El Diario de una Doncella

By MaribelSOlle

31.2K 6.9K 2.1K

La curiosidad convertida en deseo. El duque de Wellington, conocido como el soltero más deseado y esquivo del... More

Reparto de personajes
Epígrafe
Capítulo 1- Un duelo, una vaca y huevos rotos
Capítulo 2- Valiente Jane
Capítulo 3- Tóxico Arthur
Capítulo 4- Wellington's House
Capítulo 5- Miedo al cambio
Capítulo 6-Entrelazados
Capítulo 7- Los Miserables
Capítulo 8-Atracción compartida
Capítulo 9- Los jardines de la perdición
Capítulo 10- Besos humillantes
Capítulo 11- Ni el bueno es tan bueno, ni el malo es tan malo
Capítulo 13- Una belleza etérea
Capítulo 14- Tetera hirviendo
Capítulo 15- Sentirse vivo
Capítulo 16-El verdadero Wellington
Capítulo 17- Algo más que una sonrisa
Capítulo 18- Juego a tres
Capítulo 19-Demasiado pronto para el amor
Capítulo 20- Locura de confesión
Capítulo 21- La niña del río Támesis
Capítulo 22-Tílburi en peligro
Capítulo 23- De sombras a luces
Capítulo 24- Doloroso deseo de rendición
Capítulo 25- Renaciendo en el abrazo perdido
Capítulo 26- Amor sincero
Capítulo 27- La temporada social
Capítulo final
Epílogo

Capítulo 12- De espectadora a protagonista

843 237 76
By MaribelSOlle

Entre las sombras del servicio, las criadas tejían historias que la alta sociedad prefería ignorar, mientras las señoras se enredaban en sus propios hilos de pretensiones y secretos.

Criadas y Señoras. 

La vio soltar el libro en la mesita auxiliar y entrelazar las manos en el regazo cuando, a media tarde del viernes, el señor Dowson entró en la biblioteca y le entregó una nota. Habían pasado casi la totalidad de las últimas veinticuatro horas sin apenas cruzar una palabra más allá de lo necesario. Jane parecía decidida a mantener cierta distancia para evitar que se repitiera algún incidente como el de la mañana anterior. Él, por otro lado, la había observado en silencio durante todo ese tiempo de mutismo compartido. Le resultaba extraño pasar tanto tiempo con una mujer y compartir cosas tan sencillas como la lectura, pero no se aburría. En ese silencio compartido, se entretenía reflexionando sobre cómo, con el pelo cubierto por la cofia, su rostro parecía más definido. No recordaba haber estado en la vida de forma normal con una mujer.

—Es una notificación de Nate —mencionó en voz alta, tan pronto como el mayordomo abandonó la biblioteca y él leyó el remitente del sobre—. Acepta la invitación para venir a pasar el fin de semana aquí, pero llegará tarde, pues... finalmente, el vizconde y lady Wood celebrarán sus nupcias mañana.

—¡Qué alivio! —suspiró Jane, despojándose brevemente de su fachada de estirada, de manera espontánea.

—Cualquiera diría que encuentra paz en las gratas nuevas del causante de mi estado —se irritó Arthur.

—Desconozco al vizconde, mi señor, pero temía que lady Wood sufriera una caída irreversible en desgracia por mi culpa. Al fin veo que no.

—Pero si no le agrada lady Wood.

—La detesto, mi señor. Es como todas las damas de alta alcurnia, altiva, prepotente y siempre me mira desde una altura inalcanzable. O ni siquiera me mira, no me considera persona, pero aún así, no habría soportado que sufriera más que una cura de humildad.

—Oh, no se preocupe por eso. Ya lo ve, mañana por fin se casará y quien sabe si continuará sus andanzas. ¡Menudo necio está hecho Charles! Haría lo que fuera para encamarse con una mujer hermosa —carcajeó Arthur—. En fin, me conformo con que toda Calcuta sepa o, al menos sospeche, que su inminente esposa tiene de todo menos honradez. 

—¿Ya no más publicaciones en el  «The Calcuta Chronicle»?

—No, no por el momento, señorita Jane. ¿No está cansada de leer «Los Miserables»?

—¿Busco otro libro, Su Excelencia? 

—Lo cierto es que no puedo seguir escuchando más penalidades, señorita Jane. He tenido suficiente con esta desgraciada noticia. 

Ella frunció el ceño y él se complació por dentro. ¡Por fin conseguía ver algo más de ella que esa rictus severo de su boca y su cara imparcial! 

—Buscaré otro libro, mi señor. 

—No —la detuvo—. Quiero que me cuente como fue su vida en el orfanato. 

Jane palideció. Y Arthur fue muy consciente del cambio en sus ojos. Quizás no había sido el mejor tema por el que empezar a hablar. Pero tenía curiosidad, quería saber más de ella, de su infancia y su juventud, por qué ella era como era, tan distinta y especial a pesar de ocupar un lugar común y vulgar dentro del escalafón social. 

—No podría ofrecerle a alguien de su elevada posición una charla sobre un orfanato, mi señor.

—Venga, Jane, no me endulce los oídos, ambos sabemos que sus palabras carecen de sinceridad. Seré perfectamente capaz de soportar un par de historias sobre monjas con látigos y habitaciones frías con colchones de paja. 

Jane rio con cinismo para sí misma. Su infancia se asemejó a la de cualquier dama de noble cuna, al menos hasta los seis años. Recordaba su cama, tan lujosa como la del Duque, con un colchón de plumas de la mejor calidad y sábanas de seda adornadas con motivos infantiles. Su habitación era cálida, hermosa, repleta de muñecas y todo tipo de caprichos que su padre le regalaba. Durante muchos años se negó a recordar su pasado, por su propio bien. Pero al hacerlo, al pensar en su habitación, recordó a sus padres. El recuerdo de su padre, alto y rubio, muy apuesto, con los ojos de color bronce como los suyos, entrando en su habitación para darle las buenas noches, la golpeó tan fuerte como el recuerdo de su madre, hermosa, de cabello negro y cariñosa, tumbada a su lado, cantándole nanas para que se durmiera. 

No pudo evitarlo; algo dentro de ella se fracturó de repente, ya que nunca antes nadie le había preguntado por su infancia. Ni siquiera sus compañeras de trabajo. Esa clase de preguntas solían estar vedadas entre las mujeres de su gremio, para evitar, precisamente, el dolor del alma. Las lágrimas le brotaron de los ojos de forma natural, azotada por una marea de recuerdos que había bloqueado en su mente. 

Era evidente que Jane no deseaba hablar de sí misma. No obstante, su llanto repentino lo sorprendió. No era un llanto desesperado ni un lamento afectado; eran simplemente lágrimas que brotaban de sus ojos, que de pronto pasaron de estar cubiertos por una fuerte capa de escarcha a deshacerse en la tristeza. Estaba acostumbrado a los lamentos de las mujeres, pero en su mayoría eran fingidos o exagerados por algún malentendido amoroso, tal y como él había anticipado que sucedería el día anterior con Jane. Pero ese llanto era natural, emanaba de su alma y no tenía nada que ver con él. No tenía ni idea de cómo lidiar con la situación. 

—Jane, lamento sinceramente si he sido insensible con mi pregunta —mencionó, atenuando la tonalidad de su voz. Sin embargo, ella no reaccionó a sus palabras, continuaba enjugándose las lágrimas con las manos, como si estuviera inmovilizada—. Oh, vamos, Jane, ¿no le da vergüenza comportarse de ese modo frente a su señor? —la pinchó adrede, buscando su mal carácter para alejar la pena de sus ojos. 

Justo como había anticipado, ella alzó la cabeza de entre sus manos y lo miró con ira. —No soy su esclava, mi señor. Lamento si mis lágrimas le incomodan tanto. Será mejor que me retire hasta que pueda recobrar el control de mis emociones —se puso de pie de un salto.

—Jane, no le he dado permiso para retirarse. 

Ella se plantó sobre sus pies y lo encaró con los ojos empapados, sus ojos de color bronce brillaban como el metal, relucían llenos de sentimientos contradictorios. —¿En qué puedo ayudarle, mi señor?

Arthur rebuscó en el bolsillo de su chaqué, pues ese día también se había vestido, prescindiendo de la bata, y sacó un pañuelo de seda morado. —Tenga, por favor, séquese las lágrimas y vuelva a sentarse donde estaba. 

Jane apretó los labios, pero obedeció. Se sentó y se secó las lágrimas con el pañuelo del Duque, que olía a mil maravillas de hombre y perfumes varoniles de los más caros y exclusivos. 

—Disculpe, mi señor, no debería haberle incomodado con mi reacción —reconoció, un poco más tranquila. 

—No soy un experto en consolar a las personas, señorita Jane. Ni siquiera soy un experto en hablar de temas profundos. Solo tenía curiosidad por su infancia, nada más. Pero ahora comprendo que no debí preguntar. Oh, vaya, se está usted acostumbrando a que me disculpe con frecuencia. No suelo hacerlo, se lo aseguro. 

Jane sonrió y Arthur se maravilló por ello. Quizás era la segunda vez que la veía hacerlo, después de la primera publicación en el «The Calcuta Chronicle», y estaba especialmente guapa cuando lo hacía. 

—¿No estará esperando que le dé las gracias por disculparse cuando debe?

—¿Cómo es posible que esté soportando tanta impertinencia?

Jane rio mientras aún tenía los ojos brillantes por las lágrimas, y Arthur sintió que algo se removía en su interior. Al principio, pensó que alguna de sus heridas le estaba causando una hemorragia interna, pero luego se dio cuenta de que la sensación incómoda y dolorosa provenía de su pecho. ¡Caray! ¿Acaso tenía él corazón? Siempre había preferido pensar que carecía de dicho órgano. En sus treinta y dos años de vida, jamás lo había sentido latir, ni siquiera por Tara. Había querido a su hermana mayor. Quizás había sido la única persona a la que él había querido, por encima de su padre, que solo había sido una figura lejana en su vida, o de su madre, que jamás había actuado como tal. Pero el corazón jamás se le había removido como en ese instante, y le dolió. Le dolió notar el bombeo de la sangre y el latir repentinamente desbocado. 

—Jane, mañana quiero que se vista con otra cosa que no sea ese horrible uniforme para recibir a Nate y a sus horribles hijos. 

—¿Sus sobrinos?

—Horribles hijos. 

—¿No le agradan los niños, mi señor? 

—Para nada, son los seres más inservibles, ruidosos y sucios del planeta. 

—Usted también fue un niño alguna vez. 

—No lo recuerdo, señorita Jane. Solo recuerdo los azotes en las manos cuando mi profesor particular decidía que no estaba haciendo lo suficiente para reemplazar al primer Gran Duque de Wellington.

Jane tragó saliva, con la frialdad de las lágrimas secas en sus mejillas y el pañuelo del Duque entre sus manos. Igualar o superar una figura como la del primer Duque de Wellington debía ser una obligación prácticamente imposible, demasiadas exigencias e imposiciones en un solo niño. Pero el Duque de Wellington no parecía afectado por ello, al menos no aparentemente, aunque ella empezaba a estar convencida de que su carácter se debía en gran parte por todas las comparaciones y expectativas de la gente hacia su persona. 

—Mañana pediré al ama de llaves un uniforme de gala de la casa, mi señor, no se preocupe. 

—No me ha entendido, Jane. No quiero que trabaje este fin de semana, quiero que sea una invitada. 

—¿Está intentando bromear, mi señor?

—En absoluto. 

Jane abrió los ojos, haciendo chocar sus pestañas oscuras con el pliegue de sus párpados. —¡Mi señor, lo que me pide es imposible y jamás lo haré! Se lo agradezco, pero no hay ningún motivo por el que una simple sirvienta sea invitada en un evento del Duque de Wellington, lo siento, mi señor. Solo lo deshonraría, lo avergonzaría. Y le aseguro que no es un arrebato de fingida sumisión. Ninguna doncella que precie su trabajo y respete a sus señores aceptaría semejante proposición. 

Arthur rio con una carcajada. —Si conociera mi pasado y mi reputación sabría que no hay nada que pueda deshonrarme a estas alturas. Yo soy el señor de mi casa y yo decido a quién invito, señorita Jane. Si quiere estar más tranquila, puede considerar que sus funciones aquí son las de una enfermera, no las de una simple sirvienta. Como mi enfermera personal, tiene derecho a acompañarme en todo momento, y eso incluye cualquier evento que yo organice en mi casa. 

—Entonces usaré mi uniforme. 

—¿Y parecer un inválido ante los ojos de Nate y sus odiosos hijos? No deseo que esos niños me vean como un enfermo; si perciben debilidad, son capaces de causar estragos en la propiedad, una vez, rompieron toda la cristalera que da al jardín. Usará usted su mejor vestido y me acompañará. No tiene que angustiarse, como le he dicho, solo será un fin de semana familiar. Y ya sabe como es Nate, no es de esos que hacen comentarios necios —Jane reflexionó unos momentos y asintió, aunque no estuviera completamente convencida. No podía rebatir la argumentación que le había dado Su Excelencia—. Además, creo que también asistirá la niñera. 

—¿La niñera?

—Sí, no recuerdo su nombre. Pero Nate no va a ningún sitio con los niños sin ella, podrá socializar con ella; como le digo, será un ambiente muy distendido. 

¿Por qué caray tenía la necesidad de convencerla para que asistiera al evento con Nate y sus sobrinos? ¿Por qué caray quería que una sirvienta permaneciera a su lado mientras recibía a sus invitados? No lo sabía, no tenía ni la menor idea. Pero solo sabía que quería verla allí, junto a él, y que conociera a los hijos de Tara. 

Jane volvió a asentir. Su mejor vestido parecía poco más que un trapo ante los estándares del Duque o del Gobernador. ¿Cómo podría asistir sin humillarse a sí misma? Buscó rastros de malicia en los ojos de Arthur, para saber si se trataba de otra más de sus jugarretas, pero solo encontró una angustia genuina, como si realmente quisiera que ella accediera a asistir. 

—Sigo sin estar segura de que pueda estar a la altura de la situación, mi señor. Normalmente mis funciones son las de servir, no las de participar en la fiesta. 

—¡Por Dios Santo, mujer! —perdió la paciencia Arthur—. Ya le he dicho que no es ninguna fiesta. Solo es Nate, por el amor de Dios. Él, cuatro mocosos a los que les importa un reverendo comino quien sea usted y su niñera. Se quitará este horrible uniforme y esa espantosa cofia para el bienestar ocular de todos los presentes y me atenderá como enfermera mientras conoce a los niños, no hay discusión posible. 

Jane apretó los labios, pero no dijo nada más. ¡Grosero, insoportable! 

Siempre lo había observado desde la distancia, como una espectadora. Nunca se había acercado, ni siquiera se había atrevido a imaginar ser parte de un evento en una mansión como esa. Y no importaba que solo fueran el Gobernador Canning, sus hijos y la niñera de estos; para ella, dejar el uniforme y ponerse un vestido ya suponía todo un choque con su realidad diaria.

Esa mañana, se había levantado a la misma hora de siempre, a las seis, para realizar sus tareas habituales dentro de la propiedad. Posteriormente, según las instrucciones del ama de llaves, por orden del Duque de Wellington, se retiró a su habitación para arreglarse antes de la merienda, momento en el que llegarían los invitados.

Por supuesto, las miradas ponzoñosas y los comentarios intrusivos por parte de algunas de sus compañeras no se hicieron esperar. Los rumores iban creciendo cada vez más y según pasaban los días. ¡Oh, «caballero desgraciado»! ¿Por qué tenía que comprometerla en algo tan vergonzoso? Estaba decidida a hacerle saber que estaba ensuciando su reputación como doncella con sus ideas extravagantes. 

Pero antes, necesitaba resolver el problema de su vestido. En realidad, solo poseía uno. Era el único que había podido adquirir con algunos de sus ahorros, el resto del dinero que ganaba, que no era mucho, siempre lo guardaba para emergencias. Era marrón y bastante desagradable. Además, era el mismo que llevó el primer día que habló con el Duque y el Gobernador; no estaba segura de si ambos lo recordarían. Hubiera sido respetable repetirlo en una sucesión de encuentros, pero no en solo dos.  ¡Ah, pero en fin! ¿A quién pretendía engañar? Ellos sabían perfectamente que era una criada, y ninguno de los dos esperaría que llevara un hermoso vestido de muselina con bordados. En ese caso, ambos se plantearían muchas cosas. El Gobernador podría pensar muy mal de ella y de lo que hacía en esa casa y el Duque empezaría a preguntarse de dónde había sacado el dinero para algo totalmente fuera de su alcance. 

Unos toques en la puerta la hicieron levantarse de la cama en la que estaba sentada, observando con detenimiento su única opción para esa tarde, buscándole manchas o rotos que pudiera arreglar. 

—¿Sí?

—Señorita Jane —oyó la voz agradable de la señora Bass—. ¿Puedo pasar?

—Por favor, pase, señora Bass —dio un paso ella hacia la puerta—. ¿Se me requiere? —preguntó al punto en el que el ama de llaves entró. 

—No, señorita Jane. Solo he pensado que quizás le gustaría usar este vestido para la ocasión —comentó ella, con voz dulce, con pequeñas chispas en sus ojos azules y una gran caja entre sus brazos. 

—Permita que la ayude —socorrió ella, tomando la caja entre sus manos para dejarla sobre la cama. 

—El vestido es mío, señorita Jane, espero que no le importe usar algo de segunda mano. Usted es un poco más alta que yo, y un poco más gruesa, pero así lo llenará mejor, y en cuanto al largo no creo que se note mucho. 

—Señora Bass, no podría aceptarlo. Es demasiado generoso por su parte —se enterneció Jane, ante la buena predisposición de esa mujer. 

—Si tiene alguna opción mejor, no la obligaré a usarlo si es lo que teme. 

—Mi única opción es ese trozo de tela marrón que ve al lado de la caja, señora. 

—Entonces, mírelo, creo que puede gustarle —La señora Bass abrió la caja y Jane se llevó las manos a la boca. 

—¡Señora Bass! —suspiró emocionada—. ¿De veras quiere prestarme algo tan bonito?

El modesto vestido que el ama de llaves quería prestar a Jane para la ocasión era de un delicado tono grisáceo un poco desgastado por el uso y el tiempo. Su falda, de corte sencillo, caía hasta los tobillos con gracia y modestia, mientras que el cuerpo ajustado se abrochaba con discretos botones en la parte delantera. El tejido, aunque ya no exhibía la frescura de antaño, mostraba una resistencia digna y carecía de desgarrones notorios. Un ligero encaje adornaba el cuello y los puños, añadiendo un toque de feminidad a la prenda.

El vestido, aunque simple, poseía una elegancia subyacente que contrastaba con la habitual indumentaria de la sirvienta. El corpiño ajustado resaltaba la figura femenina sin caer en la ostentación, y la falda fluía con naturalidad, permitiendo movimientos cómodos. Aunque evidenciaba su origen humilde, el vestido se adaptaba con gracia a la ocasión, demostrando que la elegancia puede surgir incluso de la simplicidad. 

Y para Jane, aquel vestido era el más bonito de todos. Pues jamás había vestido algo similar. 

—Lo compré hace bastantes años, pero tiene un corte tan elegante y sencillo que encaja perfectamente en la actualidad y en su posición. Con esto, no se humillará a sí misma de ningún modo, ni por falta ni por exceso. Es adecuado. 

—¿Adecuado? ¡Es maravilloso! —se alegró Jane, sintiéndose por unos instantes feliz y coqueta—. ¿Puedo sacarlo?

—Por favor. 

Levantó la prenda con cuidado y respeto y se maravilló todavía más, era inmejorable. —¡Oh, hasta tiene un bonete a juego! —descubrió, al levantar el vestido y volver a mirar dentro de la caja. 

—Quizás si salen a pasear por los jardines pueda ponérselo como complemento. 

—¡Señora Bass! Esto es mucho más de lo que podría haber soñado. Oh, siento de veras las molestias. 

—Tranquila —el ama de llaves la cogió por las manos y la sonrió—. Sé que el Duque de Wellington puede ser un poco caprichoso a veces, he estado junto a él desde que era un niño, pero también sé que usted no es una mujer indecente —Jane se sonrojó y asintió—. No haga caso de los rumores entre el servicio, hacía mucho tiempo que no veía al señor tan calmado, y eso en parte es gracias a su labor. Disfrute del evento. 

—Gracias, señora Bass, sus palabras significan mucho para mí —sinceró ella, agradecida por su bondad. 

—Ahora, debo regresar a mis obligaciones. 

Jane se quedó a solas con su maravilloso vestido de prestado. Y se apresuró en empezar a arreglarse. 

"Nunca me había preparado para nada que no fuera trabajar o salir con alguna compañera a dar un paseo en mi día descanso. Mi vida era el sinónimo de la austeridad y el trabajo arduo; pero, de nuevo, el Duque de Wellington me daba la oportunidad de vivir algo diferente, de sentirme más humana y menos instrumento."

¡Vota y comenta si te ha gustado el capítulo!

Sígueme si no lo haces. 

Continue Reading

You'll Also Like

27.5K 4.6K 30
Monett no es la típica beldad inglesa que se pasea por los salones esperando que un perfecto caballero quede prendado de su belleza y pida su mano en...
51K 9.3K 38
Adam Bruster, conde de Baltimore, un caballero que pertenecía al Círculo de los solteros, era conocido por ser alguien esquivo dentro de la sociedad...
123K 17K 78
TRANSMIGRAR A OTRO MUNDO PARA REESCRIBIR MI VIDA (TITULO ALTERNATIVO) CAPÍTULOS 620 (NOVELA ORIGINAL) TITULO ORIGINAL: LA TRANSMIGRACIÓN DE LIBROS CA...
Cerca del Cielo By JanPao20

Historical Fiction

88.1K 5.1K 24
En la época de las cruzadas, guerras y falsedades, hubo alguien que quiso mantener la paz por encima de la guerra: el rey de Tierra Santa, aquella ti...