Solo de los dos, Christhoper...

נכתב על ידי guillermobossia

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Nicolás Arnez se encuentra muy seguro de algo: debe ocultarle a su familia que le gustan los chicos. Es amant... עוד

PRÓLOGO
Personajes
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Epílogo

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נכתב על ידי guillermobossia

Han pasado ya casi dos semanas desde que Christhoper inició el nuevo ciclo de quimioterapias con una dosis más elevada. Este es el tratamiento al que yo me había mentalizado, pues al ser más fuerte que el anterior, trae consigo efectos secundarios que el paciente tiene que sufrir durante el proceso.

A mitad de las quimioterapias, Christhoper se queda dormido hasta que se acaba la bolsa del medicamento y viene la doctora a retirarla. Por mi parte, me mantengo a su lado en todo momento, por si necesita que le alcance algo, pues se encuentra muy débil y los brazos le tiemblan al querer levantar cosas.

Siendo sincero, me pone triste verlo así, acostado en la cama, con la mirada perdida en algún punto de la habitación y los ojos llorosos mientras tiene que experimentar episodios de náuseas y vómitos.

—Vale, despacio, no hagas mucha fuerza —digo mientras le sostengo el recipiente en medio de las arcadas. Acaricio su espalda con movimientos circulares para que guarde la calma.

En otras circunstancias, me habría dado asco ayudar a una persona que está vomitando. No obstante, si se trata de él, todo cambia. Mi laboriosidad aflora y no siento ningún tipo de repulsión al limpiarle los labios y el vómito salpicado en la ropa. No me importa ensuciarme las manos de vómito o mucosa si estas son las acciones que demuestran cuánto lo quiero. Haría cualquier cosa por él, ya que esto es lo que hacen las parejas: apoyarse en todo momento, en las buenas y especialmente en las malas, a pesar de que la otra persona no está en su mejor versión.

Y así se pasan las tres primeras sesiones de quimioterapia, entre malos ratos para él y los días de recuperación en los que mantenemos nuestras tardes de películas. A pesar de lo complicado que ha sido este nuevo ciclo, Christhoper aún mantiene los buenos ánimos para continuar con el tratamiento y no ha pensado en desistir. Según él, antes de cada sesión, mentaliza los efectos secundarios y se motiva a sí mismo para sobrellevarlos después.

—Quizá en mi otra vida he sido masoquista —piensa mientras termino de guardar mis cubiertos en mi lonchera. Acabo de almorzar después de llegar de la escuela.

—Si puedes aguantar el dolor del gimnasio, puedes con todo.

—Extraño ese dolor en mis músculos. —Hace un puchero—. Apenas salga de todo esto, recuperaré el cuerpazo que tenía.

Lo miro extrañado.

—Pero si aún lo tienes.

—Claro que no, he aumentado grasa corporal. —Se levanta el polo y se aprieta una lonja que más parece pellejo que grasa.

—Qué exagerado, esos abdominales aún están en su lugar.

—Pronto no lo estarán. —Levanta las manos a modo de inocencia—. Y en lugar de ellos habrá una barriguita de Winny Pooh que pellizcarás todos los días.

—Eso ni lo dudes. —Me muerdo el labio inferior y él se cubre el abdomen, acompañado de una falsa expresión de miedo.

Le saco la lengua y vuelvo a retomar lo que estaba haciendo.

—Me mataré haciendo cardio todos los días para conservar mis abdominales.

—¿No se supone que haces cardio en la máquina de correr? Aunque, claro, solo caminas.

Durante lo que parece cinco o seis segundos no recibo respuesta de su parte, por lo que añado:

—O no sé, soy muy ignorante en temas de gimnasio.

De nuevo, silencio.

Entrecierro los ojos y doy media vuelta para preguntarle qué pasa. Sin embargo, mis ojos viajan directo a su mano y al mechón de cabello que sostiene en ella.

Me quedo paralizado.

—¡No, no, no, no, no, no, no...!

Sale disparado hacia el cuarto de baño y logro salir de mi estupefacción para ir detrás de él y detenerme en el umbral. Ha tirado en el lavadero el mechón de cabello y está frente al espejo, buscando el agujero en su cabeza, hasta que otro mechón de cabello se sale y, tras mirarlo en su mano, lo suelta con una expresión de horror.

—¡No, no puede estar pasando! —manifiesta con voz temblorosa y aferra ambas manos al lavadero.

Lo observo a través del espejo. Su pecho sube y baja, con una respiración agitada, como si estuviera intentando tomar todo el aire posible en sus pulmones y a la vez soltarlo porque le hace daño. No obstante, se me cae el alma a los pies cuando rompe en llanto y baja la cabeza para que no lo vea llorar. Me quedo débil, escuchando sus sollozos frente al espejo mientras él se cubre el rostro con las manos.

Decido ir a su lado y coloco una mano en su espalda baja para acariciarlo. Christhoper retira las manos de su rostro y vuelve a aferrarse al borde del lavadero sin levantar la mirada. De manera consciente, se toca otra vez la cabeza y de esta se sale un nuevo mechón de cabello. Sus sollozos se intensifican y espero a que se calme para consolarlo.

Tras unos minutos en los que parece haber cesado su llanto, hablo casi en un susurro:

—Tranquilo.

Él niega con la cabeza, incapaz de mirarse al espejo.

—No quiero quedarme sin cabello —logra decir, aun con los sollozos saliendo de su boca.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuerpo y corresponde mi abrazo, descansando su cabeza sobre mi hombro. Acaricio su espalda con mis manos, dejando pasar el tiempo necesario para volver a pronunciar una palabra. Quiero que entre mis brazos se sienta protegido, que sepa que no está solo en este momento en el que la enfermedad le arrebata más cosas. Soy ese pilar del que se puede sostener cuando no le quedan fuerzas para seguir en pie. Y está bien. Este es un camino de altibajos, no todo será uniforme.

Aunque me encuentro desconcertado al igual que él, no puedo derrumbarme.

—Sé que amas tu cabello y lo cuidas mucho, pero ambos sabíamos que esto iba a ser parte de los efectos secundarios de la quimioterapia.

—Ya no saldré de la habitación, me veré horrible.

—Para mí seguirás siendo guapo. —Dejo un delicado beso sobre su cabello y acaricio su espalda de vuelta—. Chris, el cabello crece, no te quedarás así de por vida. Por suerte, estamos entrando al invierno y puedes usar gorras, es una buena opción.

—No suelo usar gorras.

¿No? Pienso que, si te la pones debajo de la capucha de la polera, quedarás más guapo.

No creí que el tema de la caída del cabello le iba a afectar tanto. Intuyo que quizá es cuestión de tiempo para que lo asimile y acepte su nueva apariencia. Después de terminar de consolarlo, considero oportuno darle su espacio y dejarlo solo unos minutos para que reflexione sobre lo sucedido.

Media hora más tarde, la enfermera de turno viene a dejar las medicinas y Christhoper se niega a salir del baño para que no lo vea con los huecos que han quedado en su cabeza por la falta de aquellos mechones que se han salido. Claro que no se nota mucho, pero imagino que desde la perspectiva de él es distinto.

Para evitar el trabajo de estar recogiendo los mechones del suelo, la enfermera sugiere que se rape por completo de una vez. Nos trae una rasuradora que el hospital tiene para los pacientes de quimioterapia y luego se retira para seguir con su trabajo, dejándome a mí la difícil misión de anunciárselo a Christhoper.

Mientras estoy camino al cuarto de baño, hago acopio de toda mi paciencia, ya que no será fácil convencerlo. Y como lo había anticipado, primero se rehúsa a hacerlo porque dice que no está preparado para decirle adiós a sus castaños rizos. Considero que lo ideal es que él mismo tome la iniciativa y no presionarlo, por lo que, después de explicarle que esta decisión sería la más conveniente, vuelvo a dejarlo a solas para que lo piense.

Finalmente, me pide que le dé la máquina.

Al principio, toma el valor y la seguridad para hacerlo, pero cuando enciende la máquina y se la acerca a la cabeza, noto que cruza la duda por sus ojos y desiste. Baja la mirada y se apoya en el lavamanos para darse aliento e intentarlo una vez más.

Me pongo a su lado y repito el gesto de acariciarle la espalda para consolarlo. Y esta vez, entre lágrimas y el sonido de la rasuradora, Christhoper se despide de su cabello frente al espejo. Evito las ganas de llorar cuando lo veo rasurarse con los ojos cerrados, encorvado y sollozando, mientras la máquina va quitando todo el cabello que encuentra a su paso y este cae al suelo, como gotas de sangre, derramadas en un campo de batalla.

Este es el campo de batalla de Christhoper. Esta es su lucha y los sacrificios que tiene que hacer para poder saborear la victoria. Una victoria que le permitirá seguir conservando lo más preciado que tiene: la vida.

Minutos más tarde, me encuentro a su lado en la cama, acariciándole el cabello mientras él mira un punto fijo de la habitación, dándole vueltas a lo que ha sucedido hace poco. No ha dicho una sola palabra desde que salimos del baño. Solo se dedicó a ponerse la capucha de la polera y tirar de las cintas para que se ciña lo suficiente a su rostro y cubra la ausencia de cabello.

Como lo habían anunciado, Estefano y Narel llegan minutos después, trayéndonos un batido de fresa, chocolate y leche que es la favorita de mi novio. Podría decir que eso le sube un poco los ánimos, pero le cuesta esbozar una sonrisa completa cuando mi hermano intenta hacerlo reír.

—¿A ver qué tal ha quedado? —insiste él, queriendo convencer a Chris para que se saque la capucha.

—Me veo horrible —son las tres únicas palabras que ha pronunciado en la última hora.

—Se ve guapo, ya se lo he dicho. —Me encojo de hombros.

—Me veo horrible.

—Y cuando eres guapo, todo te queda bien. Hasta una bolsa de basura como ropa —agrega Narel, restándole importancia al asunto—. No debe haber quedado tan mal, déjanos ver.

—Sí, por favor.

—Estefano se va a reír —acusa.

—No me voy a reír —niega él con los ojos entrecerrados.

—Yo tampoco lo haré —apoya Narel—. Somos tus amigos, te queremos así te amputen las dos piernas.

Christhoper le dedica la mirada insegura y ella se corrige.

—No te van a amputar las piernas por la leucemia, descuida.

—Entonces, ¿nos vas a mostrar? —pide de nuevo mi hermano.

El exchico de los piercings hace un gesto de cansancio ante tanta insistencia y se quita la capucha de mala gana. Baja la cabeza para no ver las reacciones de la pareja, quienes se dan una mirada significativa.

—Me veo horrible —repite.

—Ni de coña.

—Confirmo: sigues estando guapo —concluye Narel—. Ese rapado te da un estilo de chico malo.

Ese término provoca que Christhoper sonría por primera vez desde que llegaron.

—No quiero ser un chico malo, solo quiero tener mi cabello.

—Lo tendrás, pero tienes que ser paciente y esperar.

—Además, el cabello crece —recalco.

—Para ti es fácil decirlo porque aún tienes el tuyo. —Baja la cabeza de nuevo mientras se pone la capucha.

Decido mirar a otro lado para no perder la poca paciencia que me queda. Y es que me parece innecesario todo este drama por unos mechones de cabello que volverán a crecer en pocos meses. Sin embargo, decido calmarme antes de meter la pata y terminar diciéndolo en voz alta. Lo último que deseo es que se sienta peor de lo que ya está.

En eso, la máquina rasuradora se interpone en mi campo de visión y una idea loca cruza por mi cabeza. Una parte de mí me dice que no lo haga porque me puedo arrepentir después. No obstante, desconozco la fuente de donde saco el valor necesario para ponerme de pie y tomarla antes de que la enfermera venga por ella.

—Al final el cabello no es lo más importante que tengo. Si tú no tienes cabello por un tiempo, yo tampoco.

Mi hermano y su novia voltean a verme de inmediato, a la vez que Christhoper se incorpora de golpe.

—Nicolás, ¿qué vas a...?

No le doy tiempo para que termine la pregunta. Observo cómo los primeros mechones de cabello descienden frente a mis ojos y caen junto a mis pies. Estefano y Narel ahora me miran estupefactos desde sus lugares y no hace falta ver a mi novio para saber que tiene la misma reacción.

No hago esto por pena, ni por querer cerrarle la boca para que deje de quejarse; sino porque veo el momento como la oportunidad para poder ser empático y realizar este pequeño sacrificio a semejanza de él. Quiero que esta ausencia de cabello nos dé algo en común durante el tiempo en que Christhoper esté llevando las quimioterapias. No sé si he hecho lo correcto, pero siento que esta es otra muestra de amor que realizo por mi novio. Y no me importa en lo absoluto si me castigan al llegar a casa.

De pronto, cuando he terminado y estoy por pedirle a Narel que me ayude con la parte de atrás, Estefano se acerca y me hace un gesto para que le dé la rasuradora. En un primer momento, pienso que él será quien me ayude a nivelar el corte; sin embargo, le muestra la máquina a Christhoper, como alguien hace un brindis de honor y levanta su copa para que los demás hagan lo mismo.

—No estás solo en esto —le dice y enciende la máquina para luego llevársela a la cabeza.

Los preciosos rizos de mi hermano que he envidiado —de forma sana, claro—desde el inicio de mi adolescencia, no tardan en alcanzar los míos en el suelo. Estefano, uno de los chicos que más cuida de su apariencia, se está rapando el cabello también como muestra de cariño hacia su amigo. Mi primera reacción es llevarme la mano a la boca a causa de la impresión.

Por su lado, Narel se ha quedado petrificada tras la decisión de su novio. Está claro que, a ella, el cabello le importa una completa mierda, pero al tratarse de Estefano, nos ha dejado, de manera literal, con la boca abierta. Ambos sabemos que él tiene una religiosa rutina de cuidado de cabello y que, en casa, su baño almacena diversas cremas e hidratantes de uso diario.

—No tenían por qué hacerlo —interviene Christhoper, apenado por nuestra decisión.

—Teníamos que hacerlo —contesta Estefano—, es una forma de estar a la par contigo durante este proceso. No tendremos cabello si tú tampoco lo tienes, espero que esto haga que te sientas un poco mejor. Además, ya está hecho y no pienso discutirlo. —Chris levanta las manos en señal de rendición y mi hermano asiente, satisfecho—. Bien, ¿alguien más se anima a hacerlo?

Los ojos de los tres recaen sobre Narel, quien alterna una mirada temerosa entre nosotros y nos ofrece una risita nerviosa. Se recoge el cabello para esconderlo detrás de sus hombros.

—Eh... Chris, te quiero bastante, pero no pienso raparme el cabello. Ya sabes, las chicas no...

—Sí, sí, entiendo. No te preocupes. —Asiente él con una sonrisa amable y se vuelve hacia nosotros—. Gracias, chicos, por este gesto.

—No es nada. Para eso estamos los amigos, ¿no?

—Para eso y mucho más —acota Narel.

Christhoper esboza una sonrisa de boca cerrada. No es ancha, pero al menos se ve sincera y, de alguna u otra manera, me alivia saber que se siente mejor. Suelto un suspiro silencioso cuando su expresión se relaja y le da un sorbo a su malteada. 

Hay otro capítulos más ;)

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