Fuimos momentos

By GraceVdy

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Abril siempre ha estado enamorada de Franco, por eso cuanto este le propone fingir una relación decide aprove... More

Sinopsis
⚠️Advertencias⚠️
La leyenda de las llamas gemelas
Inicio
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07/1
Capítulo 07/2
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15/1
Capítulo 15/2
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19/1
Capítulo 19/2
Capítulo 20
Capítulo 21/1
Capítulo 21/2
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24/1
Capítulo 24/2
Capítulo 25/1
Capítulo 25/2
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28/1
Capítulo 28/2
Capítulo 29
Capítulo 30/1
Capítulo 30/2
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33/1
Capítulo 33/2
Capítulo 34
Capítulo 35/1
Capítulo 36/1
Capítulo 36/2
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Final
Epílogo I
Epílogo II

Capítulo 35/2

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By GraceVdy

Oigan, voten y comenten, no sean así, que siento que me dejan en visto 😐

PD. En esta historia se tratan temas espirituales, esotéricos, místicos, si no creen, solo respeten a los que sí. Besis y disfruten de la lectura

35.2 Otras realidades 

✨Abril✨

A lo largo de mi vida había atravesado por muchos duelos, por pérdidas dolorosas que me dejaron sumida en una soledad que no se podía llenar. Tenía experiencia para afrontar lo que viví desde que salí del hospital, aun así, la desesperación que padecí tras aquella noche, fue tan novedosa e intensa que me tomó desprevenida y sin fuerzas para hacerle frente.

Mi relación con Christian había acabado hacía varias semanas, sin embargo, me encontré sufriendo como en el día uno, en el que aún no asimilaba que ya no estábamos juntos, que todo lo que tuvimos se terminó de golpe y tenía que continuar viviendo sin él conmigo.

Me di cuenta de que estaba pasando por la noche oscura del alma, que nuestra relación de verdad estaba rota y que aquella desolación era la consecuencia de la que tanto estuve huyendo desde que entendí el tipo de vínculo que nos unía. Sabía que, todo iba a pasar, que las cosas mejorarían para ambos, que padecer todo aquello era necesario para sanarnos. No obstante, soportarlo era tan agobiante, que busqué con desesperación algo de consuelo que me ayudara a sobrellevarlo.

En el transcurso de las dos semanas posteriores intenté encontrarlo en todo lo que estuvo a mi alcance; sin embargo, nada ayudó con la tristeza que me había abrazado con todas sus fuerzas. Los baños de sol, los de luna, los rituales que me enseñó mi tía, la compañía de mis amigas y de Nala, no funcionaron para desaparecer el intenso dolor dentro de mi pecho, la soledad que vivía, ni la constante sensación de hallarme fuera de lugar.

Aunque me comporté como una persona funcional, estaba viviendo una persistente agonía, que me llevó a enfrentarme a uno de los grandes temores que desarrollé cuando nos encontramos: Descubrir que fue lo que ocurrió en nuestras vidas anteriores que, nos impidió estar juntos. Pese a todas las reservas que tenía al respecto, y el miedo paralizante que me causaba la certeza de que lo que fuese que me enterara me iba a lastimar con mucha profundidad, usé la preciada libreta de contactos de mi tía, para reunirme con una persona que podía ayudarme.

Las dudas no me hicieron titubear como de costumbre, porque desde que hice la primera llamada y acudí a la primera sesión, me sentí acompañada. La presencia de mi tía fue perceptible en cada uno de mis pasos, aquella era la razón por la que actué con tanta firmeza e ignoré mis temores. Sabía que si mi tía se encontraba conmigo en ese momento era porque me hallaba haciendo lo correcto.

Y ahí estaba, recostada sobre un sillón, temblando como una hoja, sintiendo el peor dolor que experimenté y llorando como pocas veces lo había hecho, mientras Ana, la amiga de mi tía, me guiaba para sacarme del estado al que me había inducido. Su voz sonó lejana y poco clara, mi consciencia se hallaba alterada, sumida en el momento fatídico que en medio del trance presenciaba.

Nos había tomado tres sesiones prepararme para ese momento. Ana tenía dones como tía y conocimientos psiquiátricos, estaba en las manos correctas, lo sabía, aun así, sentí miedo, un terror inexplicable que por un momento me hizo sentir asfixiada. Mi sensibilidad me hacía más vulnerable a lo que estaba viviendo, al sufrimiento crudo que experimentaba en ese instante.

—Abril, alejémonos un poco —me indicó, su voz llegó a través de la neblina en la que me sentí envuelta, un chasquido resonó y percibí como mi cuerpo fue empujado para poner distancia—. Vamos a regresar juntas, estoy contigo. ¿Qué ves?

—Una luz... violeta —agregué, tras sollozar.

—Atraviésala, es una energía sanadora, y de amor, es tuya...

Sus indicaciones continuaron por un largo momento más, tras seguirlas, comencé a ser más consiente de mi cuerpo. Mis párpados dejaron de percibirse pesados, mis músculos se destensaron poco a poco y mi respiración cambió gradualmente. Lo primero que moví fueron las manos, llevé ambas hasta mis mejillas para limpiar las lágrimas empapadas por el llanto.

—Estoy mareada.

—Es normal, no te preocupes. Tómate tu tiempo, con calma.

No pude obedecer aquella petición porque todo lo que vi me alteró de manera desmesurada. Separé los párpados del todo y permití que la luz que iluminaba el lugar terminara de despejarme. El dolor de cabeza me mantenía aturdida, quise sentarme, pero no pude moverme, al menos no de inmediato.

—Me siento agobiada.

—También es normal, no te asuste —pidió, su tono de voz gentil fue reconfortante. Observé como se acercaba para sentarse frente a mí y luego me vi obligada a parpadear—. Retrocedimos muchísimo, estarás un poco cansada, incluso agobiada, pero pronto pasará. Harás los ejercicios de respiración de los que hablamos. ¿Quieres hablar de lo que viste?

—A mi mamá, pude verla a ella. No la recordaba.

Se levantó para ofrecerme agua que tomé de sorbo en sorbo, me fue imposible dar un largo trago, el nudo en mi garganta evitaba que pudiera hacer algo así.

—¿Fue agradable hacerlo?

—No. La extraño muchísimo... También estaba en mi otra vida, pero era mi hermana, o alguien muy cercano.

—Siempre estamos rodeados de los seres que han sido importantes para nosotros. ¿Qué más viste?

—A él... Nuestra última despedida, la manera en la que morí.

—¿A tu divino masculino?

Asentí y el llanto se volvió desolado de la nada, revivir todos esos dolores fue tan fuerte que me fue imposible controlar la emoción. Ana no pareció sorprendida, guio mi respiración para ayudarme a encontrar calma y cuando lo consiguió, me pidió que anotara todo lo que observé. De primer momento no me hallé convencida de hacerlo, tras iniciar, sentí una tranquilidad reconfortante.

Estaba haciendo catarsis, sanando mientras escribía con letra poco legible las emociones que experimenté, y los hechos que viví. El dolor de cabeza no disminuyó cuando terminé, tampoco cuando me tomé el té que me ofreció la amiga de mi tía. Se quedó conmigo, incluso al salir de ahí, al lado de la mujer que se negó a permitir que me marchara sola, pese a que le repetí una y mil veces que no era necesario.

—Tu tía jamás me lo hubiera perdonado —me dijo, justo cuando nos encontrábamos dentro de su auto, aguardando que la luz del semáforo cambiara.

La sensibilidad de Ana era perceptible. Emanaba una energía luminosa y mucha sabiduría, me recordaba a mi tía, me fue inevitable extrañarla mientras conversaba con ella, respondiendo sus preguntas que tenían el fin de evaluarme.

—No seguí instruyéndome —le respondí, cuando me lo cuestionó—. Mi tía enfermó y nos enfocamos en la tienda. Pero aprendí muchas cosas con ella.

—¿Tus dones están despiertos?

—Lo están.

—¿Sabes que tendremos que vernos de nuevo? Aún no hemos terminado.

Asentí acongojada por lo mucho que me afectó lo que acababa de pasar, no me encontraba lista para repetir el proceso; sin embargo, había cosas por sanar y Ana accedió a ayudarme solo por ello.

—Aún me siento agitada.

—Prende una vela, relájate como sabes hacerlo. Esta noche será complicada... Si estás interesada en desarrollar tus dones, en aprender nuevos talentos, puedes contar conmigo para hacerlo. También puedo acompañarte a atravesar este camino en el que estás con él. ¿Qué tan conectados están?

—Puedo sentirlo, y él me siente a mí. No tengo dudas de ello.

—Pero aún no está despierto.

—No lo está. No reconoce nuestro vínculo.

Mi respuesta le provocó un largo suspiro. La serenidad en su mirada no mutó cuando me observó. Asintió y luego volvió a centrarse en el camino que recorríamos a una velocidad moderada.

—Sé que es un poco desalentador el panorama, pero sabes que todo lo que te espera después de esto, es la mejor recompensa. Deberás enfocarte en ti, soltar y confiar es lo mejor que puedes hacer para sanar.

Sonreí por primera vez, aún con los ojos cargados de lágrimas y la emoción atorada en la garganta. Aquella posibilidad hizo que me sintiera más tranquila al bajar del auto y despedirme. Quería hacerlo, quería centrarme en mí, curarme de todas las maneras posibles para poder encontrar la paz que necesitaba.

Fui recibida por Nala, su alegría al verme me reconfortó más de lo que esperé. Tras dejar mis cosas a un lado para acariciarla, revisé los mensajes que ignoré gran parte del día. Todos eran de mis amigas, las únicas con las que mantenía comunicación. Christian me había mostrado que habló en serio cuando dijo que no quería verme. No me buscó, no me llamó, tampoco me escribió e ignoró todos mis intentos de comunicarme con él. Mi única manera de saber algo de su recuperación fue a través de Daisy, a quien me atreví a llamar en medio de mi desesperación.

La lesión en la pierna lo dejaría fuera de las pistas por tres fechas, perdería una cantidad de puntos tan importantes, que la posibilidad de que ganara el campeonato era casi inexistente —según Diana—. Daisy me aseguró que estaba siendo bien atendido, y que anímicamente era el mismo de siempre. Debía sentirme tranquila porque las cosas estaban marchando bien para él, sin embargo, lo extrañaba tanto, que no podía sentir ni una pequeña dosis de alegría.

No respondí los mensajes de Diana, ni le devolví las llamadas a Mich. Estaba tan cansada por la sesión y las horas que pasé trabajando en la tienda, que opté por quedarme recostada sobre el sofá, abrazando a mi perra que se acurrucó a mi lado, porque sabía que la necesitaba.

Debí quedarme dormida casi de inmediato, porque mi cuerpo estaba tan debilitado que no fui capaz de moverme cuando sentí como el letargo se apoderaba de mí. Alcancé una profundidad que me permitió revivir las últimas imágenes que vi mientras estuve en el trance de regresión, y entonces, la pesadilla comenzó. Sabía que era un sueño, que podía despertar, pero no logré hacerlo. Estaba atrapada en la desgracia, observando momentos con Christian en otras realidades que eran tan dolorosas que se percibía como una tortura que no acabó cuando desperté.

Me senté de golpe en cuanto abrí los ojos, percibiendo la manera en la que el corazón rebotaba dentro de mi pecho, y mi pulso fuera de control. Nala se dio cuenta de que algo me ocurría porque saltó al sofá para acercarse, solo cuando la abracé sentí como mi cuerpo temblaba por culpa de una agitación que ni todos los ejercicios de respiración pudieron aliviar.

Por la siguiente media hora busqué con desesperación la manera de controlarme, sin obtener ningún tipo de avance. El reloj marcaba las doce treinta de la noche, no me atreví a llamar nadie. Caminé por toda la planta baja de un lado a otro, aguardando que todo pasara, inquietando a Nala sin querer hacerlo, y rogándole al cielo que me calmara.

Los recuerdos del trance se fueron de mi mente, pero la zozobra que experimenté no me abandonó. Mientras observaba el fuego que desprendía una vela, experimenté la necesidad desesperante de ver a Christian, de sentirme envuelta en el calor de sus brazos, de tenerlo cerca otra vez. El deseo crepitó como lo hacía el fuego, y no pude hacer nada por extinguirlo.

Fue entonces que decidí pedir ayuda. Le marqué a Mich, la única de mis amigas, que siempre respondía sin importar la hora o el día y aguardé con impaciencia con el teléfono pegado a la oreja. Contener el llanto era doloroso, mientas escuchaba el sonido de espera, me esforcé por no volver a llorar.

—Te llamé mil veces, no puedo creer que te atrevieras a devolverme las llamadas hasta ahora... ¿Aby? —agregó, ante mi sollozo.

—Quiero ver a Christian —confesé, mi voz sonó completamente afectada por el llanto—. Necesito hacerlo.

—No lo necesitas, Aby. Solo lo extrañas y es normal.

—Lo necesito, no lo entiendes. Nos vi, Mich, vi nuestra última despedida y estoy sintiendo la misma desesperación, la desesperanza de que no hay nada más para él y para mí.

—Ya estaba en la cama, pero me cambiaré para ir a verte. Espérame, no tardo.

—No, no salgas de tu casa si ya estabas en la cama.

—Aby, no seas supersticiosa.

—Mich, no lo hagas.

—Entonces dime qué pasó, quiero entenderte... ¿Quieres verlo por alguna cosa mística que te ocurre con él?

En otras circunstancias habría reído entre lágrimas, en ese momento no pude hacer otra cosa que taparme los labios por un momento para silenciar un sollozo.

—Sí, no es una necesidad manejable, es algo que escapa de mí. Te llamo después, necesito colgarte.

—Espera, Abril. ¿Qué harás?

—Verlo —respondí, evidentemente desesperada.

—Aby...

—Tú no, eres la única que no me juzga. La que se esfuerza por entenderme. Nunca has puesto en duda todo lo que te he hablado de nosotros. Diana no lo cree y Maia está convencida de que tengo algún problema mental.

—Pero estás alterada.

—Y lo estaré hasta que no lo vea.

Escuché como respiró hondo, incluso percibí de la indecisión que estaba experimentando. Con el teléfono aún en la oreja busqué las llaves que llevaba semanas sin ver, ignorando todos mis cuestionamientos.

—¿Irás a buscarlo ahora mismo? Dijiste que él no quería verte.

—No me importa, lo necesito.

—Jamás tendré un novio, lo juro. Espérame, voy a llevarte.

—No. No te preocupes, iré sola... Conduciendo —agregué, al hallar las llaves al fin.

—¿Conduciendo? ¿Vas a conducir?

Su incredulidad no me tomó por sorpresa, yo misma no podía creer en mi afirmación. Fui directo hacia el garaje que abrí con Nala siguiendo mis pasos y Mich esperando una respuesta.

—Sé conducir —le repliqué, cuando volvió a preguntarme si pensaba hacerlo.

—Lo sé, pero nunca lo haces y estás alterada... ¿Hace cuanto no enciendes ese auto? Debe de estar...

—Diana lo usó cuando le pedí que fuera por Nala.

—Aby, ¿por qué no intentas dormir? Tómate un té de esos que haces para calmarte. O puedes tomar algún somnífero. Mañana verás las cosas con más claridad. Podemos hacer una videollamada, te acompaño a la distancia mientras te quedas dormida.

—Necesito hacerlo, Mich.

—Maldita sea, Aby, me vas a volver loca. ¿Puedes llamarme en cuanto estés ahí? ¿Y avisarme si ese idiota te hace algo?

—Él no me hará nada, Mich.

—Ten cuidado, Aby. ¿Está bien? Te quiero mucho.

—Yo también a ti.

La decisión con la que me conduje tras colgar, no me permitió detenerme a pensar lo que estaba haciendo. Me aseguré de dejar a Nala adentro, tomé mis cosas y subí al auto que encendí sin ningún tipo de problema. No experimenté ningún de arrepentimiento, en los siguientes segundos. Ni siquiera cuando me puse en marcha y concienticé en que me hallaba sola, detrás de un volante y con los nervios alterados.

Debí desasociarme de lo que hacía, de actuar en piloto automático, sin analizar con detenimiento mis acciones, porque conduje con prisa, sin titubeos, y con la firme intención de verlo así él no quisiera permitirlo. Para cuando llegué al edificio de Christian, las lágrimas se habían controlado. Mis ojos y nariz enrojecida eran la única evidencia del llanto. Me recompuse limpiando mi cara, y tras estacionarme bajé para recorrer el lobby como tantas veces lo había hecho, como si fuese bienvenida a ese lugar.

No tuve ningún tipo de problema al entrar. El portero me sonrió con amabilidad después de desearme buenas noches y continuó con lo suyo, ajeno a la prisa con la que me movía. Mientras subía, lo único que ocupó mi mente fue el intenso deseo de tenerlo de frente una vez más, de ver sus ojos y tener la certeza de que nuestra realidad era distinta, menos trágica y más llevadera. En ese momento de debilidad quería abrazarlo y no soltarlo, hasta que la angustia pasara del todo.

Cuando estuve frente a su puerta tuve problemas para encontrar las llaves. Maldije mi dispocisión de no invadir su espacio entrando directamente por el elevador privado, porque la desesperación ganaba terreno con cada segundo transcurrido. Los dedos me temblaron al tocarlas dentro de bolso. Agradecí nunca haberlas regresado porque en ese instante sentí un intenso alivio al cruzar el umbral.

Todas las luces se encontraban apagadas. Parpadeé varias veces adecuándome a la oscuridad, mientras me preguntaba si él estaba ahí. No me lo había cuestionado antes. La posibilidad de que estuviera en casa de Javi llegó a mi cabeza justo cuando caminaba hacia las escaleras, sosteniendo mi bolso con tanta fuerza que la herida en mi palma comenzó a punzar.

Pese a la probabilidad de no encontrarlo, mis pasos fueron firmes hasta que se detuvieron en la puerta de su cuarto. En el momento que puse la mano sobre el pomo tuve la certeza de que lo estaba buscando en el lugar adecuado, y solo entonces el nerviosismo se manifestó. Tomé aire para suprimir mis náuseas que solo reflejaban mi alteración y la empujé suavemente.

Christian estaba tendido sobre la cama, con los ojos abiertos y la vista puesta en el techo. La luz de la lámpara sobre el buró iluminaba solo un poco la habitación, por ello pude apreciar el gesto en su cara al verme. La sorpresa, la incredulidad y algo parecido al miedo se reflejó en su mirada en cuestión de segundos que transcurrieron lento por culpa de mi agitación.

La desesperación me empujó a ser valiente. Me moví como si no temiera que me echara, que me mostrara que tan cretino podía ser como me lo había dicho la última vez. Me desplacé hasta el sillón en el que dejé mi bolso para luego acercarme a la cama, actuando con una entereza que no tenía idea de dónde había sacado.

Christian se tapó la cara con ambas manos, en un gesto claro de enojo y fastidio que no se molestó en disfrazar. Noté como sus músculos se tensaban a pesar de que respiró hondo, en busca de calma. La intranquilidad que ya padecía empeoró en segundos, aquella angustia no era mía, venía de él, de lo mucho que le afectó verme.

Todas las emociones que me encontraba atravesando no me impidieron centrarme en él. Mi atención por un momento se desvió hasta su pierna, que ya no se encontraba inmovilizada. La única evidencia del accidente era un soporte sobre su hombro izquierdo, que no le impedía mover el brazo. Controlé mi impulso de abrazarlo, de recostarme solo un segundo sobre su pecho y preguntarle si se encontraba bien. El deseo de saber si había alguien cuidándolo y mi intención de pedirle que me dejara quedarme con él para atenderlo como me nacía hacerlo. Me limité a sentarme al otro extremo del colchón, al pie de la cama, manteniendo una distancia que solo me lastimaba.

—¿Qué demonios haces aquí, Abril?

Su pregunta fue un golpe contundente que me dejó sin aire. Estaba preparada para él, sin embargo, lo vulnerable que me encontraba por culpa de la regresión hizo que su hostilidad trastocara mi frágil estabilidad. Al tomar aire para dejar ir la emoción, me di cuenta del peso extra en todo mi pecho. Era un dolor que también era suyo, estaba tan receptiva a sus emociones que contener el llanto fue complicado.

Mi primer intento de hablar falló, tenerlo cerca y permanecer tan lejos evitó que pudiera encontrar la lucidez para expresarme. Había extrañado a Christian con una intensidad desgarradora, tenerlo frente a mí me resultó increíble y triste por partes iguales.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste cómo éramos en nuestras otras vidas?

—Toma —dijo, tras alagar el brazo para sujetar su teléfono—. Llama a una de tus amigas, que vengan por ti.

Lanzó el teléfono suavemente, propiciando que aterrizara cerca de una de mis rodillas. La pantalla iluminada no solo me permitió ver la hora, también hizo que me percatara de que mi foto ya no estaba ahí. Había sido reemplazada por una imagen del trofeo que ganó la temporada anterior.

—Comencé una terapia de regresión —le expliqué, ignorando su sugerencia—. Encontré a alguien que me pudo ayudar con eso y pude vernos. A ti y a mí... En otras vidas.

—Abril, no quiero saber nada al respecto.

Quería adecuarme a las nuevas circunstancias, dejar de sobresaltarme solo por oír su voz. Necesitaba con desesperación reunir todo mi autocontrol, porque para ese punto sentía estar a punto de enloquecer.

—Hemos estado juntos muchas veces, pero solo pude ver con profundidad la última de todas ellas. —Christian maldijo entre dientes ante mi audible sollozo, evidenciando solo hastío. Me llevé la mano al pecho buscando como apaciguar el dolor, era tan intenso como en el que experimenté en el trance—. Me llevabas varios años y ambos estábamos casados, con distintas personas, fuimos amantes.

—Dame el maldito teléfono, las llamaré yo.

—Por eso me dolió tanto lo que pasó, porque es una herida profunda de nuestra vida pasada. Una lección no aprendida.

Mi voz completamente rota, o el llanto desolado que me puso a temblar, hizo que la expresión en su cara cambiara. Bajó la mirada hacia sus manos por largos segundos hasta que finalmente suspiró y negó casi al instante.

—¿A quién prefieres que llame? ¿A Michelle o a Diana? A Maia no pienso hablarle.

—Teníamos la misma conexión, igual de fuerte, sabíamos que estaba mal lo que hacíamos, pero no podíamos hacer nada para evitarlo. Pensábamos escapar juntos, pero las mentiras y todos los problemas nos fueron desgastando. Vi nuestra última despedida. La pelea que tuvimos porque yo no quería irme contigo esa misma noche. Estaba lloviendo, era un pueblo lejano a todo, porque hablabas de viajar toda una noche —hice una pausa porque otro sollozo no me dejó hablar y entonces noté que la atención de Christian estaba totalmente en mí—. Te fuiste, me dejaste ahí en medio de un lugar boscoso, que me hacía sentir amenazada. Cuando volví a casa...

El dolor en el pecho fue paralizante, por un momento no pude hacer otra cosa que intentar respirar con normalidad. Ana me había advertido de lo difícil que sería esa noche, jamás mencionó de la tortura que iba a enfrentar.

—¡Abril! —me gritó molesto, como si lo hubiera ignorado antes—. Bebe agua, toma la botella.

Desenroscar la botella fue todo un desafío por culpa de mis dedos temblorosos, Christian alargó el cuerpo una vez más con una expresión de dolor en la cara, que me dejó claro que no estaba bien, y me la quitó de las manos para abrirla. El roce de nuestros dedos hizo que su energía me golpeara, y el vacío que sentía en el pecho creciera. Quería que me abrazara fuerte contra su pecho, que me dijera que estábamos bien, que no nos pasaría nada igual en nuestra realidad.

—Cuando volví a casa el hombre con el que estaba casada, me estaba esperando. Sabía lo de nosotros, sabía que iba a escapar contigo, sabía que estaba embarazada, pero ese hijo no era suyo y... Me hizo daño, me lastimó tanto y yo busqué la manera de huir, pero no pude conseguirlo, estaba lloviendo, me deslicé en el balcón y todo acabó. Morí esa noche, pude verlo, pude sentir esa desesperación.

El silencio fue sepulcral en cuanto me quedé callada, lo único que lo rompía eran los pequeños sollozos que salían de mis labios, y mi respiración aún acelerada. Christian se quedó inmóvil, con la espalda apoyada en el respaldo de la cama y la mirada puesta en un punto fijo en la pared. Pese a la conmoción que estaba atravesando, al verlo noté que los vellos de sus brazos estaban erizados y su respiración se mantenía tan alterada como la mía.

—Yo no confiaba en ti, y tú tampoco en mí, nuestro amor era caótico, pero queríamos tanto estar juntos —dije, aunque Christian parecía no poder prestarme atención—. De todas las veces que hemos estado juntos, la última fue la más trágica. Lo sé, lo siento, por eso creo que nos encontramos tan jóvenes en esta vida y sin tantos obstáculos entre nosotros. El pacto entre nuestras almas se cumplió más rápido para tener más tiempo.

—En cuanto te calmes llamaré a Michelle para que venga por ti.

Su indiferencia no me lastimó porque percibí el desconcierto que escondía. Christian estaba experimentando una confusión densa, porque todo lo que dije resonó dentro suyo. Sus viejos recuerdos, o mi sufrimiento, hubo algo penetrando todas sus corazas.

—Nunca hemos logrado llegar a la armonía, jamás nos casamos, jamás tuvimos una vida en común, nunca tuvimos un hijo... Solamente fuimos momentos, instantes que no llegaron a más, y planes que no se concretaron.

—Y seguiremos siendo eso, porque todo terminó, Abril. Toma más agua, cálmate para que pueda decirle a una de tus amigas que venga por ti.

—No me quiero ir, hoy no. Esta noche será horrible para mí. Estoy reviviendo todo el dolor de la última vez, no...

Mi cuerpo trepidó por las lágrimas que no pude seguir conteniendo, bajé la cabeza sintiendo la mirada de Christian sobre mí, y las dudas que él sentía. No sabía qué hacer conmigo, qué decirme, o cómo acercarse. Optó por permanecer del otro lado de la cama, con los brazos cruzados y una expresión indescifrable en la cara.

El llanto y todas las emociones que enfrenté en un solo día, me hicieron sentir agotada. Me quité los zapatos con la convicción de no marcharme y me estiré sobre la cama, para recostarme sobre la almohada, justo a su lado. Si se atrevía a sacarme le echaría en la cara la noche en la que se metió a mi cama buscando calma.

Christian rechistó por lo bajo, se quejó entre dientes y maldijo en un tono más alto, pero no me pidió que me fuera de nuevo, tampoco se levantó de la cama. Pasaron largos minutos, tal vez treinta o quizás más, en donde lo único que hizo fue quedarse ahí, a mi lado, en silencio. Hasta que finalmente apagó la luz sobre el buró y lo sentí moverse sobre el colchón para acomodarse sobre su almohada.

Aquella acción no me trajo alivio, porque cuando me puse de medio lado con el firme propósito de buscar sus brazos, él me dio la espalda, dejando claro que no estaba dispuesto a ceder, ni siquiera por las circunstancias.

Christian no volteó, no me abrazó a mitad de la madrugada, como esperé, durmió con profundidad a mi lado, fingiéndose ajeno a mi presencia, cuando en realidad estaba agitado y perturbado por todo lo que escuchó. Aunque no lo tuve cerca como quise, obtuve la pizca de tranquilidad para lograr conciliar el sueño, un largo rato después. Tal vez fue su calor corporal, o el olor de su perfume impregnado en las sabanas, lo que me ayudó a dormir con profundidad hasta la mañana siguiente.

Cuando desperté, él no estaba ahí. No fue necesario que lo buscara en todo el departamento. Supe con certeza que se había marchado, que lo hizo para evitar un enfrentamiento entre ambos, y aunque me dolió más de lo que podía explicar, me negué a lamentarme por ello.

Tras despejarme entré a su baño para verme lo más presente posible. Me hallé embargada en una tristeza profunda, aun así, salí serena de su cuarto, con la misma ropa del día anterior y los ojos hinchados por lo mucho que había llorado.

—¡Abril!

El grito de Mariam llegó al verme a la mitad de las escaleras, le sorprendió tanto mi presencia que las camisas que llevaba entre las manos cayeron al piso. Le sonreí, como si no sintiera que me estaba muriendo por dentro, solo para restarle incomodidad al momento.

—Hola, Mariam.

—Perdón, señorita Abril, no esperé verla.

—Lo entiendo, puedes llamarme Abril... ¿Sabes dónde está Christian?

—Supongo que en fisioterapia, aunque se marchó más temprano que de costumbre.

—¿Puedes hacerme un favor?

—El que necesite —respondió, tras ofrecerme una breve sonrisa.

—Dale esto.

Mariam observó sin parpadear como llevé mis manos hasta mi cuello para quitarme la cadena que siempre usaba. Ante su mirada directa, saqué con cuidado la inicial que colgaba de ella y la apreté en mi palma para conservarla. Lo único que le entregué a Mariam fue el obsequio que me hizo tía y la media luna que me regaló mi hermano, dos de las cosas más preciadas para mí, con lo que deseaba que él me recordara.

—Está bien, yo se lo entregaré.

—Gracias, Mariam. No dejes solo a Christian, sé que puede ser desagradable, pero tiene aprecio por ti. Le agradas, por eso siempre busca la manera de molestarte, es como un niño intentando tener tu atención.

—Lo sé —respondió, dejándome ver algo de calidez en su mirada.

—Cuídate mucho.

En un impulso me acerqué para besarle la mejilla, tomándola desprevenida. No intercambié otra palabra más, acomodé mi bolso sobre mi hombro y caminé hacia la puerta. Salí sabiendo que no iba a regresar, con el pequeño consuelo de haber dormido con él una vez más.

***

—Aby ¿de verdad no quieres venir con nosotras?

Miré a mi alrededor para contemplar el caos que me rodeaba. Maia estaba maquillándose sobre mi cama, Mich desfilaba en ropa interior frente al espejo y Diana luchaba con el aparato para hacer ondas en su pelo.

—No, estoy cansada.

Encendí la televisión para distraerme mientras ellas se preparaban y lo primero que observé en la pantalla fue a un motociclista recorriendo a gran velocidad una carretera. El ruido del motor proveniente de la película creo un ambiente incómodo de inmediato. Mis tres amigas se vieron entre sí, antes de que mi cerebro actuara rápido para cambiar el canal.

—¿Segura? Nos vamos a divertir.

Diana era la única que se atrevía a romper el silencio en momentos así. Aquellas amargas casualidades, que más bien eran señales, solía recibirlas constantemente. No había algo a mi alrededor que no me evocara a Christian, una imagen, un sonido, un aroma, cualquier cosa que me rodeaba parecía estar ahí para recordármelo.

Era parte de nuestro proceso, del camino que estábamos recorriendo por separado y al que poco a poco me estaba acostumbrando, gracias a Ana y la manera amorosa en la que me estaba guiando para hacerle frente a una de las cosas más dolorosas que había experimentado.

—Segura.

—Dejen de insistirle, no quiere salir. Está cansada.

Sonreí ante la intervención de Maia, sabiendo por qué lo hacía. Era la única que recordaba fechas, momentos y situaciones importantes. Pese a vivir en su mundo, me ponía la atención suficiente como para saber por qué me negaba.

—Es Halloween, no puede quedarse encerrada.

—Sí puedo, te lo voy a demostrar en un rato —dije, provocando que todas rieran a la vez.

Opté por entretenerme con música, siendo una espectadora de lo que ocurría en mi propia habitación, manteniendo una calma que no habría alcanzado nunca, de no haber sido por todo lo que aprendí en ese tiempo.

Había transcurrido dos meses y un par de semanas desde la última vez que vi a Christian. Lapso en el que no hablamos, ni intercambiamos ningún mensaje, nos extrañamos a la distancia, sin buscarnos, sin saber nada del otro. Ana decía que era la única manera de sanarme, y aunque estaba de acuerdo con ella, me resultaba tan complicado que de vez en cuando pensaba en desafiar a mi cordura.

La única vez que cedí a ese tipo de tentación, había sido varios días atrás, cuando le envié un regalo por su cumpleaños, sin tarjeta, sin ningún detalle que delatara que yo estuve detrás de él.

—Mich, termina de arreglarte ya —gritó Maia, fastidiada.

—Aún no sé qué ponerme.

—Siempre nos hace lo mismo —se quejó Diana.

—¿Será muy inapropiado salir en ropa interior? Me pongo unas alas y soy una chica de Victoria's Secret. Abril tiene unas. ¿Me las prestas? —agregó, tras abrir mi clóset.

Sonreí con amargura observando las alas que mi amiga sacó, las puso frente a ella sin imaginar todos los recuerdos que desató con aquel inofensivo acto. Me había dejado de pelear con mi memoria, sabía que no tenía sentido hacerlo, era imposible olvidarlo, pero en ese momento me sentí traicionada. Me había prometido no volver a llorar, y mis ojos se habían llenado de lágrimas por culpa de la melancolía de la que mi invadida.

—¿Cómo mierdas se te ocurre que vas a salir en ropa interior? ¿Por qué es nuestra amiga? —cuestionó Diana, y las tres rieron de inmediato.

—Guarda las alas y busca otra cosa.

La expresión en la cara de Maia hizo que mis otras dos amigas reaccionaran. Fue como si lograron recordar de golpe que estaba sufriendo los estragos de la peor ruptura que enfrentaría, que lloré muchas veces en los brazos de las tres como si el mundo se me hubiera acabado.

—Lo siento, lo olvidé.

Las disculpas de Mich me acongojaron, asentí desesperada por desviar el tema y mis pensamientos hacia otro lado, lejos de él y todo el dolor que sentía por no tenerlo cerca. No estaba enojada con Christian, tampoco dolida por la manera en la que se comportó la última vez que estuvimos juntos. Entendía lo que nos pasaba, comprendía que en nuestro proceso herirnos era parte de las consecuencias.

—No te preocupes, pero no uses esas alas. No te dejaran entrara a ninguna fiesta con ese disfraz. Deberías ser la chica con un vestido rojo, como el año pasado.

—No, seré la chica gótica, traje unas botas que pueden servirme. ¿Puedo asaltar tu clóset? Necesito un vestido negro.

—Adelante, roba con tranquilidad. Iré por agua.

Me puse de pie escuchando el murmullo de las voces de las tres sonando a la vez. Nala que estaba echada sobre la alfombra, me siguió como lo hacía siempre, moviendo la cola con entusiasmo, con toda la energía que tenía. Observarla a ella también me hacía recordar a Christian. Mi perra no lo había olvidado, cada vez que salíamos al parque y una moto pasaba cerca se mostraba entusiasmada. Era como si estuviera esperando que él llegara por ella, como si nunca hubiera dejado de verlo y su rutina no hubiera cambiado.

Me asomé en la ventana antes de dirigirme a la cocina, estaba anocheciendo y el bullicio en la calle era cada vez más fuerte. No me gustaba Halloween, la densa energía que se percibía desgastaba la mía. Esa fue la razón por la que esa tarde no vi a Ana, como solía hacerlo todos los martes.

—Oye, ¿estás bien?

Maia me tomó desprevenida, su voz suave me provocó un pequeño respingo. Ella rio por mi reacción, la escuché cuando volteé para estar frente a ella, con la camisa empapada porque el susto había hecho que tirara un poco de agua.

—Sí, solo moría de sed.

—Si no quieres quedarte sola, me puedo quedar para hacerte compañía.

—No, ve a divertirte, no pasa nada, estoy bien.

—¿Tú le crees, Nala?

Mi perra ladró y Maia sonrió, se inclinó para acariciarla como si no pudiera resistirse a la dulce cara de mi perra.

—Nala me cree y tú también, ve a prepararte. No pierdas tiempo.

—Tu teléfono estaba sonando.

Lo tomé cuando lo extendió, pero no vi la notificación que flotaba en la pantalla, aguardé que volteara y se marchara para desbloquear la pantalla y así leer el mensaje que había recibido. Era de Franco, solía escribirme una vez al mes para saludarme, forzando una relación que ya no quería sostener por todo el daño que me causó. Ignoré como lo hice con el anterior y dejé el teléfono sobre la isla de la cocina, sin ningún tipo de remordimiento.

Había dejado de sentirme mal por la lesión que lo sacó de la temporada de MotoGP, entendí que los tomaron la decisión de agredirse, fueron él y Christian, y que yo no tuve nada que ver en ello. Aun así, lamentaba que le pasara algo así.

—Aby, ¿parezco una chica gótica?

Asentí observando a Mich que apareció en la cocina con un vestido negro corto y ajustado, tenía el pelo suelto y varios de mis anillos en una mano.

—Sí, te ves perfecta.

—¿Entonces por qué Diana dice que no?

—¡Porque no soy mentirosa! —gritó desde mi cuarto.

La risa que solté al oírla, se silenció de golpe al ver el cuaderno que tomó Mich. Lo había dejado abierto sobre la mesa, al alcance de cualquier persona porque vivía sola.

—¿Qué es esto?... ¿Tienes un diario?

—Algo así.

Mich se dio cuenta de mi incomodidad de inmediato, dejó el cuaderno sobre la mesa después de tomarse la molestia de cerrarlo y se alejó para abrir el refrigerador del que sacó un refresco.

Escribir se había vuelto parte de mi sanación, en mis conversaciones con Ana y mis noches sin dormir, descubrí varias de mis heridas. Escribir acerca de ellas, me ayudaba a aliviar viejos dolores, a identificar de donde venían, también a comprender con más profundidad la manera en la que estaban conectadas con las de Christian. Al igual que él me sentía abandonada por mis padres, aunque ninguno de los dos hubieran querido dejarme, estaba sola, y dolida porque crecí sin ellos.

Me entusiasmaba la posibilidad de sanarme, porque éramos un reflejo del otro, si yo lograba curarme, él también lo conseguiría. Sabía que centrarme en mí en ese momento, era el camino correcto, aunque estuviera lleno de sufrimiento.

—Iré a ponerme gótica de verdad —dijo, Mich, después de darle un largo sorbo al refresco.

—Espérame, subo contigo.

El timbre sonando frenó nuestros movimientos. Nala ladró tras asomarse a la ventana, con la misma inquietud que mostraba cuando un desconocido se acercaba, obligándome a llegar a la ventana con prisa, para ver quién estaba afuera.

—¿Esperabas a alguien?

—No. Es un mensajero, tampoco esperaba ningún paquete, menos a esta hora.

—Iré por él, estás descalza.

Me mantuve asomada en la ventana observando como Mich cruzó el jardín, Nala corrió tras ella, ladrando de manera molesta al mensajero que parecía un poco embobado por mi amiga. Me centré tanto en los gestos de ambos, que me tomó por sorpresa verla voltear con un inmenso ramo de rosas blancas. Fruncí el ceño y levanté la mano queriendo llamar su atención, sin embargo, ella ignoró mi gesto. Caminó de regreso a la casa con una seriedad que no comprendí cuando estuve frente a mí.

—¿Qué es eso? ¿Se equivocaron?

—No, son para ti.

—¿Para mí?

Tomé el ramo entre mis manos, experimentando una mezcla de sorpresa y confusión. El ruido de pasos bajando por prisa me distrajo por un momento, eran Diana y Maia, que corrieron al darse cuenta de que algo ocurría por culpa del ruido que hizo Nala. Puse el ramo sobre la encimera, era tan grande que no encontré la forma de colocarlo, con torpeza lo dejé de lado para poder tomar la tarjeta con bordes dorados que sobresalía de el.

—¿Qué dice la tarjeta? —preguntó Diana, sonando ansiosa, justo detrás de mí.

—Feliz aniversario —leí en voz alta, antes de que la tarjeta se deslizara de mis dedos por culpa de la impresión. 

***

¿Quién mando las flores?

¿Nos ilusionamos?

Amé mucho actualizar este finde, nos leemos en el otro, prometo no abandonarlas tanto, estaré en redes toda la semana, gracias por tanto amor.

Si suben algo de la historia, etiquetenme para que pueda verlo, ayer lei algunos reclamos porque no subí un edit que hiceron, pero es que no si me etiquetan o mencionan no lo veo. 

Las te kiero mucho, mis intensas. 

Besos. 

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