Murmullos de Skrain

By Angie_Eli_Carmona

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La guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se u... More

Introducción
Capítulo 1. «Palacio de los horrores»
Capítulo 2. «Reunión no anticipada»
Capítulo 3. «Llegada al infierno»
Capítulo 4. «Las fiestas del despilfarro»
Capítulo 5. «Amor en llamas»
Capítulo 6. «Presentaciones, reencuentros, y pláticas»
Capítulo 7. «Prueba de poder y resistencia»
Capítulo 8. «Recuerdos de la infancia»
Capítulo 9. «Deseos profundos»
Capítulo 10. «Comunicación fallida»
Capítulo 11. «La lectura del llamado»
Capítulo 12. «Las bestias desconocidas»
Capítulo 13. «Ojos hambrientos»
Capítulo 14. «Los gigantes y su historia»
Capítulo 15. «Los espejos del alma»
Capítulo 16. «Roces inconvenientes»
Capítulo 17. «Siempre fue él»
Capítulo 18. «Poder, codicia, deseo»
Capítulo 19. «Astras, gigante de la guerra»
Capítulo 20. «Resurrección maldita»
Capítulo 21. «Nacimiento desastroso»
Capítulo 22. «La influencia del tiempo»
Capítulo 23. «Ejerce la influencia divina»
Capítulo 24. «Camuflaje histórico»
Capítulo 25. «Cinco grandes consejos»
Capítulo 26. «La madre de todo»
Capítulo 27. «Las pistas en lo más mundano»

Capítulo 28. «Influencias divinas»

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By Angie_Eli_Carmona

En teoría, tener pensamientos oscuros y rebeldes podría significar el fin de su mera existencia. Sin embargo, Piperina no sentía nada de eso, su mente era inteligente de una nueva manera, independiente, nadie podía dominarla.

Siendo así, conocer el nuevo mundo de los dioses, por un momento, le causó muchas y diferentes reacciones a la vez.

-¿A dónde me llevan? -preguntó-: Ya he estado aquí, pero se siente...

-Diferente -le contestó la persona que lo conducía. Era una joven muy parecida a Piperina, aunque, en vez de tener el cabello castaño como el de ella, lo tenía color miel oscuro, casi castaño. Ojos grandes, un fulgor dorado entre ellos. Piperina conocía el maquillaje, aunque no era muy común llevar distintas runas grabadas en la piel, como las tenía ella. Le llenaban todo el cuerpo, desde su rostro, brazos, hasta las piernas.

No iba muy vestida que digamos, traía una falda larga abierta, sandalias, y un corsé apretado y brillante. Todo era dorado con destellos de blanco.

-Ves y entiendes mucho más que antes. Todos estamos unidos, somos hijos, por así decir, de los dioses mayores. Los creadores. Ellos están por encima de nosotros, tienen más poder, y...

-¿Lo manejan también?

-No -contestó-. Tienen suficiente poder como para quitarlo, más no lo manejan. Tanto poder es imposible de manejar. Sin embargo, al manejar un aspecto vital de la existencia, la vida, la creación, los sueños, ellos tienen el poder como para quitar todo aquello que nos hace nosotros mismos. Su poder está más allá de todo.

-Lo entiendo -contestó Piperina, aunque, al mismo tiempo, no lo hacía. La parte intrínseca y más divina de Piperina lo entendía, más aún había algo de mortal en ella. Algo que quería y sentía que debía desafiarlo todo.

Habían andado ya horas por el palacio. Le enseñaron muchas habitaciones, conoció a muchos dioses que estaban por encima de ella, presenció fiestas, tecnologías, se enteró de la existencia de mundos, guerras, y muchas cosas que estaban demasiado lejos de lo que conocía.

Para cuando terminó, solo estuvo convencida de una cosa, que el universo era catastrófico, y que nada realmente estaba bajo control, ni siquiera del padre de todo.

Su parada final era una puerta alta, gris, que brillaba bajo una luz que no parecía tener procedencia alguna. Luz divina.

-Ahora que has visto lo que tenías que ver, te toca hablar con él. Suerte.

Piperina asintió, aunque no sabía con quién tenía que hablar, lo que tenía que saber. Sentía que tenía más dudas que antes de comenzar a hacer su recorrido, y ser una diosa dejó de ser tan importante como lo fue en un principio.

Con esto en mente, las puertas se abrieron, y Piperina se encontró con un rostro conocido frente a ella. Seth. Con los ojos entrecerrados, pronunció:

-Eres uno de los más poderosos aquí, ¿No es así?

Seth no contestó. Simplemente la estaba observando. Con renovada furia, ella se acercó más a él, avanzando a través de esa habitación vacía en la que él parecía lo más cómodo del mundo. Todo era blanco, blanco como el marfil, puro, y pulido. Él estaba acostado en un sofá que se veía bastante cómodo, gris y brillante, que destellaba energía como la que salía de la puerta que había recibido a Piperina.

-No es eso lo que debería de estarte preocupando ahora -contestó él, divertido. Piperina entrecerró los ojos, más su mente era demasiado astuta como para saber que no podía pensar en lo que Seth quería que llegara a su mente. Entonces, se forzó a ella misma a actuar-. Oh, bueno, tal vez sí. Si crees que el poder que tengo te ayudará en algo, déjame decirte que no.

-No te estoy pidiendo nada -respondió Piperina, seria-. Es solo que siento que me acabo de unir a una especie de secta. He visto mucho, y lo puedo procesar, porque, al fin y al cabo, soy una diosa. Sin embargo, no veo más que divisiones y subdivisiones, muchas clases y repeticiones de lo mismo, un...

-Caos -interrumpió Seth-. Al final eso es lo único que hay.

Aquello era contradictorio. Habiendo un padre de todo, Piperina habría pensado que él se encargaba de crear un orden, de poner todo en su lugar. Aunque estuvo apunto de mencionarlo, prefirió no decir nada, sino que cambió de tema, diciendo:

-Claro que tengo de que preocuparme. El mundo que conozco está apunto de ser destruido. Me pregunto, entonces, ¿Habrá otra forma de hacer las cosas, que no implique simplemente destrucción?

-No. El ciclo es perfecto, y las decisiones del padre de todo son perfectas también -respondió Seth, sin dejar de lado su tono juguetón. Piperina frunció el ceño, él agregó-. Es natural que le busques una solución a las cosas. Probablemente la consigas. Sin embargo, déjame decirte que la respuesta no siempre está donde crees que estará. Y los poderes, aunque están ligados a alguien en particular, no son solamente de esa persona. Te puedo poner mi ejemplo. Soy el dios de los sueños, pero en este mundo todos influyen. Con que sueñes, puedes crear lo que tú quieras, al menos en mi realidad. Los sueños hacen más y más grande todo esto que manejo. Y me hacen también más poderoso. Siendo así, dependo de los demás tanto como ellos dependen de mí, de que yo exista para darles un lugar al que ir a depositar sus sueños, maldiciones, e ideas.

-¿Maldiciones? -preguntó Piperina, con renovada curiosidad. Seth chasqueó los dedos y, de pronto, ya no estaban en aquel cuarto tan tranquilo. Estaban en medio de la nada, en algo parecido a un valle.

En realidad era bonito. Ahí, una niña jugaba. Otro niño, cercano a ella, reía y se movía junto a ella. Saltaban pequeños arroyos, sorteaban las piedras más resbaladizas, y se mojaban los pies de vez en cuando. Entonces, el niño cayó, y hubo un cambio brusco en el ambiente. La niña corrió, y justo cuando puso sus ojos en la sangre, todo cambió. Ella, Seth y Piperina, fueron trasladados de un lugar al otro tan fácil como un parpadear.

-Las pesadillas -murmuró.

-Un lugar muy peligroso, si me lo preguntas -musitó Seth-. Pero bueno, no existe luz sin oscuridad, ni caos sin orden.

Piperina tragó hondo. El lugar tenía un aura muy pesada, las voces lejanas parecían entrar en tú mente, a modo de susurros, y de ellas surgían las ideas, las malas, que te sumían por completo en la oscuridad. No había escuchado nunca que alguien se quedara por completo en sus pesadillas, pero sí sabia de personas que llevaban meses sin dormir bien, así hasta su inevitable final.

Traumas de guerra, muerte, y devastación. Sin embargo, no fue solo eso lo que llamó su atención. Fue entonces cuando entendió el punto de Seth. Y lo manifestó, diciendo:

-Un lugar tan poderoso, y al mismo tiempo, frágil, dependiente de quienes puede llegar a manejar.

-Justamente -respondió él-. Cómo todos los elegidos, has entendido bien, y rápido. Ahora puedes irte.

Piperina frunció el ceño.

-Creo que sé lo que tengo que hacer, pero aún no entiendo algo. ¿Qué es lo que te mantiene tan al pendiente de mí?

Seth sonrió. Chasqueó los dedos de nuevo, y pronto estuvieron de nuevo en el cuarto blanco.

-Ser tan poderoso aburre. Años y años de lo mismo. Tener tanto poder como para ser muchas cosas al mismo tiempo, más no hacer nada de provecho en ninguna de las versiones. Así es como nos convertimos en dioses chismosos y metiches, buscando algo con lo que entretenernos.

Piperina rodó los ojos. Aún así, contestó:

-Sea por lo que sea, igualmente, gracias.

Entonces, tan fácil como él lo había hecho, ella chasqueó los dedos, y se fue.

-Aprende rápido, me gustan de esas -se dijo Seth para sí mismo. Con una sonrisa, se volvió a echar en el sillón de poder que yacía en aquel cuarto, acto seguido, gritó-: ¡Siguiente!

🌙🌙🌙

Skrain estaba furioso. No saber las cosas lo ponía nervioso, y los nervios lo enojaban. Era un cúmulo de emociones que, aunque en cierto modo podía controlar, también resultaban un tanto rebeldes y difíciles de entender. Cómo Dios, podía controlarse a sí mismo con mucha mejor claridad, más eso no quería decir que la vida también pudiera ser controlada como el quisiera.

-Irán bien las cosas -murmuró Adaliah, como si estuviera tratando de convencerse de aquello-. Me siento estúpida por no darme cuenta antes, pero Piperina siempre ha sido la más poderosa de entre nosotros. Desde que nació había más que simple carácter en su personalidad. Era fuerte. Muy fuerte. Brillaba y se veía más viva que todas nosotras. Siempre envidié que no tuviera responsabilidades, más también estaba tranquila de que no le dieran poder a ella, porque sabía que si lo intentaba, lograría superarme.

Skrain sonrió. Había escuchado que Adaliah había sido una persona fría y cruel anteriormente, y lo había alcanzado a ver, levemente, más nunca tan de cerca. Le resultaba increíble saber que había cambiado tanto.

-No sabía que sueles balbucear cuando estás nerviosa -fue lo que le contestó. Ella sonrió. Tenían una confianza tácita entre ellos, y que dijera eso significaba que las cosas, irremediablemente, tendrían que ir bien-. Ven.

Adaliah parpadeó rápidamente, confundida. Skrain extendió los brazos, ella entendió enseguida lo que él había querido decir, y se dejó consolar, acercándose para abrazarlo.

-¡He vuelto! -exclamó Piperina, sonriente. Por un momento se sorprendió al ver lo que estaba frente a ella, sin embargo, lo entendió casi enseguida basándose en los acontecimientos recientes. Se les notaba más unidos después de haberse ido con Raniya, y, aunque no sabía casi nada, si tenía una idea de que habían pasado algunas pruebas porque ella quería ponerlos en su ejército.

Ellos se separaron bruscamente. Piperina ignoró lo anterior, y, antes de que pudieran decir algo, ella completó sus palabras, diciendo:

-Cuídala mucho Skrain, por favor. Pero antes, acércate mí.

Skrain la miró lleno de curiosidad. Piperina ya entendía más sobre el poder, y simplemente quería saber hasta qué punto había llegado la divinidad de Skrain. Frunciendo el ceño, tomó su muñeca, y dijo:

-No te falta mucho. Pero siento que algo está deteniendo las cosas. Es... la gente. En casa las cosas no van muy bien. No todos creen en Zedric, el mundo es un caos. Tenemos que regresar.

-Pero... -Adaliah exhaló, hondo-, ¿Y Raniya?

-Irán con ella. Le dirán que los gigantes son poderosos y que estamos enfrentando algo más grande que una simple guerra interna. Esperaré su respuesta en casa, explícale que, cuando esté lista, mande una señal regresando a nuestro sobrino. De lo contrario, destruiré todo.

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