Conociendo a S. (Severus x OC)

By nesseire

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(+18) ¿Quién es la señora S.? Múltiples rumores hacen su identidad aún más misteriosa ¿De verdad fue una mor... More

1- La versión de Lucius
2- La versión de Narcissa
4- La estancia en Azkabán
5- La partida de ajedrez
6- La versión de Selene

3- La luna de miel

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By nesseire

Selene se miraba nerviosa en el espejo, intentando arreglarse para la cena de esa noche.

Llevaba para la ocasión un vestido que Severus le había dejado esa misma mañana sobre la cama, a modo de regalo, aunque ninguno de los dos había dicho nada al respecto. Selene se había acostumbrado a esos pequeños detalles que Severus tenía con ella, y a pesar de que fingía ignorarla, Selene sabía que él no perdía detalle de sus gestos o sus palabras.

Hacía poco más de ocho meses desde que su matrimonio se había llevado a cabo, y al mirarse en el espejo, Selene no pudo evitar recordar cómo había empezado todo.

***

Selene Corine había nacido en el seno de una antigua y prestigiosa familia de magos, estrechamente emparentados por parte materna con la familia Selwyn. Su padre era una influente figura política, al igual que su hermano mayor. Su hermana, una reconocida belleza, había realizado un ventajoso matrimonio un año antes.

Selene acababa de terminar su último año en Hogwarts, y se preparaba para estudiar derecho, y contribuir al éxito de su familia, cuando su padre le dio la noticia de que había decidido ofrecerla como futura mortífaga. El señor Corine pensaba que ese gesto le acercaría a lord Voldemort, y que, a la larga, eso ayudaría en su carrera política.

Selene había sido muy buena estudiante, siendo muy habilidosa en encantamientos y transformaciones. Y aunque su belleza no igualaba a la de su hermana, su potencial como bruja superaba al del resto de la familia.

El día que se despidió de ella, su padre simplemente se limitó a decirle que se esforzase al máximo y que no avergonzase a la familia.

Así fue como Selene se trasladó a uno de los múltiples cuarteles secretos que utilizaban los mortífagos, para ser entrenada en las artes oscuras. Su tutora resultó ser la sanguinaria Bellatrix Lestrange, quien disfrutaba torturándola ante cualquier error o provocación, tanto real como imaginaria.

Fue en una de esas torturas en las que Selene quedó gravemente herida, pasando varios días entre la vida y la muerte. Cuando volvió en sí, descubrió para su consternación y vergüenza, que había perdido la capacidad de hacer magia.

Al enterarse de la noticia, lord Voldemort se limitó a desprenderse de ella, no sin antes marcar en su brazo izquierdo a modo de burla la palabra "squib", para que fuese recuerdo de su debilidad, y una constante causa de vergüenza. Si Selene no fue ejecutada, fue por la importancia y la pureza de sangre de su familia, y porque siempre podría ser útil al bando tenebroso de otra forma.

Cuando regresó a la casa de su familia, un año después de haber sido entregada a Vóldemort, Selene no fue bien acogida. Su padre estaba decepcionado y se avergonzaba de ella. Le quitó la varita como castigo, y ordenó que nadie de la familia volviese a dirigirle la palabra.

Los siguientes meses fueron muy duros para la joven, quien había pasado de ser una de las mejores alumnas de su curso a ser una squib a la que todos evitaban. Cayó en depresión, y por la noche se sentía acosada por horrendas pesadillas, en las que Bellatrix la torturaba. Pasaba los días atenazada por el pánico, pensando que en cualquier momento podrían devolverla a los mortífagos, para que la utilizasen como víctima durante sus entrenamientos.

Y entonces, lord Vóldemort hizo llamar a su padre, y le hizo saber que ya había encontrado la forma de hacer que Selene fuese útil para el mundo mágico. Deseaba casar a la joven con uno de sus nuevos favoritos, y así, con el linaje de ella y la magia de él, ambos pudiesen engendrar hijos que aumentasen el número de seguidores del Señor Tenebroso.

El mago elegido, Severus Snape, tampoco tuvo opción de rechazar el enlace. Por un lado, no era posible desobedecer una orden directa del Señor Tenebroso, y además, la unión con la señorita Corine parecía estar llena de aparentes ventajas. Para Severus, Selene era un regalo que le hacia su señor a cambio de los servicios prestados y suponía una conexión con una importante familia de magos, que podría abrirle muchas puertas en el Ministerio.

Pero por otro lado, aquel matrimonio también era una forma de humillar a ambos: el mortífago, conocido por su ambición y ansias de poder, obtenía una esposa dañada e inútil, y ella, que procedía de una familia orgullosa de sus raíces y su pureza de sangre, debía unirse al hijo de un muggle.

El día de la boda fue sumamente incómodo para ambos. Selene podía sentir el alivio de su padre al desprenderse de ella, los grandes esfuerzos que hacía su recién marido en ignorarla, y el regocijo de los pocos testigos del evento, quienes no tardaron en bromear a su costa.

Esa noche no fue mucho mejor. Al llegar a la casa de su nuevo marido, Selene se sintió abrumada por el aspecto lóbrego y tenebroso que tenía la vivienda. No dijo nada por cortesía, pero sabía que él había visto su gesto de reparo al entrar.

Sin embargo, se sorprendió gratamente al ver que había preparado un dormitorio más pequeño para ella, con el implícito mensaje de que no tenían que dormir juntos si ella no quería. Aquel gesto le dio un poco más de seguridad, pero no cambió nada. Selene era muy consciente del verdadero objetivo de aquella boda. Tanto Vóldemort como su padre habían sido muy claros al respecto: lo que había fallado en hacer como bruja, tendría que hacerlo como esposa y madre.

La joven no quería imaginar las consecuencias que habría para ella si se negaba a cumplir con su parte, por mucho que le desagradase. Así que decidió hacer de tripas corazón y entró en el dormitorio principal.

Su decisión sorprendió a Severus, quien no esperaba que ella le siguiera. Ambos se miraron a los ojos, por primera vez desde que se habían conocido, unas horas antes.

Apenas se habían visto en Hogwarts, ya que él era tres años mayor y había formado parte de la casa Slytherin, mientras que ella había sido seleccionada para Ravenclaw. Nunca antes habían estado solos en la misma habitación.

Por la mente de ambos cruzó la misma pregunta ¿Acaso alguien les estaría vigilando? ¿Se anularía su matrimonio si no se acostaban juntos? ¿Cuáles serían las consecuencias?

Nerviosa, Selene comenzó a quitarse la ropa.

"No pasa nada" se dijo "Todo el mundo lo hace".

Gracias a su hermana, tenía una idea aproximada de lo que iba a pasar

"Solo serán unos minutos".

Ambos se desnudaron en silencio y se metieron en la cama. Selene se tumbó sobre su espalda, sin oponer resistencia, intentando tranquilizarse y pensar en otra cosa, hasta que, por fin, todo acabó, y ambos se separaron, sin mirarse. Selene se tumbó de lado, sintiéndose vacía.

"Tampoco es para tanto" pensó, con una mezcla de decepción y tristeza "Al menos ya sé lo que puedo esperar".

Nunca supo cómo llegó a conciliar el sueño, pero no despertó hasta que los rayos del sol la molestaron en los ojos por la mañana. Miró a su alrededor, pero encontró la cama vacía, y una parte de ella se alegró. Sin embargo, cuando bajó a la planta principal, se encontró con una grata sorpresa que la dejó boquiabierta.

La casa, que la noche anterior había tenido aspecto de cueva, lucía inauditamente limpia, aireada, iluminada y ordenada, con una cocina tan brillante que casi parecía mentira que el día anterior hubiese estado sumergida en porquería.

Severus estaba preparando el desayuno, y aunque la vio acercarse, no le hizo ningún comentario acerca de aquel cambio tan espectacular, y ella tampoco se atrevió a hacerlo, de lo sorprendida que estaba.

***

El regalo de bodas de los señores Corine había sido el viaje de luna de miel a Venecia.

Los recién casados se registraron en un lujoso y exclusivo hotel, y fueron conducidos a la suite nupcial, donde Selene miró de reojo a la imponente cama matrimonial que llenaba gran parte del espacio.

Severus, sin embargo, no estaba interesado en repetir la experiencia de la noche anterior. Parecía profundamente incómodo y avergonzado, y procuraba no acercarse a ella más de lo necesario. No obstante, una vez que ordenaron sus pertenencias, y se quedaron mirando cara a cara, él se atrevió a romper el silencio, por primera vez desde que habían desayunado.

–¿Qué quieres hacer? –le preguntó. Selene dudó por un momento.

–Podríamos salir y ver la ciudad –sugirió, tan ansiosa por abandonar la habitación como él.

Juntos salieron del hotel y caminaron sin rumbo fijo, paseando por las estrechas aceras, observando los puentes y admirando los edificios. Al principio eran muy conscientes de lo extraña que era su situación, pero poco a poco, comprendieron que en esa ciudad nadie les conocía ni les juzgaba, y pudieron relajarse.

Hablaron muy poco, sólo de cosas superficiales, casi con miedo a cruzar alguna línea imaginaria que fuese a ofender al otro.

Por la tarde regresaron al hotel para cambiarse de ropa, y para ocupar el tiempo libre que tenían antes de la cena, bajaron al Hall. En un acuerdo silencioso, ninguno de los dos había querido pasar más tiempo del necesario en la habitación.

Para entretenerse, Selene paseó lentamente por las amplias y lujosas salas, hasta que algo llamó su atención. En una mesa, situada algo más apartada de las demás, descansaba un tablero de ajedrez donde alguien había dejado una partida a medio terminar.

La joven se acercó y observó las piezas, imaginando mentalmente cuales habrían sido los siguientes movimientos.

–¿Te gusta el ajedrez? –Selene se sobresaltó al oír la pregunta de Severus. Había estado tan ensimismada que no le había escuchado llegar.

–Solía jugar en Hogwarts –respondió, reponiéndose del susto.

Severus hizo un gesto silencioso, señalando las sillas, y aceptando su invitación, Selene tomó asiento. Sentados frente a frente, comenzaron a colocar sus respectivas piezas. Selene comprobó que le tocaba jugar con las figuras blancas.

–¿Quién te enseñó? –preguntó Severus.

–Mi abuelo era un gran maestro. Nadie más quería jugar contra él, porque siempre ganaba. Pero a mí me gustaba –Selene sonrió débilmente, mientras terminaba de colocar sus piezas–. ¿Y a ti?

–Mi madre –Severus no dio más explicaciones, pero esperó pacientemente a que ella empezase.

Selene dudó acerca de cómo proseguir. No había querido presumir de ello, pero su abuelo la había entrenado muy duramente, y Selene había podido participar en algún torneo semiprofesional cuando él aún vivía.

No quería ofender a Severus ganándole fácilmente, y arruinar su ya de por si difícil relación. Con cuidado, procedió a mover sus piezas, muy consciente de todos los movimientos que hacía. Severus no jugaba mal, pero no era ni de lejos un rival para ella.

Sintiéndose muy tonta, procedió a cometer varios errores, intentando no ganar.

–¿Por qué has hecho eso? –pregunto él extrañado, tras uno de esos errores–. Podrías haberte comido a mi caballo.

–No me he dado cuenta –murmuró ella–. No tiene importancia.

Pero Severus se la había quedado mirando.

–¿Por qué me estás dejando ganar? –ella le miró sorprendida, pero él seguía mirándola, con una mueca de decepción–. Quiero que juegues como lo harías con cualquier otra persona.

–Si hago eso, te ganaré en menos de seis movimientos –confesó Selene, y Severus la miró con sorpresa.

–Enséñamelo –le pidió, movido por la curiosidad.

Selene suspiró, pero procedió a realizar la jugada que tenía en mente. Efectivamente, en cinco movimientos había realizado un jaque mate contra el rey negro, pero Severus, en lugar de estar enfadado, miraba al tablero con intriga.

–¿Cómo has hecho eso? –le preguntó, sinceramente interesado. Tras dudar un segundo, Selene colocó las piezas en la posición que habían ocupado anteriormente.

–Es una jugada muy famosa –explicó–. Cuando tu alfil y la torre están así, me dejas este espacio para que yo mueva así...

Selene explicó paso a paso lo que había hecho y por qué. Cuando terminó, él siguió mirando al tablero con fascinación. Ella se sorprendió al ver lo animado que parecía.

–¿Eso te lo enseñó tu abuelo?

–No, lo aprendí de un libro. Hay libros y revistas especializados en el ajedrez –explicó, al ver que él no comprendía–. Hablan de partidas, de los campeonatos, y de movimientos de ataque y defensa que han hecho otros jugadores. Algunas jugadas son muy famosas.

Severus seguía mirándola con interés. Por una vez, sus ojos no parecían fríos y distantes.

–¿Podrías enseñármelos? –le peguntó, de forma vacilante.

Selene dudó. Todos sus libros estaban en casa de sus padres, junto con las cosas del colegio y su varita. Se preguntaba si algún día podría recuperarlos.

–Hay una librería al final de la calle –recordó en voz alta–. Podríamos ir mañana.

El asintió, aceptando la oferta.

***

Durmieron cada uno en un extremo de la cama, pero al día siguiente, Selene se sintió algo menos incómoda al despertarse junto a él.

Cumpliendo su promesa, le llevó hasta la librería, y buscó entre las estanterías hasta que encontró el libro que buscaba. Abrió el capítulo que hablaba de la jugada que había hecho la noche anterior, y le explicó cómo debía interpretar las instrucciones. Severus la escuchaba con atención, mirando por encima de su hombro.

Tan concentrados estaban, que no se dieron cuenta de lo mucho que se habían acercado, hasta que Selene levantó la cabeza y le golpeó sin querer en un lado de la cara.

–Lo siento mucho –se apresuró a disculparse, preocupada por haberle hecho daño. Él la miró de forma ofendida.

–¿Ese es tu plan para ganar siempre? ¿Causarme una conmoción? –su voz adquirió un tono frio y venenoso, que sorprendió a Selene.

–No me hace falta lesionarte para ganar. Podría hacerlo con los ojos cerrados –replicó, antes de darse cuenta.

Selene se sintió asombrada por la osadía de sus palabras. Recordó de inmediato con quién estaba hablando, y se sintió de repente muy desprotegida sin su varita. Pero él se limitó a alzar una ceja y resoplar, antes de alejarse de ella.

El resto del día lo pasaron sin hablar mucho, paseando por la parte mágica de la ciudad. Cuando cayó la tarde y volvieron al hotel, terminaron gravitando hacia la mesa del tablero de ajedrez.

Esta vez, Selene no le dejó ganar. Contuvo sus fuerzas para que su victoria no fuese tan humillante, pero estuvo claro desde el principio que Severus no tenía ninguna oportunidad contra ella.

Sin embargo, lejos de ofenderse, él insistió jugar de nuevo. Parecía totalmente fascinado por el juego, y en sus ojos brillaba una chispa de animación. Selene tenía la sensación de que se estaba divirtiendo.

En la tercera partida, algo cambió. Severus se tomó más tiempo del habitual en mover las piezas, y se mostró totalmente concentrado. Sorprendida, Selene se dio cuenta de que estaba intentando reproducir uno de los ataques que ella había utilizado antes.

–¿Estás copiando mis movimientos? –le preguntó, con un deje de burla. Aun así, estaba sorprendida de que él recordase la jugada. No le había explicado los movimientos, así que él debía haber aprendido solamente con mirarla.

–¿Cómo respondes ante esta jugada? –preguntó él a su vez. Su curiosidad era genuina, y mirándole de reojo, Selene movió sus piezas para contrarrestar los movimientos de Severus.

Al final, Selene terminó ganando, pero la victoria quedó olvidada, pues ambos volcaron su atención en hablar de los detalles de la partida, repetir ciertos movimientos en particular y explorar qué cosas podrían haber hecho diferente.

Su conversación era fluida y animada, y Selene se dio cuenta de que estaba sonriendo.

***

Los días pasaron, y Severus y Selene se sumergieron en una nueva rutina.

Por las mañanas paseaban por la ciudad, como un par de turistas más. Selene no se cansaba de descubrir nuevos rincones y detalles ocultos, mientras que él la seguía, sin protestar demasiado. Por las tardes, siempre acababan visitando la librería, perdiéndose entre las estanterías en busca de nuevos libros que discutir.

Mientras exploraban, empezaron a hablar. Selene sentía curiosidad por él, y comenzó a hacer preguntas acerca de su vida. Aunque al principio se limitaba a responder con monosílabos, o de forma seca y cortante, Severus terminó cediendo.

Poco a poco, relató fases de su vida, desde una infancia solitaria y marcada por las continuas discusiones entre sus padres, pasando por una adolescencia llena de peleas, humillaciones y venganzas, hasta llegar a la etapa adulta, en la que la vida como mortífago y espía llenaba todo su tiempo.

Había dudado al contarle todo eso a la mujer, ya que se sentía vulnerable poniendo al descubierto todos esos secretos y debilidades que creía olvidadas, pero según iba avanzando en su relato, se dio cuenta de que Selene no le traicionaría, y no sólo porque lo había jurado a la hora de casarse, sino porque ella parecía de verdad interesada en su historia, y atendía a su relato con una muda escucha.

A cambio de ese arranque de sinceridad, Selene también relató su historia, aunque le costó hablar de su enfermedad y de la pérdida de su magia. Se sentía avergonzada por ser tan débil, y sentía que había fallado a su familia y a sí misma. Para su sorpresa, en contra de lo que había pensado, Severus no se burló de ella. Había escuchado su historia con seriedad, y cuando terminó, la miró en silencio.

–Enséñame tu brazo –dijo al fin. Selene miró a su alrededor, cohibida, pero finalmente se arremangó el brazo izquierdo y se lo mostró.

Severus estudió con el ceño fruncido las cicatrices que formaban la palabra "squib". Entonces, sacando la varita con disimulo, apuntó con ella a las marcas, murmurando algo.

Por un momento, Selene pensó que quizá él pudiese hacerlas desaparecer, pero tras unos segundos, notó una corriente eléctrica en el brazo, y lo apartó, con una leve exclamación de dolor.

–¿Te he hecho daño?

–He sentido como si algo me mordiese el brazo desde dentro –explicó ella, nerviosa, frotándose la herida.

–Tiene una magia similar a la Marca Tenebrosa –explicó él–. No puedo hacerla desaparecer. Lo siento –se disculpó. Selene le miró sorprendida.

–No pasa nada –dijo con suavidad.

Se quedaron en silencio, pensando en lo que se habían contado antes.

Ninguno de los dos había sido tan sincero, ni le habían contado tantos secretos a nadie. No les fue difícil reconocer el dolor, la angustia y la soledad que había sufrido el otro, y que era un fiel reflejo de las sensaciones propias. El verse identificados fue lo que les unió y lo que permitió que comenzasen a confiar en el otro.

También ayudó, y bastante, el ajedrez. Jugaban todos los días al llegar al hotel, y a veces, también después de cenar, en la habitación.

Selene le enseñó a Severus todo lo que había aprendido de su abuelo. Él aprendía deprisa, y en pocos días consiguió ser capaz de resistir contra Selene, aunque de momento, no había conseguido ganar ni una sola partida. Sin embargo, parecía que el reto le gustaba, y cada vez que jugaban, su cara se cubría con una expresión que Selene había aprendido a interpretar como de regocijo.

Gracias a las continuas partidas, comenzaron a conocerse y a comprender cómo pensaba el otro. Si cualquier persona les hubiese visto jugar, habría jurado que hablaban con el movimiento de las piezas sobre el tablero, preguntando, respondiendo, avanzando, defendiendo, abriendo huecos para dejar infiltrar al otro y prediciendo cuál iba a ser la próxima jugada.

Poco a poco, se fue creando entre ellos una especie de lazo formado a base de respeto, mutua comprensión, y algo parecido al afecto.

***

La mañana del primer día de noviembre, ambos se despertaron con la sensación de que algo había cambiado.

Se miraron desconcertados, sin poder explicar qué era lo que sentían diferente. Aquel era el penúltimo día de su luna de miel, y si bien se sentían más cómodos el uno con el otro, aún no habían vuelto a tocarse desde la noche de bodas.

Cuando Selene entró en el aseo para arreglarse, cayó en la cuenta de qué era lo que sentía diferente. Las heridas de su brazo habían menguado en tamaño, hasta casi desaparecer. La palabra "squib" no era más que un leve arañazo en su pálida piel.

Salió del baño a medio vestir, agarrándose el brazo.

–Severus...

Él estaba a punto de ponerse la camisa, pero también se miraba el brazo con desconcierto. La Marca Tenebrosa había desaparecido.

Ambos se miraron, sorprendidos, y sus ojos se clavaron sobre el brazo del otro.

–¿Cómo puede ser posible? –murmuró él.

–¿Crees que él ha...? –Selene no se atrevió a terminar. La mera idea de decirlo en voz alta la aterraba y la esperanzaba a partes iguales. Ninguno de los dos supo qué decir, y durante un momento se quedaron así, mirándose desconcertados.

Y de repente Selene fue consciente de que estaba a medio vestir, y por alguna razón, se ruborizó violentamente, y cubriéndose el pecho con los brazos, regresó al aseo.

Severus se quedó en la habitación, con la camisa en la mano, sin saber muy bien qué acababa de pasar.

***

Las calles de la ciudad mágica estaban a rebosar de magos y brujas celebrando sin parar la derrota de lord Vóldemort. El desenfreno era tal que incluso las calles muggles se veían inundadas por la magia.

Severus y Selene fueron a refugiarse a la librería de la que ya eran habituales visitantes. No se habían atrevido a comentar las consecuencias de lo que había pasado, como si el hecho de ignorarlo hiciera que desapareciese de sus vidas. A ambos les asustaba pensar qué les sucedería al regresar a Inglaterra.

Para distraerse, Selene se internó por un pasillo diferente al habitual. No tardó en llegar a la zona dedicada a los libros de leyes. Acarició los lomos de los viejos tratados con las yemas de los dedos, y cogió un libro al azar. Para ella, la jerga legal tenía mucho sentido. En muchos aspectos, no era tan diferente del ajedrez. Tras varios minutos, notó una presencia a su lado.

–Estabas aquí –comentó Severus, mirando a su alrededor.

–No he podido evitarlo –se disculpó ella, con una sonrisa–. Este año tendría que haber empezado a estudiar derecho.

–¿Y por qué no lo vas a poder hacer? –preguntó él, extrañado. Selene se ruborizó.

–Ahora estoy casada –murmuró. Su padre le había impedido matricularse precisamente por eso–. Y además, soy squib, no puedo ir a la universidad mágica si no tengo el permiso firmado de un mago.

–¿Qué tontería es esa? ¿Por qué necesitas permiso para estudiar?

–Por la ley de educación mágica –Selene se encogió de hombros pero Severus seguía manteniendo el ceño fruncido–. ¿Puedo quedarme un rato más aquí? Quiero buscar una cosa.

–Quédate todo el tiempo que necesites –respondió él, con suavidad, dándose la vuelta.

En realidad, Selene no quería buscar nada, pero la realización de que no podría continuar con su sueño le había puesto repentinamente triste, y necesitaba estar un rato a solas. Sólo cuando estuvo segura de que no iba a ponerse a llorar, se atrevió a buscar a Severus.

No le vio en su habitual rincón de la sección de ajedrez, y tuvo que dar más vueltas hasta que le encontró, leyendo un enorme libro plateado que se encontraba en un atril.

–¿Qué estás leyendo? –le preguntó con curiosidad. Él cerró el libro de golpe, algo nervioso, como si quisiese esconder algo.

–Lo acaban de publicar, se llama "El libro que lo sabe todo" –explicó, evitando mirarla a los ojos.

–Menudo nombre más pretencioso –se rio ella.

–Tiene almacenada toda la información que hay disponible. Es como una enciclopedia –Severus miró de nuevo al libro y carraspeó–. Háblame de Venecia –dijo en voz alta.

Al instante, el libro se abrió y las páginas pasaron a gran velocidad ante sus ojos, hasta que se detuvieron de golpe. Selene se inclinó sobre el libro.

–La Serenísima República de Venecia fue una ciudad-estado, situada en el norte de Italia, a orillas del mar Adriático... –leyó en voz alta. Con los ojos, recorrió el resto del texto–. Es impresionante, realmente lo sabe todo.

–Como su propio nombre indica, Coré –apuntó él. Selene no pudo evitar sonreír, pero luego le miró confusa.

–¿Cómo me has llamado?

Pero él ignoró la pregunta y rehuyó su mirada, incómodo.

–El alboroto de la calle se ha calmado, podríamos salir.

Selene quiso insistir, pero decidió esperar a otro momento. Coré no parecía un término ofensivo, sino un gracioso diminutivo de su apellido, así que le siguió hasta la calle sin decir nada más.

Una vez fuera, tuvieron que subirse a un embarcadero, para mantenerse apartados del numeroso grupo de personas que avanzaba por la calle, cantando y lanzando chispas con las varitas.

Mientras esperaban, Selene se fijó en las góndolas que esperaban amarradas. Desde el primer día no había dejado de mirarlas con anhelo cada vez que se cruzaban con una en los canales. Y entonces, notó cómo Severus la empujaba con suavidad, en dirección a la embarcación. Ella le miró, preguntando con la mirada.

–Es la única forma de poder salir de aquí –explicó él, encogiéndose de hombros.

Ciertamente, la calle estaba intransitable, pero no era nada que se pudiera solucionar esperando unos minutos. Sin embargo, Selene no quiso cuestionar su suerte y desperdiciar esa oportunidad, así que no protestó.

Selene se subió a la góndola, muy contenta, pero en seguida se sentó, agarrándose a la madera con fuerza. El movimiento de la embarcación sobre el agua le produjo inseguridad, y cuando el gondolero comenzó a remar, sintió que debía mantener la concentración para no perder el equilibrio.

Una barca pasó en dirección contraria, levantando pequeñas olas, y ellos fueron empujados, el uno contra el otro, con un pequeño salto. El gondolero dijo algo que no entendieron, y se rio, sin dejar de remar con parsimonia.

–¿Te mareas en el agua? –le preguntó Severus, viendo su expresión.

–No, pero no imaginaba que se fuese a mover tanto –Selene trató de acomodarse, pero tampoco había tanto espacio. Se sentían muy apretados tal y como estaban–. Perdona, te estoy empujando.

–No pasa nada, Coré.

Ella le miró, deseando preguntar de nuevo a qué venía su nuevo apodo, pero las palabras no salieron de su boca. Por alguna razón, al verle allí, tan cerca de ella, se puso nerviosa, y no acertó a decir nada. Él la seguía mirando, sin apartarse.

No supieron quién inició el movimiento, quizá fueran los dos a la vez, pero antes de que se diesen cuenta, se estaban besando. El tiempo pareció pararse, y todo lo que les rodeaba dejó de existir.

Durante largos minutos siguieron besándose con suavidad, lentamente, sin que nada más importase. Se acariciaron la cara con delicadeza, tratando de no romper el contacto físico.

Cuando la góndola se detuvo, delante del hotel, ambos se sintieron ligeramente irritados, pero regresaron a tierra firme y entraron en el hotel, con el corazón acelerado, pero sin decir nada.

***

Selene se preparó para la cena con un poco más de esmero de lo habitual. Había rescatado un vestido plateado que era ligeramente más favorecedor y escotado que los otros, y procuraba que su largo pelo quedase lo mejor posible.

Cada vez que su mente rememoraba lo que había ocurrido esa tarde, su corazón daba un vuelco en su pecho y ella sonreía débilmente.

Esa vez no había cerrado la puerta del aseo, como solía hacer, y Severus la miraba arreglarse desde fuera, sin decir nada. Él también parecía perdido en sus pensamientos, y a veces también sonreía.

Bajaron al Hall, y como era su costumbre, se sentaron a jugar al ajedrez. No hablaron mucho, pero no les hacía falta. Sus miradas se cruzaron a menudo, cargadas de significado, y más de una vez perdieron la noción del tiempo, mirándose a los ojos, ensimismados.

Selene miró al tablero, intentando concentrarse y calmar el fuerte cosquilleo de su pecho, y vio algo que le hizo sonreír.

–Podrías ganar esta partida –observó, lanzándole una mirada cómplice. Él alzó las cejas, y observó las piezas con atención.

–¿Estás segura?

–Depende de cómo te muevas. Pero tienes muchas opciones –Selene sonreía, animándole.

Severus volcó toda su atención en el juego, y movió sus piezas con cuidado, utilizando todos los conocimientos que había aprendido en los últimos días. Selene respondió lo mejor que pudo, pero esa vez no tuvo que fingir, Severus consiguió arrinconar al rey blanco por sí mismo.

Una gran sonrisa de satisfacción cruzó su cara cuando levantó la vista para mirar a la joven. Selene también sonreía, muy contenta.

–Enhorabuena. Ha sido una gran partida –le felicitó, sinceramente–. ¿Querrás jugar otra vez?

–Hoy no –Severus no quería abusar de su suerte, y prefería alargar el sabor de la victoria un poco más–. Vamos a cenar.

La cena fue mucho más animada y distendida que en las noches anteriores. No dejaban de sonreír, hablando con complicidad, bromeando a veces, y por un momento, les pareció que no había nadie más aparte de ellos en el restaurante.

Cuando volvieron a la habitación, Selene miró a la cama de reojo, y su corazón dio un vuelco en su pecho. Su mente volvió a recordar el beso que habían compartido esa tarde, y cómo se había sentido.

Dubitativa, miró a Severus, quien estaba de espaldas a ella, quitándose la chaqueta. A esas alturas, sabía perfectamente que él no iba a tocarla a menos que ella diese su expreso consentimiento.

Selene se mordió el labio, pensando.

–¿Puedes ayudarme con la cremallera? 

Él la miró sorprendido, pero Selene se pasó el pelo por encima del hombro y se puso de espaldas a él. Sintió cómo él se acercaba, y despacio, desabrochaba la cremallera del vestido.

Selene sintió un ligero escalofrío al notar el aire en su espalda desnuda, pero no se movió. Y entonces, suavemente, Severus le acarició la espalda con la yema de los dedos, de abajo a arriba.

Selene dejó escapar un suspiro. Aquel ligero contacto había hecho que su cuerpo se estremeciese, y le inundase una ola de calor.

Notó cómo él se acercaba más, y le olía el pelo. Y luego, muy despacio, se inclinaba y le besaba el cuello. Selene cerró los ojos e inclinó la cabeza. No quería moverse. No quería que parase.

Él continuó besándola, moviéndose poco a poco, por su hombro, su cuello, su oreja. Ella ahogó un gemido al sentir como le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Una corriente de calor le había recorrido el cuerpo, erizando su piel. De repente, sintió una oleada de placer y deseo, y una repentina humedad entre sus piernas.

Severus pasó los brazos alrededor de su cintura, acariciándola por encima del vestido. Selene apoyó su cuerpo contra él, sintiendo el calor a su espalda.

Giró la cabeza para mirarle, y poniéndose de puntillas, le besó. Se giró para estar frente a él, sin dejar de besarle. Severus la abrazó con fuerza, hundiendo una mano en su pelo, acariciando su espalda con la otra. Selene pasó los brazos alrededor de su cuello, acercando todo lo posible su cuerpo al de él. Su beso se volvió más intenso y profundo, más apasionado.

Se separaron ligeramente, tratando de controlar la respiración. Selene sentía aquel extraño deseo que la inundaba, pidiéndole ir más allá. Quería tocarle, y sentir su piel contra la suya. Sintiéndose envalentonada, le desabrochó los botones de la camisa. Él no se lo impidió, pero la miraba fijamente, con una sombra de deseo en los ojos. La camisa cayó al suelo, y Selene volvió a besarle, acariciándole el pecho, los costados y la espalda.

Severus suspiró, y volvió a inclinarse, besándola en la cara, la barbilla, y el cuello. Con las manos, recorrió los brazos de Selene, y al llegar a sus hombros, le apartó el vestido, quitándoselo con suavidad. Selene se movió, facilitando que el vestido cayese a sus pies.

Entre besos y caricias, se desnudaron. No podían dejar de tocarse, recorriendo con sus manos la piel desnuda. Se abrazaron, juntando sus cuerpos, notando su calor. Y entonces, suavemente, se tumbaron en la cama.

Selene cerró los ojos mientras él la besaba. Notaba un cosquilleo de placer en todos los lugares donde él ponía la boca. Sintió cómo besaba su cuello, sus hombros, sus pechos, el vientre. Aquella sensación era totalmente nueva para ella, pero no deseaba que acabase.

Y entonces, él hundió la cabeza entre sus piernas, dándole placer con su lengua, y Selene se sintió invadida por una oleada de gozo más intensa, más profunda. Ahogó un gemido, mordiéndose los labios, pero el placer no paró. Se tapó la boca con una mano, asustada ante su propia reacción, pero Severus le cogió de las muñecas, y las agarró con fuerza contra el colchón.

El sonido de sus gemidos llenó la habitación, mientras ella se dejaba llevar. Una nueva ola de intenso placer la inundó, cogiéndola por sorpresa. Selene gritó, cerrando los ojos, rindiéndose ante los espasmos que agitaban su cuerpo y movían sus caderas.

Cuando el placer menguó, Selene abrió los ojos, jadeando, sintiéndose un poco mareada. Por unos segundos había olvidado dónde estaba.

Severus la miraba con una sonrisa de satisfacción, y se puso a su altura para besarla. La proximidad de su cuerpo también le resultaba placentera, y Selene le rodeó la cintura con las piernas, atrayéndole hacia ella.

Y esa vez, cuando le notó dentro de ella, Selene sintió una nueva fuente de placer. Se abrazó a él, hundiendo los dedos en su espalda, y con las piernas guio sus movimientos. Hundió la cara en su hombro, ahogando los gemidos que escapaban de su boca. Él también hundió el rostro en el cuello de ella, mientras se movía rítmicamente, jadeando.

Cerraron los ojos, arañándose, hundiendo la mano en el pelo del otro, uniendo sus cuerpos todo lo posible. Sus gemidos y jadeos se mezclaban en el aire, sin que fuesen conscientes de ello. Sólo estaban pendiente de su placer y de la presencia embriagadora del cuerpo del otro.

El orgasmo les sorpendió, como un intenso relámpago, haciendo que perdiesen, durante unos segundos, la noción del tiempo, mientras se abrazaban con fuerza, intentando fusionar sus cuerpos.

Permanecieron abrazados, respirando agitadamente. Tras unos segundos se miraron a los ojos y sonrieron, antes de besarse de nuevo.

"Ahora lo entiendo" pensó Selene, sintiéndose agotada y eufórica a la vez "Esto es lo que hay que sentir."

***

Tras el primer encuentro disfrutaron de otros más.

Habían descubierto una fuente inagotable de placer y deseo, y no se dieron por satisfechos hasta que acabaron totalmente agotados, sudorosos y jadeantes. Cayeron dormidos, fundidos en un abrazo.

Al día siguiente, su último día en Venecia, no salieron de la habitación. Ordenaron que les trajesen la comida a la puerta, mientras ellos se dedicaban a recuperar el tiempo perdido. No se cansaban de probar nuevas maneras de sorprender al otro, de buscar otras formas de placer, diferentes posturas y lugares a los que tocar y besar. Los encuentros apasionados, donde se unían con brusquedad, arañádose y mordiéndose con fuerza se mezclaban con momentos en los que hacían el amor de forma lenta, cubriéndose de besos y suaves caricias.

En los momentos de descanso, permanecían abrazados, acariciándose, hablando en voz baja y besándose suavemente. Selene pensó que algo había cambiado entre ellos, y no solamente por su recién descubierta intimidad. Severus la miraba de otra forma, y había una calidez en sus ojos que antes no estaba.

Seguía llamándola Coré, y a esas alturas, Selene estaba convencida de que no lo hacía para burlarse de ella. Ella se sentía feliz, y no le importó bajar las defensas, y dejarse llevar.

***

Era la hora de volver a casa, y con algo de pena, Selene terminó de hacer la maleta, asegurándose de no dejar nada atrás. Se dirigieron hacia la zona de desapariciones, y cogiéndose de la mano, tocaron el traslador que les llevaría de vuelta a Londres.

Se aparecieron delante de la casa de Severus, y procedieron a entrar en la vivienda antes de que los muggles reparasen en su presencia. Por dentro, nada había cambiado desde el día que se marcharon. Selene recordó el primer desayuno que habían compartido juntos, comparándolo con el placer apasionado de esa mañana. Nada podría haber sido más diferente.

Quizá él también estaba pensando en lo mismo, porque la besó con urgencia, envolviéndola en sus brazos. Selene no se resistió, y dejó que la empujase contra la mesa. Estaba empezando a sentir despertar su deseo de nuevo, cuando una violenta explosión les sobresaltó, haciendo que se separasen.

Antes de que se diesen cuenta, se vieron rodeados.

La chimenea rugió, exhalando fuego verde, mientras numerosas personas entraban a través de ella. La puerta de la casa se abrió de golpe, empujada por más magos.

Severus sacó su varita, poniéndose delante de Selene.

–¡Poned las manos en alto! –gritó uno de los magos–. Quedáis detenidos, en nombre del Ministerio de Magia.

–No se os ocurra hacer ninguna tontería –les advirtió otro, apuntando a Severus.

Este miró a su alrededor, enfadado y confundido, con la varita lista para luchar, pero había demasiados oponentes. Les tenían totalmente rodeados.

–No os resistáis y no habrá ningún problema –un tercer auror se acercó a Selene, con la varita en alto–. Tenéis derecho a guardar silencio. Todo lo que digáis será utilizado en vuestra contra –con un hechizo, puso los brazos de Selene tras su espalda, y le ató las muñecas con unas esposas–. Cualquier intento de resistencia o fuga será considerado una ofensa grave y será castigado –agarró a Selene del brazo y tiró bruscamente de ella.

–No la toques –gruñó Severus, pero otro auror le desarmó con un hechizo.

–Cierra la boca, mortífago. ¡Al suelo, de rodillas! –le forzaron a arrodillarse, para poder inmovilizarle.

De forma violenta, le obligaron a poner los brazos en la espalda. Sin embargo, Severus seguía mirando a Selene.

–Tranquila, Coré –le susurró.

Ella quiso responder, pero fue arrastrada, en contra de su voluntad, a través de la chimenea.

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