Detrás de las Puertas ©

By csolisautora

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Maya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre... More

Prefacio
Capítulo 1 - Dolencias
Capítulo 2 - Sugerencia
Capítulo 3 - Pases
Capítulo 4 - Compañero
Capítulo 5 - Glamour
Capítulo 6 - Visita
Capítulo 7 - Filtro
Capítulo 8 - Prohibidos
Capítulo 9 - Pólvora
Capítulo 10 - Androstenona
Capítulo 11 - Single
Capítulo 12 - Disgusto
Capítulo 14 - Extraordinaria
Capítulo 15 - Castigo
Capítulo 16 - Aliada
Capítulo 17 - Dispuestas
Capítulo 18 - Seducción
Capítulo 19 - Escapada
Capítulo 20 - Rastreo
Capítulo 21 - Contención
Capítulo 22 - Complicidad
Capítulo 23 - Reservación
Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)
Capítulo 24 - Dualidad (Segunda parte)
Capítulo 25 - Cuidadosos
Capítulo 26 - Importancia
Capítulo 27 - Control
Capítulo 28 - Alivio
Capítulo 29 - Doble
Capítulo 30 - Revancha
Capítulo 31 - Destrucción

Capítulo 13 - Solución

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By csolisautora

Estoy tan cansada y llena de rabia. Tengo los ojos ardiéndome por el llanto que no se detiene desde anoche. El silencio en la habitación solo es interrumpido por el "tic tac" del maldito reloj de la mesa de noche que era de Benjamín. No sé por qué no lo he quitado. Desde que él lo puso lo odié por lo molesto que es, pero no se lo dije. Hay cosas que las personas soportan con tal de que el otro esté bien.

El tiempo corre más rápido desde que descubrí la traición. Ese sonido me recuerda que estoy envejeciendo y que el cuento de "felices por siempre" es tan falso como las disculpas de mi querido esposo.

En pocos años cumpliré cuarenta. ¿Encontraré otro amor fiel a esa edad? ¿Existen amores fieles hoy en día? En realidad, ¿qué es la fidelidad?

El rostro de Benjamín mostraba arrepentimiento, ¡se lo creí!, estuve a punto de caer. ¡Soy tan estúpida!

Por supuesto que no me quedé a ver cómo tenía sexo con mi amiga, sería un recuerdo imposible de borrar. Tampoco tuve el valor de interrumpirlos. Eso me dejaría mal parada en el reservado mundo en el que me he colado silenciosa.

Después de obtener las ganas de levantarme de la cama, me observo en el espejo del tocador. Mi maquillaje se ha corrido. Es hora de quitarlo y seguir mi día. Tengo que ir por las gemelas, se los prometí, y quiero volver a encerrarme para no toparme a ese infeliz. Desconozco cuándo regresó. Él ni siquiera tuvo el cuidado de preguntarme cómo volví a casa. Es claro que no le intereso ni un poco. Es una suerte que sigamos en habitaciones separadas.

Mientras me limpio con la esponja, las lágrimas vuelven a salir. ¡Debo parar! Lucho por contener el torrente de emociones que amenaza con hundirme en una profunda e innecesaria depresión, pero ¿cómo se continúa viviendo con un hueco en el pecho? El estar así de herida te hace sentir liviana, te debilita hasta las plantas de los pies.

La chispa de redención que existía se apagó en el preciso instante donde los vi juntos. Mabel no prometió no tocar a mi esposo, pero jamás imaginé que se atrevería a hacerlo, y mucho menos en la segunda reunión.

El sábado y domingo transcurren como lejanos para mí. Estoy, pero no estoy.

Mis hijas hablan a mi alrededor, pero en realidad no les presto atención.

Evito a Ceci a pesar de sus insistentes llamadas y mensajes.

Evito a mis padres. Evito a Benjamín. Evito el gimnasio, el cafecito, las compras. Evito la vida que hay afuera de mi oscura habitación.

Doña Yolanda tiene la instrucción de decirle a cualquiera que venga que estoy enferma y aislada por indicaciones del médico. La reciente pandemia me lo enseñó. Eso siempre los asusta y prefieren no molestar.

Ni siquiera sé cómo pasaron cinco días, pero en ninguno salí ni siquiera de paseo, hasta que una llamada de la escuela de mis niñas me obligó a levantarme.

La directora pide hablar conmigo y con Benjamín.

Es preocupante porque es la primera vez que recibo este tipo de avisos. ¿Qué estará pasando con las gemelas?

Por supuesto que no le pienso dirigir la palabra a Benjamín. Lo desbloqué del celular solo para enviarle un mensaje con la información de la cita.

Él toca mi puerta en cuanto llega a casa, pero no le abrí.

Estoy dolida, lo reconozco. No hay justificación alguna para lo que hizo. Sé que dirá que yo misma lo llevé y le di mi permiso, pero ¡se trata de mi amiga! De tantas mujeres que había esa noche, tuvo que escogerla a ella. ¿Por qué? Sigo sin entenderlo.

El jueves temprano salgo con Héctor y las gemelas hacia la escuela.

Benjamín va en otro coche.

A pesar de mi insistencia y la de su padre, ellas se niegan a confesar el motivo por el cual fuimos llamados. Solo escuchan los regaños, pero no sale de sus bocas ninguna palabra. En algo nos parecemos, somos igual de tercas.

El colegio donde están inscritas desde pequeñas es extenso. Tienen desde el preescolar hasta el nivel medio-superior dentro del mismo plantel.

Durante el trayecto se alcanzan a ver las canchas de futbol, basquetbol, voleibol, frontenis, la larga alberca de natación y áreas verdes bien cuidadas.

Me gusta el estilo afrancesado que usaron en la edificación.

Las gemelas se van a sus clases y nosotros nos dirigimos hasta el edificio donde está la dirección.

Héctor me esperará en el estacionamiento cercano.

Durante el camino, Benjamín pretende estar a mi lado, pero me alejo enseguida. Ni siquiera le dirijo la mirada.

La secretaria que nos recibe nos pide pasar enseguida.

La oficina de la directora es elegante, demasiado. La mensualidad del colegio lo justifica, pero creo innecesario tener esculturas exportadas desde Europa, o las grandes pinturas que adornan las paredes.

La directora Amandine es francesa de nacimiento, pero habla siete idiomas y su español es impecable. Incluso no se le nota tanto el acento. Eso debería aprender Sergio, se nota que le cuesta mucho hablar con español neutro.

«¡¿Por qué estoy pensando en ese pendejo?!», me reclamo.

Nos sentamos en las sillas cómodas y amplias que están allí.

La directora tendrá más de cincuenta años, pero conversa una figura delgada y un cabello envidiable.

Ella lee seria una hoja que tiene sobre su escritorio de cristal.

En cuanto termina, levanta el rostro.

—Los cité para hablar sobre sus hijas. Como saben, Valentina y Victoria son estudiantes con un historial académico impecable. Valentina es de nuestras alumnas destacadas y es la presidenta del club de robótica. Victoria tiene comentarios positivos de parte del profesor de fútbol. —Suspira pensativa—. Sabemos que esta etapa en la que ellas se encuentran es complicada, pero díganme, ¿están teniendo alguna situación en casa?

Su cuestionamiento me incomoda a pesar de que lo hace con voz cálida. No debería importarle lo que sucede fuera del horario escolar.

—¿Cómo qué situación? —pregunto osca.

La directora no pierde su compostura.

—Problemas de cualquier tipo. —Reposa ambos brazos sobre el escritorio—. Necesitamos comprender por qué están teniendo repentinos cambios de comportamiento. Las dos presentan faltas en varias clases, y Valentina no está yendo a las reuniones del club. —En ese momento, nos acerca dos hojas.

Son los reportes de las faltas. Las tachas rojas son más de las que imaginé.

De reojo noto que Benjamín se ha molestado. Lo sé porque se le arruga la frente.

—¿Por qué no fuimos avisados de esto? Pagamos miles de pesos mensuales, lo que espero es que estén atentos a este tipo de cosas. —Lanza de vuelta la hoja de mala gana.

—Señor Montes, comprendo su molestia, pero no lo reportamos antes porque las dos trajeron recetas médicas para justificar cada falta. —Se nota preocupada de verdad—. En cuanto lo detectamos los llamamos. La falsificación no es bien vista en ninguna institución escolar. Según el reglamento, ameritan la expulsión.

¡No, eso sí que no!

—¡Dios! —intervengo sin pensarlo—. Sí tenemos una situación. Es... complicado.

—Pero ya lo estamos solucionando —agrega Benjamín.

La directora mueve la cabeza de arriba abajo.

—Comprendo. Aquí sus hijas van a recibir atención con la psicóloga durante seis meses. Es un requisito para que permanezcan como estudiantes. —De uno de los cajones del archivero pequeño que tiene a su derecha saca unas tarjetas—. Si me lo permiten, les voy a recomendar a una terapeuta para ustedes. Es de las mejores que conozco.

Es tan incómodo lo que pasa que recibo la tarjeta de inmediato.

—Se agradezco, directora.

—Por esta ocasión voy a solicitar que no se les dé de baja, pero les informo que, si reinciden, serán expulsadas.

Benjamín se levanta y yo lo imito.

—Le garantizo que no será así. —Él le da la mano y luego se gira hacia la puerta.

—Tengan un buen día —dice la directora—. Señora Rivera, salúdeme a sus padres.

Amandine los conoce, incluso ha comido en su casa. Alisha y yo estudiamos ahí el bachillerato por recomendación de una buena amiga de mi madre. En ese tiempo sus padres todavía eran los directivos y ella era profesora de francés. ¡Es tan penoso que se haya enterado de mis problemas maritales!

—Lo haré —respondo, pero sigo sin ser capaz de verla a la cara—. Gracias.

Enseguida voy detrás de Benjamín.

Él camina rápido. Se encuentra en serio enojado. La pregunta que me hago es ¿con quién lo está?

Llegamos al estacionamiento. Ubico a Héctor. Está fumándose un cigarrillo, recargado en el carro.

Benjamín se interpone antes de que avance hacia allá.

—¿Y ahora qué te traes? —me cuestiona. Tiene los ojos irritados y la nariz roja—. ¿Por qué estás enojada? Pensé que íbamos mejorando.

Trata de sujetarme del brazo, pero retrocedo.

—¿Ya lo estamos solucionando? —le recrimino la afirmación que le hizo a la directora.

—Sí... ¿no? —suena confundido.

—No sé. Estamos afectando a las niñas. —Manoteo—. Mira a lo que han llegado.

De nuevo él trata de tener un acercamiento y esta vez pretende abrazarme.

Sí que lo necesito. Me hiere que mis hijas reaccionen así ante nuestra "separación". A pesar de la necesidad, alzo las manos para detenerlo.

—Vayamos con esa terapeuta, cariño —ofrece—. Vámonos de viaje como en los viejos tiempos. Deja de alejarte de mí...

Lo interrumpo.

—No, Benjamín. —Me acomodo el bolso en el hombro. Mis dedos tiemblan, pero ni eso me frena—. Debo irme, me esperan en el salón de belleza —miento—. Cuando llegues a la casa vamos a hablar con esas niñas.

Voy directo hacia el automóvil.

¡Deseo tanto que exista una terapia, un hechizo, un medicamento... para dejar de amarlo! Ya no quiero sentir nada por él. Es urgente que termine con los profundos sentimientos que cobijé y cuidé por tantos años. Ni siquiera las dos veces que lo vi con otras sirven para arrancarlo de mi corazón. Pero hallaré la forma, sé que sí, y dejará de doler.

Decido no ir a recoger a mis hijas. Si lo hago, terminaré regañándolas frente a Héctor, y odiaría eso.

Prefiero esperarlas a que estén dentro de la casa, en nuestra privacidad.

Benjamín llega temprano. Antes de las dos de la tarde lo escucho en el recibidor.

Yo permanezco en la banca del minibar que tenemos y que está cercano a la puerta.

Minutos más tarde, Victoria y Valentina entran. Se ven cabizbajas. Seguro saben lo que se les avecina.

Me levanto derecha frente a ellas en cuanto pisan el inicio de la sala.

Ambas lucen preocupadas y ni siquiera sueltan sus mochilas.

No pienso conmoverme. Nos fallaron y tendrán que enfrentar las consecuencias de sus acciones:

—Quiero una explicación clara y honesta de por qué decidieron faltar a la escuela y falsificar recetas médicas. ¿Saben que eso es un delito? —la intensidad de mi voz va en aumento—. ¿A dónde se fueron? Son menores de edad, no deben andar solas. Les advierto que de aquí no se van hasta que nos digan todo.

—Perdón, mamá —comienza Valentina, susurrante—. Fue mi culpa. Yo hice las recetas.

Mi hija se balancea nerviosa.

—Y yo la convencí de que lo hiciera —interviene Victoria. Ella ahora tiene una expresión desafiante—. No te hagas cuentos en la cabeza —se dirige solo a mí—. Solo no entramos a clases, pero nunca salimos de la escuela. La pasamos metidas en el salón de artes.

—¿Por qué? —les pregunta Benjamín.

—¡Porque ustedes se van a divorciar! —responde Victoria un tanto alterada—. Lo sabemos. No nos quieren decir, pero lo harán. Seremos de los que tienen padres separados y papi se va a tener que ir de la casa. No lo vamos a ver igual.

Valentina se echa a llorar.

—Estoy decepcionado de las dos. —A Benjamín no lo convencen de bajar la guardia—. La educación es lo más importante y ustedes la descuidan así. No puedo creer que hayan tomado una decisión tan irresponsable.

Victoria también se suelta a llorar y abraza a su hermana. Para que ella lo haga es porque en serio están afectadas.

Me acerco y las abrazo.

—Su papá y yo no nos vamos a divorciar, solo estamos pasando por un mal rato. —Me cuesta tanto el no sincerarme con ellas, por el contrario, sucumbo al consuelo, aunque sea embustero.

Valentina se limpia la cara y me observa.

—¿De verdad?

Asiento con la cabeza.

En realidad, lo que más deseo es tener esos papeles firmados que me liberarían y no tener que verlo más.

—Iremos a terapia, ya llamé para hacer la cita —dice Benjamín todavía alejado, pero se aproxima a las tres poco a poco—. Las dos van a tomar una en la escuela, es obligatoria y más les vale que no falten ni a las clases ni a la terapia, o se irán a una escuela militarizada.

—Hoy tuvimos la primera sesión —se apresura a comentar Valentina.

¿Qué necesidad teníamos de llegar a esto? Ellas no deben pasar por estos sinsabores ni sufrir por lo que podría pasar.

—Lo arreglaremos —les aseguro, todavía unidas—. Todo tiene solución.

¿La tiene? No lo creo. Nuestro matrimonio está más que roto. Se hizo pedacitos y él decidió seguir bailando sobre los escombros que quedaron.

Me equivoqué a la hora de elegir mis cartas. Volví a darme de frente por propia decisión. No volverá a pasar. Ya no.

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