Esclava del Pecado

belenabigail_ tarafından

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... Daha Fazla

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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belenabigail_ tarafından

Dalila POV's

Diciembre.

Navidad.

Como una hermosa postal, la ciudad está cubierta en nieve, con sus decoraciones de Santa, bastones de caramelo y los infaltables muérdagos en cada tienda a la que vayas a entrar. Sin embargo, el espíritu de las fiestas no se me contagia. Pero intenté parecer entusiasmada en la cena de Noche Buena, dispuesta a alegrar a Kat después de haber cocinado durante horas, pero a diferencia de que en esta ocasión, y no como en Acción de Gracias, Joan estuvo para ayudar. Lo que fue difícil para ambos.

Mi hermano lo quería hacer a su manera, demasiado perfeccionista, con la mente entrenada para guiar a un grupo de cocineros. Le daba sugerencias que sabíamos que en realidad no lo eran. Sonaban más a órdenes solapadas. Hasta que la rubia se hartó, le recordó que estaba en su departamento y que ella, en su casa, cocinaba como se le daba la gana. Se cerró el asunto de inmediato, con Andrea de fondo sonriendo de orgullo.

En cuánto a esas dos, se han vuelto inseparables.

Aunque varían entre el penthouse de Andrea y nuestro departamento, me siento incómoda cada vez que están juntas y yo me encuentro en casa. Ellas juran que mi presencia no les molesta, pero me aseguro de darles espacio. Porque mí habitación no es aprueba de sonidos, y puedo oír muy bien cuando están en esas extensas sesiones de besos en el sofá. Entonces encuentro una buena excusa que me obliga a marcharme. Ya sea el trabajo o un súbito deseo por dar un largo paseo. El último siempre me cuesta una nariz roja y mejillas ásperas.

Hoy, para mi suerte, hallé la justificación perfecta para escapar de ellas, así y todo, inicialmente se resistieron a dejarme ir. Comenzaron argumentando que es Navidad, y que debería estar prohibido trabajar en un día festivo. Pero yo tenía que salir de allí y Bruno preguntó si podíamos entrenar. Tengo las llaves del gimnasio hasta que Sandra regrese de sus vacaciones por París. Para mis vacaciones me toca esperar una semana más, entonces, tendré que poner a andar mi imaginación y ver cómo me las arreglaré para evitarla a las chicas. En parte porque parezco la jodida amiga solitaria y deprimente que se esfuerzan por integrar, y en parte, porque si bien creía que estar alrededor de Andrea no me afectaría en nada, es difícil no recordar que su hermano es el hombre con quién salía.

Me cuestiono muy seguido si soy una mala persona por hacer esto. Por alejarme deliberadamente de todo aquello que me trae la imagen de su rostro. Por continuar en esta caja de cristal en la que estoy encerrada, en donde puedo ver el mundo exterior, pero no formar parte de el.

Suspiro, observando desde algunos pasos a la distancia a Bruno hacer dominadas. Los músculos de sus brazos sobresalen al empujar hacia arriba, y su espalda, cubierta por una capa de sudor, se contrae con el movimiento regulado de subir y bajar.

—¿Cuántas repeticiones te quedan? —inquiero, caminando en su dirección, prestando atención de que sus piernas no se balanceen.

—Dos —gruñe, exhalando el aire en una bocanada exhausta. El boxeador no se rinde, con el cabello empapado, la camiseta blanca pegada al torso y los pantalones deportivos cayendo sutilmente por sus caderas. Con otro gruñido, cumple el total de dominadas para esta serie. Sus manos se sueltan de la máquina y con un ruido sordo, los pies chocan contra el suelo. Su musculoso cuerpo se agita por el cansancio, pero me sonríe, satisfecho consigo mismo. —¿Qué tal me viste? he mejorado mi técnica, ¿lo notaste?

Tan enorme como es, con su torso de acero y esas piernas firmes, se me sigue haciendo increíblemente amigable. No transmite ni una pizca de miedo, con ese rostro casi angelical, de sonrisa brillante y una mirada inocente.

—Si, lo noté —Le devuelvo el gesto, extendiéndole una botella con agua —Dos series más y podrás irte a casa.

Encoge los hombros.

—No tengo apuro, ¿tú, si? —La arruga en su frente se profundiza. Rasca su nuca.—Pero sé que es Navidad y que aceptaras entrenarme hoy fue muy generoso. Si tienes que irte antes está bien por mi.

—En absoluto, no tengo ningún otro compromiso. Y me agrada estar aquí.

Lo que sea con tal de no regresar al departamento.

—Oh. —Sus mejillas adoptan un color rojizo. Carraspea. —¿Podemos hacer unos minutos de boxeo?

—Al terminar con tú rutina, por supuesto. —arqueo una ceja, divertida. Si fuera por Bruno ni siquiera pisaría la sala de musculación, no porque le desagrade, sino porque el boxeo es para lo que el chico vive, y cuando tienes esa pasión, esa dedicación, es normal querer hacerlo todo el tiempo.

Suelta una risa grave, muy masculina.

—Por favor, Dalila, es Navidad. —Se adelanta un paso hacía mi, y el olor a sudor, mezclado con su perfume, golpea mi nariz. Niego. —¿Serás así de exigente incluso en Navidad?

—Lo siento, contrataste a una entrenadora muy firme.

Se inclina ligeramente, la burla bailando en sus iris.

—Sólo por hoy, te prometo que nadie se va a enterar de que rompiste las reglas. Mi boca estará sellada.

Lo pienso por un momento. Es verdad que me mantengo muy inflexible sobre todo aquello que tenga que ver con mi trabajo, pero sólo porque me costó llegar hasta aquí. No fue hasta que di con Sandra que por fin me dieron una oportunidad. Estaba recién graduada, y no tenía experiencia. Lo que es gracioso. Piden que seas joven, que estés fresco de ideas y lleno de energía. Pero a la misma vez, que tengas una carpeta repleta de logros que jamás podrías alcanzar siendo una persona normal de veintidós años.

Miro los grandes ventanales de vidrio. La nieve ha parado de caer, pero aún, con el manto blanco que
cubre los altos edificios, y la gente paseando muy alegre por la acera, comprendo que tiene razón. Estoy siendo un grinch.

¿Donde quedó la Dalila que se ponía calcetines ridículos y bebía de un enorme tazón chocolate caliente mientras miraba alguna película clásica navideña? si bien jamás fui una fanática loca por estas fechas, aprendí a disfrutarlo. Kat me había enseñado, con esos suéters que me regalaba en el que ponía algún estampado vergonzoso. O con su manía de poner villancicos durante todo el mes de diciembre. También están esas galletas de jengibre y miel. Los malvaviscos y el ritual de obligarnos a todos a abrir los regalos bajo el pequeño árbol que compró hace una eternidad atrás. Definitivamente Kat me mostró que la Navidad tiene su magia, y yo aquí estoy de amargada.

No me costaría nada ceder ante el espíritu alegre y jocoso. Podría ser más comprensiva y salir del esquema que he construido. Al menos por hoy. Sólo como una excepción.

—Bien, vamos hacía el saco más pesado.

Bruno abre la boca.

—¿Lo dices en serio? no creí que fuera a convencerte —Se apresura a dirigirse al área contraria del gimnasio, antes de que me arrepienta y lo vuelva a llevar a las máquinas.

Lo sigo con tranquilidad, observando como saca las vendas y los guantes de su bolso deportivo.

Suspiro.

—No soy tan mala.

Deja ir una risa corta.

—Oh, si, lo eres. Al menos entre estas paredes. —La sonrisa se le ensancha —Pero no me quejo tanto, me has sacado unos buenos músculos.

—Yo te entreno, el trabajo más importante lo haces tú en casa...

—Teniendo el descanso necesario, comiendo bien y bajando los niveles de estrés. —Me quedo en silencio.  Enarco una ceja —Me lo repites a menudo.

Siento como el color sube por mi cuello y se instala en mis mejillas.

—Veo que así es. —Carraspeo. Sus ojos tienen un brillo amable, con los nudillos ahora vendados, me aproximo a  ayudarlo con los guantes. Forcejeo un poco con el segundo—¿Cómo no te has hartado de mi? —Cierro el abrojo, y alzo la mirada hacia él.

—Me gustan nuestros entrenamientos, incluso si estás en modo sargento. Los viernes de sprint son lo más divertidos, de hecho, gracias por recuperar esa clase hoy. —Hago un gesto con la mano para que se calle. No sé las veces que me lo agradeció. Si supiera que el favor me lo hizo a mi —Honestamente, creo que la única que va a cansarse de alguien serás tú de mi, porque yo no planeo cambiar de entrenadora.

Una sonrisa curva mis labios.

—Soy buena, ¿eh?

—La mejor. —sentencia.

Mi boca se cierra en una tensa línea, y miro para otro lado. Si bien sus palabras tienen la intención de halagar mi profesionalidad, mi corazón magullado no nota la diferencia y se emociona con un cumplido de lo más normal luego de tanto autoflagelo. Pero mi mente, rápida e hiriente, se encarga de susurrar que eso no es cierto. Ni como profesional, o amiga, y ciertamente mucho menos como una mujer para conformar algo más que una amistad.

¿Dónde me deja parada en un futuro? ¿Cómo animarme a amar de nuevo cuando ya he sido rechazada con tanta indiferencia? Pasaría por otra tremenda decepción, estoy segura. Sería desechada, y me dirían que soy ingenua por creer que alguien tomaría la decisión de elegir quedarse a mi lado incondicionalmente. Ingenua e imprudente. También que soy fácil de olvidar.

Trago saliva, y paso el nudo que se forma en mi garganta.

—Basta de cumplidos, ya te dije que podías descargarte con el saco.

Ignorando que a penas soy capaz de respirar mientras en mi memoria se proyecta la película de lo que ha sido mi vida en estos dos meses; rutinaria, aburrida, vacía. Bruno cierra uno de sus párpados en un guiño. Y yo sonrío para tapar el dolor, como lo llevo haciendo desde esa noche. 

—Para mi próxima pelea estaré mucho más preparado, ¿Gabriel te mencionó dónde será? están entre dos lugares.

Mi mano se hace un puño, y enderezo los hombros, maldiciendo por permitir que mis emociones me dominen en mi ámbito de trabajo. Se supone que vine aquí para no pensar. Para mantenerme ocupada. Me obligo a tomar dos profundas respiraciones, y le doy la espalda, consciente de que si no me tranquilizo voy a montar un jodido espectáculo.

—Habrá más capacidad de público, y tengo fé en que se venderán todas las entradas. ¿Estarás ahí? tienes que venir. No faltaste a la primera, no puedes hacerlo con esta. Tengo que reivindicarme despues de esa derrota.

Todavía sin darle la cara, me muevo por el gimnasio, dándome un minuto para calmarme al mismo tiempo que finjo acomodar unas pesas.

No estoy sola. Tengo un hermano y amigos a quienes les importo. Estoy bien. No estoy sola.

Repito mi mantra una y otra vez, aquél que Joan me enseñó cuando era una niña, y me decía al despertarme en medio de la noche llorando y gritando por mis padres. Ellos jamás venían por mi. Recurro a ver más allá, como las colchonetas, el banco reclinable, y la puerta de salida. Nombro cada uno de los objetos en silencio. Uno tras otro, y los reitero. Me ayuda a centrarme, a salir de mi mente en busca de lo tangible. Recordar que mi jodido cerebro es el que está actuando de manera cruel e insensible, y que afuera de él posiblemente las cosas no estén tan mal como las veo desde mi perspectiva. Este fue otro método que Joan me mostró para tranquilizar las aguas agitadas dentro de mi cabeza. Volví a mis viejas costumbres cuando Katherine me confesó que el italiano no tenía planeado volver, ni a corto o largo plazo.

Con mucha dificultad logro serenarme, pero mi visión se ha empañado y tengo que pestañear para apartar las lágrimas. La opresión en mi pecho se disuelve a medida que transcurren los segundos, y yo, respiro. Expulso el aire por la boca, aliviada de poder haberlo contenido.

—¿Me has oído?

Siento su presencia detrás mío, me vuelvo a él, con la mirada cristalina y una herida que jamás ha cicatrizado en el corazón. Trago saliva.

—Si, no, disculpa —Llevo un mechón de cabello detrás de mi oreja, con una sonrisa tensa en mi boca y una leve nota trémula en mi voz —Era sobre la pelea, ¿no?

Bruno frunce ligeramente el ceño, pero asiente, acomodándose delante del saco de boxeo.

—¿Lo harás? ¿vendrás? —alinea los pies al ancho de sus hombros y me mira, levantando los guantes a la altura del rostro, listo para descargar un golpe.

—Claro que si.

Me voy a arrepentir de esto. Porque todavía me cae fatal ver nariz rotas y sangre brotando por todas partes. En aquella otra pelea tuve un mal rato, pero Alex... no, el Señor Cavicchini, mierda, me dije que ya no iba a mencionarlo, ni siquiera entre las paredes de mi mente.

Suelta un jab, y el choque del guante con la cuerina del saco de arena hace eco en el gimnasio.

—¿Qué tal tú hermano? me acuerdo que dijiste que iba a casarse —hace un cross excepcional. Fuerte y contundente.

—En dos semanas, así es. —observo su técnica. La forma en la que su torso se contrae debajo de la camiseta con cada cambio de movimiento. Sus gruesos hombros se ajustan hacia atrás y ataca de nuevo, sólo que sin detenerse por unos buenos cinco segundos enteros.

El chico es ágil y no sé porqué tengo la impresión de que lo está presumiendo.

Una gota de sudor desciende por el costado de su frente.  Sus ojos me miran a través de las hebras rubias que caen hacía adelante por su rostro.

—¿Estás emocionada?

Medito su pregunta y llego a la triste conclusión de que si bien me alegra que Joan haya despejado sus dudas y sepa con certeza qué es lo que quiere, me revuelve el estómago que tenga que ser junto a Cristina. Es mi amiga, y la voy a apreciar siempre, pero algo no me cuadra. Tal vez porque las cosas se fueron desarrollando de cierto modo, muy forzadas. Puede que lo haya advertido luego de nuestra discusión. En el pasado, estaría llena de ilusión, y ahora, mientras más se acerca la fecha, me encuentro más preocupada.

—Expectante.

Arquea una ceja, deteniéndose por completo. Su pecho se agita por los esfuerzos previos.

—Que respuesta tan interesante.

—Soy sincera. —acorto algunos de los metros que nos separan.

—Doy constancia de ello. —Sus ojos se desplazan por mis facciones. La curva de sus labios se levanta. Entonces esa confianza que destella en sus orbes verdes se apaga un poco, y en sus mejillas florece un tierno rubor. —Tú novio debe agradecerlo —bromea, y yo me congelo.

—¿Novio?

—Si, el elegante trajeado. Lo vi un par de veces. ¿De dónde es, por cierto? tiene un acento allí.

Colchonetas, banco reclinable, puerta. Colchonetas, banco reclinable, puerta.

—No era mi novio, y él... —Cruzo los brazos. —estábamos en páginas diferentes.

—Oh. —Sus cejas se levantan —¿Con quién irás a la boda, entonces?

Mi humor se desploma.

—Sola. —cruzo los brazos por delante, a la defensiva.

¿Qué ocurre con eso de ir sola a un evento? ¿Acaso es un crimen? Katherine quiere que busque a alguien con quién asistir, y Andrea le dice que me deje en paz. Pero Joan, joder, se está poniendo insoportable con ese asunto.

—Sabes... —Su peso cambia de un pie a otro. Me mira por debajo de sus espesas pestañas —Podría ir contigo. Quiero, bueno, sería una forma de agradecerte por entrenarme cada vez que te lo pido, aun si no me toca, tú haces un espacio en la agenda para mi. Estos dos meses te has quedado fuera de horario muchas veces, y no me molestaría ir contigo. De verdad, me encantaría ser tu acompañante. Te lo debo.

Cierro la mandíbula y me contengo para no perder los estribos.

—No me debes nada, y no necesito ir a la boda de mi hermano con una persona que sólo lo hace porque cree que tiene que devolverme un favor. —espeto. —Me ofende bastante.

—Joder, no, Dalila. —Se acerca más. —Sonó terrible, y no era mi intención. —bufo, caminando hasta los percheros. El boxeador me pisa los talones. No tengo que tener ojos en la nuca ni ser hipersensible a las emociones ajenas para saber que está apenado. Escucho como aclara la garganta. —Quiero ir contigo y no es porque me sienta obligado. Fue una excusa de mierda, pero es que tú...

—¿Yo, qué? —Siseo. Me vuelvo bruscamente hacia él, con el abrigo en mi mano y la paciencia en rojo.

Al conectar con esa mirada dulce me doy cuenta de algo.

Tan inmenso como es, como un jodido armario bien construido, con esa mandíbula cuadrada y esos ojos intensos, bajo la superficie, hay un chico de lo más atento. Y la manera en la que acabo de reaccionar, tan impulsiva, me hace extrañar a la Dalila relajada, a la que razona antes de actuar. La que sonreía a menudo y no se sentía atacada cada dos por tres. Es obvio que el problema soy yo. Que por seguir viviendo en el pasado, entro en conflicto con quién sea que se cruce en mi camino. Katherine, Joan, y ahora se suma Bruno.

Me convertí en una perra fría y gruñona, y no sé cómo volver a lo que una vez fui.

Bruno inspira hondo, reuniendo valor.

—Me pones nervioso. —admite.

Parpadeo, incrédula.

—¿Qué? ¿Por qué?

Su nuez de Adán sube y baja.

—Porque —Una risa brota de su pecho —Me gustas.

Cada fibra de mi ser se paraliza. ¿Qué le gusta de mi? Es ridículo. Le escribiría una lista repleta con todas las razones por las que no debería sentirse atraído. Diablos, son muchas. Estoy por rechazarlo amablemente. Las palabras se agolpan en la punta de mi lengua pero Bruno se anticipa.

—No tenemos que ir en calidad de cita, podemos ir como amigos. Sin presión. —Mi vista se pasea por su camiseta pegada a su torso, y de vuelta a su rostro.

—Sería faltar a mi profesionalidad, Bruno. Eres mi cliente, no mi amigo. —suspiro.

Entiendo que está siendo gentil y considerado, pero acaba de confesarme que se siente atraído por mi. Al final del día tendrá expectativas que no podré alcanzar, y yo estaré incómoda sabiéndolo. Además, va contra las reglas salir con los clientes. No porque Sandra me lo haya dicho, sino porque así es como funciona. Cualquiera que tenga dos dedos de frente comprende que esto solo arrastraría problemas. Si las cosas no resultan, ya sea como amigos o algo más, que no estoy dispuesta a probar ninguna, habría un ambiente incómodo entre ambos. Todo lo que me queda es el gimnasio. Lo único que me ayuda a que no termine por derrumbarme.

—Dije que no iba a presionarte, y mantendré mi palabra. No me des una respuesta ahora, piénsalo y avísame.

—¿Si sale mal? — enarco una ceja —¿Qué tal si vienes conmigo a la boda y te aburres? peor, te das cuenta de que no te gusto en lo más mínimo. Entonces todo sería muy raro en los entrenamientos. ¿No lo ves? y yo...—tartamudeo. Aún no estoy preparada para citas, o a la idea de tener si quiera una. —no va a funcionar, Bruno. Créeme.

Encoge los hombros.

—Elijo arriesgarme. —La serenidad en su voz, y la sonrisa que esboza, generan que me frustre.

Desconcertada no hago más que mirarlo.

Hasta aquí llegó la conversación.

—Continúa golpeando ese saco, Bruno.

Una suave risa brota de su pecho.

—Dime que vas a pensarlo.

Es inconcebible para mi salir con otro hombre ahora, o en unos meses. Todavía duele. Alexandro todavía me duele.

—Me pediste boxear. Usa esos puños. El tiempo corre.

Muerde su labio inferior y poniéndose en posición, dice;

—Tomaré eso como un sí. Tienes mi número, déjame saber si tengo que planchar mi camisa y lustrar mis zapatos.

Tengo esta urgencia de sonreír y la reprimo con un bufido fingido.

De regreso en mi edificio me sacudo la nieve del abrigo.

El Señor York me intercepta camino al ascensor. Sus bigotes bailan por encima de sus labios al hablar, y me distrae por un breve segundo. Su boca se mueve pero mi cerebro está fundido por el agotamiento. Después del viaje en metro que tuve me pareció una eternidad hasta que por fin llegué a casa, y ansío meterme en la cama con una taza de chocolate caliente.

Estrecho los ojos, incapaz de enterarme qué diablos está diciendo. En serio tengo que agregar horas de sueño a mi rutina.

—¿Me escuchó? esto es para usted. Llegó hace unas horas. —Me ve a través de sus gafas. Extiende un paquete rectangular envuelto en papel de cartón.

Mi corazón se detiene y me fallan las rodillas.

Doy con la pared a mi costado. Apoyo mi palma en la fría superficie, y titubeo al recibirlo.

El gentil recepcionista frunce el ceño.

—¿Está usted bien? se ve pálida, Señorita Bech. Déjeme ir por un vaso con agua.

Usualmente, la caja que habría enviado tendría un envoltorio más refinado, y un moño gigantesco en el medio. Pero me da igual. Ni siquiera me interesa lo que hay dentro de la caja, si es un obsequio costoso o un mero pisa papeles. Me importa la nota que nunca se olvida de poner dentro. Aquella que finaliza con la firma de su nombre y apellido, escrita con pluma y tinta negra.

¿Por qué ahora? ¿Por qué esperar dos meses para contactarme? ¿Es por la Navidad?

Todas mis promesas salen volando por la ventana.  Aquellas sobre dejar nuestros recuerdos donde pertenecen, en el pasado. Quise, me esforcé muchísimo, por abandonar nuestra historia, por más corta que haya sido, luché con cada célula de mi ser para iniciar desde cero. Pero no puedo. Lo necesito conmigo y lo extraño tanto, tanto.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos y sin aguardar un momento más arranco el envoltorio.

La decepción cala hondo al revolver dentro y no dar con ninguna nota. En su lugar, hay dos libros infantiles, unos que reconozco de inmediato. Las puntas están dobladas y las tapas desgastadas por los años. Me quedo viendo la caja, y todo rastro de alegría se muere con el último destello de esperanza que me quedaba.

—Aquí tiene, Señorita.

Pero yo estoy muda, observando los libros que Joan me leía una y otra vez cuando era una niña y nos escondíamos en los fuertes hechos con las mantas. 

Me muerdo el interior de la mejilla para no llorar.

¿Qué tan ilusa soy por creer que esto lo envió él?

—Oh, que detalle más bonito. Su hermano mencionó que le gustarían. Me dijo que lamenta no poder dárselo en persona, pero al venir aquí y encontrarse con que usted estaba trabajando, no sabía si podía esperarla hasta que volviera.

Asiento, sin quitarle la vista al interior de la caja. Medio presente y medio deseando esconderme en un refugio hecho con frazadas y almohadas, como hacía antes. Por esa época, funcionaba para callar el mundo exterior.

—Gracias, Señor York. —Parpadeo para apartar el agua de mi visión.

Sostengo el paquete con una mano, y con la otra, aprieto el botón del ascensor.

—¿No quiere beber un poco? no ha recuperado el color. ¿Está enferma?

Si un corazón roto puede considerarse estar enferma, entonces sí, lo estoy, y temo que jamás vaya a  recomponerme por completo.

—Le agradezco, ya voy a retirarme. Fue un día muy pesado. —El sonido de las puertas del ascensor al abrirse alcanza mis oídos. 

Una vez que estoy entre las paredes metálicas inclino la cabeza en un saludo, y al cerrarse las puertas, durante el minuto que me lleva llegar a mi nivel, concedo que las lágrimas fluyan sin parar.

Antes de entrar al departamento, con los ojos probablemente hinchados y la nariz roja, el celular vibra en el bolsillo de mi abrigo.

Es un mensaje de Joan preguntándome si me ha gustado su regalo.

Esta vez las lágrimas descienden por mis mejillas durante mucho rato.


•••


Año Nuevo.

Rechacé una sesión de spa gratis, y ahora puede que me esté arrepintiendo. Más o menos.

Kat merece tener tiempo de calidad a solas con Andrea, y  yo, necesito reacomodar mi vida. Quizás con nada más que mi propia compañía, sentada en la tranquilidad de mi departamento frente al televisor, tenga una especie de revelación divina sobre qué diablos hacer conmigo y el desastre que últimamente estoy siendo.

Con una manta sobre mis rodillas y un moño desordenado en mi cabeza, concluyo que está siendo un final de año muy deprimente, y es justamente por eso que me reprocho no haber ido con las chicas por algo de mimos y lujos en uno de los mejores sitios de Nueva York.

Urgo por más fideos chinos en la pequeña caja de cartón, y me los llevo a la boca, mientras veo en la pantalla un documental de asesinos en serie. Inclino la copa con vino hacía mis labios y me doy cuenta de que ya me he terminado el contenido. Miro la botella vacía en el suelo. Ups. Esa también me la terminé. Frunzo el ceño. Debería parar con el alcohol, pero hoy en particular, no me apetece seguir con las reglas. Como lo hice el día de Navidad. Ya lo sé, no fue la gran cosa, pero fue revitalizante. Además, mañana comienzan mis vacaciones.

¿De qué me sirve sujetarme a las normas si las cosas siguen igual de pésimas?

Un suspiro cae de mis labios a la vez que mis ojos vagan por el ventanal de la sala de estar, observando el cielo nocturno despejado. Al menos por hoy, después de dos días continuos de nieve, el clima nos ha concedido una tregua.

El murmullo del televisor apenas es captado por mis oídos, y mis pensamientos se alejan del aquí y ahora, revolviendo en mi memoria los recuerdos de mi familia por estas fechas.

A veces me frustro demasiado porque la imagen del rostro de mis padres se ha desvanecido conforme los años pasaron. Aunque la mirada triste de mamá jamás la olvidé.  Es una de las cosas que me sigue persiguiendo de mi pasado. Como los pasos inestables de papá cada vez que llegaba del casino al remolque, trastabillando con sus propios pies y los muebles roídos que él juraba se ponían en su camino, maldiciendo a los aires por haber perdido más dinero. Si es que teníamos suerte y regresaba por su cuenta a casa.

El rostro de papá es un lienzo en blanco. También olvidé como era el sonido de su voz, ni siquiera... ¿era grave? ¿o algo más aguda? En su cara, donde debería haber una boca, cientos de veces mi cerebro dibujó una, y si bien los labios se mueven, no se emite sonido.

Dejo la comida a un costado, sobre el almohadón del sofá, y me deshago de la manta, de repente con una sensacion molesta en el pecho, mezcla de enojo e irritación. Me pongo de pie.

Hasta hace una hora atrás me mantuve ocupada conversando con Joan por textos. A tres días de su boda, y a dos de la cena de ensayo, la situación es de estrés y nervios. Por lo que me tocó calmarlo, además de quitarle la culpa por no poder venir a cenar para celebrar el fin del año, con tanto que hacer, lo justo es que descanse en casa y esté con Cristina. Hasta ese entonces me sentía muy bien, algo melancólica, pero no lo suficiente para no distraerme con las pésimas bromas de mi hermano y los mensajes de audio que se colaban de su prometida, casi esposa, diciéndome que no me olvide de poner en mi bolso todo lo necesario para llevar al hotel. Desde el vestido que escogimos para que use como su dama de honor, los zapatos y los arreglos para el cabello.

Eso de ser dama de honor...

Volviendo al tema del hotel, están teniendo inconvenientes con el establecimiento desde la semana pasada, justo después de Navidad. Por lo que logré entender entre gritos histéricos y maldiciones de la castaña, el personal confundió las fechas de reservación para el próximo mes. No sería tan grave si no fuese porque han alineados dos eventos distintos, el de Joan, y el de otra futura pareja de casados, para la misma noche. Están haciendo lo posible y más para arreglarlo, pero ninguno está dispuesto a ceder su lugar en el salón, o las habitaciones. Aunque, al final, alguno deberá desistir de la guerra. La fecha está a la vuelta de la esquina, literalmente, y las opciones son limitadas. 

Le conté a Katherine el infortunio y le sugirió a Cristina que el hotel de Andrea sería genial para realizar el ensayo de la boda. Todavía hay asperezas entre esas dos, más por el lado de Kat. Está desconfiada de que haya retomado la amistad con Cristina, siendo sincera, hasta yo me lo he cuestionado. Pero confío que con el pasar del tiempo las cosas volverán a la normalidad, en todos los aspectos. Sin embargo, fue un lindo gesto por parte de la rubia hablar con Andrea por esto, quién aseguró no tener problemas en ofrecerles el espacio. Si esto sigue así, lo más probable es que el evento se desarrolle allí.

Lo bueno es que Cristina es su propia wedding planner.  Con tanta experiencia en el área, siempre planeado y armando para los demás, y muy acostumbrada a los imprevistos, no podía dejar de hacer su boda. Pero creo que habría disfrutado muchísimo más del proceso si lo hubiera dejado en manos de otro.

Camino por la cocina, revisando la alacena por otra botella de vino. La primera me la acabé demasiado fácil, y pese a que estoy un pelín mareada, abro las pequeñas puertas de madera, entrecerrando los ojos, registrando con la vista por ese vino blanco que compré recientemente. Una queja se desliza por mi garganta. ¿Se la bebió Kat? mierda. Supongo que tendré que ir a la tienda.

Me refriego el rostro con ambas manos, consciente de que si fuera realmente madura, me alejaría de aquí, y no usaría mi tristeza como excusa para hacer todo mi camino hacia la tienda y comprar más bebida. Sobre todo porque sé qué va a resultar de eso.

Voy a terminar hecha una bolita llorando en el sofá. El alcohol tiene ese efecto en mi. Descubrí luego de una fiesta a la que Cristina me arrastró en mi adolescencia que soy de las ebrias lloronas. Me juré no embriagarme nunca más.

Ahora, a dos meses de que se marchó el italiano, ya he derramado suficientes lágrimas para la siguiente década sin el vino de por medio, no quiero ni imaginarme lo que seré si continúo llenando esa copa de cristal que me aguarda en la sala de estar.

—Carajo —murmuro, al salir de la cocina para regresar sobre mis pasos hasta el sofá.

¿Desde cuándo recurro a una botella para apagar mis emociones? nunca, y no empezaré ahora, menos por un hombre. Me doy el placer de una que otra copa de vino por gusto, no porque no pueda estar sin beber. Me da asco si quiera que lo haya evaluado.

¿Mi padre no era un adicto al juego con el alcohol como una segunda adicción? hasta donde sé, mamá le reprochaba por el olor a whisky impregnado en su aliento y ropa cada vez que venía del casino. Aunque a esa edad no entendía que era el whisky, o un casino.

¿Qué es lo que estoy haciendo?

Apoyo los codos sobre mis rodillas, sentada nuevamente en el sofá, por más que no quiera, contemplo mi vida anterior. Lo que llevo haciendo durante semanas. Ir y volver en mi mente a un lugar que había abandonado hacía muchísimo tiempo.

No solía relacionar las cosas que hicieron mis padres, o los sitios a los que iban, con mi presente. Pero ahora, una copa de vino no parece tan inocente, porque bebo más de una, y la idea de entrar a un casino se me hace insoportable, cuando antes apenas si me movía un pelo. ¿Me estoy descarrilando? no quiero ser como mis padres, pero comienzo a creer que quizás no pueda escapar de ellos.

Aborrecía el ejemplo que me habían dejado, y yo quise ser completamente lo opuesto a ellos, y lo estaba haciendo tan jodidamente bien. Evité los lugares de mala muerte en mi adolescencia y nunca hice nada ilegal. Desde muy joven me puse el objetivo de ganar dinero de una forma digna, así que estudié, me capacité. Me formé para ser una persona decente, con valores y moral intachable. Alguien que sea leal a sus amigos, incluso cuando desde muy pequeña me enseñaron que las leyes se pueden burlar y que estafar no está tan mal. Yo deseaba ser lo que nadie, excepto Joan, fue para mi. Alguien que se queda y ama incondicionalmente a la otra persona.

Pero los recuerdos en esta clase de cofre que eché en el fondo de un vasto océano me están atormentando. Se filtran uno a uno. Da igual si le he puesto cadenas para asegurarlo, o que tan profundo en mi mente lo haya ocultado. Sea mi decisión o no, todo advierte que un día de estos va a terminar estallando.

Al final, nuestros fantasmas siempre resurgen.

Mi garganta se siente seca y mi paladar ansía un trago de esa bebida dulce con un matiz ácido. Mientras más me obligo a dejarlo estar, más mi cabeza me dice que no es tan grave ir por otra botella a la tienda. Que soy de las que tienen el control.

Pero sé que me estoy engañando. Efectivamente he estado bebiendo de más, ya no se trata de un acto para consentirme. Sobretodo por las noches. En mi soledad es cuando mando al carajo las reglas, y por la mañana, pretendo ser igual de recta y responsable.

En el fondo, bebo por la razón errónea.

No para relajarme, sino para olvidarle.

La respiración se me atasca a medio camino. Hay un cosquilleo en las palmas de mis manos.

Mierda.

Mierda.

Mierdaaa.

¿Cuando me convertí en esta versión femenina de mi padre? solo me queda escapar rumbo a un casino para ser la fiel copia de él.

Me levanto bruscamente del sofá, andando por la sala de estar, repitiendo que debo calmarme.

¿Cómo alguien que se ha desvanecido de una gran parte de mi memoria puede tener tal poder sobre mi? no tengo ni una maldita foto suya, o de nuestra familia. ¡No puedo ponerle una nariz, una boca o un par de ojos! ¡Por qué no sé cómo se ven en realidad! Monto una fotografía falsa sólo para llenar el vacío. ¿Por qué me está jodiendo la existencia alguien que, con sinceridad, no conozco?

No tengo conocimiento de qué le gustaba comer, cuáles eran sus actividades favoritas o si le molestaban los días de lluvia.

Tendría que haber ido a ese estúpido spa.

Me dirijo a mi habitación, y en el trayecto le doy un vistazo a la puerta de salida. Sacudo la cabeza. Céntrate en algo más, Dalila.

¿Qué tal leer un libro?

Abro la portada, ni siquiera leo el título, y sucede lo mismo con las páginas. Las letras se mezclan y las oraciones pierden el sentido, y yo cada vez pienso más en desconectarme de la realidad. Que si una copa de vino ha adormecido mi dolor antes, lo hará también ahora. Pero no es suficiente. Una botella no me ha saciado por completo esta vez, mucho menos lo hará una copa. ¿serán dos? ¿tres?

Cama, armario, biblioteca. Cama, armario, biblioteca.

Lanzo el libro sobre el colchón. Me pongo el abrigo.

Mi cuerpo reacciona por si solo, y al parpadear, estoy adentro del ascensor. Saludo con un corto asentimiento al Señor York, y luego me meto de lleno en la fría noche de diciembre.

Mi visión se desplaza por cada negocio que da a la calle. Ese remolino en mi pecho se agita con vehemencia, y la sensación de estar tan cerca de conseguir lo que deseo, me hace pasar la lengua por mis labios.

La primera licorería con la que me topo es a la que ingreso, y no me demoro en hacer mi pedido. Mi identificación y un par de dólares sobre el mostrador me entregan como recompensa una botella dentro de un paquete de diario. Ni siquiera sé quién diablos me atendió, o si me saludó, pero creo que ambos comentamos algo sobre un feliz comienzo de año nuevo.

No vuelvo al departamento.

El reloj en mi celular dictan pasadas las siete de la tarde, y yo ando por las calles de la ciudad, más ausentes de gente de lo habitual por la obvia razón de que la mayoría está reunido en sus hogares, celebrando y comiendo hasta reventar.

Sin rumbo en específico, aún con la botella sin abrir, mi agarre se afianza en el objeto de vidrio, cuestionándome qué diablos es lo que estoy haciendo. Mis pies duelen, pero no me detengo hasta llegar a Central Park, donde me acomodo en una banca, estudiando hacía mis costados por si hay alguien. Para mi suerte, no lo hay.

La humillación me desborda.

Humillación por el ser patético en el que me convertí. Por doblegarme tan sencillamente ante el dolor.

Está claro que tengo heridas sin sanar, y aunque en un inicio creí que mi malestar se debía a él, la verdad es que lo que pasó con el italiano solo sirvió para despertar algo que se mantenía dormido. Como si con un solo chasquido se hubiera desencadenado esta marea de sentimientos agobiantes y demasiado complejos, que yo había puesto dentro de ese maldito cofre emocional figurativo.

Que alguien más que amaba se haya marchado me jodió las neuronas. Jugué con el peligro. Me hice la superada y fuerte, actúe como si lo que me ocurrió de niña no fuera a repercutir de manera negativa en mi presente, porque lo había descartado. Subestimé mis traumas y volvieron para darme una bofetada en el rostro.

Por lo que ya no se trata sólo de él y lo que sucedió. Sino de mi y las cosas que debo resolver para estar bien.

Estoy jodida.

Le echo un vistazo a mi celular, y veo que hay un texto de Kat. Quiere que me una a su cena con Andrea, y yo me siento un estorbo del que mi amiga se tiene que hacer cargo. No puedo llegar con estos ánimos, voy a arruinar su noche. Rechazo la oferta con una respuesta breve. No me sorprende que no conteste, se acostumbró a la distancia que he impuesto entre nosotras, y creo que por hoy ya se cansó de insistir.  No la culpo.

Guardo el aparato.

Con la espalda recargada en el respaldo de la banca de madera admiro la altura de los árboles, y el césped que ha perdido fuerza en su usual color vibrante tras pasar la temporada de primavera y verano. En invierno, se apaga, se muere.

Miro hacia mi regazo, donde está la botella, y trago saliva, lentamente dándole rosca a la tapa.

Es solo un trago, si antes no importaba, si nunca tuve problemas con la bebida ¿por qué eso iba a cambiar? quizás estoy exagerando.

El olor a vino alcanza mi nariz y mi labio inferior tiembla, porque rápidamente me doy cuenta de que quiero tomar hasta la última gota. Gruño, con los ojos rebosantes de lágrimas y la vergüenza de estar siguiendo los pasos de mi padre impidiendo que levante la vista más allá del sendero señalado, por si hay alguien viéndome.

¿Que toca más tarde? ¿Póker y máquina de la fortuna? bufo.

Cierro los ojos por un segundo, respiro, llenando de aire fresco mis pulmones y el recuerdo de la puerta siendo azotada en el remolque, los gritos enfurecidos de mi padre y los ruegos de mi madre para que se tranquilice, explotan en mi cabeza.

El día que ocurrió esa terrible pelea papá metió sus pocas pertenencias en un bolso desgastado, y mamá se puso frenética, preguntándole a dónde pensaba ir y si esta vez iba a regresar. Él se fue sin mirar atrás, y mamá desapareció hacía su pequeño cuarto matrimonial, volviendo con una bolsa bajo el brazo. Años después entendí que era su ropa la que llevaba ahí, y el dinero destinado para la comida que Joan escondió dentro de una zapatilla llena de agujeros.

Mi hermano le reprochó el porqué se iba tras él, un hombre que no la valoraba a ella o a sus hijos. Joan, diez años mayor que yo, tenía la capacidad para lo que en ese tiempo consideré preguntas muy difíciles. Así que me quedé ahí, parada, observando como mi madre elegía a un esposo adicto sobre sus niños inocentes y demasiado jóvenes para enfrentarse solos a este mundo.

Ella tomó mis manos entre las suyas, y como cada vez que lo recuerdo, sus rasgos se desdibujan todavía más. Me miró a los ojos, con los suyos tristes y los míos confundidos, me dijo que era la niña más bonita que había visto, dulce y divertida. Que era un lindo rayito de sol. Pero que no había escogido tenerme. Tenernos. Ella no podía ni quería ser nuestra madre. Me besó la frente y se marchó.

Joan la siguió, implorando que se quede, que era muy chico para hacerse cargo de mi y que no estaba listo para semejante responsabilidad. Yo lo seguí a él, sin entender lo que pasaba, pero con un horrible dolor en el corazón. Ella nunca, jamás, volvió la cara hacía nosotros. Ni una sola vez.

En el momento en que mi hermano comprendió que era en serio, que ella se había ido, su mano sostuvo la mía, y desde los varios metros de altura que me robaba, clavó su mirada en mis ojos y me sonrió. El agua que se acumulaba en ellos no eran las ganas de estornudar que él me había dicho que tenía. Estaba aguantando el llanto, por mi. Me prometió que no tenía planeado dejarme, y que esa noche íbamos a cenar lo que yo quisiera.

Un toque frío en mi nariz me hace abrir los párpados.

La tregua se acabó. Está nevando.

Miro la botella, y me doy genuina repulsión por siquiera estar sosteniéndola. Es por esto, y sobre todo por el afán de apostar, que no pude tener una familia. Aun así, con la intención de soltarla, no lo hago, porque hay un suave susurro en la parte de atrás de mi cabeza que me dice que será un trago y nada más.

Entonces, de repente, pienso en lo que el italiano me dijo.

"Aunque no me veas estaré para ti. En todas partes, en cualquier lugar. Sólo llama y me tendrás. "

Titubeo al meter la mano dentro del bolsillo de mi abrigo. Suspiro. No hemos tenido ningún tipo de comunicación en estos meses, ni siquiera sé con certeza que vaya a contestar, y todavía me estoy recuperando de haber creído que en Navidad me había buscado. Pero lo que sé es que él no falla a su palabra y que necesito que sea mi salvavidas, porque me estoy ahogando. En la lista de contactos tecleo su nombre. No tuve el valor para borrarlo. No me animé, por más estúpido que suene, sentía que era el único hilo que nos mantenía conectados a tantos kilómetros de distancia. Literal y metafóricamente.

Mi dedo flota sobre su nombre en la pantalla y me digo que puedo ser vulnerable. Conoce parte de mi historia y yo conozco parte de la suya. Ambos la pasamos fatal en nuestras respectivas situaciones. No me va a juzgar.

Presiono y aguardo, con los latidos de un corazón desbocado retumbando en mis oídos.

Será irreal escuchar su voz luego de tanto tiempo.

Un tono.

Él va a contestar.

Dos tonos.

Detesta la tecnología, quizás dejó el celular por ahí, lejos de su alcance.

Tres tonos.

Presiono el celular contra mi oído, nerviosa y empezando a sentir el amargo sabor de la decepción.

Cuatro tonos.

Él no quiere hablar conmigo.

Antes de que suene el quinto, la llamada se corta, enviándome directo al buzón de voz.

La punzada en mi pecho es aguda.

Miro la pantalla del celular por un minuto o dos, allí, en blanco y sin moverme. Barro la mirada a la botella que está en mi otra mano.

La realidad es que no sé si me haré una dependiente del alcohol por beber una botella más, pero sé que significa un riesgo para mi por el motivo de tener un pariente que lo ha sido. Así que me levanto de la banca, y ando hasta dar con un cesto de basura. No lo dudo cuando arrojo la botella. No depende de nadie más que de mi lo que haga con mi vida, y este es un momento decisivo.

Sin embargo, la solitaria lágrima que se desliza por mi mejilla es a causa de algo más.

Anhelaba tanto oír ese perfecto acento, el terciopelo que esconde su voz y la serenidad que emana, que no tenerlo hablándome en mi oído ha sido un golpe muy duro. Aunque hubiera sido un llamado de diez segundos, carajo, me habría hecho inmensamente feliz.

Compruebo que Andrea tenía razón.

Trago saliva y me juro que ya no derramaré ni una sola lágrima por el Señor Cavicchini, que hay que avanzar y salir de este lugar oscuro en el que estoy hace semanas. Pero tengo que despedirme para dar por culminada nuestra historia. Decir adiós es clave para mi.

Así que aquí, bajo la nieve que cae del cielo, me dispongo a escribirle un mensaje.

"Hiciste de este año el mejor que he tenido, y deseo que el próximo, para ti, esté lleno de felicidad y mucho éxito. Adiós, Alexandro. "

En esta ocasión ya no espero una respuesta. Elimino su número de mis contactos y emprendo mi vuelta al departamento, aunque el trabajo para sanar mis heridas está recién comenzando.


•••

💔💔💔

de los últimos capítulos este, sin duda, fue el más cargado emocionalmente e íntimo sobre Dalila. Pero es bueno y necesario que la conozcan, para eso llegamos hasta acá y leemos el libro, ¿no? ❤️‍🩹

Si estás pasando por un mal rato, no bajes los brazos. Yo creo en vos.

Lxs amo infinitamente.

Belén 🦋

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