La lista de los Corazones Rot...

imariasalas által

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«Porque incluso, una persona rota y lastimada nos puede enseñar a vivir con las heridas, mostrándonos la form... Több

Antes de leer
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 14 (Parte II)
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 41

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imariasalas által

He intentado apresurarme con el capítulo y lo he conseguido a medias. Mejor tarde que nunca, ¿no? Jeje

Sé que ya es noche buena en muchos países, así que consideren esto con mi regalo para ustedes. Mi forma de forma de agradecerles, como siempre.

Feliz navidad.

Cuando abro los ojos a la mañana siguiente me toma un momento acostumbrarme a la luz que entra por la ventana, al olor a lavanda de las sábanas que me invade la nariz y a la calidez del cuerpo que esta junto al mío. Me toma un momento dame cuenta de que mi mejilla está apoyada sobre el pecho de alguien y que precisamente ese alguien me tiene rodeada con su brazo aprisionándome a su costado.

Todos los recuerdos de la noche anterior llegan a mi mente en segundos, y entonces me golpean imágenes que se reproducen casi que en cámara rápida. Recuerdo los besos, las caricias por debajo de la ropa y sin ella puesta, el inicio de sus respiraciones que terminaban perdidas en mi boca. Recuerdo el calor, su piel quemando la mía, nuestras piernas enredadas y los suspiros entrecortados que se mezclaban con el silencio... Hasta que dio el amanecer. Hasta que nos cansamos del otro. El pulso se me acelera sin que pueda evitarlo. Una sonrisa también se me escapa. 

Miro a Axel que sigue dormido, tiene el pelo desordenado, su pecho sube y baja con lentitud, mi mano está justo encima de su corazón. De forma distraída mis dedos comienzan a dibujar círculos sobre su piel, caricias suaves que me permiten sentir el vello que empieza a crecer sobre esa zona, su piel un tanto erizada y sus lunares regados en todos lados, sin ningún orden en específico. Sonreí, esta vez con toda la intención.

Entonces, cerré de nuevo los ojos y me permití disfrutar del momento. Sin pensar. Porque justo en ese instante se sentía correcto. Y no me arrepentía de nada, de modo que tampoco le di importancia a las consecuencias. Lo que sucedería a partir de ahora. Prefería no tener que pensar en ello y dejarlo estar, dejarnos llevar por el mismo impulso de anoche y ver hasta donde nos llevaba.

No pasa mucho hasta que Axel se despierta, lo noto en el segundo que sus dedos se mueven sobre mi piel, trazando lentas caricias sobre mi hombro. De arriba hacia abajo, tan sutiles, casi imperceptibles pero que logran que mis dedos se paralicen en su pecho.

Mhm, eso empezaba a gustarme —murmuró con la voz ronca.

Me perdí un segundo en la forma en como sus labios rozaron mi cabello.

—Creí que seguías dormido.

—Si aun lo estuviese ¿seguirías haciendo eso con tu mano? En serio lo estaba disfrutando.

Reprimo una sonrisa y retomo el movimiento de mis dedos sobre su pecho. Creo que noto el momento exacto en el que él empieza a sonreír. Axel tira de mi para pegarme a su cuerpo y deja una suave presión de labios cerca de mi sien. Me toma por sorpresa, pero lo último que hace es disgustarme. Sin embargo, intento no pensar demasiado en lo fácil que ha sido para él acercarse de aquel modo, casi que por inercia, como si lo hiciera de toda la vida, a mí en cambio me ha dado un vuelco el corazón.

—Buenos días, bonita —murmura al cabo de unos segundos.  Yo me relajo entre sus brazos.

—Buenos días.

—¿Has dormido bien? —inquiere en voz baja.

Asentí con la cabeza.

Axel se aleja un poco para mirarme. Sus ojos me detallan el rostro.

—¿Segura? —Su tono me hace mirarlo con curiosidad

—¿Qué quieres decir?

Alcancé a ver como se mordía el interior de la boca. Había notado que era un gesto que hacía cuando estaba nervioso. Lo miré con más atención.

—Solo quiero asegurarme de que estes bien.

—Pues he dormido de maravilla.

—Ya. Bien.

Reprimo una sonrisa al verlo aparta la mirada.

Son muy pocas las veces que he visto a Axel ponerse nervioso, creo que incluso podría contralas con los dedos de las manos, por lo que me resulta divertido verlo en ese estado. Es un poco tierno.

—Vale. Voy a ser directo —me mira, decidido—. ¿Está bien?

—Adelante.

Quizá estaba disfrutando aquel momento más de lo que debería.

—Lo que quiero saber es si ha estado bien para ti. —Hace una pausa—. Quiero decir, si tu estas bien ahora ¿no estas adolorida o algo parecido?

Siento que se me pone la cara de todos los colores. Así que se refería a eso.

—Estoy bien —le aseguro—. Solo un poco adolorida, pero supongo que es normal. Ha estado bien.

Él enarca una de sus cejas. 

—¿Solo bien?

Desvío la mirada hacia mi mano que sigue sobre su pecho, siendo bastante consiente del pequeño golpe que le he dado a su orgullo. 

—Tú has preguntado —me defendí. 

—Y a mí que preocupaba haber sido muy rudo contigo —Lo dice como si nada, pero a mí la vergüenza se me ha subido al rostro.

—Oh dios mío. Cállate.

Él se ríe. Yo no me podía creer que acabase de decir eso.

—Esperaba que usaras un adjetivo más apropiado —continuo. Su tono burlón me hace apretar los labios, reteniendo una sonrisa—. Ha estado más que bien. 

—Mira que te gusta alardear.

—No lo has negado.

Me quedé en silencio un segundo. No tenía caso negarlo. Tampoco lo tenía guardarme aquellos pensamientos cuando podía saber si había sido igual de bueno para él como lo fue para mí. Porque yo esperaba que sí. Porque me negaba a solo dejar pasar aquel pensamiento que cruzó mi mente mientras los dos quedamos tumbados sobre la cama con las respiraciones agitadas, aun con la mente nublada y viendo el comienzo del alba: que nunca me había sentido tan segura que cuando él me tenía entre sus brazos, y realmente esperaba que él también lo hubiera sentido. 

Me aclaré un poco la garganta.

—Lo he disfrutado, si es lo que quieres saber —confieso en un susurro.

Cuando no responde decido levantar la vista para mirarle. Me sorprendo al encontrarlo sonriendo.

—¿Qué?

—Estaba esperando a que hicieras eso. Prefería decirte que yo también lo he disfrutado mientras te miraba a los ojos. 

Y eso es todo. Un día de estos va a hacer que se me salga el corazón.

—¿Lo dices en serio? —le pregunto, todavía un poco cohibida. 

—Hablo muy en serio.

Axel sonríe. Igual que siempre, con esa seguridad que no deja lugar para más dudas. Sus palabras logran encerrar bajo llave los miedos e inseguridades que daban vueltas en mi cabeza. Y se vuelve suficiente para mí.

Le devuelvo la sonrisa.

—Vale, ahora creo que me has subido un poco el ego —bromeo. 

Axel niega con la cabeza, divertido. Yo sigo sonriendo.

Después me acomodo mejor para mirarle. Él apoya el codo sobre el calchón para sostenerse, y entonces quedamos uno frente al otro, nuestras manos se encuentran por debajo de la sabana y ya no saben cómo volver a soltarse.

—Deberíamos levantarnos ya —sugerí, aunque no hice ningún intento de moverme.

—Deberíamos —coincidió, pero él tampoco se movió. Nos sonreímos—. ¿Qué hora es?

—No deben ser más de las once.

—Vale, perfecto —dice acercándose un poco. La luz le da de lleno en los ojos, brillantes, tan azules—. ¿Podemos quedarnos así un poco más?

—¿Solo mirándonos? ¿Así sin más?

Axel me dedica una sonrisa burlona.

—Exactamente así, aunque si quieres hacer alguna otra cosa tampoco me opondría.

Rodé los ojos al cielo intentando que no notara mi sonrisa. A él le encantaba afectarme de ese modo, y yo tenía que admitir que me gustaba que lo hiciera.

—Eres un pesado ¿lo sabias?

—Solo contigo.

Negué despacio.

—Pues vaya suerte la mía.

—Se que te encanta —susurró antes de dejar un fugaz beso sobre mis labios y deslizarse fuera de la cama.

Como si fuese algo natural entre nosotros.

Sonrío y me tumbo bocarriba aguantando un suspiro.

—Tomaré una ducha —avisa—. Después podemos desayunar. He vuelto a ir de comprar y aún hay comida decente en el refrigerador.

Aquello me sorprendió.

—¿Has vuelto a ir al supermercado?

—Me ofende un poco que suenes tan sorprendida.

Cuando me siento sobre el colchón lo encuentro de pie en medio de la habitación con las manos en sus caderas, va vestido de la cintura para abajo, su torso desnudo es una gran distracción especialmente para alguien que lleva menos de una hora despierta, pero hago un gran esfuerzo.

—Creo que empezaba a acostumbras a las cajas de comida.

Él arqueó las cejas, medio divertido.

—Hay pizza en el refrigerador —apunta—. También puedes comerla.

—Sabes que no...

—No te gusta. Lo recuerdo —me interrumpe, comenzando a acercarse—. Solo bromeaba.

Se apoya con las manos sobre el colchón y se inclina hacia mí, nuestros rostros quedando a la misma altura. Le sonrío. Él inhala profundo, toma un mechón de mi cabello desordenado que cae a ambos lados de mi cara y lo envuelve en su dedo. Le encantaba hacer eso, y yo lo dejaba hacerlo.

—Te queda bien —menciona, y asumo que se refiere a la camisa que llevo puesta. Suya. La misma que va a juego con el pijama que él lleva.

—Me va un poco grande.

—Te va perfecta —dice, al tiempo que suelta mi cabello y cuela su mano por debajo de la tela, sus fríos dedos me hacen estremecer cuando hacen contacto con la piel de mi estómago.

Me relamo los labios, nerviosa.

—¿Así que de esto iba todo?

Un brillo pícaro se apodera de sus pupilas

—Culpable.

—Eso no...

Me calla con un beso.

Y se me olvida por completo lo que iba a decir.

Su mano se posa firme en mi cintura y sus labios reclaman los míos. Me deshago entre sus brazos, y se me nubla la mente. Cuando nos separamos me toma un segundo volver a abrir los ojos, y que mi respiración vuelva a la normalidad. Axel me mira, igual de afectado.

—Lo siento

—¿Por qué?

—Por no poder resistirme —murmura—, pero es tu culpa, por verte tan guapa.

—¿Te lanzaras así cada vez que me vea guapa?

—Tú siempre estás guapa. Ese es el problema.

Sonrío. Con el corazón acelerado.

—Pues vaya lío.

—Vaya lío —repite.

Axel se inclina un poca más y coloca el mechón detrás de mi oreja. Me mira una última vez antes de incorporarse y sonreírme desde su altura. Un brillo destella en sus ojos, y por un momento tengo la impresión de que está a punto de decir algo importante, pero se aclara la garganta y termina por arrepentirse.

En ese instante, me doy cuenta de que no existe peor incertidumbre que la de eso que nunca se dijo. Lo que callamos por miedo o porque sentimos demasiado y las palabras nunca han sido nuestro fuerte. Me preguntaba a cuál de los dos pertenecía Axel.

—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo? —preguntó en cambio.

Dejé caer lo hombros hacia atrás mientras soltaba un suspiro.

—A las dos —respondí—. Antes debo pasar por casa a cambiarme. 

Axel asintió.

—Vale, aún tenemos tiempo —dice con calma—. Mis clases no empiezan hasta la tarde.

Comenta y no puedo evitar recordar esa corta conversación que tuvimos ya hace varias semanas sobre el tema de sus estudios, lo poco que le interesaba la carrea de psicología, y la curiosidad que surgió en ese entonces revivió justo ahora.

Me fijo en Axel cuando se mueve hacia su armario. Aprovecho para mirarle. Los músculos de su espalda se tensan cuando se estira para alcanzar una de sus camisetas. Mis manos se cierran en un puño sobre la sabana mientras me obligo a apartar la mirada. Tenía que... concentrarme.

Pero, joder, lo guapo que era.

Me aclaro la garganta para llamar su atención. 

—¿Cómo van las clases?

Lo toma por sorpresa, lo noto en la manera en que se ha quedado inmóvil durante un segundo, con la camiseta entre las manos.

—Bien. —Hace una corta pausa—. Hago lo que puedo.

No sé qué esperaba, pero su respuesta se siente vacía. Indiferente. Y por alguna razón no termina de gustarme, quizá es porque Axel siempre me ha parecido demasiado vivo. Demasiado soñador para conformarse.

—¿Puedo preguntar por qué?

Él se gira y la forma en la que me mira es una invitación para que continúe.

—¿Por qué estudias algo que no te llena? —dejé caer entonces.

Hay un silencio que se extiende por toda la habitación. Ninguno aparte la mirada del otro.

Por un momento me asusta haber ido demasiado lejos, sin embargo, Axel carraspea su garganta y responde con voz tranquila.

—Mi padre es psicólogo. Fue el mejor de su generación cuando acabó la universidad. Siempre nos dijo que era algo que lo hacía sentir orgulloso —dice despacio—. Ashton lo intentó cuando terminó el instituto, pero lo dejó en su segundo año y es..., quiero decir, sabes cómo es, él va a su propio ritmo. Cuando fue mi turno, la decisión parecía estar bastante clara, era todo lo que conocía. Y estaba bien con eso, pero una vez que comencé, solo... —se encogió de hombros—, no fue lo que esperaba.

—¿Y por qué no lo dejas? —No pude evitar preguntar.

—Sería lo más sensato, lo sé. Me lo he planteado cientos de veces, pero creo me da miedo descubrir que, si lo hago, terminaría por darle la razón a mi padre.

—¿Sobre qué?

—Que nada se me da bien. Y lo último que quiero es tener que darle la razón.

No sabía si había sido la forma en la que aquellas palabras habían salido de su boca o la nota amarga que rozaba el desagrado y el atisbe de un miedo infundido lo que me hizo sentirlo tan vulnerable. Tan abierto, por primera vez. Tuve ganas de ir hasta él y envolverlo en un abrazo hasta que esas partes que a simple vista parecían dispersas a su alrededor volvieran a juntarse.

Pero no fui capaz de moverme. Me pudo más la cobardía. Él miedo. Así que me quedé ahí, mirándolo. Con ganas de decirle tantas cosas.

—Sabes que no es cierto —le digo al cabo de unos segundos—. Lo que crea o no tu padre sobre ti, no define la persona que eres.

Axel se queda en silencio un momento, y después esboza una sonrisa leve.

—Intento convencerme de ello cada día, especialmente cuando no podría importarme menos la opinión que tiene sobre mí —afirma, pero no puedo evitar notar que algo en el flaquea mientras lo dice

Quizá es porque si le importa.

Si le afecta. Si le duele. Pero intenta convencerse de lo contrario.

Y eso lo hace mas difícil.

—Pero supongo que es más complicado cuando ni siquiera soy capaz de desmostarle lo contrario.

—¿Cuáles son tus sueños, Axel?

La pregunta dejó mis labios sin pensar. Un destello de sorpresa cruza su mirada. Pero también hay algo más, mucho más profundo. Lo suficientemente intenso como para cambiar el ritmo de sus respiraciones durante los segundos qué tarda en responder.

—Creo que aun intento descubrirlo —murmura finalmente.

El silencio se extiende. De nuevo.

Y en ese instante algo cambia. Lo miro de verdad, como si lo hiciera por primera vez y soy capaz de ver la luz que se cuela por las grietas que antes no estaban ahí, los pedazos imperfectos, las piezas que no encajaban y los espacios de las que parecían estar perdidas.

Por primera vez, me doy cuenta de lo mucho que nos parecemos. Tan borrosos. Igual de perdidos.

Le sonreí con un cariño genuino, y él hizo lo mismo. Algo encajó de repente.

—Tenemos tiempo para descubrirlo. Juntos, si quieres.

Su sonrisa se acentuó.

—Quiero todo solo si es contigo.

Cuando entra al cuarto de baño me vuelvo a tumbar sobre el colchón con una sonrisa bailando en mis labios. Un par de segundos después el ruido de la regadera llega a mis oídos. Siento el pecho ligero, con una extraña sensación dando vueltas en mi interior. Quizá era porque es de las conversaciones más honestas que he tenido con alguien nunca y se sentía bien. Correcto. Con Axel todo se sentía de ese modo, y me gustaba.

Al cabo de unos minutos me estiro sobre la cama y alcanzo mi móvil que esta sobre la mesita de noche y veo las notificaciones en la pantalla; una en específico me llama la atención: @klausallen te ha etiquetado a ti a y cinco personas más en una publicación.

Frunzo levemente el ceño mientras desbloqueo el móvil y entro en la aplicación, pero rápidamente una sonrisa me curva los labios cuando veo el carrete de fotos. Todas de anoche. En el pie de la publicación hay un corto mensaje: Sobre canciones, malas copas y amigos que son como familia.

Ni siquiera me di cuenta en qué momento las tomaron y es la razón por la que en todas en las que aparezco no estoy mirando a la cámara, pero hay una genuina sonrisa que me ilumina el rostro. Deslizo la pantalla sin dejar de sonreír hasta que llego a la última, es del momento exacto en el que Axel me rodea con su brazo mientras que yo tengo el micrófono entre las manos y miro al público, sin darme cuenta de que él me está mirando y que me sonríe de la forma en la que lo hace. 

Siento un aleteo en el pecho.

Una oleada de algo que no logro poner en palabras. 

***

Tía Olivia deja un ramo de rosas blancas sobre la tumba y vuelve a colocarse a mi lado, engancha su brazo con el mío y deja escapar un suave suspiro. El corazón se hunde en mi pecho y el usual picor en la nariz hace acto de presencia antes de que la primera lagrima caiga.

Miro las flores. Y por un segundo me planteo la idea de agacharme y recogerlas.

«A ella no les guastaban las flores»

Lo sabía de sobra. Pero también sabía que probablemente también era la única.

Así que no lo hice.

Me mantuve de pie, con la mirada fija en la tumba, con el silencio haciendo eco a nuestro alrededor consumiendo los minutos. Inhalé profundo.

El tiempo era... desgarrador. Cruel. Sin compasión. No esperaba a nadie.

Al tiempo no le importa el dolor.

No puedes solo detenerlo. Debes aprender a avanzar con él.

Hoy, hace tres meses, que siento que el tiempo se detuvo para mí. Y desde entonces, he intentado ponerme al corriente, pero siento que siempre voy dos pasos por detrás.

—¿Mamá no vendrá? —le pregunto, aunque ya sabía muy bien la respuesta.

Tía Olivia tardó unos cuantos segundos en responder. El viento me pegó directo en el rostro.

—Ha estado muy ocupado con lo del traslado. Se la ha pasado empacando y no creo que...

—Ya, déjalo —la interrumpo con poco ánimo. Me sabia de memoria aquel discurso.

—Cariño —Intenta ella con voz suave. La miré de reojo—. Intenta entenderla un poco.

Dejé escapar un suspiro, y volví mirar la tumba.

—Lo hago —le concedo—. Es la razón por la que no he seguido insistiendo.

No vuelve a decir nada y lo prefiero así.

El viento vuelve a soplar y arrastra las hojas secas a su paso. Yo cierro los ojos y me obligo a respirar.

El tiempo seguirá pasando. Incesante. Cada vez más de prisa, pero menos doloroso. Y tendré que acostumbrarme, tendré que aprender a atesorar los recuerdos buenos y saber soltar aquellos que se desvanecen con el tiempo; como el sonido de su voz, de su risa, de los momentos que se reproducirán en silencio.

El vacío solo se hace más grande.

Cuando salimos del cementerio tómanos un taxi directo a casa. Sentía que la cabeza me daba vueltas. Agradecía que tía Olivia se haya mantenido al margen y me haya dado mi espacio, la verdad es que no tenía muchas ganas de hablar. Después de pagarle al conductor nos dirigimos al interior de la casa en silencio, dejé mi bolso en uno de los mueble mientras que veía a mi tía encaminarse a la cocina. Mi mirada se desplazó hacia la esquina del salón donde había dos maletas. Verlas ahí solo hacía que todo se sintiera más real.

De verdad se irían.

Cerré los ojos con fuerza. Necesitaba un analgésico.

Recordaba haber visto una tableta de aspirinas en alguna gaveta del salón, solo necesitaba encontrarla.

—¿Quieres comer algo? —escuché su voz a mis espaldas.

Negué, rebuscando en uno de los muebles.

—Estoy bien, gracias.

—¿Al menos desayunaste? —insistió.

—Sí.

Me giré para mirarle cuando encontré la pastilla. Ella tenía una mirada de reproche.

—Tomé un café.

—Voy a prepárate algo —decidió, y no hubo forma de que escuchara mis reproches.

Así, veinte minutos después estaba sentada frente a la encimera comiendo un desayuno improvisado mientras que tía Olivia lavaba los platos. Me hundí un poco en la silla.

—Lo siento —murmuré, apenada

Ella me miró de reojo.

—No pasa nada, cariño —me aseguro.

Pero sí que pasaba, porque yo sentía un nudo en la garganta.

Me quedé en silencio, pinchando la comida con el tenedor. Levanté la vista cuando me fijé que se había detenido frente a mí, al otro lado de la barra.

—Sé que hoy es difícil, ¿vale? Todo hace ruido en tu cabeza, pero no sea tan dura contigo misma. —Colocó su mano sobre la mía y le dio un apretón—. Mara no querría eso.

Yo me quebré otro poco.

Me costó encontrar la voz.

—¿Crees que algún día deje de doler?

Sus ojos me miraron con tanta calidez que, de poder echarme a llorar ahí mismo, lo hubiera hecho. 

—Empezará a doler menos hasta que simplemente ya no lo haga —dijo, convencida—. Estará bien, estarás bien.

Tomé una inhalación profunda cuando sentí que el aire me faltaba.

Estarás bien. De verdad lo esperaba.

—¿Crees... —se me rompió la voz—, crees que ella este bien? ¿en paz?

Me sonrió con cariño.

—Lo está, cariño —Su voz firme y tranquila logró que mis músculos se relajaran. Y por un instante fui capaz de creerle—. Ella estaría orgullosa de ti, de eso estoy segura.

No sabía que necesitaba escuchar aquellas palabras hasta que dejaron sus labios.

Y, entonces, me di cuenta de que mi mayor miedo era llegar a decepcionarla. No ser suficiente, no tener el coraje de seguir viviendo por ella.

Olvasás folytatása

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