Ladrón de Besos(Completa)

By ChrisRivera1116

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ALEXANDER : "Cuando estuve en la escuela, me divertía haciendo bromas. Pero la mejor broma, fue la de robarle... More

Soy todo un
La Tía Clara
Se Lo Buscó
Algo en tu Pestaña
Lo que No Esperaba
¡No estoy Celosa!
Besos Consentidos
Con otros ojos
Levántate
Llegó papá
Represalias
Derrumbe
El Baile de la Escarcha
Corazones Rotos
El Banco del Cerezo
Con el Paso del Tiempo
James
Natalia
La Cita
Bailes y Rudeza
Mancha
Tregua y Promesas
Posibilidades
Para que Funcione
Escapes
Odisea por la Campiña
Champagne
Flores y Nostalgia
¿Y este tipo?
Rescate y Salida
Cambio de Emociones
Decepciones y Disculpas
El Peso de la Indiferencia
¿Se conocen?
Sentimiento Reencontrados
Retribución
Despertar
Retos
La Luna sobre Paris
Encuentro Inesperado
Phillipe al Rescate
Invocación y Pasión
De Absoluciones y Amores
La Movida de Karen
Decisiones, Decisiones
Un Detalle Olvidado
Hablando Claro
Remontando el Futuro
Sorpresas, Sorpresas
La Sonrisa de Bertha Ellis
Para que compartamos nuestra Felicidad
De Corazón
De Vestidos y Cambios
Las Despedidas
El Esperado Día
Uno que otro beso
La inspiración
Agradecimientos

La Magia del Cerezo

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By ChrisRivera1116

Alexander

Después de trece horas de vuelo y veinte minutos de esperar por todo el equipaje, Natalia y yo caminábamos hacia la salida del aeropuerto de Birmingham, Alabama.

—Espera Nat. Mamá dijo que estarían esperándonos a la salida.

—¿Ya la viste? —preguntó ella.

—Aún no, pero conociéndola, puede que haya pasado la noche aquí.

—No exageres.

Natalia estaba fresca como lechuga porque pudo dormir casi todo el viaje. A mí se me hace difícil dormir bien mientras estoy en algo que se mueve.

Miré a todas partes, pero no logro ver a mi familia y comenzaba a sentirme un poco avergonzado con Nat, pero para disimularlo, me acerqué a la máquina de dulces.

—¡Alex! ¡Creo que ya vi a tu madre! —me grita Natalia mientras sacaba una barra de chocolate.

—Que bien —respondí, pero caí en cuenta de pronto—. Espera; ¿cómo sabes que es ella?

—Creo que debe ser la señora alta, con un cartel que dice: Aquí estamos, Alex.

Efectivamente era ella, aunque hubiera preferido decir que no, porque estaban mi madre y mis tíos, todos gritando y vitoreando en medio del aeropuerto como fans recibiendo a una celebridad. No tuve más remedio que reírme y dirigirme hacia ellos.

«¿Pueden creerlo?» Mi propia madre y mi tía, se limitaron a darme un abrazo y beso de paso y siguieron de largo a recibir más efusivamente a Nat. Solo el tío August se acercó y me saluda con un sincero y tranquilo apretón de manos.

—No han hecho otra cosa que hablar de tu chica —me dice el tío.

—Ya veo.

Y no conformes con el somero recibimiento, me mandan a ir al frente para flanquear a Nat en la parte de atrás de la camioneta del tío. Y ella lo disfrutaba sonriente respondiendo a la ráfaga de preguntas de las señoras.

—¿Todo está bien? —pregunta mi tío para hacer conversación conmigo.

—¿¡Que!? Sí, todo muy bien.

Estaba más pendiente de escuchar lo que hablaban las mujeres atrás.

—Olvida a tu pareja por el momento —comentó el tío—, ellas tienen suficientes preguntas para buen rato.

En medio del camino, siento un leve tope en mi hombro.

—¿Cómo te atreviste a hacer llorar a Natalia? —me recrimina mi madre.

—¿Tenías dudas de querer quedarte con ella? —le siguió mi tía.

Nat desembuchó, con mucho gusto, todo lo nuestro en el camino de una hora a Madison. Llegamos a la casa y aún las señoras impedían que me acercara a mi pareja, y eso me comenzó a molestar algo. Pero por suerte, Nat me comprendió y se acercó para congraciarse conmigo.

—Bien. Tomaré un baño y soy toda tuya —me dijo.

—Y me dejarás solo con mi madre y mi tía.

Por respuesta se sonrió, me dio un beso tierno y se alejó para subir las escaleras.

Luego de que tomé mi baño, almorzamos y antes de que la tarde cayera, llevé a Natalia al parque del cerezo.

Todo estaba muy diferente. La comunidad había despejado y aclarado el camino hacia el cerezo del señor Kobayashi. De hecho, así se llamaba el parque, Kobayashi's Park. Un lugar pacífico y hermoso en el que ya había varios bancos para sentarse y el que el ilustre ciudadano de origen japonés había construido, se notaba haber sido restaurado.

Hablando con quienes ocupaban el banco, bajo el cerezo en ese momento, descubrimos una leyenda urbana que decía que la pareja que se besara sentada en ese banco, terminaría casándose. Me reí, pues yo conocía todo el origen de ese lugar. Y se lo relaté a Natalia. La historia del señor Kobayashi, la enterneció provocando que me abrazara y posando su cabeza en mi pecho. Hasta que cayó en cuenta.

—Y entonces —dijo ella—. Te besaste bajo este mismo cerezo con Lory.

El tono que usó se escuchó tajante y yo entrecerré los ojos.

—¿Otra vez celosa?

—No estoy celosa.

—De todos modos —repliqué tranquilo—, nunca nos besamos sentados en ese banco.

Escuchando eso la chica de la pareja que estaba sentada, se levantó

—Entonces aprovechen —dijo y nos cedieron el asiento.

Sonriendo, Natalia se sienta y tira de mí para que le acompañe.

—¿En serio crees eso? —pregunté.

—No importa si lo creo o no —respondió ella—. Lo que importa es que usemos ese simbolismo entre nosotros. Además, uno nunca sabe.

No estábamos completamente solos, pero eso no impidió que nos besáramos con toda la pasión que sentíamos. Natalia me gustaba más de lo que cualquier otra antes, solo el tiempo dirá, si la magia del cerezo dará resultado.

Loryann

Durante la noche, me desperté de pronto y me topé con James mirándome.

—¿Qué haces? —le pregunté en un susurro.

—Cuidando tu sueño.

—Pues no hiciste buen trabajo. Me desperté.

—Cierto. Probablemente fue mi culpa, porque mientras te miraba, secretamente tenía el deseo de que despertaras para decirte que te amo.

Ahora sí que mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Era pa primera vez que se sinceraba conmigo y en su mirada pude notar que su esperanza de que yo le correspondiera. «Loryann Ward»; apareció en mi mente. Puedo hacerlo. A pesar del miedo por el futuro, puedo amar a este hombre.

—Te amo, James —dije con firmeza y convicción.

—¿Sabes? —me dijo colando su brazo bajo mi espalda—. Charles Chaplin, tenía cuarenta y ocho años cuando le propuso matrimonio a Oona O'neill, de dieciocho, diciéndole: «Cásate conmigo para enseñarte a vivir y yo aprenderé contigo a aceptar la vejez».

Me reí de tan ocurrente proposición.

—¿Y ella aceptó? —pregunté por curiosidad.

—Ella respondió: «No Charles. Me casaré contigo para que me enseñes a madurar y yo te enseñaré a mantener tu juventud hasta el final».

Lo besé en ese momento. Ya no tenía dudas. Miedo sí, pero ninguna duda.

Pasamos unos días muy bonitos en los que me sentí la señora de la casa. Bertha venía todos los días para hacerme compañía y varias veces salimos de compras, mientras que James trabajaba adelantando proyectos en preparación para tomar su año sabático.

Katie iba y venía de la escuela y en las tardes le daba algunas técnicas de modelaje. Le compré ropa para que practicara y por su avance, pude notar que tenía buena disposición para la pasarela. Y con cada lección, le iba tomando cariño.

El sábado antes de que James y yo saliéramos para Estados Unidos, dejamos a James en la casa y por petición de Katie fuimos al salón de belleza en el que pidió arreglar su rojiza maraña de cabello irlandés.

—¿Estás segura? —pregunté—. Me encantan tus risos.

—Solo quiero tenerlo como el tuyo —respondió la chica.

—Bueno. Veamos —cedí—. Bien podemos volver a tus rizos.

Cuando llegamos a la casa, Katie traía puesto un gran sombrero tipo pamela para ocultar el resultado a su padre. Subimos a su habitación y ambas nos arreglamos.

Una hora después, James nos clama desde la escalera para cenar. Preparadas y sonrientes salimos al pasillo. Bajé primero para llamar la atención y que Katie sorprendiera.

James me veía descender los escalones con la mirada que esperaba. Callado y embelesado se mueve a un lado para recibirme ofreciéndome su brazo.

—¡Estás preciosa, cariño! —exclamó Bertha al verme.

—Definitivamente está hermosa —dijo James.

—Si eso creen, esperen a ver a Katie —comenté.

Expectantes, los hermanos se fijaron en la escalera. Pero la chica no aparecía.

—¡Ya puedes bajar, Katie! ­—grité.

—¡No se vayan a reír! —gritó ella desde arriba.

—Nadie se reirá —repliqué.

—Bien. Ahí voy.

Todos vimos a la joven más hermosa asomarse a la escalera. Descendió unos escalones con calma. Habíamos practicado mucho ese descenso.

Por su expresión, James parecía no dar crédito a sus ojos. Los rizos de su cabello habían desaparecido y ahora un sedoso velo rojo recorría por los lados de su cabeza, enmarcando su pálido rostro con sus ojos acentuados con un suave delineador y labios levemente maquillados en un rosa suave. Traía una blusa negra de manga larga y una linda falda corta de algodón, blanca en flecos. Y por supuesto, zapatos tenis nuevos también blancos.

Cuando llegó al primer piso, su tía se abalanzó para abrazarla.

—¡Divina! ¡Sencillamente divina! —exclamó Bertha casi a punto de llorar.

La chica se paró frente a su padre y lo miró esperando su expresión.

—Esta no es mi hija —dijo con el rostro serio—. ¿Qué hiciste con mi hija?

—¡Papá! —exclamó Katie.

—Estoy bromeando, querida —replicó sonriendo—. Estás hermosa.

James ofreció su otro brazo a Katie y ella se colgó de este para escoltarnos a la mesa.

Esa noche, la cena fue una amena, divertida y encantadora en la casa de la familia Ward.

Tres días después, James y yo abordamos el avión para Alabama, en donde otra reunión familiar se llevaría acabo.


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