El Diario de una Cortesana

By MaribelSOlle

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[Retirada para su edición y venta] Lo imposible convertido en obsesión. Cuando le impiden casarse con el prí... More

Descripción
Reparto de personajes
Epígrafe
Capítulo 1- El origen de la Cortesana
Capítulo 2-El hombre metálico
Capítulo 3-Una irritable atracción
Capítulo 4- Cassandra
Capítulo 5- Y no volvieron a verse....
Capítulo 7- Una pizca de tristeza
Capítulo 8- Una pizca de dolor
Capítulo 9- Una pizca de comprensión
Capítulo 10- Pasar el umbral
Capítulo 11-Tras el Umbral, no hay retorno
Capítulo 12- Cassandra y George
Capítulo 13-Sombras de pasiones prohibidas
Capítulo 14- Marionetas
Capítulo 15- Votos de confianza
Capítulo 16- Rompiendo cadenas
Este borrador ha sido retirado
Capítulo 18-Crónica de una muerte anunciada
Capítulo 19- Tendría que ser ilegal romper el corazón de una mujer
Capítulo 20-¿Entrar en un convento o convertirse en cortesana?
Capítulo 21-Influencia y poder
Capítulo 22-Una hija
Capítulo 23- La amante del príncipe
Capítulo 24- Sentimientos mezclados con intereses
Capítulo 25- Ella es como el viento
Capítulo 26- Te amo, Cassandra Colligan
Capítulo 27-Guía básica para ser una cortesana
Capítulo 28-Héroe
Capítulo 29- Bronce fundido
Capítulo 30- Papá
Capítulo 31- Olor a nieve
Capítulo 32- Cada adiós duele más que el anterior
Capítulo 33- Ojo por ojo
Capítulo 34- Madame Cassandra y el Comandante General
Capítulo 35- Los celos son crueles
Capítulo 36- Amor de madre
Capítulo 37- Sueños eternos
Capítulo 38-A veces alegrías, a veces tristezas
Capítulo final
Epílogo

Capítulo 6-...hasta un año después

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By MaribelSOlle

El arte es una pausa, un encuentro de sensibilidades.

Domenico Cieri.

Un año más tarde.

Cassandra no sabía como afrontar esa nueva temporada social sin su madre. Johanna Colligan, Marquesa de Bristol, había sido su guía durante su debut, su confidente, su ancla en un mundo lleno de expectativas puestas sobre ella. Hubiera sido mejor permanecer en Bristol con el fin de recuperarse emocionalmente antes de regresar a los salones de baile. Sin embargo, el Marqués de Bristol había ordenado que todos ellos debían continuar con su vida cotidiana, como si el invierno no se hubiera ido junto a Johanna. 

Como si su madre no los hubiera abandonado en búsqueda de una nueva vida. 

—¿Por qué te has dejado el pelo suelto? —le recriminó su padre esa mañana. Desde que se habían trasladado a Londres, su padre había dispuesto que Cassandra madrugara con él para desayunar juntos. Según él, ahora que la "innombrable" no estaba, él sería, personalmente, el que impartiría disciplina en esa casa. Y una de esas disciplinas, al parecer, era la de hacer levantar a su hija a las cinco de la mañana cuando la mayoría de las jóvenes de su edad no lo hacían hasta las diez. 

—No me lo he dejado suelto, Mi Señor Marqués. Tan solo no he tenido tiempo de recogerlo. Haré que la señora Danvers me lo recoja antes de que empiecen mis obligaciones diurnas —se avergonzó la joven, sintiendo como sus largos mechones negros le quemaban sobre la espalda, incapaz de tragar ni un solo bocado de la tostada que tenía en el plato. De hecho, había sido incapaz de desayunar ni un solo día desde que su madre se había ido.

A lo sumo, picaba un poco al mediodía y a la noche tomaba una sopa. Nada más.

No tenía hambre. Ya no.

―Ahora te incumbe la responsabilidad de dirigir esta casa como lo haría una dama respetable, Cassandra. Al menos hasta que te cases. Será una oportunidad de aprendizaje, por un breve lapso de tiempo, antes de que nos dejes esta misma temporada para honrarnos con un beneficioso matrimonio. El año pasado, esa mujer... "la innombrable", te liberó de varias responsabilidades. Sin embargo, en esta ocasión, deberás cumplir con tus obligaciones como hija del Marqués de Bristol.

Un nudo de ansiedad comprimió la garganta de Cassandra. Toda el deleite que había cosechado al superar su debut sin contraer nupcias se había ensombrecido por la partida de su madre y la consiguiente nube de descontento que se cernía sobre su padre desde entonces. El Marqués de Bristol no se había distinguido jamás por su afabilidad, pero en los últimos meses había experimentado un declive drástico en su temperamento. Era como si depositara toda la culpa de la partida de Johanna Colligan en los hombros de su hija. O, más precisamente, como si aguardara que ella restaurara el honor y la dignidad perdidos mediante un enlace matrimonial respetable.

En aquel instante de su corta vida, Cassandra se hallaba inmersa entre dos dilemas entrelazados, aparte de la cuestión central de hallar un esposo adecuado antes de culminar su segunda temporada, por supuesto. El primero, un cúmulo de emociones la llevaba a debatir si debía aborrecer o envidiar a su madre. El segundo, una tormenta similar de sentimientos la dejaba indecisa entre compadecer a su padre o censurarlo.

Estaba experimentando, sin quererlo, un fuerte desprecio hacia su madre por haberla abandonado, por haberla dejado desprovista de guía y resguardo en esa nueva etapa de su vida, donde hallar un esposo constituía una prioridad crucial. Sin embargo, también sentía una punzada de envidia hacia ella por haber reunido el coraje suficiente de liberarse de esa prisión que era vivir con el Marqués de Bristol. 

El otro dilema era que le embargaba la lástima hacia su padre, que parecía ajeno a la angustiosa coyuntura que compartían. Pero también lo culpaba, pues su intransigencia y falta de sensibilidad parecían ser los motivos principales detrás de la partida de su madre.

Nadie fuera de la familia estaba al corriente de que Johanna había escapado con el capataz de la finca de Bristol. La versión que su padre divulgaba con celeridad era que su esposa había emprendido un viaje al continente. A España, para ser exactos, a visitar unos familiares distantes que enfrentaban una extraña y duradera enfermedad. Por supuesto, las lenguas más afiliadas ya habían empezado un recorrido muy sutil de rumores mucho menos favorecedores y más cercanos a la verdad de lo que el Marqués de Bristol pretendía dar a entender. 

Johanna Colligan no era la primera mujer en abandonar a un esposo arcaico y considerablemente mayor, y seguramente tampoco sería la última.

Regresar a Londres con esos sutiles rumores susurrando a sus espaldas y con una vigilancia mucho más estricta que la de su madre, equivalía para Cassandra a una existencia prácticamente apagada. Desearía que nada de eso hubiera acontecido, que su madre continuara a su lado. Sin embargo, la realidad divergía mucho de sus deseos y tenía un margen limitado para alterarla. En ocasiones, incluso anhelaba hallar un esposo. En ciertos momentos, pensaba que al casarse podría al menos escapar de la influencia de su padre. No obstante, sabía que estar a merced de un hombre desconocido tal vez fuera incluso peor.

Ese era el destino para las mujeres inglesas nacidas en el seno de las familias nobles: trasladarse de la tutela paterna a la esfera conyugal. No obstante, la madre de Cassandra había entreabierto una ventana hacia un destino distinto. Un camino que, por ahora, le resultaba desagradable a Cassandra. Pero quién sabía, quizás en el porvenir... lo contemplaría de manera diferente.

―¿Es verdaderamente esta dama tan educada, serena y distinguida mi sobrina? ―inquirió su tía, más a modo de reflexión que de pregunta, ya que no esperó una respuesta por parte de Cassandra―. Ha sido una sorpresa que mi hermano acuda a mí para que sea tu acompañante. Supuse que Johanna lo tendría todo bajo control, pero claro... no me sorprende que eso no haya sido así al final.

Cassandra escudriñó a su tía de arriba a abajo desde su asiento en el carruaje que las estaba llevando al baile de las debutantes, el primero de la temporada y el que se celebraba en el Palacio de Buckingham por cordialidad de Su Majestad la Reina. Cassandra bien podría haber rechazado esa invitación puesto que ya no era una debutante, pero su padre estaba decidido a que asistiera a todos los eventos de esa temporada, sin perderse ni un solo. Con el fin, por supuesto, de que el esperado yerno con título y adinerado apareciera de una vez por todas. Cassandra empezaba a comprender por qué su padre ansiaba un yerno tan pronto. 

Sus hermanos eran muy pequeños y su padre llevaba todo el peso del Marquesado sobre sus espaldas. A pesar de que un marido con título para Cassandra, no le serviría de mucha ayuda al Marqués de Bristol, por lo menos, este no se sentiría tan solo hasta que sus hijos varones crecieran y pudieran compartir responsabilidades con él. 

Desde luego, esa comprensión del asunto no contribuía a mejorar el estado de ánimo de Cassandra. Que, fueran cuáles fueran los motivos de su padre, ella permanecía en una posición desfavorecida. 

Escudriñando a su tía, de arriba a abajo, también comprendió que ésta lo sabía todo. Y no porque su padre se lo hubiera contado, no. Sino porque los innumerables ojos y los oídos de la sociedad inglesa estaban en todos lados, siempre vigilantes. Era una prisionera en mitad de un campo armado. Claro que, ni su tía ni ninguna de las mujeres que viera esa noche en el baile se lo diría nunca directamente. Tan solo se lo harían saber mediante pequeños actos de marginación o afilados comentarios como el que su tía acababa de dedicarle. 

Cassandra miró su reflejo en el vidrio del carruaje. Era de noche, pero las lucecitas de los farolillos eran suficientes para verse. Esa noche tampoco había dejado caer ningún tirabuzón en su rostro, tal y como las demás jóvenes de su edad hacían. Sino que, si cabe, se había estirado un poco más su habitual moño negro. Al principio, su peinado había sido una respuesta a la preocupación de su doncella y de su padre con su pelo demasiado rebelde. Pero se había convertido, poco a poco, en un desafío a las modas que regían en Londres. Claro que llevarlo totalmente suelto hubiera sido un desafío aún mayor, pero eso era algo que quedaba fuera de su alcance. 

Cassandra disfrutaba esos desafíos a lo convencional a pesar del dolor que sentía por el abandono de su madre que, en su opinión, se había extralimitado. Al menos, Johanna Colligan, podría haber esperado a que su hija estuviera debidamente casada. Pero, en fin, no sería ella quién le guardara rencor a su madre. Y eso lo había decidido esa misma tarde, cuando su nueva carabina se había presentado ante ella como una masa enorme envuelta de telas y un rostro todavía más enorme, pero no por su exceso de peso, sino por las miradas maliciosas que le dedicaba. Después de haber visto a su tía, se daba cuenta de lo bendecida que había sido de poder tener la compañía de su madre, al menos, durante sus primeros años de vida y su debut. Había mujeres mucho más crueles que su madre, y no se imaginaba una infancia peor que la de haber tenido a un padre como el Marqués de Bristol y a una madre como su tía. Johanna, al menos, había aportado calidez en su vida. Aunque hubiera decidido escoger la libertad, al final, por encima de todo. 

Cassandra cuestionaba mucho la conformidad de esas normas sociales en privado. Pero en público defendía la tradición. Vivía en un mundo de un equilibrio tan frágil que podría derrumbarse solo con un paso en falso. Ahora, como buena hija y dama decente, debía mostrarse obediente con su tía, aunque esta fuera poco más que una hipócrita. Así que, para no buscarse más la antipatía de su padre, Cassandra se quedó callada y su tía Pauline sonrió triunfalmente al creerla doblegada ante ella. 

Entrar en el Palacio de Buckingham fue una odisea. Un trabajo tedioso de largas colas y salutaciones vacías. Pero Cassandra aguantó; y soportó todos y cada uno de los protocolos impuestos con el mejor temple que fue capaz de reunir. Incluso se sorprendió a sí misma tomando las riendas de la situación en lugar de dejarse desmoronar por tantos motivos como tenía para hacerlo. 

Posiblemente algún día tuviera una vida feliz. Quizás esos hombres a los que creía tan faltos de carácter fueran, al fin y al cabo, unos buenos esposos que pudieran brindarle la seguridad que necesitaba. Sí, quizás fuera eso todo cuánto precisara: un esposo cortés e hijos. En contra de todo pronóstico, y a diferencia del año anterior, muchos caballeros le pidieron un baile esa noche. A pesar de que la sala estaba a rebosar de jóvenes debutantes, unas muy hermosas y otras muy ricas, la atención recayó en ella más de una vez. En parte, porque su tía así lo provocó. Pero también había algo diferente en ella, y lo sabía. Quizás fuera el brillo triste en su mirada lo que incitaba a los nobles caballeros a venir a su rescate, o probablemente fueran sus mejillas pálidas por la falta de apetito lo que los atrajera. No lo sabía muy bien, pero sabía que había algo que los atraía. Y que, tarde o temprano, no tardaría en recibir a más de un pretendiente en casa. Para la alegría de su padre y el orgullo de su tía Pauline. 

Ajustarse a la tradición traía menos problemas. 

Tal vez un hombre bueno fuera suficiente. Sí, quizás eso fuera mejor que la euforia del amor romántico sobre el que había leído en los libros. Y sobre el que había aprendido una lección a través de su madre: que podía traer fatales consecuencias. ¿Acaso no había sido la mismísima Joanna la que le había dicho que Julieta e Isolda habían tenido finales trágicos? Ah, pero Cassandra deseaba que su madre fuera feliz, a pesar de todo. 

A pesar de verse tan sola que podría haberse muerto. 

Era tarde. Sin duda su tía tenía la intención de aprovechar cada evento hasta el máximo. Y Cassandra estaba agotada de bailar. Los tobillos le dolían y las luces de las lámparas de araña le provocaban un dolor de cabeza horrible. Le hubiera gustado arrinconarse, pero Pauline la había obligado a quedarse de pie al lado de la pista, a la vista de todos. Casi no le quedaba espacio en su tarjeta de baile y los músicos ya habían sido relevados una vez. Con su madre, jamás se habían quedado más tarde de las doce. Pero, de nuevo, su madre no estaba. 

Hecho que muchas de las damas presentes no le permitieron olvidar, tal y como había supuesto en el carruaje. Hubo comentarios y miradas de todo tipo. Pero nada le dolió en particular. Reconoció en sí misma una capacidad innata de ignorar ese tipo de dolor que otros podían causar en ella a través de la opinión. 

―¿Ahora entiendes por qué merece la pena quedarse hasta tarde? ―le susurró su tía Pauline. 

Cassandra no comprendió sus palabras hasta que se giró hacia la puerta del salón, y se encontró con un par de ojos de color bronce. 

«¡Oh!»


......."Verlo de nuevo fue un atentado contra todos mis sentidos adormecidos. Había oído su nombre a menudo durante el año que había pasado. Incluso estaba al tanto de las principales novedades de su vida. El Coronel que estaba triunfando en China. ¿Cómo no saber de él? Si incluso su padre no paraba de alabarlo? Su reputación era bien conocida por todos los hombres y mujeres, considerado poco más que un héroe. Pero todo lo había escuchado a la distancia, como si no fuera nada más que un desconocido para ella. Y no el hombre que la salvó ese día en el parque. El pasado, sin embargo, volvía a asomarse al presente"....







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