Horus

By bibliotecadorada

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¿Y si el amor de tu vida esta en otra galaxia? No todos los días te cruzabas con alguien como él: alto, muscu... More

Sinopsis
Capítulo 1: El misterioso chico
Capítulo 2: mitología egipcia
Capítulo 3: tropezones sin caídas
Capítulo 4: viajes acompañados de alucinaciones
Capítulo 5: biblioteca
Capítulo 6: heladería
Capítulo 7: la feria
Capítulo 8: la fiesta
Capítulo 9: estrella
Capítulo 10: Guiston
Capítulo 11: Guiston Park
Capítulo 12: inesperada visita
Capítulo 13: alucinaciones
Capítulo 14: menta granizada
Capítulo 15: ¿estoy loca?
Capitulo 16: la audición
Capítulo 17: el famoso número
Capítulo 18: nuevos cabellos
Capítulo 19: la barbacoa
Capítulo 20: la cabaña
Capítulo 21: celebración
Capítulo 22: verdades disfrazadas
Capítulo 23: miedo
Capítulo 24: playa
Capítulo 25: despertar
Capítulo 26: dura realidad
Capítulo 27: galaxia
Capítulo 28: orejas
Capítulo 29: el extraterrestre
Capítulo 30: visitas nocturnas
Capitulo 31: información
Capitulo 32: Dhimot
Capitulo 33: Daemon
Capítulo 34: visita sorpresa
Capítulo 35: nuevo mundo
Capítulo 36: Hator
Capítulo 37: verdades incómodas
Capítulo 38: el beso
Capítulo 39: el tiempo
Capitulo 40: Salix y Thorm
Capítulo 41: Guixis
Capítulo 42: información valiosa
Capítulo 43: volvió
Nota de autor
Capítulo 44: primer entrenamiento
Capítulo 45: baile celestial
Nota de autor
Capítulo 46: más cosas a la luz
Capítulo 47: una hermana normal
Capítulo 48: el entrenamiento
Capítulo 50: Gretik
Capítulo 51: Trina
Capítulo 52: almas gemelas
Capítulo 54: charlas reveladoras
Capítulo 55: elogios peligrosos
Capítulo 56: un mundo ideal
Epílogo
Nota de autor

Capítulo 49: las habilidades fallaron...de una buena manera

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By bibliotecadorada

―Bueno, por tu mirada, veo que te sometiste a mi don. La fuerza―dijo con una voz extrañamente dulce―. Esa es mi habilidad especial, mi don, si quieres llamarlo así. Si hago contacto visual con las personas durante un tiempo determinado, les transmito la fuerza interior que poseo para que puedan realizar cosas. Dime, cuando miras mis ojos, ¿a qué te hacen acordar?

― A un león―respondí sin ni siquiera pensarlo.

Ella asintió.

—En tu planeta se llama León, pero aquí le decimos Namndú.—Lo pronunció «Namdú»—. Tiene la misma forma que tu león, pero este es de color blanco y no come animales. Se alimenta de la vegetación, al igual que todo ser viviente de aquí—me siguió explicando.—Este animal representa nuestro espíritu, nuestra sabiduría, nuestra fuerza interior. Eso es lo que yo trabajo, lo que yo tengo para ofrecer a este mundo. Observa.

Casi sin dejar de mirarme, se giró hacia una flor color violeta que teníamos al lado. Su tallo era largo y verde, y en la punta tenía una flor de cuatro hojas. Jodeth colocó la mano en uno de sus capullos, que estaba cerrado. Cerró sus ojos, pareció concentrarse, y a los pocos instantes, ese capullo comenzó a abrirse. La mano de Jodeth resplandecía con un leve color naranja brilloso. Cuando el capullo dejó de abrirse, se convirtió en la misma flor violeta que estaba a su lado. La mano de Jodeth dejó de resplandecer y abrió los ojos nuevamente.

Me corrí hacia atrás casi inconscientemente debido al susto. Sus ojos tenían ese brillo que una vez Horus me mostró, alrededor de la pupila, de color blanco. En unos segundos se le fue del todo.

—Eso...eso fue increíble—le dije, sin aliento. Entre el capullo, su mano brillante y sus ojos, no sabía en qué concentrarme.

Jodeth sonrió y miró la flor, que había sido un capullo hasta recién.

—Eso es debido a la fuerza que le transmití. La fuerza interior da vida, Zhelig, nunca te olvides de eso. Y lamento asustarte por mis ojos, eso es porque me conecté con la fuente de una manera directa, digamos.

Asentí.

—Horus me había explicado algo, pero no sabía que brillaban cuando usaban habilidades.

—Generalmente, brillan cuando uno se conecta con su don. O cuando uno medita y eleva mucho su frecuencia vibratoria. ¿Cómo te lo mostró Horus?

Recordé cómo había sido, y se lo conté:

—Él estaba...Bueno, estaba parado en el medio de mi casa. No estaba haciendo nada en específico. Solo me estaba mirando.

Jodeth abrió un poco más los ojos y luego frunció el ceño. Abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió y la cerró. Se me quedó mirando unos instantes, sin decir nada. Su mirada parecía querer descifrar algo.

—¿Dije algo incorrecto?—murmuré, insegura.

Negó con la cabeza.

—Claro que no. Es solo que...no importa. Olvidémonos de eso, ¿sí? Lo siento. Debemos empezar con tu entrenamiento.—Carraspeó, pero una sensación incómoda se instaló en mi—. No te lo he dicho, pero vinimos aquí en vez del gimnasio porque en la naturaleza es en donde más energía hay, y nos sirve para no cansarnos y rendir más.

Aprecié mi entorno una vez más y asentí.

—Quiero que cierres los ojos y te relajes. Hoy vamos a practicar la visualización. Poder ver claro lo que queremos es la clave para lograr las cosas, cualesquiera que sean—hizo silencio unos instantes—. Trata de poner tu mente en blanco.

Hice lo que me dijo y cerré los ojos. Traté de relajarme, pero no pude.

Era un poco complicado la verdad. ¿Qué pasaría si no me salía y en realidad se daban cuenta de que no era una verdadera khraciariana? Es decir, se podrían haber confundido de persona...

La voz suave de Jodeth volvió a inundarme:

―Tu mente va a tender a que desconfíes de ti misma cuando intentes hacer esto o que tus pensamientos se vuelvan muy fuertes de repente. Lo que tienes que hacer, es formar una bola con tus pensamientos y arrojarlos al fondo de tu mente.

Bien, estaba en lo cierto. Intenté hacer lo que me pedía, pero no pude. La bola que había formado no quería irse, y si lo hacía, volvía al centro de mi mente.

―No puedo...―murmuré frustrada luego de un rato.

―Es normal—me respondió, con voz extrañamente cálida—. Puedes probar con otra técnica, hay muchas. Trata de formar esa bola, pero en vez de enviarla hacia el fondo de tu mente, conviértela en luz y desármala; que la luz vaya cayendo, como este árbol que tenemos al lado, hasta volverse transparente y no quede más nada.

Volví a formar a bola y esta vez haciendo lo de la luz, funcionó. Ya no había nada negativo ni ruidoso en mi cabeza y por fin, estaba en paz.

― ¡Sí! ¡Lo hice! ―dije dando pequeñas palmaditas a causa de la emoción.

Sentí cómo la energía de Jodeth se estiraba hacia mí, básicamente diciéndome que guardara silencio. Unos segundos después, su mano entró en contacto con la mía y me sobresalté.

—Solo te estoy pasando energía, relájate—me explicó, al sentir que me tensaba un poco—. Ahora visualízate, Zhelig. A ti, en algún lugar que te guste mucho. Mira alrededor, ¿cómo es ese lugar? ¿Qué aroma tiene? ¿Qué ruidos hay? ¿Qué estas sintiendo?

Respiré hondo, y por alguna razón, el prado en donde había estado con Horus viendo a los khraciarianos danzar vino a mi mente. Me vi allí, sentada atrás del acantilado, mirando hacia las casas y los niños jugar, hacia el sol, a los árboles y las plantas...

De repente, el aire a mi alrededor pareció vibrar y ya no sentí más el contacto de Jodeth, ni el aroma de rosas mezclado con jazmín. Abrí mis ojos, y solté un grito cuando descubrí que, definitivamente, no estaba más en el Centro de Conexión.

—¡Oh, por dios!—exclamé, agitada, mirando todo con los ojos muy abiertos.

El acantilado estaba a menos de un metro de distancia mío. Las casas estaban igual que la vez pasada, pero esta vez no había muchos niños corriendo por las colinas de abajo. Estaba más tranquilo, y supuse que porque todavía no era la hora en la que los bailarines aparecían.

Miré alrededor, y el bosque apareció frente a mí. Traté de no entrar en pánico... Pero estaba muerta de miedo. De repente, un montón de dudas comenzaron a invadir mi mente. ¿Y qué pasaría si viene un khraciariano y no me podía comunicar porque no entendía mi idioma? ¿Y si me veían como un bicho raro y llamaban a alguien para que me encierre por ingresar ilegalmente a su planeta? Dhimot no me había cambiado de aspecto esta vez, por lo que mi pelo era rubio, no blanco.

Estaba perdida en otro planeta. ¿Cómo es que podía tener tanta mala suerte? ¿Cómo...?

—Hey.

Di la vuelta, asustada, y tropecé con una roca. Antes de tocar el piso, Horus me sostuvo de un brazo.

—¡Horus!—exclamé, contenta.

No solo me venía a rescatar, sino que había evitado estrellarme contra el piso.

Me levantó suavemente, con una sonrisa en los labios. Vestía el traje espacial de color gris y tuve muchas ganas de decirle lo guapo que estaba. Pero no sabía si era lo correcto. Luego de besarnos, actuamos como si nada. Solo habían pasado dos noches, pero...

—Aquí estas—dijo, contento—. Recién llegué al Centro para saludarte y vi que Jodeth se estaba riendo sentada al lado de un árbol. Cuando me contó lo que pasó, le pregunté si podía venir yo a rescatarte.

Mis mejillas ardieron de la vergüenza.

—Yo... Estaba muy asustada. Un segundo, estaba sentada tomando la mano de Jodeth, y al otro, en frente de un acantilado. Fue...horrible.

Soltó una risita.

—Se llama teletransportación, también.

Negué con la cabeza.

—No tiene sentido.

—Oye, relájate—me tomó de la mano—. Cierra los ojos, que Jodeth me esta preguntando por ti.

Los cerré y supe que era para ir al Centro de nuevo. Horus nos teletransportó hasta allí. Cuando los volví a abrir, Jodeth seguía en la misma posición que antes, pero con una sonrisa bastante grande en la cara. Se notaba que el asunto le daba gracia.

—Oh, aquí estas. Pensé que ya no te apetecía más mi compañía—dijo en tono divertido.

Horus rio y yo no pude hacer otra cosa que ponerme más roja.

—Yo...no sé lo que pasó...Por todos los santos. Un segundo estaba aquí y el otro allá...

—No pasa nada, Zhelig—me calmó Jodeth y dejó de sonreír de a poco. Nos indicó que nos sentemos al lado de ella y eso hicimos—. La verdad es que estoy sorprendida. La teletransportación es lo último que se enseña, es lo más difícil. Requiere grandes cantidades de energía y concentración. Los niños de aquí recién a los catorce años aprenden a hacerlo, para que no lo hagan por error. Como...Tú.

Sonreí levemente.

—¿En serio es tan difícil?—pregunté, porque seguía sin creérmelo.

Me había teletransportado. Santos dioses...

—Sí, te lo puedo asegurar—respondió Horus y sonrió—. A mí me llevó meses de práctica. Supongo que como todos estos años no usaste tus habilidades ahora están queriendo salir a la luz de repente. ¿Algo así como que se te acumuló mucha energía interior?—la miró a Jodeth.

Volvió a sonreír un poco y miró mi mano derecha.

—O, podríamos decir, que se le acumuló mucha energía en el presente. ¿Llevabas ese brazalete puesta cuando lo hicimos, verdad?—me preguntó Jodeth.

Asentí.

—Sí, me la regaló Salix.

—Ya veo. Bueno, eso explica mucho. Ese brazalete es algo así como un impulsor de energía, Zhelig. Ayuda a que gastes menos de la tuya y que a su vez sea más fácil y más fuerte la habilidad que necesitas usar. Eso, combinado con mi contacto, hizo que pudieras teletransportarte.—Me explicó—. Aun así, es sorprendente.

Cielos. Miré el brazalete, que era muy pequeña en comparación con otras, y no pude evitar sentir respeto por ella. Que esa minúscula cosa tenga tanto poder era casi ridículo.

—Debes tener cuidado con ese brazalete—la señaló Horus, serio—. No la uses en la Tierra. Si algún día piensas en algún lugar y terminas teletransportándote allí, en frente de las personas, sería una especie de catástrofe.

Asentí. Un escalofrió bajó por mi columna ante ese pensamiento.

—No lo haré. Esta es la primera vez que la uso, de hecho. Gracias a dios—murmuré por lo bajo.

—El entrenamiento por hoy terminó. Has hecho mucho más de lo esperado—Jodeth me estudio con la mirada—. Cuando quieras volver a entrenar, aquí estaré, Zhelig.—Se levantó, saludó a Horus y se fue caminando tranquilamente hacia el Centro de vuelta.

Suspiré y me recosté en el césped.

—Es una locura lo que acaba de pasar—dije en voz alta.

Horus se acostó al lado mío.

—Ni me lo digas. Felicitaciones, por cierto. Has logrado algo muy difícil. Estoy orgulloso de ti.

Sonreí y burbujas aparecieron en mi panza. Que me diga eso significaba tanto para mí.

—Gracias—le respondí y cerré los ojos, respirando hondo.

Era tan pacífico estar aquí, con solo el ruido a pájaros y la brisa, con la tranquilidad que este lugar emanaba...

Desperté desorientada, y un par de ojos de distinto color me devolvieron la mirada.

—¿Qué...?

Parpadeé y me apoyé sobre el codo izquierdo, mirando a mí alrededor. A través del ventanal, que estaba abierto, se podía ver que ya estaba anocheciendo. El cielo se había tornado un color azul muy intenso con estrellas de todos los colores. No sabía de dónde habían salido, pero ahora había una cortina en la ventana. Era de color blanco, transparente y estaba abierta de par en par. Sus puntas flameaban levemente cuando la brisa la acariciaba, y la luz del planeta vecino (que hoy me había enterado que era ni más ni menos que Gretik) la iluminaba, con un tono entre naranja y azul.

—Buenas tardes, dormilona—dijo Horus y se estiró. Estaba acostado al lado mío, pero él estaba por arriba de las mantas. No como yo, que parecía que me había ido a dormir.

—¿Cómo llegué aquí?—pregunté y seguí mirando alrededor. Me encontraba en la habitación en la que había dormido la otra vez, la que Salix había preparado para mí.

—Te quedaste dormida—sonrió—. Fue algo tierno de ver. Hasta babeaste un poco...

Me puse roja y quise que la tierra me tragara.

—Oh, dios...

Rio.

—Es broma. Te has quedado dormida y no tuve mejor idea que teletransportarnos aquí y dejarte dormir.

Me quedé pensando en lo que dijo, pero algo no me cerraba.

—Eso es raro. No suelo quedarme dormida así de rápido.

Horus asintió.

—Fue por el gasto de energía. Tendrás que ir acostumbrándote de a poco a no agotarte de más—. Se puso de costado, con una mano apoyada en su cabeza. Ya no llevaba más el traje espacial, sino que tenía puesta una remera blanca larga y unos pantalones sueltos. Así que su bíceps había quedado al total descubierto, dando un espectáculo que ver.

Relamí mis labios y volví a acostarme boca arriba.

—Esto de pasar tanto tiempo aquí me pone de los nervios, Horus. A mis padres no les debe hacer bien que les cambies el pensamiento todo el tiempo.

—No te preocupes, no se lo cambiamos. En general, piensan que estas con Emma o con Trevor, nada grave. No les hacemos cambios significativos, así que no tienes nada de qué preocuparte.

Asentí, pero igual no me sentía muy cómoda. Nunca les había mentido, y ahora lo hacía todo el tiempo.

—Hay algo que necesito que hagamos—dijo y alcé las cejas, curiosa—. Necesito que vengas a Gretik conmigo.

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