Dahlia | winrina

De paradiseworlds

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Año 1725. Winter, la proclamada pirata con peor fama del país, lleva años buscando lo más preciado para ella... Mais

1: El collar de diamantes
2: Rutina, ¡vuelve!
3: La historia de tus cicatrices
4: El barco
5: Primer paso; decir sí
7: Confianza
8: Antes y después
9: La vida es una caja de sorpresas
10: Hogar dulce hogar
11: Los pasos a seguir
12: Si no eres tú, ¿quién?
13: Los polos opuestos
14: La rabia que provoca (M)
15: Buenos días (M)
16: La espada de hielo
17: Rendida ante ti
18: Siguiente
19: El caballo de juguete
20: La fruta prohibida
21: Mamá
22: El origen
23: Una verdad a ciegas
24: Bonus
25: DAHLIA
Personajes

6: La tormenta

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De paradiseworlds

Winter

Me senté en el escritorio de mi camarote y saqué la libreta que usaba para tomar nota de mi dia a dia. No es que lo usara de diario, pero era mi manera de anotar lo que iba sucediendo a lo largo de la travesía, de mi vida, para luego no perderlo de vista nunca.

Se avecina una tormenta. Las nubes son oscuras, el aire se ha vuelto espeso. Probablemente empiece a llover en las próximas horas, pero eso significa que el mar se revolverá por culpa de esto.

Cuando sucedían este tipo de cosas ponía a mi gente a cubierto y nos preparábamos para superarlo, pero esta vez sentía miedo. Sigo sin explicarme por qué, pero así era. Tal vez mañana será un día nuevo y las cosas empiecen a mejo...

—¿Puedo entrar? —dijo Karina interrumpiéndome.

Dejé el bolígrafo sobre la mesa y suspiré, cerré el cuaderno.

—Ya estas dentro.

Karina se sentó en la cama y se cruzó de piernas.

—¿Qué escribes?

—No es asunto tuyo —espeté quitándome las gafas de vista.

—Vale vale, solo intentaba ser amable.

—Bien pues estaba escribiendo y me has interrumpido, no es tan amable eso.

Karina rodó los ojos y se levantó para marcharse, suspiré de nuevo.

—Espera, espera —carraspeé—. No quería ser tan... brusca. No debería pagar mi enfado contigo.

Ella se quedó unos segundos callada y volvió a sentarse.

—¿Enfadada?

Limpie las gafas y mientras me mantuve en silencio. Podía escucharse el crujido de la madera al chocar el agua contra el barco.

—¿Por qué tanta pregunta?

—¿Tan malo es preguntar por qué estas enfadada?

Le di una mirada. Se escuchó un trueno bastante fuerte y Karina saltó del espasmo, me sorprendió.

—No es eso... Haces muchas preguntas.

—Soy curiosa.

—Y entrometida —espeté.

Alzó una ceja ofendida. Hablé de nuevo.

—Va a haber tormenta, normalmente no pasa nada, siempre lo controlamos, pero esta vez me asusta y no tengo claro por qué.

Era la primera vez que le expresaba mis sentimientos reales, lo que escribo en aquel cuaderno, a una persona. Eso también me aterraba.

Noté como el rostro de Karina de volvía pálido, como si hubiese visto a un fantasma.

—¿Pasa algo?

—Me dan miedo las tormentas.

—No te preocupes, no será para tanto.

—No... No lo entiendes, me dan ataques de pánico. Me dan pavor.

Tragué saliva. Pronunció aquellas palabras y su voz se quebró, me sentí mal y una extraña sensación de preocupación se adueño de mí.

—Quédate aquí, probablemente no comience hasta dentro de media hora. No salgas del camarote, ¿vale?

Un trueno se escuchó de nuevo y Karina esta vez se encogió en la cama. Suspiré.

—Voy a subir a avisar a la tripulación que se mantengan en bajo cubierta. Estamos en una zona tranquila, no va a pasarle nada a las velas.

—No te vayas —susurró.

Esa voz quebrada me hizo frenar en seco, estaba realmente asustada. Tragué saliva.

—Karina, te prometo que vuelvo en un momento. Va a ser un segundo.

—No quiero estar sola...

Suspiré. Aquello me recordó a mí cuando era pequeña. También me daban miedo las tormentas, siempre que había una me metía en la cama y me tapaba hasta arriba, de esa manera la tormenta no me encontraría. Mi madre un día me trajo un peluche de un conejo, me dijo que mientras lo abrazara todo estaría bien, así en cada tormenta que había en la ciudad yo abrazaba muy fuerte a ese conejo.

Al paso del tiempo y terminando en este barco, me di cuenta de que debía enfrentarme a ello. No podía ser una buena capitana si acababa asustada con dos rayos.

Fui hasta el armario y abrí uno de los cajones. Ahí estaba, ya no parecía tan nuevo. Saqué el conejo y se lo llevé a Karina.

—Esto quizá te parezca una idiotez y te prohibo que salga de aquí, pero cuando era pequeña mi madre me decía que si abrazaba fuerte al conejo me protegería de las tormentas —me acerqué a ella—. Voy a volver en un momento, mientras quédatelo.

—¿Un peluche?

—Cierra los ojos y abrazalo —suspiré—. Cuando los abras ya habré vuelto.

Ella asintió agarrándolo y yo suspiré.

Acto seguido salí de camarote. El barco se balanceaba de lado a lado, era tanto que tenía que ir agarrándome para no caerme... La lluvia había comenzado a caer con fuerza, podía escucharse tras la madera. Esto empezaba a asustarme.

—¡Capitana! —escuché al salir a cubierta.

Algunos de ellos estaban completamente calados de agua, los chubasqueros mojados y hacía al menos 3 grados en este lugar.

—El mar esta golpeando muy fuerte, ¡¿qué hacemos?!

—¡Id a vuestros camarotes!

—¿Y el barco? ¿Las velas? Alguien tiene que cuidarlo —dijo Jaemin.

—¡Va a estar todo bien! ¡Marchaos!

Jaemin y Jeno bajaron a sus camarotes y acabé sola en proa. A los Segundos apareció Giselle apresurada.

—Capitana, ¿voy a la cabina del timón? —preguntó Giselle.

—Sí, quédate ahi y contrólalo. ¡Cualquier cosa de vital importancia quiero que me avises! —dije como pude entre tanto viento.

Ella asintió marchándose.

El cielo estaba prácticamente negro, se confundía con el atardecer e iba a anochecer en nada. La lluvia pesada caía con fuerza, tanta que apenas permitía ver. Entonces vino una bocanada de aire fuerte y uno de los palos de las velas se soltó, haciendo que girara de nuevo y me golpeara en la tripa.

Me quedé sujeta al palo mientras me retorcia de dolor y me agarraba a él. El palo había girado 180° sobre su posición y me había dejado sobre el mar, literalmente. Esto tenía mala pinta.

—¡Joder! ¡Giselle! ¡Mierda!

Intente agarrarme mejor para no resbalarme pero la lluvia no ayudaba nada, y el dolor en la tripa seguía aumentando.

En ese momento, a punto de caer al agua en medio de una de las peores tormentas que hemos tenido... Solo pude pensar en Karina. Le dije que volvería, probablemente esté allí abrazando al peluche esperando a que aparezca. Maldita sea, tengo que volver.

Intenté subirme sobre el palo pero si hacía demasiada fuerza podía partirse, y no nos podiamos permitir romper un asta.

Entonces de pronto apareció Giselle y agradecí a Dios por tener tanta suerte.

—¡¿Se puede saber que haces ahí?!

—¡Dándome una ducha! ¡¿Y tú que crees, idiota?! ¡Sácame de aquí!

Giselle giró el asta de nuevo a su sitio incial hasta que se posó en el barco y pude bajar. Caí desplomada sobre el suelo, no tenía fuerzas y me escocía el estómago. Era tanto el dolor que apenas podía levantarme.

—¡Vamos! Tienes que ir dentro —dijo Giselle gritando por la lluvia.

—Me cuesta... levantarme.

—Maldita sea Winter, vamos —pasó mi brazo por su cuello y como pudo me llevó hasta dentro.

Me acompañó como pudo hasta el camarote pero antes de entrar frené.

—Puedo yo, tranquila. Olvida lo de la cabina, ve con Ningning y encerraos... En menos de una hora habrá terminado.. Auch —me quejé.

—No, voy a por el botiquín. Si te duele tanto es por algo, Winter.

—Giselle, ve con Ningning. Voy a estar bien, estoy con Karina.

Ella resopló y asintió.

Cogí aire y abrí la puerta del camarote. Mi plan era no contarle nada, hacer como si nada y dormirme en la cama. Pero entonces al abrir la puerta ella se abalanzó a abrazarme a toda prisa y yo no pude evitar soltar un quejido de dolor sin apenas pestañear.

—¡Ayyy auch!

Karina se apartó y me miró confusa.

—¿Qué ocurre?

—Nada, nada importante... Me golpeó un asta pero estoy bien.

Fui hasta la cama y casi me tropiezo. Vamos bien, claro que sí.

—Winter... No puedes ni caminar —me dio la mano y me llevó hasta la cama—. Siéntate.

Hice caso y me senté, la tripa seguía doliéndome.

—Déjame ver...

—No es nada, Karina.

—Por favor —musitó.

Era increíble como esta chica, que estaba al borde del llanto por el pánico que le daba la lluvia, ahora se le había olvidado por completo por estar centrada en mí.

Karina me levantó la camiseta y tenia una gran marca roja en toda la tripa, era bastante notoria y se estaba empezando a tornar a lila. Probablemente terminaré con un morado enorme.

—Dios mío Winter...

—Se me pasará.

—¿Tienes algo para el dolor? —musitó.

—Esta en enfermería, hay que ir después.

—Pero tiene que dolerte, Winter.

—Puedo aguantar, no vas a salir ahí con la que esta cayendo.

Karina se quedó unos segundos pensando, hasta que habló de nuevo.

—Me has contado la historia de tu peluche y lo que dijo tu madre sobre él. Yo también tengo otra... ¿Confías en mí?

—Qué remedio ... —musité.

—Mi madre decía que habia algo infalible para curar, que con esto las cosas sanarían. ¿Quieres saber que es?

—¿Qué es? —pregunté confusa.

Entonces pasó algo que me paró el corazón por completo. Karina se inclinó y dejó un beso suave sobre mi tripa, y ella tenía razón, en ese momento hasta el peor de mis dolores dejó de preocuparme.

Sentir sus labios sobre mi piel es algo que no sabía que necesitaba, me ericé por completo. Karina se separó poco a poco y me miró a los ojos, las dos sin decir nada.

—Te dejará de doler... —musitó.

—Sí, creo que funciona.

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