Glitch: del amor y otros jueg...

Bởi AnaidLiddell

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Cien streamers compiten en parejas por un premio de doscientos mil dólares. Él es conocido por ser bueno en c... Xem Thêm

Presentación de la historia
Personajes
Nivel uno: El ex o el tipo
Nivel dos: Privacidad
╔ Twitter: Maze Survivor ╝
Nivel tres: Stalker
Nivel cuatro: La propuesta
Nivel cinco: Hablarán
╔ Twitter: Just_Bria ╝
Nivel siete: El sillón
Nivel ocho: La(s) foto(s)
╔ Twitter: BriaxAaron ╝
Nivel nueve: Un lugar habitable
Nivel diez: Maze Survivor
Nivel once: Si fuera real
Nivel doce: El mapache
Nivel trece: Tres magos
╔ Twitter: el mesón ╝
Nivel catorce: El grupito
Nivel quince: Un tal Aaron
Nivel dieciséis: Tenías un solo trabajo
╔ Twitter: la cagada de Bria ╝
Nivel diecisiete: La historia se repite
Nivel dieciocho: Mi momento
Nivel diecinueve: La alfombra
Nivel veinte: Falla en el cableado
╔ Twitter: Arruga en la alfombra ╝
Nivel veintiuno: Si cambias de opinión
Nivel veintidós: Soy como tú
╔ Twitter: sorry not sorry╝
Nivel veintitrés: Crónicas de un vicio
Nivel veinticuatro: Un regalo práctico
Nivel veinticinco: Hapee birthdae, Bria
╔ Twitter: Feliz cumpleaños, Bria ╝
Nivel veintiséis: Ganar al maestro
Nivel veintisiete: Germán, el héroe
Nivel veintiocho: Habilidades
Nivel veintinueve: Conejo blanco
╔ Twitter: el primer beso ╝
Nivel treinta: Pelos de gato
Nivel treinta y uno: Fuego lento
Nivel treinta y dos: Metagaming
Nivel treinta y tres: También sé hacer trampa
Nivel treinta y cuatro: Anomalías
Invitación

Nivel seis: Piso quince

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Bởi AnaidLiddell

Aaron: Podemos vernos en mi casa mañana

Bria: oye tranquilo viejo

al menos invitame un cafe antes xd

Aaron: No tengo cafetera en casa. Nos vemos donde mismo y te llevo después, para que no te toque pedir taxi

Bria: okis

lo mio era broma pero me gusta la idea

¿Saben? No está tan mal. Digo, después de darme cuenta de que he sido la única tonta que ha pensado en ese encuentro todo este tiempo, las cosas son más fáciles. No tengo que ser mi versión coqueta o la que finge no ser un desastre. Puedo ser solo yo.

A Aaron no le intereso. Y está bien. No me importa ni un poquito.

Me repito eso cuando el perfume de Aaron vuelve a golpearme en cuanto me siento enfrente de él en la cafetería, justo como la última vez.

Pensar que no le intereso ni un poco se vuelve más fácil cuando pide locuras.

—¡Eso son ocho horas por semana! —me quejo.

—Suficiente.

—Es un chingo. Debiste haberte equivocado en algún número cuando hiciste los cálculos con tu tablita de Excel.

—Lo dudo.

—Bueno... ¿Qué te parecen cuatro horas, dos días por semana?

—No.

—¿No? ¿Así, a secas?

—Gine, ya te dije: creo que tenemos potencial para ganar esto, pero hay que invertir tiempo.

—¿Y no podemos jugar en stream?

—Podemos. Pero no como entrenamiento. Si jugamos juntos desde lugares separados, no puedo verte y analizar cuál es tu fallo. Además, la idea es que usemos el factor sorpresa, que todos crean que vamos a perder en el primer juego para que se confíen y usar eso como ventaja.

—No, no puedo comprometerme a tantas horas. Tengo... cosas que hacer.

Me cruzo de brazos y concluyo la conversación. Va a tener que ceder.

—Creí que querías ganar —dice encogiéndose de hombros.

¿Ah? Quiere usar la psicología inversa. Se cree muy listo.

—¡Hey! No vas a usar ese truco conmigo.

—¿Cuál truco?

—Ese —lo señalo—. No te hagas el que no sabe que hay un truco.

—No es ningún truco. Solo digo que si yo fuera tú haría todo lo posible para cerrarle la boca a Teo. No me gustaría que el idiota pueda decir que tenía razón.

Golpe bajo.

—Okay, está bien. Seis horas, tres días por semana —propongo. Levanto mi vaso de café con hielos para chocarlo con el suyo a manera de cerrar el trato—. Ni una más.

—Será suficiente. Por ahora —acepta. El cristal de nuestros vasos suena cuando lo chocamos.

—Tramposo —susurro antes de llevarme el café a los labios.

Alcanzo a distinguir como se alzan las comisuras de sus labios mientras tiene la bebida sobre ellos.

—Creo que queda mejor un apretón de manos, ¿no crees?

—Nop —responde de inmediato.

—Oh, vamos, es más formal. Ahora somos algo así como colegas de trabajo.

Él se resigna y extiende su mano para que yo la tome. Las observo. Son de esas manos grandes a las que se les salta una vena con el movimiento. Tengo flashes de pensamientos impuros. ¿Por qué tiene que ser un tipo sexi además de lindo?

—Lindas manos.

Mierda, ¿lo pensé o lo dije? Por la cara de Aaron creo que lo dije.

—No, no. Quiero decir... —tartamudeo. Mis mejillas arden—. O sea. Son lindas. Pero no quería...

—Lindo cabello —me corta él.

Me quedo paralizada en el acto.

—Estamos a mano —concluye y vuelve a sorber el café como si nada.

La bebida se termina y mis labios permanecen fríos como los hielos del vaso.

Aaron es un tipo callado, muy callado. Me pregunto como demonios sostiene un stream si no habla nunca. Yo no soy callada, yo podría dar conversación para los dos, pero a él lo noto... diferente.

Distante, cauteloso.

La última vez hablaba como si yo me hubiera ganado su confianza en el momento en que invadí el balcón en que estaba refugiado él y le dije «Lamento interrumpirte, pero necesito un respiro». O al menos eso me hizo pensar la cara extrañamente... iluminada que me dedicó como respuesta.

Supongo que ahora las cosas son diferentes.

Si algo me gusta de mi trabajo es que por un rato puedo actuar como una niña, puedo volver a ese entonces cuándo mi única responsabilidad era ganar un juego. Pero también tiene cosas de adultos aburridos como las facturas, hablar con otros adultos que quieren ganar dinero contigo porque eres una influencia y fingir que mi cerebro funciona como el de cualquier otro adulto cuando me escribo con los patrocinadores.

Lo que quiero decir, es que hay momentos en que toca actuar como adulta. Este es uno de ellos.

—Aaron —lo llamo. Me distraigo cuando admiro la manera en que sus pestañas largas se alzan como una cortina para mostrarme sus profundos ojos negros—. Mm. —Me acomodo en la silla y me obligo a volver al momento—. Ahora que ya acordamos lo de los entrenamientos y todo eso... creo que queda otro asunto que resolver.

Asiente lentamente.

—Okay. Ya lo dije la vez pasada, pero voy a repetirlo por si no fui muy clara: lo lamento. Y es en serio. Creo que me comporté como una idiota por no dignarme a mandarte un mensaje siquiera para decir que... Bueno, que...

—Que no estabas interesada —trata de encontrar las palabras por mí.

La forma más precisa de describirlo sería decir que todo mi interés se desvaneció por asuntos que no tienen nada que ver con él, porque con él está todo bien, soy yo la que tengo estas reglas. Pero ya pasé esa etapa en la que le cuento a todo el mundo los traumas con mi ex, no creo que haga falta explicar de más.

—Si —confirmo.

—Ya te dije que no importa.

—No. O sea, sí, eso dijiste, pero no parece que sea así. Y no porque crea que esa llamada era algo muy importante para ti, entiendo que tampoco era la gran cosa. —Bria, no te desvíes—. La cuestión es que fue grosero y hasta cierto punto creo que defraudé tu confianza. Digo, hablamos mucho tiempo y de muchas cosas, ¿sabes? Algo de confianza debías tenerme.

Yo veo cosas en las personas. No es como que a todos pueda ponerles un código de colores para saber si son buenas personas o no, pero hay algunas con las que simplemente sé que voy a conectar desde el minuto uno, antes de que digan una sola palabra. Aaron fue de esos, y quiero pensar que él sintió esa misma... chispa. De lo contrario, no hablas con alguien durante horas y horas como si lo conocieras de toda la vida.

—Haya sido un asunto importante para el otro o no, fue grosero e inmaduro de mi parte. Así que no rechaces mi disculpa —lo señalo como amenazándolo. Él sonríe por debajo de la tela que le cubre la boca.

—La acepto.

—Bien. Ahora: Yo sé que no debes tener muchas ganas de volver a esperar algo de mí, pero te prometo que esta vez lo haré bien, ¿sí? —Busco su mirada y me quedo perdida en ella por un poco más de la cuenta. Me acomodo de nuevo en la silla—. No quiero que pasemos los siguientes tres meses en este limbo incómodo, ¿sabes?

—Tampoco yo —suelta como si estuviera aliviado de saber que no era el único en darse cuenta de que esto era raro.

—Entonces, ¿está bien si somos amigos? Hay que empezar de cero todo esto. Siendo amigos podemos convertirnos en buenos compañeros y ganarle a todos. —Sonrío con determinación y le extiendo la mano.

—¿Compañeros? —Acerca su cuerpo a la mesa considerando la posibilidad de darme la mano.

—Amigos mejor. Si quieres —sonrío, porque algo me dice que esa es la mejor forma de convencerlo.

Funciona. Desvía la mirada, pero es demasiado tarde, ya ha caído. Estira la mano y la estrecha con la mía. Tengo flashes de nuevo, así que me retiro primero.

—¿Nos vamos? —señala mi vaso al que solo le quedan hielos en el fondo.

Aaron vive en un puto piso quince.

Y lo dice así, casual. Como si nada. Le pregunto cuál es su apartamento al pasar con el coche frente al edificio que se alza gigante ante nosotros, él me señala una ventana con cortinas azul obscuro que está casi en el puto cielo.

No es que le tenga miedo a las alturas, a lo mejor debería, tomando en cuenta que la Ciudad de México es conocida por tener de esos sismos que derriban edificios como ese. Mi miedo en este caso es otro: el elevador.

Simplemente no puedo con ellos.

En serio, ¿a quién se le ocurrió que era buena idea meter a un montón de gente en un cuadrito de metal?

La primera vez que salí con Joan y Sam había uno de estos monstruos con nosotros. A lo mejor ya no me dan tanto miedo, pensé. La última vez que subí a uno de estos tenía quince, puede que sea diferente ahora, me dije a mí misma como estúpida.

¿Adivina quién sigue hiperventilando cuando se sube a un elevador? Bueno, una chica que ahora mismo tiene una sudadera con un gatito dormido que dice «I hate mornings» y tendrá que subir quince pisos por las escaleras.

Por instinto Aaron camina hasta el ascensor, yo no sé muy bien cómo decirle que no hay manera de que entre a esa cabina de metal con espejos en las paredes. Dejo que apriete el botón para llamar al coso de metal mientras mis piernas delatan mi nerviosismo.

La mirada de él pasa desde mis pies hasta mi rostro, sus ojos no me dicen nada.

—¿Quieres ir al baño?

—¿Qué? Ah, no. Es que... no puedo entrar a esa cosa. —Señalo las puertas que se abren justo en ese momento—. Pero no te preocupes, te veo arriba en... media hora, más o menos —sonrío y con una mano señalo dentro de la cabina de metal invitándolo a subir.

Las personas que estaban dentro pasan por en medio de nosotros dos. Las puertas vuelven a cerrarse frente a nuestros ojos, Aaron no entra.

—Escaleras —señala a la izquierda.

Quisiera decir que me ofende que no me crea capaz de subir quince pisos por mí misma, pero la verdad me alegra que camine conmigo, de lo contrario los paramédicos tendrían que recorrer piso a piso para averiguar en dónde me quedé inconsciente. Camino a prisa para ir a su lado, él va a paso lento, pero mi uno cincuenta y tantos de estatura no es competencia para sus piernas de tipo alto.

—Podía subir yo sola —miento—. Yo ya estoy acostumbrada a tener que ir por las escaleras a todos lados, tú vas a cansarte.

—No te preocupes. En el elevador siempre hay mucha gente, así que suelo subir por las escaleras de todas maneras.

—¿Subes quince pisos todos los días?

—No todos. Tampoco es que salga mucho.

A veces me da la impresión de que a Aaron no le cae muy bien la gente, así en general. De otra manera, ¿por qué estaba en el balcón fumando solo cuándo había toda una fiesta adentro?

Yo tengo justificación. Me frustran los espacios cerrados, me siento asfixiada y ese día estaba a lado de una de las personas más solicitadas de la fiesta: Sam. Ese día Sam peleó dos rounds con toda la potencia y su contrincante se retiró antes de tiempo, fue el mejor combate y todo el mundo quería felicitarla. Estuvo bien al inicio, pero después fue demasiado.

—Y... ¿Cuál es el plan para hoy?

—Juegos de arcade clásicos, es la primera fase del entrenamiento. Mario, PacMan, Street Fighter, Metal Slug. Quiero ver qué de las mecánicas básicas es lo que se te complica.

—Uh. Nostalgia. Me gusta. Recuerdo que era buena en Street Fighter. Apostaba dulces con mis vecinos en las maquinitas de la esquina y a veces ganaba —casi nunca—. Apretaba botones al azar, pero lo hacía muy rápido y me salían los combos sin querer. A lo mejor hoy por fin le entiendo.

Subimos las escaleras de una en una. Me alegro de que él no sea de los que sube de dos en dos porque entonces tendría que ir corriendo para seguirle el paso. Con cada fibra de mi ser espero que el siguiente escalón sea el último, hasta que recuerdo que solo llevamos un piso.

—¿Cuál era tu juego favorito de niño?

Street Fighter, pero yo sí me sabía los combos.

—Auch —me hago la ofendida—. Pues ni falta me hacía saberlos, ¿eh?

—Lo tuyo es talento natural entonces.

Por su tono no sé si lo dice en serio o se está burlando de mí.

—¿Apostabas?

Mira arriba como intentando encontrar la respuesta en sus memorias.

—Nop. No solía jugar con más gente, siempre iba contra el bot. A los niños... en general no les gustaba jugar conmigo.

Auch. Eso me partió el corazón, un poquito.

—Es que eras muy bueno para ellos. —Intento animarlo—. Eras tan bueno que era incluso más difícil que ir contra el bot, y a los niños no les gusta perder.

—Lo dudo, pero gracias.

Encuentro una sonrisa entre los pliegues de la tela en su cubrebocas y me descubro a mí misma sonriendo como una tonta.

Quedan muchos pisos por delante de nosotros y pronto me voy quedando sin aliento. No tengo muchas ganas de seguir conversando, aprecio mucho ese aire para dejarlo ir con palabras. Subimos unos diez pisos más en silencio, interrumpidos ocasionalmente por mi tos asfixiada y jadeos de alguien que parece estar agonizando.

Puedo ver el corazón de Aaron latir con fuerza a través de la delgada tela de su playera, pero por lo demás no parece cansado. Hasta en eso tiene que ser perfecto.

La tortura se termina finalmente cuando veo una puerta 1501 y me tiro a un costado intentando absorber todo el aire del lugar, parece que no será suficiente. Aaron usa su chamarra para darme aire en la cara. Me río de mi propia condición física de porquería, él también lo hace aunque intenta que no se le note.

—Gine...

Respondo con una especie de quejido porque la voz no me sale.

—El mío es al final del pasillo —señala.

—Te odio —respondo. Me planteo ir a gatas hasta allá o dejar que Aaron me tome del brazo y me arrastre hasta allá, como Alegría a Tristeza.

—¿No tienes calor?

—Estoy bien —miento. Me recuerdo a mí misma que debería empezar a usar blusa por debajo de la sudadera para momentos como este.

—Bien —digo mientras reuno toda mi fuerza me levanto del piso con la mano que Aaron me ofrece—. La próxima vez definitivamente vamos a mi apartamento, un seguro piso dos.

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