Esclava del Pecado

By belenabigail_

3.4M 142K 47K

Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
00
Advertencia
01
02
03
04
05
06
07
08
09
010
011
012
AVISO
013
014
015
016
EXTRA (Dulce Kat)
017
018
019
020
021
022
023
024
025
026
027
028
029
030
031
032
033 (Parte 1)
034
035
036
037
038
039
040
041

033 (Parte 2)

42.1K 2K 1K
By belenabigail_


Dalila POV's



Alexandro mantiene sus ojos puestos en mi, con el ceño marcado y la mirada cargada, se eleva a través de la oscuridad de sus orbes una tempestad aplastante. Me siento pequeña, casi diminuta, mientras estudio su postura. Con la respiración pesada, y la mandíbula rígida, endereza la espalda. Inspiro hondo, reuniendo aire en mis pulmones a medida que los segundos transcurren y mi lengua se niega a formular una respuesta.

—¿Tienes una explicación para mi, Dalila?—Lentamente se adelanta un paso.

Tiene el torso descubierto, y a excepción de unos pantalones deportivos, no lleva otra prenda sobre su cuerpo. Descalzo, con el cabello desprolijo, es como si hubiera salido corriendo de la cama al notar mi ausencia, tomando lo que sea que estuviera primero a su alcance.

Trago saliva cerrando mi labio inferior en un agarre brusco con los dientes. Aprieto hasta que el color rojizo se transforma en uno pálido, demasiado nerviosa para hablar, demasiado humillada por revelarme como lo que soy; una cobarde. Soy incapaz de hacer un leve gesto, una seña,  cualquier cosa además de permanecer estática, aún de pie delante de él.

Me cuesta darle sentido al porqué está así, tan aturdido como iracundo. El pensamiento de que me haya oído confesarle mi amor hace que mi estómago de un vuelco. ¿Es por eso que luce tan enfadado?

Entonces el mundo bajo mis pies se vuelve a sacudir y otra fisura se abre paso en la base que me sostiene, otra hendidura, una nueva herida. Estoy en una posición inestable, peligrosa, y temo que si no me muevo pronto terminaré suspendida en el vacío. Porque sé que nada de lo que salga de aquí hará otra cosa más que lastimarme. Había cierta seguridad en irme sin tener que  enfrentarlo, y de un brusco momento a otro, la ilusión de salir exenta de esto es arrancada, haciendo que los cimientos de los que me sostengo se tambaleen con violencia.

No me hagas decírtelo.

No ahora que estás despierto, mirándome con esa intensidad. Cuando puedes escuchar con claridad cómo he roto las reglas y defraudé la promesa que me hice a mi misma.

Mis labios se separan pero lo único que brota de ellos es un suspiro entrecortado, y me entra la ansiedad. Se le profundiza el ceño, con los músculos de sus hombros muy tensos, prácticamente soy capaz de oír el rechinar de sus dientes.

Si alguna vez creí que había presenciado su ira, estaba ciertamente muy equivocada.

¿Esta así porque lo amo? 

—Vas a tener que empezar a hablar, porque me estoy poniendo impaciente aquí—Es como si su figura se elevara sobre la mía cuando la advertencia en su tono es palpable—Dime por qué me estás dejando así.

Me tardo unos instantes en reunir el valor suficiente para responder, y de todos modos, no preveo la manera en la que mi voz se quiebra.

—Lo sabes—Murmuro, repleta de vergüenza y tristeza.

Su mandíbula se contrae en un corto movimiento. Niega con la cabeza. La mirada se le turba, peleando por continuar negándolo o simplemente dejarme marchar. Gruñe bajo. Como un león acechando a su presa, camina despacio en la habitación, sin quitarme su atención.

—Lo que sé es que te estás escabullendo en medio de la noche—Suena tan malditamente a un reproche.

—Tarde o temprano llegaríamos a esto, Alexandro.

Se estremece y sus manos se hacen puños, vuelve a sacudir la cabeza, suspirando.

—Regresa conmigo a la cama.

Cuanto quisiera volver a estar refugiada en sus brazos sólo yo lo sé. Diablos, la necesidad de arrastrar mi nariz por su cuello, inhalar su perfume y tener sus manos en mi cintura, es real.

Muerdo el interior de mi mejilla para evitar soltar un sollozo. ¿Por qué me lo está poniendo tan difícil? ¿Por qué me empuja a ponerlo afuera? no modificará el final, está escrito, destinado. Sólo hace que mi herida crezca.  Sin embargo, no tiene que decirme que me escuchó, en mi interior tengo la certeza de que así fue. Y de no serlo, es imposible ignorar lo que ocurrió en la cancha. Aunque esté empecinado en fingir.

Me encantaría poder amar por los dos pero no es así como debería funcionar, y no voy a sacrificarme solamente por el temor a no tenernos más, el miedo a no verlo más.

Me mantendré firme. Quiero más que un acuerdo.

—Sabes que no puedo—Las amargas lágrimas pican detrás de mis ojos.

Se detiene en seco, inspirando hondo, su rostro se desencaja. Entonces parece comprender que es en serio. Me voy a ir.

Accidenti, non farmi questo, bella bruna (maldita sea, no me hagas esto, bella morena)—Arrastra los dedos entre las hebras de su cabello—merda, merda, merda (mierda, mierda, mierda)—Murmura.

Me desestabiliza por un momento la visión de un Alexandro tan abrumado, y el corazón se me encoge debido a la culpa. Sin embargo, esa chispa de fuego en sus ojos, contenida pero no extinta, parece alimentarse con frenesí. No podría distinguir si se trata porque me encontró huyendo de su lado o por algo más. Algo que nos excede a los dos. La confusión me invade, pensé que sería la única que sufriría con nuestra despedida.

Tengo que irme antes de seguir empeorando esto.

—Alexandro—Levanta la mirada con brusquedad. Debajo de sus pestañas las emociones se arremolinan, el desconocimiento sobre cómo solucionarlo—Será mejor que me vaya ahora.

El color en sus orbes se opaca.

—No tienes que hacerlo—Su voz es ronca, sus rasgos fruncidos con gravedad.

Una risa hueca rasga mi garganta. Lo observo por un largo momento, incrédula. ¿Y a dónde iríamos desde aquí? No me está ofreciendo nada, no más que la simple propuesta de continuar follando sin ataduras, o compromisos. Retrasarlo un poco más, ¿qué más da? si la única que se está desangrando soy yo. Lo que siempre tendremos será un puto acuerdo. Lo leo en la expresión de su rostro. Egoísta. Está muy lejos de considerarme más que una aventura, aún así, no quiere verme marchar. 

Pero, ¿puedo culparlo por querer sólo sexo? así era el arreglo.

A pesar de eso no logro evitar molestarme.

En un principio, conmigo, por haber estropeado lo nuestro, adjudicando sentimientos inexistentes a gestos que provenían meramente con intenciones amables de su parte. Insatisfecha con obtener sólo un trozo de él, quise la porción completa. Puede que Alexandro sea un egoísta, pero yo soy una codiciosa. Porque quiero cada parte de él. Lo que brilla en la superficie como lo que se oculta entre las sombras.

Aplasto la boca en una delgada línea. ¿Por qué tenía que ser tan bueno conmigo? Sus atenciones, la dulzura con la que me trató, no ayudó a mantenerme ajena y fría, a separar las cosas. Los regalos son especiales para mí, Alexandro no lo sabía, no se lo conté. Así que me dió vestidos, ¿y qué? no significa que fuera importante para él. La burbuja que yo creé acaba de reventarse, porque cada pequeño, diminuto, ínfimo detalle que tuvo conmigo, los retorcí hasta transformarlos en lo que quería que sean, en la realidad que dibujé a mi antojo.
Por lo que sí. Me enojo con él por no haber sido un idiota frívolo, desinteresado y distante. Y me enojo conmigo por haber sido tan tonta para enamorarme de mi propio cuento de hadas.

Mi visión se vuelve difusa por las lágrimas retenidas.

—Gracias por...

—No—Me corta abruptamente, sus fosas nasales se expanden. Pura dureza en sus ojos—Vuelve. a. la. cama.

Mi ceño se frunce y esa tranquilidad que estoy luchando por mantener empieza a fragmentarse.

—¿Qué estás intentando hacer?—Cuestiono. No escondo la irritación en mi pregunta.

Su risa áspera y mordaz hace que los vellos de mi nuca se ericen. El sonido es breve, apagándose hasta perderse entre las paredes de la habitación. Desde los cortos metros que nos separan vislumbro como sus labios se aprietan en una mueca de disgusto, gruñe de nuevo, y pronto su rostro está a milímetros del mío.

Su ira me empapa, las olas que suben y me arrastran consigo, logrando atraparme bajo la marea roja de sentimientos guardados y secretos sombríos.

—No lo sé—Masculla en un siseo—Me desconcierta no tener una respuesta, al menos, no la que esperas obtener de mi. Pero no puedes dejarme. Está prohibido para ti.

Mis cejas se alzan, y esa ira que burbujea a fuego lento, como una olla a presión, de pronto, explota.

¿Qué derecho tiene de exigirme algo así? está viendo como me consumo, lo doloroso, y terrible que es tener que enterrar mis sentimientos. No se detiene en ello. Después de todo tal vez mis conclusiones no fueron tan erradas. Esta siendo tácito. Le sirvo para follar. Mientras mantenga la boca cerrada y no exprese lo que necesito, más allá de lo material, no le interesa.

—Conseguirás un reemplazo rápido—Me sorprendo del veneno que se derrama de mis palabras—Estás gastando demasiada energía que podrías invertir en alguien más.

No podría empezar a describir cómo su rostro se desfigura por la cólera, su respiración brotando de sus labios en una brusca exhalación. Los ojos se le ensombrecen a tal punto que no distingo las pupilas del iris, tan negro, plena noche que se cierne sin un atisbo de luz.

Se inclina más cerca. Me cuesta muchísimo no parecer afectada por su intimidante cercanía, porque parece que está listo para degollar a una decena de hombres con sus propias manos.

—¿Dices que te trato como mi puta, Dalila?—El filo en su voz me atraviesa.

Me está dando una oportunidad para retractarme.

De sólo considerar haberle hecho creer que me trató como tal el estómago se me revuelve. Honestamente no era por dónde quería ir. Niego. Cada minuto que corre logro empeorar la situación con una habilidad asombrosa. Ahogo un sollozo. Estoy empeñada en ponerle responsabilidad al desastre que generé yo sola, y me repito que los problemas iniciaron cuando no supe diferenciar lo que quería de lo que teníamos en la realidad.

—Se malinterpretó, joder, lo siento—El arrepentimiento está en mi voz. Parpadeo para evitar llorar. El italiano se relaja visiblemente, incluso vislumbro alivio, pero no basta para aflojar la arruga entre sus cejas—Has sido increíble conmigo, no fue mi intención ponerlo en duda. Soy un lío Alexandro, y en verdad tengo que poner una buena distancia entre los dos porque me estoy desmoronando, ¿bien? no puedo hacerlo más.

Ahí está, soy sincera, parcialmente al menos.

Sus manos ahuecan mis mejillas.

—¿Hacer qué? habla conmigo, bella bruna.

Me derrito en su suave agarre, saboreando la sensación de sus cálidas palmas en mi rostro, a la misma vez que sus pulgares trazan pequeños círculos en mi piel. Se me escapa una lágrima traicionera, y sus ojos la atrapan cuando cae en su mano. Levanta la vista hacia mi.

—Por favor, por favor—Suplico. En el momento en que se lo confiese no habrá vuelta atrás, y no podré soportar el impacto de su rechazo—Lo sabes, Alexandro. Estuviste conmigo esta noche, lo viste, te diste cuenta. Fui obvia y estúpida—Tomo su mano guiándola hacía el centro de mi pecho, donde puede sentir los latidos desbocados. Desliza la mirada y su palma se extiende, presionando sobre mi caja torácica, como si no pudiera tener suficiente de esos golpes vertiginosos—Lo puse allí para ti. Te lo entregué y tú decidiste que no lo querías. Cómo reaccionaste, la forma, no hay que agregar más. Está bien. Puedo lidiar con ello, pero no puedo lidiar con el hecho de decírtelo. Es demasiado.

Desconocía la falta de alegría que tenía en mi vida hasta su llegada. Logró que en medio de una multitud, entre tanta gente y ruido, en todo lo que podía concentrarme fuera en nosotros. Asumía que tenía las cosas ordenadas, que estaba bien encaminada, pero aquél italiano arrogante y seductor apareció, dándole un giro rotundo a mis planes. Conquistó cada esquina de mi alma. Aquella que alguna vez estuvo marchita y solitaria, fue sembrada, surgiendo en su lugar la idea de que en mi niñez el abandono de mis padres no tenía que ver conmigo. Que no existía algo malo en mi, que no estaba fallada. Mientras florecían esos sentimientos, el de la libertad y la esperanza, anhelé amar, y ser amada.

Nuestras miradas se encuentran, entonces observo un destello de remordimiento. Su nuez de adán se mueve al tragar saliva, y con la expresión indescifrable, aleja su tacto. Se aleja por completo. Su mano halla sitio a un costado del cuerpo. 

El silencio es sepulcral. Lo que me hace otra vez cuestionarme si escuchó mi confesión susurrada, si sabe incluso más de lo que pensé. Porque se ve jodidamente al tanto de todo.

—¿Me oíste?—Una ráfaga de pánico cruza por sus ojos. Es increíblemente bueno para reprimir sus emociones, porque sus facciones se hacen más duras, y la conmoción queda atrás—Lo que te dije, me oíste decirte que yo...

—Preferiría no haberlo hecho.

Este debe ser el momento preciso de un quiebre para mi, porque las lágrimas comienzan a empapar mis mejillas. Suelto una exhalación temblorosa. Cierro los párpados brevemente al sentir un dolor punzante en mi pecho. Al abrirlos su expresión es áspera, cruda. Con la misma sensibilidad que un tempano de hielo.

No reprimo un escalofrío mientras un sollozo roto escapa de mis labios. Hago el mayor esfuerzo por limpiarme el agua del rostro, pero es en vano, las lágrimas no dejan de caer y  pronto hay surcos profundos marcando mis mejillas. El italiano aprieta los puños ante la visión que tiene de mi, sin embargo, no hay ningún ademán por su parte de consolarme.

Alexandro no me ama.

De repente parece que quiere tocarme, quizás rodearme con los brazos, pero se frena, exclamando una maldición que no tiene reparos en hacerla oír por todo el departamento. Su irritación es evidente, y al posar su mirada en mi, percibo que mis sentimientos hacia él lo enfurecen.

Es el primer hombre al que amo, y que irónico, resulta que también la primera vez que me rechazan.

—¿Siempre supiste que sentías algo por mi?—Me toma desprevenida.

Por mi cabeza se proyectan a la velocidad de la luz nuestras memorias juntos, y al recordar, el estómago se me llena de una sensación cálida y familiar. Llego a la conclusión de que desde un inicio no hice más que engañarme a mi misma, probablemente llevo enamorada de él desde mucho antes de que tuviera la valentía para aceptarlo.

Aunque una cosa se destaca del resto; el día en que experimenté lo que era dormir abrazada a su cuerpo. Jamás había tenido seguridad en nada sobre mi vida, pero eso cambió al estar acogida entre sus brazos. Sucede cada vez que escondo mi rostro en el hueco de su cuello y su agarre se desliza por mi cintura. La garantía de protección y cuidado. Desde ese entonces, las reglas del acuerdo se volvieron muy difusas.

—En el fondo creo que...—Expulso un aliento trémulo de mis labios. Hasta ahora no gané nada mintiéndonos a los dos. Si quiere una respuesta, eso le daré—Si, Alexandro.

Es veloz al replicar.

—¿Por qué no lo cortaste? ¿Por qué accediste si tú corazón ya estaba comprometido?

Mis hombros se hunden. Ojalá lo hubiera hecho. Porque no existe algo peor con lo que pudiera comparar su indignación ni el modo en que su rostro se frunce con decepción.

La vergüenza me devora. Esquivo sus fríos ojos, acerados y desprovistos de la ternura con la que suelen recibirme.

El nudo que se forma en mi garganta se hace más grande.

—Pensé que lo podía manejar—Mi voz se apaga.

Un resoplido cae de sus labios.

—Cómo pudiste ser tan... tan..

Alzo la barbilla devolviéndole la mirada. Este hombre que tengo frente a mi está a kilómetros de ser el Alexandro que conocí.

—¿Tan qué?—Lo reto a continuar.

Su mandíbula hace un chasquido.

—Imprudente e ingenua.

Mi cuerpo se impulsa hacia atrás, como si hubiera recibido el más de los mortíferos impactos.

Me asalta una breve risa amarga, y el dolor. Oh. Si pensaba que las heridas de mi pasado tenían esperanzas de cicatrizar, solo acaban de abrirse más. Me desgarro por dentro. Debe considerarme otra idiota que se suma a su lista, la siguiente que no pudo distanciar al hombre encantador de uno enamorado, la estúpida de turno.

—Estás siendo cruel—Acuso. Con brusquedad limpio los rastros de llanto. Lo último que necesito es humillarme más.

El italiano pasa por alto lo que digo, con la tormenta bailando en sus ojos, escucho a la perfección el sonido que emite. Es uno de frustración, descontento y fastidio. Parece que está por estallar.

Entonces ese animal que sostiene por las riendas se desata. Aquél que no fue adiestrado, ni es comportado o paciente. El que está escondido, sometido a las cadenas.  Porque Alexandro fue enseñado para ser nada más que un obediente de sus emociones apacibles, a pensar mucho antes de actuar, a decir que no a la impulsividad. 

Los nervios se le disparan padeciendo una derrota absoluta ante el control del que aparenta ser dueño.

—¿Entiendes qué es esto? ¿Qué está pasando?—Brama. Su pecho se levanta con respiraciones superficiales.

Mi ceño se frunce, y esa amenazada tranquilidad que me esforcé por mantener, termina por desvanecerse,  otorgándole espacio al enfado. ¿Cree que no es así? ¡Podría haberme ahorrado este sufrimiento! pero aquí estoy. Hecha pedazos. ¿Cómo se atreve a sugerir que no lo comprendo?

—¡Lo hago!—Exclamo.

Su mirada es salvaje. Desesperada.

—¡¿Por qué permitiste que sucediera?! ¡Creí que lo teníamos controlado! ¡que lo sabías!

—¡No puedo controlar lo que mi corazón siente por ti, Alexandro! ¡No es mí elección!

—¡Mira lo que nos está pasando ahora!

—¡Lo siento!—Sollozo.

El aire se torna denso cuando el silencio cae violentamente sobre nosotros. Las ganas de escapar me acorralan, no soporto estar en este departamento, no tolero verlo. Porque al posar mis ojos en los suyos no doy con ningún signo de cariño, mucho menos amor.

Enderezo la espina vertebral y con la cabeza en alto me obligo a ocultar las emociones que se reflejan en mi rostro, a fortalecerme para que mis piernas no cedan. Nunca fue mi intención que sucediera esto, es más, siento que me han empujado a ello. Él me escuchó admitir lo que sentía, allí en la cama, mientras juraba que dormía y por fin podía ser libre de esa opresión en el pecho. Era muy diferente a ser expuesta de esta manera. Si Alexandro no me ama, ¿por qué ir detrás de mi? lo considero desalmado, puro egoísmo. Quería irme, quedarme con los hermosos recuerdos que tuvimos, y así, tener un nuevo comienzo. Olvidarlo. Olvidarnos. Pero estoy condenada a vivir con la imagen de su mirada distante y su gesto despreciable.

No hay necesidad de agregar nada, y como no me considero capaz de aguantar mirarlo un sólo segundo más, me quedo con la fotografía que elijo conservar. Su sonrisa, la chispa de simpatía en sus ojos, y la gentileza que lo acompañaba.

Aunque no logro irme, porque una de las preguntas que me acosan desde que tengo uso de razón, hace que permanezca con los pies anclados al piso.

Tiene que haber un motivo para que las personas no se queden conmigo. Para que sea tan fácil deshacerse de mi. Mis padres, Cristina, Joan, y ahora Alexandro. Pero si mis progenitores no dudaron en abandonarme, ¿qué podría esperar de un hombre al que aparentemente jamás le interesé?

Me digo que si él me presionó a hablar, es momento de ponernos en igualdad de condiciones. 

Hay genuina curiosidad en mi voz.

—¿Por qué?

Permanece callado por largos segundos antes de contestar.

—No puedo amarte, Dalila—Suena rasposo, agotado, incluso abatido.

—¿No puedes o no quieres?

Inspira hondo, y por un breve instante, parece que está a punto de venirse abajo. Se recompone inmediatamente, ocultándose detrás de una coraza.

—Ambos.

Suena a una sentencia y mis heridas sangran. Aunque algo en específico capta mi atención. Dijo que no puede. Mi mente se acelera. ¿Acaso hay más en la historia? reverbera desde las profundidades la imagen de aquel cajón cerrado, aquella vez que me enteré que él conocía mi idioma casi a la perfección. Pronto los cabos se unen. Su advertencia  sobre los negocios en los que estaba implicado, el supuesto peligro, las cicatrices en su espalda. Entonces me cuestiono si está ocurriendo algo más grande que no estoy viendo. Quizás sea la ilusión lo que me impulsa a intentarlo una última vez, porque a estas alturas ya no pierdo nada.

Quiero cada maldita parte que Alexandro pueda darme; lo bueno, lo malo, lo jodido y lo espantoso. Porque yo tampoco soy perfecta, y vengo con mucha mierda.

Me asombro de mi tono suave.

—¿Qué hay en el cajón de tú despacho, Alexandro?

El hombre Armani se congela y al principio parece enfadado. Suelta el aliento, doblegando a la bestia explosiva que descansa en la superficie.

—Déjalo ir, Dalila—Exige inflexible.

Avanzo hacía él, de repente demasiado alentada a dar con la verdad. Su reacción me ha dicho más de lo que esperaba.

—¿Cuáles son los negocios a los que te dedicas?—Arqueo una ceja. Aprieta las muelas—No voy a juzgarte.

La risa que suena luego de oír mi promesa me hace estremecer. ¿Cómo es que llegué a desechar mis valores y moral por un hombre? ¿Qué tan dispuesta estoy a sucumbir a los pecados, a la oscuridad, por él? aún cuando estoy a ciegas sobre cuál es su mundo. Incluso así, mucho, diría yo.

—Ese es el maldito problema—Ruge.

Junto las cejas y doy otro paso más cerca. No estoy dispuesta a dejar de dar pelea. Puede que crea que no merece ser amado, no sería algo imposible, después de todo, eso es lo que creo de mi misma. 

Insuficiente, susurra mi cerebro.

Meneo la cabeza. No hay espacio para eso ahora, y en su lugar, me lleno de valentía.

—¿Qué es lo que te aterra? ¿Que te ame?—Susurro, tratándolo con delicadeza, como si estuviera a punto de salir huyendo.

Sus ojos se abren y su pecho se sacude salvajemente. La atmósfera se vuelve casi insostenible un segundo más tarde. Demasiada tensión, secretos y sombras.

Camino hasta estar situada a escasos centímetros, con lentitud alzo mi mano para apoyarla en su pecho. El corazón no miente, y el suyo es un desastre de latidos erráticos. Muerdo mi labio inferior, mirándolo debajo de las pestañas, con la satisfacción arrastrándose por mi interior, calentando mis venas, asentándose en mi estómago. Porque en sus ojos crepita el ardor de la necesidad. Aquí está esa esperanza a la que me refería. ¿Podría ser? paso la lengua por mis labios secos.

—Dime quién eres Alexandro, sin evasiones, y yo te diré todas las razones por las que igual te quiero, si se te ocurre inventar excusas para que así no sea.

Sus párpados se cierran a la vez que un suspiro pesado lo recorre, echa la cabeza hacia atrás, deleitándose con mis palabras. Sus manos me sujetan de las caderas, y con un gruñido abre los ojos. Son más negros, tempestuosos. Magníficos.

Sin previo aviso su boca está sobre la mía.

Mi manos suben por su pecho, sus hombros, hasta alcanzar la nuca. Tiro de él hacia mi altura, ansiosa por fundirme en su sabor. La emoción se agolpa en mi garganta, pero me concentro en la sensación de nuestros labios unidos, en la perfecta sincronía de un beso hambriento, tan malditamente urgente, brutal. La velocidad disminuye, me besa sin prisa. Es tranquilo, con su lengua acariciando la mía y su agarre firme en mi espalda baja.

Me da un último corto besito y su nariz se pasea por mi mejilla, llenando sus pulmones con mi aroma.

La paz no llega a abrazarme que de nuevo estoy cayendo por el abismo de la miseria.

Roza con sus labios mi frente.

—Vete de aquí Dalila y no mires hacia atrás cuando lo hagas, porque yo no lo haré.

Me suelta como si tocarme lo quemara y el vacío me consume. Estoy perpleja, busco su mirada, pero me elude con éxito. Un sollozo corrompe mi garganta. Miro de un lado a otro por el aturdimiento. No logro emitir otro sonido además del llanto, porque para mí horror, Alexandro me da la espalda encaminándose hacia las escaleras.




•••





A duras penas estoy lo bastante presente para notar que han transcurrido tres días enteros desde que todo terminó con Alexandro.

Más ausente que con la mente enfocada, cumplo como un régimen la rutina que hasta ahora, ha sido de apoyo para no derrumbarme. Por lo que abuso de mi tiempo en el gimnasio, entro temprano y salgo cuando el sol se esconde. Concentrada en mantenerme ocupada, pretendo que esas horas extra de trabajo son un escape, aunque por supuesto, no hablar en absoluto sobre algo que tenga que ver con el italiano también ha influenciado para mantenerme en pie.

Hasta el momento me las arreglé demasiado bien para que su nombre no salga en ninguna de las conversaciones que tuve con Kat, lo que me ha llevado a ganar más de una mirada sospechosa de su parte, porque ella no deja de parlotear sobre Andrea. Sin embargo, la rubia está lidiando con tanto que en comparación, un corazón roto no es gran cosa. No quiero desviar las cosas en mi dirección, ser el centro de atención, mucho menos una egoista.

Tampoco hay lágrimas, ni una sola se ha derramado en estos tres días, diría que el dolor es tan potente que estoy entumecida. Ni siquiera sirvo para llorar.

Es más fácil bloquearlo, pretender que nada de eso ha ocurrido. fingir hasta creerlo. No hubo un nosotros. Entonces existo y sigo. Aunque en parte no sería una mentira. Para Alexandro, al menos, jamás tuvimos un futuro. Lo catalogué como cruel, pero ¿qué hay de malo en tener la verdad? se aseguró de cerrarse a mi, de poner una distancia, y lo respeto, pero eso no lo alivia el ardor en mi pecho.

Es lo que es, supongo.

Parpadeo saliendo de mi ensimismamiento cuando veo a Cristina. Mueve la silla hacia atrás, se sienta, y entonces una sonrisa tímida tira de sus labios.

La observo reteniendo la respiración por un corto momento. Está igual pero de alguna forma distinta. La línea entre mis cejas se arruga, buscando aquello que parece resplandecer en ella.

Su cabello castaño se agita con suavidad al llevarlo detrás de su hombro, la piel radiante, ojos brillantes. Quizás llegó caminando, porque tiene la punta de la nariz enrojecida y las mejillas coloradas. Me mira con cautela, inclinándose ligeramente sobre la mesa, mis oídos recién comienzan a captar el ruido a nuestro alrededor. Hago sonar la garganta. 

¿Cuando fue que la cafetería se llenó con tanta gente?

—Hola—Apoya su celular sobre el mantel, quitándose los guantes de invierno, termina por soplar sus frías palmas—Está haciendo un invierno de locos, ¿no es así?

Es extraño verla luego de casi dos meses, por lo que es duro actuar con la familiaridad que solíamos compartir. Asiento, mordiéndome el labio inferior, aquél sentimiento revolviendo mis tripas.

Quiero estar en buenas condiciones con ambos, especialmente con Joan, y si tengo que hacer las paces con Cristina para tener a mi hermano mayor de vuelta, maldita sea, que así sea. 

Se avecinan demasiadas fechas festivas; primero Acción de Gracias y luego Navidad, Año Nuevo, y después su casamiento. Desde que nos encontramos, desde que formamos esta pequeña familia, no he tenido que volver a sobrellevar otro día importante por mi cuenta, pidiendo comida china mientras Joan trabajaba para mantenernos.

Últimamente he sentido que no puedo darme el lujo de perder más gente. Me aterra, joder, me quita el sueño pensar que terminaré sola. Y aunque me ha lastimado muchísimo la actitud de mi amiga, ¿qué más me queda? nunca he sido rencorosa. Me gusta creer que existen las segundas oportunidades.

Muchas veces otorgar el perdón no se trata de la otra persona, sino de uno. Dejar lo malo y lo feo atrás, y en recompensa nos sentimos mucho más ligeros.

Así que no lo hago sólo por Cristina, sino también para estar en paz conmigo misma.

Un nuevo comienzo para ambas.

—Si—Murmuro al percatarme que me he demorado más de lo que pretendía en contestar. Carraspeo por segunda vez. No sé cómo encarar una conversación luego de esta separación tan grande que tuvimos, por lo que voy a terreno seguro—¿Cómo has estado?

En sus ojos se muestra la culpa.

—Te echo muchísimo de menos, pequeña Dalila—Extiende una mano hacia mi.

Directo al asunto. Con ella no podía esperar menos, pero es bueno, quiero decir, nos ahorramos las preguntas incómodas.

Titubeo al mirar su palma. Pero el cariño intacto que guardo por ella, los años de amistad, tiran como un fiel recordatorio. Hemos estado una para la otra tanto en las buenas como en las malas.

Puede que la razón para que mi mirada se empañe con lágrimas sea lo vulnerable que me he sentido, en especial desde lo que pasó con Alexandro. Aún así, no tengo poder sobre el nudo que se forma en mi garganta, ni la angustia que se arremolina en mi pecho.

Me aferro a su agarre sin poder evitar el desgarro en mi voz.

—Me heriste—Susurro.

—Lo sé, y lo siento, lo siento muchísimo—Me da un fuerte apretón. En sus facciones se retrata el remordimiento, y sé que debo confiar en ella.

Me remuevo sobre la silla, dándole otra mirada a la cafetería para comprobar no estar causando un espectáculo. Para mi suerte cada uno está demasiado ocupado en lo suyo para notar lo que pasa delante de sus narices. Los músculos de mi espalda se relajan, y al devolverle el apretón a Cristina, resuelvo que si bien las disculpas han sido aceptadas necesito más. Una explicación.

Me alejo de su tacto con suavidad.

—¿Qué pasó?—Pongo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja—Porque esa no eras tú, aquella no era mi amiga.

Cristina inspira hondo, antes de que su labio inferior se tense con un sollozo, se las arregla para obtener un aspecto sereno.

—Estaba terrible, insoportable, y siempre a la defensiva. No fuiste tú, Dalila, lo juro—Suspira—Tenía inseguridades y las trasladé a ti. Quería que la gente que me rodeara se sintiera tan jodida como lo estaba, porque mientras todos avanzaban, yo sentía que me quedaba atascada en el mismo casillero—Sus mejillas se encienden con pena—Tenía celos de ti. Estabas incursionando en una nueva relación, y yo estaba harta de la mía—Pienso en Joan y las cosas que me había contado. ¿Estaban así de mal?—No era tú responsabilidad, lo entendí con el tiempo. Vivía alterada, iba a dar un paso gigantesco, y tú hermano parecía tan distante, lejano. Me hundía y en la desesperación quería arrastrarlos a todos conmigo.

—Cristina—Exhalo su nombre. La preocupación me invade—No tenías que pasar por eso sola, ¿sabes? podrías haber hablado conmigo.

Sonríe con tristeza—Es tú hermano, incluso si lo intentaras, tú opinión no sería objetiva—Sorbe su nariz—, y no quería ser la causante de una división. No tengo hermanos, Dalila, pero veo la manera en la que ustedes se quieren, la forma en la que se apoyan. Conozco lo que han tenido que superar. No podía—Niega—Simplemente no podía.

Sacudo la cabeza.

—Estos meses fueron un espanto, te necesité, y por lo que sé tú también a mi—Muerdo el interior de mi mejilla.  Mi lengua ansía reprocharle la incertidumbre que tenía de no saber si volveríamos a ser amigas. Las veces que imaginé lo peor. Cierro los párpados. Puede que mi intención sea dejar el pasado donde pertenece, pero eso no quita que sea difícil hacerlo. Sin embargo, ella no estaba bien, y se ve que está trabajando para mejorar. ¿Cómo traer el enojo cuando puede interferir en sus avances?. Suelto un largo suspiro, abriendo los ojos. Mis hombros ceden.—Te ves mucho mejor que la última vez.

Ella asiente y esa luz que la rodea resplandece con mayor fuerza.

—La terapia hace maravillas—Suelta una risa.

Me llena de orgullo que haya elegido ese camino. Se nota que le hace bien, y si es feliz, yo también.

Hacía tanto que no la oía reír. Quisiera decir que yo también lo hago, pero lo que cae de mis labios parece más un sonido amargo y rasposo, que un canto suave y alegre.

Me sostiene la mirada, paseando sus ojos por mi rostro y la parte superior de mi cuerpo. Me examina con cuidado. Cuando sus facciones se fruncen ligeramente, me temo a donde pueda ir. De inmediato me pongo muy tensa y el llanto que llevo conteniendo desde esa noche, amenaza con salir.

Por favor, por favor, no.

Está indecisa sobre indagar. Debe captar cómo el pánico elimina cualquier indicio de sonrisa que tenía, porque al final, es prudente y lo deja estar.

Suspiro.

—Joan está muy arrepentido también—Me alegra el giro en la charla, aunque el tema no sea precisamente agradable.

—Estaba muy enfadado conmigo.

Asiente—Exageró, y se tiene que disculpar por ello.

—¿Lo crees?—Ladeo la cabeza.

Me pelee con mi hermano por una relación que no iba a ninguna parte. Fui tonta, y he estado reflexionando sobre eso más de lo que puedo reconocer. No he parado de pensar que tal vez Joan tenía razón. Por supuesto que Alexandro no es nada de aquello que lo acusó, pero sí puse su puesto en peligro, anteponiendo mis necesidades, olvidando que había otras cosas a tener en cuenta. Me dejé llevar, estaba hechizada y fui... ¿Qué dijo el italiano? ingenua. Paso saliva con dificultad al recordar el desdén en su voz.

Sacudo la cabeza. No es hasta recién que soy consciente de que Alexandro sigue siendo el dueño del Anémona. Será tentar a la suerte cada vez que vaya. Espero no tener que verlo, ni siquiera por casualidad. Me río en silencio. ¿Qué estoy diciendo? ni siquiera me hablo con Joan. No debería estar entre mis preocupaciones ir al restaurante. Pero el escozor sigue allí.

Él jamás estará fuera de mi vida por completo.

Lo recordaré cada vez que alguno de nosotros hable del restaurante, y si no es así, la calle del Madison ahora será intransitable para mi. Estará en el taller de alfarería, o en el hotel de Andrea, también cada vez que mis ojos se posen en el Río Hudson.

La ciudad es una recopilación de las memorias de nuestro tiempo juntos. Es una herida constante, abierta y supurante.

Nueva York es Alexandro Cavicchini.

Otra vez, que ironía. La ciudad que amo y el hombre que tiene mi corazón. Parece que no tengo escape, y tengo miedo de terminar odiando a los dos.

El corazón se me hunde.

—¿Dalila?

Muevo las pestañas para apartar las lágrimas.

—¿Si?—Tiro de mis labios con una sonrisa forzada.

—¿Te sientes bien? estás pálida—Hace el ademán de acercarse—Probablemente deberíamos pedir algo para comer, eso ayudará.

No tengo ánimos de contar nada, si soy sincera, planeo reconstruir nuestra amistad paso a paso, porque aunque la he extrañado de sobremanera, entiendo que estamos en una situación delicada. También sé que el tema de Alexandro fue una clase de detonante para ella, así que no está en la agenda mencionarlo, mucho menos por ahora. Por nuestro bien.

—Es el estrés que viene con tanto trabajo—Queriendo sonar convincente hago un gesto vago con la mano.

Asiente, estrechando la mirada hacía mi.

—Llamaré a ese camarero, mientras tanto, cuéntame cómo vas en el gimnasio.



Me despojo de las capas de ropa con un suspiro, tirando del abrigo y el bolso sobre la mesa, esperando así librarme de la tensión acumulada en mis hombros. No funciona. Hago un sonido de cansancio, sacándome los guantes y la gorra de lana, también, los zapatos mojados por la nieve.

—¿Cómo te ha ido con la musaraña?

Doy un salto al oír la voz de Katherine. Con la respiración agitada poso la mirada en ella. La veo mientras devora un tazón enorme de ensalada, con el cabello en un moño desprolijo y su pijama con dibujitos.

—Carajo, Kat—Resoplo.—Me asustaste.

La visión de Kat es rosa. Por todos lados. Desde el pijama, hasta el broche que sostiene sus mechones rubios, esas pantuflas peludas y el esmalte en sus uñas.

—Dime el chisme, Dalila. Luego recuperas el aliento—Se queja, caminando hasta ponerse enfrente mio. La observo por debajo de las pestañas.

—Te repetí muchísimas veces que no le digas así.

Bufa—¡Se lo merece!—Clava el tenedor en la lechuga. Frunzo el ceño—Ahora imagino que esta es su cara.

—¡Kat!—La reprendo. Está siendo infantil—Tú eres la más amable de las tres, ¿lo olvidaste?

—No hay tal amabilidad para Cristina—Refunfuña—, además, aún no me has cuestionado el porqué de musaraña.

—Tampoco lo haré—Me acomodo en el sofá, llevando las rodillas al pecho. Pone ojos de cachorro—Que no. Sigue con otro tema.

Un resoplido sonoro cae de sus labios.

—Bien, bien, no te pongas gruñona—Se tira a mi lado, masticando un trozo de tomate—¿Quieres?—Estira el tenedor hacía mi boca. Niego.—Más para mi.

En la sala de estar no nos rodea más que el silencio, y tampoco me esfuerzo mucho para entablar una conversación. Kat permanece a mi lado, comiéndose el resto de la lechuga mientras me dedica una que otra mirada furtiva. La rubia deja el tazón en la pequeña mesa de café, suspirando largamente, extiende los brazos y las piernas cuando la asalta un bostezo repentino. Entonces hace sonar su garganta, y gira su torso en mi dirección.

—¿Dalila?

—¿Mhm?—Dejo caer la cabeza sobre el respaldo del sofá.

—Estás muy callada—La miro—, quiero decir, en general.

No respondo, porque, ¿qué podría contestar a eso? Aún así me conmueve la cara que lleva, esa que dibuja arruguitas en las esquinas de sus ojos y hace fruncir su nariz con preocupación.

—¿De qué quieres charlar?—Ofrezco.

Después de todo, soy la que se va tan temprano por la mañana que apenas si amanece, y llega cuando el cielo está salpicado con estrellas. Puedo darle esto.

Su cara decae, dudosa, prosigue.

—¿Está todo en orden con Alexandro?—Mi garganta se cierra, y yo también. Todavía no estoy lista para esto. Kat nota mi ansiedad. Los ojos se me nublan con lágrimas. Aparto la mirada hacía el televisor, incluso cuando la pantalla está en negro—¿Por eso no estás durmiendo en la noche? te escucho caminar por el departamento, ¿sabes?

Doy un corto asentimiento.

—Estoy perfecta—Pero suena artificial.

—¿Me lo dices a mi o a ti?—Su mano descansa en mi hombro.—Dalila...

—Estoy bien—Siseo.

Me siento arrinconada, como si el espacio en la habitación se redujera de tamaño, con las paredes avanzando hasta aplastarme y dejarme sin nada.

Tengo que salir de aquí.

Me levanto de un salto, desesperada por huir a mi habitación. Kat me retiene por el brazo, la inquietud está plasmada en su rostro. Me sostiene con decisión, ha pasado de su habitual dulzura a una rubia enfadada, y muy preocupada.

—¡Esto no puede continuar así!—Se contiene para no gritar, pero sus ojos van de acá para allá mientras me mira, al límite del nerviosismo.— ¿Desde cuándo tomas tantas horas en el gimnasio? estás perjudicando tú salud, Dalila. Tienes unas ojeras terribles, y no te enfrentaría así a menos de que esté muy inquieta con tu comportamiento, lo cual estoy. Deambulas como un fantasma durante las noches, durante horas. Las veces que te encuentro en casa, estás en otro universo, y si nombro a Andrea pones una expresión de espanto total, como si temieras que luego pregunte por él.

—Basta—Advierto entre dientes.

Mis latidos se disparan a un ritmo alarmante, y la primera lágrima en tres días recorre mi mejilla.

—Dalila—Quiere rodearme con sus brazos, la esquivo, y con velocidad sorteo lo que esté en mi camino, pasando directo a mi dormitorio. Está pisándome los talones—¿Te hizo daño?—No de la manera en la que crees—Llamaré a Andrea si...

Escucharla decir aquello presiona alguna clase de interruptor. Me vuelvo hacía ella con brusquedad.

—¡No te entrometas Kat! Maldición, ¡Déjalo estar!—Estallo, agitando los brazos.

Da un respingo, viéndose tan desolada. Joder. Katherine debe ser el ser más sensible que existe, y aquí voy yo, después de todo a lo que ha sobrevivido, gritándole justo como su ex novio lo hacia.

—Lo lamento, disculpa—Sacudo la cabeza—Mi intención no era explotar así.

—Lo sé—Asiente, esbozando una sonrisa tranquilizadora, sacude los feos recuerdos—Está bien.

—No, no lo está—Me quejo—Perdón, Kat—Me cubro el rostro con las manos, y pronto lo único a lo que puedo acudir es llorar, mientras los temblores me atraviesan—Lo arruiné, lo lamento, perdón. ¡Me equivoqué!

—Oh, Dalila.

Me estrecha entre sus delgados brazos, apretándome lo más fuerte que puede, y yo me permito ir. No tengo memoria sobre que haya dejado que alguien me consolara, que me viera tan frágil, además de aquella vez en la que le conté a Alexandro parte de mi historia familiar. Entonces, me había costado millones darle acceso, mostrarme indefensa. Porque soy la que cuida a los demás, la que está siempre para resolver los problemas, con el oído atento y los brazos abiertos. No me rompo, ni me quedo quieta, me muevo y supero.

Sobrellevé el abandono de mis padres, ¿Por qué no puedo hacerlo con esto? ¿Por qué lo siento tan devastador? si ha sido sólo una jodida relación informal, un puto acuerdo.

—Llorar está muy bien, tienes que descargarte—Acaricia mi cabello—Nunca accedes a que te cuiden, Dalila, hay que revertir eso—Sollozo sobre su hombro—Debes darte un descanso. No tienes que ser siempre fuerte.

—No conozco ser de otra forma—Murmuro entre lágrimas saladas.

—Cuando es lo que aprendes desde tan pequeña, supongo que así es como lo sientes—Se aleja sólo lo suficiente para mirarme a los ojos—Pero los cascarones se rompen, y sentir dolor es tan normal como respirar. Déjalo fluir y un día, pronto o quizás más tarde de lo que te gustaría, se irá. Pero se va a ir.

—No puedes prometerlo.

Sus labios se curvan con una dulce sonrisa.

—Es cierto—Asiente—Pero puedo prometer que estaré aquí hasta que eso suceda. No importa el tiempo que lleve.

De alguna manera terminamos sentadas en el suelo, mi cabeza recostada sobre el regazo de Kat, y su cuerpo apoyado sobre la pared detrás de nosotras. A un costado de mis pies yace una botella de vino vacía, dos copas, un paquete de galletas y las pantuflas rosadas y afelpadas de la rubia.

Mi amiga no me presionó para que le diga qué fue lo que pasó con Alexandro. Sólo una vez. Preguntó, dije que todavía no estaba preparada, y entonces se dirigió a la cocina. Regresó con un sacacorchos, una buena botella de rosado, como plus trajo unas galletas oreo.

—¿Me conseguiste una invitación?

Sonrío, por primera vez, sonrío genuinamente luego de lo que parece una eternidad.

—Así es—Asiento—Iremos a esa boda juntas.

—Eso me gusta, tengo un vestido espléndido que me muero por estrenar.

—¿El plateado?

Chasquea la lengua

—Rojo.

Arqueo una ceja.

—¿Qué no es muy llamativo?

Hace un movimiento con los hombros.

—Me hace un culo para morirse.

—Si usas eso vas a competir por la atención de la novia.

Bufa.

—Que le den a la novia.

—¡Katherine Spencer!—Hago un sonido de asombro.

—¡Dalila Paloma Bech!—Pone la voz más grave imitando mi acento.

Levanto la cabeza.

—¡Ese no es mi nombre!—Le doy un leve golpe en el brazo.

—Lo sé—Sonríe—Es que el otro es más difícil para mi pronunciación. Ten un poco de compasión—Hace puchero—¿Cómo se dice?

Resoplo.

—Lo detesto.

—Vamos, a mi me encanta

—Ni siquiera lo puedes pronunciar correctamente.

—¿Sofía? ¿Penélope? ¡Selva!

Me roba una sonrisa.

—Jesús—Exhalo el aire en una bocanada exagerada—¿Estás tirando nombres de actrices latinas al azar?

Hace una mueca—¿Qué me delató?

—Para empezar me imagino que Selva, es en realidad Salma, excepto que quieras referirte a un conjunto de árboles tropicales—Le lanzo una mirada burlona—Y después Sofía Vergara, por favor, sé más original. ¿Qué hay con eso de Penélope? es española, por el amor de Dios. Te daré un mapa.

—¡Ey!—Pellizca mi pierna. Suelto un chillido.

—Ambas sabemos que la geografía no es tú fuerte—Acuso. Me da otro pinchazo—Ni para ti o la mitad de Estados Unidos—Murmuro.

—¿Qué dijiste?—Frunce el ceño.

—No mucho—Contesto.

Me incorporo lentamente, recuperando la botella del suelo al igual que las copas. Katherine se encarga del paquete de oreos, que resulta tener una última galleta. Me da una mirada de suficiencia mientras mastica la comida.

—¿Fue gentil contigo?—Enarca una de sus cejas rubias, separando la crema de la galleta de la tapa de chocolate. Hace un sonido de aprobación.

—Lo fue, te lo conté—Repito.

Kat farfulla algo que es ininteligible para mis oídos, pero no tengo que escucharlo para deducir que todavía está enojada con Cristina, y que probablemente la ha llamado por musaraña. Luego tendré que dar un vistazo en internet y ver qué tanto significa. Hasta entonces me ocupo de ordenar el resto del departamento, con Kat cooperando, pronto las cosas están en su sitio.

—¿Qué hay de Joan? ¿Te escribirá?

—No tengo idea. Cristina ya me ha contactado,  así que supongo que él no tardará—Apoyo la cadera en la columna más cercana—Tampoco estuvimos mucho sobre ello, lo mencionamos, y nos fuimos a otro tema.  Ambas lo preferimos así. No mezclamos.

Sus labios se fruncen.

—Es raro, no es como que las tres fuéramos amigas inseparables, estábamos tú y yo, luego ella y tú. Pero esto... esta división ha sido demasiado para cualquiera, incluído tú hermano—, sobre eso, él también te debe una disculpa—Pone cara seria.

Le he dado más o menos una pista sobre lo que pasó con Joan, pero no profundicé mucho. Pese a que intenté que las aguas estén tranquilas, no bastó para atenuar el enfado de la rubia. Estaba muy indignada, tanto que la punta de sus orejas se pusieron muy rojas.

Suspiro.

—Estoy agotada, Kat—La cabeza me está matando desde hace un rato, con la sien palpitando, no me apetece estar lo que queda de la noche conversando sobre los problemas que me persiguen. Aún así sé que no podré pegar un ojo—Te daré un mejor informe de todo mañana—Medio bromeo.

Casi que discute pero se muerde la lengua.

—Hecho—Me rodea con sus brazos—Intenta dormir, Dalila, lo digo en serio.

—Lo haré—Me separo de ella, reanudando el andar hacía la habitación. A medio camino su voz me detiene—¿Si?—Me vuelvo hacía la rubia.

En sus ojos se muestra la angustia, titubea al adelantarse, entonces se queda quieta, y sus manos se hacen dos puños.

—Dime qué fue lo que te hizo, porque la he pasado fatal con Hunter, y perdón, pero mi cerebro está un poco arruinado y la imaginación la tengo andando a mil.

Ese horrible dolor en mi interior se retuerce, y por un segundo pierdo la capacidad de respirar, entonces suelto el aliento de manera entrecortada. Trago saliva.

—Alexandro no ha hecho nada fuera de lo que habíamos pactado. Terminó el acuerdo—Murmuro.

El alivio afloja sus rasgos, pero también hay tristeza.

—¿No se puede solucionar?—Inquiere con esperanza, su mirada iluminándose de pronto.

Mis labios se curvan con una sonrisa agridulce. 

—Los sentimientos no se pueden cambiar, Kat, y los suyos por mi estaban muy claros.



•••


Holaaaa 💕💕💕💕

Parte 2 con ustedes🫀🫀

Se que me tardé mucho, pero en serio buscaba transmitir cada una de las palabras escritas, que sintieran el capítulo. Espero haberlo logrado<3

También espero que hayan tenido los pañuelos al alcance de la mano por si soltaron alguna que otra lágrima.

En fin gente hermosaa, lxs adoro con el alma, lxs quiero MONTONES (lo saben) y nos leemos pronto🤍 recuerden que no están solos, que son muy importantes para alguien, y que se merecen todo el amor del MUNDO. Es más, ya son amados.



Continue Reading

You'll Also Like

1.6K 220 9
An asteroid is the protagonist of a tragedy ⋆
31.8K 2.7K 53
Existe una fina línea entre lo que es real y lo que no. Él quiere estar de un lado. Mientras que ella es obligada a vivir en el otro. ¡Esta historia...
31.2K 1.5K 17
Toda mi vida dio un giro de 180 grados en tan solo una noche. Fue tan rápido como pasó todo, que de un segundo al otro ya estaba siendo desalojada d...
1.1M 108K 49
"No todos los monstruos, son monstruosos. O eso creía yo." +18