Las Crónicas De Victory®

By CarlosDanielTF

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Precuela/Spin-off de: Iniciativa Caídos: Ciber-Amenaza ❇Las vacaciones de verano del 2015 están a la vuelta d... More

PROLOGO: Memorias Compartidas
CAPITULO 1: Asalto a la Villa
CAPITULO 2: Es Un Halcón
CAPITULO 3: Delta Victory Knight
CAPITULO 4: Viaje a otra dimensión
CAPITULO 5: El Castillo de Shincal
CAPITULO 6: En La Oscuridad De La Noche
CAPITULO 7: Laberinto
CAPITULO 8: ¿Quiénes son las bestias?
CAPITULO 9: Sombras Del Pasado
Capitulo 10: Desolación
Capitulo 11: Rio Azul
Capitulo 12: Suprenimales
Capitulo 13: Omega Keizer
Capitulo 14: Oscuridad
Capitulo 15: Sacrificio
Capitulo 16: Odisea
Epilogo: Halcón Blanco

Capitulo 17: Adiós Al Mundo

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By CarlosDanielTF

13 De Junio - Shincal / Hora - 9: 31 Am

Himeya abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la fatiga en cada parpadeo. La carpa militar, ahora iluminada por la luz del día, le recordó la compleja serie de eventos que habían llevado a su equipo a este lugar. Al tocar su rostro, notó la venda que cubría la herida en su mejilla izquierda.

Helena, sentada no muy lejos de él, lo notó despertar y se acercó rápidamente.

—¿Cómo te sientes esta mañana? —preguntó Helena, mirándolo con preocupación.

Himeya se sentó, apoyándose en el saco de dormir.

—Estoy bien, gracias. —Su tono era sereno, aunque la fatiga se reflejaba en sus ojos.

Los oficiales militares se acercaron a la carpa, examinando al equipo con curiosidad y precaución. Uno de ellos, un hombre de mediana edad con uniforme militar, se adelantó.

—¿De dónde son? ¿Cómo llegaron aquí?

Helena tomó la palabra con seguridad.

—Somos del Valle de Catamarca. Nos vimos envueltos en un conflicto con un grupo de terroristas y criaturas extrañas. ¿Pueden decirnos dónde estamos exactamente?

El oficial, con expresión seria, respondió:

—Están en la provincia de Tucumán, cerca de los límites con Catamarca. Fueron llevados aquí después de un enfrentamiento entre fuerzas armadas y esos terroristas. ¿Tienen información relevante sobre ellos?

Himeya interrumpió, compartiendo la información necesaria sobre los terroristas y la amenaza de Cerbero. Mientras hablaba, notó que la atención del oficial se agudizaba, revelando un interés mezclado con preocupación.

—Parece que han pasado por situaciones complicadas. Están a salvo ahora. Vamos a enviar refuerzos y a limpiar la zona.

Agradecidos por la intervención del ejército argentino, el equipo comenzó a sentir un atisbo de alivio. Sin embargo, la incertidumbre sobre el futuro aún pesaba en sus mentes.

El día avanzaba, y los oficiales indicaron que debían permanecer en la zona hasta recibir nuevas instrucciones. Mientras tanto, el equipo aprovechó para descansar y reflexionar sobre los eventos que los llevaron a este punto. La herida de Himeya, aunque física, simbolizaba las cicatrices más profundas que cada uno llevaba consigo.

Bajo el cielo despejado, el equipo de Helena fue conducido hacia el valle en un helicóptero militar. Mientras se alejaban del campamento improvisado, observaron el paisaje montañoso y la exuberante vegetación que se extendía a lo largo del horizonte.

Helena miró por la ventanilla, reflexionando sobre los eventos recientes. A su lado, Himeya estaba sumido en sus pensamientos, con la vista fija en el paisaje que pasaba velozmente. La venda en su mejilla izquierda era un recordatorio tangible de los desafíos enfrentados y las pérdidas sufridas.

A medida que se acercaban al Valle de Catamarca, la sensación de regreso al hogar llenó el helicóptero. Los recuerdos de la búsqueda del tesoro y el enfrentamiento con los terroristas quedaban atrás, reemplazados por la esperanza de un regreso a la normalidad.

El helicóptero descendió con suavidad en una zona abierta del valle. Helena y su equipo salieron, agradeciendo a los oficiales por su ayuda.

—Estamos en deuda con ustedes —expresó Helena, extendiendo su mano hacia el oficial que los había acompañado.

—Fue un trabajo en equipo. Ahora, cuidaremos de la situación aquí. Si necesitan algo, no duden en contactarnos —respondió el oficial con profesionalismo.

El equipo se despidió de los militares y observó cómo el helicóptero despegaba, desapareciendo en el cielo. Helena miró a su alrededor, reconociendo familiaridad en los paisajes que rodeaban el valle. A pesar de todo lo ocurrido, la sensación de hogar era reconfortante.

—Volvamos a casa —dijo Helena, liderando el camino mientras el equipo se dirigía hacia el Valle de Catamarca.

El viaje de regreso estuvo lleno de silencios reflexivos y gestos de apoyo mutuo. A medida que se adentraban en el valle, la visión de las montañas y los campos verdes evocaba una sensación de paz que contrastaba con las turbulentas experiencias pasadas.

13 De Junio - Valle De Catamarca / Hora - 11: 23 Am

El Valle de Catamarca los recibió con su serenidad característica, como si la naturaleza misma compartiera su alegría por el retorno del equipo. Sin embargo, la sombra de lo ocurrido todavía se cernía sobre ellos, recordándoles que, a veces, la paz viene después de la tormenta.

En el tranquilo atardecer del Valle de Catamarca, el equipo se encontraba reunido en el centro del pueblo. Helena, Cesar y Jhon compartían expresiones de gratitud y amistad con Himeya, David y Steven, quienes se preparaban para seguir sus caminos.

—Nunca olvidaremos lo que hicieron por nosotros —dijo Helena, mirando a cada uno de sus compañeros de viaje con aprecio—. Gracias por todo.

Himeya asintió con solemnidad. La venda en su mejilla izquierda recordaba la intensidad de las experiencias compartidas. David y Steven, aunque menos visiblemente afectados, llevaban consigo las cicatrices emocionales de las situaciones difíciles superadas juntos.

—Fue un viaje que nunca olvidaremos —mencionó David, con una sonrisa que aún guardaba rastros de melancolía—. Gracias por permitirnos ser parte de su equipo.

Steven, por su parte, asintió en silencio, sintiendo la conexión forjada durante la travesía.

Cesar, apoyándose en su característico tono jovial, agregó: —Nunca pensé que viviríamos algo así. ¡Un verdadero viaje de locura!

Jhon, usualmente reservado, expresó su gratitud con una mirada profunda y un asentimiento. Aunque sus palabras eran escasas, su conexión con el equipo era innegable.

Helena, emocionada pero valiente, extendió la mano hacia Himeya, David y Steven. Un apretón de manos significativo selló la despedida.

—Espero que encontremos la paz que buscamos —dijo Helena.

—Cuiden de ustedes, y si alguna vez necesitan ayuda, saben dónde encontrarnos —añadió Himeya.

Después de un momento de silencio, el equipo se separó. Himeya, David y Steven emprendieron su camino, caminando hacia el horizonte donde el sol se ocultaba lentamente. Helena, Cesar y Jhon los miraron hasta que se perdieron de vista.

En el crepúsculo del Valle de Catamarca, los caminos se bifurcaron, pero la conexión forjada entre esos valientes aventureros permaneció, dejando huellas en el corazón de cada uno.

La frescura de la mañana envolvía al trio de amigos mientras caminaban hacia sus respectivos hogares. Himeya lideraba la conversación, compartiendo risas y reflexiones sobre los eventos recientes. David, siempre pensativo, aportaba comentarios ocasionales, mientras Steven, aunque parecía disfrutar del momento, mostraba ciertos signos de agotamiento.

—Fue todo un viaje, chicos. —Himeya esbozó una sonrisa—. Pero al final, logramos superar todo.

—Sí, no puedo creer que hayamos vivido algo así —dijo David, con un toque de asombro en su voz.

—No cuenten nada de esto a sus padres —sugirió Himeya.

—El ataque terrorista debe estar en las noticias, es obvio que nos preguntaran sobre eso —contesto Steven.

—Cierto, pero ustedes no le dieron permiso a su padres. Cendran problemas —comento David.

Steven, a pesar de su aparente agotamiento, asintió con una sonrisa leve. Sin embargo, su rostro también reflejaba una cierta preocupación.

Al llegar a una bifurcación de caminos, Himeya se detuvo y se volvió hacia sus amigos.

—Bueno, creo que aquí es donde nos separamos. Steven, ¿estás bien?

Steven, tratando de parecer más enérgico de lo que realmente se sentía, respondió: 

—Sí, estoy bien. Mis padres solo están un muy preocupados, así que es hora de volver a casa.

En ese momento, los padres de Steven aparecieron a lo lejos, mostrando signos evidentes de alivio al ver a su hijo ileso.

—¡Steven! —exclamó su madre, corriendo hacia él con brazos abiertos.

—Gracias a Dios estás bien, hijo —dijo su padre, con una mezcla de alivio y regaño.

Steven se rió nerviosamente mientras era envuelto en un abrazo reconfortante. Himeya, observando la escena, se dio cuenta de la preocupación de los padres de Steven.

—Bueno, chicos, supongo que esto es un adiós por ahora —dijo Himeya, dirigiéndose a David y Steven.

—Hasta luego, Himeya. Gracias por todo —respondió David, estrechando la mano de su amigo.

—Nos vemos, chicos. Y Steven, asegúrate de descansar bien. —Himeya sonrió y se alejó, dejando que Steven se valla con sus padres.

Mientras tanto, cada uno de los amigos seguía su propio camino, llevando consigo las memorias de un viaje extraordinario que había cambiado sus vidas para siempre.

Himeya se paró frente a la puerta de la casa de Ursula Laux con el corazón pesado. Había venido a darle la noticia que temía que nunca quisiera escuchar. Después de un suspiro profundo, tocó la puerta con suavidad. Los segundos que pasaron antes de que alguien respondiera le parecieron eternos.

La puerta se abrió, revelando el rostro cansado y preocupado de Ursula. Al ver a Himeya, sus ojos se llenaron de inquietud.

—¿Himeya? ¿Qué haces aquí? —preguntó Ursula, sin saber exactamente qué esperar.

Himeya tragó saliva antes de hablar. 

—Lo siento mucho, señora. Hay algo que necesito decirte.

La expresión de Ursula cambió instantáneamente, como si hubiera adivinado el contenido de las palabras que seguían. Invitó a Himeya a entrar con un gesto silencioso.

Una vez dentro, Himeya tomó una respiración profunda antes de continuar. 

—Es sobre Peter. Lamentablemente, encontré a Peter fallecido. Estaba dentro de una cueva en Shingal.

Un silencio pesado cayó sobre la habitación. Ursula, con las manos temblorosas, apenas logró articular palabras.

—No, no puede ser verdad. —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras absorbía la dolorosa realidad.

Himeya extrajo el collar con la medalla del halcón blanco y se lo entregó a Ursula con sumo cuidado.

—Él lo llevaba consigo. Pensé que querrías tenerlo.

—Peter amaba mucho este collar. —Ursula habló con voz suave, acariciando la medalla con sus dedos—. Gracias por traerlo de vuelta.

Ursula tomó el collar, sus dedos acariciando la medalla con ternura mientras lágrimas resbalaban por sus mejillas. En silencio, Himeya acompañó a Ursula hasta la habitación de Peter, donde una foto de su hijo sonreía con la inocencia de un pasado ahora perdido.

Ursula encendió una vela y la colocó junto a la fotografía. La luz titilante parecía reflejar la fragilidad de la vida.

—Lo siento tanto, señora Ursula. No quería que esto pasara —Himeya bajó la mirada, sintiendo el peso de la pérdida. —Peter fue un valiente compañero. Lamento que no pudimos traerlo de vuelta.

—No tienes nada de qué disculparte. Has hecho más de lo que jamás podría agradecerte. El quiso explorar otros valles, y justo los terroristas aparecen —Ursula se volvió hacia él, sus ojos expresando una mezcla de tristeza y gratitud. Luego, con un gesto apenado, le devolvió el collar—. Guarda esto. Peter lo llevaba contigo en su corazón. Y ahora, es tu recuerdo de él.

Himeya asintió con comprensión, guardando el collar en su bolsillo. 

—Debo irme. Quizá el algún día vuelva a visitarla.

—Gracias, Himeya. —Ursula intentó sonreír, pero sus ojos revelaban la profunda tristeza que albergaba.

Himeya salió de la casa, dejando a Ursula con sus recuerdos y su dolor. Mientras caminaba por el camino, una sensación de impotencia y pesar lo envolvía. La vida continuaba, pero las cicatrices de aquel día, nunca desaparecerían por completo.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Himeya llegó a casa con pasos cansados, cargando consigo el peso de las experiencias vividas en la jungla. Al abrir la puerta, se encontró con la mirada molesta de sus padres, quienes estaban visiblemente preocupados por su ausencia.

—¡Himeya! —exclamó su madre, con un tono de voz entre alivio y enojo—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Estábamos preocupados.

—Lo siento mucho, mamá. Papá. Las cosas se salieron un poco de control, pero estoy bien —respondió Himeya, intentando tranquilizarlos.

Sin embargo, la vista de la venda en el lado izquierdo de su rostro no pasó desapercibida para sus padres, quienes intercambiaron miradas preocupadas.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó su padre, con un tono más serio.

—Fue... un pequeño percance. No es nada de qué preocuparse —contestó Himeya, evitando mirar directamente a sus padres.

—Un pequeño percance no deja esa venda en tu cara, Himeya —replicó su madre, cruzándose de brazos—. Queremos saber qué sucedió.

—Solo fue una accidente, es todo.

—¡Deberías habernos dicho lo que planeabas hacer! —exclamó su padre, expresando su frustración—. Esto es demasiado peligroso estar fuera del valle.

—Lo sé, papá, pero no podía quedarme de brazos cruzados. Había algo importante en juego —intentó justificarse Himeya.

La discusión continuó, con sus padres expresando su disgusto por la falta de comunicación y la imprudencia de sus acciones. A pesar de las reprimendas, al final, la preocupación y el amor de sus padres eran evidentes.

—Solo queremos que estés a salvo, Himeya. No puedes enfrentar situaciones peligrosas sin contar con nosotros —dijo su madre, finalmente ablandando su tono.

—Lo entiendo, mamá. Aprecio su preocupación, de verdad. Pero hay cosas que deben hacerse, incluso si son arriesgadas. Prometo ser más cuidadoso en el futuro.

Himeya se retiró a su habitación, dejando a sus padres con una mezcla de alivio y preocupación. A pesar de la reprimenda, el lazo familiar se fortaleció con la comprensión mutua de que, a veces, las circunstancias exigen medidas extraordinarias.

Después de que Himeya se haya aseado, se encontraba en su habitación, empacando sus pertenencias en una caja mientras reflexionaba sobre las recientes aventuras que había vivido. La herida en su rostro era un recordatorio constante de esos momentos peligrosos en la jungla. Mientras ordenaba sus cosas, su padre entró en la habitación, observando el proceso en silencio por un momento.

—Himeya, necesitamos hablar —dijo su padre finalmente, tosiendo ligeramente para atraer su atención.

Himeya asintió y dejó de empacar por un momento para mirar a su padre.

—Entiendo que has pasado por experiencias difíciles, y apreciamos que hayas vuelto sano y salvo. Pero necesitamos discutir tu futuro.

—¿Mi futuro? —preguntó Himeya, levantando la mirada con curiosidad.

—Sí. Después de lo sucedido con los terroristas, tu madre y yo hemos estado pensando en tu seguridad. Creemos que es el momento de un cambio. Hemos decidido mudarnos a Buenos Aires, mañana —explicó su padre con seriedad.

Himeya frunció el ceño, sorprendido por la noticia. La idea de dejar su hogar y mudarse a una ciudad distinta no estaba en sus planes.

—¿Mañana? Pero... ¿no era la otra semana?

—¿Sabes cuantos niños desapreciaron a los largo de los años por culpa de los terroristas? Mas de 50. Pensé que no volverías.

—Estoy aquí, papa. Fui a vivir una gran aventura con mis amigos. Tuve una experiencia que no olvidare jamas.

—Recuerdo que lo dijiste hace dias. Hijo, Zehra esta enferma y  en buenos aires es más segura, con mejores oportunidades para todos. Además, hay opciones educativas y laborales que no podrías encontrar aquí. Y después de lo que pasó, creo que un cambio de escenario podría ser positivo para todos nosotros —explicó su padre, tratando de persuadir a Himeya.

Himeya suspiró, sintiéndose abrumado por la idea de dejar su vida en el valle de Catamarca. Sin embargo, la preocupación en los ojos de su padre era evidente, y comenzó a comprender sus motivaciones.

—Pero este lugar es mi hogar, ¿no lo entiendes? —respondió Himeya, expresando sus preocupaciones.

—Lo entendemos, hijo. Pero necesitamos pensar en el futuro, en tu futuro. Buenos Aires ofrece nuevas oportunidades, y podrías conocer a gente nueva, hacer amigos, tener una vida diferente. Tendrás un futuro, y cuando tu madre y yo ya no estemos, tendrás que encargarte de tus decisiones —insistió su padre.

Después de un momento de reflexión, Himeya asintió con resignación.

—Está bien, papá. Haré esto por ustedes y por mí mismo. Pero no puedo prometer que me acostumbre fácilmente a la idea.

—Te lo agradecemos, Himeya. Creemos que esta será una nueva etapa para todos nosotros. —respondió su padre con una sonrisa tranquilizadora.

Aunque el cambio no sería fácil, Himeya empezó a aceptar la idea de que su vida estaba a punto de dar un giro inesperado. Empacó el resto de sus cosas, preparándose para una nueva aventura en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires.

Mas tarde, Himeya se sentó en el borde de su cama, contemplando los dos brazaletes que había llevado durante todas sus aventuras. Aquellos objetos habían sido testigos de momentos intensos, de luchas y victorias, pero también de pérdidas y sacrificios. Con un suspiro, decidió quitárselos, sintiendo que era el momento adecuado para dejar atrás esa etapa de su vida.

Con cuidado, desabrochó el primer brazalete, revelando la piel que había estado oculta debajo durante tanto tiempo. Miró las runas y símbolos tallados en el metal, recordando las historias que cada uno contaba. Luego, con movimientos pausados, hizo lo mismo con el segundo brazalete. Sus muñecas se sentían extrañamente desnudas después de tanto tiempo.

Miró los brazaletes en sus manos durante un momento antes de colocarlos con reverencia en el interior de una pequeña caja. La cerró con cuidado, como si estuviera sellando un capítulo de su vida. La caja, ahora guardiana de recuerdos y símbolos de su tiempo en el valle de Catamarca, reposaba en la mesa de noche.

Himeya observó la caja con una mezcla de nostalgia y determinación. Aunque estaba dejando atrás una parte importante de su historia, también estaba listo para enfrentar lo que vendría. Se preguntaba si alguna vez volvería a necesitar esos brazaletes, si algún día la vida lo llevaría de nuevo a situaciones extraordinarias.

Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente antes de levantarse y tomar la caja. La guardó con cuidado en su mochila, asegurándose de que estuviera protegida. Era como si estuviera guardando sus experiencias en un rincón especial de su ser, listo para avanzar hacia un nuevo capítulo.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

14 De Junio - Valle De Catamarca / Hora - 10: 08 Am

La mañana de la mudanza había llegado, y la casa de Himeya estaba llena de actividad. Sus padres estaban ocupados empaquetando cajas y llevándolas al camión de mudanza estacionado afuera. Mientras tanto, Himeya, David y Steven se encontraban en la habitación de Himeya, observando cómo las cosas se movían rápidamente.

—Es increíble cómo han pasado las cosas tan rápido, ¿verdad? —comentó David, mirando alrededor de la casa con nostalgia.

Himeya asintió, sintiendo un nudo en la garganta al darse cuenta de que estaba a punto de dejar atrás tantos recuerdos.

—Sí, han sido tiempos difíciles, pero también hemos vivido grandes aventuras juntos. No estaría aquí hoy sin ustedes —dijo Himeya, mirando a sus amigos con gratitud.

Steven se unió a la conversación, con una sonrisa forzada. 

—Siempre seremos amigos, sin importar dónde estemos. No importa lo que pase, siempre puedes contar con nosotros —añadió con una sonrisa reconfortante.

Himeya asintió con una sonrisa reconfortante.

—Han sido buenos amigos, chicos. No podría haber pedido mejores compañeros en todas nuestras aventuras. Somos como hermanos. No sé qué haría sin ustedes —respondió, con la voz ligeramente entrecortada por la emoción.

David y Steven asintieron, y los tres unieron sus manos en el centro, formando un círculo de amistad indestructible y unieron sus manos en el centro, como lo habían hecho tantas veces antes. Era un gesto de unidad y apoyo mutuo, una promesa silenciosa de que, pase lo que pase, siempre estarían ahí el uno para el otro. Un momento de silencio llenó el aire, antes de que se separaran y se despidieran con abrazos sinceros.

—Esto no es un adiós, sino un hasta luego. Siempre estaremos conectados, sin importar la distancia —declaró David, con determinación en su voz.

—Exactamente. Aunque estemos separados físicamente, nuestros corazones seguirán unidos. Siempre seremos el equipo imparable —añadió Steven, con una sonrisa reconfortante.

Himeya asintió con determinación, sintiendo un profundo sentido de gratitud por tener amigos tan leales a su lado.

—Lo prometo, chicos. Nos volveremos a ver. Hasta luego, mis amigos —dijo Himeya, con una sonrisa emocionada.

Himeya los observó partir con una mezcla de tristeza. Sabía que esta mudanza representaba un nuevo comienzo, pero también significaba dejar atrás una parte importante de su vida. Sin embargo, con el apoyo de sus amigos y la promesa de un futuro emocionante en Buenos Aires, estaba listo para enfrentar lo que viniera.

Los tres amigos se separaron, cada uno con su propio camino por delante. Aunque las despedidas eran difíciles, sabían que su amistad seguiría siendo fuerte, sin importar la distancia.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Por la tarde el automóvil avanzaba por la carretera, alejándose de su antiguo hogar hacia el aeropuerto. Himeya estaba sentado en el asiento trasero, mirando por la ventana con una sensación de tristeza en el corazón. La vista del paisaje familiar pasando rápidamente frente a él solo sirvió para recordarle todo lo que estaba dejando atrás.

En ese momento, algo captó su atención. En un parque cercano, vio a alguien que conocía. Su corazón dio un vuelco cuando reconoció a Helena con un vestido amarillo, de pie junto a un árbol, mirando en dirección al automóvil con una expresión indecible en su rostro.

—¡Detengan el auto, por favor! —exclamó Himeya, sintiendo una urgencia repentina en su interior.

Su padre, sorprendido por la solicitud inesperada, miró por el espejo retrovisor y vio a Helena también. Con una mirada de comprensión, asintió y desvió el auto hacia el lado de la carretera.

Himeya salió del automóvil apresuradamente y corrió hacia donde estaba Helena, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cuando llegó a su lado, se detuvo frente a ella, sin palabras por el giro repentino de los acontecimientos.

Helena lo miró con ojos entrecerrados, una mezcla de sorpresa y tristeza en su mirada. 

—¿Qué estás haciendo aquí, Himeya? —preguntó con voz temblorosa.

Himeya se esforzó por encontrar las palabras adecuadas.

 —Lo siento, Helena. No podía irme sin decirte adiós.

Helena lo miró con ternura, sintiendo una punzada de tristeza en su corazón.

—¿Adiós? —repitió con voz apenas audible—. ¿Te estás yendo?

Himeya asintió con pesar. 

—Sí. Mi familia y yo nos estamos mudando a Buenos Aires. Con todo lo que paso, no pude contártelo antes.

El rostro de Helena se llenó de sorpresa y pesar. 

—No puedo creer que te vayas. Recién nos estamos conociendo y todo lo que paso...

Himeya extendió una mano hacia ella, buscando consuelo en su toque. 

—Si, Fue una locura esta aventura. Nunca lo olvidare, fue una época difícil pero también emocionante. Aprendimos mucho el uno del otro.

—Es cierto. ¿Y tu mejilla aun esta grave? —pregunto Helena.

—No me duele tanto. Estaré bien. Ademas somos amigos, Helena. No importa dónde estemos, siempre estaremos conectados de alguna manera.

Helena asintió con la cabeza, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con caer. 

—Lo sé, Himeya.  Y quiero que sepas que siempre valoraré esa amistad y las aventuras que compartimos —dijo Helena con sinceridad.

—Igualmente, pero me entere que tenias problemas con otras pandillas. ¿Podrías solucionarlo? —pregunto Himeya.

Helena suspiró y asintió con tristeza. 

—Ha sido una montaña rusa, Himeya. Después de todo lo que sucedió en Shincal, las cosas se han vuelto aún más complicadas. Mi pandilla ha estado enfrentando algunos problemas graves con otras bandas en el valle.

—Yo se que lo resolverás. Helena, eres increíble —dijo Himeya con sincera admiración en su voz. —La forma en que lideras a tu pandilla y proteges a tu gente es admirable. Eres valiente y fuerte.

Helena sonrió, agradecida por las palabras de su amigo. 

—Gracias, Himeya. Significa mucho para mí escuchar eso de ti. Pero no lo hago solo por mí misma, lo hago por todos en el valle, pero hay momentos en los que siento que todo está fuera de control y que no puedo hacer lo suficiente para proteger a todos.

Himeya asintió, impresionado por la humildad de Helena. 

—Entiendo. Tu valentía y tu dedicación inspiran a otros a seguirte. Eres una verdadera líder. Pero recuerda que no estás sola. Siempre puedes contar conmigo y con tus amigos para ayudarte en lo que necesites.

Los dos amigos se abrazaron con fuerza, compartiendo un momento de despedida silenciosa en medio del parque tranquilo.

Himeya sacó la medalla del halcón blanco de su bolsillo y la sostuvo en su mano, observando el brillo de la luz del sol reflejada en el metal. Himeya tomó la mano de Helena con ternura y colocó la medalla en su palma.

—Helena, quiero que guardes esto por mí —dijo, extendiendo la medalla hacia ella—. Es un símbolo de nuestra amistad y de la valentía que has demostrado.

Helena miró la medalla con asombro, sus ojos brillaban con emociones encontradas. Tomó la medalla con cuidado, sintiendo su peso en su palma.

—¿Es la medalla del Suprenimal Keizer? —preguntó, levantando la vista para encontrarse con los ojos de Himeya.

Himeya le sonrió suavemente. 

—SI. Esto lo tenia Gael en su mano cuando lo encontramos en la cueva. Su madre dice que el mismo creo como un amuleto.

—Himeya, no puedo aceptar esto —respondió Helena, sintiéndose abrumada por la generosidad de su amigo. —Es demasiado importante para ti.

—Lo sé, Helena. Pero confío en ti para cuidar de esta medalla mientras esté lejos. Es un recordatorio de nuestra amistad, este es el tesoro que estábamos buscando.

Helena asintió con la cabeza, con la emoción palpable en su voz. 

—Esta bien. Te devolveré cuando regreses al valle el otro verano. Y siempre te recordaré y valoraré nuestra amistad —dijo Helena con voz suave.

Los dos amigos se abrazaron de nuevo, aferrándose el uno al otro como si nunca quisieran soltarse. Sabían que la distancia podía separarlos físicamente, pero nada podría romper el vínculo especial que compartían.

—Te extrañaré, Helena —dijo Himeya con sinceridad cuando se separaron—. Cuida de ti misma y recuerda, siempre tendrás un amigo en mí. Sé que nos volveremos a ver pronto.

Helena sonrió, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer. 

—Yo también te extrañaré, Himeya. Cuídate también. Y gracias, por todo —respondió Helena, con una sonrisa tierna.

Con un último abrazo y un intercambio de miradas cargadas de significado, se despidieron, sabiendo que su amistad permanecería intacta. Sabían que sus caminos los llevaban en direcciones diferentes por ahora, pero confiaban en que su amistad los mantendría unidos a pesar de la distancia. Con palabras de aliento y promesas de volver a encontrarse, se separaron, con la esperanza de un reencuentro en el futuro.

Himeya volvió al auto, con el corazón lleno de emociones encontradas. Observó a Helena a través de la ventana mientras se colocaba la medalla al cuello. El brillo plateado del halcón blanco resaltaba contra su piel, una reminiscencia del vínculo que compartían y los desafíos que habían enfrentado juntos.

El auto se puso en marcha, alejándose lentamente de Helena y del parque donde habían compartido uno momentos juntos. Himeya miró por la ventana, viendo cómo el paisaje pasaba rápidamente.

Helena levantó la mano en un gesto de despedida, y Himeya correspondió con una sonrisa triste pero llena de esperanza. El paisaje pasaba velozmente, pero Himeya no podía apartar la mirada de Helena. Su figura se desvanecía poco a poco en la distancia, y con cada centímetro que se alejaba, el nudo en la garganta de Himeya se apretaba más. Sabía que la separación era necesaria, que ambos tenían sus propios caminos que seguir, pero eso no hacía que la despedida fuera más fácil.

Se sintió abrumado por una sensación de pérdida, una sensación de vacío que creció dentro de él a medida que Helena se desvanecía en el horizonte. Habían compartido tantos momentos juntos, enfrentado desafíos, forjado una amistad inquebrantable, y ahora se separaban.

Con un suspiro resignado, Himeya desvió la mirada y se acomodó en su asiento. Aunque se sentía nostálgico por dejar atrás a Helena y el valle de Catamarca, sabía que tenía que mirar hacia adelante. Tenía un nuevo capítulo por delante en Buenos Aires, lleno de nuevas aventuras y desafíos por descubrir. Y con esa certeza en su corazón, miró hacia adelante, listo para lo que el futuro le deparara.


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