Dominando al Fuck Boy

By Glamourdrama

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Acostumbrada a siempre obtener lo que quiere, la única hija de los Mckenzie, Chloe; conocerá a Darren Dusten... More

Antes de leer
Y en el nombre de Dios ¿quién eres tú?
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 2

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By Glamourdrama

Al subir de vuelta a mi habitación cerré la puerta detrás de mi apoyando la espalda contra la madera.

Respiraba agitada como si acabara de correr una maratón. Sentía la garganta seca y sin embargo había olvidado subir el vaso con agua.

Algo pasaba.

Tenía las manos sudadas cuando acaricié mi rostro llevándome el cabello hacia atrás y mi mente recreando lo que había pasado en la cocina una y otra vez, una y otra vez sin cesar.

Atravesé la habitación a paso ligero, insegura, y me agaché frente al tocador contemplándome el rostro. Un rostro pálido a causa de la exfoliación de la noche anterior pero aquello no era precisamente malo, la palidez me quedaba; sin embargo lo que si lo era, eran las ojeras debajo de unos ojos verdes que parecían cansados.

Arquee las cejas sorprendiéndome a mi misma y repasando de nuevo en mi mente la escena de la cocina mientras me mordía inconscientemente la uña del pulgar.

«¿Por qué le das importancia?».

Creí escuchar a una voz preguntar. La voz firme de una Chloe decidida, completamente diferente a la que tenía delante del espejo.

Era vanidad, mi defecto más grande. El echo de que me hubieran sorprendido con la guardia baja, con la cara arrugada como un pañuelo, los labios resecos..., pero como en toda pelea donde los contendientes siguen en pie, siempre había un segundo round.

Mi mente voló cuando puse el reproductor de música en el teléfono y lo dejé sobre la cama.

Sonidos de tambores eléctricos retumbando por mi habitación mientras ahora de pie alzaba las manos al aire en una danza tribal mientras poco a poco empezaba a contonear las caderas.

«¡Uh uh!»

«Me veo muy bien en bikini».

«¡Uh uh!»

«Recostada bajo el sol, tengo esas marcas en mi cuerpo».

Unas palmadas por encima de mi cabeza mientras sentía el ritmo en cada célula de mi cuerpo.

«¡Tú! Te ves tan jodidamente pálido. Como si fueras alguien sin suerte».

«¡Si! Tienes esos ojos tristes por el dinero».

Empecé a tararear «Bikini Porn» y aquello fue suficiente para animarme. Recitando el coro con los ojos cerrados, sintiendo cada letra mientras mi cuerpo se movía al son de un improvisado strip-tease en la privacidad de mi habitación.

«¡Vas por el mundo en tu aburrida burbuja!, tienes miedo de reventarla, piensas que soy un problema!»

¡Na na na!

«En ocasiones sé que comienzas a soñar».

¡Na na na!

«¿Cómo sería la vida si yo me fuera con ella...?»

Entré al baño, los dedos de mis pies sobre la mullida alfombra en el piso y tras soltarme los tirantes de la blusa, desatar el pequeño nudo del pantalón corto; las prendas se deslizaron de mi cuerpo cayendo a mis pies.

Hubo otra mirada frente al espejo contemplando mi cuerpo desnudo, me acaricié el cuello buscando el mejor ángulo de mi rostro; haciendo pucheros..., sacando la lengua a mi reflejo, haciendo picos de pato con los labios..., buscando la seguridad en mi misma que parecía haber perdido en los pasados minutos.

El agua y la espuma del jabón limpiaron mi cuerpo de toda impurezas, un masaje en los hombros con el gel de baño me aliviaron la tensión y al salir estaba renovada por completo.

Minutos después me encontraba frente al espejo con el cepillo a medio recorrido por mi cabello, me había quedado con la mirada en blanco viendo a la Chloe frente a mi mientras pensaba en la conversación que había tenido hacía rato, o lo que hubiera sido aquel intento mediocre de conversación.

No me había respondido. Sin duda le faltaba educación, al menos que fuera lento, sordo o retrasado mental... La verdad es que mi corazón había latido como caballo desbocado al verlo allí de pie en la cocina. «Hmm, pura sorpresa» ¿pero, y luego? Me llevé la mano al pecho sintiéndolo agitado nuevamente y sintiéndome otra vez igual de patética.

La verdad es que había pasado más de un año desde mi última relación, refiriéndome pues a una relación real; de esas de andar tomados de la mano al caminar en la calle, tener sexo en los vestidores de las tiendas, y dejarse penetrar sumisamente en el asiento trasero de un coche; lo normal. Y la otra verdad es que había sido una experiencia desastrosa que no le deseaba ni a mi peor enemiga.

Un momento de mi vida en el que sentía que estaba sola en la relación y que la otra persona, "mi pareja", solo era ese accesorio con el que tenía que cargar al ir a las fiestas o la cama.

Pero volviendo al presente: ¿Que si me había parecido atractivo?.

Pues la verdad era que si.

¿Que si pretendía algo con él?.

Absolutamente.

El señor German se había ido de la ciudad y un nuevo mecánico de confianza era lo que mi padre necesitaba. Lo que necesitaba yo era diferente, una razón para salir a la piscina en las tardes; esa pequeña distracción para cuando estuviera en casa y un nuevo reto de verano que superar.

Cuando bajé las escaleras y salí al corredor de la sala, miré desde el centro de esta con dirección hacia la cocina por pura intuición. Cajones de caoba oscura en las paredes, estufa de seis quemadores con extractor de grasa encima, la meseta de granito que dividía la cocina en dos con un desolado vaso allí encima pero ni un alma viva más que la mía.

Saqué el teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón y vi la hora. En cuestión de minutos mi padre debía irse a trabajar si ya no lo había echo pero me sorprendía no encontrar ni siquiera a Gloria con sus preguntas del tipo:

«¿Desayunarás ahora Chloe?» O «¿quieres que te prepare algo?».

Salí fuera bajando los escalones del porche. El jardín del frente se extendía en todo su esplendor a los lados, delimitado por el camino hacia el portón de la entrada y posteriormente la calle que cruza perpendicular toda la casa. Y mientras caminaba con dirección al único lugar del que provenía sonido, me fijaba (bajo los rayos del sol de una mañana que a penas comenzaba) que al contrario del día anterior, el día actual estaba ausente de las horribles nubes grises que amenazaban con derramar un diluvio.

El garaje estaba abierto y en su interior distinguí el auto de mi madre y el mío, el de mi padre estaba fuera, aparcado en la calzada a la entrada del garaje y junto a este, el mecánico.

Se encontraba de pie junto al auto hablando con mi padre que al ver que me dirigía hacia ellos, me miró por encima del hombro del otro y me saludó con una sonrisa.

Creo que hice lo mismo, no podía verme reflejada en algo pero en mi mente la expresión de mi cara en aquel momento debía ser la de una mueca. Había echo un tenso levantamiento de la comisura derecha y portaba una mirada de profunda confusión, pues al acercarme al mecánico y tenerlo más cerca que incluso estando en la cocina, me percaté de las canas que salpicaban su cabello negro y algunas arrugas en su cuello, a todo eso iban ligado unos kilos de más que faltaron en el informe original.

Algo había cambiado ¿pero qué?, podía preguntarme. ¿Pero qué?, me preguntaba yo ahora mismo.

Me acerqué tímida, con la confusión inscrita en mis cejas depiladas hasta que el mecánico se dio la vuelta.

—Esta es mi hija, Chloe.

Rodee a mi papá por la cintura sin dejar de mirar al hombre. Él me sonrió y yo lo imité, sonreí apoyando la cabeza en el pecho de mi padre que había estirado un brazo rodeando mi hombro mientras me presentaba al nuevo mecánico.

Una sonrisa amable poblaba su cara en perfecto acompañamiento de sus ojos; pequeños, negros y con algunas patas de gallina en las comisuras. Tenía una barba de tres días en una mandíbula cuadrada, lo que me permitió apreciar la cara que había tenido de adolescente.

Sentírespirar a mi padre.

—El señor...

—Dusten. —Le recordó el hombre.

—Si. —El pecho de mi padre vibró se río con una corta carcajada—. Cierto..., el señor Dusten y su hijo...

Tragué en seco mirando hacia los lados.

—...Les estarán dando mantenimiento al coche de tu madre, al mío..., en lo que Germán este ausente, y bueno, quería que se conocieran.

—Un placer —dije, volviendo a sonreír pero buscando a mi alrededor con la mirada. Entonces volví la cabeza hacia atrás

—. Pa' ¿has visto a Gloria?. —pregunté de repente mirándole desde abajo.

Lo vi mirarme desde su altura, luego miró al señor Durden o ¿Dusten era...? Y luego sus ojos castaños recorrieron la extensión del jardín frontal. Durante aquellos segundos mis ojos se encontraban fijos en el interior del garaje. El auto de mi madre aparcado junto al mío, el de ella con la puerta abierta, el mío aún virgen. Y mientras buscaba sin encontrar algo o alguien, escuché que mi padre decía algo y que luego el hombre frente a nosotros mencionaba, no; más bien gritaba un nombre: Darren.

Como por arte de magia lo vi ascender, estando acuclillado detrás de la puerta abierta del coche de mi madre, lo vi levantarse y ponerse en pie; mirándonos.

Le sostuve la mirada, firme; sin flaquear. Pero él no parecía ver a nadie en particular, bajó la mirada a la toalla con la que limpiabas sus dedos y tras rozarla en círculos una y otra vez por uno de sus dedos pulgar como si destapara alguna CocaCola, la dejó caer a su costado y empezó a acercarse.

Así como yo podía ser la gemela de mi madre, él; Darren, podía ser el de su padre. Aunque a este le sacaba dos cabezas, ahora uno de pie junto al otro (el padre sonriendo pero él no), pude notar mientras extendía su mano hacia mi y yo le veía a los ojos sin comprender el gesto, que ambos poseían la misma fiereza en la mirada, casi como un brillo de hostilidad masculina. Él poseía unos finos labios que se negaban a despegarse y decir algo o aunque fuera elevarse hacia las comisuras en una sonrisa, mientras su ceño fruncido oscurecía más su mirada de ojos negros.

Terminé por darle la mano sintiéndome extraña al contacto, y cuando me soltó; me vi obligada a refugiarla dentro de uno de mis bolsillos del pantalón.

El último contacto íntimo que había tenido con un chico había sido con mi expareja en una noche de calentura cuyo desenlace concluyó en uno de los vestíbulos de Tommy Hilfiger en la plaza del Coven Garden. Después de aquello las otras interacciones habían sido roces, saludos, besos en las mejillas, besos robados..., y algún que otro depravado, hombrecito de paja que se había atrevido a tocarme el trasero en los pasillos de Westminster o en las escaleras eléctricas de las plazas. Pero todos aquellos habían tenido un denominador común, el echo de que yo sabía que estaba siendo deseada y que la persona delante de mi (o en los últimos casos, detrás de mi) haría lo que fuera por tenerme y aquello me llenaba de un orgullo vigorizante. Pero ahora era diferente, era al revés.

El círculo se había roto, los cuatros ahora nos acercábamos al coche de mi padre, ellos tres con alguna intención en mente; yo en piloto automático limitándome a seguirles. Los tres hombres admiraron el auto de color negro allí aparcado en la calzada que daba a la entrada principal. Mi padre, estaba con su habitual sonrisa orgullosa mientras señalaba algo en el coche a la vez que exclamaba otra cosa dirigida al señor Dusten, y hasta Darren se hallaba admirando el auto como si no existiera nada más. Lo que me indicaba que era un materialista de mierda o un gay.

Intenté disimular un bostezo con el dorso de mi mano pero en medio de este y con la boca lo más abierta posible en mi mente se disparó algo. Me dejé llevar, ¿por qué contenerme si me podía dejar llevar? A fin de cuentas era mi casa, mis reglas, y haciendo hincapié en aquello alcé las manos al cielo arqueando la espalda, desperezándome.

Sentí como mi blusa siguió el movimiento de mis brazos dejando al descubierto la parte baja de mi abdomen y provocando una pausa en la conversación.
Al reparar en ellos vi que me miraban, al menos mi padre y el mecánico (el maduro, no el homosexual), y al atraer la atención de la persona equivocada me vi obligada a enfrascarme en una conversación que habría querido evitar.

—¿Ya desayunaste? Cariño.

Como podía esperarse miré fugazmente a Darren antes de responder, ahora me miraba.

—No aún no —respondí, esperando que aquello fuera suficiente.

—¿Por qué no vas con Gloria y le pides que te prepare algo? Yo iré en cuanto termine aquí.

Mi primer instinto había sido negar con la cabeza pero esta se me atascó, mi padre me conocía mejor que nadie y dudaba que a la Chloe que a veces olvidaba el modelo de su propio coche, le importara aquella conversación entre chicos. Pero entonces el destino intervino.

—¿Y qué hay del Mustang? —escuché que preguntaba el señor Dusten.

Estaba a punto de darme la vuelta y echar a andar hacia mi habitación cuando aquella pregunta me hizo acercarme más al triángulo que ellos formaban. Vi a mi padre negar.

—El mustang no necesita nada. —Observé al mecánico estar a punto de decir algo pero se detuvo. Fue gracioso ver su boca abrirse y cerrarse de nuevo comiéndose las palabras, pero mi padre continuó—. Ese es el auto de Chloe. —dijo, y sin buscarla, mi mirada se encontró con la de Darren—. Solo le hace falta un cambio de aceite y agua de vez en cuando para estar bien. No me gusta... —Ahora era mi padre que se atascaba con las palabras, su rostro reflejando preocupación, aquello me gustó.
»No me gusta arriesgarme.

El silencio se abrió paso allí mismo, miré a los lados buscando aliviar la incomodidad y me encontré con una gaviota surcando el cielo.

—Darren es bueno con los americanos —Escuché que alguien decía.

Cuando volteé a verlos vi que el mecánico palmeaba la espalda de un sonriente y sonrojado Darren. También vi a mi padre sonreír, y el hombre tomándose aquello como una luz verde para continuar, lo hizo lentamente como si buscara no resultar entrometido.

—No podria hablar por mi. —Se encogió de hombros—. Soy más de la vieja escuela, Pontiac, Mercury, Plymouth...

Los tres volvieron a sonreír e incluso yo me encontraba haciéndolo como una estúpida y sin saber bien por qué.

—Sé de lo que habla —respondió mi padre y el otro asintió. Entonces, llevándose una mano al mentón como si meditara o esta se le fuera a caer; volvió a hablar.

—Ya que lo menciona, me parece que me dijiste que hacía mucho ruido. ¿Fue eso lo que me dijiste —Alguien hablaba, pareciéndome que era la voz de mi padre que realizaba una pregunta o algo así—. ¿Chloe?.
Agité la cabeza saliendo de algún sitio y al verlo, su mirada preocupada en exceso, sin razón y sin que yo tuviera idea de qué había dicho; le interrogué con las cejas y un sonido gutural de mi garganta parecido a un: ¿Hmm?.

—Dijiste que hacíamucho ruido ¿no es así?, un ruido extraño creo que dijiste. —Volvió a insistir mi padre.

Asentí con la cabeza.

"Aquel ruido extraño" del que le había hablado era una especie de vibración ronca que producía en la parte delantera. Ocurría pocas veces y al principio no me molestaba hasta que a aquellas vibraciones, ruido o lo que fuera le daba por atronar mientras en el reproductor Taylor, Ariana o Beyonce alzaban su voz angelical en la mejor parte del coro y la experiencia se arruinaba por completo.

—Darren puede encargarse —dijo el mecánico palmeando a su hijo en la espalda.

El muchacho se movió pero se detuvo cuando mi padre intervino, inseguro.

—¿Seguro que el joven tiene la experiencia?

Miré al chico, su rostro impertérrito, de cretino en apariencia aburrido.

—Somos un equipo señor Mckenzie. —Lo defendió el padre—. Lo que yo no puedo arreglar tenga por seguro que él lo hará.

Mis cejas se arqueron al escuchar aquello mientras pensaba: «vaya», y no fui la única. De echo vi a mi padre sonreír abiertamente, incluso estallar en un «jajaja» ronco.

—Yo respondo por mi hijo. —Volvía a decir el hombre ganándose cada vez más mi confianza y Darren mi afecto, y en aquel punto sabía que con mi padre no era diferente.

—Saben, deberían venir un fin de semana... —empezó mi padre de repente tomándome por sorpresa, «tomándonos» concluí al ver la expresión del padre y el hijo junto a nosotros—. Tengo un club de golf a las afueras de la ciudad y..., se pasaría una buena tarde —concluyó, y me sorprendí a mi misma asintiendo con la cabeza.

—Eso estaría bien señor.

Darren habló y asentí con más convicción como una marioneta descompuesta.

Lo vi darse la vuelta, su mirada parecía estar fija en el garaje, me pregunté si en aquel momento miraba mi auto como lo había echo conmigo en la cocina. Al verlo avanzar decidido hacia el coche, comprendí que si.

—Anda con él —dijo mi padre y lo miré sorprendida—. Vamos querida, indícale lo que sucede. —Añadió, y yo sacudí la cabeza saliendo de algún trance, una extraña fantasía italiana a orillas de la playa.

Caminaba delante de mi mientras yo lo seguía con las manos metidas en los bolsillos. La tela de su polo se movía en su espalda con cada paso mientras yo solo podía ver la línea del centro de su espalda que desembocaba en los dos firmes volcanes de su trasero enfundado en esos jeans.

Me detuve de golpe cuando él lo hizo y ahora estando junto al coche dejó caer una mano sobre el capó acariciando la carrocería roja con los dedos mientras se acercaba, hasta que estos llegaron al borde de la puerta. Se apoyó con los brazos en el marco de la ventana viendo el interior.

—¿Te gusta? —pregunté. lo vi extender un brazo con dirección hacia el volante tocando algo—. Me lo compraron cuando cumplí mis dieciocho años.

Alzó la cabeza para verme, le sonreí sin mostrar los dientes y entonces le vi fruncir las cejas.

—¿Cuántos tienes? ¿treinta?

—¿Qué?. —Estuve a punto de tocarme el rostro en busca de alguna arruga pero volvió a hablar.

—Aquí indica que llevas nueve mil kilómetros recorridos y dudo que el señor Mckenzie se arriesgue comprándole un auto usado a su hija. Lo único probable es que te mueves mucho.

Aquello tenía sentido. Sonreí para mi misma sin poder evitarlo, sin poder evitar también llevarme un mechón detrás de la oreja antes de volver a hablar.

—Claro. —Me encogí de hombros—. Debo ir a la universidad, estoy en Westminster y no está cerca.

Mis ojos se fruncieron estudiándole. Pero cortó el contacto visual incluso antes de poder relamerme el labio inferior para añadir algo. Se agachó junto a la llanta.

Lo veía escarbar con sus dedos en el interior de las rendijas, deslizamientos de su índice arriba y abajo y de repente me senté, agotada sobre el capó, volteando a ver a mi padre y al señor Dusten hablar de lo que parecía ser...

—¿Humanidades?. —Le escuché preguntar.

Volví a verlo ahora acuclillado junto a la puerta con una ramita seca en sus dedos que observaba de cerca.

—¿Disculpa? —pregunté, mirando primero la rama y después a él, que ahora parecía más amable; pero entonces comprendí lo que decía y mi corazón dio un salto.

—¿Tú cómo sabes eso?.
De repente el metal del capó me quemaba los muslos y me vi obligada a ponerme de pie sin dejar de verlo, arrodillado delante de mi pero aún siendo un reto.

—Es el único parqueo de Westminster que no está por completo pavimentado. —Con dos nudillos golpeó la llanta desprendiendo una especie de tierra amarilla que se desmoronó cayendo en un polvillo al suelo—. En ese lugar abunda este tipo de barro que tienes pegados en los neumáticos.

—Es imposible que sepas eso. —dije, sin fuerzas viéndolo sonreír un poco.

—De echo... —empezó y se detuvo sonriendo más—. ¿Ves esto?. —preguntó y se levantó quedando delante de mi, entre sus dedos alzó la pequeña rama seca frente a mis ojos—. Es de los lirios que plantaron los estudiantes por motivo del día de la tierra.

Levanté la mano en piloto automático con la mirada fija en la ramita seca, mis dedos como pinza estuvieron a punto de agarrar lo que parecía que me estaba pasando, pero cuando estuve a punto de tocarla, dejó caer el lirio marchitado a sus pies. Levanté la mirada viéndolo a los ojos y entonces dando un paso atrás suspiré encogiéndome de hombros.

—Al parecer eres buen observador —dije como quien no quiere la cosa.

—Así me gano la vida —respondió, dando un paso al frente y para compensarlo yo di otro hacia atrás volviendo a quedar sentada sobre el capó del coche.

—Una tuerca floja, una abolladura difícil de encontrar, unas bragas de corazones rojos. Son detalles que difícilmente se me escapan.

Sentía el rostro desencajado, ante eso él me regaló una amplia sonrisa; una que aumentó extendiéndose confiadamente por su cara. Sus ojos caían fríamente sobre mi mientras su cuerpo estando a medio metro parecía emanar un calor irrespirable.

Y entonces con el estómago revuelto y las palmas sudadas que me vi obligada a sacar de los bolsillos, me pregunté en silencio: ¿de verdad quieres seguir adelante con esto?, ¿eso es lo que quieres realmente? Chloe.

Se apartó de mi como si fuera víctima de una fuerte tensión eléctrica, alejándose y saliendo del garaje con pasos orgullosos con dirección a nuestros padres.

Suspiré llevándome la mano al pecho, mis ojos recayendo en la florecilla del lirio que había dejado caer mientras dando un último vistazo en su dirección me agachaba a recogerla.

Contemplándola en mis dedos una idea me atravesó la mente y se vio reflejada en una sonrisa que apareció en mis labios como un espejismo. Acuclillada justo donde lo había estado él, miré hacia el patio donde ahora los tres parecían mantener una armonizada charla entre caballeros.

«Cuatros podían jugar aquel juego» pensé y poniéndome de pie, dejé caer la marchitada florecilla y me acerqué a ellos.

—Lo que pasa con los autos americanos es que hacen tanto ruido que uno no tiene de otra mas que prestarles atención. —Estaba diciendo Darren cuando me detuve a su lado—. Tienen un lindo exterior sí, una buena carrocería pero en cuanto al interior... —Frunció los labios y negó repetidamente—. El motor no es muy seguro que digamos. De ahí el ruido.

Al principio no entendía pero pude jurar que nuestras miradas se cruzaron antes de verlo volver a hablar. Al escuchar aquello di un paso al frente dispuesta a todo.

—¿Por qué no damos una vuelta en el mío?. —Lo vi girarse dándome el frente, su ceño fruncido que parecía preguntarse... —Si solo es una bonita carrocería ¿por qué no damos una vuelta? —repetí, enarcando las cejas—. Si lo compruebas por ti mismo no te arriesgarás a equivocarte y quedar mal.


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