Punto de inflexión

By irenebarahonaramon

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¿Es posible enamorarse en dos semanas? Ya lo creo que sí. El día que le conocí nunca hubiese imaginado que fu... More

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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Nota
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15

Capítulo 5

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By irenebarahonaramon

Irina:

— ¿Alex? — le pregunté quedándome de piedra

Él me miró aún con los ojos muy abiertos, y sacó un estuche de su mochila.

— ¿Qué haces aquí? — me preguntó después de un silencio

— Estudiar inglés — le respondí sabiendo que la respuesta era más que obvia

Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos. Él tenía unos ojos de un verde precioso. Eran color esmeralda, y tenían alguna emoción oculta que no supe descifrar. Me quedé perdida en ellos durante unos segundos, cuándo me dí cuenta de que me había quedado mirándole mientras pensaba en mis cosas.

A veces, cuándo algo me gustaba y me transmitía tranquilidad y confianza, me quedaba mirándolo fijamente, y me quedaba pensando en mis cosas. Pero aquella vez, cuándo me quedé mirando esos ojos verdes, se me quedó la mente en blanco. Me dejé arrastrar por las ganas de sumergirme en esos ojos, cómo si fuesen lagunas, para quedarme nadando por siempre en ellos.

El golpe de los libros contra la mesa que la profesora acababa de dejar, me sacó de mi ensoñación. Y también lo sacó a él de la suya. Él también se había quedado mirándome a los ojos, y la profesora se dió cuenta de ello, por lo que soltó con fuerza los libros en la mesa, provocando el ruido que nos despertó de aquello.

La profesora nos miró y momentos después, siguió repartiendo los libros al resto de los compañeros.

— ¿Qué tal tu lectura?

— ¿Te refieres a "A través de mi ventana"? — Él asintió — Me lo acabé el sábado. Es un libro muy chulo. — le aseguré tratando de sonar agradable

— ¿Te lo acabaste en un día?

— Más bien en unas seis horas — le respondí cómo si nada

— ¿Seis horas? — me preguntó incrédulo

— Sí. Hasta me olvidé de comer. — Le dije, cómo si fuese lo más normal del mundo.

Cuándo un libro de verdad conseguía engancharme, me olvidaba de todo lo que me rodeaba. Solo éramos el libro, y yo. Se me olvidaba comer, y si mi padre me llamaba, no contestaba porque por que no me daba cuenta de que el teléfono estaba sonando. Más de una vez, papá me había regañado por no estar pendiente, y me había dicho que cuándo estaba sola en casa, qué no leyera.

Mi casa no era precisamente pequeña, y aunque tuviese la alarma puesta, mi padre no quería que leyera porque si entraba alguien y yo estaba leyendo, no me daría cuenta. Y cuándo lo hiciese ya sería muy tarde para reaccionar.

Por eso aproveché que ese sábado, mi padre iba a estar en casa, sin ninguna rueda de prensa o alguna cirugía que hacer, para leer el libro, y hacer una maratón de películas de Harry Potter con él.

Mi padre, Alphonse Dubois, era el mejor neurocirujano de todo el mundo. Y también tenía su propia marca de ropa: Gianna Dubois.

Mi madre, Gianna Blanco, era una gran diseñadora de moda. Una de las mejores de Europa. Me hizo todos los disfraces de mi cumpleaños, y los de navidad. Eran vestidos verdaderamente bonitos.

Lamentablemente, falleció de cáncer cuándo yo tenía siete años:

Un día llegué a casa, pensando que estaba mejorando de esa "gripe" que yo creía que tenía. Le había hecho un dibujo. Y me había esforzado mucho en dibujar bien la ropa para que se sintiera orgullosa. Cuándo llegué, fui corriendo a la habitación de mis padres, y al entrar, me encontré a mi madre metida entre las sábanas. Estaba muy pálida, y pensé que se le habría olvidado tomar la medicina. Llamé a mi padre, y este cargó con mi madre hasta el hospital. Mi madre abrió los ojos horas más tarde. Yo me había dormido en una silla, y al verla abrir los ojos, mi padre pegó un salto, y fue corriendo a llamar a los médicos. Cuándo mi padre se fue, me levanté de mi silla, y le di el dibujo a mamá.

— Mira mami, te he hecho un dibujo le dije tendiéndole el papel, orgullosa de mi creación.

Mi madre me cogió en brazos y se quedó mirando el papel. Una lágrima resbaló por su mejilla, y yo pensé que era por qué no le había gustado el dibujo.

¿No te gusta?

Mi madre se secó la lágrima, y me dedicó una sonrisa triste.

Irina, el dibujo es precioso. Me encanta. Los vestidos te han quedado muy bien.

Me alegro de que te guste mami. ¿Te lo vas a poner en el corcho del trabajo?

me aseguró

Nos quedamos abrazadas unos minutos, y yo con mi cabeza en su pecho, me di cuenta de algo, casi no tenía pulso.

Mami, ¿dónde está tu corazón? Es que casi ni se oye — le expliqué

Las lágrimas rodaron por las mejillas de mi madre sin que ella pudiese hacer nada para evitar que la viese.

— ¿Por qué lloras mami? — le pregunté preocupada

Mi madre cogió aire con dificultad, y conteniendo las lágrimas me dijo:

Irina, cielo. Escúchame bien, ¿vale?

Yo asentí y mi madre continuó hablando:

— Princesa, mami se va a ir, y no va a poder volver dijo limpiándose las lágrimas que salían sin control de sus ojos

¿Dónde te vas a ir? ¿Ya no nos quieres?

Irina, te quiero más que a mi vida. Y a tu padre también, pero me tengo que ir a otro lugar. No lo puedo elegir. Es obligatorio.

¿Y porqué no puedes volver? dije sintiendo que empezaba a llorar

Princesa, mami está muy malita Me dijo entre sollozos — Y ya no puede quedarse más aquí. Mami se tiene que ir y no va a poder volver.

Cuándo por fin comprendí lo que significaba eso, me eché a llorar

¿Te vas a morir?

Mi madre me miró y me secó las lágrimas a la vez que asentía.

— ¿No te has tomado la medicina? — le pregunté

Princesa, la medicina no va a arreglar lo que me pasa. No se puede arreglar.

No te vayas mami. No, por favor. No te mueras.

Mi princesa, seguiré viva mientras me quieras. ¿Me prometes que me querrás siempre? — dijo entre sollozos

Sí mami, te lo prometo.

Mi madre besó mi cabeza, y yo me abracé a ella todo lo fuerte que pude. Nos quedamos así hasta que con sus últimas fuerzas, me susurró:

— Te quiero, mi princesa. No lo olvides nunca.

— Yo también te quiero mami.

Entonces, dejé de sentir su corazón, y sus brazos se aflojaron, pero yo seguí aferrándome a ella con fuerza. Empecé a llorar y a gritarle con fuerza que no se fuera de mi lado, que no me dejara, que la quería con todo mi corazón. Entonces llegaron los médicos, y me obligaron a separarme de ella. Me zafé del agarre del médico que me sostenía, y me tiré encima del cuerpo inerte de mi madre, sin creer que se hubiese ido.

¡Mami! ¡No te vayas por favor! ¡Yo te quiero!

Mi padre llegó hasta mí, me cogió en brazos, y me llevó a casa. Allí lloramos los dos durante mucho tiempo.

El funeral de mi madre se realizó dos días después. Dónde un cura habló de ella, y de lo buena persona que había sido sin ni siquiera haberla conocido.

Después del funeral, mi padre y yo nos fuimos a casa. Las cenizas de mi madre fuimos a buscarlas al día siguiente.

Después de eso, me volví una niña más madura y sensata. Mi padre y yo seguimos adelante con nuestras vidas, recordando a mi madre con cariño todos los días.

Mi padre creó una marca de ropa a la que llamó Gianna Dubois, y en ella, puso todos los diseños que había hecho mi madre a lo largo de su vida, y que nunca se había atrevido a publicar

Una lágrima resbaló por mi mejilla.

— ¿Irina? — me preguntó una voz de chico — ¿Irina estás bien?

Dejé mis pensamientos a un lado, para darme cuenta de que me había quedado mirando esos ojos verdes que tanto me gustaban porque me recordaban a los de mi madre. Me había quedado perdida en ellos, recordando el día en que ella se fue.

Ignorando la pregunta del chico, me levanté y pedí permiso para salir de la clase.

Salí al pasillo, y fui al baño. Cerré con pestillo, y me lavé la cara. Pero me la tuve que volver a lavar porque volví a llorar. Me arreglé el poco maquillaje que llevaba, y volví a la clase.

Llamé a la puerta, y pasé a la clase.

— Lo siento mucho Amelia.

— No te preocupes Irina. Siéntate. Estábamos a punto de hacer las presentaciones.

Asentí, y me fui a mi sitio. Alex me sonrió amablemente, y cuándo me senté, me volvió a preguntar si estaba bien. Le respondí que sí, y que no hacía falta que se preocupara en un tono bastante borde. Me disculpé de inmediato por el tono que había usado con él, y me dijo que no pasaba nada.

Hicimos las presentaciones, y luego hicimos un ejercicio que consistía en hablar con la persona de al lado en inglés y contar las vacaciones, y información sobre nosotros.

Hubo un momento durante la clase, en el que me empecé a preocupar porque Alex, me estaba pareciendo un chico muy agradable, y me lo estaba pasando bien conversando con él. Y yo, no solía hablar más de cinco minutos a voluntad propia con los chicos de mi instituto, porque todos eran unos cerdos, unos creídos, y unos machistas.

Y el simple hecho de que él me estuviera empezando a caer bien, me empezó a preocupar.

Cuándo solo faltaba media hora para acabar la clase, decidí disculparme por mi mala actitud respecto a lo de la cena que le había propuesto Amanda, y que había tenido que rechazar por la muerte de su bisabuela. Me dijo que no pasaba nada y después me hizo una pregunta:

¿Puedo hacerte una pregunta?

— Claro

— ¿Eres alguna familiar de Alphonse Dubois?

Lo miré sorprendida por la pregunta y le pregunté:

— ¿Por qué lo preguntas?

— Porque cuándo he llegado, Amelia me ha dicho que me sentara con la Señorita Dubois.

— Soy su hija — le dije a la vez que sonreía por su cara

— No me lo esperaba

— Nadie se lo espera cuándo lo cuento, Aarón — dije poniéndo énfasis en el nombre por el cuál Amelia se había dirigido a él.

— Aarón es mi segundo nombre — me explicó — Y cómo es mi padre el que me paga las extraescolares, y fue él el que decidió mi segundo nombre, en las inscripciones siempre pone Aarón. ¿Tu tienes segundo nombre?

— Sí. Es Isabella

— Entonces tu nombre completo es Irina Isabella Dubois — se calló al no saber mi segundo nombre

— Blanco.

— ¿Tu madre se llama Blanco de apellido?

Me tomó unos segundos contestar.

— Se llamaba. Se llamaba Blanco de apellido.

— Lo siento muchísimo no lo sabía.

— Tranquilo

Nos quedamos unos segundos sumidos en un silencio muy incómodo. Y de repente me preguntó:

— ¿Puedo preguntar de qué falleció?

— Leucemia — le contesté rápidamente

El silencio incómodo volvió a aparecer y entonces la profesora vino a decirnos que habláramos en inglés. Cuándo esta se fue a su mesa, Alex volvió a hablar:

— Irina Isabella Dubois Blanco, me gusta.

Sin motivo aparente, sonreí, y me sonrojé un poco.

— ¿Y tu nombre completo? — Le pregunté

— Alexandro Aarón Thomas Edwards

— Me gusta — le dije sonriendo tímidamente.

La sonrisa se me borró del rostro casi tan rápido como había aparecido. La puerta del aula se abrió, y dejó ver a un chico alto, con músculos, rubio y con los ojos azules. Un chico que yo había tenido la desgracia de conocer. Maxwell, el mismo que le había puesto los cuernos a mi mejor amiga Anna. El mismo chico que la había hecho sufrir tantas veces con sus enfados. Maxwell y Anna se peleaban cada día. Y Maxwell siempre acababa con los puños hechos un desastre, porque cuando se enfadaba, pegaba la pared, y se los destrozaba, y luego le decía a ella que tenía los puños así por su culpa.

El mismo chico que se pasaba todo el maldito día diciendo cosas machistas. El mismo tóxico que Anna, Aina y yo, habíamos tenido que aguantar durante los tres años y medio que estuvo con Anna.

— Buenas tardes, Amelia — Dijo Maxwell al mismo tiempo que le entregaba lo que supuse que sería un justificante médico.

Amelia frunció el ceño, y salió de la clase. Regresó con una silla y una mesa para Maxwell.

— Joder — dije

— ¿Qué pasa? — me preguntó Alex

— Perdón. ¿He dicho eso de "Joder" en voz alta?

— Sí

Respiré hondo, porque Amelia estaba poniendo la mesa de Max, al lado de la nuestra.

— ¿Ves a ese tío que acaba de entrar? — Asintió — Es un cerdo, un imbécil, un machista, arrogante, un creído, y uno de los seres humanos con el ego más desmedido.

— ¿Es tu ex?

— ¿Qué? ¡No! Ni muerta salía con él. Es el exnovio de mi mejor amiga. Ahora no puedo contarte nada porque lo tendremos al lado en cuanto Amelia ponga la mesa aquí. Pero si quieres te lo cuento al salir.

— Okay. Antes te quiero hacer una pregunta — me dijo. Yo asentí — ¿Dónde está la chica borde del otro día que odiaba a todos los chicos, a la que tuve que salvar de Paul?

— Me has terminado cayendo un poco bien.

— ¿Solo un poco? Mira que suelo caer bien a casi todo el mundo. No es fácil resistirse a mis encantos.

Le sonreí al chico, y le pregunté:

— ¿Es un reto?

— Puede

Le sonreí, y entonces apareció Maxwell, que me vió sonriéndole al chico.

— Pero mira a quién tenemos aquí. Esto es raro de ver. ¿Irina sonriéndole a un chico?

— Hola Maxwell. ¿Estudias inglés aquí? — Asintió — Pues que bien — dije con sarcasmo.

Me quedé sosteniéndole la mirada a Maxwell hasta que llegó Amelia, y le entregó sus libros. Cuándo esta se fue, Maxwell me preguntó:

— ¿Qué tal mi novia?

— Maxwell, Anna dejó de ser tu novia en el mismísimo instante en el que le pusiste los cuernos.

— Ya te dije lo que iba a pasar, Irina. Anna es una mujer débil, que no sabe lo que quiere. Su vida es un desastre, y más temprano que tarde va a volver a mí, porque no es nada ni nadie. Y si no vuelve a mí, le haré la vida imposible, porque no se merece ser feliz, si no es conmigo a su lado. Aunque yo no la quiero.

Debajo de la mesa, mis manos se convirtieron en puños, y empecé a aguantar la respiración para reprimir las ganas de pegarle un puñetazo. Alex, que debió notar que tenía la cara roja y los puños cerrados, me cogió una mano por debajo de la mesa, me abrió el puño, y entrelazó su mano con la mía.

Sin saber porqué, aquel contacto me tranquilizó bastante. Pero al ver que mi cara no perdía el color rojo, empezó a acariciarme la mano con la yema de uno de sus dedos. Desafortunadamente, sus intentos por tranquilizarme, fueron en vano, porque Maxwell volvió a hablar:

— Quiero que sepas, que a mi Anna nunca me ha gustado. Hay muchas chicas mucho más guapas en el instituto, que sí saben cocinar, y que no hacen que me sangren los puños cada día, como tú por ejemplo. Són un blanco fácil, como Anna, aunque sea un desastre de mujer, que no sabe ni fregar, ni cocinar, ni hacer lo único que importa en una relación: complacer al hombre. Es por eso que estais las mujeres en este mundo. Sois todas unas facilonas. Una conquista fácil

Eso fue demasiado, le solté la mano a Alex, rodeé la mesa hasta llegar a la de Maxwell, y le asesté un puñetazo en la nariz. Mi intención no había sido darle en la nariz, sino en la mandíbula, pero nada más pegar el puñetazo, acompañado de un grito de rabia, la nariz empezó a sangrarle.

— Ni la tierra ni las mujeres, somos territorio de conquista, Maxwell.

Para mi desgracia, la profesora, lo había visto todo, así que se levantó de su mesa y vino hacia nosotros.

— Maxwell, no voy a permitir comportamientos machistas en mi clase. Me da igual si son físicos, o verbales. No los voy a tolerar. Fuera de mi clase. — Maxwell salió de la clase para limpiarse la sangre, y luego, Amelia, se dirigió a mi — Señorita Dubois, me temo que también voy a tener que echarla de mi clase por haber pegado a un compañero.

Asentí, recogí mis cosas, y me fui de clase. Cuándo iba por el pasillo, escuché a alguien hablar con Amelia, y luego, salir corriendo de clase en dirección a mí.

— ¡Irina! — me gritó Alex

Me giré y le miré a los ojos.

— Amelia me ha dado permiso para salir de clase. Le he dicho que éramos primos lejanos.

— No tenías que salir, y mucho menos mentir.

— Lo sé, pero es que no me apetecía hacer el "Speaking" con el hombre, en este caso la mujer, invisible.

— Gracias

— ¿Te apetece ir a tomar un café, y así me cuentas lo de ese tío y tu mejor amiga?

Asentí, y los dos caminamos en dirección a la puerta de salida del edificio de la academia. Cuando llegamos a la puerta, Alex se adelantó y me abrió la puerta.

Fruncí el ceño, y él se dió cuenta de que lo estaba mirando, porque de inmediato, cerró la puerta, y yo me acerqué para abrir la puerta y pasar. Le aguanté la puerta para que pasara, y me miró cómo si fuera a pegarle cómo le había hecho con Maxwell.

— ¿Por qué me miras así? — le pregunté divertida

— Porque parece que vayas a romperme la nariz en cualquier momento por lo de la puerta.

— Ya sé que solo has querido ser amable. Puedes relajarte, que por el momento vas a conservar la nariz.

— Me quedo más tranquilo.

Salimos del edificio hablando sobre diferentes temas relacionados con el instituto, i cuándo llegamos a la cafetería, me puse a explicarle la historia de Maxwell y Anna mientras nos tomábamos un café:

Anna y Maxwell, se conocieron hace tres años y medio. Anna, estuvo un tiempo deprimida por algunos insultos que le llegaban sobre su aspecto físico, y tenía serios problemas de autoestima.

<< Maxwell, se dió cuenta de eso, y por eso aprovechó que estaba débil y sin más amigas que Aina y yo, para pedirle salir. Anna aceptó porque pensó que Max era un chico muy guapo y pensó que tener novio la ayudaría con los insultos que recibía, y los problemas de autoestima. En una de las cosas no se equivocó: tener un novio como Max, la ayudó a dejar de recibir insultos físicos. Al menos por parte de los demás. Max, cada cierto tiempo le decía que hiciera más deporte, o que se comprara ropa más ajustada, porque no podía ir vestida como cualquiera estando a su lado. Pero con el tema de la autoestima se equivocó: un año después de estar saliendo, Max asumió casi por completo el control sobre la vida de Anna, casi no la dejaba salir, ni vestir cómo quería, y por poco no la deja vernos a Aina y a mí. Ese fue su tope. Fue cuándo discutieron por primera vez. Anna le dijo que estaba cansada de limitar sus relaciones sociales a él y a casi nadie más. Y cuándo le dijo que no podía seguir viéndonos a Aina y a mí, llegó a su límite. Y discutieron. Max acabó con los puños destrozados por pegarse con la pared, y afónico por gritarle a Anna que tenía los puños destrozados por su culpa. Y Anna, acabó exhausta mentalmente, y con la autoestima más baja que nunca. Pero aún así, Anna siguió con él porque Max, le metió tanta mierda en la cabeza, que acabó por darle la razón en lo que él siempre le decía: Sí me dejas, nadie te va a querer nunca más, solo yo te quiero de verdad. No tienes más amigos.

Por supuesto, ni Aina ni yo, aprobamos nunca esa mierda de relación. Qué más tóxica, violenta y machista no podía ser.

Maxwell y Anna discutían todos los días. Hasta que el día en que nos conocimos tu y yo, le llegó que Max le estaba poniendo los cuernos con una tal Sarah.>> — Saqué mi teléfono, y le enseñé la captura de pantalla que había hecho Anna del instagram de Maxwell, dónde se veían Max, y una chica rubia muy guapa, con los ojos azules.

Cuándo Alex vió la foto, se quedó quieto, sin hablar, y con los ojos muy abiertos.

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