Detrás de las Puertas ©

By csolisautora

3.1K 264 39

Maya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre... More

Prefacio
Capítulo 1 - Dolencias
Capítulo 2 - Sugerencia
Capítulo 3 - Pases
Capítulo 4 - Compañero
Capítulo 5 - Glamour
Capítulo 7 - Filtro
Capítulo 8 - Prohibidos
Capítulo 9 - Pólvora
Capítulo 10 - Androstenona
Capítulo 11 - Single
Capítulo 12 - Disgusto
Capítulo 13 - Solución
Capítulo 14 - Extraordinaria
Capítulo 15 - Castigo
Capítulo 16 - Aliada
Capítulo 17 - Dispuestas
Capítulo 18 - Seducción
Capítulo 19 - Escapada
Capítulo 20 - Rastreo
Capítulo 21 - Contención
Capítulo 22 - Complicidad
Capítulo 23 - Reservación
Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)
Capítulo 24 - Dualidad (Segunda parte)
Capítulo 25 - Cuidadosos
Capítulo 26 - Importancia
Capítulo 27 - Control
Capítulo 28 - Alivio
Capítulo 29 - Doble
Capítulo 30 - Revancha
Capítulo 31 - Destrucción

Capítulo 6 - Visita

109 7 1
By csolisautora

Cuando regresamos a casa reviso el reloj. Son más de las cinco de la mañana.

Héctor estaciona el coche para que me baje. Me preocupa que se mantuvo callado durante todo el trayecto.

—De lo que pasó, ni una sola palabra a nadie —le aviso antes de bajarme.

—¿Y qué pasó? —pregunta serio.

Puedo ver su cara por el retrovisor. Ni siquiera se atrevió a sonreír.

Su respuesta me agrada. Odiaría tener que despedirlo si se le ocurre tomarse libertades que no le corresponden. Confío en que se mantendrá al margen.

Bajo descalza.

Mi vestido quedó arrugado y llevo el cabello hecho un desastre. Del maquillaje ni hablamos.

Camino con los tacones en la mano. No sé por qué, las empleadas todavía no llegan.

Atravieso la sala dispuesta a dejarme caer sobre mi cómoda y cálida cama.

Todavía estoy ansiosa por lo sucedido. Me revolotea el cuerpo entero.

—¿De dónde vienes? —escucho decir.

El susto me hace detenerme de golpe. De inmediato giro hacia uno de los sillones.

Ahí está Benjamín, con un vaso de whisky y sin haberse cambiado la ropa del día anterior. Solo tiene la camisa desabotonada de arriba.

En su rostro se logra detectar un deje de tristeza.

Otra en mi lugar sentiría satisfacción, pero a mí me causa pena. ¡Tan estúpida soy! A él no le dio pena ponerme los cuernos. ¡No, no merece mi lástima!

Suelto los zapatos. Doy un par de pasos hacia dónde está.

Es momento de dar la ansiada estocada.

—Vengo... —Paso discreta la saliva y me yergo—. Vengo de acostarme con otro.

Es una poesía cómo a mi querido esposo se le descompone el semblante. De pronto, hasta luce pálido.

—Oh —es lo único que sale de su boca.

Tengo ligeras ganas de llorar, ¡pero no! Es necesario ser fuerte.

Doy un paso más. Quiero que me vea completa, que casi pueda oler la testosterona que el otro dejó en mí.

—¿Cómo se siente? —la pregunta que tanto anhelaba hacerle.

Quiero que le duela, que la lanza se retuerza en la herida, que le arda hasta el cabello al infeliz.

Benjamín le da un trago al whisky. Su vista queda perdida unos segundos.

—Ya te desquitaste —dice sin mirarme—. No esperaba menos de ti.

—¿Quieres saber con quién lo hice o si me gustó? —Por supuesto que no planeo decirle que fue con Héctor, solo se lo pregunto con la intención de seguir lastimándolo.

—No —responde de inmediato. Después se levanta.

Amo ver cómo lucha por parecer despreocupado.

—Voy a bañarme —continúo—. Tú sabes. —Señalo mis pechos—, para quitarme el sudor.

Avanzo triunfante. Él se lo merecía.

Me recuesto aliviada. Siento intensas ganas de dormir. Debo reconocer que Héctor puede jactarse de ser un amante eficiente.

A partir de hoy, haré lo que se me antoje, llevaré a Benjamín al límite, lo desesperaré. Él debe ser quien pida el divorcio, que suplique nuestra separación y así pueda darle mis peticiones, entre ellas, la de dejarme sus acciones y la parte de la casa que le corresponde por ley.

El trabajo debe continuar.

Por la tarde, Cecilia empieza a mandarme decenas de mensajes. Se muere de ganas de saber cómo me fue en la fiesta. En ninguno de ellos hace mención de que Héctor no entró a su habitación. Quizá para que Darío no entere de que esa parte fue planeada.

Evado su cuestionario y le aviso que iré en unos minutos a casa de Mabel, por si quiere unirse.

Me responde con un: "Ni loca. Te veo después".

Esa repulsión que siente Ceci por una buena amiga como lo es Mabel, me incomoda. Las aprecio a las dos, preferiría que no estuviera tan cerrada a conocerla. Tal vez más adelante haga el intento de que convivan.

Dejé que Héctor se tomara el día libre por el tiempo extra, así que me toca conducir. No me molesta, al contrario, es relajante.

Llego en dos minutos a casa de Mabel. La gran propiedad de piedra es antigua, pero preciosa. Tiene también un patio amplio y una fuente vistosa en medio. Ella viene de una familia que, desde que se sabe, ha sido acaudalada.

Toco el timbre. Me dejan entrar enseguida.

Dentro de la casa se logra apreciar que apenas están cambiando los muebles viejos por unos más modernos. Falta la armonía de un mismo estilo.

Aguardo en el recibidor.

Mabel baja de sus largas escaleras.

Lleva puesto un conjunto beige que le queda precioso. Se puso tan delgada.

Lo primero que veo es que está bronceada.

No esperaba que también tuviera el cabello corto, aunque ella tiene fleco y se lo ondula menos que yo.

—¡Maya Rivera! —Mabel extiende sus brazos una vez que termina de bajar.

Su sonrisa es amplia.

Me agrada que sea así de efusiva con una antigua amiga que no tuvo la cortesía de buscar contactarla.

—Mabelita, cuánto tiempo.

Acepto su amable gesto de estrecharnos.

Ella huele bien. Su perfume dulce me agrada. Sigue teniendo buen gusto.

Nos soltamos, contentas por el reencuentro.

—Fueron varios años y sigues igual de linda —me alaba.

—Tú también —copio su entusiasmo.

Las cirugías que mi amiga se hizo la mejoraron bastante. Es obvio que arregló su nariz y se quitó cachete. Antes era de cara redonda y seguido se quejaba por ser "gorda".

Durante el abrazo también me di cuenta de que se puso implantes en los pechos, pero nada exagerados.

—Dulce —Mabel llama a su empleada—, dile al señor que venga, por favor.

—Sí, señora. —La empleada se dirige hacia la que recuerdo era la oficina de la madre de Mabel.

Mi amiga me invita a pasar a la sala. Siguen usando los sillones de piel antiguos, pero cómodos.

Nos acomodamos en el más grande.

—Cuéntame —comenta ella—, ¿cómo te ha ido? ¿Cómo está Benjamín?

Me debato entre platicarle de mi casi separación, o dejarlo para otro día.

—Bien. —Es más adecuado no entrar en temas como esos en la primera visita—. No pudo venir porque tuvo que ir a trabajar, pero te manda sus saludos.

—Tan lindo él. —Mabel sigue sonriente, ni siquiera sospecha de mi fracaso matrimonial—. Estaría excelente que saliéramos los cuatro. ¿Qué t?

—Sí, sí, excelente —acepto por mera cortesía.

Seguimos conversando poco más de media hora, cuando unos pasos nos interrumpen.

El esposo de Mabel por fin decide salir.

¡Quedo inmóvil en cuanto levanto la cabeza hacia él!

—Cariño, ¿te acuerdas de Maya? —le pregunta Mabel—. Fuimos mejores amigas, y estoy segura de que volveremos a serlo.

Su esposo se apresura a saludarme con la mano. Recuerdo que se llama Sergio.

Tardo en corresponder el saludo. Tengo que cerciorarme que lo que sospecho es real o no. Hasta creo que estoy boquiabierta.

—Un placer —me dice.

Maldigo mi mala memoria. Ojalá que no, pero al parecer el esposo de Mabel es, nada más y nada menos, el hombre con el que me topé en los cuartos privados de la fiesta.

Ahora lleva puesto un suéter vino y un pantalón gris oscuro. Luce relajado e informal.

No lo recordaba así. Se nota que, igual que su mujer, perdió varios kilos de peso. Además, los años, o a lo mejor también una que otra cirugía, le mejoraron la pinta. Tiene barba cerrada. Unas cuantas canas sobresalen de ella y de su cabello oscuro y rizado.

No sé bien, no quiero continuar viéndolo como tonta o lo incomodaré.

Lo que más deseo es que no me reconozca, por desgracia, la forma en la que me contempla sí es impertinente. Entrecierra los ojos y su media sonrisa es molesta.

Comienzo a sentirme tensa, tanto que hasta me brinca un párpado.

¿Sabrá Mabel que su esposo estaba en una fiesta de intercambio de parejas? ¡Lo dudo!

El enojo viene a mí. Tal parece que también le es infiel.

¡Desgraciados que son!

Sergio no se sienta. Sigue inspeccionándome. Parece que corre en cámara lenta cuando levanta su dedo y me apunta.

—Yo te vi en la fiesta de los chilenos —lo dice así, como si hubiera sido en un centro comercial o en la calle en una tarde casual.

A mí se me vienen los colores a la cara. ¡¿Cómo fue capaz de evidenciarme?!

Mabel se tapa la boca después de soltar un ruidito de asombro.

—¡Maya! ¡Amiga! —Baja la voz—: No imaginé que tenías una relación abierta con Benjamín.

«Tan abierta que se metió una recepcionista», pienso sarcástica.

Paso saliva y me remuevo en el sillón. Tengo que zafarme ya.

—Solo fui... fuimos a ver —al decirlo se me escapa un vistazo de enojo hacia el esposo de Mabel.

Él continúa con su misma postura.

—No —rebate—. Justo ibas hacia una habitación. Ahí no se entra a ver.

«¿Te podrías callar, pendejo?», me encantaría exigirle. Aborrezco tener que aguantarme las ganas.

—Andaba perdida —busco hacerles notar que quiero cambiar el tema.

No funciona, porque el hombre sigue empeñado en discutirme.

—Ni tanto. —Se ríe.

—Deja de sonrojar a nuestra visita, amorcito —por fin Mabel interviene.

—Solo digo que no tiene nada de malo. —Sergio coloca la mano sobre el hombro de su mujer y se lo masajea—. Nosotros lo disfrutamos mucho. —Dirige su atención a Mabel—: Quizá ellos conozcan más anfitriones. La de los chilenos estuvo tan aburrida.

¡No, eso sí que no! A mí no me van a tomar como una conocedora experta de esas... prácticas.

—Como les dije, solo fue para ver. No creo que volvamos a una fiesta de esas. —Debo emprender mi huida y me levanto—. Tengo que retirarme.

Mabel también se pone de pie.

—¿Tan pronto? —dice triste.

—Es hora de recoger a mis hijas —me excuso.

—Una pena. Pásame tu teléfono para que los invitemos a comer o a cenar. Muero por ver a las gemelas. Deben estar enormes.

—Lo están.

Le dicto mi número a mi amiga. Ella lo anota en su teléfono y mientras siento la mirada juzgadora de su marido a mi derecha.

Me urge que se apresure para que me vaya ya.

Mabel y yo nos damos un beso en la mejilla. A su esposo solo le hago una seña en la distancia, aunque, para ser sincera, la seña que me encantaría hacerle es con mi dedo medio.

—Hasta luego —dice sonriente.

¡Idiota! Es tan desagradable su actitud.

Resulta que dejó de ser bobo para convertirse en un payaso sin talento.

Salgo a paso veloz de allí.

Que mi alocada noche quedara al descubierto de esa manera fue tan, pero tan embarazoso. En ese momento me convenzo de que no visitaré a Mabel durante un buen rato.

La tensión con Benjamín en casa continúa, pero cada vez soy mejor para disimular. Incluso me atrevo a pasar cantando alguna canción de amor por dónde está él, o río cuando escribo en el celular y sé que me está viendo.

Para el martes, Cecilia llega a mi casa después del mediodía.

—¿Hasta cuándo me vas a evitar? —me reclama—. ¿Tan mal te fue?

Estoy haciendo mis ejercicios de yoga en el balcón, pero me detengo.

Ahí viene la parte a la que no quería llegar.

—Ceci, tengo que contarte una cosita.

Nos acomodamos en las sillas de madera que hay puestas y le narro un breve resumen de cómo terminé yo y no ella con Héctor en la habitación. Llego a la conclusión de que el alcohol que consumimos y el parecido con los números lo confundió. Necesito que sepa que no tuve nada que ver en ese error.

—Perrucha. Con razón estabas así. —Me da un golpecito en el hombro y suelta una carcajada—. Tú tranquila, ni modo que me enoje.

Respiro de alivio.

En realidad, esperaba una serie de recriminaciones de mi amiga por haberle robado al hombre que deseaba.

—¿A ti como te fue?

—Pues... —Ceci suspira y su boca se frunce—. Entró un hombrezote alto, moreno, barba de vikingo, espaldota. Una cosa rica. —Se muerde el labio inferior—. Hasta se me olvidó tu chófer.

—Ay, suertuda. —Le doy un codazo.

Sin esperarlo, mi amiga curva los labios hacia abajo.

—Ni tanto. Todavía no empezábamos la "acción", solo nos dimos unos besos, cuando Darío fue a tocar. A la hora de la hora se arrepintió y me tuve que ir.

No imaginé un desenlace como esos en su aventura.

—Se pasó Darío. Él era el más confiado, y mira.

—Andaba en sus días, supongo, porque luego me salió con que quiere intentarlo otra vez. Ni quien lo entienda.

Entonces, recuerdo lo sucedido en casa de Mabel. Soy discreta, me jacto de eso, pero a Cecilia no pretendo ocultarle lo que supe en mi visita.

—Amiga, por cierto, tengo un... —odio esa palabra, pero es lo que es— chisme.

Ceci vuelve a alegrarse.

—Amo el chisme. Cuenta.

Omito la parte en la que el tal Sergio me dejó en evidencia. Sigo odiándolo por eso.

—Ayer que fui a visitar a Mabelita, se le salió decir que su esposo y ella son swingers. ¡Ahora resulta que todo mundo es swinger!

Ceci reacciona tal como lo esperé: sorprendida y con una sonrisa malévola.

—Quien lo diría de esa perra. Tan persignada que parece.

Dudo en proseguir, pero ¿qué más da?

—Dice que buscan más anfitriones. Si Darío va a intentarlo de nuevo, es una buena oportunidad para conseguir otro pase. A lo mejor y esta vez llevo a Benjamín.

Mi amiga se queda pensativa un instante.

—Te dejaré una misión —vuelve a hablar—. Pégate a la lagartona de Mabel y sácale la información. —Con el puño golpea suave la palma de su otra mano—. Se me va a hacer porque se me va a hacer.

Las dos reímos.

En la cabeza no deja de rondarme la idea de incluir a mi maridito en el bajo mundo de los placeres carnales, donde hay reglas claras y nula censura. A lo mejor y eso lo termina por asustar de una buena vez y se larga de mi vida.

Continue Reading

You'll Also Like

1.4M 95.6K 65
Tras un arranque de locura de amor , Wade Cooper y Venus Murphy contrajeron matrimonio a una corta edad , lo cual terminó con una ruptura no muy agra...
3.3K 292 21
La dulce, bella y angelical kjadilla Goszhe ha crecido en medio de lujos, derroche y poder. Ha Sido mimada hasta el cansancio y ha Sido educada en me...
2.2K 129 4
Después de enterarse de que había otro idéntico a aquel Ethan que conoció una noche en un bar, Isabel se dedica a la búsqueda de la verdad, y quizás...
910K 80.7K 96
[Terminada] fue vendida por la única persona que tenía en este mundo durante 2 años, tuvo que aguantar el cruel destino que le tocó en este mundo. Ha...