La Noche de las Mil Estrellas

By Ihrisis04

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(LGBT+) Joshua tenía sólo trece años cuando toda su vida fue saboteada. ═══════ ≫ ♥ ≪ ════════ Tras ser clasi... More

Sinopsis
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By Ihrisis04

Incluso cuando ya había despertado de una larga noche de sueño, Joshua se seguía sintiendo cansado. Las piernas le dolían como si hubiese corrido un maratón y sentía que en cualquier momento la espalda se le iba a partir por la mitad.

—Malditas ventanas —murmuró.

A su derecha, el despertador en forma de búho (otro regalo de Gabriel), comenzó a cantar la misma canción que aseguraba que iba a ser el mejor día de sus vidas. Pero Joshua llevaba escuchándola por más de un mes y nunca se volvió real.

Tenía trece años, por todos los dioses, no estaba en la edad de sufrir por eso. Pero limpiar casi una cuadra completa cada noche desde hace más de ocho días no era lo mejor. Y las ventanas, las benditas ventanas. Es como si las cosas quisieran matarlo. Joshua estaba seguro de que lo habían intentado. Cada noche era una batalla sin fin contra las ventanas que casi tocaban el techo. Las alturas le daban miedo (en escaleras), y no podía subir sin sentir que iba a vomitar y a caer. Hasta ese momento, Joshua no pudo ganar ni una noche, por lo que estas seguían como el primer día que lo castigaron. Sólo esperaba que su profesora no se diera cuenta.

Se vistió y lavó los dientes mientras arrastraba los pies. Mientras secaba su boca con una toalla, se fijó en el papel arrojado debajo de su puerta. Lo recogió y lo abrió con rapidez.

«La clase de hoy es en el centro Sur del piso catorce».

Si Joshua no estaba mal, el piso donde estaba su habitación era la diecisiete. Iba a tener que bajar tres pisos. Reprimió un indigno ruido de su boca y se apresuró a ir a donde se le indicaba.

Aún no entendía qué quería su padre de esa situación. ¿Por qué dejó que los superhéroes se lo llevaran? ¿Cuándo iban a rescatarlo? ¿Cuánto más iban a tardar? Porque lo iban a llevar de vuelta a casa, ¿verdad? Él no podía quedarse ahí. ¿Quién iba a visitar a su nana sino él? Ya debía extrañarlo.

Su corazón se encogió ante la idea de su nana estando sola y sin que alguien la acompañara. ¿Y su madre? ¿Estaría furiosa con su padre por haberlo dejado ahí? ¿Ya tendría un plan de rescate?

Había creído que iba a volver a casa antes de pasar un mes en IMPERIO, o incluso una semana, pero comenzaban a tardarse.

Llegó al cuarto a donde se dirigían sus pocos compañeros, y una vez que estuvo ahí, no pudo evitar quedarse parado en la puerta.

—¿Qué es esto? —murmuró al ver la sala vacía. No había nada más que cuatro personas ahí, dos alumnos junto a su profesora y un hombre que no conocía.

—Adelante, chicos. Ya vamos a iniciar —avisó Patricia tras murmurarle algo al hombre de cabello rojizo... ¿Naranja? No sabía.

Joshua fue detrás de una chica de vestuario rosa y se acomodó a su lado.

Esperaron unos minutos más hasta que llegó el tipo Ocho con una chica. Un momento, ¿el chico Ocho también tomaba clases con él? ¿Por qué no lo notó antes?

El chico Ocho y su amiga corrieron al otro lado del amplio salón para encontrarse con otro.

Joshua volvió su atención a su profesora.

Bien, muchachos, hoy haremos equipos. Tenemos un acompañante especial para la clase de hoy. Viene del Valle de las Luciérnagas. Así que sí, es un mago como Alisdair. Su nombre es Sergio.

Sergio les dio una sonrisa algo forzada.

El Valle de las Luciérnagas. Joshua había oído de ellos. Eran una escuela oculta en las montañas que enseñaba magia. Escuchó por rumores que uno de los miembros había ayudado a la derrota de su padre.

Cuando Patricia vio que sus alumnos no pensaban hacer ningún comentario, aclaró su garganta y siguió:

—Entonces harán equipos de cuatro integrantes. Les dejaré elegir quiénes serán sus compañeros.

Oh, no. Cualquier cosa menos esa. Su mayor miedo siendo real: no tener nadie con quien juntarse para un equipo.

—¿Para qué serán los equipos? —preguntó la misma chica a su lado.

—Ya verán. Primero ármenlos.

Joshua se cruzó de brazos mientras veía a sus veinticuatro compañeros empezar a buscar a sus amigos.

No entendía cómo podían ser tantos si eran tan pocos héroes de verdad. Pero por lo poco que sabía hasta ese momento, supuso que no todos terminaban con una "graduación".

Se recargó contra una pared cuando se quedó solo a la mitad del aula y otros empezaron a cuchichear.

No le importaba, se intentó convencer. Eso no le afectaba. Pronto se iba a ir de ahí.

—¿A alguien le falta un integrante en su equipo? —preguntó Patricia en voz alta al notar que Joshua no tenía uno.

Joshua trató de no mirar de sí esto era cierto, pese a que debía serlo debido a la cantidad de alumnos.

—Nosotros no tenemos —dijo la chica que venía con Ocho.

Joshua fijó su vista en el trío. No sabía sus nombres, y salvo por el Chico Ocho, ni siquiera conocía de vista al resto.

—Bien —continuó Patricia mientras tomaba el hombro de Joshua para susurrarle—. Vas con ellos.

Los tres chicos lo miraron atento, como si esperaran que se moviera. Y aunque al principio no reaccionó, terminó yendo.

—Hola —lo saludó la chica, que parecía ser la menor de los tres. hasta la cintura y llevaba una falda y una sudadera. Era bonita, reconoció Joshua.

—Hola —repitió Joshua mientras alternaba miradas entre ella y el Chico Ocho.

—Hola —dijo el otro chico presente.

Y se quedaron en silencio.

—Ya que todos estamos acomodados, les daré a cada uno un brazalete —dijo mientras pasaba por los equipos y les extendía un pedazo de plástico blanco, como las pulseras que había visto que se llevaban en los conciertos—. Nos vemos aquí a media noche. Hoy será una clase diferente.

El aula se llenó de murmullos y quejas en voz baja. Joshua frunció el ceño. ¿Entonces tendría que, además de levantarse temprano, quedarse despierto hasta la mitad de la noche para una clase?

—¿Por qué hasta esa hora, profesora? —preguntó un chico desde el fondo.

—Necesitaba sacarlos de su zona de confort —explicó tras colocar sus manos detrás de su espalda—. Cuando estén de misión, no podrán dormir a veces en días enteros. Y se enfrentarán a peligros a mitad de la noche.

Yupi —dijo Joshua con ironía mientras terminaba de ajustar su brazalete en su muñeca. Escuchó una risita atrás de él y se encontró a su nueva compañera de equipo.

—Soy Ale —se presentó ella en voz baja—. ¿Joshua, cierto?

Joshua la miró con los ojos entrecerrados.

—Sí.

—Un gusto.

Joshua no contestó y sólo le dio una larga mirada.

—Él es Erick —señaló a su amigo a su lado, que volteó a verlos con curiosidad. Erick era el mayor de ellos, podía verlo. Era alto y tenía el cabello ondulado y corto.

Joshua asintió, ansioso de salir de ahí y quedarse dormido para no tener que hacer el ejercicio.




Joshua se dirigió a encontrarse con sus compañeros de equipo que le habían sido asignados aquella mañana. Había oído rumores de parte de compañeros que hacían teorías sobre lo que se trataba esa actividad.

—Josh —saludó Ale a sus espaldas—. Ven, estamos acá.

Ale lo tomó de la mano y lo llevó hasta el otro lado de la cafetería. Era cerca de media noche y varios equipos también estaban reunidos ahí. Se sentó a un lado de la chica, frente a Erick y el Chico Ocho, del cual aún no sabía su nombre.

—Toma —dijo Erick mientras estiraba la mano para darle una pequeña pulsera verde fosforescente.

—¿Qué es esto?

—No sabemos de qué va la actividad, pero van a usar magia. Puede pasar cualquier cosa. ¿Quién sabe? —Se encogió de hombros—. Podría ser de ayuda.

Joshua acarició la pulsera y asintió en silencio.

Estuvieron el resto de la noche entre pequeñas pláticas que surgían de vez en cuando. Joshua no participaba tanto, pero era divertido para él ver la dinámica de los otros tres. Como Ale decía algo, Erick asentía y el Chico Ocho la veía con desaprobación. Muchas veces no entendía de qué iban sus pláticas porque tenían que ver con héroes, pero siempre trataban de explicarle.

—He estado pensando que, si me gradúo, no quiero ser una heroína —dijo Ale mientras tomaba un jugo con popote.

—¡¿Qué?! —dijeron Erick y Ocho al mismo tiempo. Compartieron una mirada y volvieron a su amiga.

—No puedes hablar en serio —dijo Ocho.

—Lo hago. —Sacudió la cabeza—. Puedo ser pequeña, pero ya he pensado en estas cosas. No tengo muchas oportunidades de volverme una de verdad, y ser profesora aquí parece divertido. Aclaro. Esto sólo sucederá si no me vuelvo aprendiz de Leia... o Mauro.

Ale trató de decir algo más, pero no pudo, ya que Joshua la interrumpió con algo de pena.

―¿Es normal que esto brille? —preguntó con curiosidad al ver que la pulsera que su instructora le había dado comenzaba a parpadear de varios colores.

Los cuatro miraron hacia la pared, justo al reloj encima de la puerta. Media noche.

—Creo que sí.

Entonces todo a su alrededor se volvió borroso. Joshua se aferró a la mesa. Tuvo ganas de vomitar, pero se obligó a aguantarse. Esperó un par de segundos hasta que los gritos de los que apenas se había dado cuenta cesaron. Abrió los ojos, con náuseas de nuevo, pero no pudo ver nada.

«Genial, lo que me faltaba. Ya me quedé ciego».

—¿Joshua? ―escuchó la voz de Erick―. ¿Estás bien?

―No lo sé. Creo que estoy ciego —respondió mientras se aferraba a una pared.

—¿Qué? ―dijo alguien, pero Joshua no pudo distinguir la voz.

—¿Joshua, eres tú? ―Esa era Ale―. Qué bueno que estás aquí. Creí que nos iban a separar o algo así.

En eso, una pequeña luz surgió del piso negro. Vio a sus compañeros con la escasa iluminación, que parecían cansados.

―Erick, ¿puedes hacer aparecer algo que nos ayude a cargarla? Por supuesto que sí. Gracias, Erick ―dijo Erick para sí mismo mientras sus manos se movían de forma torpe en la esfera, para rodearla de un... ¿Listón de luz?―. Puedo hacer figuras de luz —explicó Erick al ver la cara de confusión de Joshua—. Regalo de mi padre. Aunque aún no lo termino de dominar.

―Debemos salir rápido de aquí. —El Chico Ocho caminó delante de ellos con Ale a su lado—. Ni siquiera sabemos qué está pasando.

Ale le pidió la esfera a Erick y se adelantó para poder iluminar el camino.

—Ciro —lo llamó al ver que seguía su camino—. Espera.

Ciro. El nombre de Ocho era Ciro.

Bueno, ya era hora de que lo descubriera.

—Iré adelante —continuó la chica—. Joshua detrás de mí y tú con Erick atrás.

—Bien —dijo Erick mientras se ponía en posición.

Y curiosamente, Joshua se encontró obedeciendo sus órdenes.

—Hablé con la instructora en la tarde —dijo Ale mientras caminaba—. Dijo que la actividad se trata de salir de aquí.

Joshua observo la habitación con más detenimiento, pero no había nada más que ellos y la "lámpara" que momentos antes sus compañeros crearon.

Joshua no tenía idea alguna de que hacer.

―¿Sólo debemos salir de aquí? ―preguntó.

―No creo que sea tan sencillo como eso ―dijo Erick a la vez que palpaba la pared.

Ciro también se acercó al lugar donde su amigo tocaba y lanzó tres pequeñas bolas de papel que llevaba en sus bolsillos, pero estas desaparecieron en cuanto la alcanzaron.

―Tiene un campo de fuerza para que no podamos salir con nuestros poderes.

―Entonces debe tener alguna clase de interruptor secreto ―dijo Ale mientras dejaba la lámpara en manos de Joshua y se movía a lo largo de la angosta habitación.

Joshua mordió su labio inferior. Él no era de mucha ayuda. ¿Dónde estaba el chico genio que decía Osvaldo? ¿Se debía a que esas eran cosas de superhéroes?

Sacudió la cabeza y dejó la esfera en el piso dispuesto a ayudar a buscar una especie de botón.

Recorrieron el sitio durante algún rato hasta que se dieron cuenta de que en realidad no había una manera de escapar así. Joshua vio las caras de sus compañeros llenas de sueño.

―Fue algo estúpido creer que la salida sería tan fácil de conseguir ―dijo Ciro.

Ale lo interrumpió y miró a Erick.

―¿De casualidad no escuchaste a tu madre hablar sobre cómo salir verdad?

Erick se rio.

―Mi madre no me habla ni para decirme buenos días, ¿y crees que me ayudaría en esto? Me gruñe cada que paso por su oficina ―dijo mientras hacía una extraña mueca―. Tengo suerte de que no me comience a ladrar.

Joshua y Erick tomaron asiento en el piso.

Suspiró. ¿Qué estaba haciendo Joshua? Él no debería estar ahí. Él debería estar en ALIANZA para cuidar a su nana. Para cantarle Blackbird y contarle por milésima vez la historia de El Principito y por qué una planta era la mala. Fijó su mirada en el centro de la habitación, donde la esfera alumbrada cada vez menos. Debía estarse acabando el tiempo. ¿Si no lograban salir los dejarían ahí?

Ciro se volteó hacia él.

―Vamos, Joshua. No puedes rendirte tan fácil. Eso no es muy heroico de tu parte.

Joshua aun sin mirarlo levanto su dedo índice pidiéndole que guardara silencio para decirle que él no era un superhéroe, cuando notó algo en el piso, a un costado de la lámpara.

―Ale, ¿podrías decirme por favor que figura tiene tu brazalete?

―¿El dibujo? —inquirió mientras veía la pulsera que Patricia les había dado—. Un triángulo. ¿Por qué la pregunta?

Joshua miró su brazalete también. Su dibujo también era un triángulo.

―En realidad el de todos es así, no es tan especial —dijo alguien, pero Joshua no identificó quién.

Joshua sonrió.

Caminó hasta el centro de la habitación y quitó el dije clavado en su pulsera. Pasó la mano por el piso en busca de aquello que había visto mientras estaba sentado. Cuando lo encontró, metió el dije tras notar que sobraba espacio.

―¿Podrían prestarme los suyos?

―¿Qué pasa, Joshua? ―preguntó Ciro tras darle su pequeña figura.

―Creo que sé cómo salir de aquí.

Colocó los cuatro objetos en el espacio que formaba un pequeño rombo. Pero nada pasó.

―Bueno, creo que esto es lo más cerca que hemos estado de una respuesta―dijo Ciro mientras se recargaba en la pared.

―¿Cómo...?

En menos de un segundo, Joshua estuvo de vuelta en el lugar donde había estado sentado y observó con cuidado alrededor del pequeño rombo que se acababa de formar. Y entonces lo encontró. Un cuadrado más grande que rodeaba la figura y era casi imperceptible a primera vista.

―Hay un cuadro que rodea el rombo ―señaló―, supongo que debemos marcarlo o hacer algo con él.

Los cuatro chicos miraron con atención el lugar donde se encontraban aquellas líneas, como si trataran de averiguar cuál era la razón del por qué estaban ahí.

—Creo que nos quedamos aquí —dijo Ciro aún recargado en la pared.

Erick abrió la boca, pero no pudo terminar ni decir una frase cuando una luz los cegó a todos y las paredes que los rodeaban cayeron contra el piso y, con ellas, Ciro.

―¡Funcionó! ―festejó Ale tras ver a su amigo en el suelo y rio antes de ir para ayudarlo a levantarse.

―Al parecer sí —contestó Erick—. Tal vez sólo se retrasó en dejarnos salir.

—No creo que sea tan sencillo —dijo Ciro tras ponerse de pie.

Joshua le dio la razón y empezó a caminar. Erick estaba delante de él, a no más de dos metros y Ciro y Ale detrás. Dio media vuelta con la intención de recuperar su brazalete en caso de volver a ocuparlo de nuevo. Se detuvo abrupto a unos centímetros de Ciro, que lo vio con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —preguntó Ale al verlo intentar llegar con ellos, pero incapaz de hacerlo.

Joshua dio otro paso adelante, pero una fuerza invisible volvió a empujarlo con delicadeza hacia atrás. Compartió una mirada con Erick, que también intentó llegar hasta sus amigos.

—¿Qué es esto? —Erick se arrodilló y tocó la barrera invisible que los dividía. Su dedo se hundió y luego lo arrojó de vuelta.

Joshua imitó sus acciones hasta que notó que no serviría de nada.

—Es una especie de campo de fuerza.

—Pero, ¿qué es esto? —insistió Ale, que fue hasta el otro extremo del pequeño pasillo. Cuando volvió, les dedicó una confusa mirada—. Creo que es un laberinto. He oído de ellos.

—Oh, sí —intervino Ciro—. Lo vimos una vez en clase con Patricia.

—Fue antes de que llegaras —aclaró Ale, que vio la confusión en cara de Joshua—. Pero no te preocupes, tienes suerte. Fuimos geniales en esa clase.

Erick levantó una ceja y se rio mientras se cruzaba de brazos.

—Claro —se burló—. Yo recuerdo algo muy diferente a ser geniales. De hecho, tú y Ciro fueron los últimos en salir.

—Fue sólo la primera vez —murmuró.

—¿Cuántas veces han hecho esto? —interrumpió Joshua. No necesitaba que empezaran a pelear.

—En realidad es la primera vez —dijo Ciro—. Al menos de esta forma. Hemos estado en laberintos, pero son programados y se nos toma el tiempo.

—Entonces debemos salir lo más rápido que podamos y...

«Hola, chicos, ¿qué tal estuvo eso? Espero que se hayan divertido mientras resolvían el acertijo. Cada equipo tuvo uno diferente. Unos más sencillos, otros más complicados». Se escuchó una voz que hablaba desde las paredes. Era su instructora. Ella rio.

—¿Qué...? —Joshua intentó hablar, pero Ciro lo silenció con un dedo en sus labios para señalarle que no hiciera ruido.

«Sin embargo, todos lograron salir. Y mucho más rápido de lo que pensaba. Estoy orgullosa de ustedes. Como ya saben, son seis equipos. Hablé con algunos de ustedes en la tarde y me preguntaron de qué trataba la actividad. Debo admitir que les mentí un poco. Pero sólo un poco, no se alarmen. La consigna sigue siendo la misma: salir. Pero debo mencionar que también hay un premio y un castigo para quienes lleguen en primer y último lugar».

Hubo un momento de silencio, y luego continuó:

«Pero antes de mencionar cuáles son, debo explicar un poco la consigna, ¿no? Bueno, en realidad es muy sencilla. Consigan la manzana dorada. El premio para quienes la obtengan primero es no asistir a clases durante una semana. Y quienes salgan al final tendrán que limpiar el último piso cada noche durante un mes. Bien, eso es todo. Suerte».

Joshua pasó saliva. No quería limpiar nada más. Aún le dolía el cuerpo. Y por las expresiones de sus compañeros de equipo, ellos opinaban igual.

—Debemos apurarnos —dijo Erick—. Ustedes dos salgan de donde quiera que estén y Joshua y yo trataremos de encontrarlos cuando salgamos.

Ni siquiera esperó respuesta de sus amigos cuando ya había sujetado la mano de Joshua para agarrarse a correr tan rápido como pudo en dirección contraria a la barrera.

Joshua jadeó.

Erick corrió hacia delante y luego dio una vuelta a la izquierda. Ale y Ciro les gritaron desde el otro lado para que volvieran, pero Erick no se detuvo en ningún momento.

―¿A dónde crees que vas? ¡Erick! ¡Vuelve! ¿No se supone que somos un equipo?... ¡Bien! ¡Vete! ¡No te necesitamos! ¡Saldremos por nuestra cuenta! ¡Me voy, Erick! ¡¿Me escuchas?! ¡Me estoy yendo! ¡Erick Zetina!




Joshua jadeó en busca de aire cuando Erick por fin lo soltó. Habían corrido por mucho tiempo. Quizá veinte minutos seguidos. Joshua no entendía nada. Fueron izquierda, derecha, izquierda, recto, de vuelta, derecha, izquierda, recto.

—No tengo edad para esto —masculló Joshua—. Soy muy joven.

—¿Qué? —Erick lo vio de reojo. Tenía las manos sobre las rodillas y la cara roja y llena de sudor.

—Tengo trece.

—Tengo catorce —se burló Erick mientras se sentaba en el piso—. No seas ridículo. Creí que estabas entrenado por los mejores villanos.

—No molestes.

Una vez que se recuperaron un poco, Erick intentó volver a su carrera, pero Joshua se negó. Por lo que dieron vueltas hasta que encontraron la salida donde Ale y Ciro se encontraban esperándolos. Lucían... agotados y algo molestos.

—¡Chicos! —saludó Erick como si nada. Intentó abrazar a Ale, pero ella se alejó con una cara de asco.

—Apestas —acusó.

—¿Cómo llegaron tan rápido? —preguntó Joshua mientras veía la enorme puerta delante de ellos. Estaba cerrada, pero algo le decía que debían esperar.

—Si nos hubieran esperado se habrían dado cuenta de que tanto correr era inútil. Los vimos dar vueltas y vueltas —se burló Ciro.

Joshua frunció el ceño justo en el instante que se escuchó un fuerte ruido a sus espaldas. Se dio la vuelta para alcanzar a ver cuando las puertas se abrieron de par en par, y salieron a un gran y hermoso prado con cientos de amapolas rodeándolos, mientras que a un lado había un río que terminaba con un frondoso árbol.

Entonces pudo contemplar por completo a Ciro, que se había adelantado junto a Erick.

Y Ciro era... pequeño. Tenía al menos unos diez centímetros menos que él y Ale, que se asomaba por encima de él.

Caminaron un poco a través de ese lugar hasta que notaron a lo lejos algunos alumnos. Otro equipo que había logrado pasar.

―Hay que evitarlos ―dijo Ale mientras tomaba a Erick y Joshua de la mano para hacerlos agacharse y que no los vieran―. Dejemos que ellos se enfrenten al otro equipo y avancemos de forma silenciosa. Encontremos a los ganadores y luchemos contra ellos. Estarán agotados por la batalla anterior, por lo que será fácil ganar.

Alto... ¿Batalla? ¿Iban a pelear? ¿De eso se trataba todo?

—No creo que quiera pelear —dijo Joshua antes de poder callarse. Se sonrojó cuando las miradas de sus compañeros se posaron sobre él y tuvo que admitir—. Me duele la espalda.

Hubo un enorme silencio durante casi un minuto entero. Erick y Ale compartían miradas llenas de curiosidad y extrañeza. Entonces Ciro aclaró su garganta y miró a Joshua.

—Bueno, agradezco no ser yo el que haya dicho eso —dijo mientras le guiñaba un ojo, como para decirle que le siguiera la corriente—. Mauro me dio unos entrenamientos algo difíciles y me lastimé la rodilla y el cuello.

—Bueno, debieron decir eso antes —Ale sonrió—. Podemos hacer un plan que no involucre peleas.

—Seremos aves rapiñas entonces —Erick fingió morder el aire y movió sus manos como si fueran garras.

Joshua miró a Ciro mientras él y Erick elaboraban un plan. Nunca le quitó la mirada de encima, ni siquiera cuando estuvieron cerca de la manzana dorada. Ni siquiera al encontrarse al equipo de Miguel que también se escondía cuando otros equipos peleaban por conseguir la manzana arriba de un árbol. Ni siquiera cuando el resto de sus compañeros llegaron al campo y los desplazaron al último lugar, sin darles oportunidad de querer pelear.




—¿Cómo perdimos si hicimos trampa? —murmuró Erick. Agarró una escoba y se fue con ella al otro lado de la sala vacía que les tocaba limpiar.

—Ugh, como odié la parte del prado —dijo Ale mientras mecía y sacudía sus manos con asco—. Edwin y Aldo traían algo personal conmigo.

—Y el laberinto. Casi me electrocuto cuando me encontré con Joshua —dijo Ciro mientras agarraba una escoba. Se plantó derecho y vio al nuevo miembro de su equipo—. Y tú, no dejabas de verme como si quisieras matarme. Oye, deja las cosas en el pasado.

—¿Matarte? —preguntó Joshua con curiosidad. ¿Cuándo hizo algo -fuera de la misión con su padre- que diera a entender eso?—. ¿Cuándo? ¿Cómo?

—Cuando te encontré en el laberinto y tratabas de meter tu mano—señaló con su dedo, haciendo tambalear la escoba antes de que cayera al piso—. Me mirabas así —dijo mientras entrecerraba sus ojos hasta sólo dejar una fina línea, sus cejas estaban fruncidas y sus labios igual.

—Oh, eso —rio y antes de poder pensar bien qué más diría, agregó—. Perdón, creí que me había quedado ciego y estaba tratando de ver. —Demonios. En realidad, no quería decir eso. No quería que lo vieran raro. ¿Qué tenían los tres para hacerlo hablar y decir cosas que no quería?

—¿Ciego? —se carcajeó Erick, dejándose caer en una banca mientras recordaba el momento—. Dios, sí fui. Cuando aparecí me golpeé contra las paredes y casi empiezo a llorar. Pero, ¿te dio toques? A mí no.

Joshua levantó ambas cejas con un repentino calorcito en su pecho al saber que no había sido el único, y que, en lugar de burlarse de él, Erick contaba una anécdota igual.

—Tal vez sólo era de nuestro lado —susurró Ciro.

—Ay, sí. Me pasó igual. Me asusté —agregó Ale con molestia y luego rio—. ¿A quién se le ocurrió semejante tontería?

—¿En serio creyeron que estaban ciegos? —preguntó Ciro con curiosidad—. No me pasó.

—Ay, ya. Deja de presumir —lo golpeó Erick en el brazo—. Ya sabemos quién es tu mentor. No hay necesidad de eso.

—¡Yo no lo decía por eso! —alzó la voz y luego murmuró—. No estoy tratando de presumir.

—Sí, Ciro, no presumas a los que no tienen profesores personales —regañó Ale con diversión.

—¡Pero Erick sí tiene profesor privado! —Ciro lo señaló con un dedo y la cara llena de inconformidad.

Joshua miró a los tres. ¿De qué hablaban?

—Es profesora —corrigió—. Pero, aun así.

—Amelia es una gran profesora —dijo Ciro—. Y Mauro apenas accedió a entrenarme hace poco.

—Pero Mauro es Mauro, ¿sabes? —hizo notar Ale con añoranza—. Todos quisiéramos ser tú.

—¿De qué hablan? —preguntó Joshua sin poder aguantar más la curiosidad.

—Cierto, él no sabe —dijo Ale con algo de pena en su voz.

El trío de amigos se miraron, como debatiendo quién iba a hablar.

—Algunos de nosotros tenemos profesores personales —explicó Erick con una sonrisa—. No todos, son contados. A veces, un héroe toma un aprendiz y lo entrena.

—Como somos muchos alumnos, no todos podemos volvernos superhéroes o superheroínas —dijo Ale—. Pero aquellos que son aprendices tienen un lugar asegurado porque un día van a tomar el manto de sus profesores.

—Y Ciro tiene a Mauro —rio—. Mauro nunca ha tenido un alumno hasta él. Y Mauro podrá ser lo que sea, pero es genial en batalla. Todos lo hemos visto. Sólo no le menciones a Gabriel y todo estará bien.

—¿Gabriel?

Erick asintió junto Ale.

—¿Por qué? ¿Cómo era en ALIANZA? —preguntó Ciro con curiosidad. Alessandra y Erick lo miraron con sorpresa, a lo que sólo se encogió de hombros—. ¿Qué? Todos nos lo hemos preguntado alguna vez. No se hagan los sorprendidos, los conozco. Y tenemos al mismísimo hijo de Mamba Negra para responder nuestras dudas.

—Sí, para eso estoy aquí, no porque mi padre está encarcelado —se burló Joshua, dándole risa a los otros.

—¿Y entonces? —insistió Ciro mientras fingía barrer, porque sólo estaba usando el palo.

—Bueno, no hay muchos niños en ALIANZA —dijo Joshua—. De hecho, sólo éramos mi primo y yo. Y ambos compartíamos un instructor.

—Guau —dijeron los tres al mismo tiempo—. Qué extraño.

Joshua le restó importancia con un gesto.

—Supongo.

—¡Hey! —les llamó la atención una voz desde afuera—. A trabajar.

Los cuatro soltaron una pequeña risa al escuchar a Patricia.

—¿Por qué no te juntas con nosotros mañana? —ofreció Ciro mientras volvía a armar la escoba.

—Sí —apoyó Ale.

—Sólo te advierto —dijo Erick entre risas—. Ciro a veces se escapa y va a la cafetería cuando esta está sola para robarse algo.

Ale asintió al ver la sonrojada cara de su amigo.

Ciro miró a Joshua, como si esperara su reacción ante la información obtenida.

Así que por eso lo había visto ahí.

—¿Y entonces? —insistió Ciro.

Joshua vio a los tres. Se detuvo un momento en cada uno y luego soltó una risa nerviosa.

—B-bueno —contestó sin tratar de sonar muy emocionado.

Porque seguía sin tener planes de quedarse ahí, pero sería lindo tener personas con las que hablar.

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