Glitch: del amor y otros jueg...

By AnaidLiddell

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Cien streamers compiten en parejas por un premio de doscientos mil dólares. Él es conocido por ser bueno en c... More

Presentación de la historia
Personajes
Nivel uno: El ex o el tipo
Nivel dos: Privacidad
╔ Twitter: Maze Survivor ╝
Nivel tres: Stalker
Nivel cuatro: La propuesta
Nivel cinco: Hablarán
╔ Twitter: Just_Bria ╝
Nivel seis: Piso quince
Nivel siete: El sillón
Nivel ocho: La(s) foto(s)
╔ Twitter: BriaxAaron ╝
Nivel diez: Maze Survivor
Nivel once: Si fuera real
Nivel doce: El mapache
Nivel trece: Tres magos
╔ Twitter: el mesón ╝
Nivel catorce: El grupito
Nivel quince: Un tal Aaron
Nivel dieciséis: Tenías un solo trabajo
╔ Twitter: la cagada de Bria ╝
Nivel diecisiete: La historia se repite
Nivel dieciocho: Mi momento
Nivel diecinueve: La alfombra
Nivel veinte: Falla en el cableado
╔ Twitter: Arruga en la alfombra ╝
Nivel veintiuno: Si cambias de opinión
Nivel veintidós: Soy como tú
╔ Twitter: sorry not sorry╝
Nivel veintitrés: Crónicas de un vicio
Nivel veinticuatro: Un regalo práctico
Nivel veinticinco: Hapee birthdae, Bria
╔ Twitter: Feliz cumpleaños, Bria ╝
Nivel veintiséis: Ganar al maestro
Nivel veintisiete: Germán, el héroe
Nivel veintiocho: Habilidades
Nivel veintinueve: Conejo blanco
╔ Twitter: el primer beso ╝
Nivel treinta: Pelos de gato
Nivel treinta y uno: Fuego lento
Nivel treinta y dos: Metagaming
Nivel treinta y tres: También sé hacer trampa
Nivel treinta y cuatro: Anomalías
Invitación

Nivel nueve: Un lugar habitable

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By AnaidLiddell

Por suerte no aparecen más fotos en las próximas horas. A veces, cuando pasan cosas como estas, la gente logra desenterrar datos de hace años. No diría que la conversación se ha reducido, las personas insisten en tener una respuesta. En unos días MrEnzo va a dar más información sobre el concurso, y estoy segura de que para ese día ya nadie va a hablar de nosotros dos.

Mientras tanto, yo gasto la mañana y la noche del miércoles intentando arreglar mi departamento. Lo primero es la montaña de trastes en mi cocina. Está en ese punto en el que tengo que separar los trastes en montoncitos porque la llave está obstruida con platos y el zacate enterrado en el fondo.

—¿Por qué te importa tanto? A nosotros siempre nos invitas, aunque tengas un desastre —se extraña Sam cuando le marco por teléfono. Hablar con ella es una de las pocas cosas que me motivan a limpiar, aunque no en momentos como estos en los que habla con un tono insinuativo que no necesito.

—Es diferente.

—Claro... —insinúa.

—No empieces —le corto—. Además, la primera vez que viniste también limpié. Ya después dejó de importarme.

Sam no tarda mucho en colgarme y me quedo sin estímulos a la mitad de la montaña de la cocina. El problema es que hacer cualquier cosa que no sea limpiar, suena mucho más divertido para mi cerebro. Tratar de formar burbujas con el jabón es más divertido, buscar nuevas canciones que agregar a mi playlist también, espiar el stream de Aaron, o mirar TikTok «por solo cinco minutos» suena mucho mejor.

Digamos que no avanzo mucho en la primera media hora. O bueno, en las primeras dos horas y media.

Mi perdición es cuando me prometo que cuando termine la montaña jugaré una partida de Fall Guys. Luego, la montaña parece demasiado, me conformo con terminar los vasos. Me siento para tomar mi recompensa; pierdo en la primera ronda, así no vale, mejor jugaré hasta que gane. Y como no gano ni una, se me va toda la mañana hasta que mi teléfono suena para recordarme que es hora de bañarme para luego empezar stream.

Mi trabajo es divertido, no necesito recompensas para obligarme a sentarme frente a la computadora. Aunque tengo ganas de apagar todo en cuanto empiezan a llegar donaciones que me preguntan sobre Aaron. Decido que es más entretenido para la audiencia y para mí dar respuestas ingenuas, como si no supiera de qué hablan.

Así, cuando me preguntan si tengo algo que decir respecto a las fotos, las pongo en mi pantalla. «De hecho tomé clases de arte cuando estaba en la preparatoria», y procedo a analizar la composición de la fotografía como si fuera una obra de arte. Concluyo que todas tienen una buena iluminación, pero los fotógrafos no hicieron mucho por mejorar el enfoque.

Eso se torna en una conversación de dos horas en las que le muestro al chat fotos de parejas famosas tomadas por algún paparazzi «Miren, esto sí es una foto profesional». Y les cuento todos los chismes que me sé de las parejas, fruto de años de seguir a Taylor Swift; y otros cuantos años leyendo las revistas de chismes de mi mamá.

«Reto aceptado. A la próxima serán mejores fotos», me dicen en una donación.

—No, no, no —salto a responder. Gran error, mis mejillas se tornan rojas y mi fachada de «no me importa» se cae. Me aterro de pensar en la cantidad de personas que están mirándome y los tantos que se enterarán después por clips, ¿cuántos de ellos vivirán en mi ciudad?, ¿cuántos podrían tener una cámara profesional?—. Seguro que muchos tienen gran talento para eso de las fotos, ¿por qué desperdiciarlo conmigo?

Mejor me callo antes de arruinarlo más.

Termino el stream con un mal sabor de boca. Debí quedarme callada e ignorar los comentarios. Podría haberle pedido a mis moderadores que me ayudaran a silenciar el tema; pero no, la niña quería creerse muy lista. Mierda.

No tengo tiempo para lamentarme. Mi casa sigue exactamente igual que en la mañana.

Encuentro una motivación par lavar que me ayuda más de lo que me distrae, para variar. La música que en la mañana estuve añadiendo a mi playlist es la clave. Me encanta escuchar canciones nuevas, y con esa inspiración finalmente termino la montaña.

Doy un suspiro cuando coloco la última olla limpia como la punta de mi monte Everest de cristal y metal. Con esto la casa ya luce un diez porciento más limpia. Merezco una... No, no, nada de recompensas.

Debo trapear. Necesito una jerga, pero no quiero quitar la de la entrada. Recorro toda mi casa, encuentro una en el baño. Debería lavar el baño, voy por el jabón. A medio camino veo la cama destendida. Podría hacer esto primero, tender la cama es fácil y da una sensación de orden general. Pero hay una mancha de kétchup en mi colcha, mejor la pongo en la lavadora, junto con la demás ropa. Sí, sí, dejo la lavadora trabajando mientras que... Espera, ¿qué estaba haciendo?

Grito de frustración a la nada. ¿A qué vine en un principio?

Okay necesito otro método.

Con un trapo en la mano corro a mi pizarrón de recordatorios, hay pendientes que nunca taché de la Navidad pasada. Los borro todos y disfruto la mirada del pizarrón limpio, pero de inmediato lo lleno de pendientes: baño, sabanas, trapear, etc. Recorro el departamento entero hasta que creo haber anotado todo. Tengo delante unas veinticinco casillas de pendientes.

Empiezo por meter algunas cosas en la lavadora. Me sorprende lo fáciles que pueden volverse algunas tareas extremadamente aburridas al escuchar algo divertido de fondo. Debería anotar eso como consejo, el algún lado, solo que no sé dónde. A lo mejor debería hacer una libreta que reúna mis consejos para ser productiva con TDAH. Podría escribir un libro. Seguro que ya hay un montón de esos.

No, no. Bria: regresa.

Vuelvo con dos clics el pódcast que estaba escuchando. Lo que busco en un pódcast no es aprender o reflexionar: a mí me gusta oír chismes. Puedo pasar horas escuchando a gente contar sus historias sobre cualquier tontería: mujeres quejándose de hombres idiotas; chicas contando sus anécdotas en viajes; o tipos que me actualizan de lo que está pasando con las celebridades.

Logro tachar la mayoría de las casillas, pero la casa sigue viéndose mal con el montón de trapos sucios regados en todos lados.

Miro el reloj: cuatro de la mañana.

Cambio «doblar la ropa» por «esconder la ropa», que es más realista si quiero dormir un poco. Ya no hay montaña de trastes sucios, ahora son limpios y tengo que guardarlos; puedo guardarlos todos en su lugar o dejar la montaña como decoración y señal de triunfo. No sé, será problema de la Bria del futuro inmediato.

¿Hay alguna tarea más aburrida que doblar ropa? No lo creo. Eso definitivamente no se va a hacer. Abro mi clóset. Las prendas amontonadas en el clóset que juré que acomodaría después me miran mal, pero ya no me importa. Lo aviento todo allí. Los ganchos están vacíos, pero el resto de mis prendas se amontonan y amenazan con caerse. Tengo que cerrar como si encerrara un animal salvaje en lugar de objetos inertes.

Escondo el resto del desorden y me tiro al colchón desnudo, porque «poner sábanas nuevas» no estaba en la lista y ya es muy tarde para añadirlo.

Cierro los ojos.

Juraría que solo han pasado cinco minutos cuando me despierta la alarma: ¡Bañarse!

La pospongo. No es posible que ya sea tan tarde, seguro estoy soñando.

O quizá sí, porque vuelve a sonar.

Esa y una vez más.

Me arrastro como un zombi a la ducha después de tres alarmas perdidas.

Para cuando Aaron toca a mi puerta, he logrado mi objetivo. Me siento con energía tras una siesta entre el stream y su llegada. O bueno, quizá el verdadero culpable de mi subidón es la taza gigante de café con hielos que tomé hace diez minutos.

Está vestido con una playera holgada de manga corta de un tono azul grisáceo y un pantalón negro. Tiene puesto el tapabocas, pero se lo quita en cuanto se detiene frente a mí.

Mi sudadera de hoy es azul, tiene al dinosaurio ese que sale cuando no tienes internet y dice: «You are offline. Try: interact with other humans». El texto de mi ropa es en lo primero en que se fija él. Lo observo sonreír de manera natural, casi como si se le hubiera escapado.

—Bienvenido —saludo señalando teatralmente al interior de mi casa. Ya que tuve que arreglarla, quiero presumirla—. Me hice un café helado —explico. Mi pulcro departamento quedó manchado por el montón de cosas sobre la barra de la cocina—. No tengo cafetera, pero vi un tutorial. ¿Quieres? Es café helado, aunque también puedo hacer uno caliente.

—Frío está bien —me corta gentilmente.

—Okay. Pasa, puedes sentarte por allá.

Se acomoda en el puff azul claro que tengo por sillón en la sala frente a la tele. Al mirarlo me percato de lo raro que es tener en casa a alguien que no es Sam, Jo o mi familia. Por lo regular, este lugar está tan metido dentro del huracán, que prefiero salir y no traer visitas que puedan juzgar mi desorden. Renté aquí poco después de terminar con Teo, él no conoció este lugar cuando estábamos juntos. Y no he tenido una pareja desde entonces, al menos no una en la que confíe suficiente para decirle donde vivo.

¡Oh por Dios este es el primer hombre que traigo a este departamento! Bueno, un hombre-hombre. El primer hombre soltero, Jo y mi papá no cuentan como hombres.

Esto es un gran evento, ¿no? Tengo la sensación de que debería celebrarlo de alguna manera. Espera, ¿y si ni siquiera es soltero? Qué tal si yo llevo este tiempo obsesionada con lo que pudo ser y el tipo resulta ya tener una novia.

—Aaron —lo llamo desde la barra de la cocina mientras sirvo el café. Él me mira esperando a que continúe—. Internet dice muy pocas cosas sobre ti y la mayoría tienen pinta de ser mentira, dime, ¿tienes novia, novio o alguna especie de relación sin etiquetas con alguien? —formulo mientras me aproximo con dos vasos a tope.

—No —se limita a responder. Yo tomo asiento en el puff morado a su izquierda.

Simple, pero efectivo. Supongo.

Ahora que veo bien la situación, Aaron parece ser un tipo muy reservado desde fuera, pero en la realidad no parece querer ocultar nada. Es decir, no te llega a contar su vida como lo haría yo, por ejemplo; pero siempre que le preguntas algo, te responde sin mucho misterio.

Debería aprovechar este momento para formular las preguntas que han rondado mi cabeza desde la última vez que lo vi.

—¿Sabes? Hay algo que de verdad me he estado preguntando sobre ti.

—¿Quieres ver si tengo cables en la espalda o algo así? —Me recibe el vaso.

—No —río casi escupiendo el café.

Aunque la idea de examinar su espalda no suena nada mal. Todo con propósitos muy científicos, claro. ¡Dios Bria, concentrate!

—No es nada demasiado personal. O eso creo. Aunque igual si no quieres responder está bien. —Me acomodo con una mano sosteniendo mi cabeza al costado para verlo de frente.

—Dilo —responde imitando mi posición.

—¿Por qué siempre usas cubrebocas?

—Ah, eso —dice sin cuidado—. ¿En serio esa es tu pregunta?

—Si —asiento—. ¿Qué? Es algo muy... tuyo. No sé, no conozco a alguien más que haga stream así. Le quitas todo lo bonito de ver tus reacciones.

Y su cara.

—Le agrega misterio. Muchas personas llegan solo por eso, porque llama la atención ver a alguien que se cubre la mitad de la cara.

—¿Esa es la razón?

Niega.

Me gusta toda esta aura de misterio que desprende este chico, pero a veces quiero sacudirlo y sacarle las palabras como una piñata. Aunque sin la parte de los golpes.

—¡Cuéntame! —pido, ya que se queda callado después de dar un sorbo a la bebida. Le sacudo ligeramente el brazo. A lo mejor Aaron es como las maquinitas de monedas y tienes que sacudirle un poquito para obtener los premios—. Y quiero la versión completa, no me cortes nada porque no voy a entender.

Aaron sonríe.

—Okay. —Se prepara colocándose más o menos derecho sobre el puff, un desprecio porque lo bueno de esto es poder estar medio acostado. Parece estar haciendo memoria para saber desde donde contar—. Todo empezó cuando nací.

Se me sale una carcajada. Me tapo la boca cuando veo que no lo decía como broma, pero vamos, todos conocen ese meme de Calamardo, ¿no? Él primero me mira con las cejas arqueadas, hasta que curva los labios al comprender el porqué de mi risa.

—Digamos que siempre fui uno de esos niños en los que los papás gastaban un montón en doctores y medicamentos. Siempre tenía gripa, tos, fiebre. Nunca es grave, solo es... molesto. Aunque sea una gripa común, al final estás enfermo, te cansas, duele la cabeza y eso.

—Sí, entiendo. ¿Era asma o algo así?

—No. Fue lo primero que mis papás pensaron, pero luego de ir a un montón de doctores, la única conclusión fue que mi sistema inmunológico era débil y ya. Dijeron que era cuestión de madurar y me daban vitaminas para reforzar. Ayudó, pero dejó de ser suficiente cuando entré a la escuela.

—Un montón de niños mocosos —señalo con el ceño fruncido.

—Ajá. Los papás de los demás niños no querían que enfermara a los suyos, por eso faltaba mucho a clases.

—El sueño de todo niño.

—Pues sí. Me la pasaba bien en casa.

—¿Qué hacías? Jugar, seguro.

—¿Soy tan obvio? —confirma, las comisuras levantadas de sus labios se esconden detrás de la taza. ¿Dejará de ser tan encantador ver esas sonrisitas en algún momento?

—¿Y no reprobaste?

—Técnicamente no. Pero si llegué a atrasarme un par de años porque mis padres me metieron después al kínder y el primer año falté tanto que no aprendí casi nada, así que lo repetí «por voluntad». —Señala las comillas en el aire, noto que su taza ya está casi vacía.

»Aunque lo peor fue que tenía muchos problemas para hablar.

—¿Hablar?

—Sí. Los niños aprenden de la práctica, de convivir con otros y como yo no iba...

—Cierto —reflexiono.

—Así que mis padres empezaron otra ronda de búsqueda de doctores. Así pasaron unos tres años de tratamientos carísimos que no servían de nada. Hasta que un amigo de mi papá les dijo que me pusieran un tapabocas. Y así de fácil se solucionó.

—¿Qué?

—Ajá. Bueno, también dijo que intentara no acercarme a los otros niños cuando estuvieran enfermos y que me alejara de las multitudes. Así que me costó un tiempo seguirle el ritmo a mis compañeros en cuestión del vocabulario. Me acostumbré a no hablar mucho porque los demás no me entendían.

Eso explica muchas cosas. Por eso es tan limpio y mantiene todo muy minimalista, la higiene debe ser indispensable para alguien que se enferma al mínimo. Igual explica por qué no usa elevadores, mucha gente en un espacio pequeño. ¡Oh!, por eso estaba en el balcón ese día.

—Entonces no odias a la gente, solo sus gérmenes —observo.

A él casi se le cae la taza y escupe el café.

—¿Creías que odiaba a la gente? —repite incrédulo, veo como la risa se le desborda por toda la cara.

—Bueno, digamos que había señales —replico riéndome también—. Tu boca es muy expresiva, pero tus cejas siempre están como así. —Hago mi mejor imitación de Aaron con las cejas encarnadas como si hubiera un olor desagradable en el ambiente.

Él suelta una carcajada. Como si nada. Como si no fuera consciente de que cuando sonríe hace que mi corazón se detenga. ¡Para Bria! O bueno, no. Hazlo reír así de nuevo.

Hago otra cara. Tengo la sensación de que me parezco más al gatito enojado de algún meme que a él, pero eso no importa porque él sigue sonriendo de esa manera en que parece iluminar toda la habitación.

Dejo de hacer de payaso cuando casi se me cae la bebida sobre la ropa. Las risas se apagan poco a poco. Nos dedicamos una última mirada con una sonrisa en los rostros. Por favor no me mires así, voy a desmayarme.

Actúa normal.

—¿Quieres más taza? —digo como una idiota. Lo peor es que no encuentro mi error hasta que a él se le vuelve a salir una carcajada—. Digo. Ay no. —Me cubro el rostro por la vergüenza—. Te voy a servir más.

Le quito la taza de las manos y me levanto para preparar más. Él me agradece apagando su sonrisa.

La ventaja de que mi cerebro funcione raro es que se me ocurren un montón de preguntas que pueden desviar la atención ahora.

—¿Te duermes con el tapabocas puesto?

—Nop. Me lo quito si no hay nadie cerca.

—Pero cuando te vi en el balcón no lo tenías puesto —señalo. Uso la batidora para dejar espumoso el café.

—Estaba fumando —contesta cuando el ruido se apaga. Se levanta y va hasta la barra conmigo.

—Cierto. —lo señalo—. Tampoco lo traes puesto ahora, y esta es mi casa, podría estar llena de mis gérmenes.

—Sí, bueno. —Aaron me ayuda a servir los hielos en las tazas—. Digamos que ya compartimos gérmenes una vez así que...

Cierto. Supongo que un beso elimina esa barrera.

Mierda, ¿tengo las mejillas rojas otra vez?

—Tienes suerte, yo nunca me enfermo —hablo para desviar la atención de mi cara vuelta un tomate—. Creo que la última vez que me dio gripa fue... antes de empezar a hacer streams, hace años.

—Qué afortunados son algunos. —Él toma las dos tazas y las lleva de nuevo hasta el cómodo puff. Yo me tiro y me hundo en el mío porque adoro lo cómodos que son.

—Es que eres de los mejores guerreros, te tocan las peores batallas. —Recibo mi bebida en las manos mientras me incorporo.

¿Soy yo o me está sosteniendo mucho la mirada mientras tiene esa sonrisita dibujada? ¿O será que soy yo la mirona?

Se ve tan... No, no.

—¿Qué vamos a hacer hoy?

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