𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐆𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈...

By FoolBlondie

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Lautaro es mecánico, Kun es un pelotudo; Anto y Leo un par de chusmas y Emi un animal. More

1. La chispa
3. ¿Le tenés miedo?
4. La odisea del Kun (I)
5. La odisea del Kun (II)
6. Dudo, dudás, dudamos...
7. El Chisme
8. Rata acorralada

2. De camino al laburo

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By FoolBlondie



Desde el día que nació Yésica sus viejos se rompen el lomo laburando. 

Ella, su hermana mayor, es inteligente así que estudia. Él es burro así que trabaja. Bah, no es burro. Pero tampoco le gusta estudiar.

Sus viejos nunca lo obligaron a trabajar. Pero él los ve llegar cansados, morderse los labios leyendo las cuentas, a sus hermanitos con las zapatillas viejas y le da noséqué. Siempre le dio nosequé.

Su primer trabajo como tal, con quince años, fue en una parrilla. El primer día rompió un vaso, al tercero se olvidó la canilla prendida (un charco en la cocina) y al sexto se peleó con uno de los meseros. Aparte siempre llegaba tarde.

Chau. Parrilla, restaurante: nunca más.

Ahora, a sus diecisiete, está con un albañil que trabaja mayormente en barrios privados y lo llama cada vez que engancha algún laburo grande. Ahí lo tiene de mula, yendo y viniendo con baldes llenos de hormigón, preparando material, cargando bolsas de cemento. (Encima el tipo es salteño y no se le entiende un carajo).

En fin, una mañana se levanta tarde; se acuerda que no tiene auto y su viejo se llevó el Fiat, así que omite el desayuno y se va a esperar el colectivo. 

Pero el 260 es una cagada. Sergio imagina que deben tener dos colectivos en la línea; uno de ida, y otro de vuelta, porque el hijo de puta pasa cada tres horas y sólo cuando no se lo necesita.

Se resigna y se va caminando. Está apurado y los atajos que toma lo obligan a caminar debajo del sol de verano directo en la cabeza. Siente que en cualquier momento se va a insolar y empieza a tener hambre. Por lo rápido que camina el corazón le late fuerte y tiene sed, pero se olvidó la botella de agua en la mesada. Escucha sus propios pasos resonar en sus oídos, que están tapados, y nada más.

—Disculpá —alguien trota hacia él desde atrás y le agarra el hombro; se caga hasta las patas porque piensa que es un chorro. Como trata de ir para adelante y el otro lo está agarrando, pierde el equilibrio y se va para atrás.

El tipo lo ataja y entonces se topa con su cara: está entre los brazos del mecánico. Le pregunta "¿Estás bien?" con voz amable, y Sergio piensa que es el momento más gay de toda su vida.

Lo empuja un poco para separarse y se sienta en la vereda porque siente que se desmaya.

—¡Ay, mamita! Ay. Casi me da un infarto —dice con una mano en el corazón, que le late como un motor V8 a máxima velocidad.

—¡Perdón, perdón! No pensé que te ibas a asustar así...

Suena arrepentido, pero se está riendo y el Kun, con la cara toda roja, lo mira mal.

—¿Cómo me vas a venir por atrás así? Te falla, pelotudo.

El chico se acuclilla junto a él y saca una botella de Coca-Cola de la mochila que lleva a la espalda.

—Perdón. ¿Querés? No tengo agua.

Kun se la arrebata sin miramientos, se toma casi la mitad y se la devuelve.

—¿Mejor?

Asiente y el otro le tiende la mano. Él la toma y se pone de pie. Justo escucha un bocinazo y ve a través del vidrio los ojos de su viejo, bien abiertos, clavados en su mano, que el mecánico, en su confusión, tarda demasiado en soltar.

Palma ahí nomás. Se desmaya y ésta vez el mecánico apenas evita que se rompa la cabeza. Lo apoya en el piso y se inclina sobre él, dándole leves cachetadas.

—¡Ey! ¡Ey! ¿Qué onda? ¡Despertáte!

El auto se estaciona ahí en frente y baja Leonel, que trota hacia ellos.

—¿Qué le pasó? —pregunta, casi gritando.

—¡No sé! Se desmayó. ¿Quiere que lo lleve al auto? —se ofrece.

Leonel asiente y se agacha para agarrarlo.

—Entre los dos —dice.

Se ven como un par de secuestradores cuando lo meten en el asiento de atrás. 

—Estaba caminando al sol —comenta Lautaro mientras Leonel acomoda a su hijo.

—¿Ah, sí? Se habrá olvidado de desayunar el boludo —dice mientras trata de que Sergio no quede torcido—. ¿Qué hacían los dos ahí? —pregunta después con un tono raro. 

—Iba a preguntarle por una dirección pero... Bueno, se desmayó.

—¡Ah! Menos mal. —Leonel se yergue entonces y lo encara. —Bueno, gracias ¿eh? —dice con una palmada en su hombro—. Es chiquito pero pesado éste. ¿A dónde ibas? 

—Eh... Iba para la bulonera. La de mi zona está cerrada.

—¿La del Chocho?

—Sí, ésa. 

—Ah. Mirá, justo me queda de paso. Si querés te alcanzo.

Lautaro le agradece, se suben los dos y parten.

—¿Y cómo te llamás vos? —pregunta Leonel por el camino.

—Lautaro.

Asiente.

—Soy Leonel, y éste de atrás es mi hijo, Sergio. Es un boludo, pero buen pibe. ¿Tu familia?

—Mis viejos viven en Campana. Yo me mudé para acá hace poco.

Leonel vuelve a asentir.

—¿Y cómo va lo de la bujía?

—¡Bien, bien! No es tan complicado. Pero la cuestión es sacarla sin dañar la rosca...

La conversación sigue por ese rumbo; Leonel se sorprende de lo mucho que sabe Lautaro sobre mecánica, y viceversa. Leonel le cuenta de piezas mecánicas de antaño, y Lautaro lo pone al día con nuevas tecnologías que están saliendo. Finalmente, se meten tanto en cuestiones de cachibaches que no se dan cuenta que Sergio se despertó hace rato. Pero está callado, escuchándolos. 

Entiende dos de cada diez cosas que dicen; pero se dá cuenta de que dos: una, el tipo es un capo con la mecánica, y otra: a su papá le cae bien.

—...Y, yo trato de enseñarle a mis hijos —lo escucha decir con modestia—. Éste de acá sabe ¿eh? Más o menos. Pero me da miedo dejarlo sólo con los autos. Ya me partió la bujía y... Bueno, ni te cuento las cagadas que se manda. Vos sabés, ¿eh? Cuando te dejé el auto no te confiaba. Te vi muy chico. Pero la verdad, me sorprendiste. —Hace una pausa—. ¿Estudiaste, o algo?

Uh, la puta madre. "¿Querés ser vos mi hijo en vez de este pelotudo?" falta que le diga.

—Hice varios cursos. Trabajé en mecánicas chicas, otras por ahí más... Más "chetas". Pero desde chico me gustó, así que... Aprendí —se encoge de hombros—. ¿Uste'?

—No, yo de toda la vida. Ayudando a mi viejo, laburando...

En ese momento suena el celular del Kun y lo delata. Lo miran. Se hace el que recién se despertó. 

—Ah, estabas vivo —dice su viejo. 

Kun abre el celular y atiende.

—¿Hola?

¿Qué hacé, chango? —se escucha la voz del salteño en todo el auto.

—¿Ya están allá?

¡Sí, hacé die minuto 'tamo 'pershandoté! 

—Perdón, perdí el colectivo, pá.

¿Qué colectivo me tá diciendo vo? ¡Persho venite a pata, pue!

—¡'toy yendo, 'toy yendo!

Los otros dos se miran ante esa mentirota.

—¿Ves cómo es? —dice Leonel.

Lautaro sonríe de lado, lo mira; él se hace el boludo.

¡Bueno, purshate, chango, que sin vo no terminamo ni áca! 

—Sí, sí. Tranqui.

Corta. Lautaro lo está mirando sobre el hombro y parece apunto de hablarle; pero justo Leonel detiene el auto y le dice:

—Ahí está la bulonera.

Lautaro la localiza con la mirada y después se dirige a Leonel para estrecharle la mano.

—Bueno, gracias por hacerme la gauchada —dice—. A mi auto se lo llevó la grúa el otro día, así que me vino joya.

—Uh, qué cagada. Gracias a vos también, por atajarlo a éste. ¿Cuándo decís que te ocupás de la bujía?

—Para el lunes, probablemente —dice con una mano en la manija.

—A ver, te paso mi número.

Leonel le da su tarjeta y le dice que cualquier cosa le mande un mensaje. 

Vuelven a saludarse.

—Bueno, ¿un gusto, eh?

—Igualmente. Un día pásese por la mecánica, si quiere. Tengo unos modelos de...

—Sí, sí. Olvidáte que paso uno de estos días.

Antes de bajar, Lautaro se gira hacia el Kun y le dice:

—Y vos, cuidáte. Comé bien y no fuerces las bujías. Nos vemos. 

Kun estrecha la mano que le extiende. Es cálida y lo presiona fuerte. 

Cuando (al fin) sale del auto y se aleja, Kun lo sigue con la mirada. Pero sólo se da cuenta cuando su viejo chasquea los dedos frente a su cara.

—Ey, pasáte para adelante —le dice en un tono de reproche.

Él obedece. Su viejo manda primera y el auto se empieza a mover lentamente hasta tomar más velocidad. 

Las casas van pasando frente a la ventana y cada vez están más lejos. Kun suspira, aliviado. Se frota la mano derecha, que todavía está un poco calentita.

—Bastante correcto el muchacho éste —comenta su viejo de pronto—. "Lautaro". Sabe, ¿eh? ¿Lo escuchaste? 

—Sí, pá. Lo escuché, si estaba acá. 

—"Acá". En el limbo estabas. ¿Qué pasó que te desmayaste?

—Me bajó la presión, creo. —Se encoje de hombros—. Aparte el tipo me asustó. Vino por atrás y me agarró del hombro, pensé que era un chorro, qué sé yo.

—Menos mal que te atajó porque si no te rompías la cabeza, ¿eh?

—Sí, no sé.

Kun tose y se pone a rascar el tapizado resquebrajado de la puerta.

—Este... —dice después—. Tengo que ir al barrio. Al Eucalipto. 

—Sí, sí. Ahora te llevo. Te compro algo para comer y si te sentís bien, vamos. No te vas a andar desmayando allá, ¿eh? 

—No, allá ni en pedo. Me llego a desmayar ahí y el Mati me hace pared. Tiene que hacer todo él si no estoy yo, ¿viste?

—Ponéte una gorra o algo. No andes ahí abajo del sol, ¿eh? 

—Sí, ya sé.

Leonel alza las cejas. 

"Ya sé", dice el boludo.

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