KOOKGI : DESPUÉS

By yoonttom

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De lo único de lo que estoy seguro es de que mi vida y mi corazón jamás volverán a ser los mismos. No después... More

PRÓLOGO
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2O

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By yoonttom

El vacío que noto tras dejar a JungKook es muy raro, y me siento un poco patético.

Después del corto trayecto hasta la residencia, me da la impresión de que llevo horas sin verlo. Momo no está en nuestra habitación, y me alegro. Necesito estudiar y prepararme para mañana, mi primer día en Vance. Tengo que decidir qué voy a ponerme, qué voy a llevarme y qué voy a decir.

Saco la agenda y planifico la semana al minuto. Lo siguiente es la ropa. Para mi primer día en Vance, los jeans rojo, camisa celeste y y un abrigo de tela azul noche. Es un atuendo muy profesional pero casual a la vez. Me pregunto si a JungKook le gustará.
Para no pensar en él, termino todos los trabajos que tengo que entregar esta semana y adelanto alguno más.

Para cuando he acabado, el sol ha desaparecido del cielo y me muero de hambre, pero la cafetería ya ha cerrado. JungKook todavía no me ha escrito, así que imagino que no tiene pensado verme esta noche.

Cojo mi billetera y salgo a buscar algo de comer. Recuerdo haber visto un restaurante chino cerca de la pequeña biblioteca pero, cuando llego, ya está cerrado. Busco el restaurante más cercano y encuentro uno llamado Ice House. Voy para allá. Es pequeño y parece hecho de aluminio, pero tengo hambre y el estómago me ruge sólo de pensar en tener que buscar otro sitio en el que comer.

Entro y veo que es más bien un bar en el que sirven comida y, aunque está bastante lleno, consigo encontrar una mesa al fondo.
Procuro ignorar la forma en que me mira la gente, que se pregunta qué hago aquí solo. Siempre como solo. No soy de esas personas que necesitan ir con alguien a todas partes. Hago la compra solo, como solo y he ido solo al cine unas cuantas veces cuando Jimin no ha podido acompañarme. Nunca me ha importado estar solo... hasta ahora, para ser sincero. Echo de menos a JungKook más de lo que debería, y me preocupa que no se haya molestado siquiera en escribirme.

Pido y, mientras espero a que me sirvan, la camarera me trae una bebida naranja con una sombrilla.

— Esto no lo he pedido yo —le digo, pero me lo deja en la mesa de todas formas.

— Ha sido él. —Sonríe y ladea la cabeza en dirección a la barra.

No sé por qué pienso que es de JungKook y estiro el cuello para mirar. Pero no. TaeHyung me saluda con la mano y una sonrisa deslumbrante. Chan se acerca y se sienta a su lado en un taburete. Me sonríe también.

— Ah, gracias.

Parece que en este campus sirven alcohol a diestro y siniestro aunque nadie tenga edad de beber. O que esta gente sólo va a esa clase de sitios. La camarera me asegura que mi comida estará lista dentro de un momento y se va.

TaeHyung y Chan no tardan en venir a mi mesa, apartar las sillas de enfrente y sentarse. Espero que TaeHyung no esté enfadado conmigo por lo del viernes.

— Eres la última persona a la que esperaba ver aquí, menos aún en domingo —dice Chan.

— Ya, he venido por accidente. Quería cenar comida china, pero el restaurante estaba cerrado.

— ¿Has visto a JungKook? —me pregunta TaeHyung con una sonrisa.
Mira a Chan, que le devuelve una mirada misteriosa, y luego ambos me miran a mí.

— No. Hace ya rato que no. ¿Y vosotros? —Los nervios me traicionan.

— Hace horas que no, pero vendrá pronto —responde Chan.

— ¿Aquí? —aúllo.

Llega la comida pero ya no tengo hambre. ¿Y si Yuqi viene con él? No podré soportarlo, no después del fin de semana que hemos pasado juntos.

— Sí, venimos a menudo. Puedo llamarlo y preguntarle a qué hora tiene pensado llegar —sugiere TaeHyung, pero niego con la cabeza.

— No, no hace falta. Yo ya me iba. —Miro alrededor para pedir la cuenta.

— ¿No te ha gustado la copa? —pregunta TaeHyung.

— La verdad es que no la he probado. Gracias por el detalle, pero debería irme.

— ¿Habéis vuelto a discutir? —pregunta.

Chan va a decir algo, pero TaeHyung lo hace callar con una mirada. ¿Qué pasa aquí? Le da un trago a su cerveza y vuelve a mirar a Chan.

— ¿Qué os ha contado? —pregunto.

— Nada, sólo que os lleváis mejor —responde TaeHyung por él.

El pequeño bar empieza a resultarme claustrofóbico y no veo el momento de marcharme.

— ¡Mira! ¡Aquí están! —dice Chan.

Miro rápidamente hacia la puerta y veo a JungKook, a Lucas, a NaYeon, a Momo y a Yuqi. Lo sabía. Sé que son amigos y no quiero parecer un loco controlador, pero no soporto ver a JungKook cerca de esa chica.
Cuando los ojos de JungKook encuentran los míos parece sorprendido y diría que también un poco asustado. Otra vez no. La camarera pasa junto a la mesa.

— ¿Podría ponerme la comida para llevar y traerme la cuenta, por favor? —le pregunto.

Parece sorprendida, luego mira al grupo que acaba de llegar y los saluda antes de regresar a la cocina.

— ¿Por qué te vas? —pregunta Momo.

Los cinco se sientan a la mesa de al lado. Me niego a mirar a JungKook. Odio cómo se comporta cuando está con sus amigos. ¿Por qué no puede seguir siendo el mismo chico que he tenido para mí todo el fin de semana?

— Yo... Es que tengo que estudiar —miento.
Me sonríe alentada.

— Deberías quedarte. ¡Estudias demasiado!

Toda esperanza de que JungKook me coja en brazos y me diga que me ha echado de menos se ha desvanecido. La camarera vuelve con mi comida, le doy un billete de veinte y me levanto dispuesto a marcharme.

— Que lo paséis bien —les digo.
Miro a JungKook y luego al suelo.

— Espera —dice él.

Me vuelvo y lo miro. Por favor, que no me suelte una burrada de mal gusto y que no vuelva a besar a Yuqi.

— ¿No vas a darme un beso de buenas noches? —sonríe.

Miro a sus amigos, que parecen sorprendidos, pero sobre todo confusos.

— ¿Qué?... —balbuceo. Me pongo recta y lo miro otra vez.

— ¿Ibas a irte sin darme un beso?

Se levanta y camina hacia mí. Esto era lo que yo quería, pero me está mirando todo el mundo y estoy incomodísimo.

— Pues... —No sé qué decir.

— Y ¿por qué iba a besarte? —dice Yuqi entre risas.

«Dios, es que no la soporto.»

— Pues porque están juntos, obviamente —la informa Momo.

— ¿Qué? —exclama Yuqi.

— Cállate la boca, Yuqi —le espeta TaeHyung, y quiero darle las gracias pero hay algo en el tono de su voz que hace que me pregunte por qué ha elegido precisamente esas palabras. Esto no es incómodo, sino lo siguiente.

— Adiós, chicos —digo, y echo a andar hacia la puerta.

JungKook me sigue y me coge de la muñeca.

— ¿Por qué te vas? Y ¿qué estabas haciendo aquí?

— Tenía hambre y he venido a por algo de comer. Y ahora me marcho porque me estabas ignorando y...

— No te estaba ignorando, es que no sabía qué hacer o decir. No esperaba verte aquí. Me ha pillado por sorpresa —explica.

— Sí, ya lo imagino. No me has mandado ni un solo mensaje en todo el día y ahora estás aquí... ¿con Yuqi? —Mi voz suena mucho más quejumbrosa de lo que me gustaría.

— Y también con Lucas, NaYeon y Momo, no sólo Yuqi —recalca.

— Lo sé... Pero vosotros habéis tenido una historia y eso me molesta.

Seguro que acabo de batir un nuevo récord en la categoría de «el más rápido en ponerse celoso».

— Y eso es todo lo que fue, nene: una historia. No se parecía en nada a
esto..., a nosotros.

Suspiro.

— Lo sé, pero es que no puedo evitarlo.

— Ya. ¿Cómo crees que me he sentido yo al entrar y verte con TaeHyung?

— No es lo mismo. Yuqi y tú os habéis acostado juntos. —Me duele sólo
de decirlo.

— Yoon...

— Lo sé, es de locos, pero no puedo evitarlo. —Desvío la mirada.

— No es de locos. Lo entiendo. Sólo que no sé qué hacer al respecto. Yuqi es de nuestro grupo y, probablemente, siempre lo será.

No sé qué esperaba que dijera, pero el equivalente a «Si no te gusta, te
aguantas» no era lo que quería oír.

— Vale

Debería alegrarme de que básicamente le haya dicho a todo el mundo que estamos saliendo, pero ha sido todo un poco... raro.

— Me voy —le digo.

— Te acompaño.

— ¿Seguro que quieres dejar a tus amigos? —salto.

Pone los ojos en blanco y me sigue al coche. Intento ocultar la sonrisa cuando nos metemos dentro.

— ¿Cuánto tiempo llevabas ahí antes de que yo llegara? —pregunta mientras saco el coche del aparcamiento.

— Unos veinte minutos.

— Ah. No habías quedado con TaeHyung, ¿no?

— No. Es el único sitio que he encontrado abierto. No tenía ni idea de que estuviera ahí, ni de que tú ibas a venir, ¿sabes? Porque no me has escrito como prometiste.

— Ya —dice, y hace una pausa. Pero luego me mira otra vez—. Y ¿de qué habéis estado hablando?

— De nada. Sólo se ha sentado unos minutos conmigo antes de que tú llegaras. ¿Por?

— Curiosidad. —Tamborilea con los dedos en su rodilla—. Te he echado de menos.

— Yo a ti también —digo cuando llegamos al campus—. He adelantado mucho trabajo y ya lo tengo todo preparado para mi primer día en Vance.

— ¿Quieres que mañana te lleve yo?

— No, para eso tengo coche, ¿recuerdas? —Me río.

— Aun así, podría llevarte —se ofrece otra vez cuando entramos en la residencia.

— No, no hace falta. Pero gracias igualmente.

Justo cuando voy a preguntarle qué ha hecho con su día, y por qué no me ha enviado ningún mensaje si tanto me echaba de menos, me quedo sin aire en los pulmones y el pánico se adueña de mí.

Mi madre está en la puerta de mi habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho y cara de pocos amigos.

JungKook sigue la dirección de mi mirada y abre unos ojos como platos al verla. Intenta cogerme de la mano, pero la retiro y echo a andar delante de él.

— Hola, mam...

— Pero ¡¿dónde diablos tienes la cabeza?! —me grita en cuanto nos tiene cerca.

Quiero hacerme diminuto y desaparecer.

— Yo... ¿Qué?

No sé qué es lo que sabe, así que mejor me callo. Del enfado, su pelo rubio parece más brillante y enmarca con severidad su perfecto rostro furibundo.

— ¿Dónde tienes la cabeza, YoonGi? Jimin ha estado evitándome las últimas dos semanas. Al final, me he cruzado con la señora Park mientras hacía la compra. Y ¿a que no adivinas lo que me ha contado? ¡Que habéis roto! ¿Por qué no me lo has dicho? ¡He tenido que enterarme del modo más humillante! —chilla.

— No es para tanto, mamá. Sólo hemos roto —digo, y ahoga un grito.

JungKook permanece detrás de mí, pero noto que me pone la mano en la cintura.

— ¿Cómo que no es para tanto? —prosigue mi madre—. ¿Cómo te atreves? Jimin y tú lleváis años juntos. Él es lo mejor para ti, YoonGi. ¡Tiene futuro y es de buena familia! —Hace una pausa para recobrar el aliento pero no la interrumpo porque sé que hay más. Endereza la espalda y dice lo más calmada que puede—: Por suerte, he hablado con él y ha accedido a darte otra oportunidad a pesar de tu comportamiento promiscuo.

Siento un fogonazo de rabia.

— ¿Que cómo me atrevo? —replico—. No tengo por qué salir con él si no quiero. ¿Qué más da su familia? Lo importante es que no era feliz con él. ¿Cómo te atreves tú a hablar con él sobre nuestros asuntos? ¡Ya soy adulto!

Le doy un empujón al pasar junto a ella para abrir la puerta. JungKook me sigue de cerca y mi madre entra detrás.

— ¡Ni te imaginas lo ridículo que estás diciendo esas cosas! Y apareces aquí con... este... este... ¡macarra! Pero ¿tú lo has visto, YoonGi? ¿Así es como te rebelas contra mí? ¿Qué he hecho yo para que me odies?

JungKook se queda junto a la cómoda apretando la mandíbula con las manos embutidas en los bolsillos. Si mi madre supiera que el padre de JungKook es el rector de la WCU y que tiene más dinero aún que la familia de Jimin... Sin embargo, no pienso decírselo porque eso no tiene importancia.

— ¡No tiene nada que ver contigo! ¿Por qué todo tiene que girar siempre a tu alrededor?

Las lágrimas amenazan con caer a chorro de mis ojos, pero me niego a que me vea llorar. Odio cuando me enfado y lloro, me hace parecer débil, pero no puedo evitarlo.

— Tienes razón, no tiene que ver conmigo —repone—. ¡Tiene que ver con tu futuro! Debes pensar en el futuro, no sólo en lo que sientes ahora. Sé que parece divertido y peligroso, ¡pero no tiene futuro! —añade señalando a JungKook—. No con este... este... ¡marginado!

Antes de darme cuenta, me abalanzo sobre mi madre y JungKook tiene que sujetarme por los codos para apartarme de ella.

— ¡No hables así de él! —grito.

Ella abre unos ojos como platos. Los tiene rojos.

—¿Quién eres tú y dónde está mi hijo? ¡Mi hijo nunca me hablaría así! ¡Nunca pondría en peligro su futuro ni me faltaría al respeto!

Empiezo a sentirme culpable, pero deseo estar con JungKook y tengo que combatir ese sentimiento para defender lo que quiero.

— ¡No estoy poniendo en peligro mi futuro! Mi futuro no es la cuestión. Sacaré todo matrículas y mañana empiezo las prácticas. Eres una egoísta, más que una egoísta, por
venir aquí e intentar hacer que me sienta mal por ser feliz. Él me hace feliz, mamá, y si no puedes aceptarlo será mejor que te
vayas.

— ¿Cómo dices? —bufa, pero la verdad es que estoy tan sorprendido como ella—. ¡Te
arrepentirás de esto, YoonGi! ¡Me da asco mirarte!

La habitación empieza a darme vueltas. No estaba preparado para declararle la guerra a mi madre, al menos hoy no. Sabía que era cuestión de tiempo que se enterara, pero no me imaginaba que fuera a ser hoy.

— Algo me olía mal desde la primera vez que lo vi en tu cuarto. ¡Pero no me imaginé que te abrirías tan rápido de piernas!
JungKook se mete entre las dos.

— Se está pasando —le advierte muy serio.

Creo que JungKook es la única persona en el mundo capaz de hacer que mi madre huya para salvar el pellejo.

— ¡Tú no te metas en esto! —salta ella cruzándose de brazos otra vez—. Si sigues viéndolo dejaré de hablarte, y estoy segura de que no puedes permitirte pagar tú solo la universidad. ¡Sólo la residencia ya cuesta una fortuna! —aúlla.

Estoy alucinado de que mi madre llegue a esos extremos.

— ¿Estás amenazándome con privarme de mi educación sólo porque no apruebas de quién estoy enamorado?

— ¿Enamorado? —se mofa—. Ay, YoonGi, qué ingenuo eres. No tienes ni idea de lo que es el amor. —Se echa a reír, aunque parece más bien una risotada enfermiza—. Y ¿te crees que él está enamorado de ti?

— Lo quiero —la interrumpe JungKook.

— ¡Por supuesto! —Echa la cabeza atrás.

— Mamá...

— Te lo advierto, YoonGi: si sigues viéndolo tendrás que cargar con las consecuencias. Me marcho, pero espero que me llames cuando se te hayan aclarado las ideas.

Sale de mi habitación hecha una furia y me asomo por la puerta para verla avanzar por el pasillo. El eco de sus tacones se oye en toda la residencia.

— Lo siento —digo volviéndome hacia JungKook.

— No tienes por qué disculparte. —Me coge la cara entre las manos—. Estoy orgulloso de que le hayas plantado cara.

Me da un beso en la punta de la nariz. Miro alrededor y me pregunto cómo hemos acabado así.

Apoyo la cabeza en el pecho de JungKook y él me masajea los músculos tensos del cuello.

— Es increíble. No puedo creer que se haya puesto así y que haya amenazado con dejar de ayudarme a pagar la universidad. Ella no lo paga todo, tengo una beca parcial y varios préstamos de estudios. Sólo aporta el veinte por ciento, y la mayor parte de ese dinero es para costear la residencia. ¿Y si deja de pagarlo? Tendré que buscar un empleo además de hacer las prácticas —sollozo.

Su mano se traslada a mi cabeza y la atrae hacia sí para que pueda llorar en su pecho.

— Ya, ya... No pasa nada. Encontraremos una solución. Puedes venirte a vivir conmigo —dice.

Me echo a reír y me enjugo las lágrimas, pero él sigue hablando.

— Lo digo en serio. O podríamos buscarnos un apartamento fuera del campus. Tengo dinero.

Alzo la vista para verlo bien.

— No lo dirás en serio...

— Muy en serio.

— No podemos irnos a vivir juntos. —Me río mientras sorbo por la nariz.

— ¿Por qué no?

— Porque sólo nos conocemos de hace dos meses y nos hemos pasado casi todo ese tiempo discutiendo —le recuerdo.

— ¿Y? Este fin de semana no hemos reñido ni una vez.

Me sonríe y me río a carcajadas.

— Estás loco. No voy a irme a vivir contigo —replico, y JungKook me abraza de nuevo.

— Piénsalo. Además, quiero dejar la fraternidad. No sé si lo has notado, pero no encajo —dice, y él también se echa a reír.

Es verdad. Su pequeño grupo de amigos y él son los únicos allí que no llevan polos y pantalones de pinzas.

— Sólo me uní a la fraternidad para cabrear a mi padre, pero no ha funcionado todo lo bien que esperaba.

— Si no te gusta la fraternidad, puedes irte a vivir tú solo a un apartamento —digo.
Ni de broma voy a irme a vivir con él tan pronto.

— Sí, pero eso no sería tan divertido. —Sonríe y me mira levantando las cejas.

— Seguiríamos divirtiéndonos.

Su sonrisa picarona crece. Me coge el trasero con las dos manos y lo pellizca.

— ¡JungKook! —lo riño en broma.

La puerta se abre entonces y el corazón se me sale por la boca. Recuerdo la furia de mi madre y me aterra que vuelva a por la segunda ronda. Así que es un gran alivio cuando veo a Momo y a NaYeon.

— Parece que nos hemos perdido una buena. Tu madre acaba de sacarme el dedo en elaparcamiento —dice Momo, y no puedo evitar que me haga gracia.




























Al final, JungKook se queda a dormir en mi habitación y Momo se marcha con NaYeon a su apartamento.

Pasamos el resto de la noche hablando y besándonos hasta que él se queda dormido con la cabeza en mi regazo. Sueño con el momento y el lugar en el que podamos vivir juntos. Me encantaría despertarme todas las mañanas a su lado, pero ahora mismo no es viable. Soy muy joven y eso supondría ir demasiado rápido.

Lunes por la mañana. La alarma suena diez minutos tarde y me descuadra todo el horario. Me ducho y me maquillo a toda prisa. Despierto a JungKook antes de poner en marcha el secador.

— ¿Qué hora es? —gruñe.

— Las seis y media. Tengo que secarme el pelo.

— ¿Las seis y media? No tienes que estar allí hasta las nueve... Vuelve a la cama.

— No. Debo peinarme e ir a por un café. Tengo que salir a las siete y media porque se tarda cuarenta y cinco minutos en llegar allí.

— Llegarás con cuarenta y cinco minutos de antelación. No tienes que salir hasta las ocho. —Cierra los ojos y se pone boca abajo.
Lo ignoro y enciendo el secador. Se tapa la cabeza con una almohada. Reviso mi agenda para asegurarme de que no se me olvida nada.

— ¿Vas a ir directamente a clase? —le pregunto a JungKook mientras me visto.

— Probablemente. —Sonríe y sale de la cama—. ¿Puedo usar tu cepillo de dientes?

— Pues, supongo que sí... Compraré uno nuevo a la vuelta.

Nadie me ha pedido nunca usar mi cepillo de dientes. Mentalmente me imagino metiéndomelo en la boca después de que lo haya usado... Pero no.

— Sigo opinando que no te hace falta salir antes de las ocho —insiste—. Piensa en la de cosas que podríamos hacer en esos treinta minutos —dice, y los miro a él y a sus tentadores hoyuelos y noto cómo se me come con los ojos.

Mis ojos tampoco se contienen y aterrizan en la tienda de campaña de su bóxer y me acaloro al instante. Mis dedos dejan de moverse en el tercer botón de la camisa y, sin prisa, recorre la distancia que nos separa en la pequeña habitación y se pone de pie detrás de mí. Le hago un gesto para que me suba la cremallera de los jeans. Obedece pero, mientras la sube, sus manos rozan con delicadeza mi piel desnuda.

— Tengo que irme. Todavía no me he tomado el café —me apresuro a decir—. ¿Y si hay tráfico? ¿O un accidente? ¿Y si se me pincha una rueda o tengo que parar a echar gasolina? Podría perderme o no encontrar aparcamiento. ¿Y si tengo que aparcar muy lejos y luego me toca andar un buen trecho y llego sudando y sin aliento y necesito unos minutos para...?

— Lo que necesitas es tranquilizarte, nene. Estás hecho un manojo de nervios —me sopla al oído.

Miro su imagen en el espejo. Está perfecto recién levantado, y somnoliento no parece tan terrible.

— No puedo evitarlo, estas prácticas significan mucho para mí. No puedo arriesgarme a fastidiarla.

La cabeza me va a cien por hora. Estaré más calmadl luego, cuando sepa a qué atenerme y pueda organizarme la semana en consecuencia.

— No deberías llegar tan nervioso, te van a comer vivo —dice sembrando un reguero de besos en mi cuello.

— Estaré bien.

«O eso espero.»

Su aliento en mi cuello me pone la carne de gallina.

—Deja que te relaje antes de irte. —Su voz es grave, seductora y un poco soñolienta.

— Yo...

Con los dedos recorre mi clavícula y desciende hasta mi pecho. Sus ojos encuentran los míos en el espejo y suspiro mi capitulación.

— ¿Cinco minutos? —pregunto y suplico al mismo tiempo.

— Es todo lo que necesito.

Intento darme la vuelta pero no me deja.

— No, quiero que lo veas —me ronronea al oído.

Siento ese cosquilleo entre los muslos al oír eso. Pega el cuerpo al mío y su mano se desliza por la abertura que dejo la cremallera que no terminó cerrar.

— Al menos hoy no llevas bóxers. Debo decir que soy fan de los briefs. —Me la sube hasta la cintura—. Sobre todo cuando lo quitas.

No puedo dejar de mirar sus manos en el espejo y se me acelera el pulso. Mete los dedos; están un poco fríos, y me sobresalto al sentirlos. Se ríe contra mi cuello. Con la otra mano me rodea el pecho para que no me mueva. Me siento muy desnudo pero también muy excitado. Ver cómo me toca me hace pensar en cosas que ni siquiera sabía que existían. Sus dedos se deslizan lentamente dentro de mí y me besa el cuello con suavidad.

— Mira lo bonito que eres —susurra contra mi piel.

Me miro al espejo y apenas si me reconozco. Tengo las mejillas coloradas, las pupilas dilatadas, la mirada salvaje... Con los jeans arrugados sobre la rodilla y los dedos de JungKook haciendo maravillas dentro de mí, me siento diferente... Incluso sexi.
Cierro los ojos y noto la tensión en mi vientre. Él continúa con su lento asalto y, con un gemido, me muerdo el labio inferior.

— Abre los ojos —me ordena.

Mis ojos encuentran los suyos y eso me remata. JungKook detrás de mí, abrazándome, mirando cómo me deshago con sus caricias... No necesito nada más. Dejo caer la cabeza en su hombro y las piernas empiezan a temblarme.

— Eso es, nene —me arrulla, y me sujeta con más fuerza, sosteniéndome mientras se me nubla la vista y gimo su nombre.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me besa en la sien y me acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja. Luego me arregla los jeans y la alisa contra mis muslos. Me vuelvo para verle la cara y mirar el reloj. Son sólo las siete y treinta y cinco.

«Era verdad que sólo necesitaba cinco minutos», pienso, y sonrío.

— ¿Ves? Ya estás mucho más relajado y listo para hacerte el amo del mundo corporativo.

Sonríe la mar de contento, muy orgulloso de sí mismo. No lo culpo.

— La verdad es que sí. Pero tú eres muy mal ejemplo —lo pincho y cojo mi bolso.

— Nunca he dicho lo contrario —repone—. Última oportunidad: ¿quieres que te lleve yo? Aunque no tengo aquí el coche, así que tendría que llevarte en el tuyo.

— No, aunque te lo agradezco igualmente.

— Buena suerte. Lo harás muy bien.

Me besa otra vez, le doy las gracias, cojo mis cosas y lo dejo en mi habitación.
La mañana ha sido genial, a pesar de que la alarma haya sonado diez minutos tarde. El trayecto se pasa rápido y sin incidentes, por eso cuando llego al aparcamiento son sólo las ocho y media. Decido llamar a JungKook para matar el tiempo.

— ¿Todo bien? —pregunta.

— Sí, ya he llegado —le digo. Me imagino que está muy ufano.

— Te lo he dicho. Podrías haber salido diez minutos más tarde y haberme hecho una mamada.

Me río como un tonto.

— Eres un pervertido incluso a primera hora de la mañana.

— Sí, genio y figura.

— No voy a discutírtelo.

Bromeamos un buen rato sobre su falta de virtud hasta que es hora de que me vaya a trabajar.

Subo a la última planta, donde se encuentra el despacho de Christian Vance, y le digo mi nombre a la mujer del mostrador.
Hace una llamada y poco después me deslumbra con una sonrisa.

— El señor Vance desea darte la bienvenida personalmente. Estará aquí dentro de un segundo.

La puerta del despacho en el que hice la entrevista se abre y aparece el señor Vance.

— ¡YoonGi! —me saluda.

Lleva un traje tan elegante que me intimida un poco, pero doy gracias por haber elegido un atuendo formal. Lleva una abultada carpeta bajo el brazo.

— Buenos días, señor Vance. —Sonrío y le estrecho la mano.

— Llámame Christian. Te enseñaré tu despacho.

— ¿Mi despacho?

— Sí, vas a necesitar tu propio espacio. No es gran cosa, pero es todo tuyo. Haremos allí el papeleo —explica sonriendo.

Luego echa a andar tan deprisa que me cuesta seguirlo. Gira a la izquierda y se adentra en un pasillo lleno de pequeños cubículos.

— Ya hemos llegado —anuncia.

En la puerta hay un letrero negro con mi nombre en letras blancas. Estoy soñando. El despacho es tan grande como mi habitación de la residencia. El señor Vance y yo tenemos conceptos distintos de «no es gran cosa». Una mesa de tamaño medio de madera de cerezo, dos archivadores, dos sillas, una librería, un ordenador... ¡Y una ventana! Él toma asiento frente a la mesa y yo ocupo mi puesto al otro lado. Me va a costar hacerme a la idea de que éste es mi despacho.

— Bueno, YoonGi, hablemos de tus obligaciones —dice—. Tienes que leer al menos dos manuscritos a la semana. Si son excelentes y encajan con lo que publicamos en esta casa, me los envías. Si no valen la pena, tíralos a la papelera.

Me quedo boquiabierto. Estas prácticas son un sueño hecho realidad. Me van a pagar y me van a dar créditos académicos por leer.

— De entrada, recibirás quinientos dólares a la semana y, si todo marchabien, a los noventa días se te dará un aumento.

«¡Quinientos dólares a la semana!» Debería ser suficiente para poder alquilar un apartamento.

— Muchísimas gracias, es mucho más de lo que esperaba —le digo. Estoy impaciente por llamar a JungKook para contárselo todo.

— Es un placer. Sé de buena tinta que eres muy trabajador. Quizá incluso puedas contarle a JungKook lo mucho que te gusta esto, a ver si así vuelve a trabajar para mí.

— ¿Cómo?

— JungKook trabajaba para nosotros antes de que Bolthouse nos lo robara. Empezó aquí el año pasado, de becario, hizo un gran trabajo y lo contraté. Pero le ofrecieron más dinero y le permitíantrabajar desde casa. Dijo que no le gustaba tener que venir a la oficina, así que nos dejó. Figúrate. —Sonríe y se ajusta el reloj.

Me río nervioso.

— Le recordaré lo maravilloso que es esto.

No tenía ni idea de que hubiera tenido un empleo. No me lo ha mencionado. El señor Vance desliza entonces la carpeta hacia mí.

— Acabemos con el papeleo.

Después de treinta minutos de «Firma aquí» y «Pon tu nombre allá», el señor Vance me deja para que me «familiarice» con el ordenador y el despacho.

Pero en cuanto se marcha y cierra la puerta al salir, en lo único en lo que puedo pensar es en dar vueltas en mi sillón giratorio y brincar de alegría. ¡Tengo un despacho!

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