SANTOS

By gissdiazgranados

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Lo bueno no es tan bueno como se cree, y lo malo no es tan malo como se piensa; porque en el mundo existen ov... More

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Diecis茅is

Diez

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By gissdiazgranados

† RENATA †

Aunque debía concentrarme en la carretera para no estrellarnos con algún árbol, me era imposible hacerlo, mi cuerpo se encontraba sentado detrás del volante del carro de Santos, pero mi mente seguía todavía en el hospital, justo en el momento en el que yo iba cayendo en la tentación de los labios de mi futuro esposo. Ahora, íbamos hacia su casa a firmar el contrato.

Después del momento cercano que habíamos tenido en el baño y que no sé si, para mi desgracia o fortuna, había sido interrumpido por Omer, la atmósfera entre nosotros era tensa, o por lo menos, así lo era de mi parte. Un silencio incómodo se instalaba entre él, que iba de copiloto debido a que no podía conducir por su herida, y yo, que hacía de chófer asignado. También pensaba en la confrontación que tuve con mi colega después de haberme encontrado con Santos en el baño.

Sí. Era cierto que para él y bajo su percepción, de Doctora-paciente, ver esa escena en el baño tuvo que ser grotesca ante sus ojos.

Es que veamos la escena, la distinguida Doctora Lindarte, en un baño, con un paciente desnudo, sentada sobre sus piernas y a punto de besarlo. Si, definitivamente, era para dejar perplejo a cualquiera que me conocía y añadiéndole que se trataba de Omer, que aunque nunca me había confesado que sentía algo más que una amistad por mí, era obvio que no me veía como una amiga.

Por eso, percibí que su enfado no era únicamente por mi ética profesional, sino, además de eso, era por lo que él sentía por mí. Y aunque eso no le daba el derecho de hablarme como lo hizo, tenía razón en decir que era una desvergonzada, porque para poder enfrentarme a las situaciones a las que me orillaba Santos debía empezar a tener comportamientos como estos, impúdicos. Y eso me convertía en una desvergonzada.

De todos modos estaba agradecida porque llegara justo en el momento exacto para interrumpir la locura que iba a cometer porque no era sano estar sintiendo atracción por Santos, mucho menos querer besarlo ¿O sí?

No. Definitivamente no. No podía desenfocarme de mi objetivo.

—¡Frena!—. La orden repentina de Santos me sobresaltó sacándome de mis cavilaciones. Interrumpiendo por primera vez el silencio en el auto.

Empujé el pie sobre el freno de inmediato siguiendo sus órdenes, cuando miré al frente no pude ver el árbol, animal o persona con lo que pudiera estrellarnos. La carretera estaba desolada.

—¿Qué pasa? Casi me matas de un infarto—, gruñí.

—Si no dejas de mirarme la boca cada tanto como lo vienes haciendo, te juro Renata que me va a importar una mierda lo que estipulaste en el contrato y con tu consentimiento o sin él te voy a...

—¿De qué hablas? Solo conduzco con la vista al frente, aunque un poco perdida en mis pensamientos—, lo interrumpí al ver hacia dónde iban sus palabras.

No iba a volver a caer en su maldito encanto, así que puse el carro en marcha nuevamente e ignoré su mirada deseosa sobre mí. ¿Acaso era cierto que yo le estaba mirando la boca? ¿Qué diablos me estaba pasando con él?

Debo odiarlo, nací para odiarlo, me recordé.

Pisé el acelerador y moví la cabeza, no quería pensar más en lo acontecido en el hospital.

—Al menos que la carretera quede en mi boca no veo otra explicación—, insistió en seguir con lo mismo y cuando iba a refutar su teléfono sonó. Lo sacó del bolsillo del pantalón y contestó tosco como él era.

—Dime que ya lo tienes—, respondió a la persona que se encontraba del otro lado de la línea. Luego esperó que hablara y mientras escuchaba fruncía el ceño cada vez más—. No le hagas nada hasta que yo llegue, ese hijo de puta debe saber qué pasó con Amatista, fue el último en estar con ella. Y yo haré qué hable, no puedo permitir que mis chicas sigan desapareciendo—, la voz que por lo que alcancé a escuchar era de hombre, lo interrumpió; sin embargo, no descifré lo que dijo, Santos me miró de reojo e hice la que no estaba atenta a su conversación y miré hacia la carretera—. Me importa una mierda, Tyson, has lo que tengas qué hacer, ya sabes no niños, no mujeres —ordenó antes de colgar.

Después de un tiempo transcurrido y para acabar con el mutismo que continuaba entre nosotros, abrí la boca para preguntarle.

—¿El señor que me visitó cuando me tenías encerrada en ese horrible lugar es tu padre?

Santos volteó a verme con el ceño fruncido y aunque no respondió mi pregunta enseguida, luego de tomarse un tiempo habló.

—Es mi abuelo, mis padres ya no están ¿Qué hay de ti y tus padres?

Por primera vez no me había contestado con sarcasmo o ironía ¿Estaba realmente interesado en saber sobre mí? ¿Por qué? ¿Acaso ya sabía quién era?

—También soy huérfana, crecí y viví gran parte de mi vida en un orfanato, nunca conocí a mis padres—, volteé para ver su reacción y aunque su rostro no mostraba emociones, alcancé a notar su interés.

—Pero y... ¿Tu abuela, no tienes más familia? —preguntó extrañado.

—Mi abuela es la mujer que me devolvió las ganas de vivir, pero es una historia muy larga... ¿Y si no tienes padres, tu abuelo fue el que te crio? —quería que la conversación se centrara en él, no en mí. Necesitaba saber de él.

—No importa que tan larga sea la historia, quiero escucharla, quiero saber más de ti. Así que háblame sobre la mujer que te devolvió las ganas de vivir y luego yo te contaré mi historia—, replanteó.

Aunque quería saber más de él, yo no me iba a arriesgar a contarle sobre mi verdadero pasado, sobre las atrocidades que me había tocado vivir de niña, pero si quería que nuestra relación fuera amena y quería ganarme su confianza, debía empezar a abrirme aunque sea mintiendo un poco.

—Toda mi vida viví en el orfanato "Niños de paz y para la paz del mundo" supongo que lo conoces—. Empecé hablando y él giró el cuerpo atento a lo que iba a decir—, nunca supe quiénes fueron mis padres biológicos, para mí, mi figura materna fue la madre superiora, siempre creí que ella era mi madre y los demás niños eran mis hermanos, me preguntaba por qué tenía una mamá, muchos hermanos y no tenía papá...— Me detuve al darme cuenta de que estaba hablando más de la cuenta.

Santos seguía mirándome interesado en lo que yo le contaba, pero por alguna extraña razón o volviendo a la realidad decidí no continuar.

—¿Y?... —Me indicó con la mano que continuara, realmente estaba interesado y eso me motivó a seguir.

—Bueno, para no hacerte largo el cuento, la versión corta es que mi tata, es decir mi abuela, siempre hacía caridad al orfanato y se encariñó tanto conmigo que decidió adoptarme cuando tenía diez años, nunca pudo tener hijos y dice que Dios la premió con alguien como yo.

—¿Y a qué te refieres con que te devolvió las ganas de vivir?—. Santos había girado el cuerpo concentrado completamente en lo que yo decía.

—Es algo personal de lo que no me gusta hablar, ahora es tu turno—, lo miré por un segundo y luego retomé la vista al frente.

—Mi historia es una mierda, perdí a mis padres a la edad de doce años—. Sentí resentimiento o tristeza en su voz.

—Lo siento, ¿en algún accidente?—, me interesé.

—Los mataron... A los dos... Frente a mí—, le costaba hablar, hacía pausa en cada frase.

Lo miré de reojo y pude notar que se estaba conteniendo, apretaba los puños en un claro ejemplo de impotencia. El gesto en sus manos le hizo hacer una mueca de dolor tocándose el hombro.

No supe qué decir después de eso, callé, no quise preguntar más. Me imaginaba a un pequeño Santos indefenso incapaz de poder hacer algo para salvar a sus padres mientras veía cómo le arrebataban la vida.

Entendí por qué se comportaba así, había crecido con resentimiento hacia las personas. Por eso quería demostrar que tenía una coraza dura que nadie podía penetrar, seguramente, no dejaría que nadie le volviera a hacer daño, no después de lo que le había tocado vivir de niño.

Yo lo entendía perfectamente.

Cuando llegamos a nuestro destino, no nos dirigimos a la mansión, sino que tomamos el camino empedrado que ya conocía, logré pensar por un momento que iba a ser encerrada, pero esta vez, caminamos hacia la casa donde me había llevado para darme de comer cuando estuve en la cabaña del terror, como decidí llamarla.

Me pidió que entrara mientras él, tomó el camino hacia la mansión. Caminé alrededor de la casa curioseando en ella, esta era amplia y estaba bien cuidada, era acogedora, estaba llena de antigüedades, cuadros, adornos y fotografías en portarretratos de diferentes tamaños, vi una foto de la misma mujer que se dibujaba en el cuadro de la mansión y esta llamó mi atención. Era opaca y algo gastada, tanto así que no pude distinguir al señor que aparecía al lado de ella, su rostro estaba borrado, sin embargo, no era él lo que llamaba mi atención, sino ella, esa mujer.

Saqué el celular del bolsillo de mi pantalón y tomé una foto a la fotografía en el portarretrato.

La casa solo tenía dos habitaciones, una qué estaba bajo candado y otra que podía entrar sin problemas. Esta estaba limpia y ordenada y supuse que era en la que me quedaría porque era la única de la casa disponible, sin embargo, mi curiosidad me llevó a indagar en la habitación bajo llave.

La cadena era excesivamente gruesa, se encontraba gastada y oxidada reflejando el tiempo que había estado custodiando la puerta, la madera estaba gastada y deteriorada. Intenté mover el candado, pero no cedió ni un poco. Daba la impresión que no la habían tocado en años, puse el ojo sobre una grieta de la madera y el cuarto era totalmente oscuro, me empiné sobre los pies, intentando ver más allá de la oscuridad, pero mis movimientos fueron en vano. No hubo posibilidad de ver que guardaban con candado en esa misteriosa habitación y desistí.

Me asomé por la ventana qué daba al camino de piedras, y a lo lejos pude ver la cabaña del terror, al parecer los hombres de Santos llevaban a alguien a la fuerza para encerrarlo ahí. Saqué el teléfono y activé la cámara, hice Zoom y pude detallar lo que pasaba; era un hombre robusto, tanto que tenían que implementar la fuerza de tres hombres para poder llevarlo casi arrastras, el señor que aparentaba tener más de cuarenta años, forcejeó y como pudo se soltó del agarre de los tres hombres para emprender a la huida. Sus pasos eran pesados y no podía avanzar mucho, el peso de su cuerpo no se lo permitía, sin embargo, corrió como pudo hasta alejarse lo suficiente de los tres custodios, comencé a grabar la escena, aunque quedaba lejos de la casa, se podía apreciar por medio del Zoom lo que estaba pasando.

El hombre gordo empezó a ralentizar su trote, al parecer le estaba faltando el aire o se encontraba herido de algún lado. Los tres captores aprovecharon para alcanzarlo y volverlo a aprehender, no obstante, el cuerpo pesado del susodicho cayó al suelo antes que estos llegaran a él, voltearon a la misma dirección detrás de ellos, y se alinearon como si fueran soldados, pero yo desde mi posición no sabía qué estaba pasando. No podía ver nada.

Me percaté qué le habían disparado, solamente hasta que apareció Santos enfocado en la cámara de mi celular, cuando estuvo cerca disparó dos veces más sobre el cuerpo que se encontraba agonizando en el piso, limpió la pistola con un pañuelo blanco y la guardó en la parte de atrás de su cadera. Llegó al frente de uno de ellos y antes de mover sus labios lo golpeó, dándole un puño en la parte del abdomen. Ladró dando indicaciones y ellos no tuvieron más que asentir. Miró hacia la casa donde yo me encontraba y al tenerlo enfocada en Zoom me asusté tanto que el teléfono cayó de mis manos estrellándose contra el piso.

¿Me habrá visto?

Me tiré al suelo con rapidez y recogí mi teléfono estropeado por la caída, lo guardé en el pantalón y caminé de rodillas hasta haberme alejado de la ventana. Gatee hasta un rincón donde me quedé sentada un rato, asimilando lo que había pasado; Santos había matado a ese hombre y yo lo había grabado. Todo había quedado registrado en mi celular.

¿Me vio hacerlo? ¿Sabe que lo vi y que lo grabé?

Sentí pasos y supe que era él, qué se acercaba. Me paré con rapidez de donde estaba y al hacerlo golpeé una repisa qué no sabía que estaba encima de mí, algunos adornos cayeron al suelo en medio del estropicio qué retumbó en la casa. Empecé a recogerlos con el corazón latiéndome a mil. Rogando alzar todo antes de que Santos entrara por la puerta, puse cada cosa en su lugar, menos un manojo de llaves qué había quedado en mis manos cuando la silueta de él apareció en el umbral de la puerta, fui rápida y las guardé con disimulo en el bolsillo de mi chaqueta.

Se había cambiado de ropa, ya no traía esos vaqueros negros gastados y rotos, qué le gustaba usar, ahora estaba vestido de forma diferente, su cuerpo infundado en un traje negro, debajo de este llevaba una camisa del mismo color y zapatos de cueros lustrado qué podía ver en ellos el reflejo de mi rostro despavorido. Había enmudecido ante su presencia, no sé si era lo que acababa de ocurrir y el miedo de haber sido atrapada grabándolo mientras asesinaba o simplemente era su sola presencia. El hecho era que así como no podía hablar, tampoco podía apartar la mirada de él. De ese hombre imponente, pulcramente vestido que había atravesado el umbral de la puerta y se acercaba cada vez a mí.

—Ten cuidado con lo que haces Renata. Piensa muy bien cada uno de tus movimientos, porque te estás acercando a la hoguera qué te hará arder—, caminó hacia mí con sus orbes clavados en los míos, su cuerpo fornido y petulante hizo que retrocediera hasta tocar la pared que estaba detrás. Su perfume llegó a mi olfato y eso junto con su cercanía me hizo tomar una bocanada de aire para poder respirar con tranquilidad.

—Yo. No. Yo... ¿De qué estás hablando?—. Estaba convencida de qué me había visto, sin embargo, me hice la qué no sabía nada, estaba aturdida en medio de su cercanía, sus dedos rodeaban mi barbilla para que no apartara la mirada de él mientras su cuerpo inmovilizaba al mío contra la pared.

—De que me vuelves a mirar como lo has hecho y te aseguro que te haré arder—. Dejó libre mi barbilla y sacó los papeles de debajo de su saco.

Obligué a mi corazón a latir con normalidad, al parecer no se había dado cuenta de nada. Me concentré en los papeles que Santos me entregó, hojee y releí cada punto en el contrato, para luego, dejar mi elegante firma. Ya era legalmente la esposa de Axel Santos.

—Esta es la parte donde el novio puede besar a la novia—, su voz era excesivamente dulce, no podía ocultar la felicidad que su cara reflejaba y eso me deslumbró por un momento que él aprovechó para acorralarme.

—Ni siquiera lo intentes Axel Santos—, intenté apartarme de su peligrosa cercanía—. Está estipulado en el contrato, no puedes tocarme y tendrás que cumplirlo.

Aunque una parte de mí quería, no podía hacerlo, tenía que dejar de pensar en Santos como un hombre atractivo y debía de empezar a verlo como lo que era, un paciente que se había convertido en mi retenedor, amenazándome para que fuera su esposa, era mi secuestrador. Un asesino despiadado, el peor de todos.

—No sé hasta cuando pueda hacerlo, Renata—. Pasó los dedos por mis labios y clavó su vista en ellos, sin embargo, no me besó, sino que mordió mi barbilla, miró el reloj de oro en su muñeca y se separó de mí—. Tengo que encargarme de algo, vuelvo dentro de poco y te llevaré a traer tus cosas—, salió de la casa y solo entonces, pude respirar con tranquilidad.

Sabía que lo que venía después de esto iba a ser difícil, entendí que la convivencia con Santos no iba a ser nada fácil.

Me dejé caer en la silla y saqué el móvil del bolsillo, respiré aliviada cuando lo pude desbloquear sin problemas, los daños al parecer eran externos, busqué el contacto en él y escribí rápidamente el mensaje.

Seleccioné el video que había grabado minutos antes y lo envié

Para T: Ya sabes qué hacer.

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