7 noches con el mafioso

Oleh LunaSerena85

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Andrea, una bella y virginal joven se ve obligada a hacer un trato con Dante Santoro, un mafioso, para salvar... Lebih Banyak

1.- Secuestrada
2.- Cuando el mafioso la conoció
3.- Haciendo un trato
4.-Trato sellado con los labios
5.- En la recámara del mafioso
6.- La primera noche
7.- Rota
8.- Lágrimas inútiles
9.- En la ducha
10.- Al despertar
11.- Cuarta noche
12.- Quinta noche
13.- En el coche
14.- Sexta noche
15.- La última noche
17.- Volver a empezar
18.- La noche que le debía
19.- Terrible noticia
20.- ¡Embarazada!
21.- Escape
22.- Nuevo trato
23.- Firma
24.- Madre de alquiler
25.- En el vestidor de damas
26.- El bebé se mueve
27.- Deseo al anochecer
28.- De viaje
29.- Sexo en el avión
30.- En los Emiratos Árabes
31.- El "padrino" del mafioso
32.- En el yate
33.- Pasión en la isla
34.- Advertencia
35.- Desilusión
36.- El cumpleaños del mafioso
37.- Confesión
38.- ¿Qué sientes por mí?
39.- Reencuentro apasionado
40.- El día de la boda
41.- Parto sangriento
42.- Peligro
43.- Disparo
44.- Después de la tormenta...
45.- Para siempre

16.- ¿Libre?

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Oleh LunaSerena85

¡ERES LIBRE, ANDREA!

Las palabras de Dante provocaron que la chica casi se caiga al suelo, consiguiendo agarrarse al borde del escritorio, aunque palideció bruscamente al oír esa voz ronca y gélida.

Andrea pregunta incrédula: ¿Qué?

Él no voltea a verla, se queda mirando por la ventana, inmóvil. El cigarrillo que tiene en la mano echa humo. No da una calada.

Dante: La deuda de Fernando ya está saldada. Puedes salir de mi casa.

El corazón de la rubia se dividió en dos extraños sentimientos, el primero de ellos era la alegría de la libertad, ya no sería la esclava sexual de ese mafioso, pero la otra sensación fue de amargura.

El dolor... La sensación de estar siendo desechada, igual a un juguete aburrido, que ya nadie necesita.

Un fuerte grito ensordece los oídos de la ojiazul.

Dante: ¡Nazar!

En menos de un segundo, un guardia de seguridad entra corriendo en el despacho.

El mafioso da una orden escueta, pero muy clara: ¡LLÉVATELA!

Los ojos de la rubia se abren grandemente preguntándose: ¿qué? todavía no amanece, aún faltan algunas horas para completar las siete noches, ¿por qué ha decidido ponerle fin ahora?

La pregunta en la mente de Andrea no tiene respuesta.

Simplemente le agarran por el codo y la sacan de la habitación.

Andrea fijamente a Dante con lágrimas en los ojos hasta que la puerta se cierra frente a su rostro.

Tal vez esta imagen, la de un hombre silencioso e inmóvil con un cuerpo desnudo y perfectamente guapo, se le quede grabada durante mucho tiempo.

Sin salir de su asombro, Andrea escucha que le dicen: Ve a tu habitación, cámbiate y recoge tus cosas. Tienes diez minutos.

El guardia la lleva a la habitación donde pasó las ultimas seis noches y la empuja dentro. Sin cerrar la puerta, la observa mientras cumple sus órdenes.

Sin atinar a moverse, la chica no deja de pensar en ¿por qué Dante Santoro la echó sin despedirse?

Pero sobretodo, Andrea se preguntaba por qué le dolía que la hubieran echado de esa forma.
¿Será porque había comenzado a sentir una atracción poderosa por el mafioso?

En ella había surgido la lujuria de pertenecer a un macho tan experimentado.

Por supuesto que no, se repetía mentalmente.

Cualquier chica en su lugar, incluso la más orgullosa, habría perdido la cabeza solo por alguno de los besos candentes de Dante, pero ella no... Andrea no era una chica fácil o eso se obligaba a creer.

En esos instantes la rubia comprendió: lo que hicimos ahora sólo era sexo de despedida entre nosotros. Dante, tal y como había prometido, me robaría la virginidad de todas mis parte íntimas y lo cumplió. Ahora ya no le sirvo para nada. Por eso me echa a la calle, para buscarse una sustituta.

Orgullosa, Andrea decidió no aceptar sus regalos. Se puso la ropa más cómoda y práctica que le había regalado el millonario: un chándal elegante.

Después se acercó al guardia con las manos vacías y le miro tristemente a la cara.

Andrea: ya estoy lista...

Nazar la llevó por la puerta trasera para meterla en el coche.

Cada paso era un duro latido, en algún lugar de la garganta de la rubia. Dudaba de sus propios sentimientos, pues esos minutos de separación se sintieron como una tortura del infierno.

Afuera, comenzó a lloviznar, y el aire se sentía frío. Se levantó un fuerte viento. El tiempo reflejaba plenamente el estado de ánimo interior de la ojiazul.

El guardia de seguridad le indicó sentarse en el asiento trasero de un coche aparcado a las puertas del inmenso y fastuoso recinto. Cerrando la puerta, se sentó en el asiento del conductor y pisó
el acelerador.

Dando la vuelta, Andrea internamente esperó y deseó hasta el último momento que se encendiera la luz de la ventana del dormitorio de Dante. O saliera al porche y tratara de detenerla, habiendo cambiado de opinión.

Pero no ocurrió nada de eso.

El coche cruzó la puerta, desapareciendo al doblar la esquina.

La chica no supo exactamente cuánto tiempo pasó, pero fue como si se ahogara en sus propios pensamientos.

Estaba inmerso en ellos, perdiendo el interés por todo. Todo lo que podía recordar era la mirada amenazante de Dante, su
última y abrasadora mirada negra, sus últimas palabras heladas, lanzadas con indiferencia sin emoción.

¡LLÉVATELA!

Palabras que sonaban una y otra vez, como disparos de ametralladora, infligiendo nuevos dolores y heridas sangrientas y lacerantes. Que nunca podría desaparecer. Hasta que el coche se detuvo frente a un edificio de apartamentos conocido, con el motor apagado.

Nazar: ya llegamos...

La chica frunció los labios, mirando el rascacielos a través de la ventanilla empañada del automóvil, donde caían finas gotas de lluvia.

Sólo había pasado una semana, pero parecía un año. Era como si se hubiera perdido en el tiempo, y ahora el mundo entero le pareciera extraño.

Nazar: ¡Oye! ¿Te has quedado dormida?

La voz áspera del conductor sacó a Andrea de sus cavilaciones.

Andrea: ¿Eh?

Giró la cabeza hacia él.

Nazar: baja del auto de una vez...

Después de decirle esas palabras, la empujó hacia la pared helada de la lluvia.

Andrea bajó del lujoso automóvil, temblando al instante. El cielo brillaba con fuerza, mientras los relámpagos caían y la lluvia se intensificaba.

Antes de que pudiera cerrar la puerta del coche, el lujoso coche bramó y se alejó a toda velocidad, desapareciendo al doblar la esquina. Perdida, la chica se quedó allí, mirando tras él, volando en una especie de postración cósmica.

Todavía no podía comprender lo rápido que todo cambió y se derrumbó. En una fracción de segundo.

Ya empezaba a estar empapada hasta los huesos, por lo que la joven reaccionó y se percató que estaba afuera del edificio donde vivía Fernando, su prometido.

Temblando, se dirigió a la entrada y el vigilante la dejó pasar sin problemas, pues ya la conocía, la había visto en otras ocasiones que Andrea había llegado de visita a casa de su novio, aunque nunca se quedó a dormir.

La chica se preguntó: Fernando ¿estará bien?

No se le permitió contactar con él durante toda una semana, pero el mismo Dante, le aseguró que estaba vivo y bien.

Mientras subía las escaleras, la rubia no podía dejar de tener esas extrañas e incómodas sensaciones, cuando sólo quería darse la vuelta y correr tras el coche de Dante, rogándole a Santoro para que no la echara.

La misma Andrea estaba sorprendida de haberse "encariñado" tanto con el hombre, porque al principio lo había visto como un enemigo y un hombre malo. ¡Un sinvergüenza pomposo y cínico! Bañado en poder y dinero sin fin. Pero ahora era claramente víctima del llamado síndrome de Estocolmo.

Cuando llegó al piso, la chica entró al departamento de Fernando, percatándose que no había nadie dentro.

Había silencio... Ni un sonido.

Andrea estaba demasiado agotada, por lo que se dejó caer sobre un sillón... la ojiazul se había desmayado.

La rubia abrió los ojos a primera hora de la mañana al oír el clic de la cerradura y se levantó rápidamente cuando oyó una voz que conocía... la voz de Fernando.

El varón se quedó de pie frente a la chica, quien observó que su novio mostraba evidentes señales de haber sido golpeado y secuestrado durante toda una semana.

El corazón de Andrea se estrujó aún más, retorciéndose como si estuviera al revés al darse cuenta de que su novio también la había pasado muy mal.

Las lágrimas volvieron a brotar de los bellos ojos de Andrea, cuyos labios se abrieron para decir con emoción: ¡Fernando!

De repente, enrabietado, el hombre se lanzó al ataque. Cambió su rostro en cuestión de segundos. Sus labios se curvaron con asco mientras miraba de la misma manera que miraría a un escarabajo pululando por la tierra.

Fernando: ¡Andrea, vete de aquí!

Muy sorprendida, la ojiazul cuestionó: ¿Qué?

Fernando habló agitando las manos de forma intimidatoria. Tan duro y doloroso que hizo que las entrañas de la joven se apretaran en un resorte.

Fernando: ¡Fuera!

Andrea: F-Fernando ¿por qué me hablas así?

La chica no podía creer lo que veía y escuchaba. Pensó que tal vez todavía estaba soñando. Pero la realidad era demasiado deprimente.

Fernando respondió iracundo: ¿Cómo se supone que voy a hablar con una mujerzuela como tú?

El hombre la sorprende más y más con cada nueva frase.

Ella sacude la cabeza, mordiéndose los labios, tragándose las lágrimas. Retrocedió un paso mientras él avanzaba, apretando el puño con rabia. Se balanceó.

Pensó que iba a golpearla.

Se detuvo justo a tiempo para apretar la mandibula.

Andrea: ¿por qué Fernando? Estoy a favor de ti... ¡Te habrían matado!

Fernando gritó: ¡Cállate la boca!

El hombre la agarra violentamente por el cuello y la empuja hacia la puerta.

Fernando: ¡Se acabó lo nuestro! Vete, Andrea.

Andrea sacude la cabeza,
ahogada por el horror: No, tú... no puedes

Fernando: ¡Oh, sí, puedo!

Andrea: ¿por qué? Dime por qué me tratas así...

Fernando: Fuiste capaz de meterte debajo de otro hombre, ¿no? ¿Qué te pareció la verga de Santoro? ¿Te ha jodido por completo? ¿Te cogió todo el día?

La vergüenza cubre todo el rostro de Andrea. Pero le amarga más que su sacrificio no haya sido apreciado.

Ante el silencio de la chica, Fernando vuelve a gritar: ¿Por qué no dices algo, maldita puta? ¿Te ha gustado? ¿Abrir las piernas para mi enemigo?

Fernando agregó mirándola con desprecio de arriba a abajo: ¡Mírate! ¡Mira la ropa que llevas! ¿Es así como te hizo sentir bien? ¿Con todas las baratijas y artilugios? ¡Has hecho un buen trabajo mamándole la verga! ¿Le diste todo el coño que querías, puta?

Andrea se sintió tan humillada.

Luchó con todas sus fuerzas, intentando contener los torrentes de lágrimas que le escuecen y pican los ojos.

Andrea: ¡Pero lo hice por nosotros! Ese hombre iba a matarte si yo no me entregaba a él...

Fernando no escucha nada, la interrumpe con poco tacto, sigue humillándola y se mantiene firme. Era como si un monstruo lo hubiera poseído.

Andrea no reconocía en absoluto a su prometido. ¿O acaso este era el verdadero rostro de Fernando?

Fernando: los mercenarios de Santoro me dan una paliza,
¿y tú te la pasaste abriéndole las piernas como su puta? ¿Cómo te atreves a volver a mi casa! ¿No puedes mirarme a los ojos, perra?

Andrea estaba tan ofendida que no podía sacar más palabras. Le temblaba la barbilla, la histeria le acalambraba por dentro.

Una vez más la estaban maltratado despiadadamente, y la echaban sin remordimientos, acusándola de ser igual o peor a una prostituta de la calle.

Andrea logró decir: Dante Santoro te perdonó la deuda. Lo hice por ti... Ahora no le debes nada.

Fernando: ¿Quién te ha pedido que te metas? ¡Yo me encargaría de ello, de hombre a hombre!

Andrea: no me metí por gusto... me secuestraron... iba a la iglesia para casarme contigo, para convertirme en tu mujer...

Fernando interrumpió: pero ahora te has convertido en la mujer de ese maldito... mejor dicho en su puta... ¿Le diste tu virginidad? ¡Le diste lo que me prometiste! ¡Ya no vales nada, Andrea!

La rubia bajó la cabeza, entrecerrando los ojos y sintiéndose como una miserable.
Deseaba desvanecerse en el aire como un fantasma y desaparecer para siempre.

Arrugando la nariz, Fernando vocifera: lárgate de mi vista y espero que nunca nos volvamos a ver.

A empujones, Fernando sacó de su departamento a Andrea.

Con una mueca de disgusto, el hombre le dio la espalda, cerrando la puerta con fuerza.

Allegar a la casa de Fernando, la rubia tuvo la premonición de que su vida ya no sería la misma. Pero no esperaba una acogida tan "calurosa" del hombre por el que estaba dispuesta a dar la vida.

Pero Fernando no apreció lo que había hecho por él. No lo creía.

Andrea pensó entre lágrimas: ¡He cometido el mayor error de mi vida! Creía que podía ser amada por alguien. Podría ser verdaderamente feliz como mujer. Me abrí a un hombre con toda mi alma y como resultado, me apuñalaron por la espalda.

Después de embadurnarse las mejillas con lágrimas, la rubia salió del edificio de su exprometido.

En la calle una llovizna fina aún caía... el agua de la lluvia se confundía con el llanto de la ojizul.

Mirando al cielo ensombrecido por las nubes negras, la rubia pensaba en lo injusta de la vida, ella lo había perdido todo, su virginidad y su dignidad por salvar la vida de su novio y ahora él la despreciaba.

En esos momentos, el mafioso Dante Santoro seguramente disfrutaba de una buena mañana con una taza de café caliente en sus manos, mientras Andrea estaba en la calle, bajo la lluvia sin saber a dónde dirigir sus pasos.

El mafioso le había robado más que sólo su virginidad... el mafioso le robó a Andrea ¡SU VIDA!

Continuará...

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