresión de placer absoluto al sentir la miel en mi paladar mientras mis ojos casi se cerraban en un estallido de extasis, estaba segura de que la mujer que me dio a luz a los dieciséis —la misma de la crisis de los treinta y tantos que en ese momento estaba en medio de la cocina—, no pararía de hablar hasta desahogarse y dejarme en claro que a pesar de mi, era exitosa.

La miré y sonreí mostrándole los dientes sin dejar de masticar. Me hervía la sangre y desde los casi dos metros que nos separaban me llegaba su peste a Light Blue de Dolce & Gabbana con la que al parecer se había bañado. Pero no me hizo caso cuando le sonreí, ni siquiera cuando levanté un trozo pinchado con el tenedor y le lamí la miel a la masa suave justo en frente de su cara.

Ella se encontraba ruborizada mientras con los ojos casi cerrados y alzados al techo, negó con una sonrisa antes de decir:

—Es tan emocionante..., es tan emocionante Chloe, deberías acompañarme, pasarte las vacaciones conmigo en Francia.

—Pero es que me importa muy poco ver cómo va vestida Meryl Street en la alfombra roja —dije, pero en seguida supe que no me había escuchado. 

—Sería encantador, tú y yo juzgando a todos esos grandes...

La noche anterior me había ido a la cama y me había arropado hasta los hombros mientras mi cuerpo temblaba. Aun estaba fresca como lechuga por la reciente ducha minutos antes, pero la razón de mis temblores repentinos no se debía a eso.

Creí que moriría, nunca me había asustado tanto en la vida. La facilidad con la que aquel sujeto fuera quien fuere golpeó el auto sin ser suyo..., sin pedir permiso..., sin avisar. Solo ¡pump! y ya, sin que yo pudiera hacer nada. Eso era lo que más me dolía.

Si cuando niña jugabas en el jardín y un nido de hormigas te picaba: te levantabas molesta, recogías tus muñecas, tus cacharros plásticos de cocina y te ibas corriendo de allí rascándote los brazos y las piernas. Pero sabias que podías volver donde ellas con una jarra de agua caliente y resolver todo; y aunque en este caso yo era la niña y ellos las hormigas, el agua caliente la tenían ellos.

Sentí que mis ojos empezaban a escocer, la humedad se hacía presente y todo lo que percibía se cristalizaba. Ansiaba el contacto de otra persona, volver a abrazar a Gloria y que me preguntara qué me pasaba pero sabía que en la mujer frente a mi, no hallaría tal cosa. Demasiado ocupada juzgando qué carajos vestía la gente mientras su hija se abrigaba en el desprecio y la decepción.

Cuando era más pequeña solía comer con los auriculares puestos, una tradición que se perdió por la misma frustración de llevarlos y tener que quitármelos cada vez que creía escucharla hablarme. Desde la mesa del comedor la veía parlotear con unos labios que se movían en una maratón y cuando me dejaba un oído libre para escuchar, porque sentía que sus ojos recaían en mí constantemente, era ella hablando sobre las decoraciones navideñas de los vecinos el año anterior, hablándo de sus amigas o sus planes; muchos de los cueles no me incluían, ni a papá.

Por lo tanto, en ese momento mientras comía mi desayuno; sabia que podía subir a mi habitación, organizar mis cosas, vestirme e irme a la universidad y al regresar en eso de las cuatro o las cinco; tenía la seguridad de que mi madre seguiría hablando.

Abrí mucho los ojos cuando de repente se sentó frente a mí en el comedor, aquello ya se salía de lo común. Toqueteaba en este con unas uñas que hacía poco habían pasado por la manicurista al igual que yo, de echo el mismo día. Luego dio un sorbo a su taza y volvió a dejarla junto a su teléfono, todo con una sonrisa que me indicaba que la conversación solitaria que mantenía y que poco me interesa, no acabaría pronto.

—¿Están buenos? —preguntó, inclinándose al frente.

Sin saber qué responder y mirándola desconfiada, extendí la mano hacia el vaso de jugo para bajar el engrudo que cargaba en la garganta.

—¿Hablas de los panqueques? —pregunté saboreándome los labios, mientras mi mente preparaba otra respuesta a su pregunta en caso de no tratarse de eso.

Si no se refería a lo que estaba comiendo lo más probable y ya que la conocía, era que estuviera hablando sobre algún actor; en cuyo caso en mi mente se aparecieron el rostro de Ian Somerhalder
Y Mathew Bomer.

—Los preparé yo —dijo, y sonrió esperando que le creyera.

Su mano derecha desató el cruce de brazos y cayó al frente en medio del comedor permaneciendo casi junto a la mía. La mantuvo allí dejándome ver el rosado saludable de su piel mientras yo la miraba indecisa, pareciéndome cada vez más una serpiente dormida que en cualquier momento se iba a despertar para atacarme.

Al ver que no se la tomé la levantó y rendida; la dejó sobre la mía, su pulgar me acarició la muñeca mientras su rostro mantenía aquella sonrisa empalagosa en los labios.

—Ya sé que no he estado mucho por casa, y...

Miré hacia el ventanal junto a nosotras, el gran ventanal con vista al patio. Un pájaro, dos pájaros, una mariposa; que no estaban pero me los imaginé. Después de unos segundos los cuales conté: doce, trece, volvió a acariciarme la mano para atraer de nuevo mi atención.

—...Y es que mientras estaba en la caja de Waitrose vi uno de esos paquetitos de maní que son ¡Dios! una ricura..., me acordó a cuando..., no sé si aún lo recuerdas Chloe, pero cuando íbamos al club de tu padre y en el camino tú pedías esos paquetes de...

A la mente me llegó el instante, no el día ni la hora sino el instante en que una niña llamada Chloe con apenas siete años había recibido una golpiza por parte de su madre de veintitrés años.

Una estudiante de turismo en la universidad de Chester cuyo trabajo de costurera en una tienda de ropa y su carrera con fines de ser profesional pugnaban por ser su mayor estrés del día, y en medio de aquella mezcla inflamable una niña de siete años rogando por su atención mientras le halaba de la falda a la vez que apuntaba algo en la televisión.

No vio el rostro de su madre cuando ésta se dio la vuelta. Su mano se había adelantado pegándole una fuerte bofetada que recibió en todo el lado izquierdo del rostro marcándole los cinco dedos rojos en la piel, rompiéndole el interior de la mejilla y tirándola al piso.

El resto de la tarde se trató de un programa diferente. La niña sentada con una bolsa de hielo en todo su lado izquierdo del rostro mientras su madre en medio del salón protagonizaba una nueva sitcom: “Una chiflada madre adolescente” siendo Johanna Mckenzie el casting principal.

Ataviada con delantal y pañoleta roja, andando jorobada y haciendo muecas por el salón; ruidos de pedos, maullidos como de cerdos; mientras la niña reía y se carcajeaba como loca desde la alfombra, olvidándose del dolor y de toda la furia que había sentido minutos antes.

El escozor en los ojos cada vez volvía a hacerse más intenso. 

Había leído un libro de psicología durante la preparatoria y a pesar de que ya no recordaba el título o el tema principal que trataba, una frase se me había grabado a fuego; decía como que las personas no siempre hacen lo que que dicen que deben hacer. Y era verdad, podías plantearte la idea de por ejemplo: “Hacer todas tus tareas pendientes”, “no salir de fiesta el fin de semana” y “evitar juntarte con la parrandera de la universidad” y el domingo en la noche cuando eres consciente te das cuenta de que no hiciste tus tareas, te vista con la parrandera de la universidad y las dos se fueron de fiesta todo el fin de semana.

Ahora, esa misma niña trece año más adulta podía jurarse que odiaba a su madre y en un intento de venganza ignorarla. Pero en el fondo, solo hacía falta que ésta le prestara algo de atención para que sus barreras cedieran sin que pudiera evitarlo.

—¿Qué te parece?, ¿puedo ser blanda con él?.

Los panqueques pasaron a un segundo plano mientras ahora con el teléfono de mi madre en las manos (lo último de Apple pero más caliente que el demonio), veía una foto de Orlando Bloom posando junto a Katy Perry delante de un cartel de Amazon Prime Video Vestido con..., ¿qué era lo que llevaba puesto?.

«Traje de Tom Ford en color azul, una camisa blanca y una corbata tricot en azul noche, todo combinado con unos zapatos modelo Oxford», me recordó ella y tras aquello volvió a repetir la pregunta.

—¿Qué te parece?

Su pregunta me agarraba en bragas, y alzando las cejas en una expresión de indecisión exasperada, le pasé de nuevo el teléfono.

—Pues yo la verdad es que no.... —Negué con la cabeza—. Ni idea de qué opinar, no tengo nada. 

Respondió la chica cuyo outfit oficial no eran más que pantalones jeans cortos y alguna camiseta holgada de alguna marca deportiva cualquiera.
Aunque lo que en verdad quería decir era: ¿por qué a las personas les encanta juzgar a los demás? ¿No basta ya con juzgar sus trabajos actuando? ¿También hay que juzgar lo que vistan, como si aquello fuera un complemento más de su trabajo como actores o cantantes?

—No veo por qué debería importarnos que vista de Gucci o Calvin klein —añadí ante su silencio.

—Klain —Me corrigió, soltando su propio suspiro de exasperación—. Y la ropa Chloe, aunque no lo creas es una forma de presentarnos al mundo. Puedes presentarte en fachas o puedes por el contrario; hacerlo mostrando la mejor versión de ti misma.

Aquel comentario me mareó transportándome a una distopia donde todos vestían de una sola marca global: Eternity, y le rendían tributo a un viejo suéter en un altar esperando la llegada de su salvador en una nave parecida a un zapato Ferrgamo gigante.

—Si bueno. —Me recliné en el respaldo de la silla—. No es como si actuara tan bien y enterró a ElizabethTown —dije, cogí el tenedor del plato y entonces apuntándola, agregué—: Y por eso creo que también deberías enterrarlo.

Aliviada por alguna razón bajé la mirada al plato donde el último panqueque presentaba tres mordidas a los bordes y nada más. Procedí a cortarlo en pequeños trocitos pero de pronto escuché algo extraño, una risa.

En un principio permanecí mirándola con fascinación traumatizada mientras su cara se ponía cada vez mucho más roja, y en medio de negaciones intentaba en vano cubrirse la boca.
Entonces sin poder explicarlo también empecé a reír sin motivo, pero sintiendo como algo dentro de mi se despejaba y me invadía una calidez que suplantaba algo frío. Comprendí que todavía recordaba la última película que habíamos visto juntas sentadas en el mueble de la sala: ElizabethTown y ese echo hizo que mi mente empezara a construir un comentario, una idea que se abría camino con fuerza y que deseaba compartirle; pero para hacerlo necesitaba tener toda su atención así que esperé.

—Lo siento. —La escuché decir aún entre risas y yo también aún reía como tonta viéndola pasarse una mano por el rostro. Luego resopló y respiró profundo como infundiéndose calma antes de tomar su taza de té entre las manos.

Me guiñó un ojo por encima del borde de la taza y yo asentí.

—¿Sabes? Estaba recordando la última vez que los tres fuimos al cine —empecé a decir mirando distraída por la ventana—. El Cinema Palace estará este mes proyectando algunos clásicos exitosos, y bueno, no me imagino como puede verse hoy en día una trilogía del señor de los anillos, la tecnología está más avanzada y quizás... —Me interrumpí cuando la escuché toser.

Dejó la taza en la mesa y robándome una de las servilletas que tenía junto al plato se secó la humedad de los labios con toquecitos suaves.

—¿Hoy amaneció más temprano? —preguntó, mirando hacia la ventana junto a nosotras.

En sus ojos verdes vi reflejado el extenso jardín que yo había estado mirando, su voz me pareció agitada.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

Miré por la ventana sin saber qué buscar y entonces volví a mirarla, sus dedos arrugaban con nerviosismo el papel de servilleta.

—Mira el sol —dijo—, está muy claro ¿verdad?.

—Pues no... —empecé otra vez y me detuve cuando la vi apurar la taza de té y al dejarla sobre la mesa, robarme otra de las servilletas del paquete junto a mi plato.

Me incliné al frente.

—Bueno, como te decía, el cinema...

Aún sin mirarme arrugó la segunda servilleta y una mano subió a su cabeza tocando con suavidad su cabello para no despeinarlo. Un rubio auténtico amarrado con firmeza en una coleta que se palpó, llevando parte del inexistente frizz hacia atrás.

—¿Me dices la hora? Chloe.

Recostándome de nuevo en el respaldo de la silla agarré su teléfono que descansaba junto a mi plato y al levantarlo la pantalla encendió automáticamente y pude ver la hora superpuesta a una foto de ella sola chapoteando a orillas de la playa: 9:17 AM, pude leer y dudando, le pasé el teléfono.

Sus ojos se ensancharon cuando lo sostuvo en la mano y le dio la vuelta viendo lo mismo que yo y de repente se impulsó hacia atrás en la silla como si ésta le hubiera quemado el trasero.

—Pero mira lo tarde que es, ¿cómo pude tar...? ¡Dios! Y es que ni siquiera tendré tiempo para pasar por el banco —dijo, y recogió el bolso que había dejado en una tercera silla de la mesa y guardó su teléfono.

Sin levantar la cabeza pinché una y otra vez la masa sobrante en el plato hasta volverla un picadillo. De fondo escuché el click del broche en su bolso, y luego la voz de ella al decir:

—Pórtate bien y dale un beso a mami.

Su voz me llegó desde alguna parte al igual que su mareante perfume cuando rodeó la mesa y se acercó a mi, sostuvo la cartera contra su costado cuando se inclinó al frente y pegó su mejilla a la mía al tiempo que exclamaba un sonoro ¡Muack! Que yo recibí en silencio antes de verla dirigirse hacia la puerta de la cocina.

Y como siempre, allá iba. La señora Mckenzie y su misión de salvar al mundo..., de la ropa mal entallada y estampados de rosas.

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