30 días para enamorarme

By ReynaCary

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Laini es alumna de Martín y por azares del destino se unen con un propósito. Demostrar que solo hacen falta 3... More

Prólogo
Una L plateada
Presidenta del mundo
Su princesa
Buenas noches
"30 días para enamorarme (Parte I)"
Ansiosa
Ignorarme
Color coral
Tu mano
Recuerdo tangible
Grito desesperado
Estrella fugaz
Encantadora pelirroja compacta
Cuidador de tus sueños
¿Celoso?
Hogar, dulce hogar
Pitufo
Sueños con él
Lluvia de estrellas
Dulce como cupcake
No podré besarte
Hormiga pelirroja
En un hospital
Laini
Legalmente suyas
Olor amargo
Una persona que quiero mucho
Los problemas de papá y mamá
Lo prometo por...
Me quedaré pequeña
Quiero vivir aquí
Abrazando a Katia
Anhelando 18 años
Cierra los ojos

La única favorita

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By ReynaCary

Capítulo cuatro

"La única favorita"

Laini abrió los ojos y se apresuró a cerrarlos al sentirse cegada por la luz blanca que le daba directa al rostro. Se llevó una mano a la frente y la reposó ahí, respiró profundamente y se percató de que ya no sentía ningún dolor, tampoco su cabeza daba vueltas y sentía la temperatura de su cuerpo normal, lo que era bueno y a la vez no tanto. Se sentó inmediatamente y sintió su mano derecha pesada.

Martín estaba con ella, aunque muy dormido al parecer y le sostenía la mano.

—Oh, no —musito y vio a su alrededor. Estaba en un hospital.

Se dejó caer de golpe sobre el duro colchón y despertó a Martín. Su profesor volteó a todos lados antes de fijar la vista en ella, al verla le dedico una sonrisa ladeada y soltó suspiro de alivio.

Le soltó la mano.

—Me debes una explicación —le dijo en tono de advertencia y ella le enseñó la lengua.

—Lo que te debo es dinero —jaló la sábana blanca hasta su cuello—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—¿Te- tenías una hemorragia interna y me preguntas por qué te traje a un hospital?

—No me respondas con otra pregunta —se sentó rápidamente y esta vez sintió un mareo por unos segundos. Martín la sostuvo por los hombros hasta que ella le indicó que se sentía bien. Pasó saliva y sintió un sabor rancio en su boca—. Disculpa —se cubrió la boca con una mano—. Lo siento, estoy bien.

Martín suspiró y relajó su cuerpo sobre la silla en donde estaba sentado, entrelazó sus dedos y le explicó a Laini sin verla.

—El doctor dijo que tenías una hemorragia interna producto de un fuerte golpe, y que era necesario tenerte en observación durante unas horas más para estar seguro de que no necesitas intervención quirúrgica o transfusión de sangre. Me parece que llegamos justo a tiempo de que pasara algo más grave.

Laini llevó una mano a su estómago y suspiró.

—¿Qué fue lo que te pasó? —le preguntó su profesor.

—No es nada malo —respondió—. Es solo... me asaltaron, Martín. Y tenía miedo. Pero me molesté conmigo misma por no haber hecho nada para defenderme, sé defensa personal y no pude hacer nada cuando aquellos tipos me acorralaron —presionó sus manos sobre su estómago con fuerza—. Se llevaron mi mochila y tenía muchas cosas allí.

—¿Por qué no me dijiste nada esta mañana?

Laini sorbió y cuando Martín levantó la vista vio que estaba llorando, se limpió la cara rápidamente.

—Porque si te lo hubiera dicho en el instituto me hubiera puesto así —presionó sus manos en sus ojos para no llorar más. Odiaba llorar, hacía mucho tiempo que no lo había hecho frente a alguien, pero tenía que llegar Martín y hablarle con ese tono de voz que la molestaba—. No puedo dejar que en el instituto me vean llorar.

—¿Pero sí que te vean con golpes?

Ella ladeó su rostro y limpió el rastro de lágrimas por última vez, se sentó cómoda en la cama y le sonrió.

—Si me ven con golpes creerán que peleé con alguna pandilla y entonces me tendrán más respeto —dijo con suficiencia—. Sólo bromeo, es decir, sí piensan que me metí en peleas pero yo no pienso eso.

—Lo bueno es que estás bien —se pasó una mano por el cabello—. Me diste un fuerte susto. No había visto a nadie toser sangre y no quiero volver a verlo.

—Sí, no es mi cosa favorita de hacer. Prometo no volver a hacerlo.

—Muy bien...

—¡Señor! —habló una enfermera entrando a la habitación—. Le dije que se fuera de aquí desde hace 20 minutos, no se debe molestar a los pacientes.

—Estaba por irme —dijo levantándose rápidamente de su silla—. Necesitaba estar aquí cuando ella despertara —señaló la cabeza de Laini—. Se pone como demonio cuando se despierta.

—Sí, es cierto y destruyo cosas —dijo Laini divertida—. Y lanzo maldiciones y también...

Martín le cubrió la boca.

—Creo que ya entendió —señaló disimuladamente a la enfermera que parecía asustada.

La mujer recuperó la compostura y se puso firme nuevamente.

—Tiene un minuto y contando para salir de aquí o llamaré a los guardias.

Martín levantó las manos en señal de rendición encaminándose a la puerta.

—Nos vemos más tarde.

Laini asintió y él salió de la habitación. La enfermera tenía el ceño fruncido y cambió hasta que Martín salió de la habitación, negó con la cabeza mientras se acercaba a ella. Le acomodó amablemente la almohada y la sabana.

—¿Cómo te sientes, linda? —le pregunto con calidez y Laini identificó que no le hablaba así sólo porque era un paciente sino porque en realidad quería ser amable con ella.

—Bastante bien, de hecho me gustaría ir a casa lo más pronto posible.

La enfermera le colocó una mano sobre el cabello.

—Me temo que el doctor tendrá que decidir si puedes salir hoy. Llegaste inconsciente aquí es un... milagro que los resultados de tu diagnóstico dijeran que no necesitas cirugía.

—Sí, soy un milagro. Martín me dijo algo parecido —se encogió de hombros—. No sabía que estaba tan mal hasta que empecé a toser sangre.

—¿Le llamas a tu papá por su nombre? —preguntó la enfermera extrañada.

Laini abrió los ojos ante esas palabras.

—Oye, sé que él luce un poco mayor que yo pero no es mi padre, vamos, es que ni se le ven más de 25 años ¿Cómo pudiste deducir que yo era su hija? —explicó rápidamente, sentía que debía dejarlo en claro, Martín siempre era amable con ella y no era justo que lo vieran como su padre. Incluso el semestre pasado cuando fueron a ver presupuestos para los graduados de ese curso los habían confundido con padre e hija, era inaceptable, ella no era tan joven ni él tan mayor.

—Bueno, es que yo vi... —empezó a hablar la enfermera—. Disculpa, debí cometer un error, entonces. Volveré en seguida, para que hables con el doctor.

Laini sólo asintió.

Sé quedó sola contemplando las cuatro aburridas paredes azul cenizo de la habitación, hacía mucho que no había estado en un hospital, la última vez también había estado rodeada de personas amables, Bruno y Sandra, esa vez habían hecho falta dos personas para hacerla llorar, pero ahora sólo Martín tuvo que pronunciar un par de palabras antes de que ella le soltara lo que había pasado, o parte de ello.

Si Martín no hubiera llegado en ese momento ¿Quién se habría dado cuenta de que se encontraba tan mal? Le apenaba recordarlo pero en ese momento había pensado en que si le hubiera dicho a Martín lo que le pasaba desde la mañana que lo vio, él hubiera buscado una forma de ayudarla, sus pensamientos habían sido sobre Martín llegando a salvarla. Que tonta.

—Despertó la bella durmiente —dijo un hombre de apariencia amable que vestía una bata blanca, el doctor, supuso—. Dormiste mucho.

—¿Mucho? —empezó a buscar un reloj en la habitación—. ¿Qué hora es?

—Pasan de las 12 del medio día —le respondió el doctor—. No importa si te sientes desorientada, suele pasar después de haber tenido un evento traumático.

—No estoy traumada, pero eso quiere decir que hoy es sábado ¿verdad?

—Estas en lo correcto. Es una buena noticia, al parecer no tienes problemas de orientación...

—¡El hombre! ¿El- el que me trajo aquí ha estado todo este tiempo en el hospital? —preguntó sorprendida.

—El chico de traje. Sí. Le dijimos que se fuera y que lo llamaríamos en cuanto despertaras pero no lo hizo además —se cruzó de brazos—, ha puesto de mal humor a una de las enfermeras —dijo para sí.

Laini se dejó caer hacia atrás con la mirada y pensamientos momentáneamente perdidos, se había quedado toda la noche y parte del día con ella. Casi sentía formándosele un nuevo nudo en la garganta.

—¿Necesito quedarme más tiempo aquí? —preguntó regresando su atención al doctor.

—Sí, me gustaría tenerte bajo observación unas horas más.

—Está bien. ¿Puede entrar Martín de nuevo?

El doctor le sonrió cálidamente.

—No si quiero que las enfermeras estén de buen humor hoy. Disculpa podrás verlo a la hora de visita o es posible que antes, si decido que estas en condiciones para ir a casa.

—Correcto.

Después de una ronda de preguntas sobre cómo se sentía y varias revisiones el doctor la dejó de nuevo sola en la habitación, le dijo que descansara pero Laini se sentía más despierta que nunca, era imposible que pudiera dormir de nuevo.

* * *

Cuando le dijeron a Martín que podía entrar a ver a Laini pasaban de las 5 de la tarde, le habían dicho que él podía darle la noticia de que por fin podía irse a casa. Pero al entrar a la habitación la encontró dormida como la había visto parte de la noche y la mañana, solo que su rostro tenía mejor aspecto, el labio ya no estaba inflamado y su ceja y mejilla lucían mejor. Sin duda no deseaba verla de nuevo como el día anterior.

Se acercó a ella y le tocó el brazo para despertarla.

—Quita tu mano —murmuró y cuando vio que ella seguía con los ojos cerrados entendió que había hablado dormida.

—Laini, despierta —ella se quejó, entre abrió los ojos y jaló la sábana para cubrir su cabeza—. Laini.

—Quiero dormir —gruñó.

Martín rió.

—Correcto, sigue durmiendo. Iba a decirte que puedes irte a casa pero...

—¿Al fin? —preguntó Laini sentándose bruscamente.

—Creí que tenías sueño —le dijo divertido.

—Se me quitó —negó restándole importancia—. ¿Entonces ya me puedo ir?

—Sí, ahí —señaló a la silla en donde él había pasado horas sentado, y en ese momento estaba la ropa de Laini—, han dejado tu ropa ahí, sólo que el uniforme aun está con gotas de sangre, dicen que no tuvieron tiempo de lavarlo.

Laini rodó los ojos y se quitó la sabana de encima. Tenía la bata del hospital y bufó al verse, levantó la mirada hacia Martín y le hizo una señal con la mano como si estuviera echándolo del lugar, él frunció el ceño.

—Largo —le dijo—. Estoy en bata y esta cosa está abierta por atrás —señaló a su espalda y Martín casi se avergonzó.

—Sí, estaré afuera —se apresuró a llegar a la puerta—. Avísame si ocupas algo.

—¡Fuera! —Laini le sonrió.

Martín cerró la puerta detrás de él y se recargó en ella. La enfermera que lo había echado durante toda la noche de la habitación de Laini pasó frente a él y lo vio acusadoramente, por suerte ya se iban a ir. Sentía que al fin estaba calmándose cuando escuchó que Laini lo llamó con un grito. Entró a la habitación alterado pero ella estaba sonriendo.

—Sí que eres rápido—dijo la pelirroja.

Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y vestía un short negro y una blusa de tirante del mismo color.

—¿Y esa ropa? —le preguntó frunciendo el ceño.

—Es lo que uso debajo de mi uniforme, ahora está lleno de sangre y no quiero usarlo así, podrían creer que cometí un asesinato. Además, esto me cubre bien, puedo soportar salir así...

—Está fresco allá afuera y esa ropa es muy ligera.

—La falda no hará mucha diferencia. No te preocupes, estoy bien.

Martín se llevó una mano hacia la nuca mientras veía a Laini tomar su uniforme sucio en sus manos. Estaba usando sus zapatos pero no tenía puestas las largas calcetas que siempre usaba, esa ropa era muy ligera y afuera hacía frio.

Metió las manos en las bolsas de su saco y se vio, se apresuró a quitarse el saco y lo sacudió.

—Ponte esto.

Laini lo vio incrédula.

—Pero...

—Úsalo aunque sea mientras llegamos al auto, puedes quitártelo después, pero no quiero que regreses de nuevo al hospital.

Laini aceptó de mala gana, le arrojó su uniforme a Martín y se puso el saco que le quedó enorme. Empezó a mover los brazos rápidamente jugando con las mangas, estaba sonriendo, parecía una niña pequeña.

Tomó su uniforme pero Martín la detuvo antes de que empezara a caminar.

—Abróchalo.

Ella suspiró pero negó al ver sus manos.

—Tengo las manos ocupadas.

Martín renegó pero se inclinó frente a ella y empezó a abotonarle el saco. Esa era la primera vez que Laini era más alta que él aunque fuesen un par de centímetros. Sintió como una sonrisa se empezaba a formar en el rostro de la pelirroja.

—Esto huele a ti —murmuró y Martín levantó la vista.

Ella le sonrió y dejó caer el uniforme al suelo para poder rodearlo con los brazos. A los dos segundos la escuchó sorber por la nariz.

—Laini...

—No estoy llorando —le dijo con el rostro escondido en su hombro.

—No, no lo estás.

—Exacto, no estoy llorando —murmuró.

Martín sonrió mientras la rodeaba con un brazo y con el otro le daba ligeras palmadas en la espalda. Ahora conocía más a Laini, aunque la mayoría del tiempo tenía una expresión seria y a la vez de rudeza en realidad era una niña llorona.

—El doctor me dijo que no te habías ido de aquí desde que me trajiste —le susurró al oído aun abrazándolo—. Gracias, aunque no tenías que hacerlo igual te quedaste.

—De nada —le respondió. Quiso decirle algo más pero decidió callárselo.

Se quedaron en silencio unos minutos mientras Laini se tranquilizaba. Cuando dejó de llorar salieron juntos de la habitación.

—Muero de hambre —dijo Laini mientras caminaban—. Espero que no me prohíban comer.

* * *

—Cuando dijiste que ya podía salir no creí que nos entretuvieran más de una hora —renegó—. Por eso detesto los hospitales.

Estaban caminando hacia el estacionamiento, pasaban de las 8 de la noche y ya estaba oscuro. El aire ya había revuelto el cabello de Laini y ella le había agradecido a Martín por haberle prestado el saco.

—Yo los entiendo, después de todo llegaste bastante mal al hospital, de hecho me parece que es demasiado pronto para que te dejen salir. Por mi parte me parece bien que te hayan dado estas indicaciones —señaló al papel en donde había hecho todas las anotaciones que le parecieron importantes.

—Fue una pérdida de tiempo, me siento estupenda. De hecho tengo tanta hambre que no creo que la comida que me recomendaron vaya a llenarme como una hamburguesa con carne y tocino extra. ¿Crees que sea muy tarde para comprar una?

—No comerás una hamburguesa —le advirtió Martín.

—Eres un aburrido, profesor.

—¿Ahora si me llamas profesor? —le preguntó. Suspiró internamente cuando encontraron su auto.

—Sólo para burlarme de ti.

La volteó a ver de reojo pero ella estaba apresurando el paso hacia el auto.

—Hacia dónde está tu casa —le preguntó Martín y Laini soltó el cinturón de seguridad haciendo que regresara rápidamente a su lugar. Volvió a tomarlo y lo abrochó sin decir ni una palabra—. Laini —le insistió.

—Amm, sí —fijó su vista al frente—. Por la avenida 9, de ahí en adelante te daré indicaciones.

—He notado que no sabes dar indicaciones —le respondió.

—Otra cosa que no sé hacer, deberías añadirla a tu lista.

Martín arrancó el auto.

—¿Por qué piensas que tengo una lista sobre ti?

—Todos los profesores la tenían. Me enteré que cuando estaba en la secundaria mi profesora de historia hizo una lista y se la pasó a otros profesores para que tuvieran cuidado de mí —ella estaba viéndolo—. Pero, honestamente me sentí halagada. Significaba que entre tantos estudiantes me había notado.

—Lo cual es difícil por tu estatura ¿no? —se burló y ella entrecerró los ojos.

—No. Siempre me ha gustado llamar la atención y siempre he logrado capturar la atención de todos mis profesores.

—Muy pocas personas admiten que les gusta llamarla —aseguró Martín. Volteó hacia atrás para poder salir del estacionamiento, cuando lo logró regresó la mirada hacia el frente pero Laini estaba viéndolo con los ojos entrecerrados—. ¿Pasa algo?

—Nada, nada —estiró las mangas del saco—. Por cierto ¿No te dirán nada en tu casa por no haber llegado en toda la noche?

Martín rió.

—Esa debería ser mi pregunta. No pude contactar a tus padres, supuse que el teléfono estaba desconectado y no tienes otro número de emergencia en tu carpeta de expedientes...

—¿Cómo pudiste entrar a mi carpeta de expedientes? —preguntó la muchacha en alerta.

—Soy tu tutor ¿Lo recuerdas? —si hubiese podido voltear a verla lo habría hecho pero no se podía desconcentrar por estar manejando, por mucho que la respiración de Laini sonara apresurada—. Necesitaba saber el número de tu casa.

Ella no dijo nada durante unos minutos y Martín logró distinguir cuando su respiración volvió a ser normal.

—Mis padres nunca están en casa —dijo finalmente.

—¿Puedo saber por qué? —preguntó.

—No.

La duda se quedó atrapada en la mente de Martín pero no quiso insistir más pues por lo que conocía de la pelirroja tenía cambios de humor constantes y aunque unos minutos antes lo había abrazado seguramente ahora podría ahorcarlo. Siguió conduciendo hasta que llegó a la avenida que le indicó Laini.

—Avenida 9 —le indicó estacionando el auto en una parada.

Ella levantó la vista y lanzó un suspiro.

—Gracias por traerme —dijo quitándose el cinturón.

—¿Dónde está tu casa? —Martín también empezó a quitarse el cinturón de seguridad.

—A unas cuadras de aquí, puedo ir caminando —renegó al no poder moverse del asiento—. De nuevo se atascó —gruñó. Cuando por fin se liberó intentó abrir la puerta pero Martín la detuvo.

—Es noche y esta zona no es segura, puedo llevarte a tu casa, solo dime por donde debo conducir —insistió pero ella no estaba viéndolo.

—No es necesario, has hecho mucho por mí. Te debo una. Nos vemos el lunes.

Martín activó los seguros del auto evitándole salir. Laini volteó a verlo con enojo.

—Abre la puerta —exigió.

—No. Es peligroso, dime donde está tu casa.

—Cerca ¡Déjame salir o gritaré! —amenazó.

—Grita, seguro todas las personas que están aquí te escucharan —hizo un ademán con la mano hacia afuera en donde las calles estaba vacías y escasamente iluminadas por el pobre alumbrado público—. ¿Quieres que vuelvan a asaltarte? Porque yo no quiero que lo hagan.

—Bien —hizo una larga pausa—. Iré a casa de un amigo ¿feliz? No vive en un lugar que tú puedas considerar como apropiado así que mejor no me lleves, puedo ir sola.

—¿Por qué no vas a tu casa y nos ahorramos todo esto?

—¡Porque no tengo las malditas llaves! —gritó—. No tengo nada, ni llaves ni dinero ni un tonto pasador para abrir la puerta. Todo estaba en mi mochila que se robaron. Iré con mi amigo, me quedaré esta noche y temprano solucionaré todo así que no te preocupes.

Martín se quedó en silencio viéndola.

—Tú no tienes amigos —señaló y aunque sonaba grosero ella misma lo había dicho anteriormente—. Si no te llevo a tu casa entonces te llevaré con un familiar.

—Entonces dormiré en tu auto porque no tengo familiares en la ciudad —se cruzó de brazos.

—Pues aquí dormirás.

* * *

—¿Esta es tu casa? —preguntó Laini completamente asombrada. Se veía diminuta ante la entrada principal de la casa—. Creo que no puedo respirar —se abanicó.

—No exageres —dijo Martín cerrando la puerta del auto.

—Es hermosa ¿Cuántos años tiene?

Él se quedó observando la casa, nunca le había parecido algo que provocara una mirada tan soñadora como la que tenía Laini en ese momento. Era una casa colonial blanca de dos plantas que había heredado de sus abuelos paternos. Era una casa bonita pero muy solitaria.

—Tiene más de un siglo, casi dos —respondió y ella se tragó sus palabras—.  Ha sido remodelada un par de veces en la fachada exterior no es 100% original. No creo que sea para tanto.

—Eso no importa la construcción es hermosa.

—Cierto —dijo entrando en razón—. Quieres estudiar arquitectura, por eso tu asombro.

Laini asintió con una sonrisa y empezó a caminar hacia la puerta, Martín la siguió.

Después de haber pasado más de 30 minutos discutiendo sobre donde se quedaría Laini decidió llevarla a su casa pues no confiaba en ningún amigo del cual ella no le había hablado y mucho menos en el Motel que ella había sugerido como última opción para alojarse esa noche.

Estaba muy seguro que ella estaba ocultándole algo pero tampoco se sentía con derecho de hacerla hablar por la fuerza, solo era su profesor.

Salió de sus pensamientos y se apresuró a abrir la puerta de su casa.

Al entrar Laini se convirtió en una niña pequeña, parecía estar en un parque de diversiones, empezó a señalarle partes de la casa y a decir que tipo de materiales y como se había construido, finalizó el escaneo diciendo que los muebles de la cocina no combinaban con el resto de la casa, Martín entendió la mitad de lo que ella dijo. También le hizo pensar qué clase de vida llevaba ella, sabía que era una alumna becada y ya.

—Gracias por dejarme quedar aquí aunque yo no te lo pidiera —dijo Laini dejando caer su cuerpo sobre el enorme sillón de la sala de estar—. ¿Dónde dormiré?

Martín desvió su vista hacia las escaleras que conducían al segundo piso.

—Tengo un cuarto de invitados arriba. Iré a prepararlo, por el momento puedes encender el televisor o lo que quieras —dijo encaminándose a las escaleras.

—¿Puedo hacer de cenar? —preguntó y Martín se congelo a media escalera.

—Amm. No —respondió—. No tengo nada en el refrigerador —confesó mientras Laini caminaba para sitiarse en el primer escalón.

—Hombre tenías que ser —murmuró—. Puedo ir a una tienda que esté abierta las 24 horas mientras acomodas la habitación —sugirió y Martín negó con la cabeza—. No ¿Qué?

—Pasan de las 9 de la noche...

—¿Y qué? Esta no es una zona insegura, vi al guardia cuando entramos aquí, puedo ir.

Martín no sabía cómo decirle sobre el aspecto que tenía ella, una jovencita de instituto que estaba usando el saco de vestir de un hombre mayor y además que daba la apariencia de que no vestía nada más debajo. No sería muy bien visto e independientemente de la imagen que pudiesen crear de él le preocupaba la imagen que se hicieran de Laini.

Empezó a bajar el tramo de escaleras que había subido para llegar a ella.

—Iré yo —dijo finalmente—. Espera aquí mientras regreso.

—No tengo otra opción —dijo encaminándose al sillón.

Martín tomó su cartera y las llaves que había dejado sobre la mesa de la sala, dio un vistazo a Laini antes de salir.

* * *

Tardó más del tiempo que creyó en la tienda de comestibles y todo fue gracias a una señora que no se decidía entre comprar pan integral o pan dulce. También si se hubiese ido en su auto el camino habría sido mucho más corto y si no hubiese hecho una parada rápida en una tienda de ropa o en la farmacia...

Cuando entró a su casa Laini estaba bajando las escaleras, tenía el cabello mojado y lucía mucho más oscuro de lo que era, aunque estaba usando la misma ropa a excepción de su saco. Ella le sonrió.

—Utilicé tu lavadora, la secadora y tu baño, espero no te moleste.

—No —respondió Martín llevando las bolsas a la cocina. Ella lo siguió de cerca. Martín no entendió porque durante un segundo se sintió incomodo.

—Creí que ibas a comprar solo comida —dijo la pelirroja señalando las bolsas—. Parece que compraste toda la tienda.

Él le sonrió.

—Traje para hacer de cenar, tus medicinas —en cuanto dijo eso ella puso una cara de molestia—, y ropa para que no uses eso... aunque no contaba con que te ducharías mientras no estaba.

—Tenía que aprovechar el tiempo. Aun no te conozco lo suficiente —ella movió una silla del comedor para sentarse mientras Martín lavaba sus manos y secaba—, puedes ser una persona amable en el instituto pero fuera de él tal vez seas un traficante de chicas pelirrojas de 17 años.

—Esa es una descripción muy detallada —separó las bolsas sobre la mesa y las acercó a Laini—. Estas son tuyas. En la receta dice que debes tomarte unas pastillas después de comer así que te sugiero que las revises antes de que cenemos.

—¿Quieres que deje mi cena en tus manos? —le preguntó fingiendo estar alarmada—. No confiaré en un hombre que no tenía nada comestible en su refrigerador —se puso de pie y se acercó a él—. Te ayudaré y si escucho alguna queja te haré dormir en la casa del perro.

Martín frunció el ceño.

—No tengo perro —sacudió la cabeza—. Ni siquiera tengo mascota. Y ¿Quién te dio el poder de enviarme a dormir a otro lugar?

—Soy pelirroja —le respondió empezando a husmear el contenido de una bolsa—. No necesitas saber más.

—Eso no fue para nada una respuesta.

Se vieron durante un par de segundos antes de soltarse a reír.

—Cenaremos sopa de verduras ya que fue la primera recomendación que te dio el doctor.

—Pero no me gusta la Zanahoria.

—Tendrás que comerla, en mi casa no se desperdicia la comida.

Ella hizo una mueca de repulsión pero lo ayudó a lavar las verduras y terminó haciendo toda la comida.

Al terminar decidieron comer en la sala mientras veían una película antigua.

—No sabía que te gustaba el cine mudo —dijo Martín mientras Laini terminaba su segundo plato de sopa.

—Me encanta. Cada vez que vuelven a proyectar estas películas en los cines voy a verlas —contestó.

—Pues tienes un vocabulario muy amplio a pesar de ver películas mudas.

—Tonto —le dijo dándole un codazo.

Terminaron de ver la película y Martín empezó a sacar de su portafolio los ensayos de la clase de Laini y acomodarlos en dos filas sobre la mesa de centro, la cual arrastró hasta dejar una pequeña separación con el sillón.

—¿Qué haces? —le preguntó al ver como se sentaba en el suelo y usaba el sillón como respaldo.

—Tengo que terminar de calificar sus ensayos —señaló a los papeles.

—¿Eso haces los sábados por la noche? —le preguntó.

—Toma tu medicina —le recordó.

—¿No sales a beber con tus amigos o algo así? —insistió en saber.

—No todos los fines de semana debo hacerlo —le respondió tomando un bolígrafo rojo.

—Huy, el rojo no.

—Tú medicina...

—Entonces ¿Cada cuanto sales con tus amigos? ¿Son de tu misma edad?

—No te responderé eso.

—No seas aburrido.

—Toma tu medicina —le volvió a repetir Martín.

—Voy —dijo la pelirroja intentando hacer un berrinche con su boca. Se puso de pie y caminó hacia la cocina, cuando regresó tenía un vaso con agua en una mano y en la otra la pastilla—. No sé si ya estás en la edad de ser padre pero yo no soy tu hija, no me trates como si lo fuera.

Martín apartó la vista de las listas llenas de nombres de sus alumnos para verla.

—Sólo me preocupo por tu salud, además tengo 29 años, no soy tan viejo como para tener hijos de tu edad —dijo y ella empezó a sonreír lentamente, él la notó—. ¿Por qué esa expresión?

—Fue lo mismo que le dije a la enfermera —se sentó a su lado—. ¿Puedes creerlo? Creyó que eras mi padre.

Martín se rascó la cabeza con el bolígrafo que estaba utilizando y continuó revisando los ensayos que le faltaban. Sin verla le respondió.

—Tuve que decirles que eras mi hija para que me dejaran quedarme allí. Dijeron que solo los familiares podían quedarse con los pacientes así que mentí.

Ella soltó una carcajada.

—¿Y decir que eras mi tío no fue una opción por qué...?

—Porque estaba muy nervioso y dije lo primero que se me vino a la mente —la vio de reojo—. Déjame terminar de revisar los ensayos de tu grupo.

—Si prometes ponerme 100 —asomó su cabeza por el hombro de Martín.

—Siempre tienes 100 —dijo y sintió la respiración de ella en su cuello—. Eres la primera que califico.

—¿Es porque soy tu favorita?

—Es porque siempre eres la ultima en entregar.

—¿Entonces cual es mi beneficio por ser tu favorita?

—Tomate la pastilla —le advirtió antes de responderle. Ella rodó los ojos antes de colocar la pastilla en su lengua y beber un largo trago de agua, cuando terminó dejó el vaso sobre la mesa con un golpe fuerte, y él asintió con aprobación—. No eres mi alumna favorita.

Laini rio y se sentó en el sillón quedando detrás de él.

—Ni tú te crees eso. Acéptalo soy tu favorita.

—No tengo alumnos favoritos —respondió sin apartar la vista del ensayo de Samu.

—Entonces ¿Si no soy tu alumna favorita que soy? —decidió insistir.

—Eres Laini.

—He vivido en un engaño durante todos estos meses —lanzó un bostezo que contagió a Martín—. Siempre creí que era tu alumna favorita.

—Pues desengáñate —dijo sonriendo de lado. La escuchó bostezar de nuevo—. La pastilla puede caerte pesada, mejor sube a la habitación.

—No tengo sueño —dijo y soltó un quejido—. Ahora no podré dormir al saber que no soy tu alumna favorita.

—¿Insistirás todo el tiempo con eso?

—Mmhm —respondió.

Siguió revisando los ensayos hasta que escuchó la respiración de Laini volverse más lenta y fuerte. Vio sobre su hombro y la encontró recostada en el sillón durmiendo tranquilamente.

Terminó sus deberes como profesor y recargó su cabeza en el sillón, aun estaba sentado en el suelo y se sentía dolorido.

Escuchó a Laini removerse en el sillón y con una sonrisa en el rostro murmuró.

—Eres mi única favorita.


***********************

Al fin después de tanto tiempo pude volver con esta novela.

La tecnología hizo de las suyas, se me fue el internet de la computadora y tuve que tomar "prestado" el celular de mi mamá para publicarles. El capítulo puede tener muchos errores de dedo porque no me lleno muy bien con la tecnología "touch".

Espero que les haya gustado y ahora sí el próximo capítulo empezará el camino hacia el desarrollo de esta historia.


¡Saludos! :D

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