El Diario de una Doncella

By MaribelSOlle

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La curiosidad convertida en deseo. El duque de Wellington, conocido como el soltero más deseado y esquivo del... More

Reparto de personajes
Epígrafe
Capítulo 1- Un duelo, una vaca y huevos rotos
Capítulo 2- Valiente Jane
Capítulo 3- Tóxico Arthur
Capítulo 4- Wellington's House
Capítulo 5- Miedo al cambio
Capítulo 6-Entrelazados
Capítulo 7- Los Miserables
Capítulo 9- Los jardines de la perdición
Capítulo 10- Besos humillantes
Capítulo 11- Ni el bueno es tan bueno, ni el malo es tan malo
Capítulo 12- De espectadora a protagonista
Capítulo 13- Una belleza etérea
Capítulo 14- Tetera hirviendo
Capítulo 15- Sentirse vivo
Capítulo 16-El verdadero Wellington
Capítulo 17- Algo más que una sonrisa
Capítulo 18- Juego a tres
Capítulo 19-Demasiado pronto para el amor
Capítulo 20- Locura de confesión
Capítulo 21- La niña del río Támesis
Capítulo 22-Tílburi en peligro
Capítulo 23- De sombras a luces
Capítulo 24- Doloroso deseo de rendición
Capítulo 25- Renaciendo en el abrazo perdido
Capítulo 26- Amor sincero
Capítulo 27- La temporada social
Capítulo final
Epílogo

Capítulo 8-Atracción compartida

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By MaribelSOlle

Fui la esposa de un comandante y, antes de eso, de un comerciante de ultramar. He llevado la ropa de otras mujeres. Mi cuerpo es un mapa de humillaciones. Fui libre en otro momento, pero ahora no tengo más libertad que un tributo, entregada en matrimonio para sellar la alianza de una familia poderosa.

El cuento de la criada. 

Se encaminaba hacia el dulce abrazo del sueño cuando, de repente, su apacible rincón se vio interrumpido por suaves golpes en la puerta, rompiendo la serena armonía de la estancia solitaria. Aquel cuarto se erigía como su propio santuario personal, siendo esa la primera ocasión en que no compartía el espacio con ninguna otra compañera. Aunque desprovista de lujos ostentosos, la habitación, situada en la distinguida planta de los señores, emanaba una sutil elegancia perceptible en cada detalle.

—¿Sí? —inquirió ella, desconcertada, ataviada con su sencillo camisón de dormir y su cabello negro trenzado. Optaba por prescindir del gorro nocturno, ya que durante el día, la cofia que llevaba le causaba estragos en su exuberante melena. En un gesto de vanidad destinado únicamente a su propio deleite, pues nadie más la contemplaría, por las noches acariciaba su cabello con mimo y lo trenzaba. Su cabellera, ondeante, densa y sedosa, le complacía contemplarla en todo su esplendor, justo como había visto a su madre hacerlo tiempo atrás.

—Soy yo —resonó la voz profunda y grave del Duque, y su corazón dio un salto, quedándose suspendido en su garganta.

—Mi... —balbuceó Jane, cosa que le pasaba muy poco,  llevándose las manos al pecho. Era completamente impropio y escandaloso que un noble se presentara personalmente en la habitación de una doncella y jamás le había ocurrido algo similar—. Mi señor, ¿en qué puedo servirle? —inquirió, manteniéndose a una distancia prudente de la puerta.

Se habían despedido después de su colaboración en la cena. El sirviente designado, el ayuda de cámara, debía de haber sido el encargado de acompañar al señor a sus aposentos. ¿Qué hacía él allí ahora?

—¿Piensa abrir la puerta o deberé entablar una charla con la madera?

¡Qué osadía! Jane se apresuró a cubrirse con su bata, la cual la acompañaba desde hacía una década, impoluta aunque claramente desgastada. Con suma precaución, entreabrió la puerta apenas unos centímetros, mostrando únicamente uno de sus ojos por el hueco. Vislumbró al Duque sostenido sobre una especie de palos, visiblemente dolorido por tener que estar de pie. 

—¿Acaso se halla indispuesto? —preguntó ella con un tono de preocupación mezclado con cierta indignación, si el Duque precisaba de su ayuda bien podría haber ordenado a alguien del servicio que fuera en su búsqueda. 

—Hace poco me trajeron estos ingenios para asistirme en la movilidad —Señaló dos grandes palos sobre los que se apoyaba—. Fueron entregados por Liam; parece ser que es uno de los pocos que ha apostado a que no perderé la pierna y anhela mi pronta recuperación para hacer efectivas sus apuestas —no obtuvo respuesta por parte de la criada, quien continuaba sin comprender la presencia del Duque—. Son las diez y media; si nos apuramos, aún podemos enviar nuestra última publicación al "The Calcuta Chronicle". Sé que mi amigo no concluye con el nuevo ejemplar hasta la madrugada.

—Su Excelencia no requiere de mi ayuda; ya le proporcioné toda la información que poseo sobre lady Wood.

—Voy a nombrar al Gran Duque de Mecklemburgo-Strelitz.

—Me lo imaginaba, Su Excelencia.

—Será mejor que prepare una de sus infusiones relajantes y me la traiga a la biblioteca, quiero que sepa lo que voy a publicar. 

Deseaba oponerse, mas desconocía el arte de la negación en ese instante. No se trataba de carecer de coraje o de habilidades verbales, sino más bien de encontrarse en un terreno desconocido, sin saber cómo reaccionar sin desencadenar un conflicto más profundo. Al fin y al cabo, estaba allí para servir y nadie le había hablado de un horario. De hecho, no existía ningún horario escrito para las criadas. Debían trabajar cuando se lo requerían. Pero aquello no le parecía trabajo en absoluto y eso era lo que la confundía más. 

—He de volver a ponerme el uniforme, Su Excelencia, no tardaré —Intentó cerrar la puerta, mas el Duque lo impidió con uno de los bastones que portaba para sostenerse, colocándolo en el hueco de la puerta para bloquear su cierre.

—No preciso que se ponga el uniforme, señorita Jane —se dirigió a ella de un modo más formal, como si con ello quisiera sonar respetable y decente—. Tampoco quiero esperar a que lo haga, solo quiero que baje a las cocinas, prepare la misma infusión que me ha dado durante todo el día y suba a la biblioteca para oír lo que voy a escribir. 

Arthur Wellesley era consciente de que sus palabras sonaban más inapropiadas y autoritarias de lo que jamás habían resonado. La irritación que lo había abrumado durante ese par de días, al aceptar la realidad de su condición, se había aliviado ligeramente gracias a los dos bastones que Liam había tenido la amabilidad de llevarle. Era un hombre inquieto y vigoroso, que llenaba sus jornadas con una variedad de ocupaciones, la mayoría de las cuales involucraba actividad física, como la equitación, el críquet, carreras con el tílburi o... sí, incluso el baile, aunque evitaba cuidadosamente el vals. Las aventuras amorosas eran, por supuesto, una de sus ocupaciones preferidas. Un pasatiempo que podía llegar a ser tan apasionante como cualquier otra actividad vigorosa. Pero no estaba buscando nada eso, por extraño que fuera, en la puerta de su criada. Y ni siquiera se acordaba de sus pensamientos durante el día, en los que había sido más que halagador con Jane, encontrándola incluso bonita. 

Simplemente, su ánimo había mejorado de manera drástica, recordándose a sí mismo que tenía una tarea pendiente: hundir por completo al primer vizconde de Hallifax. Para llevar a cabo ese propósito, disfrutaba de la compañía de Jane, quien, a pesar de ser la mujer más aburrida, insípida, crítica e insoportable que jamás hubiera conocido, se había vuelto indispensable durante su convalecencia. Sin ir más lejos, la tarde de lectura no había sido nada desagradable. 

Y, de cierta manera, sentía que le debía un mínimo de consideración después de cómo la había tratado tras la visita de Nathaniel, a quien, por cierto, debía enviarle una carta explicativa. Pedir disculpas no era precisamente algo que Arthur Wellesley hiciera con facilidad, pero quizás era hora de ver a sus sobrinos. Invitarlos a pasar el próximo fin de semana, que estaba a punto de llegar, serviría como chivo expiatorio, pues no soportaba a los niños de ninguna clase, ni siquiera a los hijos de Tara. 

Jane FitzGeorge no había cometido ninguna acción indecorosa en toda su vida. Ni siquiera había susurrado más allá de lo necesario sobre un hombre, ni le había dirigido miradas más allá de lo estrictamente profesional o necesario para la vida diaria. Por lo que atender al Duque en bata y con el pelo trenzado le parecía lo más provocador, inmoral y desvergonzado que había hecho jamás.

Aun así, tal vez impulsada por la impaciencia de él o motivada por su inocencia en esos asuntos, terminó cediendo. Después de todo, el Duque nunca mostraría un interés real en ella más allá de dedicarle algún comentario inapropiado, como lo había hecho el primer día que se presentó en su casa. Sin embargo, eso ocurrió cuando él estaba notablemente enfadado, y desde entonces no había presenciado ni escuchado nada similar. Ella solo era una criada, una mujer vulgar a la que ese hombre usaba como entretenimiento durante su encierro. Nada más. Terminar con su trabajo lo antes posible era lo mejor. 

Descendió a las cocinas tan pronto como él se retiró a la biblioteca, ahora desierta, y preparó la infusión para el Duque. Una vez lista, ascendió las escaleras hasta la biblioteca, donde unas pocas velas proporcionaban una tenue luz en la mesita auxiliar donde Su Excelencia estaba entregado a la escritura.

—Déjelo ahí —ordenó él, señalando otra mesita auxiliar al otro lado del sillón morado en el que estaba sentado, sin mirarla. Ella obedeció y aguardó pacientemente, con las manos entrelazadas por delante de su bata, como era su costumbre—. Léalo —imperó Arthur después de bastantes minutos de silencio absoluto, entregándole el papel y, por ende, alzando la cabeza para mirarla.

Jane aceptó el escrito entre sus manos, ajena al hecho de que el Duque se había detenido en seco. 

Arthur Wellesley nunca antes había contemplado una bata de dormir tan deslucida. Jane lucía una especie de bata negra, notablemente desgastada, con el cordón maltrecho por el constante uso. Era un espanto, y los bordes del camisón blanco que asomaba por los bajos de la bata, tampoco auguraban nada mejor. Aun así, a pesar de ser la indumentaria de dormir femenina más desfavorable que había presenciado en su vida, y había sido testigo de bastantes, su criada le pareció, no solo una mujer bonita, sino atractiva. 

Tuvo que pestañear en dos ocasiones para asimilar que el cuervo ominoso y desagradable que se interpuso en su camino, sacándolo de sus casillas con su impertinencia y falta de modales, se había metamorfoseado de repente en una mujer voluptuosa de cabello largo y negro, impecablemente trenzado en una única trenza larga y densa que le caía por encima de su pecho y se perdía a la altura de su cintura. ¿Con que era eso lo que escondía Jane debajo de su horrible cofia blanca? No solo tenía una cabellera demasiado tentadora para cualquier hombre, sino que los mechones ondulados que no había logrado trenzar, le enmarcaban el rostro con dulzura e inocencia. Un rostro que, ahora sin cofia, lucía más radiante y delicado, y terminaba en un cuello pálido. El cuello era algo que tampoco se le veía a Jane durante el día, pues su uniforme se encargaba de ocultarlo, pero ahora estaba al descubierto, y dibujaba una curvatura perfecta. 

Jane no ostentaba una estatura notablemente elevada. Tampoco se asemejaba a una flor delicada; los efectos de su arduo trabajo se dejaban notar en su complexión. No obstante, no era de constitución robusta; más bien, bajo la desafortunada bata, se insinuaban unos muslos generosos y fuertes que podrían obrar maravillas si... 

¡Qué caray! ¿En qué diablos estaba pensando? No la había llevado allí para mirarla como un tigre de bengala hambriento. Sí, era un sinvergüenza, pero no hasta ese punto. Hasta él tenía sus límites. O eso quería creer. ¿Seducir a una sirvienta? ¿De veras sería capaz de hacer algo similar? Estaba lo suficientemente aburrido como para hacer cualquier locura, pero no estaba convencido de querer cruzar esa línea. Y, a decir verdad, teniendo en cuenta la fuerte personalidad de Jane, dudaba mucho de que ella aceptara una aventura amorosa. 

La observó morderse suavemente el labio inferior, quedando él hipnotizado por el rastro de humedad que dejó. —Si me permite sugerir, Su Excelencia —elevó ella la vista del papel y lo miró directamente a los ojos, sacándolo de su ensoñación—, podría considerar la inclusión de más nombres, además del Gran Duque de Mecklemburgo-Strelitz, para que no resulte demasiado evidente ni directo. 

—¿Se piensa usted sumamente astuta, verdad, Jane? —inquirió él, reviviendo la insufrible naturaleza de esa mujer y el hecho de haberla traído para que lo sirviera, como una forma de vengarse después de haberlo desafiado. Sin embargo, ¿realmente estaba buscando venganza? Lo cierto era que él había desplegado todo su mal humor el primer día, pero ese día parecía estar mostrando un lado más amable con ella. Jane no llevaba más de dos días en su propiedad, pero le parecía una eternidad. 

Jane frunció la línea casi imperceptible de su ceño y cubrió sus ojos de color bronce con una capa espesa de irritación, mudándolos a un tono más rojizo. —Pensé que querría oír mi opinión, ya que me ha hecho abandonar mi lecho para acompañarlo en su escritura. Empiezo a pensar que sus cambios de humor son realmente preocupantes, Su Excelencia. Quizás haría bien en comentárselos al doctor cuando vuelva mañana a revisarlo.

Arthur llegó a la conclusión de que esa mujer tenía la capacidad de hacer morder el polvo al mismísimo diablo. Podía ser tan cortante como el filo de un cuchillo si se lo proponía. 

—¿No sonríe usted nunca, Jane?

—Cuando estoy contenta, mi señor. 

—Entonces, debo de estar perdiendo mis habilidades con las damas, pues no la he visto sonreír ni una sola vez. Y, por lo general, le aseguro que las mujeres suelen derretirse en sonrisas a mi alrededor.

—Estoy convencida de ello, Su Excelencia. Pero temo decir que yo no soy una dama pusilánime cuyo único propósito en la vida es hallar un buen partido con el que casarme. Eso me libra de tener que sonreír forzadamente ante un caballero que lo único que me provoca es dolor de cabeza —Jane se mordió la lengua en ese punto; de nuevo había hablado de más. Pero Arthur Wellesley conseguía que todos sus propósitos de ser una sirvienta sumisa se arruinaran en segundos. Había sido lo suficiente tolerante como para no responderle de malas maneras cuando le pidió que lo ayudara a esas horas de la noche y con la ropa de dormir. 

 —¿Quiere decir que eso es lo que provoco normalmente en las de su género, pero que hacen un gran esfuerzo por disimularlo?

—Es posible, Su Excelencia. Como hemos comentado esta tarde, todos somos miserables de una manera u otra y esas mujeres puede que lo sean y no lo demuestren. 

—¿Quiere decir que hago a las mujeres miserables?

Jane esbozó una sonrisa casi sin querer, nerviosa. —¡Ah! —exclamó el Duque—. Aquí está su preciada sonrisa; parece que ser cruel conmigo la hace emerger.

Jane exploró el entorno con la mirada y advirtió que las cortinas se encontraban corridas. Las velas, poco a poco, cedían ante el paso del tiempo, y los ojos oscuros del Duque de Wellington destellaban de una manera inquietante. Aunque ya había sido consciente de la apariencia atractiva de Arthur en el pasado y comprendía el encanto que podía ejercer sobre otras mujeres, ahora, frente a ella, con la bata satinada ligeramente entreabierta, dejando al descubierto parte de su torso masculino, y las piernas descaradamente abiertas, una sensación nueva recorrió su cuerpo. Fue una especie de cosquilleo que corrió desde su intimidad hasta sus pechos y se espantó. 

—Si no precisa de mi ayuda, será mejor que me retire. Hasta mañana, Su Excelencia —dio media vuelta, sintiendo el color de la grana en sus mejillas y salió de la biblioteca sin esperar respuesta por parte del Duque. 

Arthur agradeció que ella recuperara el control de la situación y se retirara. De lo contrario, podría haber dicho algo de lo cual se arrepentiría más tarde. Inhaló profundamente y se sirvió una taza de la maravillosa infusión creada por Jane; ni siquiera se acordó de tomar un vaso de brandy o de whiskey. 

"No había sentido atracción por ningún hombre hasta ese momento. Y hacerlo, especialmente por el Duque de Wellington, me aterró. Él era el último hombre del mundo en el que podía fijarme, y no solo porque estaba completamente fuera de mi alcance, o porque mis secuestradores no me permitirían casarme nunca, sino porque él representaba todo lo que odiaba y estaba mal".


¡Hola Mis Astros Bellos! Muchas gracias a todas por vuestras felicitaciones y buenos deseos. Sois un amor :D 

Os quiero mucho. 

PD: no os olvidéis de votar y comentar please. 

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