❦𝗥𝗲𝗴𝗿𝗲𝘀𝗼 𝗮 𝗰𝗮𝘀𝗮 ➻...

By Caliope124

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ʟᴀ ᴘʀɪɴᴄᴇsᴀ ᴛsᴜɴᴀᴅᴇ, ᴜɴᴀ ᴘᴏᴅᴇʀᴏsᴀ ᴏɴɴᴀ-ʙᴜɢᴇɪsʜᴀ, sᴇ ᴇɴᴄᴀᴍɪɴᴀ ᴅᴇ ʀᴇɢʀᴇsᴏ ᴀ sᴜ ʜᴏɢᴀʀ ɴᴀᴛᴀʟ ʟᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ǫᴜᴇ ʟᴀs ɢᴜᴇ... More

𝕊𝕚𝕟ó𝕡𝕤𝕚𝕤
✿𝐏𝐋𝐀𝐘𝐋𝐈𝐒𝐓✿
ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴘᴀʀᴛᴇ
༺Tsunade༻
░J░i░r░a░i░y░a░
༺Reencuentro en la nieve༻
░O░r░o░c░h░i░m░a░r░u░
༺Nieve manchada de sangre ༻
░R░e░c░u░e░r░d░o░s░ ░d░e░ ░u░n░ ░S░a░m░u░r░á░i░
༺La decisión de Tsunade༻
░A░n░k░o
༺La aldea del puente༻

░U░n░a░ ░p░i░e░d░r░a░ ░e░n░ ░e░l░ ░c░a░m░i░n░o░

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By Caliope124


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El sol de mediodía iluminaba el cielo, la calidez del astro vitalizo la energía del samurái. Jiraiya sentía como el calor penetraba su armadura, su piel y sus huesos, su cuerpo recibía con total gratitud semejante estimulo, sintió disminuir sus dolencias físicas y, como era de esperase, todo a su alrededor le pareció más claro.

La nubosidad que cubría el cielo se despejó casi por completo y la naturaleza parecía revivir. Cobró vida el frágil brote del pasto y de las hojas de los árboles, se escuchaba entre los algunos matorrales los chillidos de pequeños roedores. Con cada paso, la nieve comenzaba a derretirse dejando a la vista un terreno lodoso.

Tsunade lideraba la expedición, y Jiraiya la acompañaba por detrás, junto con la joven Mitarashi. A cada paso el sendero parecía estar cada vez más libre de las malezas y arbustos, y los abundantes árboles que los rodeaban parecían disminuir en cuanto a variedad y cantidad.

Los tres viajeros caminaban sin hablar, siendo sus pisadas y sus agitadas respiraciones el único sonido que emitían. Pasando un breve lapso de tiempo, los dos samuráis se detenían y guiados por su instinto básico de supervivencia examinaban la zona que los rodeaba con el mayor detenimiento, las emboscadas eran una estrategia básica de ataque en zonas boscosas, pero para dos guerreros experimentados, los mínimos detalles anormales acentuados en su entorno delatarían a un escuadrón de ataque.

A lo largo del trayecto la mente del samurái no podía dejar de enfocarse en la joven Anko. La desconfianza era una cualidad innata en él, una que desarrollo muy bien con el pasar del tiempo. No importaba las reprimendas que Tsunade le diera. Para Jiraiya, Mitarashi era una mujer que ocultaba dobles intensiones y, el hecho de que su compañera, no estuviera dispuesta a revelarle información que correspondía a la susodicha, solo aumentaba su incertidumbre.

«¿Sera acaso un problema?» meditaba para sí mismo mientras observaba a Mitarashi de espaldas a él «Si ella se interpone en mi camino de justicia contra Orochimaru no tendré compasión.»

En un gesto de fría resolución el samurái se aferró con fuerza a la tsuka* de su katana.

«La mataré a ella y a esa serpiente»

Jiraiya dirigió su mirada al frente y quedó encantado con la vista. Los rayos del sol se filtraban por las ramas. Se posaban como un delicado polvo dorado sobre el cabello rubio de la Senju. Sin poder evitarlo, Jiraiya se vio sumergido en un manantial de recuerdos agridulces, en muchas de sus campañas y viajes quedaba encantado con la cosecha de trigo a mediados de otoño, las doradas hebras de la mujer se lo recordaban, se posaba en su corazón la dicha por la simple cotidianidad de la vida, sin guerras, sin muertes, solo la contemplación de un campo repleto de espigas de trigo maduro.

«Pero. Tsunade.» Pensó. Aflojó el agarre sobre su tsuka, dudando de su decisión «Parece tener cierto apego hacia ella. Si Mitarashi se interpone en mi camino, ¿ella me suplicara que le permita conservar la vida? ¿Ella aceptara su traición? No, debo confiar en Tsunade, sé que ella no dudara en castigar a quien la traicionó.»

Jiraiya aminoró el paso, sus dedos trazaron patrones en su armadura, en las zonas donde la katana de esa serpiente lo hirió, sus heridas ya no dolían como antes; sin embargo, se tejió con diminutos hilos en su mente la incertidumbre ante el próximo combate. Confiaba de forma plena en la onna — bugeisha, confiaba en su fuerza, su determinación y en su apoyo moral, pero no confiaba en Anko.

***

Tsunade, bendecida por un mayor bienestar físico, guiaba los dos días del viaje a placer. La actividad diaria de los tres expedicionistas se reducía a caminar y descansar en intervalos cortos de tiempo durante el día.


 Antes de la puesta de sol, Jiraiya, que ya no sentía ninguna clase de incomodidad punzante causada por su herida, se dedicaba a cazar. La Senju recogía los escasos trozos de rama seca para armar una pequeña fogata y la joven Mitarashi tomaba la primera ronda de guardia. Al caer la noche Jiraiya se mantenía despierto, atento a cualquier ataque sorpresa, Tsunade tomaba la segunda ronda y Jiraiya la última.

Para sorpresa del samurái la caminata se le tornaba más ligera. Si bien su cuerpo se había recuperado de las dolencias mayores, temía causar alguna clase de percance y retrasar a sus dos acompañantes, esta no era su situación. Cada nuevo amanecer traía consigo sus fuerzas renovadas, la mano sanadora de Tsunade daban sus frutos y con cada paso acercándose al territorio enemigo se sentía capaz de salir victorioso de cualquier batalla; aun así, esperaba no involucrarse en combates innecesarios, — deseaba guardar todas sus energías para el combate final— una parte de él pensaba que se trataba de una muy poca realista idea, desconfiaba de Anko y al acercarse a la guarida de Orochimaru ,también a territorio Uchiha, temía ser el blanco de ataque en sus fronteras. Tsunade, fiel seguidora del Bushido, conservaba algo de respeto por ese clan enemigo, pero el samurái conocía que el honor de un guerreo podía ser manchado por el amor al dinero y el miedo a la muerte.

El primer y segundo día de viaje transcurrió sin ninguna clase de percance. No se veía ni el menor rastro de enemigos.

Jiraiya y Tsunade hablaban poco y casi de nada. Cierta intimidad latente pareció surgir entre los dos— al menos eso percibió el samurái — los últimos anocheceres de invierno, pero después de esa helada noche exponiendo su desconfianza por la ex aprendiz de Orochimaru dicha intimidad fue mermada.

Ninguno de los tres movía los labios durante el día y al caer el sol las dos mujeres intercambiaban algunas palabras en privado y fuera del alcance auditivo del guerrero.

La mañana del tercer día de viaje por el bosque desde que adoptaron a Anko como su guía transcurrió sin ningún percance; el bosque bañado con las primeras luces del alba seguía conservando su tranquilidad y por el sendero de tierra húmeda salpicado de hojas muertas no se vía el menos rastro de huellas ajenas

El samurái esperaba que dicha calma se siguiera conservando; a pesar de aquello, a comienzos del mediodía tal pacifica excursión fue enturbiada.

Tsunade se detuvo de forma abrupta y empezó a mirar con ojos inquisitivos los alrededores del bosque. Anko y Jiraiya cesaron sus pasos y, siguiendo el ejemplo de su compañera, agudizó el oído y escrutó con la mirada la creciente hierba; los helechos enmarañados cubiertos de roció, los árboles resinosos, pinos y abetos que los rodeaba.

En un principio el samurái pensó que se trataba de una farsa alarma. El bosque se mantenía vivo. Una ardilla de pelaje rojizo roía la corteza de un árbol y unos pajaritos revoloteaban sobre los helechales; sin embargo, no se escuchaba el más mínimo sonido de pisadas o cascos de caballo.

Jiraiya caminó dos pasos en dirección a Tsunade pero se detuvo de forma súbita, creyó escuchar un sonido antinatural, uno que no pertenecía a la naturaleza de la fauna del bosque. Se mantuvo quieto como una estatua y agudizo el oído, desde su derecha un sonido extraño provenía de los árboles, específicamente tras los pinos, sonaba como una respiración silbante entre dientes apretados.

Llevó su mano a la empuñadura de su espada, pero la Onna Bugeisha fue más rápida. Se adelantó a Jiraiya y, a una velocidad asombrosa, se adentró al bosque, su naginata en mano. El samurái fue tras ella seguido por una Anko muy afligida.

Jiraiya corrió tras Tsunade apartando  con las manos las ramas que estorbaban su paso. Esa misma mañana la mujer guerrera se había despojado de su mochila y partes de su armadura cediéndoselas a Anko, ella admitió que sin tanto peso innecesario viajaría más ligera. Dicha afirmación fue acertada. La Onna Bugeisha se adelantó con gran velocidad entre la maraña de árboles, incluso Jiraiya— de no ser por temor a ser descubierto por algunos enemigos sorpresa— casi le gritó que no avanzara tan deprisa.

El guerrero aminoró el paso al ver la figura femenina detenerse de forma repentina. Jiraiya desenvainó su katana, se acercó junto a Tsunade a paso cauteloso y espió por encima del hombro de la mujer, lo que vio lo dejo estupefacto. Se trataba de un joven hombre herido. Estaba a solo un metro de la Senju, con la espalda apoyada contra el tronco de un pino, los ojos entrecerrados y la cabeza inclinada sobre el pecho.

La Onna Bugeisha caminó hacia el herido sin bajar la guardia hasta quedar frente a él. El muchacho reaccionó a la cercanía, irguió la cabeza dejando al descubierto unos ojos pálidos y temerosos, escapó un horrible gemido de sus labios, —una mezcla de miedo y desesperación — e intentó en vano apuñalar a la Senju con una pequeña daga, arma que hasta ese momento llevaba oculta bajo la manga de su abrigo. No fue difícil someter al herido. Tsunade se aferró a la muñeca del joven y lo obligó a soltar la daga. El arma cayó al suelo con un ruido sordo y la mujer la apartó de su atacante asestando al mango una vigorosa patada. A pesar de quedarse sin armas, el hombre no estaba dispuesto a darse muerte; intento asestarle un puñetazo a la mujer, pero falló.

La mujer guerrera ignoró la hostilidad del herido, se agachó a su lado, bajó su naginata, se quitó los guantes, obligó al joven a apartar la mano izquierda que reposaba sobre su abdomen— mano que utilizaba para detener un abundante sangrado— examinó la herida con ojos inquisitivos y colocó ambas manos sobre ella. Un gemido contenido escapó de los labios del hombre y entre dientes murmuro palabras ilegibles.

—Jiraiya, ven, necesito ayuda — ordenó Tsunade, ejerciendo un poco más de presión sobre la herida.

El samurái guardó su katana en la vaina, se colocó de rodillas frente al herido, rebuscó en el interior de su mochila unas tiras de lino sobrante y las colocó con extrema delicadeza sobre la carne y piel desgarrada. Las manos callosas de la mujer guerrera se posaron sobre las de Jiraiya y ambos ejercieron presión sobre la herida.

«No puede tratarse de un Uchiha» pensó el guerrero para sus adentros, no compartía los rasgos distintivos de dicho clan y los Uchiha nunca se aventuraban solos en las cercanías de las fronteras. La formulación de hipótesis sobre los orígenes del desconocido se vio interrumpida por la aparición de Anko, — la pesada carga que llevaba a cuestas sobre su espalda retrasó su andar— y cuando vio al agonizante muchacho dejó escapar un chillido similar a un grito contenido.

— Anko, en mi mochila se encuentra una cantimplora llena de agua, la necesito — dijo la Senju en un tono frío.

La antigua discípula del samurái de las serpientes obedeció la orden. Sus frenéticas manos rebuscaron el interior del bolso y le tendió con mano temblorosa la cantimplora a Tsunade. La mujer vacío el contenido sobre la herida abierta, un temblor nervioso recorrió al joven de pies a cabeza acompañado de un grito de dolor que le heló el corazón a Jiraiya.

—Anko, sujétalo — ordenó Tsunade, con su mano libre se desasió de las molestas prendas que cubrían parte del tejido sangrante—. Tengo que coser la herida de inmediato, está perdiendo demasiada sangre.

La joven Mitarashi se posicionó al lado izquierdo del sujeto y colocó sus manos sobre hombro tratando de retener sus compulsiones, Jiraiya sitúo su mano derecha ensangrentada en la pierna izquierda del herido tratando de mantenerlo lo más quieto posible y Tsunade se propuso a realizar su labor quirúrgica.

El desconocido muchacho tembló y lanzó un gemido lastimero cuando aguja e hilo penetraron su carne; pero no se retorció. La labor continuó entre lamentos ajenos, espasmos de dolor y sangre manchando las vestiduras de los tres viajeros hasta que, — después de quince minutos de ardua labor— la Senju retiró la aguja e hilo bañados de rojo carmín.

— Esperemos una hora para moverlo— dijo la Onna Bugeisha, y sin despejar la mirada de su reciente terminada labor se puso de pie. Jiraiya siguió su ejemplo y se alejó del muchacho.

— ¿Crees que puede tratarse de un espía enviado por Orochimaru? — preguntó Jiraiya en tono bajo y a una prudente distancia de ser oído por la Mitarashi que parecía estar cuidando al nuevo paciente de la Senju.

— No lo sé — Tsunade arrancó algunas hojas de pinos y las uso para limpiarse las manos. —. Con cada paso nos acercamos a territorio Uchiha, no puede ser uno de ellos, quizás se trate de un prisionero que escapó.

— Los Uchiha son meticulosos con sus prisioneros.

— Quizás este tuvo suerte.

— Quizás se trate de un espía de Orochimaru herido por los Uchiha.

Tsunade miró de soslayo a Jiraiya. El samurái pudo percibir ese vestigio de incertidumbre reflejado en dichos ojos marrones y algo más...

— ¿Sabes quién es él? — le preguntó Jiraiya con cierta aspereza.

Conocía esa chispa en los ojos de su compañera; la Onna Bugeisha guardaba de forma recelosa un secreto. Dicho secreto, quizás, involucraba a la joven Mitarashi y al temible samurái de las serpientes.

— No — respondió la Senju. No había vacilación en su voz y su mirada fija en Jiraiya era transparente. Vulnerable al escrutinio del guerrero.

El samurái no dijo nada. Desvío la mirada y la posó sobre el desconocido herido; ahora sumergido en un profundo estado de inconciencia, mientras Anko posaba su mano sobre su frente en búsqueda de señales de una posible fiebre nerviosa.

«Tsunade, no está mintiendo» se dijo para sí mismo y, sin embargo; él, en lo profundo de sus entrañas, sentía que la mujer ocultaba algo, o al menos no expuso toda la verdad, sea cual sea, Jiraiya se tranquilizó así mismo pensando en la posibilidad de interrogar al nuevo paciente de la Senju cuando estuviera lucido.

El samurái siguió el ejemplo de su compañera, rasgo parte de sus vestiduras y comenzó a limpiarse las manos ensangrentadas mientras contemplaba el cielo, ahora gris y húmedo. Miles de pensamientos sobre el éxito de su misión cruzaban por su mente.

Un fuerte alarido sacó a Jiraiya de sus cavilaciones; quien los originaba era el herido desconocido. El Samurái volteo a verlo y lo que vio lo desconcertó por completo: El muchacho parecía estar poseído por un ataque nervioso; gritaba y balbuceaba incoherencias, trataba de zafarse con toda la fortaleza que le quedaba del agarre de Anko, sus ojos inyectados de sangre reflejaban un martirio atroz, y las facciones de su rostro se retorcían en una mueca de dolor, como si estuviera siendo sometido a la más dolorosa de las torturas.

La pobre Anko Mitarashi intentaba mantenerlo quieto sujetándolo por las axilas y Jiraiya se apresuró a ayudar; Sujetó sus rodillas presionándolas contra el suelo.

La Onna Bugeisha se prostró junto al joven examinando su labor y catalogando cada pequeña e insignificante corte que presentaba el cuerpo, le tomo el pulso y toco su frente.

—No tiene fiebre, pero su pulso es anormalmente rápido — informó Tsunade, sin poder ocultar su preocupación y desconcierto.

Un alarido desgarrador escapó de los labios del hombre acompañados de gorgoteos lastimeros. Jiraiya entrecerró los ojos; un escalofrío le recorrió de pies a cabeza y se aferró con más fuerza a esas rodillas temblorosas. En todos sus años liderando ejércitos jamás fue testigo de semejante violencia por parte de un herido; parecía estar poseído por alguna fuerza sobrenatural maligna.

—Calma, calma— dijo Anko en un tono compasivo

— La herida se abrirá si sigues moviéndote— agregó la Senju.

Jiraiya no habló. Mantuvo los dientes apretados y, sin mirar esos ojos anormales, toda su atención dirigida a mantener estable al paciente.

Otro alarido. Esta vez mucho más intenso, penetrante y ponzoñoso. El samurái guiado por lastima posó su mirada en él y le helo la sangre lo que vio:

El hombre mecía la cabeza bañada en sudor con frenesí, parecía intentar zafarse de la presencia de una criatura infecta que mantenía aprisionado su cráneo, y la mirada en esos ojos era semejante al de una bestia de los bosques acorralada por un cazador esperando su inevitable final.

—Necesito que te quedes quieto — ordenó Tsunade con el rostro contraído por la exasperación, mientras sus manos firmes trabajaban arduamente en la herida recién cosida; aplicaba una venda vieja sobre la carne chorreante de sangre. Jiraiya visualizó como el hilo de sutura empezaba a ceder a los frenéticos movimientos del usuario.

Otro alarido. Señal de un paroxismo de terror indomable reflejado en un semblante contraído por el dolor. El hilo cedió. Carne y piel cosida se abrieron dejando escapar un torrente de líquido carmín tejido (parte de la sangre empapó la mano de la Onna — Bugeisha). Los miembros flácidos del herido se sacudieron de forma similar a una serpiente moribunda. Movió el cuello de izquierda a derecha en patrones semicirculares con violencia —Jiraiya se sorprendió que no terminara roto— sus manos se crisparon, apenas podía respirar, sus ojos se tornaron de un color blanco perlado y de su boca escapaba una saliva espumosa. Unos cinco segundos después, el ataque nervioso se extinguió. La cabeza se inclinó hacia atrás, los miembros se relajaron, las pupilas se ocultaron bajo los parpados, la boca abierta dejó de salivar; revelando una hilera de dientes amarillentos y la respiración... se detuvo.

No fue necesario saber por boca de Tsunade que el muchacho estaba muerto. El samurái se apartó del cuerpo con una mezcla de sensaciones: mitad decepción y desconcierto. Si era sincero consigo misma sabía que el muchacho no viviría. Lo que no esperaba era ser testigo de semejante ataque nervioso, uno que se asemejaba al de un poseso y no a la agonía de un enfermo.

Se pasó la mano por la cara grasienta en un inútil intento por quitarse el sudor, descubrió incrédulo que sus dedos eran presa de un sutil temblor y suspiró agotado.

Tsunade susurró una oración, se puso de pie y se acercó a Jiraiya. Anko — guiada por lastima, según el guerrero— permaneció junto al muchacho muerto repitiendo unas plegarias

— ¿Alguna vez viste algo como eso? — preguntó el samurái dirigiéndose a su compañera en tono confidencial. Revolvió el interior de su mochila en búsqueda de su cantimplora.

— No— respondió con aire ausente.

Jiraiya asintió y bebió dos tragos de agua. No pudo tragar bien el primer sorbo; un punzante dolor en la boca de su estómago se lo impedía y derramó parte del agua sobre su barbilla. El líquido brindaba una sensación reconfortante a su lengua cubierta de un sabor amargo y sensación pastosa. Le pasó la cantimplora a Tsunade sin mirarla y ella la aceptó de buena gana.

— A decir verdad —bebió de la cantimplora tres tragos. — Ahora que lo recuerdo, vi una situación muy similar. Hace tiempo.

— ¿Cuándo? ¿Donde? ¿De quién?

— No te lo puedo decir.

— ¿No puedes o no quieres?

Tsunade regresó la cantimplora a su dueño e hizo un ademan con la mano indicando que la charla llegó a su fin. Al menos la conversación sobre ese tema. Jiraiya intuía una escasa posibilidad de llevar a luz los secretos de la fémina, las palabras que él usara no surtirían ningún efecto en ella, aunque; si era sincero con su persona, la raíz de su dolor era la poca confianza que la mujer depositaba sobre sus hombros.

«Se que quiere confesarme algo. Ese mismo "algo" la frena»

— Sera mejor que sigamos viaje —dijo la Senju —No podemos sepultar el cuero nos llevaría mucho tiempo, pero tampoco podemos dejarlo así— se acercó al cadáver y le dio unas palmaditas en la espalda a la joven Mitarashi; ella no se alejó del cuerpo y seguía repitiendo melancólicamente sus rezos. — ¿Qué hacemos?

— Lo ocultaremos —dijo Jiraiya —. Podríamos cubrirlo con pasto, hojas secas y helechos.

— Estamos lejos del sendero— Tsunade señalo con el pulgar los arbustos enmarañados a su espalda —. Dudo mucho que algún siervo del enemigo venga a inspeccionar.

— Si. No me parece una mala idea ocultar el cuerpo— agregó la joven Anko sin apartar sus ojos del fallecido muchacho, su voz se oía como si estuviera hablando en el interior de una caverna.

Jiraiya buscó la mirada de Tsunade esperando su aprobación y un sutil brillo en su mirada confirmó lo que necesitaba. Ambos guerreros empezaron a cortar ramas y arbustos en las cercanías utilizando sus armas como hachas.

Únicamente, cuando las ramas competían con las fuerzas y dimensiones de los robustos brazos de Jiraiya este detuvo su labor, se aproximó al lugar donde yacía el difunto y las deposito junto a él. Tsunade siguió su ejemplo, salió detrás de un castaño con los brazos cargados de ramas de helechos y portando en sus manos un ramillete de flores silvestres amarillas.

—Encontré estas flores bajo unos setos— soltó las ramas que traía sobre las de Jiraiya. — Pensé que sería lo más apropiado para la situación.

Jiraiya asintió en silencio reprimiendo una tos. Anko se incorporó mirando a su alrededor y la mujer guerrera se acercó al cuerpo.

El samurái vio como su compañera se encargaba de preparar el cadáver. Tsunade, con la mirada inexpresiva y los gestos endurecidos, lo depositó de espaldas sobre el suelo cubierto de hojas húmedas; movió de forma suave la cabeza para mantenerla recta, le cruzó los brazos sobre el pecho y cerró sus piernas hasta que sus tobillos se tocaran. Con un paño viejo limpió la cara sucia, los restos de saliva fría de esos labios pálidos y cerró la boca inerte del difunto. Hizo a un lado el pelo castaño enmarañado para revelar unas facciones antinaturales, la clase de anormalidad producida por una muerte agonizante, una cara aterradora que le revolvió las entrañas al guerrero. En medio de ese proceso, la mano de la Onna— Bugeisha que retenía un mechón de pelo se detuvo abruptamente, el rostro de la mujer paso de una impasible serenidad a una de sofocante sorpresa. Jiraiya se apresuró a investigar la causa se semejante reacción y, aunque la fémina se apresuró a ocultar la evidencia de su actuar, desparramando el cabello del cadáver, el samurái logró verlo y la joven Mitarashi también.

Sobre el cuello hinchado del muerto, cerca del hombro izquierdo y cubierto por los mechones de pelo se encontraba un tatuaje; el grabado en piel de una serpiente enroscada en un círculo. 

Antes de que el hilo de los pensamientos de Jiraiya se dirigiera a cierto samurái temido, escuchó el fuerte chillido de angustia que escapó de los labios de la joven Mitarashi. Anko se llevó las manos a la boca para reprimir un sollozo y miraba al cuerpo con una sombra de reconocimiento y angustia en sus rasgos. 


ɢʟᴏsᴀʀɪᴏ: ᴛsᴜᴋᴀ: ᴇᴍᴘᴜñᴀᴅᴜʀᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴋᴀᴛᴀɴᴀ.

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