La hija de Apolo (La Princesa...

By Anna_Chess

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La familia de Evangeline nunca fue normal. Sabía que sus padres eran raros. Nunca se imaginó que su rareza f... More

Aclaraciones antes de empezar
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5

Capítulo 3

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By Anna_Chess

—O sea, tengo que ir a un campamento a pasar el verano. Pero nos veremos en otoño—dije desde el asiento trasero del coche mientras miraba por la ventana. A lo lejos, una banda de pájaros volaba tranquilamente.

Llevábamos tres horas en el coche. Papá era el conductor en esta segunda parte del viaje, llevaba un rato saltándose los límites de velocidad. Supongo que después de nuestro encontronazo con la mantícora era lo mejor.

Habíamos tarado una semana en poder arreglar el coche. Aprovechando que todo estaba tranquilo, me permitieron terminar el año escolar, es decir, una semana más. Solo tuve que preparar un macuto con ropa para un mes, los cuchillos alargados de caza, bienes básicos y el peluche de Eclipse; pues en caso de pasar cualquier cosa nos iríamos de inmediato.

—Sí, ya hemos hablado de esto, Evangeline... — Papá me dirigió una mirada por el espejo retrovisor mientras me respondía antes de devolver su mirada a la carretera. Era una advertencia.

Desde el día del ataque de la quimera todo había estado más tenso en casa. Incluso sin más ataques relevantes, parecía difícil entender qué era lo que pasaba. Sí, sabía que era una semidiosa. Pero no entendía muy bien por qué no me decían quién era mi padre o madre de todos los dioses. Tampoco llegaba a entender muy bien porque nos seguían tantos monstruos y nadie parecía hacer nada.

No obstante, decidí callarme, pues no quería tener ningún tipo de pelea antes de despedirme de ellos. Mamá estaba dormida y tampoco quería despertarla.

Devolví mi mirada a la carretera. Hacía tiempo que habíamos abandonado el estado de Massachusetts, atravesado Connecticut y el Atlántico se extendía a nuestra izquierda. Según papá llegaríamos en breves. Me lo creía, porque pronto desapareció el mar para dar paso a una bahía.

Al otro lado, la vegetación había vuelto a ser frondosa como la de nuestro pueblo. Pocas veces entendía por qué, pero el bosque siempre me daba más paz y tranquilidad que el mar. Eso es lo que hizo que me fijase más en ese lateral que en el del agua.

Había muchos pájaros posados en los árboles. Se parecían en color a los que había visto hacía un rato. Uno se movió y, al darle el sol, emitió un reflejo. Eso hizo que frunciese un poco el ceño y me fijase mejor.

Fue entonces cuando entendí que no eran agradables pájaros que emigraban a algún otro lado debido a las temperaturas de esa época del año. No.

—Papá, deberías de despertar a mamá —dije intentando que el miedo que sentía no se reflejase en mi voz, aunque creo que no lo conseguí como me habría gustado.

—¿Qué pasa, princesa? —Su mirada dio con la mía en el espejo un solo segundo, porque yo devolví la vista a los árboles.

Quería asegurarme de lo que veía, tener claro lo que veía fuera del coche para no asustar a mi padre sin razón. Pero estaba cada vez más convencida de que aquellos pájaros no eran normales. Sus picos, sus alas y sus garras parecían de algún metal. Estaba segura de que era la única forma en que pudiesen relucir tanto a cada rayo de sol que les tocaba.

Me habían explicado muchas veces lo que implicaban los nombres, el cuidado que había que tener con utilizarlos en según que situaciones. Ese era el momento de saltarse cualquier norma porque por mucho que conociera el nombre no sabía cómo salvarnos. Recordaba vagamente haber escuchado la historia y poner atención, pero ahora mismo nada venía a mi mente.

—En el bosque, hay aves del Estínfalo. —En cuanto oyó mis palabras, pasaron tres cosas a la vez: llevó una mano al brazo de mi madre a la vez que la zarandeaba suavemente, aceleró saltándose todavía más los límites de velocidad y las aves, que parecían haber despertado ante mi afirmación, empezaron a volar.

—Bien visto —dijo al mismo tiempo que Laureen Losette terminaba de despertarse de una vez.

Parecía estar distraída, porque lo primero que hizo fue hablar en inglés de nuevo:

—¿Qué ha pasado? ¿Ya hemos llegado? — Hablaba mucho menos francés desde el ataque de la mantícora. Casi echaba un poco de menos el idioma y la tranquilidad de mi vida antes de descubrir que no era una niña normal con una familia extrañamente peculiar.

—Aves del Estínfalo. 7 kilómetos. —Papá no dijo nada más. Supongo que no hacía falta, porque mamá lo entendió a la perfección. Sobre todo cuando un agujero se abrió en el techo por encima de su cabeza.

Abrí la boca sorprendida a la vez que mamá soltaba un improperio en francés. No sé si sabía eso, desde luego recordaría más adelante que eran capaces de aquello.

—¡La radio! —Mamá volvió en sí muy rápido. Papá tardó unos segundos en entender lo que quería decir mi madre. Dos agujeros más aparecieron en el techo. Eso hizo que fuera mamá quien buscó darle sentido a sus palabras.

Se puso a juguetear con los controles de la radio. Solo paró de cambiar la cadena cuando encontró una de música. A pesar de ser una persona que odiaba los sonidos fuertes, subió el volumen al máximo y nos obligó a abrir las ventanas. Por un momento, las aves se alejaron.

Ella siguió buscando algo en el bolso. Papá le gritaba algo, pero me era imposible escucharlo por encima de la música. Los oídos empezaron a pitarme por culpa de los decibelios y, en lugar de llevar mis manos al collar y a la pulsera, intenté taparme las orejas con las manos. Sería imposible amortiguar de forma real la música, pero era lo mejor que podía hacer.

Papá frenó de repente. Mamá se bajó al momento corriendo hacia el maletero. Entendí que hacía bastante pronto. Ellos me habían contado que el campamento estaba en una colina. La colina en cuestión debía ser la que estaba frente a mí en esos momentos. El coche no pasaría.

Otro ruido alto apareció. Mamá llevaba en la mano un radiocasete con música excesivamente estridente por culpa de algún golpe antiguo. La radio se apagó de golpe. Papá había quitado las llaves. Suspiró antes de hablar:

—Tendrá que valer. —Se giró hacia mí con una sonrisa tranquilizadora tensa. Olía a bosque, un olor muy parecido al del jardín de nuestra casa—. Coge tu macuto. Tenemos que correr.

Querían llegar, no enfrentarse a las aves. Tal vez no sabían cómo acabar con ellas y solo podían espantarlas. No estaba segura, pero cumplí con sus órdenes con rapidez después de bajarme del coche.

Ese día vi por primera vez la entrada al Campamento Mestizo. Siempre me había sentido calmada cuando estaba rodeada de bosques frondosos. Había algo de ellos que me hacía sentir segura, así que no tardé en pensar que aquella colina sería igual para mí. Probablemente esa fue la primera razón para que no tuviese problema en comenzar a correr cuesta arriba seguida de cerca por mis padres.

Las copas de los árboles impedían que los pájaros nos atacasen, aunque con la música no creo que muchos se hubieran acercado. Todo era muy verde, demostrando que estábamos en plena primavera. Casi era divertido.

El radiocasete se apagó de repente. Mi madre no conseguía encenderlo y me di cuenta muy pronto de que podía descartar la diversión. Me preparé para sacar mis armas, pero mamá me detuvo.

—Evangeline Losette, sigue corriendo hasta llegar al campamento. Busca a Quirón, te está esperando.

Yo quería quedarme, de verdad quería ayudarles. Pero de repente mi fuerza de voluntad era nula y me encontré a mí misma corriendo sin que ellos me siguieran. Laureen Losette había utilizado en mí eso en lo que me había entrenado. La frustración se apoderó de mí. Más cuando un ave que todavía debía estar por ahí bajó en picado hacia mí y me arañó la cara con sus garras.

Di un manotazo al animal y seguí corriendo. El pájaro, que había vuelto en sí tras el golpe volvió al ataque Cuando me giré dispuesta a enfrentarme al ave, vi como se estampaba contra un muro invisible. Miré a mi alrededor hasta darme cuenta. La espesura del bosque había dejado paso a un claro. Entendí que había llegado al campamento. No pude analizar la vista, porque un chico apareció de repente.

Su sonrisa fue lo primero que me llamó la atención, de medio lado y traviesa. El brillo de sus ojos azules acompañaba esa impresión. Lo siguiente más llamativo era la camiseta naranja estampada con el nombre del campamento y un pegaso en negro. Era un adolescente, probablemente no mucho más mayor que yo, tal vez 13-14 años.

—¿Evangeline Losette? —dijo con alegría a la vez que se acercaba. Yo asentí, estaba tan abrumada por la situación y sentía mi corazón y mi respiración yendo a tal velocidad que no supe hacer otra cosa—. Soy Luke Castellan. Bienvenida al Campamento Mestizo.

No tardé en darme cuenta de que Like Castellan podía ser muchas cosas, pero tímido no era una de ellas. Lo demostró cuando me dio un clínex ampliando su media sonrisa a una sonrisa que le llegaba a los ojos.

—Deberías limpiarte, te has herido. No quieres dar una mala impresión. —Cogí el papel que me ofrecía y lo llevé a mí mejilla intentando entender qué hacía ahí—. Hemos estado esperándote. Grover y Annabeth estarán contentos de no tener que esperar junto a la entrada más tiempo...

—Quiero ver a Quirón —dije cortando sus palabras. Puede que no fuese lo más agradable, pero el muchacho parecía capaz de rellenar cada segundo de silencio que yo dejase. Si no me encargaba de hacer lo que me habían dicho mis padres, tal vez acabaría haciendo cualquier cosa mal.

—Ay, claro, debes estar un poco perdida. Vamos, te llevaré con él. —Si le molestó mi cambio de tema, no lo demostró. De hecho, dejó su verborrea a un lado y me acompañó sin mediar palabra.

Eso me permitió analizar el lugar. Todo era verde y parecía brillar. Atravesamos la colina. Mi primer contacto con el campamento fue ver unas cuantas construcciones, un lago, un anfiteatro... La sorpresa reemplazó todas las sensaciones anteriores. No pude evitar soltar una pequeña exclamación.

—Esto es gigante...

—No te preocupes, te enseñaremos el campamento después.

No me quedó otra que creer a Luke Castellan.

Cuando dejamos el anfiteatro atrás, nos encontramos un campo de voleibol donde unos chicos con patas de cabra y cuernos jugaban contra un grupo de adolescentes que vestía la misma camiseta que Luke. Al otro lado del camino, había un campo de fresas. Mi mirada volvió al juego, buscando el nombre de aquellos seres.

—Son sátiros. No hace falta que los mires así, los asustarás. —Luke parecí realmente divertido.

Mentalmente apunté el nombre de los seres que me indicaba, aunque mi mirada no cambió cuando lo miré. De repente, me di cuenta de que si él estaba aquí implicaba que también era hijo de un dios o diosa. La pregunta era quién sería su progenitor divino.

—Ey, ey, no significa que tengas que mirarme así a mí. Vamos, casi hemos llegado. —Iba a preguntar, pero no me había atrevido a abordar el tema. Supuse que debía tener más cuidado con mi curiosidad a partir de ese momento.

Luke no se equivocaba al decir que quedaba poco. Unos metros más adelante había una mansión de cuatro pisos de paredes azules con detalles blancos. En comparación a todo lo que había visto, parecía... Monstruosa de alguna manera. El resto del campamento parecía seguir un estilo más o menos concreto, pero aquella casa parecía la casa de una granja cualquiera. Una luz verde brillaba tras una de las ventanas del último piso. La veleta de bronce también brillaba mientras se mecía con el aire.

No pude analizarlo más, porque Luke colocó una mano en mi espalda para obligarme a avanzar hacia el porche. Me di cuenta de que había unas cuantas tumbonas, aunque lo que más llamó mi atención fue la mesa de madera a cuyo alrededor había dos hombres jugando a las cartas.

El primero de ellos tenía la cara redondeada como los querubines de las pinturas antiguas, la nariz enrojecida y una mata de pelo rizada negra. Sus ojos eran azules, aunque no era un color agradable dado a la rojez que rodeaba los iris. Pronto me fijé en otra cosa porque no me daba buena espina, lo que me hizo darme cuenta de que llevaba una camisa de colores excéntricos y estampado hawaiano.

A su lado había otro hombre, este no parecía tan intimidante. Estaba en silla de ruedas con una manta de cuadros sobre sus piernas. Su media melena morena acompañaba a su mirada, que era del mismo color. En su expresión se veían patas de gallo, señal de que había sido una persona muy expresiva en el pasado.

Estaban jugando a algo, aunque pararon en el momento en que el segundo de los hombres nos vio. Sonrió y pude comprobar que su sonrisa también desprendía una sensación agradable.

—Muchas gracias por acompañar a nuestra nueva campista, Luke. ¿Podrías llamar a Grover? — dijo dirigiéndose al que había sido mi guía. Su tono dibujaba una pregunta, pero estaba muy claro que era una orden. El muchacho no tardó en asentir antes de girarse e irse—. Tú debes de ser Evangeline, ¿cierto?

—Sí, señor...

—Quirón. No hace falta que me llames señor. Este de aquí es el Sr. D. el director del campamento. —La mirada del nombrado se posó en mi persona. Por un momento sentí como si me atravesara con la mirada, como si de verdad estuviese interesado en mi persona.

—Bienvenida al campamento, Aniselle —dijo como si llevase años aburrido diciendo la misma frase. Estaba claro que ese interés que creía haber visto era mentira. Ni siquiera se sabía mi nombre. Fruncí el ceño, aunque Quirón no dejó que respondiese, pues se acercó a mí sin hacer desaparecer su sonrisa.

—Bueno, creo que ha ganado el juego, sr. D. Tal vez puedes descansar un poco antes de la cena. —No diré que no me sorprendió ver cómo el tal D. hacer caso a Quirón. De hecho, se desvaneció en el aire dejando tras de sí un olor a uvas recién pisadas que me hizo darme cuenta de que Dionisio empezaba por D y era el dios del vino.

—Ese... ¿era Dionisio? —dije tratando de no parecer sorprendida por la apariencia del dios del vino.

—Sí, se podría decir que Zeus lo ha... Castigado. Está cansado de esperar, todavía le queda un siglo para regresar al monte Olimpo. —La forma en que el hombre hablaba era ciertamente impresionante. Hablaba de dioses inmortales y del Olimpo como si estuviese hablando del tiempo.

—¿El Olimpo? ¿También está aquí? —dije yo impresionada por las posibilidades que se presentaban ante mí. Tal vez podría conocer a mi padre divino.

—No, claro que no, pequeña. Está en Estados Unidos, pero no aquí físicamente. —Sonrió ante mi puchero, era bastante increíble que fuera capaz de aguantar esto.

—Mis padres... Ellos me dijeron que eres un centauro, ¿es eso cierto? — La curiosidad mató al gato, es cierto. Pero sabía que era un animal mitológico que no me mataría y nunca había visto uno de su clase. Él soltó una risa bastante curiosa antes de echarse hacia adelante.

¿Algún día me acostumbraría a aquello? Me eché hacia atrás por instinto a la vez que el director de actividades se levantaba de su silla de ruedas. No debería de ser posible, pero la manta que debía tapar sus piernas se cayó y de la silla salió el cuerpo de un caballo. Tuve que mirar hacia arriba para poder mirar al hombre con el que hablaba. Ahora era mucho más esbelto, el cuerpo de un precioso caballo blanco se alzaba imponente y allí donde debería haber estado el cuello, estaba el cuerpo de Quirón.

Al ver mi impresión y la diferencia de altura, se agachó para poder seguir con la conversación. Lo miré de arriba abajo un par de veces antes de decir una sola palabra.

—¿Y sabes quién es mi padre o madre divino? —Su mirada se volvió un poco más fría. Miró hacia el campamento, después volver a mí. No sabía por qué, pero algo hizo que no me tomase en serio su respuesta. Parecía que estuviese decidiendo si mentirme o no.

—Me temo que eso es algo que solo tu progenitor o progenitora puede mostrarnos, Evangeline. Así es como funcionan las cosas en el campamento. — Me sorprendió que su tono no enmascarase más emoción que algo de molestia. ¿Por la pregunta? ¿Por no resolver mi duda? No lo descubriría hasta años más tarde. Tampoco puede responder, porque el sonido de unos cascos corriendo por el porche hizo que ambos nos girásemos.

Había dos personas en la entrada del porche. El primero de ellos un sátiro, como los había llamado Luke. Era bastante más alto que yo, una o dos cabezas, su cabello era castaño y al igual que el pelaje de sus patas. Su mirada era brillante, aunque no sabría decir si era miedo o ilusión. A su lado había una niña, probablemente de mi edad. Era más bajita que yo. Su melena rubio ceniza estaba acompañada por unos ojos grises como una tormenta.

—Evangeline, estos son Grover y Annabeth. Te enseñarán el campamento —dijo Quirón posando su mano izquierda en mi hombro con delicadeza—. Nos veremos en la cena. 

¡Buenas tardes!

Siento haber actualizado tarde, he estado bastante ocupada. Pero aquí tenéis el capítulo semanal. 

¡Evangeline ya ha llegado al campamento! 

¿Os esperabais las apariciones? ¿Quién ha sido vuestro personaje favorito? 

¡Hasta la próxima! 

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