Detrás de las Puertas ©

By csolisautora

3.1K 264 39

Maya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre... More

Prefacio
Capítulo 1 - Dolencias
Capítulo 2 - Sugerencia
Capítulo 3 - Pases
Capítulo 4 - Compañero
Capítulo 5 - Glamour
Capítulo 6 - Visita
Capítulo 7 - Filtro
Capítulo 8 - Prohibidos
Capítulo 9 - Pólvora
Capítulo 10 - Androstenona
Capítulo 11 - Single
Capítulo 12 - Disgusto
Capítulo 13 - Solución
Capítulo 15 - Castigo
Capítulo 16 - Aliada
Capítulo 17 - Dispuestas
Capítulo 18 - Seducción
Capítulo 19 - Escapada
Capítulo 20 - Rastreo
Capítulo 21 - Contención
Capítulo 22 - Complicidad
Capítulo 23 - Reservación
Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)
Capítulo 24 - Dualidad (Segunda parte)
Capítulo 25 - Cuidadosos
Capítulo 26 - Importancia
Capítulo 27 - Control
Capítulo 28 - Alivio
Capítulo 29 - Doble
Capítulo 30 - Revancha
Capítulo 31 - Destrucción

Capítulo 14 - Extraordinaria

107 9 2
By csolisautora

Alisha nos envió dos semanas atrás la invitación para la fiesta de cumpleaños de Ian, su hijo menor.

Casi olvido que será este sábado.

Por suerte me encargué de enviar cuatro obsequios de la mesa de regalos que compartieron en la llamativa invitación.

Victoria y Valentina se han negado a ir a fiestas infantiles desde el año pasado, pero entre sus castigos tienen el de asistir sin excusa a esta.

A decir verdad, yo tampoco tengo ánimos. Las fiestas de mi hermana son tan ostentosas y se la pasa presumiendo todos los dotes artísticos de sus hijos. Ella arma toda una organización para que los tres participen. Termino hastiada de tanto escuchar cómo tocan instrumentos, declaman o cantan canciones.

Su casa es más grande que la mía, y mi hermana se dedica a mostrarme cada mínimo cambio que le hace.

A mis padres les gusta vernos "unidas", por eso trato de tener una convivencia sana y nada más. Entre nosotras existe esa complicidad que sí tienen Vitoria y Valentina.

De camino a la fiesta me dirijo a mis hijas:

—O quitan esa cara o no tendrán internet una semana.

—¿Cuándo nos vas a devolver las tablets? —pregunta Victoria.

—Cuando yo lo decida. Confórmense con tener los celulares dos horas al día.

Ambas se quejan.

No me importa. Tengo que mantenerme firme en las decisiones que tuvimos que tomar su padre y yo. Entre ellas hay varias restricciones y condiciones que deben cumplir.

Llegamos una hora más tarde. Mientras menos tiempo pase allí, mejor.

La propia Alisha nos recibe en el patio trasero. Lleva puesto un vestido largo floreado color amarillo. Su pequeño hijo luce un bonito conjunto de trajecito azul.

Hay ahí más de treinta mesas adornadas. Varias ya están llenas.

Mi hermana extiende sus brazos y me atrapa.

Es raro que haga eso, suele ser más distante conmigo. Se siente como tener amenazantes tentáculos alrededor.

—Bienvenidos. —Les sonríe a mis hijas—. Están preciosas, sobrinas.

Aaron, su esposo, también nos saluda animado. Otra rareza más.

—En la mesa de dulces hay fuentes de chocolate. —Señala con su dedo.

Sigo la dirección que apunta y descubro una larga mesa con bastos postres y tres fuentes grandes donde fluye el delicioso líquido café.

—Ya las vi —comento.

Mis hijas se van directo hacia allá. Después de todo, apenas están terminando la infancia.

Mientras no salgan de mi vista, está bien.

—¿Y Benjamín? —me pregunta mi hermana de manera discreta—. ¿Siguen peleados?

—Le salió un compromiso de último minuto —digo solo para desviar el tema. No me interesa contarle más de mi vida privada.

—Al menos es comprometido con su trabajo. —Alisha suspira—. ¡Ay!, lo bueno que mi esposo sí es fiel —lo dice aliviada—. Yo me volvería loca si lo encontrara como lo encontraste.

Una vez más, sale a relucir la parte que tanto aborrezco de mi hermana mayor.

—Tienes suerte.

Ella sonríe.

—Lo sé.

Apenas voy llegando y ya me quiero ir.

De pronto, alguien sujeta mi brazo.

—¡Amiga! —Se trata de Cecilia—. ¿Ya te sientes mejor?

—Más o menos.

A pesar de que Ceci y Darío no tienen hijos y no son cercanos, Alisha los considera en todos sus festejos.

Debí recordármelo.

Seguro está molesta por haberla evitado cuando no tuvo nada que ver en lo sucedido.

—Te pegó duro la enfermedad —continúa Ceci.

—Mucho —respondo a secas.

Me encuentro desanimada e incluso siento un dolor leve de cabeza.

—Siéntate conmigo. Darío fue a ver a un cliente y todavía no llega. Acompáñame. Pedí una margarita.

Giro a ver a mi hermana.

—Adelante —me dice ella—. Yo voy a seguir recibiendo a los invitados.

Observo a mi alrededor. Hay distribuidos cientos de globos de helio con estampados de carritos y aviones. Dividieron el patio en áreas temáticas con carpas. En una tienen casitas montadas, en otra están los juegos mecánicos, y en otra pusieron grandes inflables blancos con toboganes y albercas de pelotas.

Tres bellas princesas entretienen a los niños. Los payasos hacen globos con formas. Las máquinas de palomitas y de algodones funcionan sin parar. Es un oasis de diversión para los niños.

Llegamos a la mesa que le toca a Cecilia.

Desde ahí puedo ver a mis hijas. Siguen concentradas en los postres.

—Te perdiste el show de títeres —me dice mi amiga después de sentarse. Cruza las piernas. Con la falda blanca que lleva puesta se acentúa su sensualidad nata.

Río bajito.

—Suerte para mí.

Ceci me observa y posa su mano sobre la mía.

—Te extrañé.

—Yo también, pero preferí no contagiar a nadie.

—Me da gusto que te repusieras. —De pronto, acerca su rostro hacia mi oído—. Tengo que agradecerte lo que hiciste por mí. Héctor me contó todo. No te lo dije por teléfono por precaución.

La música infantil es lo bastante ruidosa como para evitar que alguien más nos escuche.

—¿Cómo te fue?

Mi amiga esboza una sonrisa contagiosa.

—¡Es buenísimo! No te equivocaste. Sabe moverlo super bien, quedé fascinada. Te debo una.

—No pensaba dejarte con las ganas después del bochornoso error aquel.

—Eso está más que olvidado. —Hace un ademán que simula borrar algo en el aire.

—¿Cómo te deshiciste de Darío? —Tengo la curiosidad de saberlo.

—Ah, fue fácil. Convencí a dos singles para que se fueran con él —dice tan tranquila.

—¿Dos? —necesito confirmarlo. En realidad, espero haberme confundido.

—Sí, dos —confirma—. Ningún hombre se resiste a algo así.

Primero Darío no parecía convencido, y ahora resulta que hasta hace tríos.

—Si no me lo cuentas tú misma, no lo creería.

El mesero lleva la margarita. Aprovecho para pedirle una igual.

En cuanto se va, Cecilia retoma la conversación:

—Y tú ¿qué tal la pasaste? No me digas que otra vez te tocó un Manuelín.

—No, no... —vacilo. El nefasto recuerdo comienza a atormentarme—. Estuvo bien... —Trato de parecer controlada, de que ella no se dé cuenta de mi pena, pero necesito desahogarme con alguien o terminaré gritándolo—: Benjamín se metió con Mabel.

Cecilia se queda anonada.

—¡¿Qué?! —pregunta incrédula.

Asiento lento con la cabeza.

—Los vi en uno de los jacuzzis.

Pongo todo mi empeño en evitar que se me escapen las lágrimas.

—¡Desgraciada! —dice Ceci como un gruñido—. Si yo bien que lo sabía, es una hipócrita con su vocecita chillona. "Ay, amiguita hermosa". "Te quiero tanto". —La imita—. Yo que tú me cogía a su marido para que se le quite lo desvergonzada.

El último comentario me toma desprevenida.

—¡¿A Sergio?!

—Sí, ¿por qué no?

—Es que es un tipo... —medito un instante—. No sé...

—¡Ay, ya! Ni que fuera un monstruo. —Mi amiga se aferra a mi brazo. Tiene la cara contraída—. Si esa zorra no tuvo problema en meterse con Benjamín, hazle lo mismo.

—Dudo que le importe —rebato—. Ella le da permiso para hacer lo que se le antoje y con quien se le antoje.

Ceci truena la boca.

—No estés tan convencida. Su seguridad puede ser tan fraudulenta como su pinta de buena persona. Además, eso tampoco le caería en gracia a tu marido. O lo otro es que mandes a que les den un buen susto. Conozco a un amigo que conoce a alguien...

—¡No! —la interrumpo enseguida—. Qué miedo, amiga, eso no.

Ella me observa seria. Ya no está bromeando:

—Entonces, déjate llevar por el fuego gaucho. Que los dos se enteren de que te lo vas a llevar de intercambio. Sedúcelo enfrente de su esposa, y de Benjamín. Veremos si de verdad no les importa.

Me quedo con la respuesta negativa en los labios. No estoy del todo convencida de decirle que en definitiva no es una posibilidad.

Traen mi margarita.

Es en ese momento cuando anuncian que dará inicio la demostración de habilidades de los hijos de mi hermana. Debemos guardar silencio.

—Le diré al mesero que traiga una jarra —digo más para mí que para mi amiga—. Hay mucho que soportar.

Llegamos a casa por la noche. Lo primero que hago después de acostarme es entrar a Instagram. En el buscador escribo "Sergio Ferrero". Su perfil sale enseguida gracias a los seguidores que tenemos en común. No lo tiene privado, por eso, puedo revisar sus publicaciones.

Aun ahí parece tan pretencioso.

Tiene fotos en el gimnasio; esas son tan básicas. Fotos de su comida. Fotos en la playa. En Argentina... En unas está solo, en otras con su esposa, y en otras más con su hijo. Se parece a él más que a Mabel. Tiene el mismo cabello y la forma de la quijada. Cualquiera pensaría que se trata de una familia de clase alta común. Saben esconder bien sus prácticas de fines de semana.

Fotografía tras fotografía confirmo que el hombre tiene "algo". Es irritante y atrayente al mismo tiempo.

Sin que me dé cuenta, paso más de una hora inspeccionando su perfil. Mabel le deja mensajitos amorosos en las publicaciones, pero él no se las responde.

Me detengo en una imagen donde ellos dos están abrazados. Sostienen unas copas en lo que parece ser su festejo de Año Nuevo. Se ven tan felices.

«Ya se te borrará la sonrisa, desgraciada», digo en voz alta.

Ceci tiene ideas maquiavélicas que a veces me son de ayuda. Esta es una de esas veces.

¡Sí! Sergio Ferrero será mi intercambio, y su dulce y amorosa esposa lo verá.

El domingo en la mañana salgo hacia la casa de Mabel.

Sé que ella fue al spa porque me invitó a acompañarla.

Le dije que estaría ocupada.

Una vez ahí, le aviso a la empleada que el señor Ferrero me espera. Como ya he ido en varias ocasiones y Mabel le indicó que era alguien de confianza, deja que pase, no sin antes avisarme que el señor está en su oficina desde las siete.

Giro despacio el picaporte.

Encuentro a Sergio sentado en la silla de su escritorio. Lleva puestos unos lentes y parece concentrado en lo que escribe.

Me acerco con las zapatillas chocando fuerte contra el suelo.

Tuve el cuidado de ponerme un vestido rojo corto con un escote pronunciado y escogí un perfume que, según la etiqueta, tiene feromonas.

Él levanta la mirada en cuanto me oye.

Contoneo más las caderas.

—¡Maya! —Sergio deja caer la pluma con la que hacía sus anotaciones.

—Señor Ferrero, ¿puede darme unos valiosos minutos de su tiempo?

Por un instante, sus ojos se iluminan.

Portándome confiada, corro las cortinas para que el sol se filtre lo menos posible.

Crear ambiente es importante.

—Por supuesto. —Señala hacia la silla donde en otras ocasiones estuve sentada.

La paso de largo.

El corazón se me va acelerando cuando estoy por llegar hasta donde está.

Decido sentarme en el borde del escritorio. Frente a él, cruzo lento las piernas. Imito como lo hace Cecilia.

Quiero que se entere de que no llevo ropa interior puesta.

—Hay una cosita que tengo que contarte —lo pronuncio con la voz más provocativa posible.

La vista de Sergio va y viene desde mis zapatillas hasta mi rostro.

—Dime —me dice, y noto en su voz un atisbo de agitación.

—Desde hace días que sueño contigo. Cada noche, sin falta. —Muevo un poco las rodillas.

Él toca una de mis pantorrillas.

Yo deslizo una mano por su mejilla, se la acaricio.

—¿Qué sueñas? —busca saber.

Sin responderle, me inclino hacia adelante.

Acorto poco a poco la distancia, hasta que rozo sus labios con los míos. Es apenas un beso suave, pero el calor y la electricidad fluyen entre los dos, lo sé, lo siento.

—Tú me gustas y sé que te gusto. —Recorro con la yema de mis dedos los bordes de sus labios—. Te mueres por tenerme.

Le doy otro beso. Este se prolonga más.

No hay un rechazo de su parte, eso me permite continuar.

Sabe bien, mejor de lo que supuse. Besa rico, no hay duda.

Con la respiración entrecortada, suelto la propuesta:

—Vamos a tu recámara.

Sergio se frena y me hace retroceder con ambas manos sobre mis hombros.

—Así no es, Maya —dice directo—. Tal vez parezca que no respeto a mi mujer, pero jamás la he engañado, y menos en nuestra casa. Conoces las reglas. Si querés que estemos juntos, debe ser tal y como ya sabes. Nuestras parejas tienen que dar su consentimiento, de lo contrario, se consideraría infidelidad.

Hago un puchero.

—Es una lástima que falte una semana. —Bajo de un brinquito del escritorio.

Él me mira enternecido y se levanta.

—Paciencia, flaca. —Soba una de mis nalgas sobre la ropa—. Lo bueno se toma su tiempo. —Me da un golpe firme.

Eso logra estremecerme de verdad.

Salgo de la oficina con una confusión evidente.

Ni siquiera llego a mi casa, cuando recibo un mensaje de Sergio:

Reunión extraordinaria este lunes a las 6:00 p.m.

Solo se aceptarán a las primeras diez parejas que confirmen asistencia.

No singles. Vestimenta libre.

¡Sí! Funcionó. Sabía que caería fácil. Tengo al esposo de Mabel justo donde quiero y cómo quiero. No se me va a escapar.

Continue Reading

You'll Also Like

1.3K 63 8
ℌ𝔬𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔯𝔦𝔫̃𝔬~♥︎ 𝔢𝔰𝔱𝔞𝔰 𝔠𝔞𝔫𝔰𝔞𝔡𝔞 𝔡𝔢 𝔮𝔲𝔢 𝔣𝔦𝔳𝔢 𝔥𝔞𝔯𝔤𝔯𝔢𝔢𝔳𝔢𝔰 𝔰𝔬𝔩𝔬 𝔰𝔢𝔞 𝔩𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔢𝔧𝔞 "𝔩𝔦𝔫𝔡𝔞", "𝔦𝔡𝔢�...
47.2K 6.2K 36
Admirada por otros y envidiada por más, con una vida llena de tragedias, lujos y perdidas, la reina de Obsidiana logro convertir a su reino en "La ti...
2.6K 122 6
Ethan Spencer... Tan sólo su nombre representaba peligro. El mafioso más respetado de Los Ángeles, se topa con Isabel Harrison en un bar, aquella...
83.8K 12.7K 32
★COMPLETA★ Puedo sentir lo mismo que siente el rey del Averno al ver a su amada partir... Desde que aquella flor se marchitó, no he vuelto a ser el...