Detrás de las Puertas ©

By csolisautora

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Maya y Benjamín parecían tener el matrimonio ideal. Sin embargo, la ilusión se desmorona cuando Maya descubre... More

Prefacio
Capítulo 2 - Sugerencia
Capítulo 3 - Pases
Capítulo 4 - Compañero
Capítulo 5 - Glamour
Capítulo 6 - Visita
Capítulo 7 - Filtro
Capítulo 8 - Prohibidos
Capítulo 9 - Pólvora
Capítulo 10 - Androstenona
Capítulo 11 - Single
Capítulo 12 - Disgusto
Capítulo 13 - Solución
Capítulo 14 - Extraordinaria
Capítulo 15 - Castigo
Capítulo 16 - Aliada
Capítulo 17 - Dispuestas
Capítulo 18 - Seducción
Capítulo 19 - Escapada
Capítulo 20 - Rastreo
Capítulo 21 - Contención
Capítulo 22 - Complicidad
Capítulo 23 - Reservación
Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)
Capítulo 24 - Dualidad (Segunda parte)
Capítulo 25 - Cuidadosos
Capítulo 26 - Importancia
Capítulo 27 - Control
Capítulo 28 - Alivio
Capítulo 29 - Doble
Capítulo 30 - Revancha
Capítulo 31 - Destrucción

Capítulo 1 - Dolencias

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By csolisautora

Saco del clóset el vestido rojo que Benjamín escogió la última vez que quiso ir de compras conmigo. Recuerdo bien ese día. Miraba su celular cada cinco minutos y me preguntaba cuánto más tardaría. Es difícil creer que tiempo atrás disfrutaba tanto salir conmigo, aunque fuera a comprar un par de zapatos. Desde entonces no le he vuelto a pedir que lo hiciera. Prefiero hacerlo sola, o con alguna de mis amigas, pero sí reconozco que lo echo de menos. Solía hacer bromas con cómo me quedaba la ropa. Sabe que odio que me diga que estoy engordando.

Hoy pienso sacarlo de la oficina y llevarlo a nuestro restaurante favorito. Después, hotelazo. Las niñas están en la casa y me gusta la emoción de una fuga clandestina. Mi cabello es corto, hasta los hombros. Desde el primer momento en el que vi que mi larga cabellera cayó me arrepentí del cambio, pero Benjamín ni siquiera hizo un comentario sobre eso. Intento mejorar en varios sentidos, intento estar linda para él desde temprano, para que me vea antes de irse a trabajar. Aumenté el tiempo de las rutinas en el gimnasio y corro un kilómetro más. Nada de eso parece servir. El trabajo de mi esposo lo tiene agotado. Llega harto y de malas a la casa. Es hora de darle un respiro.

El carro ya me está esperando. Van a dar las dos de la tarde. Debo darme prisa.

Me doy un vistazo final al maquillaje y al peinado. Luzco linda, así me siento. Los treinta y seis no se me notan; o al menos eso creo.

Nuestro chófer se llama Héctor. Es hijo del chófer de mis padres. Tiene veintiocho años. De reojo me doy cuenta de que me mira de más. Eso me complace en secreto. Significa que soy lo bastante atractiva todavía para los hombres, incluso los menores.

—Vamos a la oficina del señor, por favor —le aviso.

Mi padre le dejó a Benjamín al mando del grupo corporativo que posee una parte de las franquicias de McDonald's que tenemos distribuidos en todo el país. A la gente le gusta consumir esa comida chatarra, y a nosotros nos encanta que lo hagan.

Llegamos media hora después.

Me siento entusiasmada. Ya quiero ver la cara de mi esposo cuando me lo robe. Para mí, siempre ha sido muy guapo y varonil, la edad lo pone como los buenos vinos, pero lo que en verdad me enamoró fue su buen humor que ya nunca tiene.

Hay que subir hasta el piso quince de un edificio de Santa Fe. Vivimos en la misma zona, pero el tráfico es espantoso todo el tiempo por estar lleno de corporativos.

Llego y lo primero que me encuentro es con la recepción vacía. ¡Esto es inaceptable! Le he dicho a Laura, la de recursos humanos, que sea estricta con los empleados y sus obligaciones.

Aguardo más de cinco minutos y la señorita no regresa. Demasiado tiempo ya si fue al baño, el cual se ubica a un costado. Además, la luz está apagada.

Con la zapatilla comienzo a pegarle al suelo. La duela resuena ruidosa.

El contador, Hugo, me reconoce cuando pasa cerca, y rápido llega a mi encuentro.

Señora Rivera, ¿no sabía que nos visitaba?

—Vine a ver a Benja —le informo cortés.

El contador es tan viejo como mi padre. Ellos trabajaron juntos desde jóvenes. Sé que, de alguna manera, está ahí como una especie de vigilante.

—Debe estar en su oficina.

—¿Esta muchachita dónde está? —Apunto hasta la recepción vacía.

Al contador se le ponen rojas las mejillas. Sus ojos intentan ubicarla, sin éxito.

—Me encargaré de encontrarla.

—Es importante que esté en su lugar —digo irritada—. Recuérdaselo, por favor.

—Así se hará, no lo dude.

—Voy a ver a mi esposo.

—¿Quiere que la anuncie? —se ofrece.

—No es necesario. Tenga un buen día, contador. —Me adelanto de inmediato. No quiero que se haga más tarde.

La puerta de la oficina de Benjamín se encuentra cerrada. A él no le gusta trabajar con ruido.

Antes de tocar, me acomodo el vestido. Levanto el brazo. Sonrío como una jovenzuela. Pienso que será una tarde maravillosa con mi querido esposo. De pronto, dejo puño suspendido. Ese sonido dentro me detiene. Soy lo bastante mayor como para reconocerlo. ¡Es un gemido! Sutil, contenido, pero casi puedo jurar que es de mujer. A toda velocidad los ojos se me humedecen. Siento un calambre en la cabeza. Sé bien lo que pasa allí dentro sin que tenga que abrir.

Debo ser inteligente y me obligo a considerar bien mis opciones. Dejarme llevar es lo peor que puedo hacer.

Estoy segura de que tiene llave. Nadie sería tan estúpido como para dejar abierto. Para mala suerte de Benjamín, conozco las actividades del personal. Por eso, me dirijo directo con la señora de la limpieza. Doña Zafi me conoce desde niña. La estimo mucho. Ella me entrega las llaves que le pido sin siquiera preguntar el motivo.

—Dales mis saludos a tus hijos. —Finjo una sonrisa. Es tiempo de ser falsa, aunque no me gusta—. Deben estar enormes.

—Ya son todos unos hombres, señora. Yo les digo que los manda saludar —me dice sonriente también. Luego continúa con su trabajo.

Tengo la llave entre los dedos. La aprieto con rabia. Ese simple y pequeño objeto cambiará mi vida por completo. Tengo dos caminos: o voy y abro para descubrir la verdad, o regreso a mi casa para pretender que no escuché nada. Lo segundo lo hace más de una de mis conocidas con tal de seguir con su mismo estilo de vida.

Elijo la primera. Benjamín no me verá la cara de pendeja.

Camino de vuelta a la oficina. Sigue cerrado. Meto despacio la llave y muevo la palanca. Con todo el cuidado empujo la puerta.

¡Hubiera deseado equivocarme! ¡Pero no! Es justo como imaginé. Mi marido, con el que llevo casada ya casi dieciséis años, está siéndome infiel, ¡y con la recepcionista!

La tiene montada sobre el escritorio. Sus pantalones están hasta el suelo y ella tiene la falda levantada. ¡Se encuentran teniendo sexo encima de los papeles! Me asqueo enseguida, hasta marearme.

La cara que Benjamín hace es todo un poema. Pasa del placer al peor de los sustos. Rápido se separa de las nalgas de la mujer, se sube el pantalón e intenta acercarse a mí.

Sus manos de seguro llevan rastros de los fluidos de los dos.

Extiendo el brazo y retrocedo.

—¡Ni siquiera se te ocurra, hijo de tu pinche madre! —le grito. No pienso permitir que me toque.

Él se detiene, pero dibuja una mueca que a otros les provocaría lástima.

—Maya, no... —intenta decir, aunque pronto se queda sin argumentos.

—Ni siquiera se te ocurra decir que no es lo que pienso. —Sigo gritando—: ¡Porque tenías el pito metido en esa mujer!

La recepcionista, de la cual olvidé el nombre por más que intento recordar, se viste a toda velocidad. Está roja del rostro y el sudor en su frente aumenta. Se escabulle como puede para salir. Pasa tan cerca de mí que tengo la oportunidad de jalarla y descargar en ella todo el coraje que siento, pero no lo hago.

—¿Por eso ya no me tocas a mí? —Ahora comprendo por qué en las noches en las que he querido seducirlo, prefiere dormirse—. ¡Tan infeliz, te estás cogiendo a las empleadas!

—Es... es la primera vez, te lo juro.

Entrecierro los ojos y avanzo un paso hacia él. Deseo tanto golpearle la cabeza con el adorno de rana horrendo de su escritorio.

—¿Juras? ¿Tan bajo caes con tal de que te crea? —Niego con la cabeza. Mi sonrisa refleja la tremenda amargura que me embarga—. Venía a darte una sorpresa. —Suspiro hondo—, y resultó que la sorprendida fui yo.

—Hablemos, Maya.

Benjamín insiste en querer abrazarme, pero se lo impido con ambos brazos.

Tengo unas ganas inmensas de hacerle daño, de dejarle morada la cara, que le duela todo el cuerpo. Resisto esos salvajes impulsos. No me rebajaré a una cosa así.

—¡Hablemos nada! —Continuó con la voz alta y manoteo—. Ni se te ocurra llegar a la casa. Hoy mismo mando cambiar las cerraduras.

Él suelta una risita.

—No me puedes hacer eso.

Con eso enciende más mi ira.

—Claro que puedo, idiota. Es mi casa, me la dejaron mis padres, te lo recuerdo. —Sé cuánto le molesta que le eche eso en cara—. Tú búscate un cuarto de hotel, de seguro ya conoces varios de por aquí. —Siento tanto, pero tanto odio—. Ah, y ni se te ocurra seguirme o aquí mismo armo un escándalo peor.

Me doy media vuelta y salgo de allí. No pienso escucharlo más.

Los empleados cercanos observan atentos.

La escena de seguro será la comidilla de la semana, o del mes.

Tengo que pasar por la recepción, no cuento con otra alternativa. La ruta de salida de emergencia me condena a ser presa de los demás mirones.

Camino firme, a pesar de que me tiemblan las piernas.

Ahí está tan campante la mujer, sentada en la recepción.

—Alondra —recuerdo por fin el nombre cuando llego hasta ahí—. Llama a Laura —le ordeno—. Dile que venga a la recepción, ¡ya!

Ella obedece, aunque luce en serio impactada.

Apenas cuelga, continuó hablando con la garganta ardiéndome:

—Dicen que no debemos desquitarnos con las amantes, que no tienen la culpa porque el que hizo la promesa de fidelidad es el esposo. —Resoplo. La tengo frente a frente y no pretendo perder la oportunidad—, pero tú sabías que él es casado. No fuiste engañada. —Abro más los ojos—. Lo sabías muy bien porque hasta le festejé su cumpleaños aquí mismo hace tres meses. —Rememoro ese día. No noté nada sospechoso entre ellos. Seguro su "relación" empezó después—. Acababas de llegar. Yo misma di el visto bueno para que te aceptaran. —La observo sin tapujos y ella me desvía la mirada. Ni siquiera es capaz de encararme—. Que no se te olvide que lo que ahora estoy sufriendo y lo que voy a sufrir, se te va a regresar. Siempre es así. A menos que me digas que te amenazó o de alguna manera te obligó a hacerlo.

Con la cabeza baja, niega.

Hubiera preferido que dijera que sí.

—Tal vez creas que mi marido es dueño de todo esto. —Con la mano recorro el espacio—, pero estás tan equivocada. Él solo tiene el treinta y cinco porciento. Lo demás es mío y de mis hijas. —A mi derecha reconozco los pasos—. Laura, acércate —le pido a la empleada de recursos humanos—. Te aviso que la señorita Alondra está despedida. Encárgate de que recoja sus cosas hoy mismo. Dale su liquidación, su carta de recomendación y un bono por sus "servicios extras". —Mi padre me enseñó que hasta en los peores momentos hay que evitarnos futuras demandas.

—Sí, señora. —Laura no añade nada más. A lo mejor hasta ella ya sabía.

Me dirijo de nuevo a Alondra. La inspecciono veloz. Es joven, demasiado. No me parece que tenga una gran belleza, pero su cuerpo sí está bien formado.

—No te quiero volver a ver por aquí jamás, ¿quedó claro?

Ella vuelve a asentir. No tuvo el valor de defenderse. No tenía con qué.

Doy media vuelta.

Queda solo un trayecto más para hacerme la fuerte. Tengo la urgencia de dejarme vencer en el carro apenas me subo, pero no quiero que Héctor presencie eso. Solo cierro fuerte los ojos. Borrar la imagen de Benjamín y la mujer esa sobre el escritorio será imposible. Duele mucho, tanto que se me empieza a apretar el pecho.

Llamar a alguna de mis amigas sería lo mejor, pero no estoy lista para convertirme en el chisme del momento de mi círculo de amistades. Nadie nunca se queda callado con un acontecimiento como ese.

En cuanto estoy en casa le doy a Héctor y a las dos empleadas el resto del día libre. Llamo a mis padres para pedirles un favor. A mis hijas les aviso que después de sus clases de voleibol se irán con sus abuelos. El chófer de ellos las pasará a recoger. Les encanta quedarse en su casa y lo agradezco tanto. Tienen trece años, son gemelas y las consentidas de mis papás. Sus demás nietos son varones, por eso las tienen tan mimadas.

Recorro la cocina. Cuento con varios vinos, pero no, esta vez el vino no se me apetece. Las caras cervezas de Benjamín lucen más apetitosas. Cargo el paquete de seis botellas y me voy a la sala. Aviento las zapatillas, suelto el vestido del cierre, prendo la música y comienzo a beber.

Hoy pienso perderme, emborracharme para olvidar, aunque sea un rato. Canto tan fuerte "La gata sobre la lluvia" que imagino que los vecinos pueden oírme. Para ese punto ya tengo la cara empapada en lágrimas. Esta traición duele en el alma. ¿Quién lo diría? Mi vida no será la misma a partir de ahora.

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