ESCÁNDALO ━ enzo fernandez

By enzitolover

43.8K 3K 984

𝐄 | ❛ QuĂ© escĂĄndalo se va a formar si se enteran que entre tĂș y yo nos pasamos haciendo el amor ❜ ă…€ ă…€ ━ No p... More

ESCÁNDALO
01
02
03
04
05
06
07

00

7.2K 361 122
By enzitolover

Lo que pasa en Bariloche, se queda en Bariloche.

Así dice el dicho. Bajo esa frase quemadísima los adolescentes de último año hacían y deshacían lo que querían en esos siete días de viaje de egresados. Se divertían, se ponían en pedo, compartían entre ellos y, sobre todo, se desconocían como los mejores. Y desconocerse no implicaba únicamente a los amigos sino a los que menos se soportaban.

Enzo se había cansado de refregar en la cara de sus amigos y compañeros de colegio que ese año lo cerraría con broche de oro, y por broche de oro se refería a Mia.

Mia, Nicole, la cargosa de adelante... tenía bastantes formas de conocerla, pero ninguna era la que a él le gustaría. Si bien la morocha sufría y prefería darse la cabeza contra la pared antes de tener que escuchar las pelotudeces que venían de su boca desde las ocho de la mañana, a él le constaba que su odio no era real. O que, de ser así, podría cambiarlo. Juraba y re juraba que en ese viaje iba a chamuyarla al igual que a todas sus compañeras de salón, al igual que a las de otros cursos y al igual que cualquiera que se presentara en su camino. Era de público conocimiento que Enzo Fernández era un gato de los peores. Todos sabían bien de su reputación y de lo bien que le salía encamarse con quien quisiera, de la misma manera que se sabía quiénes no caían ni caerían ante sus encantos, y una de ellas era Mia.

Los largos y bien transitados seis años de secundaria, Mia había tenido que taparse las orejas para no escuchar a su círculo de amigas hablar de Enzo, pero ese último año pareció imposible. Cada fin de semana era una anécdota distinta, escuchada o vista por ella misma, Enzo no era para nada desapercibido, e incluso después de haberlo estado evitando tantos años y que, por consecuencia, él hiciera lo mismo, Mia era capaz de jurar que ese último año él se estaba dejando ver apropósito. O tal vez era ella quién empezaba a prestarle más atención que antes. Fuese como fuese, Mia seguía bien parada y firme en su posición de no verlo ni por encima de su hombro. Enzo era todo lo que ni ella ni unas cuantas querían; sobrador, egocéntrico, insoportable, bocón y un turrito por excelencia. Por algo no le había hecho caso la única vez que en primer año éste se le había tirado encima, pero después de tanto tiempo, volvía a presentir que el morocho tramaba algo. Para su mala suerte, a ella no podía importarle menos.

Los amigos de Enzo no perdían la ocasión para descansarlo. Él, el "todas quieren conmigo", el "yo cojo a todas", y el "soy re gato y no me importa" sin que una le hiciera caso. Otras veces había sido rechazado, por supuesto, tampoco se trataba del hombre más apreciado en cuanto a estética, pero sabía ganar por otro lado, era chamuyero, envolvía con sus palabras, con su tono, con su sonrisa. Y más temprano que tarde, te encontrabas entre los labios de Enzo Fernández. Ser rechazado para él nunca había sido nada malo, porque sabía que era cuestión de insistir un poco más y finalmente llegaría a lo mismo. Y sabía que Mia no se escaparía de la regla.

Pero eso no pasó ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera noche. Mia no le había prestado atención ni en los boliches, ni en las excursiones ni en los traslados. Demasiado si lo había mirado despectivamente unas pares de veces, pero no más que eso. Diferente a todas las que se le tiraban de pico con tal de tener un beso suyo. Había intentado estar cerca de su eje, hacerse notar, y realmente lo hacía bien, porque todas sus amigas volteaban y admiraban la belleza del morochazo allí presente, menos ella. Lo evitaba, como siempre, pero él no pensaba dejarse ganar por su indiferencia, algo tenía que inventar.

La cuarta noche fue igual a las otras tres. Enzo falló como en sus otros intentos, y prácticamente dado por vencido, terminó chapándose a una rubia de ojos verdes toda la noche. Apenas llegó a escuchar su nombre, pero ni siquiera lo recordaba, estaba tan en pedo y tan ido que no pudo prestarle la suficiente atención. Contra una de las paredes del boliche, manos iban y venían por todos lados, besos, suspiros, respiraciones aceleradas y risitas inaudibles. No esperaron a cerrar boliche, después de tanto toqueteo la rubia ni la dudó en primeriar y llevarse de la mano a ese bombón hasta su habitación.

Enzo no había prestado mucha atención ni en el viaje en la combi ni cuando llegaron al hotel, pero una vez que cruzaron la habitación no le costó reconocer algunas prendas regadas por el piso como los outfits que había usado Mia. Mientras la rubia caminaba junto a él para llevarlo a la cama, Enzo miraba atónito el vestido flúor con el que la había visto la noche anterior, al igual que la ropa de la bizarra y algunos abrigos. La había estado observando por tanto tiempo que no dudó que la ojiverde que le volvía a comer la boca mientras tiraba de sus prendas era una de sus compañeras de cuarto y, si tenía suerte, Mia no tardaría en llegar.

En cuestión de minutos, su pelvis impactaba constantemente contra el culo de Milagros —a quién finalmente le terminó preguntando por su nombre—, generando sonidos secos que retumbaban contra las paredes de la solitaria habitación en conjunto de los demandantes jadeos de los dulces labios de la rubia. Enzo tenía sus dedos enredados en su cabellera, jalando de él mientras se deleitaba con su cuerpo en cuatro posicionado debajo suyo en la cama, completamente entregado a él y a lo que quisiera hacerle. Su otra mano descansaba en el costado de su cadera para afirmar el sostén con el que se permitía balancearse de atrás hacia adelante. Perdido cómo su pija entraba y salía de su interior, no pudo evitar el recuerdo de Mia. No importaba si era su típica cara de forrita o de asquerosa que no era capaz de sostenerle la mirada más de cinco segundos o si era esa con vo de caprichosa que no temía a enfrentarlo e insultarlo frente a quien sea. Ella era ella y él no era más que otro de los pajeros que se morían de ganas de que ella se dejara chamuyar. Pero la pendeja era atrevida, orgullosa, y por nada del mundo dejaría que uno como él osara tenerla.

—¡Ay! — gritó el cuerpo debajo suyo seguido de un jadeo ahogado al sentir un ardor en su nalga provocado por el repentino cachetazo que Enzo le metió. Sus embestidas se hacían más duras y certeras, llevando a Milagros al cielo y a Enzo a perder la cordura imaginándose en distintos escenarios completamente ficticios. Un chirlo tras otro, descargando en un cuerpo ajeno toda la bronca que le tenía a Mia. Todas las ganas que le tenía. Esas ganas de hacerla mierda una y otra vez hasta que le pidiera por favor que pare, que la perdone por no saber comportarse, que aprendería con él. — E-Enzo, la puta madre... — se quejó nuevamente Milagros, devolviéndolo apenas a la realidad. Ni siquiera le importaba qué tanto estuviera disfrutando la colorada, solo necesitaba a Mia. Tenerla, poseerla, arruinarla. — D-dios...

Un movimiento a su costado hizo que desviara la mirada del cuerpo perlado de Milagros para voltear hacia allí y encontrarse con la puerta del baño de la habitación abriéndose silenciosamente, dejando a relucir la figura de Mia envuelta en una toalla, asomándose tímidamente hasta que su vista chocó con la de él. Había salido del baño con la idea de escapar de la habitación luego de los sonoros gemidos que se oían por toda la pieza, pero jamás imaginó encontrarse con que el responsable era él. Tampoco se esperaba lo que le seguiría, porque Enzo no planeaba quedarse ahí y perderse la tremenda oportunidad que le habían servido en bandeja. Dio una vuelta con su muñeca para jalar mejor del pelo de Milagros, y para evitar que ésta se percatara de la presencia de su amiga, le hizo apoyar la mejilla en el colchón, dejando únicamente su culo parado para seguir dándole sin cansancio. Cogerse a Milagros frente a Mia, quién se sostenía del marco de la puerta sin poder creer lo que estaba viendo, escuchando a la perfección como su amiga se deshacía en gritos de placer solo hacían del momento el más caliente y morboso que podrían haber compartido jamás. Y Enzo, sin quitarle los ojos de encima a la morocha inmóvil en su lugar, bajó hasta la espalda de Milagros para dejar en ella un camino de besos húmedos, deleitándose con su nombre escapando de sus labios entre gemidos, entrando en ella de manera más pausada e igual de satisfactoria.

Se acercó hasta su oído y, mirando a Mia con una sonrisa ególatra no dudó en preguntar: — ¿Te gusta?

Mia sintió sus piernas flaquear cuando las respuestas de Milagros eran todas afirmativas, suplicándole al morocho que no parara, que lo hiciera más rápido, que haga lo que quiera con ella mientras él acostaba cada una de sus órdenes sin dejar de mirar a la morocha. Mia tuvo que retener la respiración durante algunos segundos. La calentura se desplazaba por cada parte de su cuerpo, la atacaban punzadas en el vientre bajo y su centro palpitaba con desesperación. Incluso sentía su humedad escurrirse por su ingle, maldiciéndose internamente por no haberse llevado ropa interior al baño. Aunque quisiera escaparse de esa situación y obligarse a sí misma a dejar de mirarlo, no podía. Quería y necesitaba verlo, admirarlo, presenciar su manera de hacer gritar a otra mientras le sonreía como un enfermo, como si se lo estuviera dedicando.

No sabía para dónde disparar, si meterse de nuevo al baño, si correr hacia la puerta y quedarse en el pasillo o si seguir ahí. Al ver a Enzo entreabriendo sus labios y jadeando supo que podría morir de la calentura, y tuvo que hacer una fuerza sobrehumana para no meter su propia diestra debajo de la toalla y calmar las ganas de coger que se habían apoderado de ella.

—¿Qué pasa hermosa, te querés tocar? — preguntó en voz alta por encima del oído de Milagros, aunque los dos sabían perfectamente que esa pregunta no iba dirigida a ella. — Hacelo, dale.

Una chispa de lucidez sacudió la mente de Mia, y se aprovechó de ello para salir corriendo por la puerta, cerrando ésta tras de sí mientras respiraba agitada en el pasillo, incrédula de lo que acababa de pasar. Eso no iba a quedar así.

Para la quinta noche llegaría el ansiado espectáculo.

Enzo siempre se tenía fe —no por nada lo tenía tatuado en el cuello—, pero esta noche era más que eso. Había una seguridad en su cuerpo que pocas veces había sentido. Era hoy, de eso no le cabían dudas. Mia le había esquivado la mirada durante el día en la excursión, en el colectivo y en cada momento donde él se le cruzara. Una cosa era no mirarlo y otra muy distinta era no querer mirarlo, porque había una intención ahí, y esa intención era la de no recordar cómo se le había quedado mirando la noche anterior. Con eso en la cabeza, Enzo presentía que esa era su noche y que nada podía interferir en el encuentro de ambos.

Dentro del boliche siempre se sentía un campeón. Los chicos con sus novias mirándolo mal mientras le comían la boca a su chica dejando en claro sus inseguridades, las chicas cuchicheando entre ellas mientras lo miraban sin nada de disimulación y él sintiéndose el rey del lugar sin siquiera haber dado más de dos pasos. Su esencia gatuna la llevaba en la sangre y él sabía sacarle provecho a la perfección, pero hoy no le interesaba la cantidad de pibas que podía chamuyar, ya estaba cansado de comerse a cuánta egresada pasara a su lado. Ahora quería a una en especial. Estaba encaprichado con Mia y no iba a parar.

Desde la rondita de sus mejores amigos no había parado de rodear el lugar con la mirada en búsqueda de la morocha, pero no la había encontrado. Llegó a creer que se había quedado en el hotel con tal de no verlo, aunque eso ya sería demasiado dramático. Tampoco veía a alguna de sus amigas y, para rematar, todas las que se le acercaban eran morochas como ella y lo hacían creer que la había encontrado.

Las horas pasaban y él seguía sin encontrarla en la enorme pista de Bypass, así que casi que, dándose por vencido, fue a la barra a pedir un vaso de fernet. Había perdido a sus amigos en tantas vueltas que le habían dado al lugar y se había quedado solo, lo cual era excusa perfecta para las minas que se animaban a encararlo, pero sorprendentemente todas fueron rechazadas. Enzo Fernández no estaba para cualquiera ese día. En realidad, ya no estaba para nada, porque tenía un malhumor impresionante y todo por la misma persona. No podía entender por qué estaba tan encaprichado con ella después de tantas veces habiéndolo rechazado, pero ahí estaba, al costado de la pista, dándole sorbos al fernet mientras seguía buscando esos ojos marrones que tan loco lo tenían.

Y pareció casi obra del destino cuando la encontró bailando con sus amigas, riéndose y cantando, cómo si él no hubiera estado toda la noche empeñado en buscarla. Ahí, como si nada. Tenía que admitir que la hija de puta era hermosísima, que no le faltaba nada y que su carita parecía tallada a mano. No era eso lo que lo volvía loco, sino el saber que no podía tenerla.

Mia sintió una mirada atravesando la frente, por lo que levantó la mirada a su alrededor en búsqueda del que la estaba incomodando, pero cuando se encontró los ojos de Enzo casi se desvanece. No solo era terrible volver a cruzar miradas con él, sino que parecía gustarle ponerla nerviosa, porque le dedicó una de sus mejores sonrisas. A diferencia de la noche anterior, Mia no iba a ceder ante él, pero tal vez podría jugar un poco. Total, nadie más que ellos dos se daría cuenta. Verificó que Enzo no le sacó la mirada de encima para acercarse a su amiga Milagros y pedirle un beso. La rubia no tardó nada en corresponder gustosa, deslizando sus labios por encima de los de su amiga con fervor mientras Mia en lo único en lo que podía pensar era en cómo la había besado Enzo. En cómo la había tocado. Abrió sus ojos, encontrándose con su mirada a lo lejos sin perderse el beso entre ambas chicas que Mia no dudó en intensificar para Enzo.

—Pará amiga, ¿te emocionaste? — preguntó Milagros separándose del beso mientras se reía. No tenía ningún problema con darse besos con sus amigas, pero ese beso no era solo de amigas, era de la bronca que Mia necesitaba descargar en algún lado.

Se rieron incómodas y rápidamente volvieron a lo suyo. Mia le dio la espalda a Enzo para no volver a cruzarse con su mirada tentadora una vez más. Detestaba las cosas que le estaba haciendo sentir, no por ser una calentura y ya, sino con quién. Mia no era ninguna pelotuda y sabía perfectamente por qué Enzo estaba tan encaprichado con ella, por qué todo el año había estado tras suyo y también lo había visto tratando de acercarse a ella en el viaje de egresados. Lo conocía perfectamente y todo lo que sabía de él le producía repulsión. Era la perfecta descripción de varón: boludo, gato y mentiroso. Pero que fuese tan lindo y tan enfermo solo era un castigo que el destino le había puesto en el camino haciéndola pensar únicamente en él.

Estaba tan metida en su bronca que no se dio cuenta cuando sus amigas le dijeron que se iban para el baño, así que estaba ahí. Regaladisima. Buscó a Enzo en el lugar que lo había visto por última vez y se quedó tranquila cuando no lo vio. Seguramente se había ido con sus amigos y no se había dado cuenta de que ella estaba sola. Mia no quería seguir jugando con fuego, mucho menos con uno que provocaría un incendio tremendo el cuál no sabía cómo frenar.

De pronto sintió el calor de unos dedos recorrerle la curva de su cintura, deslizándose hacia abajo para capturar su cadera y poder pegarla a un cuerpo ajeno al suyo. Una respiración calma y cálida chocó contra su cuello haciéndole erizar la piel, y se sintió aún más vulnerable cuando un aroma conocido se instaló en sus fosas nasales. Ese aroma que había quedado impregnado en toda su habitación y en sus más profundos recuerdos. No necesitaba voltear para saber de quién se trataba, pero aun así lo hizo, girando la cabeza apenas porque si se movía lo suficiente chocaría contra su boca casi de inmediato.

—Hola, hermosa. — saludó él con una enorme sonrisa, mirándole la boca mientras se movía en su lugar al ritmo de la música, teniéndola por completo pegada a él— Así que te gusta mirar...

Su aliento mentolado chocó de lleno con su rostro y Mia casi cayó rendida ante él, pero no.

—¿Y a vos no? — replicó, mirándolo a los ojos y bajando a su boca que lucía más que tentadora.

—¿Me vas a decir que no lo hiciste a propósito? — preguntó con una leve risita, acercándose para hablarle al oído debido a lo fuerte que estaba la música— ¿Te gustó?

Esa pregunta. Esa misma pregunta que le había hecho a Milagros mientras la tenía a su merced. Esa misma que le había erizado la piel y que ahora parecía tener el mismo efecto al ser a milímetros de sus zonas más sensibles.

—No. — contestó por inercia, mordiéndose la lengua— ¿Y a vos? ¿Te gustó?

—¿Si me gustó que le comas la boca a Mili? ¿La misma boca que me hizo un pete? Sí, puede ser... — respondió egocéntrico, acariciando su cintura hacia abajo mientras el contacto visual comenzaba a quemar y la ropa a molestar.

—No sabía que estabas tan enfermo. — murmuró Mia en el intento de seguir con su papel de negada, aunque éste se le estuviera desarmando. Según Enzo, ya había caído.

—Y yo no sabía que te gustaba que te insistan, sino lo hacía antes. — contestó de la misma manera, intercalando su mirada desde sus labios a sus ojos.

—¿Te pensas que por insistirme me vas a ganar? Estás re equivocado.

Mia trató de escapar de los brazos ajenos, pero lo único que pudo hacer fue alejarse apenas antes de que la volviese a agarrar. Esta vez, enfrentados y a pocos centímetros de distancia, las cosas se volvían más tensas. Sus pechos chocando contra el pecho de Enzo y sus pelvis rozándose... ¿Cuánto más podían aguantar sin comerse la boca? Enzo sabía que no mucho y Mia sabía perfectamente cómo seguir provocándolo.

Es problemática, poco maniática, perreandome es la única, tiene en su táctica. — comenzó a cantar la morocha, moviéndose al ritmo de la música que retumbaba contra las paredes del boliche. Y si Enzo de por sí se sentía bastante privilegiado de poder tenerla tan cerca, cantando era el triple de hermosa.

—Yo quiero azotarte, domarte, pero lo malo es que te gusta... castigarte por tu mala conducta, castigarte por tu mala conducta. — cantó Enzo sin vergüenza alguna contra la boca de Mia, haciéndola estremecer, pero llegó a alejarse antes de que sus labios se unieran por completo. —No sé para qué te haces la difícil si me pones esa carita, morocha. — dijo Enzo, con sus manos inquietas descendiendo hasta su espalda baja, llegando solo hasta ahí— La misma carita que tenías anoche.

—Mm, no sé... no me acuerdo bien. — respondió ella entre risas, haciéndose la desentendida, pero con una frase que le daba el pase vip a Enzo de hacer lo que quisiera.

—¿Ah, no? ¿No te acordás? — insistí, bajando más sus manos sin ningún tipo de timidez hasta tenerlas en su culo. Ahora que estaba cerca, no podía desaprovechar ni la más mínima oportunidad. Era ahora o no era nunca. — ¿Querés que te haga acordar?

—Sí. — contestó sin titubear, haciendo a Enzo sonreír ampliamente.

Ambos se miraban la boca mientras iban cortando esos pocos centímetros que lo distanciaban, así que el azabache no se lo replanteó una vez más y, subiendo una de sus manos hacia el costado del cuello de Mia, inclinó apenas su cabeza y cortó esa tensión de una buena vez. Los movimientos eran torpes, escurridizos, inexactos y agresivos, pero a ninguno de los dos parecía molestarle. Mia lo sostenía de los cachetes mientras deslizaba su lengua dentro de esa cavidad bucal con gusto, chocando contra la ajena mientras luchaban por el control del beso sin que ninguno lo lograra. La misma intensidad, la misma fuerza, sin ceder ante el otro.

Solo tuvieron que separarse un par de segundos y verse a los ojos para captar la señal. Necesitaban salir de ahí con urgencia.

Mia corrió en búsqueda de sus amigas con la excusa de avisar que se volvía para el hotel y Enzo únicamente la esperó en la entrada del boliche donde las combis salían una tras de otra rumbo al hotel. Así como algunas se iban otras se volvían, siempre por si alguno se quería ir antes por razones menos sexuales —o no— que ambos chicos. Enzo aprovechó los minutos que esperó a Mia para prenderse un pucho y esperarla, rechazando a las que se les acercaba mientras su mirada estaba fija en el gentío a su alrededor esperando a que la única morocha que le importaba esa noche apareciera. Para su suerte, no tuvo que aguardar más, la mano de Mis se entrelazó con la suya, robándole el cigarrillo para llevárselo a su boca mientras salían del baile a buscar a su coordinador, mintiéndole con alguna boludez y finalmente llegar al hotel. En los diez minutos de viaje que tuvieron no fueron los únicos que se comían la boca con necesidad, por supuesto, sino los hormonales de sus compañeros que estaban en la misma situación, tan metidos en lo suyo que no fueron capaces de advertir que la mismísima Mia odioaenzo Nicole estaba sentada a horcajadas entre sus piernas devorándolo sin vergüenza alguna.

Después de que el ascensor abriera sus puertas en el piso 7, caminaron apurados hacia la habitación de Mia, metiéndose con dificultad entre besos y toqueteos, cerrando la puerta tras de sí para moverse en la oscuridad del desorden de la pieza hasta caer contra la primera cama que se cruzó en su camino. Enzo cayó sobre Mia, refregándose contra ella mientras tocaba debajo de su remera, apretujando sus tetas aún sobre el corpiño, descendiendo sus besos por su cuello y mandíbula, queriendo hacerle tantas cosas que creía que no le alcanzaría el tiempo. Mia posicionó sus manos en los anchos hombros de Enzo, empujó hacia atrás con cuidado y lo dejó recostado en la cama para poder subirse sobre él, retomando los besos que Enzo no era capaz de cortar.

Los dedos de Enzo apretaban cada zona de su piel, marcando todo a su paso al igual que su lengua y dientes en su cuello. y Mia solo se dejaba llevar, correspondiendo de la misma manera a sus besos y a sus toques, hincando sus uñas en el abdomen del morocho por debajo de su remera, pero cuando éste intentó deshacerse de una de sus prendas ella negó.

—Quiero hacer algo antes... — pidió Mia entre besos, moviéndose provocativamente sobre su regazo mientras una sonrisita coqueta le adornaba su rostro angelical. Enzo la miró despreocupado, con sus ojos fijos en su boca hinchada y sus pómulos rosados. Trató de volver a unir sus labios, pero ella no lo dejó— Dale, ¿te gustaría?

—¿Algo como qué? — preguntó sin ganas, rendido debajo de ella. Solo quería seguir, era obvio en qué terminaría.

—Algo. Te va a gustar, te lo prometo.

Su sonrisa lo asustó, pero no podía decirle que no. Su único fin era ganarle y cogérsela. Tantos años de enemistad y supuesto odio tenía que ser contrariado por las enormes ganas que se tenían. Mia se levantó con cuidado de su regazo y le pidió que cerrara los ojos y que no hiciera trampa. En otras condiciones, Enzo no hubiera accedido, pero finalmente era hombre y su deseo era mucho más fuerte que su raciocinio. Al sentir algo frío rodearle la muñeca, sus ojos se abrieron instantáneamente, encontrándose con Mia maniobrando con su brazo para esposarlo a la cabecera de la cama Los ojos asustados del morocho fueron rápidamente calmados por palabras tranquilizadoras de parte de su adversa, quién le aseguraba que le iba a gustar, o... "¿no te dá?" Ese simple cuestionamiento lo doblegaba más que un sumiso y lo dejaba completamente entregado a Mia y a lo que quisiera hacerle.

Una vez que la morocha se hubiese asegurado de que las esposas no se saldrían de su lugar, volvió a subirse al regazo de Enzo y dejó un beso en sus labios para comenzar a besar un trazo de ellos por su mentón y cuello. Subió su remera hasta por encima de sus pectorales y siguió bajando mientras a lo lejos oía como su respiración se aceleraba cada vez más, suspirando exasperado.

—Mia... — la llamó en un susurro, haciendo que sus besos se detuvieran alrededor de su ombligo, obligándola a subir su mirada desde allí dándole una de las mejores vistas— ¿Qué me estás haciendo, Mia?

Si supiera. Mia mantuvo el silencio, chistando para volver a su labor. Deslizó su lengua por los abdominales del morocho debajo suyo haciéndolo sisear. Se estremecía por cualquier cosa que le hiciera Mia, y no era para menos con la calentura que tenía Enzo. Buscando impacientarlo aún más, desabrochó su jean y lo desplazó por sus piernas con una lentitud tortuosa. Enzo no aguantaría mucho más sin mandarla a la mierda, aunque atado como estaba no tenía mucho por hacer.

Al tener su tren superior desnudo, Mia se quedó recalculando unos segundos, mirándolo atónita.

—Pasa que estoy nervioso... — se apresuró a decir Enzo, tratando de que la chica no crea que era un pito chico de los miles que había en su salón. Era la verdad, la erección se le había bajado tan rápido como vio y sintió las esposas, además que de por sí Mia lo intimidaba.

La morocha alzó la vista hacia él y lo tranquilizó reposando sus labios sobre los suyos seguido de un "ya vengo". Y ahí se quedó Enzo, acostado en la cama, semidesnudo, atado y encima nervioso. Si de por sí quería llamar la atención de Mia, ya había arrancado mal y ahora peor. Lo bueno era que se calentaba rápido y podía recompensar esa sorpresa en el rostro de su adversa. Se extrañó un poco cuando sintió que había pasado bastante tiempo desde que Mia había salido de la habitación, además de que no tenía idea de para qué se había ido y encima con él así atado.

Pensó un sinfín de escenarios, pero todo eso se terminó cuando el picaporte se giró. Iba a abrir la boca para pedirle que lo suelte y que ya no tenía muchas ganas cuando vio como la puerta se abría por completo, dejando ver a todas las chicas que se hacían paso dentro de la pieza con sus teléfonos apuntándolo mientras sus carcajadas retumbaban contra su oído. Y detrás de todas ellas, la cabeza maestra del plan, la que había pensado y repensado una y otra vez el broche de oro con el que cerraría sexto año devolviéndole a Enzo todas las cosas que le había hecho pasar a las pibitas que se enamoraban de él y sobre todo a ella, quién nunca se dejó no se dejaría por uno como él.

Lo bueno del secundario es que termina rápido y que jamás en la vida vas a volver a cruzarte con esas personas.

A menos que...

Continue Reading

You'll Also Like

824K 122K 101
Toda su vida fue visto de menos y tratado mal por las personas que decĂ­an ser su familia, estaba cansado de que todas las noches llorara por aunque s...
162K 4.3K 30
la tipica historia de universos viendo otros universos atraves de pantallas flotantes que aparecerån en sus mundos aunque también agregare otras cosa...
628K 58.2K 45
"ADAPTACIÓN" Me ví obligado a casarme con el hombre más frío, cruel, orgulloso, prepotente y multimillonario de todo el país solo por un contrato que...
122K 21.8K 59
Jimin es un humano comĂșn y corriente, un dĂ­a va a una excursiĂłn en el bosque y al recostarse en un ĂĄrbol es transportado a un mundo mĂĄgico, llamado f...