Esclava del Pecado

Por belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... Más

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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Por belenabigail_

Dalila POV's



Noviembre.


Con las mejillas sonrojadas, y la sensación de la piel áspera tirando de mi rostro, acomodo la bufanda alrededor de mi cuello. Me abrazo a mi misma, con el enorme abrigo que me cubre, y otras dos capas de ropa por debajo. Lo último que necesito es volver a caer enferma en la cama, fueron diez días muy largos, con tos y fiebre, justo como lo había previsto.

Mis pasos son apresurados, aunque me aseguro de mantener los pies firmes sobre la nieve, temerosa de tener un descuido y caer.

Al ver en la distancia el Anémona mi mente estalla con los recuerdos del italiano y yo ahí adentro. Como cuando me enteré que era el dueño en la noche de reapertura del restaurante, o la vez que cocinó para mi, y también me dijo qué es lo que esperaba de nosotros. Fue muy honesto, y sin embargo, fui una imbécil y me equivoqué. Caí en la trampa del amor.

Inspiro hondo al abrir la puerta, sacándome el gorro de lana para sacudir la nieve. El tejido está mojado, tan o más que mi abrigo, ni hablar de mis botas. Está haciendo un día espantoso, y sin duda echo de menos los cálidos días de verano.

No está más que el personal del restaurante preparando las mesas para el almuerzo, acomodando los manteles y poniendo en su sitio los cubiertos de plata.

Aquellos con los que cruzo miradas hago un corto asentimiento con la cabeza en forma de saludo. La mayoría aquí ya me conocen, así que no me preguntan nada mientras hago el trayecto hasta la cocina. Pero no ingreso, porque también hay gente dentro, haciendo tareas de aquí para allá, en la estufa, con las ollas en hervor, y la plancha. Desde afuera se puede sentir el calor, y por supuesto, los gritos del jefe de cocina, Joan, quien les recuerda con una voz alta y fuerte que el tiempo está corriendo.

En su lugar me pongo en puntitas de pie, esperando que me vea a través de la ventana de marco circular. Lo hace. Con una simple seña me dice que aguarde un momento.

Dicta unas cuantas órdenes más y quitándose el sombrero blanco, les informa que volverá en diez minutos, quince como mucho.

La puerta se abre y Joan camina bajo el umbral. De inmediato me estrecha entre sus brazos, y le devuelvo el gesto sin titubear. Apoyo la mejilla en su pecho,  sintiendo el olor a comida y sudor en su chaqueta blanca, aunque eso no me impide que lo apriete con más fuerza. Retengo las lágrimas. Lo extrañé muchísimo.

—Dalila —suspira, apartándose para verme a los ojos. —Vamos a la oficina, allí podremos hablar más tranquilos.

Lo sigo por el pasillo, consciente de que seguramente se trate de la oficina de su jefe. Por ende, el Señor Cavicchini. Aun me cuesta llamarlo así, pero resolví que era lo mejor. Si lo ponía en este lugar, en donde pretendía que nunca habíamos cruzado la línea, creí que haría más fácil superarlo. A más de tres semanas desde que se marchó, todavía estoy luchando con eso.

Por lo que lo veo de esta forma; tuve una breve historia con Alexandro, pero el hombre que me rechazó y me dijo que me fuera de su departamento era el Señor Cavicchini. Dos personas totalmente diferentes.

Razonando así he tenido avances, o algo similar. Por lo menos no estoy llorando como una bebé en este mismo instante, porque cuando entramos a la oficina, el aroma de su perfume continúa en el aire, y es lo primero que me envuelve al poner un pie dentro.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral, y yo aguanto, diciéndome que basta de lágrimas. No más recuerdos para castigarme. Al menos por ahora.

—¿Está bien que estemos aquí? —No sé si lo pregunto porque en verdad me preocupa que Joan llegue a tener  problemas o porque en el fondo preferiría estar en otro sitio.

Asiente, restándole importancia con un mero encogimiento de hombros.

—El jefe no está —Carraspea, con evidente incomodidad —Eso ya lo sabías, porque tú y él, bueno...

Lo detengo antes de que siga.

—Eso se acabó.

Sus cejas se levantan con sorpresa, y si bien hace un intento por encubrir el alivio en su expresión, falla estrepitosamente. Aplasto los labios en una línea, removiéndome sobre mis botas, sintiendo una patada en el estómago al hacer memoria de sus palabras en el pasado. Joan nunca apostó por nosotros. Viéndolo desde la distancia pienso que tenía razón. No íbamos a funcionar.

¿Qué haría un hombre como él conmigo? ni siquiera mis padres me quisieron, así que, por qué un empresario entre cientos de opciones de otras mujeres a su disposición; mejor educadas, hermosas, y de alta cuña, me elegiría.

La amargura empapa mi paladar.

Carajo, creí que era un buen partido. Me doy cuenta de que no lo soy, tal vez para nadie.

—Sé que este tema en particular fue lo que nos hizo discutir, y en serio, lamento mucho la manera en la que reaccioné cuando me lo contaste, porque lo único que logré fue herirte. —Hace una pausa. —También lamento que lo de ustedes no haya funcionado. —Tiene el ademán de tomar mis manos, me alejo sutilmente, no necesito su lástima.

—Sucedió hace unas semanas, estoy bien, no éramos compatibles. —Hago alusión a una de las tantas cosas que él mismo me dijo en aquella pelea; que era adinerado, que venía de otro mundo. Básicamente, que era demasiado bueno para ser real.

La culpa se filtra a través de sus facciones. Captó la indirecta. En otro tiempo, lo habría consolado, le habría dicho que entendía su preocupación y las dudas que lo habían atormentado. Pero no estoy con ánimos para eso. Puede quedarse con el gusto de saber que ha ganado. Además, ya se disculpó, y yo lo perdoné, ahora y en los textos que nos hemos enviado en estos últimos tres dias.

—Está su socia, Vannia, aunque viene de vez en cuando. Es insoportable. —Bufa.

Me ahorro la respuesta. La conocí por unos breves minutos y tengo que darle la derecha, no parece muy amigable.

Hago un vago sonido para indicarle que le he oído, perdiendo la concentración en los objetos que hay a mi alrededor. Como el resto de los espacios que ocupaba el Señor Cavicchini, no hay fotografías, ni muebles que dicten un estilo propio. Es muy elegante, y funcional, y fría, y su perfume está por todas partes. Pero aparte de eso se nota que no hubo un interés en plantar su personalidad. Porque como una vez me dijo, no se ata a nadie ni nada. Así es fácil llegar y aún más fácil irse.

—¿Sigue en pie lo de hoy? —vuelvo la mirada en su dirección. Frunzo el ceño, confundida. —La cena de acción de gracias, dijiste que Cristina y yo podríamos asistir.

—Ah, si, claro —asiento. Lo había olvidado por completo. Seguro Kat ya debe estar manos a la obra con el pavo, y con esas latas de salsa de arándanos, ansiosa para que todo salga perfecto. Creo que Andrea también nos acompañará. —¿Qué hay de tú horario? ¿terminas muy tarde?

—De hecho pedí el turno de la mañana y el almuerzo para poder ir. Te lo conté, ¿recuerdas? —Sonríe, divertido. Dibujo el intento de una sonrisa —¿Sigues con la medicación?

—Para nada, fue sólo un resfriado y el doctor dijo que ya no era necesario —paso los dedos por el bonito pompón que adorna el gorro de lana.

—¿Indicó algo más?

Podría mencionar que para el médico haber caído enferma se debió a un cuadro de estrés, mezclado con el frío y el agotamiento de tantas horas extra en el trabajo. Así que si, indicó descanso, tomarme las cosas más despacio y mejorar mi ingesta de comidas. Pero si le digo eso a cambio obtendré regaños, o un extenso sermón que no tengo ganas de oír.

—Abrigarme bien.

Asiente.

—Suena lógico, con este clima.

—Supongo que si. —desvío la mirada hacia el sofá color café, y me imagino al Señor Cavicchini sentado allí, con las gafas de leer puestas mientras repasa papeles del restaurante.

—¿Qué te gustaría para el postre? tengo tiempo al salir del Anémona, y sería fácil hornear algo. Lo que quieras. Sé exigente.

Vuelco la mirada en Joan, realmente desinteresada en lo que vayamos a tener como plato dulce para esta noche. Pero sé que él espera una respuesta entusiasta y alegre de mi parte, como cada vez que se ofrece a cocinar para mí.

—Dime que hay en el menú. —Sonrío.

Apoyo parte de mi peso sobre el borde del escritorio de madera, y cruzo los brazos sobre mi pecho, cuando mi hermano mayor imita mi acción y se pone a mi lado.

—Pastel, tarta de frutas, no lo sé, lo que se te antoje. ¿Qué tal una preparación con chocolate?

Hago una mueca.

—Pastel pero sin chocolate. —pido.

—¿Fresas?

—Frambuesas, y para el resto confío ciegamente en tú paladar.

Su brazo me envuelve por los hombros y me aprieta contra su costado, no me resisto, disfrutando de la familiar sensación que me otorga su abrazo.

—Te extrañé horrores.

—Lo sé —suspiro. —Yo mucho más.

—Fui un idiota egoísta.

—No lo niego.

Me da un suave empujón.

—¡Ey! ¿A dónde se fue esa versión de mi hermanita dulce? la prefería. —bromea. —Esta es más honesta de lo habitual.

Y apagada, como hermética.

Me alejo un poco de su tacto, rascando la punta de mi nariz, siento la piel sensible de mis labios arder ligeramente. La paso terrible en el invierno, y este año no es la excepción. Aun al estar en un ambiente climatizado tiemblo a causa del frío, y protesto en silencio, deseando estar dentro de las cobijas de la cama. Además me vendría excelente una taza de té.

—¿Cómo va la boda? —inquiero, insegura, porque ha sido un tema delicado para los dos.

Joan sonríe abiertamente, y es la primera vez que al hablar sobre esto veo cierto brillo en sus ojos. Se lo nota feliz, incluso emocionado. El peso que cargaba en mi corazón, preocupada porque este cometiendo un error, se aligera notablemente.

—Me involucre más en los preparativos, ya sabes, escuché lo que Cristina tenía para decirme. Bueno, tal vez la terapia tenga que ver con esto. Despejé muchas dudas, y puse otras que tenía sobre la mesa. Funciona, esa mierda en verdad funciona. —Pensé que sólo Cristina acudía a un terapeuta, y es una buena sorpresa que Joan también esté yendo. —Al principio fue difícil, pero una vez que te sueltas, dejas ir mucho, incluidas ciertas cosas que creías haber superado.

—Me alegro por ustedes. —Paso la lengua por mi labio inferior, y mordisqueo al detectar un pedacito de piel seca y agrietada. —¿Todo mejor, entonces?

—Por supuesto. Nos faltaba honestidad en la pareja, y cuando conseguimos ser abiertos, las cosas se fueron acomodando. Quiero una carrera, y me di cuenta que también quiero a Cristina, sólo que estaba muy acobardado para afrontar lo que implica la vida de un esposo. —Exhala un aliento largo, como si se estuviese maldiciendo mentalmente por su actitud de estos meses.  —Por su parte Cristina reconoció lo suyo, y nos perdonamos mutuamente.

Sus ojos se llenan con cariño, y me asombro cuando los espirales de la envidia se arremolinan como un veneno en mi interior. Parpadeo, decepcionada de mi, triste por ser una hermana de mierda.

—Apuesto a que será una boda impresionante.

Su mano se desplaza por su barbilla, rascando la barba incipiente.

—Lo será, pero antes de que vayamos a eso, necesito aclararte que ninguno quería ponerse en contacto contigo hasta que hubiéramos ordenado nuestro desastre. Estábamos molestos entre nosotros, y todo lo que hacíamos era joder a los demás, porque estábamos heridos y alguien herido no hace más que lastimar a los demás. Por eso me demoré, Lila. Tú sabes que jamás te abandonaría, ¿cierto?

Los bordes de mi visión pican con las lágrimas que me niego a derramar. Hago sonar la garganta, consciente de la ráfaga de malestar que me atraviesa el corazón. Por una u otra excusa la gente que me rodea desaparece, y luego vuelven como si nada. Como si no me hubieran destrozado. Pero es Joan, y le creo todo lo que me dice, cada palabra.

—Lo sé —Utilizo la misma oración, porque no se que otra cosa decir.

—Me voy a disculpar contigo hasta que me muera, ¿hecho?

Una carcajada corta y seca se desliza de mis labios.

—No hace falta, Joan.

Vacila por un segundo, hasta que la decisión resplandece en sus iris.

—Es que no te ves como tú —ladea la cabeza hacia un costado, observándome. Me encojo de hombros.

—Soy la misma.

—Eso no es cierto, y lo sabes.

Muerdo el interior de mi mejilla comenzando a irritarme. Estoy harta de que me digan que me veo como una absoluta basura, porque, noticia, tengo un maldito  espejo en casa. Chasqueo la lengua y me digo una y otra vez que puedo manejar esto. Que no tengo que mandarlo al demonio solo porque se interesa en mi. Aun si su aparente interés me crispa los nervios. ¿Qué le sucede a todo el mundo? Estoy cansada de tener a Kat encima mío, y a Cristina quien no para con esos textos, preguntando a cada rato como me encuentro, porque según ella, estaba extraña en el almuerzo. Ahora se suma a la lista Joan.

—Cristina me comentó el hotel donde tendrá lugar la cena de ensayo. Que pasaremos la noche allí y que por la mañana temprano irán el estilista y la maquilladora. No está muy lejos del Gotham Hall.—Que es el salón donde se celebrará la boda—Fue una elección inteligente.

Cambio el rumbo de la conversación con una naturalidad digna de admirar, y aunque mi hermano lo nota, lo deja pasar, no sin antes soltar un suspiro pesado. Entonces se recompone, y la alegría le vuelve al cuerpo.

—Estarán varios de nuestros amigos en común, y también los padres de Cristina —Me doy cuenta de que esto último le afecta, porque papá y mamá no estarán presentes en uno de los días más importantes de su vida. Sin embargo, disimula muy bien su angustia —Creo que igual invitó a Kat, a la boda y a la cena de ensayo. Le dijo que podía traer compañía.

—Si, lo hizo. Le envió una tarjeta hace unos días y luego un mensaje. —No hizo falta que se lo pidiera, estuve muy cerca de hacerlo, pero se me adelantó. Lo más probable es que la haya invitado por mi. Cuando ella no estuvo, Kat si, y viendo su error, supo valorarlo.

Tal vez empieza una nueva etapa para las tres. 

—¿Por qué no traes un acompañante también? —Alza las cejas —Para la cena y la boda. A ambos.

Frunzo el ceño.

—Estaré con Kat, no necesito llevar a nadie más.

Pero si la rubia decide invitar a Andrea sería un poco incómodo. No seré más que un mal tercio. Inspiro hondo. Tampoco es un delito que vaya sola. No todo el mundo llega en pareja a una boda. Y esa cosa del ensayo es mera formalidad, ¿cierto?, además, no me apetece estar colgada del brazo de nadie. Por una buena temporada voy a huir de cualquier tipo de interacción más allá de lo amistosa con un hombre.

A la mierda con las relaciones.

—Lo sé, pero me refiero a una cita.

—Lo capté a la primera —sacudo la cabeza —, y sigue siendo un no. Pero es muy considerado que me dejes invitar a alguien.

Algo muy similar a la tristeza empaña su mirada.

—¿Estás segura de que te sientes bien?

Esa es mi señal para largarme de aquí.

—Tienes que volver a la cocina, y yo tengo que ir al gimnasio —me pongo el gorro de lana, y giro sobre mis talones, ya con una mano sobre el picaporte de la puerta y unas tremendas ansias de irme del restaurante. —Te veo esta noche en el departamento.

—Dalila —paro de golpe al oír mi nombre salir de sus labios, con la mitad del cuerpo adentro de la oficina y la otra mitad en el pasillo. Lo miro, y parece que está a punto de decir algo, pero se convence de no hacerlo —, si. Nos vemos esta noche.

Camino por el pasillo con una horrible sensación instalada en el centro del pecho, porque todavía puedo sentir su perfume en mi nariz, y en un acto de traición, mi cuerpo hace perfecta memoria de sus caricias sobre mi piel, de los oscuros mechones de su cabello entre mis piernas y sus dedos clavados en mis caderas. O de sus duras embestidas mientras me follaba en el sofá de casa sólo para susurrar palabras bonitas en el oído después. 

Me enfurece no poder arrancarlo de mi mente, pero más aun, de mi necio corazón.

Ensimismada en mis pensamientos apenas me percato de que a la misma vez que yo intento salir del Anémona otra persona quiere entrar. Me hago a un costado para dejar a la persona ingresar, sin hacer contacto visual, espero a que avance, impaciente por ir a trabajar. Pero mis deseos no son escuchados y en menos de cinco minutos me detienen por segunda vez.

—Nos conocemos, ¿no es así?

Levanto los ojos. De inmediato me arrepiento de hacerlo.

Cierra la puerta detrás de ella, porque está nevando y el frío se filtra a través de la abertura. Sonríe de forma educada, pero hay un destello de superioridad en sus orbes.

Dinero puro es lo que grita con sus zapatos Louis Vuitton y el tapado Channel salpicado con copos de nieve que descansa en sus hombros.

—Nos encontramos en una ocasión. —asiento, echándole un vistazo fugaz a la puerta.

Me queda viendo por un momento hasta que esa sonrisa que adorna sus labios comienza a desdibujarse. Por supuesto que sabe quién soy.

—Estabas en la oficina de Alex —No podría comenzar a explicar lo mucho que me molesta que le diga así, como si existiera toda la maldita confianza del mundo entre ellos dos —Dalila —pronuncia lentamente —Un nombre muy interesante. —No contesto. ¿Qué podría decirle? Entonces ella recarga su cadera en una sola pierna, y cruza los brazos sobre su pecho —Te preguntaría si viniste a verlo, pero supongo que sabes que se encuentran en Italia.

Mis tripas se revuelven. Estoy al tanto de ello sólo porque a Andrea se le escapó, de no ser por ella, seguiría en la oscuridad. Pero el Señor Cavicchini nunca tuvo ningún tipo de obligación conmigo, así que, mi enojo está de más. Sin embargo, el dolor de que ni siquiera haya considerado despedirse correctamente entumece cualquier otro sentimiento.

Por lo menos Vannia no sabe que ya no estamos juntos, tengo el presentimiento de que daría saltos de alegría y se reiría en mi cara.

Bueno, si no le importó decírselo a su propia hermana, ¿por qué lo haría con su socia?

—Vine por mi hermano. —Me ando sin vueltas— Me encantaría quedarme a conversar contigo pero ya debería estar rumbo al trabajo. 

Me ignora como si mis palabras no fueran más que un irritante murmullo en el aire.

—Me llamó ayer, con la diferencia de horario entre los países, creo que se olvidó de que aquí estábamos en plena madrugada. —Los músculos de mi espalda se tensan. No me gusta por dónde va esto —Ya sabemos cómo es. Absurdamente adicto a sus negocios. Quería que lo ponga al corriente con el restaurante.

Casi suspiro del alivio. Es normal, ¿no? tener llamadas con tú socia. Ella lo acaba de decir.  Además, acá estamos atrasados por seis horas. Tal vez si se le olvidó. No obstante, sigue sin agradarme, y no hay nada peor que saber que no tengo ningún derecho de sentirme así.

—Dime una cosa, ¿lo de ustedes es muy formal?

Me congelo en mi sitio y ese remolino en mi interior vuelve a surgir, quitándome el aire y cerrando mi garganta.

—¿Por qué? —Inquiero, con un tono más brusco del que pretendía.

Manten la jodida calma, Dalila.

—Por nada en particular, es que en todo este año jamás lo había visto con nadie.—arquea una ceja, mirándome con desdén— Tampoco te había mencionado antes, en ninguna oportunidad, y ha tenido demasiadas. Nos gusta ponernos al día con un almuerzo de por medio, y él... bueno, nunca dijo tu nombre.

—Quizás no son tan cercanos como lo crees. —Voy directo al ataque. Por favor, me lo ha dicho el italiano. No tienen una relación más allá de lo estrictamente profesional.

Su mandíbula sufre un tic y en esos ojos claros hay malicia.

—O puede que no seas tan relevante. —Una astilla se clava en mi corazón, y ella ve que ha tenido un efecto en mi. Sin embargo, no vuelve a arremeter, se tranquiliza, y respira. Primero están las apariencias y para las de su clase perder el control está prohibido —Como sea, me llamó y me invitó a acompañarlo en Italia. Adoro Europa en el invierno. Su casa es un espectáculo cuando nieva. ¿Tú vas a ir?

No llores. No llores. No llores.

—Mis vacaciones no comienzan hasta dentro de unas semanas.

—Oh, que lástima —Finge decepción —Debe ser terrible tener un empleo tan demandante. —Sus ojos me miran de arriba hacia abajo. Su boca se tuerce con una mueca.

Desde que era pequeña, y estaba sucia y mi ropa con agujeros, no me había sentido tan poca cosa. Entonces, incluso con mis deportivas de marca, aunque no tan caras como sus zapatos, y mi cabello suelto y suave, estoy de nuevo allí. En el remolque, parada entre la mugre y el desorden, mientras Joan sostiene mi mano y me promete que va a encontrar algo con lo que cocinar.

—Estoy orgullosa de lo que elegí ser, así que no, lo disfruto mucho, de hecho. —No voy a permitir que me humille ¿Ella gana más que yo? ¿tiene más dinero? es obvio, pero eso no la hace de ninguna forma mejor.

—Mhm, que entusiasta de tú parte.

—Ya voy a irme. —Rezo para que nadie más se interponga en mi maldito camino. Pongo la mano en el picaporte y lo gracioso es que soy yo la que se vuelve a ella. —Te diría que fue un gusto verte, pero no acostumbro a mentir.

Hay olor a pavo cuando entro en el departamento.

Kat y Andrea están en la cocina, bebiendo vino, mientras se ríen a carcajadas porque la italiana apesta en la sencilla tarea de quitarle la cáscara a las patatas. La rubia está con un delantal rosado, mientras le explica cómo es que tiene que hacer, repitiendo que por favor no se corte el dedo.

—Eso huele bien. —digo.

Las dos se giran hacía mi. Al instante la rubia agarra otra copa y la llena hasta la mitad. Me la entrega aunque previamente me estrecha entre sus delgados brazos. Andrea me guiña el ojo desde la distancia, y vuelve a las patatas, maldiciendo entre dientes en su idioma.

—¿Cómo estuvo el gimnasio?

—Normal. —encojo los hombros.

—¿Te tocó con Bruno? —inquiere, poniéndose al costado de la italiana.

Le doy un sorbo a mi copa.

—Si, se está volviendo muy ágil. Tengo una reunión con su entrenador de boxeo la semana próxima. Va a estar más que listo para su siguiente pelea. Espero que esta vez gane, se lo merece.

—¿Quién es Bruno? —Andrea suelta el pelador, y frunce sus labios carmesí. —Me cansé. La cocina es tú territorio.

Katherine se ríe y acepta continuar ella sola. Desde aquí vislumbro las latas de salsa de arándanos.

Recargo mi peso en el umbral de la puerta, y bebo un trago largo de vino rosado. Joder. Lo necesitaba. Tuve una jornada demasiado extensa.

—Mi cliente.

—¿Es caliente? —Me mira con picardía.

—No lo sé —respondo con sinceridad.

—¿Cómo que no lo sabes? —Kat le extiende un trozo de zanahoria cruda y Andrea lo mira como si fuera veneno. —¿Eso para qué?

—Tienes que comer más saludable.

—Oh, tesoro, no soy un conejo. Aleja eso.

—Es sólo un poco. ¿Cuando fue la última vez que comiste una ensalada?

Que divertido. Creo que hallé una enorme diferencia entre ella y su hermano. El Señor Cavicchini prefiere siempre las "comidas completas" con proteínas, grasas saludables, etcétera, sobre las que son categorizadas como chatarra.

—Prefiero un buen trozo de carne, gracias.

—Por favor, Andrea, ¿una mordidita? —agita las pestañas y clava los dientes en su labio inferior. La idea de resistencia parece disiparse de la expresión de la italiana.

—No prometo terminarla, ¿bien?

—¡Eso es! ¡Estoy orgullosa de ti! —planta un beso en su mejilla.

No es hasta que Kat regresa con el pavo y las patatas que Andrea rueda los ojos al cielo y niega despacio. Muerde la zanahoria y pronto está poniendo cara de arrepentimiento. Mastica, mastica y mastica, sin tragar.

—Es horrible, por Dios —susurra.

Me río en silencio.

—Traga de una vez —le digo en un tono bajo.

Le da una mirada de desprecio a la verdura.

—¿Y por qué mierda es tan naranja?

—Porque es una zanahoria. —Arqueo una ceja.

—Ahora comprendo porque nunca uso este color. Debo relacionarlo con las zanahorias.

Me carcajeo y pronto me obligo a callarme porque Kat nos echa una mirada intrigada.

—Respecto a ese cliente tuyo, ¿cómo puedes no saber si es apuesto? —Le da un vistazo a la rubia y como ve que está con algo más, se acerca rapido hacía mi, y mete dentro del bolsillo de mi abrigo el trozo que le queda sin comer. —Hazme este favor y estaré en deuda contigo para siempre. —A penas la escucho decir.

—¿A cambio puedo pedir cualquier cosa? —Estoy jugando, obviamente, pero esto está siendo demasiado entretenido como para no aceptar.

—Lo que sea. —Hay desesperación en su voz.

Asiento, y ella sonríe, caminando hacia la copa de vino sin terminar que dejó sobre la mesada de mármol.

—Dime, ese tal Bruno es rubio o moreno, eso es sustancial.

Sonrío de costado.

—Rubio.

—Es para ti.

—¡Eso solo lo dices porque yo soy rubia! ¡Es muy obvio que tienes un tipo, Andrea! —Katherine chilla, abriendo una a una las latas de arándanos. Luego saca el pavo del horno y lo revisa. No debe estar listo todavía porque lo vuelve a meter dentro.

Menea la cabeza.

—Puede ser. —Agarra la botella de rosado —Pero tienes que confesar que tengo un muy buen gusto —Desde mi ángulo veo las mejillas de Kat ponerse coloradas.

—Aquí no, que está la pequeña Dalila.

Andrea clava sus ojos en mi, y no tiene que abrir la boca, sé que está burlando de ella. Niego al ver la esquina de sus labios curvarse.

—¿A qué hora llegan tú hermano y Cristina? —Mi amiga limpia sus palmas en el delantal, y luego su frente, dónde corren algunas gotas de sudor. Exhala, poniendo las manos a cada lado de las caderas.

—A las siete y media. ¿Te ayudo en algo?

—¿Puedes con el resto de las patatas? mi ayudante era un completo desastre —bromea.

—Me ofendería si no fuera cierto pero lo es.

Me dirijo hasta la pileta de los trastos y abro el grifo, poniendo las manos bajo el chorro de agua. Luego con un trapo seco el agua que se escurre entre mis dedos. Tomo el pelador, y empiezo. No soy la más habilidosa en la cocina pero me defiendo en lo básico.

—Un mes y medio para que se casen, el tiempo pasa volando. —dice.

—Si, estaba muy emocionado.

—Andrea vendra con nosotras, ¿verdad? —gira la cabeza hacia ella. La italiana dice que si, haciendo un gesto con la copa que sostiene. En efecto será ese amigo, ¿cómo le dicen? Steve. Carajo. Voy a ser Steve. Está bien, puedo estar sola, no tengo por qué ir acompañada —Le hablé sobre que será en el Gotham Hall, y le fascinó. Dile, Andrea. Estuviste allí antes.

—Me di un paseo cuando estaba visitando algunos edificios en los que estaba interesada, al final, me quedé con mi hotel. Pero ese es un salón genial y no es barato.

—¿También vendran a la cena de ensayo?

—¡Claro! no te vamos a dejar sola con toda la diversión. —Me mira y me remuevo incómoda, porque sus rasgos se van transformando hasta tener esa cara. La cara que lleva haciendo hace días. Como si se sintiera triste, preocupada y asustada. Todo a la vez. Como si hubiera algo que me está ocultando. Carraspea. —¿Eso ya está? fantástico, sigue con las zanahorias, por favor, y Andrea, ya sé que tú no te comiste todo.

—Te advertí, bebé.

Bufa.

—Me vas a matar, actúas como si fueras alérgica a los vegetales.

—Soy alérgica a la comida que no tiene buen gusto.

—¡La mayoría de las cosas no las probaste! —Se acomoda su desprolijo cabello en un moño aún más desordenado. Los mechones dorados enmarcan sus facciones —Le tienes terror al brócoli, y qué hay con las espinacas. Te pondrán muy fuerte, no puedes asegurar que te desagradan si ni siquiera intentaste darles una probada.

—¿Popeye te pasó el recado?

Aprieta los labios, aguantando una sonrisa.

—Siguen los tomates, es imposible que no te gusten esos.

La italiana parpadea.

—Oh, pero esos me gustan —Kat se ve tan jodidamente ilusionada —Licuados en una salsa arriba de la masa para pizza.

Por segunda vez, ella bufa.

—Yo sé que aun hay esperanza para ti, no me voy a rendir.

La cena está lista cuando las agujas del reloj dan las seis. Así que me tomo mi tiempo bajo la regadera, antes de que Cristina y Joan lleguen, para limpiarme las horas en el gimnasio y quitarme algo del estrés.

Le doy un vistazo a mi armario y decido que iré muy sencilla para esta noche, después de todo, se trata de una reunión familiar.

Con el cabello todavía húmedo salgo de mi habitación, y me encuentro a Andrea en el sofá, con la nariz metida en el celular. Recorro con la mirada la sala de estar, Kat no está, por lo que intuyo que ahora es ella quien está tomando un baño. La pobre estuvo desde esta mañana cocinando, y valió la pena cada minuto que estuvo frente a la estufa. Se fijó en cada mínimo detalle de la decoración para la mesa, con el enorme pavo en medio, y las copas de cristal, se ve como una clásica cena de acción de gracias.

Lucho para que mi cerebro no dirija mis pensamientos a ese lugar oscuro. Donde ninguna de las festividades importaban, porque en casa  jamás teníamos nada que celebrar.

La italiana levanta la cabeza al sentir mi presencia, pero su celular comienza a chillar. Se disculpa con una sonrisa, aunque hay una leve contracción en su mandíbula al ver el nombre de la persona que la está llamando.

—Lo siento —Pega el aparato a su oído.

Kat sale de la habitación y la italiana aprovecha que el espacio está disponible para cruzar la sala de estar en busca de privacidad. Le hace un pequeño gesto a la rubia, y ella le sonríe, indicándole que está bien.

Mi amiga y yo nos miramos por un breve instante. Un suspiro de cansancio brota de sus labios, y se sienta a mi lado, recostando su cabeza en el sofá.

Tiene el cabello suelto, y algo de maquillaje en sus pestañas y labios. Unos lindos aretes dorados cuelgan de sus orejas. Por lo demás, también optó por un atuendo tranquilo, pero igualmente femenino.

—Esta noche voy a tener pesadillas con pavos.

—Y no te olvides de las patatas.

—Ugh, va a ser un sueño muy interesante.

Curvo los labios con una sonrisa.

No transcurrimos más de un minuto en silencio y Kat vuelve a hablar.

—¿Cómo te sientes? quiero decir, hoy fuiste al restaurante.

Mi estómago se retuerce y tengo el instinto de cambiar de tema, o de levantarme e irme a mi dormitorio hasta que mi hermano y Cristina lleguen.

Sin embargo, no puedo escapar de cada situación en la que el nombre del Señor Cavicchini esté envuelto. El único motivo por el que permanezco quieta, con las manos entrelazadas sobre mi regazo y la mirada fija en la pared blanca delante mío, es porque sé que estoy siendo infantil, corriendo lo más lejos posible como si eso fuera a arreglar mi corazón roto. Y si continúo evadiendo a Kat, más encima mío la tendré.

Pero cuando quiero confesarle que me ha sido casi imposible estar en la oficina del italiano, rodeada de su perfume, recordando sus ojos oscuros y la manera en la que me miraban con tanta profundidad, como si de verdad le importara. Como si de verdad me viera. Mi boca se seca y el destello de dolor que me atraviesa el pecho me impide ser vulnerable. Porque una vez lo fui. Expresé mi temor al abandono y aun así se han marchado. Sin contemplaciones. Sé que soy una historia vieja para él. Invitó a Vannia a unirse a su viaje, y entre esas llamadas nocturnas, no me costó más que sumar dos más dos para comprender. Lo que me llevó a tener un pequeño ataque de llanto en el baño del gimnasio.

Le ofreció hospedaje en su casa, y sé por fuente propia lo reservado que Alexandro es. En su penthouse la mayoría de las veces no éramos más que nosotros dos, y quizás Mayra, cuando era día de limpieza. Después, la puerta se mantenía cerrada para todos.

Por lo que si guardaban una relación puramente profesional eso quedó atrás.

Me cuestiono si ha esperado a que terminemos para ir detrás de ella, o si simplemente me vió la cara de tonta, y jugó a dos puntas.

—Estaban preparando el menú del mediodía.

—Me refiero a que...

—Joan me prometió que traería el postre.

—Dalila, detente, eso no es sobre lo que quiero charlar.

—Conversamos sobre la boda, pero no entramos en los detalles.

—Puedes ser honesta conmigo. Por favor, Dalila. Te estás marchitando.

Aprieto los dientes y me vuelvo bruscamente hacia ella. Clavo mis ojos en los suyos.

—¿Qué quieres de mi, Kat? —Siseo, y le doy un vistazo a la puerta de su habitación. Lo último que necesito es que Andrea nos escuche —¿Que te diga lo jodidamente ridícula que soy por sufrir por un hombre que ni siquiera me da la hora? quién me dejó, y no se molestó en despedirse. — Ahogo un sollozo. Me siento como un maldito inconveniente, algo de lo que la gente puede deshacerse con facilidad. Una pelusa en la blusa, una piedra en el zapato. Mis uñas se clavan en la tela de mi pantalón —¿Por qué te empeñas en traerlo a la superficie? —espeto, lanzándole una mirada feroz.

—¡Porque te estás enfermando! mírate al puto espejo, Dalila. Si, no me pongas esa cara. Fui delicada al respecto, me esforcé por ser sensible y motivarte a hablar de tus emociones, fui paciente. Pero no más, porque cada día que pasa veo como te apagas. ¡Que se joda! ¡No supo valorarte! —Medio susurra, conteniéndose para no chillar debido a la frustración. —Pero di algo, ¡maldice! ¡grita! ¡patalea! ¡reacciona, carajo! Es válido sentirse mal.

Lo que ella desconoce es que estoy desbordada de dolor y tristeza, que sí, maldigo y me quiebro. Cuando lloro por las noches, recostada en la cama porque echo de menos su cuerpo abrazado al mio y no me deja conciliar el sueño. Y en los cubículos del baño del trabajo, como esta tarde. O en la ducha, hace veinte minutos atrás, me sorprendí a mi misma con lágrimas silenciosas deslizándose por mis mejillas.

Me estoy asfixiando con todos estos sentimientos dentro mío, y vivo en una constante implosión, sólo que sucede en la intimidad.

—Estoy harta de tener que repetirlo, estoy bien. Mírame, Kat. Jodidamente más que bien.

Eso la hace explotar.

—¡Deja de engañarte! ¿Cómo puedes no reaccionar? te enamoraste y te jodieron. ¡Es correcto llorar por eso!

—No insistas más. —Me pongo de pie y ella me imita. A la mierda. Quiero escapar de esto y lo voy a hacer.

—¿Cuántas veces vamos a tener que pasar por esto, Dalila? háblame. Dime algo. ¡Lo que sea!

—¿Por qué no gritas más alto, huh? Andrea está en la habitación de al lado y estás prácticamente gritando a los cuatro vientos. ¿Por qué no la traes aquí? total, ya se enteró de lo idiota que soy por enamorarme de su hermano. Que esté en primera fila para comprobar cómo se ve esta imbécil que creyó, joder, yo creí que nadie más me iba a abandonar.—Mi respiración se acelera. —, que equivocada estaba al arriesgarme así, acá están los resultados.

Su expresión decae, culpable, inspira hondo y hace el ademán de llegar a mi.

—Lo siento, no me di cuenta de que yo...

—¿Está lista la cena? —Ambas nos sobresaltamos.

Cierro los párpados por un segundo. No hay forma de que no haya oído nuestra discusión. ¿Cómo pude perder el control así? Al abrirlos me encuentro con que Andrea me está observando, y hay empatía en el esmeralda de sus orbes.

Katherine carraspea y asiente, alisando su falda.

—Estaba a punto de condimentar el puré de patatas.

—Ve tranquila, aquí estaré con Dalila. —Sus ojos se mantienen pegados a los de Kat. —¿Si, tesoro?

La rubia duda, y se mueve en otro intento por alcanzarme. No sé si es porque aun me encuentro alterada, o enojada, tal vez ambas, pero retrocedo nuevamente. Su rostro se contrae.

—Estaré en la cocina.

Gira sobre sus talones.

El alivio afloja los músculos de mis hombros, pero no dura mucho, porque la italiana se encamina hacia mi. No puedo ni tengo energías para hablar de él, menos con su hermana. Sin embargo, ella tiene otros planes.

—¿Quieres saber cómo está? era él al teléfono.

Me muerdo el interior de la mejilla. Creí que iba a reprocharme por no soltarlo, que llegarían los insultos y las amenazas.

Alzo los ojos hacia ella.

El primer impulso es responder que sí, anhelante por saber cómo está luego de casi un mes sin contacto. Pero mi mente me trae el recuerdo de Vannia presumiendo que la estaba esperando en Italia, y mi corazón llora.

—¿Te pidió que me cuentes? ¿Te pregunto por mí? —Ella se queda en silencio. Seco una lágrima traicionera. —Entonces no. La que debe superarlo soy yo.

Es delicada al posar su mano en mi brazo, dándole un apretón suave, percibo que quiere consolarme.

—Él ya ha pasado página, Dalila. Sólo quedas tú.

•••


Andrea POV's.


—¿Cómo estuvo la reunión? —Inquiero, sentada en la cama de Kat. Me quito los stilettos. Amo los zapatos altos, pero estos me están matando.

—Todo sigue su curso. —Su tono áspero y el tinte amargo me indican que está de malhumor. Nada nuevo. De las míseras tres llamadas que hemos tenido en este mes las tres han sido así. Escuetas y con un terrible mal genio de su parte.

—¿Qué hay de Luciano? dime qué se está comportando. —Pongo un mechón de cabello entre mis dedos, y le doy la vuelta, pensando que debería sacar un turno con mi estilista. O conseguir uno nuevo. Por dios, últimamente siempre está ocupado.

¿Qué le sucede? como si no supiera quién diablos soy. Que maldita falta de respeto.

Subo las piernas al colchón, con la espalda recostada en el cabezal, me percato de que no he comprado un postre para esta noche. Traje el pavo, el más regordete y costoso que pude hallar. Kat merece lo mejor. Pero el plato dulce, mierda, se me pasó por alto. ¿Qué hay del hermano de Dalila? es Chef, con suerte lo trae él. Sino, vamos a estar jodidos.

—Luciano no cambia. Sigue tan desobediente y soberbio como hace un año —escupe.

Levanto las cejas, empezando a sentir esa familiar sensación de calor en mi pecho. La ira que se arremolina y me impide pensar con claridad.

—Asi que no aprendió nada.

Resopla.

—Si no fuera nuestro hermano, dannazione, gli darei una cazzo di lezione. (maldita sea, le daría una puta lección)

Después del sacrificio que hicimos, de lo que Alexandro entregó por él, me asombra la poca lealtad de mi propia sangre. Incluso sé que todavía hay mucho que no me contó con tal de cuidarme, y también, para proteger a Luciano. Porque estaba más que dispuesta a ir tras él, lo único que me detuvo fue la órden que vino de arriba. Pero su sufrimiento, los gritos retumbando entre las paredes de mi hogar en la madrugada y la oscuridad que estuvo muy cerca de consumirlo, provocó que sea menos considerada con mi hermano menor, y mucho más protectora con el mayor.

Para nosotros la familia lo es todo, el inicio y el final. Estamos juntos en los negocios, y fuera de ellos. Aunque Luciano decidió hace dos años que quería forjar su propio camino. Inaceptable. Tan jóven y arrogante. Era obvio que no llegaría muy lejos y así fue.

Pero los problemas que generó, y las consecuencias que estos trajeron no discriminan, persiguiendo a todos los que portemos el apellido Cavicchini.

—¿Sei in Sicilia? (¿estás en sicilia?)

Non, tornerò domani. Dovevo fare un breve viaggio a Roma. (No, volveré mañana. Tuve que hacer un viaje corto a Roma) —Mis oídos captan el tintineo del hielo en un vaso y me lo imagino sentado en una silla de cuero, vestido con un implacable traje Armani color negro y una copa de brandy en su mano.

Stai bevendo? è piuttosto tardi . Dovresti dormire, non bere (estás bebiendo? es bastante tarde allí. deberías dormir, no beber)

Detesto ponerme en el rol de aguafiestas, porque no hay mayor placer que una copa de alcohol cuando el sol se esconde. Pero hace horas que el cielo estrellado hizo acto de presencia en el otro continente, y tiene que descansar.

Quando avrò bisogno della tua opinione te lo farò sapere. (cuando requiera tu opinión te lo haré saber) —Básicamente gruñe a través del altavoz. —Come se fosse una specie di ubriaco. So quando fermarmi, Andrea. Quando mi hai visto ubriaco? accidenti, sono il più vecchio qui. (como si fuera una especie de borracho. sé cuándo parar, Andrea. ¿cuándo me viste ebrio? maldita sea, soy el mayor aquí.)

Aparto el aparato de mis labios para que no me escuche bufar. Por Dios. Está insufrible. Ruedo los ojos hacia el techo y vuelvo a la llamada.

Lo so, lo so, calmati. Ok? (Lo sé, lo sé, cálmate. ¿de acuerdo?)

Non dirmi cosa fare e sarò calmo. (no me digas qué hacer y estaré tranquilo.)

Dovresti essere più grato. Mi preoccupo per te, uomo delle caverne (deberías estar más agradecido. me preocupo por ti, cavernícola) —Ni con todo el contenido de esa botella de brandy que seguramente está bebiendo va a lograr estar menos gruñón. —Prendi un po' dello spirito americano e pratica il Ringraziamento. (toma un poco del espíritu americano y practica el Día de Acción de Gracias.)

Non sapevo che festeggiassi quella festa. (no sabía que celebrabas esa festividad.)

Arqueo una ceja.

Io non, ma Kat lo fa e mi ha invitato nel suo appartamento per cena. (yo no, pero Kat lo hace y me invitó a cenar a su departamento.)

Alcanzo a distinguir el sonido de sus pasos. Está caminando de aquí para allá, hábito que tiene cuando algo lo inquieta, está enfadado, o quiere acceso a información que fervientemente desea obtener.

Fratello mio testardo, ti conosco troppo bene. (Mi hermano testarudo, te conozco demasiado bien.)

Estoy jugando sucio ahora.

Me enderezo en la cama aguardando por sus siguientes palabras. No me dijo que ya no había nada con Dalila, y la duda me carcome. ¿Fue porque ella lo aburrió? o por evitar el compromiso. Si es por miedo a lastimarla, ya lo hizo, aunque ahora no es más que un corazón roto, y mi instinto, me dicta que su temor podría ir más por otro lado.

Sin embargo, no interfiero en relaciones ajenas, o lo que fueron alguna vez relaciones. Demasiado complicado. Luego hay que elegir un equipo, y joder, que tedioso.

Sé que ahora mismo le está dando un largo trago a su copa.

Devo andare, ho ancora delle carte da leggere. (me tengo que ir, todavía tengo algunos papeles que leer.)

Me animo a ir por más. Porque aunque no me entrometo en asuntos ajenos, ella me gusta para mi hermano. Es bonita, dulce y tiene cerebro. Alexandro estaba más contento con ella, y era más accesible, más terrenal. Ahora volvió a encerrarse en sí mismo, apartándose de todos y enfocado en el trabajo. Con Dalila era menos distante, joder, hasta sonreía de vez en cuando, remplazando su usual gesto crispado.

Vuoi che ti dica come sta? (¿quieres que te diga cómo está?)

No hace falta que la nombre para que él me entienda.

Hay un minuto de tenso silencio.

¿Lo está contemplando?

Sono occupato. Ci sentiamo più tardi, Andrea. (estoy ocupado. hablamos luego, Andrea.)

Con fortuna, por luego quiere decir en dos semanas, tal vez, pero no llego a protestarle por su falta de comunicación diaria que me cuelga. Miro la pantalla del celular, pensando que no puedo hacer nada si elige por voluntad propia la soledad.

Es triste, este camino que le tocó sería mucho más fácil acompañado, al contrario de lo que cree.

Mi ceño se frunce porque los gritos de Katherine y Dalila se oyen a la perfección a través de la pared de la habitación.

•••

Acá el nuevo cap <33🦋💌💐✨

Espero que lo hayan disfrutado.

Nos leemos lo más pronto posible.

Lxs quiero MONTONES.

Lo saben.

Belén 🦋

Instagram: librosdebelu

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