La Niña de las Pesadillas.

By zaesov

401 12 7

En un mundo de fantasía, seres mágicos y cientos de probabilidades, las pesadillas no son precisamente algo c... More

Sinopsis
Prefacio
Prólogo
1
Capítulo I
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X.
Capítulo XI
2
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
3
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI-I
Capítulo XXXI-II
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII

Capítulo II

19 0 0
By zaesov

Capítulo II: Demons.

Su cabeza estaba cargada de dudas y sentía que iba a desmayarse de nuevo en cualquier momento debido a la conmoción, pero todavía fue capaz de caminar hacia el salón y volver a la fiesta. Le resultaba hilarante el ambiente tan glorioso y lleno de euforia en contraste con su estabilidad mental, que pendía de un hilo.

Se obligó a tomar un vaso de agua y a mantener la calma, si alguien llegaba a notar lo alterada que estaba se iba a liar gorda; principalmente porque no le gustaba la atención, pero también porque no sabía cómo idear una mentira para tranquilizar a todos, porque desde luego, decir lo que sucedía en realidad, no era una opción.

Lena estaba perturbada, sentía una agitación en su pecho que solo podía ser producto de la incertidumbre e inquietud que la corroía. Pero Lena siempre fue buena ocultando su realidad al mundo. Como aquella vez que les dijo a sus padres que estaba bien con su divorcio y que ya lo había superado, cuando lo cierto era que todas las noches cuando estaba sola en su habitación, lloraba por la ausencia de su madre, hasta quedarse dormida.

A Lena no le gustaba mentir, pero era muy buena en ello. Tampoco era buena comunicando las cosas, pero no quería asustar a nadie más con toda aquella situación.

Por fortuna, Wade fue invitado a bailar no solo por June Sheeran, sino por otras chicas más y Aris, que al parecer ya había terminado su cena, estaba también bailando; de esa manera ella no tuvo que carcomerse de las ganas de contarles lo que sucedía. Por las deidades, ellos se contaban todo. Y por fortuna también, el resto de los chicos por ahí o le tenían miedo, o la detestaban, o sabían que odiaba la invasión del espacio personal, por ende nadie la invitaba a bailar.

Su tía Lauren, su madre y el resto de personas que bien podían presionarla a socializar, estaban demasiado ocupados socializando ellos mismos. Y mientras todos ignoraban que existía, Helena Gray se ahogaba en desconcierto por no entender qué sucedía, de ansiedad por las posibles respuestas que ella misma daba a sus preguntas y de absoluto terror cada vez que la conversación que escuchó entre su padre y Baru se repetía en su cabeza.

Pudo calmarse y su habitual expresión impasible se adueñó de su rostro. Se obligó a mantenerse serena y fue así que pudo sobrevivir al resto de la velada. De alguna manera había conseguido charlar con algunos invitados cuando se acercaban a saludarla, había visto a su padre regresar al salón con una impecable sonrisa que Lena sospechaba que no sentía. Había soportado abrazos de sus familiares y uno que otro beso en la mejilla de los invitados más osados. Sin embargo, su logro más destacado de la noche fue fingir una sonrisa mientras se paraba en medio de Sara y Aris al frente de la mesa del pastel y apagaban las velas mientras los demás invitados le cantaban la tonta canción de cumpleaños mundana.

Su deseo había sido dejar de sentir tanto miedo.

Luego de que finalizara la fiesta, se había marchado con su familia y su mejor amigo a casa mientras Lauren terminaba de gestionar la logística del salón de eventos.

Su casa —un modo bastante modesto de llamarla— constaba de tres plantas, una entrada enrejada con un sistema de seguridad espléndido, un jardín delantero y uno trasero, donde se encontraba una piscina. El interior de la casa era inmenso y acogedor. Su padre la había diseñado antes de pedirle matrimonio a su madre y aquel había sido el regalo de bodas para ella. Por ende, y aunque se hubiesen separado y ella viviera técnicamente en otro mundo, aquella seguía siendo su casa también. Tenía su propia habitación y algunas de sus pertenencias en ella.

El espacio físico no cambió cuando Tania, Sara y Ela abandonaron la casa. Los mismos cuadros, muebles y retratos familiares seguían en su sitio, tan bien cuidados como siempre. Las paredes seguían siendo blancas y casi nada había variado. Pero Cezarh, Lena y Aris podían jurar que hacía más frío cuando ellas no estaban.

Luego de que su padre estacionara la van familiar en el garaje, todos bajaron y entraron en la mansión. Sus hermanas se despidieron y se marcharon cada una a la habitación que tenían ahí y en la que se quedaban cada vez que visitaban. Aris convenció a Wade de atacar la heladera en busca de chocolate y se marcharon en dirección a la cocina. Una Lena todavía en estado de conmoción se arrojó sobre el sofá de la sala mientras sus padres hablaban sobre lo adorable que había sido la fiesta.

Lena arrugó la cara.

No sabía qué tenían de adorable un montón de adolescentes restregándose sudorosos unos con otros en la pista de baile. Ni hablar de los que se escabullían a los pasillos, las escaleras y los baños a besarse y manosearse.

Pero sus padres eran libres de observar selectivamente lo que ellos consideraran mejor.

—Tania, hay un asunto importante que me gustaría comentarte. —Aquella era la voz de su padre, que se había enseriado de repente. Lena los escuchaba hablar en el salón contiguo y se tensó de inmediato.

—Claro, dime. ¿De qué se trata? —respondió su madre con la candidez que la caracterizaba. Lena agudizó su oído, mientras se acostaba sobre los cojines del sofá, en caso de que alguien entrara al salón, ella podía simular no estar escuchando conversaciones ajenas.

—Es sobre... —Pero no terminó de decir—. En realidad, es un tema delicado. Vamos a mi oficina y allí podremos hablar con mayor privacidad. —Lena maldijo interiormente y escuchó los zapatos de charol de su padre y los tacones de su madre alejarse en dirección a las escaleras. Lena sospechaba sobre qué podía tratarse aquel "tema delicado", así que contó dos veces hasta treinta y luego los siguió escaleras arriba.

Se descalzó al filo de las escaleras y avanzó de puntillas hasta la pared que dividía el pasillo de la oficina de su padre. Se quedó a varios metros de la puerta. Desde ahí podía escuchar perfecto gracias a su superoído; además, si ella tenía esa habilidad, la de sus padres era mejor. Después de todo, sus poderes ya estaban desarrollados y ella no podía arriesgarse a que escucharan su respiración y la pillaran escuchando a hurtadillas.

—Me estás preocupando ya, Cezarh, mira tu cara, ¿pasó algo malo? —preguntó la mujer. Lena escuchó el chirrido de las patas de una silla contra el suelo.

—Yo diría que sí. Hace un rato... —Lena sintió sus pulsaciones incrementar apenas su padre se detuvo en seco. Joder.

—Espera, creo que tenemos un polizón.

Aquella era la voz de la sentencia. Lena vio un humo color violeta empezar a esparcirse por sus talones y fue escaso el tiempo que tardó procesando lo que estaba sucediendo. Dio un respingo en su lugar y se apresuró a dejarse ver por la puerta.

— ¿Qué...? —Su padre la veía desconcertado. Su madre con divertida suspicacia.

—Hola, cariño —dijo ella saludándola cordialmente. Estaba de pie frente al escritorio de Cezarh, con su cadera apoyada en la caoba. Lena empalideció y se adentró al salón tratando de maquinar un excusa que fuera creíble para su inteligentísima madre. Era una real estúpida si creía que iba a poder burlarla. Era una de las brujas más poderosas de su generación y el poder que tenía sobre el Consejo no se lo había ganado por su linda cara o por su ingenuidad, la cual era nula.

—Mamá, hola, yo... —Sus ojos claros brillaron con astucia—. Bueno, es que, sé que apenas llegaste esta mañana, pero quería saber cuánto tiempo te vas a quedar. —La mujer vio los ojos de su hija cristalizarse ligeramente—. Es que, estaría genial que te quedaras unos días más aquí, porque Aris te ha extrañado mucho.

—Ah, ¿solo Aris? —interrogó ella con una ceja arqueada y una sonrisa. Abrió los brazos en dirección a su hija y aunque esta dudó unos instantes, terminó dejándose abrazar.

—Papá también —respondió la chica contra la ropa de la mujer, provocando un carraspeo incómodo de su padre y una risa nerviosa por parte de su madre.

—Ya veo, entonces debería quedarme unos días más aquí, porque Aris y tu padre me han extrañado demasiado... —divagó con voz divertida. Lena asintió con la cabeza y ella acarició la cabeza de su hermosa hija—. Mmmh, déjame hago unas llamadas mañana y trato de solucionar unos asuntos de trabajo, creo que puedo quedarme —masculló ella tomando el rostro de Lena entre sus manos y mirándola a los ojos. Lena tenía una expresión indescifrable en su rostro, pero su madre era demasiado lista como para no saber lo que sucedía—. Sin embargo, dile a Aris y a tu padre que no prometo nada, ¿está bien?

Lena asintió con la cabeza y se alejó de su madre.

—Está bien, se los diré —dijo viendo a su papá que la miraba sin una pizca de diversión en su cara debido a su insolencia. ¿Cómo osaba esa niña inventarle a su ex que él la había extrañado? Iba a tener una charla con ella por eso—. Solo venía a decirte eso, porque bueno, ya sabes que en unas semanas nos vamos a Zilhardt y hay muchas cosas que organizar antes de que eso pase y pensé que de pronto Aris y Sara te necesitaban aquí —murmuró encogiéndose de hombros. Tania entrecerró los ojos hacia ella. Lena era un caso.

— ¿Solo viniste a decirme que tus hermanos podrían necesitarme para comprar libros de texto para la escuela? —inquirió divertida. Lena asintió—. Ajá.

—Bueno, ya me voy, que descansen —dijo viendo las señas que su padre le hacía sobre cortarle la lengua y se dio media vuelta antes de salir del lugar.

Lena sabía que su madre no creía del todo en su artimaña, pues Tania no iba a dejarse convencer de que Lena no estaba a punto de escuchar su conversación privada; pero por lo menos su teatro le había causado gracia y ternura y con eso bastaba para ahorrarse alguno de los encantamientos de castigo que su madre empleaba en ellos cuando hacían algo indebido.

Sus padres se mantuvieron en silencio el tiempo necesario para asegurarse de que ella se alejaba lo suficiente de la oficina como para poder escuchar su conversación.

Joder, Lena estaba segura de que su padre iba a contarle sobre su conversación con Baru, pero ella ya no podría escuchar nada. Estaba empezando a ponerse de mal genio por toda aquella situación, así que decidió que valía la pena quitarse un poco de frustración de encima.

Bufó con pesadez y bajó las escaleras para alcanzar a Wade y Aris en la cocina. El primero tenía una barra de chocolate entre los dedos y el segundo un pote de helado de vainilla del que comía en conjunto con alguien más. Lena no se esperaba que Sara estuviera allí, la había visto despedirse en el salón e irse a su habitación a dormir; pero allí estaba riendo con sus amigos y comiendo de su helado de chocolate. Lena estaba a punto de dar media vuelta y largarse a su habitación pero, ya había sido vista por los presentes, así que no tuvo más opción que sacar un pote de helado de fresa de la heladera y sentarse con ellos en las butacas de la encimera a comerlo.

Al parecer, las personas del servicio ya se encontraban descansando. Lena sabía que ellos debían asumir que los jóvenes llegarían hasta bien entrada la madrugada, pero estaban lo suficientemente agotados como para decidir no seguir la celebración en algún antro de mala muerte al que ya podrían ingresar legalmente.

Iba a ignorar como el ambiente se había vuelto tenso de inmediato.

— ¿De qué hablaban? —preguntó llevándose una cucharada de helado a la boca. Aris destensó la mandíbula y Wade soltó una risita.

—Encontré a Aris besándose con Aura Tevih en las escaleras del tercer piso —contó el muchacho dándole un mordisco a su barra de chocolate. Sara le dio una mirada divertida a su hermano, Lena solo ladeó la cabeza hacia un lado—. Pensé que dijiste que no te gustaba.

—Y no lo hace, de hecho —murmuró el joven con una expresión de incomodidad en su rostro—. Después de que bailamos me dijo que yo le gustaba desde el año pasado, quiso besarme, pero me pasé toda la fiesta huyendo de ella, hasta que casi a la medianoche me encontró en las escaleras del tercer piso. Ella me besó a mí, yo solo le seguí el beso, ya saben cómo soy.

—Sí, Aris, ya sabemos que eres un idiota que carece de voluntad cuando se trata de mujeres —masculló Sara rodando los ojos. Aris le dio un codazo.

—Baja la voz, te pueden escuchar nuestros padres o Ela.

—Oh, ¿te da miedo que sepan que eres un mujeriego sin remedio, hermanito? —Lo molestó la rubia. Wade rió y le dio un zape a su amigo en la frente.

—Si estuviste huyendo de Aura hasta la medianoche, entonces, ¿con quién te estuviste besando en el baño a la hora de la cena? —preguntó su otra melliza. Aris entornó los ojos con asombro y algo de pánico, mismos que trató de disimular con una mueca de incredulidad, pero Lena no lo iba a pasar por alto.

— ¿De qué estás hablando? —Se hizo el loco y bajó la mirada a su helado. Lena se metió otra cucharada de helado a la boca y miró a su hermano con los ojos entrecerrados mientras sentía el dulce deshacerse en su lengua.

—No te hagas, sé cómo luce alguien que ha tenido una intensa sesión de besos o algo más explícito, y tú lucías justo de esa forma cuando volviste al salón a buscar tu cena —farfulló ella. Sara y Wade miraban al rubio con expresiones a medio camino entre la sorpresa y la ofensa. ¿Ese idiota había osado ocultarles información de esa índole? Por suerte para ellos, a Lena no se le pasaba una sola.

—Ah, eso —suspiró el rubio y le restó importancia con un ademán de la mano—. Solo era una chica ahí.

—Joder, Aris, ¿otra vez te estabas besando con Lila James? —preguntó Wade dejando su mano con la barra de chocolate suspendida en el aire, a medio camino de llegar a sus labios.

—Ay, por favor, dime que es una broma —pidió Sara con el ceño fruncido.

—No creo que lo sea, miren la cara de culpable que tiene este idiota —refunfuñó Lena. Le pasó la lengua al dorso de la cuchara y amenazó a Aris con estampársela en la cabeza. Su hermano soltó un quejido y se cubrió la cabeza con los brazos. De los cuatro, Lena era la más pequeña y delgada, de alguna manera era la más indefensa, pero la más salvaje también.

—No me hagas nada por favor —suplicó escondiendo la cabeza detrás del hombro de Sara, quien le propinó un fuerte codazo en las costillas que lo hizo retorcerse.

— ¿Por qué estás volviendo a tener encuentro con tu ex novia de la secundaria? —Interrogó la rubia con incredulidad—. Quien vale aclarar, te puso los cuernos con su maldito mejor amigo el año pasado cuando decidiste volver con ella, luego de que te engañara con su propio primo.

—No pienso volver con ella, solo nos besamos. Ustedes saben que yo nunca le niego un beso a nadie —se defendió mientras se incorporaba sobre la butaca aún sosteniendo la zona de sus costillas con una mueca.

—No sé por qué, pero no te creo —prosiguió Sara—. Ya supérala. Te aseguro que vuelves con esa estúpida y te rompo los dientes —amenazó. Lena la secundó diciendo que ella le iba a sacar los ojos.

—Lena, te voy a esconder todos los cuchillos de la casa, porque te creo muy capaz de cualquier cosa —contestó Aris. La susodicha quiso decirle que los cuchillos no eran la única herramienta que podía usar para mutilarlo, pero él siguió hablando—: Pero que tú, Sara, me digas que supere a mi ex es muy hipócrita la verdad.

— ¿A qué te refieres? —intervino Wade confundido.

—Dime, Sarita, ¿te besaste con Levi hoy? —preguntó Aris con una sonrisa socarrona. Lena vio a su hermana tensarse ante el apodo, pero en su afán por aparentar serenidad, solo rodó los ojos con fastidio.

— ¿Por qué haría eso?

—Porque besarte con otros chicos podría ser la prueba de que finalmente superaste a Dylan. —Wade silbó ante lo dicho con su amigo. Sara los miró enfadada.

—Yo no soy como tú, Aris. No voy por ahí besando a todo el mundo —rezongó ella volviendo a comer su helado—. Además, Dylan fue un noviazgo de niños, teníamos quince, por las deidades, yo ya superé eso. Al parecer el que no lo ha hecho eres tú.

—No engañas a nadie con eso, Allen Saraeeh —cotejó Aris. Lena enarcó una ceja. Ellos solo se llamaban por su nombre completo cuando querían ser tomados realmente en serio—. Tu nuevo novio guarda cierta similitud con el insípido de Dylan. Y no hablo solo del evidente hecho de que son humanos.

—Ya te dije que Marcus no es mi novio, era solo un compañero de la escuela —dijo con severidad.

—Ese afán tuyo por inventarnos novios para tener una excusa para golpear a otros chicos un día te va a meter en problemas —medió Lena. Su hermano se encogió de hombros.

—Además, esto no se trata de Sara, es sobre ti y tu imprudencia de volver a besarte con Lila —masculló Wade. Aris rodó los ojos y se puso de pie.

— ¿Saben qué? Este asunto me tiene agotado, me voy a dormir —avisó el rubio antes de ponerse de pie. Besó a Sara en la frente y le lanzó un beso a Lena antes de escabullirse de la cocina—. Wade, cariño, no te tardes, mira que no sé dormir sin ti a mi lado.

Su amigo solo rodó los ojos viéndolo retirarse.

En cuestión de segundos, Wade también se estaba retirando y en ausencia de sus dos puertos a tierra, Sara y Lena no tenían un solo tema del que conversar. Así que tras una seca despedida, la rubia terminó yéndose con su pote de helado y su cuchara a su habitación.

Lena hizo una mueca y se quedó sola y en silencio comiendo su helado. Varias cosas se paseaban por su mente, pero ninguna tan presente como el tema de su pesadilla que estaba de alguna manera ligada a lo sucedido en Dalei.

Lena cayó en cuenta de algo en ese preciso instante. Lo abrumada que se había sentido no la había dejado buscar información. Lena pensó que no había mucho que pudiera hacer por su propia mano. Tenía que hacer a un lado la ansiedad que le generaba toda aquella situación, controlarla y hacer lo de siempre: usar la cabeza.

Hizo el pote de helado y la cuchara a un lado y sacó su celular del bolsillo de su cárdigan negro. No lo usaba demasiado; si tenía que ser sincera, no era muy dada a la tecnología. Ningún submundo lo era en realidad. Dejarse consumir por artefactos de esta índole era algo demasiado mundano y podía afectar su noción de las cosas, por ende, solo las usaban como herramientas y no como un estilo de vida.

Lena desbloqueó la pantalla con el reconocimiento facial y tras revisar su conexión a wifi, ingresó al portal de noticias del diario Bizantine. Había algunas noticias demasiado recientes sobre algunos destacamentos dhampir teniendo encontronazos con algunos demonios en la frontera del portal de Jary; algo sobre un decreto antiguo que se estaba discutiendo en la Corte Constitucional, y luego... Todo el portal plagado sobre notas de una misma noticia.

"La tragedia del año", anunciaba un titular. "Cadáver desgarrado frente al templo de Dalei" rezaba otro. Lena ingresó a uno que decía "Terror en Dalei: un cadáver destrozado y un bebé aterrorizado". Había sido publicado alrededor de las diez de la mañana, bajo la autoría de Mila Bezzos, una de sus periodistas favoritas.

Lena leyó el artículo, en él hablaba sobre el hallazgo de una dhampir muerta frente al sagrado templo de Dalei. Había sido encontrada cuatro horas después de la hora aproximada del deceso. Causa de muerte, desconocida.

Se llamaba Marina Larsson, tenía 24 años, al parecer era una residente local de la aldea y con su muerte dejaba huérfano a un bebé de 7 meses que se encontraba bajo el cuidado de Protección Social. Su cuerpo fue hallado en pésimas condiciones. Desgarro total de las extremidades, marcas de dientes por todo el torso y rasguños que viajaban a lo largo de toda su piel abierta.

Lena observó la foto del cadáver que el artículo proveía y concluyó que la imagen era grotesca de sobra. Sus huesos en ángulos extraños y su cuerpo cubierto por jirones de tela y sangre seca.

La imagen de un lobo blanco encima suyo, clavando sus garras en sus hombros la hizo temblar. Para Lena, la situación era clara, aquella mujer había sido asesinada por un brutal lobo. Y no lo decía por su sueño; cualquier persona con dos dedos de frente concluiría que aquello lo había hecho un animal salvaje, con imponentes caninos y afiladas garras. Un lobo encajaba perfecto con esa descripción, pero claro, pensar que había lobos en Dalei era una total locura. ¿Lobos en Thurstine fuera de luna llena? Impensable.

La noche anterior no hubo luna llena, por lo que señalar a los licántropos no tenía sentido, incluso si en su maldito sueño ella había visto luna llena y la entereza de un lobo más grande y más terrorífico que uno común. Lo de su sueño era claramente un licántropo, los lobos comunes no eran tan grandes como ese; pero sí eran lo suficientemente salvajes como para ser responsables de la muerte de Marina Larsson.

Pero tampoco tenía sentido pensar que un lobo lo había hecho, porque nada podría explicar jamás qué hacía un lobo en Dalei, y esa era la gran incógnita de todos, al parecer.

Lena leyó tres o cuatro artículos más que solo complementaron lo del primero pero no otorgaban datos muy novedosos. Para ese punto el helado ya se había derretido por completo, pero ella solo lo metió en la nevera y arrastró los pies hasta las escaleras. En cuestión de minutos, estaba en su habitación viendo la noche a través de las puertas corredizas de la terraza en su balcón. Lena salió al exterior y se tumbó sobre una hamaca que había allí.

Pensando, pero no llegando a absolutamente nada.

No podía sacarse de la cabeza la imagen del cuerpo de Marina, ni la ilusión del lobo que había visto en sueños. Sentía la cabeza pesada, en ella habían tantas dudas, como estrellas en el cielo, las cuales observaba y contaba en voz baja.

Agarró su bloc de dibujo de la mesita junto a la hamaca y se incorporó. Apoyó el objeto sobre sus rodillas y se entretuvo dibujando paisajes bonitos.

Helena no durmió aquella noche.

Su madre no iba a quedarse.

En realidad nunca lo hacía si no era estrictamente necesario, pero la noche anterior algo en ella había creído que lo haría. Que tonta, ¿cómo había creído que una mujer con las responsabilidades de su madre podía aplazar su trabajo así sin más, solo porque ella se lo había pedido?

Lena pensó por un segundo, mientras su padre le decía que se había marchado al amanecer, que tal vez, si ella le hubiese dicho directamente que la extrañaba y la necesitaba, a lo mejor todo hubiese resultado de manera distinta. Pero lo dejó estar, porque pensarlo ya no tenía sentido.

No obstante, aún albergaba algo de esperanza. Según Cezarh, Tania no había vuelto a San Diego, había ido al portal de Lottire porque al parecer debía ir a Rusia a hacer los dioses saben qué cosa de trabajo. Debía regresar porque Elaine y Sara seguían ahí.

Era común que ellas se quedaran allí algunas veces, aunque en el último año eso no había pasado con mucha frecuencia. Confiaba en que su madre eventualmente volvería por ellas y así podría verla de nuevo; porque a decir verdad no creía del todo en la razón que había dejado con su padre sobre que estaría con ellos unos días antes de que partieran a Zilhardt.

Sara no reaccionó tan bien como Elaine a la noticia de que no partirían al mundo civil aquella misma mañana. No hizo ningún escándalo; ni siquiera dijo palabra, pero Lena la había visto enseriar la expresión y hacer una mueca de disgusto. Probablemente su melliza no iba a estar muy equivocada si asumía que a Sara no le gustaba estar allí.

Por otro lado estaba Elaine, quien emocionada, había corrido escaleras arriba para contarle las buenas nuevas a Aris. Lena había observado divertida, cómo tan solo un minuto después, había regresado avergonzada tras darse cuenta de que Aris no estaba solo en su habitación.

Quizá Lena debió decirle que Wade se había quedado a dormir, pero lo hizo a propósito, porque para ella, verla enrojecer de vergüenza, siempre era un deleite.

Más tarde, cuando los chicos finalmente salieron de la cama y bajaron a tomar desayuno, su padre ya se había ido al trabajo y solo quedaban ellos con Lauren —quien cual colegiala, estaba hablando con su novio por teléfono en la biblioteca del tercer piso—, el servicio y la seguridad de la casa. Lena había pasado toda la mañana despatarrada en el sofá del salón principal ojeando un libro de historia thurstiriana; a su lado estaba Elaine, que veía una comedia romántica mientras comía papas fritas de una bolsa en la que Lena a veces metía su mano. Sara llevaba encerrada en su habitación desde la partida de su padre y los chicos jugaban videojuegos en el salón de juegos del tercer piso.

—Lena —llamó su hermana pequeña. La susodicha despegó sus ojos de su libro y los posó en ella. Dabria Elaine Gray era la hija menor, por ende la más consentida. Lena pensaba que todos allí habían creado una cajita de cristal y la habían puesto dentro para protegerla de todo lo malo del mundo. La primera vez que Lena sintió que su misión había fallado fue el día en el que sus padres firmaron el divorcio y Ela se había visto en la penosa situación de elegir con cuál de sus padres quería vivir. Lena la había escuchado llorar en su habitación antes de que entrara a buscarla porque según su madre, ya era hora de partir. Su hermana había sido herida, y ella no había podido hacer nada para prevenirlo. Con el tiempo había empezado a entender que a veces no se trataba de quitarle el dolor y cargar con él, sino de acompañarla en el proceso—. ¿Tú crees que mamá y papá se sigan queriendo?

La pregunta la dejó consternada. Elaine había crecido de tal manera en la que toda su familia se sintiera orgullosa de todo lo que era. Y era inteligente, aunque un poco ingenua. Ya no era del todo una niña, ya era una adolescente, pero seguía siendo bastante inocente.

—A decir verdad, yo creo que no —respondió Lena cerrando su libro y dejándolo sobre la mesa de centro—. O por lo menos no de una manera romántica. Seguramente se siguen queriendo por todos los vínculos y recuerdos que tienen, se guardan mucho respeto y son algo así como amigos, pero no sé, no creo que sigan viéndose como compañeros de vida —prosiguió ella alargando su mano para enrollar un mechón de cabello de Ela en su dedo índice. La menor había agachado la mirada, procurando que su hermana no notara la tristeza en sus ojos, pero por supuesto que no iba a pasar por alto algo así—. ¿A qué viene la pregunta?

—Desde hace tiempo he estado pensando que de pronto la única forma en la que podamos volver a ser una familia es si ellos vuelven a quererse —contestó con voz apagada. Al escuchar las palabras de su hermana se tensó, pero no dejó de jugar con su pelo.

—Ela, cuando todo esto pasó, éramos muy pequeños —empezó—. Pero ya no somos unos niños, es momento de empezar a aceptar que a veces simplemente las cosas no pueden ser.

— ¿Por qué? —Rebatió de manera automática clavando sus ojos claros en los de su hermana—. Si dos personas se aman, ¿Por qué no pueden estar juntas?

—A veces solo es demasiado complicado.

—Eso mismo dice Sara, pero yo no comprendo, Lena, ¿Por qué el amor no puede bastar? —Un nudo se formó en la garganta de la mayor. Ella se había hecho esa misma pregunta cientos de veces, pero finalmente terminó entendiendo el por qué.

—Supongo que a veces las consecuencias que tiene quererse son más fuertes que cualquier otra cosa. Hay cosas que las personas no tienen que soportar solamente porque haya amor —dijo con los ojos entornados—. Para nuestros padres, la vida de sufrimiento y cansancio no valía por todo el amor que se tenían.

Elaine suspiró con resignación. Parecía conforme con su respuesta aunque no le agradara.

—Eso es muy triste, Lena, no debería ser así. ¿Cómo es que dicen por ahí? —Se quedó pensativa mientras su hermana soltaba sus cabellos y la miraba con atención—. Ah sí, el amor es la magia más poderosa de todas.

Lena rodó los ojos.

—Bueno, no sé si más poderosa que una deidad, pero lo que haga sentir mejor a los humanos, aunque carezca de sentido, para mí está bien —dijo con burla sacándole una leve sonrisa. Ela miraba la película en pausa en el televisor, sin darle al play de inmediato. Lena solo la observaba.

A Lena siempre le decían que era idéntica a su madre, con lo cual estaba bastante de acuerdo. Tenía un espejo en casa, después de todo. Pero nadie le daba crédito a Tania por la otra belleza parecida a ella que había creado. Elaine tenía algunas diferencias con ellas, pero seguía pareciéndose muchísimo. Ela era delgada, con el mismo tono de piel pálido y desde ya, se notaba la baja estatura de la que iba a gozar. Tenía el mismo tono negro de cabello, pero carecía de rizos en su cabeza. Tenían la misma nariz, la misma boca y el mismo reguero de pecas en la nariz y pómulos. Quizá era la mirada lo que variaba, pues los ojos de Ela no eran tan grandes y sus irises eran de un color avellana que nada tenía que ver con los de su madre o hermana. Tenía también las cejas rectas de los mellizos y de su padre, al igual que el lacio del cabello, el hueso de la mandíbula marcado y la sonrisa cuadrada.

Misma sonrisa que apareció cuando volvió a mirar a su hermana. Lena identificó que una idea acababa de cruzarse por su cabeza.

—Acabo de recordarlo —dijo con los ojos brillando de emoción. Lena le frunció el ceño—. Hay algo que quiero mostrarles —continuó la menor, poniéndose de pie y tirando del brazo de su hermana para levantarla. Lena se quejó, pero se dejó arrastrar. La soltó al pie de las escaleras y le pidió que esperara ahí. Lena aguardó mientras la escuchaba corretear por la segunda planta, apuró a Sara a salir de la habitación y gritó el nombre de Aris en el inicio de las escaleras hacia el tercer piso. Dos minutos después ahí estaban todos.

Sara en un pijama de ositos de gominola rojos y quejándose de que Elaine había interrumpido una importantísima videollamada con sus amigos. Los chicos objetando lo buena que estaba su partido de Mario Kart y Lena descalza y en pantalones de dormir con su cuerpo adueñado de la pereza. Los cuatro seguían a Elaine hacia el jardín trasero y más allá, hasta la verja que materializaba el límite de su propiedad.

Elaine les hizo un ademán para que se quedaran justo donde estaban y ella misma retrocedió un par de metros. Lucía emocionada mientras se sentaba sobre el césped, con las piernas cruzadas y colocaba una vela sobre el suelo frente a sí misma, así que los otros cuatro solo se miraron entre ellos y la dejaron ser.

Lena vio a la menor cerrar los ojos y colocar su palma a un metro por encima de la vela. Una ventisca de aire helado la hizo estremecerse, al tiempo en que el ambiente a su alrededor se tornaba más denso. Todos lo sintieron, pero ninguno apartó la mirada de Ela, quien empezó a murmurar en un idioma muy antiguo mientras movía sus dedos en ángulos extraños. Lena no podía entender lo que decía; nunca podría, porque era una lengua innata que solo podían entender las brujas.

Un humo blanco y espeso empezó a esparcirse por la escena, luego, una pequeña chispa brotó de los dedos de Ela y a continuación la vela se había encendido.

Los cuatro espectadores se quedaron anonadados admirando la llama naranja que danzaba con el aire. La brisa no la apagaba, no podía porque era Elaine la que la mantenía viva con su propia energía, solo ella podía extinguirla.

La pelinegra abrió los ojos y miró a los jóvenes que la miraban a medio camino entre el asombro y el orgullo. Sonrió.

—Woah, Ela, esto es... —empezó Aris con los ojos entornados hacia su preciosa hermana—. Increíble.

Por las deidades que sí —prosiguió Wade con una sonrisa en la boca.

— ¿Dónde aprendiste a hacer eso? —interrogó Lena.

—Mamá me lo ha estado enseñando desde hace semanas —declaró con las mejillas rojas debido a la clara admiración que sentían los otros por su hazaña—. Al principio solo podía sacar unas pocas chispas, pero he mejorado muchísimo.

— Así que, ¿Esto es lo que han estado haciendo tú y mamá cuando voy a mis clases de danza? —cuestionó Sara sin salir de su asombro. Su hermana menor asintió—. Esto es genial, Ela.

—Aunque los espíritus dicen que no debemos jugar con fuego —suspiró la susodicha y retiró la mano. El aire volvió a tornarse cálido y la pesadez del ambiente desapareció. La llama se apagó cuando Ela se puso de pie.

Aris corrió a alzarla en un abrazo mientras ella reía adorablemente y le pedía que la bajara. Ela era una bruja como su madre, sus poderes aparecían a una edad muy temprana y evolucionaban de acorde a su conexión con la naturaleza. A cualquiera le parecería una tontería encender una vela, cualquier bruja podía hacerlo; pero que una tan joven tuviera el temple de conectar con la naturaleza y hacer magia intencionalmente era un gran logro.

Lena no dudaba que fuese una bruja muy talentosa, pues el control que tenía sobre sus poderes parecía progresar cada vez que la veía. Sabía dominar los dones que la naturaleza le había brindado y se sabía que aquella era una característica del aquelarre familiar, sí, pero también tenía mucho que ver su disciplina.

La última vez que Ela les había mostrado sus avances, había hecho aparecer un cubierto en la mano de su padre. Todos se habían puesto tan contentos, porque verla hacer magia era todo un orgullo para ellos. Y eso había sido hacía unos meses apenas. A todos les sorprendía la velocidad de sus avances; aunque no deberían, en realidad.

Elaine era una bruja Cabrini, la última en una generación de poderosos guardianes de la naturaleza que tenían renombre en Thurstine. Porque como todo allí, también existía cierta jerarquía entre las brujas, y Elaine por su linaje, pasaba a estar en lo alto de esta. Era muy poderosa; todos daban fe de ello.

La triada híbrida era el nombre que recibían las razas semi-humanas de Thurstine, los dhampir, los hobbard devagume y los nefilim.

Desde muy pequeños les enseñaban sobre la importancia de conectar con su parte humana, pues eso complementaba su esencia; pero a medida que crecían y se adaptaban al mundo sobrenatural al que pertenecían, el desprecio por los mundanos hacía aparición. Era la soberbia que les otorgaba saberse superiores a ellos, más poderosos, más bellos, más capaces; lo que los llevaba a repudiar su raza casi como si estuviera escrito en su ADN. Los humanos eran débiles, lentos, no podían mover cosas con la mente, hablar con los animales, controlar los elementos, volverse invisibles, conjurar todo tipo de hechizos que les facilitaran la vida o tener la capacidad física y mental de vencer a un demonio o vampiro.

Eran tan simples como solo ellos podían serlo.

Allí en Thurstine todos eran fantásticos. Eran hijos de seres sobrenaturales y habían heredado dones también. La complejidad de sus poderes no cabía en la credulidad humana. Eran diversos, hermosos y eran capaces de muchísimas cosas.

En la familia Gray Cabrini, aquello quedaba evidenciado de sobra. Pertenecían a la aristocracia de la nación, no solo por ser adinerados, sino por el renombre de sus poderosas familias. Los Gray eran un linaje de hobbard cambia formas y los Cabrini eran una familia de brujos. Por lo general, los hijos heredaban los dones de uno de sus padres, pero no era una regla absoluta. En casa, solo Elaine había nacido siendo bruja. Aris, Sara y Lena nunca habían sentido ese tipo de afinidad con la naturaleza y estaban tan desprovistos de su magia como había quedado evidenciado a lo largo de sus vidas. Los brujos eran, junto con los dhampir, la raza que más temprano se detectaba. Las demás salían a la luz cuando alrededor de los dieciocho años, los jóvenes empezaban a tener sus primeros brotes de magia.

Y en casa ninguno de los trillizos empezaba a tener incidentes con la aparición de sus poderes. Se les llamaba no-identificados, por el momento. Pero todo el mundo asumía que, de no ser brujos como Tania, serían cambiaformas como Cezarh. Pero la expectativa de que sus dones aparecieran, siempre era la mejor parte de crecer.

A Lena sin embargo no le gustaba nada. Odiaba no tener todavía la capacidad de cambiar su apariencia física a su conveniencia y sentir la maravilla de controlar su don. Entendía la tardanza, pero eso no hacía que la odiara menos.

Los dioses mantenían un control sobre sus poderes que hacía que estos brotaran cuando fueran capaces de aprender a controlarlos y era por su divina gracia que el orden era decreto allí. De solo imaginar a un bebé siendo elemental de fuego e incendiando una ciudad entera por accidente, la hacía sentir escalofríos.

Pero en medio de su estupidez, deseó poder pedir una audiencia con las deidades y tras entregarles una infografía hecha por ella misma, les haría una presentación para convencerlos de que ya era lo suficientemente apta como para poder ser bendecida con sus dones y que se los entregaran.

Lena estaba harta de tener que lidiar con las ínfulas de grandeza de los otros chicos de su edad que ya estaban identificado. Y no iba a negar que en el fondo sentía algo de envidia.

En momentos así, se sentía tan inútil como ella creía que los humanos debían sentirse. Al fin y al cabo, ella tampoco tenía poderes. Es decir, si tenía fuerza, reflejos y velocidad sobrehumana, pero eran dones tan innatos en los hobbard, que hacía tiempo habían dejado de parecerle la gran cosa.

De todas formas no era como si los nefilim y los dhampir no tuvieran tres veces más desarrolladas esas habilidades.

A veces, solo se sentía patética.

Luego, recordaba que si quería igualar un poco las condiciones, debía empezar a asistir a los campos de entrenamiento con sus hermanos y mejor amigo, pero terminaba dejando pasar la idea mientras pensaba en prepararse algo para comer o en buscar algo nuevo para leer o pintar. Lena odiaba con todo su ser la actividad física. No iba a pretender que le gustaba sudar y terminar adolorida por el exhaustivo entrenamiento solo porque era lo que se esperaba que hicieran todos los jóvenes guerreros prometedores de Thurstine.

Lena estaba dispuesta a cumplir con todos los requisitos para ser una joven ejemplar, excepto ese. Ella era feliz comiendo basura, leyendo algo o viendo películas, o pintando mientras escuchaba a Taylor Swift. Honestamente prefería quedarse en casa y maquillarse para tomarse fotos —que luego borraría de su galería—, que salir de casa a hacer ejercicio.

Pero aquella tarde, había accedido luego de que Wade le prometiera comprarle papas fritas de regreso a casa. No era como si no pudiera ordenarlas o pagarlas ella misma, pero siempre era gratificante hacer a Wade gastar su mesada.

Así que allí estaba ella, en el claro de un bosque del sur de Johertham, sentada sobre un roca comiendo una barra de chocolate, dibujando en su bloc de dibujo el paisaje de aquel lugar, mientras Aris, Sara, Wade y Aura Tevih quien era amiga de su hermana, llevaban a cabo una pequeña batalla con unos palos que habían sacado del arsenal que tenían en casa. En realidad habían llevado muchas más cosas en una gran bolsa, pero no tenía muchas ganas de husmear.

Lena empezó a trazar líneas al azar en una hoja en blanco de su bloc mientras pensaba en la buena coordinación que tenían aquellos chicos. Wade y Aris entrenaban cinco veces por semana en el campo local, y según tenía entendido, Sara asistía a un campo de entrenamiento que estaba en el mundo humano de incógnito y que quedaba relativamente cerca al vecindario donde vivía. Ella sí tenía vocación para ser una guerrera, se batía en un duelo con Wade y esquivaba sus ataques con elegancia. Respondía con palazos medidos y patadas ágiles. Lena no sabía pelear, pero sí que sabía cómo se movía un buen peleador, y tenía que admitir que Sara lo era. De hecho, de no ser porque estaba peleando con Wade, y este era de lejos un guerrero nato, hacía tiempo hubiera vencido a su oponente.

Era un combate amigable, bastante parejo.

Caso contrario a la otra pareja que se batía en un duelo. Aura estaba transpirando, llevaban media hora en esas y a la chica le estaba pasando factura. Ya no medía sus golpes, o calculaba qué movimiento hacer. Le estaba costando respirar y ya estaba tan fuera de sí que no podía controlar su adrenalina. Hacía tiempo había perdido su dominio sobre su estrategia de ataque. Y estaba peleando con un Aris Gray que lucía tan sereno y fresco como una lechuga. Lena entendía la mueca de frustración en la cara de la castaña. Pues Aris estaba siendo muy suave con una chica que ya no sabía cómo atacar para desarmar a su contrario. Aris no la desarmaba, no la golpeaba, solo esquivaba sus golpes con premura y le daba alguno que otro empellón para que despertara y dejara de lanzar tajos a ciegas con los palos.

La chica de cabello castaño bateó uno de sus palos con la intención de golpear la cabeza de Aris, pero el joven actuó con la rapidez de siempre y se agachó. Apoyó una rodilla en el suelo, le dio un golpe ligero en las costillas con uno de los palos y con su pierna que no se encontraba apoyada contra el césped, barrió los pies de la muchacha. Ella cayó de culo estrepitosamente. Y Aris solo se levantó, pero no siguió atacando.

Para Lena era trágico seguir viendo aquella escena, ¿Hasta cuándo iba ella a seguir permitiendo la humillación de que su oponente le diera ventaja en un combate? Por los dioses, eso era patético.

—Así no vas a matar nunca a un chupasangre —comentó haciendo que los cuatro se detuvieran. Aura captó de inmediato que se dirigía a ella y aceptó la mano que Aris le extendía para ayudarla a ponerse de pie. Sus mejillas se enrojecieron de la vergüenza ante lo que la Gray había dicho y sacudió sus pantalones deportivos mientras todos caminaban hacia donde habían dejado sus mochilas tiradas para coger sus botellas de agua e hidratarse. La intromisión de Lena había servido para algo—. No lo digo en mal plan, eh —aclaró para deshacerse de la mirada de reproche que le lanzaba Sara. Pero en serio ella no lo decía en mal plan. Su voz era incluso amable—. Solo que no deberías atacar con todo al principio porque te vas a cansar muy rápido y tu oponente va a aprovechar ese instante de vulnerabilidad para acabar contigo.

Aura lucía un poco enfadada, que la señorita ni siquiera sé empuñar una espada le dijera cómo tenía que pelear en la vida real la hacía sentir estúpida. Pero sabía que tenía razón. Ella y Helena no eran precisamente amigas, la pelinegra ni siquiera caía del todo en su gracia. La conocía porque habían estudiado todos juntos desde la primaria, y aunque directamente nunca se había inmiscuido en algún conflicto con ella, tenía que admitir que le agradaba mucho más la melliza rubia que la que siempre tenía cara de querer clavar un cuchillo a alguien en un ojo. Por eso era amiga de Sara y apenas soportaba a Lena.

Sin embargo, Aura sabía que Lena era observadora e inteligente. Quizá y aunque no lo hubiese dicho de la mejor forma, debía tomar en cuenta su consejo. Igual, no era algo que ella ya no supiera, su entrenador, e incluso su amigo Will se lo habían dicho en un par de ocasiones. Pero Aura seguía sin trabajar en eso.

— ¿Por qué no vienes aquí y peleas conmigo? Tal vez puedas enseñarme sobre eso que dices —terminó contestando con un tono altanero. Lena la miró impasible a la distancia. Aura vio como la chica paseaba su lengua por el interior de la mejilla y luego hacía una mueca de desinterés.

— ¿Y perderme de la hermosa perspectiva que tengo de tus caídas desde esta posición? No gracias.

—Bueno, ¿Qué tal un par de carreras de aquí al inicio del bosque ida y vuelta? —intervino Wade queriendo desviar lo que prometía ser una acalorada discusión entre ambas chicas. Aris y Sara se lo agradecieron con la mirada.

Ellos se organizaron para iniciar su carrera y Lena regresó a su dibujo luego del intercambio de miradas que compartió con su amigo. Wade la conocía demasiado bien y ella sabía que esos ojos oscuros solo prometían una conversación cuando aquello terminara.

Lena sostuvo el lápiz y dejó que su mano trazara líneas y sombras a diestra y siniestra sobre el papel. Se sentía culpable por la forma en que le había hablado a Aura, seguramente se había sentido mal por sus palabras, incluso si esa no era su intención en un principio. Lena solo pensaba en eso, mientras dibujaba y escuchaba los jadeos y las voces de los chicos que tras terminar de correr, empezaron a hacer flexiones sobre la grama.

Lena desviaba su mirada de vez en cuando hacia ellos, o hacia el horizonte y luego volvía a concentrarse en su dibujo. No entendía muy bien lo que estaba haciendo, a veces le pasaba, que empezaba a trazar sin tener una idea exacta de lo que buscaba lograr y aquella parecía una de esas ocasiones.

Se hallaba un tanto ausente, desconectada de la realidad mientras su mano se movía con vida propia sobre el papel. Lena pensó entonces en que habían transcurrido cuatro días desde su fiesta de cumpleaños. Su madre no había vuelto, su padre no estaba mucho tiempo en casa por las mañanas, antes de irse a la oficina, y por las noches llegaba justo para cenar con sus hijos.

Lena seguía pensando en Marina Larsson, en su pesadilla, en el bebé y en toda aquella tormentosa situación. No iba a mentir, estaba exhausta de darle vueltas al asunto, pero este no salía el suficiente tiempo de su cabeza como para darle un respiro. Lena había dejado de dormir. Pasaba la mayor parte de la noche en vela con miedo de que su subconsciente creara nuevas imágenes que le generaran otro disgusto; pero cuando el sueño la alcanzaba, no conseguía dormir lo suficiente. Estaba inquieta, daba vueltas en la cama y despertaba en medio de temblores y escalofríos, siseando de terror.

No fue hasta que Aris sacudió su hombro con suavidad que pudo detener su trazo y los pensamientos apabullantes que la rondaban. Ella volteó a mirar a su hermano, que cargaba su lona de entrenamiento en un hombro. A su lado, Sara también la observaba.

—Lena, te decía que deberíamos irnos ya, va a empezar a oscurecer pronto y es mejor que papá nos encuentre en casa cuando llegue —murmuró el rubio y entonces sus ojos se posaron en el bloc de dibujo que descansaba sobre las rodillas de Lena—. Oye, qué bonito lobo.

Los ojos de la muchacha se deslizaron hasta el papel y la respiración se atascó en su garganta. Contuvo el impulso de toser mientras analizaba al lobo que había dibujado con sus propias manos. Identificarlo no era cuestión de astucia, Lena supo de inmediato que acababa de retratar al feroz lobo de su pesadilla, y algo muy en el fondo le decía que era la misma criatura que había asesinado a Marina.

Sin querer concluir que hasta en su arte se había visto reflejada la conmoción en la que vivía por aquel caso, cerró su cuaderno de dibujo con movimientos nerviosos y erráticos y metió a prisas el objeto en su mochila morada.

Aris la vio hacer con un gesto extrañado, pero dejó pasar por alto el titubeo y el leve temor que se paseaba por los ojos de su melliza, pues esta aparentó normalidad con su expresión impasible de siempre.

Había un resplandor de luz de luna que se colaba por la ventana de la habitación.

Lena despegó su mirada del libro que leía y miró a su alrededor cuando un siseo llamó su atención. Sus ojos dieron con un hombre de pie al final del pasillo de la sección de comics de la biblioteca y cerró el libro que estaba leyendo de un sopetón. Lena sintió que el pecho se le agitaba y sus mejillas se calentaban mientras le apartaba la mirada con timidez.

Volvió a mirarlo con añoranza.

Era un chico de unos 20 años, por lo menos, robusto, de piel morena y ojos cafés. Tenía el cabello en rizos castaños que le llegaban a la altura de los hombros, usaba lentes redondos y una chaqueta de mezclilla en cuyos bolsillos, escondía sus manos. La miraba con una chispa vigorosa en los ojos y una preciosa sonrisa de dientes perfectos.

Lena no recordaba haberlo visto en su vida, pero sentía que lo amaba con todo su ser. Había algo en él que derretía su corazón.

El muchacho le hizo señas de que la esperaba en la entrada de la biblioteca y se retiró para dejarla empacar sus cosas en calma. Lena se sentía en trance, actuando en automático, como si aquello fuera lo más normal y rutinario para ella. Pero aunque guardaba cierto desconcierto por el lugar en el que se encontraba, las pertenencias que guardaba en una mochila rosa y las ropas que vestía en ese momento, todavía continuó actuando con naturalidad.

No tenía ningún sentido, pero miró la luna a través de la ventana de aquella biblioteca, que estaba segura, nunca había visitado, pero que por alguna razón le resultaba tan familiar, como si pasara allí todas las noches antes de que aquel chico moreno la pasara a recoger.

Se colgó la mochila de un hombro y se encaminó por el pasillo hacia la entrada principal. Se despidió con un ademán de la bibliotecaria quien le sonrió tan cándidamente como si la hubiera visto crecer y salió de la biblioteca tras atravesar el umbral de la entrada. Pensó en lo extraño que era que el sujeto que le había indicado que la esperaba afuera no estuviera por ningún lado, pero en efecto, allí no estaba.

La posición de la luna en el cielo le indicó que no era precisamente temprano, e ignorando lo extraño que era que la biblioteca siguiera abierta a esa hora, bajó las escalinatas del porche. Al frente estaba el andén y la carretera; y del otro lado, una serie de locales comerciales que se encontraban totalmente cerrados. La calle estaba desierta para variar.

El ambiente tenía un ligero toque de humedad y sintió calor una vez hubo abandonado el aire acondicionado del recinto a sus espaldas. La sudadera amarilla que llevaba puesta no colaboraba. Se sentía incómoda, además de que un extraño olor a azufre inundó sus fosas nasales.

Escuchó un ruido seco y su cuerpo se tensó. Le recordó al sonido de unos sacos de arena cayendo contra el piso, seguido de una risa que le heló la sangre. Algo no andaba bien.

En contra de las alarmas en su cabeza y el punzante instinto de correr en la dirección opuesta sin mirar atrás, Lena caminó hacia el origen de tan inquietantes sonidos. Terminó por adentrarse en el callejón que quedaba junto a la biblioteca y aunque al principio no pudo ver nada por lo oscuro que se encontraba el lugar, pronto sus ojos dieron con un cuerpo en el suelo.

Era él, el chico al que era tan devota y que ni siquiera conocía. Estaba tendido en el suelo sobre su propio costado, tenía los ojos abiertos y perdidos, la boca semi abierta, como si se hubiera quedado a medio camino de emitir un grito desesperado. Tenía el cuello expuesto y acomodado en un ángulo extraño que alguien vivo no podría permitirse.

Estaba muerto, tan muerto que ella sintió que perdía todo norte.

¿La causa de muerte? Bueno, eso era más difícil de entender para ella. La piel de su cuello se hallaba desgarrada, con sangre que salía a borbotones de lo que parecían... ¿mordiscos? Lena no sabía a ciencia cierta, pero parecían marcas de colmillos que habían perforado su pulcra piel y parecía tener la tráquea rota también.

El desconcierto, el miedo y el desconsuelo la congelaron en su sitio y no supo hacer más que obligarse a respirar, aunque lo que veía frente a ella acababa de arrebatarle todas sus ganas de seguir haciéndolo.

Se llevó una mano al vientre y cayó de rodillas al suelo mientras su mochila se deslizaba de su hombro y caía a un lado. Un jadeo escapó de sus labios y se ahogó en el inminente llanto que le sobrevino. Le costaba entender, no podía procesar que lloraba por la muerte del que había sido el amor de su vida y ahora no sabía qué hacer. Sentía una desesperante agonía empezar a embargarle, hubiera preferido que le arrancaran el corazón aún en vida, que presenciar aquello.

Lena no entendía por qué le dolía tantísimo ver muerto a aquel desconocido, pero sentía el dolor de haberlo perdido en carne propia.

Fue entonces que escuchó el sonido de pisadas acercarse a ella y sus ojos finalmente pudieron abandonar al cadáver del chico. Su vista se posó en la sombra de dos personas que estaban a unos metros de su posición. La más cercana era una mujer joven, de cabellos castaños y mirada burlona; detrás suyo un chico que aparentaba rondar su misma edad y que observaba al cadáver compungido.

Las lágrimas no la dejaron detallar en el rastro de sangre que le escurría de las esquinas de la boca y que impactaba con el asfalto bajo sus pies.

Lena fijó sus ojos en la mujer, que avanzó unos pasos, pasó por encima del cuerpo muerto y pateó una de sus piernas como si le estorbara. La castaña la miraba con atención, como estudiando sus reacciones. Un deje de sorpresa se paseó por sus perversos ojos.

—Parece que no me tienes miedo —masculló con una voz rasposa y sensual que la hizo sentir arcadas—. Pues deberías, cariño.

No sabía cómo interpretar sus palabras, mucho menos la sombra que nubló los ojos de la mujer antes de que su rostro se tornara en algo demoníaco y tétrico que ella nunca había presenciado. La tez de su cara empalideció, unas ojeras moradas rodearon sus ojos, sus escleróticas enrojecieron y sus irises se tornaron de un brillante rojo carmín que le recordó al color de la sangre. La mujer entreabrió la boca para dejar ver cómo sus colmillos crecían tanto que no le permitían unir sus labios. Lucían filosos, Lena los creyó capaz de perforar cualquier cosa.

La imagen de aquel demonio —porque no sabía cómo más llamarlo— era aterrorizante. En otras circunstancias probablemente se hubiera desmayado del susto y la impresión, pues era algo digno de hacerla sentir terror absoluto. Pero algo en ella no podía sentir más que congoja y pérdida.

De modo que haciendo a un lado las miles de preguntas que se atiborraban en su cabeza, Lena sollozó bajito y volvió a mirar a su amado. Solo había algo que la llenaba de certeza: el inminente deseo de morir.

—Mátame —suplicó ahogada, a Lena le pareció extraña su propia voz. Algo dentro de sí, sabía que aquellas horribles criaturas habían asesinado a su amado, si podían acabar con su insoportable existencia en aquel momento, ella se sentiría en paz. No había otra cosa en la que pudiera pensar en ese momento que alcanzarlo en muerte.

La mujer relajó el atisbo de ferocidad en su rostro y sus facciones se volvieron más normales, más humanas. Sus expresiones se debatieron entre la curiosidad y la depravada diversión que tanto parecía caracterizarla. El chico tras el demonio observó a Lena con intriga y asombro. Pero ella no lo miró demasiado, regresó su vista a la mujer, que ahora solo la miraba con una sonrisa sin colmillos y ladeaba la cabeza, como decidiendo qué hacer con ella.

—Los humanos son patéticos —comentó y rompió a reír a carcajadas. El chico detrás de ella se removió incómodo, Lena pensó que parecía su subordinado. Sintió al demonio con forma femenina acercarse hasta su posición y retirarle un mechón de cabello de la cara. Retiró una lágrima de su mejilla izquierda y el tacto helado de ella reafirmó su teoría de que aquello no podía ser humano—. ¿Matarte? Aunque luces exquisita, todavía no lo decido, ¿Tú qué opinas, Joe?

Pero no recibió respuesta inmediata por lo que solo resopló y el aire cálido que salió de su boca la hizo reaccionar. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo iba a permitir que aquella cosa le arrebatara la vida? Por mucho que sintiera desasosiego por la muerte de aquel chico, en realidad todavía no salía de su asombro por todo aquello. No había valorado realmente la idea de morir, pero parecía que su previa convicción con respecto a eso iba a otorgarle la oportunidad de hacerlo.

Lena sintió un terror inmenso adueñarse de su cuerpo. Tenía una familia en casa, unos padres increíbles, tres hermanos grandiosos y un mejor amigo estupendo que representaban lo que más adoraba en la vida. No podía morir en manos de aquel asqueroso vampiro.

Pero aquella seguridad por salvaguardar su integridad, llegó demasiado tarde.

Un olor intenso a azufre inundó sus fosas nasales mientras veía el rostro de la mujer tornarse demoníaco de nuevo. Vio sus afilados colmillos y quiso gritar, por miedo, por ayuda, pero no pudo. Se paralizo en las manos de aquella cosa, que la sujetó por la nuca y por el brazo.

Lo último que vio fue la sonrisa pérfida de la castaña antes de que desviara su rostro hacia su cuello expuesto y se aproximara hacia este. Lena no podía moverse o reaccionar, pero sintió un intenso aguijonazo cuando los colmillos de ese monstruo se clavaron en la piel de su cuello.

Dolía, no solo la perforada con aquellos colmillos tan filosos como un bisturí quirúrgico, sino sentir la succión que ejercía sobre su sangre. Le estaba chupando la sangre, el sonido era repugnante, pero la sensación de sentir que la vida se le iba en ese momento era algo sorpresivamente... placentero.

No lo esperaba, era embriagante el dolor punzante en su piel. La mujer parecía calmada al principio, asesinándola lentamente, pero Lena empezaba a sentirse relajada en su tacto, aunque se sintiera morir. Era extraño, no sabría explicarlo, pero era estimulante. Lo sentía como una droga extendiéndose por todo su sistema, al mismo tiempo en que empezaba arder en su sangre.

Por un segundo llegó a pensar que podría quedarse allí toda la vida, sin embargo empezaba a quemarle en las venas.

Entonces ella se separó. La sujetó por la mandíbula con ambas manos y la miró a los ojos. Su rostro volvía a la normalidad, a excepción de sus colmillos. Tenía toda la boca manchada de su sangre y de su barbilla escurrían algunas gotas de aquel líquido.

—Mh —murmuró Lena sintiéndose mareada.

—Tus deseos son órdenes, cariño —respondió la mujer. La fuerza que ejerció sobre su mandíbula, por un momento, la hizo pensar que se la destrozaría con las manos. Pero ella solo le giró la cabeza a un lado con suficiente fuerza y Lena lo perdió.

Acababa de romperle el cuello.

Lena despertó en su cama, con las pulsaciones a mil y la respiración desbocada. Una ligera capa de sudor le cubría la frente y se sentía febril. Estaba en su cama, todavía no había amanecido, pero ella estaba sana y salva.

De nuevo, solo había sido una maldita pesadilla.

Volvió a apoyar su cabeza en la almohada mientras se obligaba a controlar su respiración, ajena a que en la isla aledaña a la que ella habitaba, un chico de impresionantes ojos grises, despertaba sofocado y aterrorizado, por la pesadilla que acababa de tener.

Los vampiros eran demonios muy escalofriantes.

Continue Reading

You'll Also Like

230K 24.1K 30
الرواية بقلمي أنا إنتصار لخضاري (غيمة) سأقاضي كل من ينقلها بدون إذني . 🍂تنتقل فتاة المدينة للعيش في بيت جدتها في الريف بعد ذلك الحادث الذي تسبب في م...
294K 28.8K 46
[LIBRO 1] No respires cerca de él. No lo mires a los ojos. No le preguntes por su collar. No busques las razones. Es él, la imagen de la perfección m...
3.7K 93 20
¿Te gusta el terror? Aquí te lo ofrezco en monodosis. Veinte historias de terror para leer en poco tiempo pero que no te dejarán indiferente. Espero...
166K 6.3K 22
Oc female Jackson x Hermes x Apollo x Ares