La Niña de las Pesadillas.

By zaesov

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En un mundo de fantasía, seres mágicos y cientos de probabilidades, las pesadillas no son precisamente algo c... More

Sinopsis
Prefacio
Prólogo
1
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X.
Capítulo XI
2
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII

Capítulo I

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By zaesov

Capítulo I: Birthday.

Empezó su cumpleaños con el pie izquierdo.

Un terror absoluto le impidió moverse de la cama a media mañana cuando su mente despertó. Aunque el aire acondicionado mantuviera el clima dentro de su casa helado, ella estaba sudando, con los nervios de punta y el corazón latiendo apresurado dentro de su caja torácica.

Pero su madre y su hermana pequeña irrumpieron por la puerta de su habitación y el solo verlas impidió que pudiera procesar lo que le estaba pasando. Fue una suerte que Tania Cabrini y Ela Gray la colmaran de besos, abrazos y deseos de cumpleaños. Fue así como Lena pudo despejar su mente de tan horrible sueño que acababa de tener.

Su hermosa madre tenía una caja que no tardó en extenderle y, Ela una bolsa de regalo color morada que dejó sobre su mesita de noche.

Aunque fuera mayor que ella por solo dos años, Helena la veía crecer con tanto orgullo. Su hermana estaba casi tan alta como ella y ya sabía por boca de su madre que se había recortado el flequillo a la altura de las pestañas, pero verla finalmente solo le confirmaba que cualquier cosa le sentaba bien. Y es que con su pequeño rostro de porcelana, aquello era normal.

Fue entonces cuando la puerta volvió abrirse y Lena vio en el marco de la puerta a un joven rubio tallándose los ojos con pereza. Sonrió instintivamente a medida que el chico avanzaba hacia ella y la rodeaba con sus brazos. Leo Aristoteles Gray depositó un suave beso en la frente de Lena y procedió a esconder la cabeza en su cuello haciéndola reír.

—Feliz cumpleaños, Aris —murmuró Lena con voz soñolienta pero que desbordaba todo el cariño que sentía por su mellizo.

—Feliz cumpleaños, Lena —respondió él revolviendo los cabellos ya desaliñados de su hermana. Esta le propinó un leve empujón de inmediato. Ambos se separaron y voltearon a mirar a su madre y hermana quienes los miraban sonrientes—. Solo para que lo sepas, ellas fueron a mi habitación primero —se burló.

Lena lo miró impasible.

—Eso solo demuestra que a mí me quieren más porque me dejaron dormir otro rato —farfulló ella sacándose las sábanas de encima.

—No, eso demuestra que a mí me extrañaron más.

—Ni en tus sueños, idiota. Todos sabemos que soy la favorita aunque Ela, papá y mamá nunca lo van a admitir frente a ustedes —rezongó la pelinegra y vio a su hermano abrir la boca con fingida indignación.

—Chicos, paren con esta boba discusión, no tenemos un favorito, ¿cierto, Ela? —La susodicha se sonrojó al tiempo en que negaba con la cabeza—. A los tres los queremos por igual.

—A mí un poco más.

—Lena —le riñó su madre y ella cerró la boca—. Mejor vamos a desayunar que nos espera un largo día —sugirió acercándose a darle un beso a dos de los cumpleañeros—. Sara y su padre están preparando el desayuno, voy a asegurarme de que no incendien la cocina —indicó y acto seguido salió del lugar.

Aris entonces sonrió con maldad y se apresuró a llegar hasta su hermana menor. Pasó su brazo por su espalda y el otro por sus piernas y la levantó. Ela soltó un chillido de sorpresa y empezó a removerse.

—Aris, bájame —pidió la chica con las mejillas rojas.

—Te extrañé mucho, hermanita —dijo estampándole un sonoro y baboso beso en la mejilla. Lena esbozó una mueca de asco pero Ela contuvo una sonrisa.

—Ya bájame, Aris, no soy más una bebé, por las deidades.

—Siempre vas a ser mi bebé, Dabrita. —Ela resopló ante el apodo—. Lena, date prisa, te esperamos abajo —masculló y empezó a caminar hacia la salida con una enfurruñada Elaine entre sus brazos—. Vi que te cortaste el flequillo, te ves preciosa, pero ¿acaso estás intentando conquistar a alguien y yo no me he enterado? Mira que he estado yendo a los campos de entrenamiento y con estos mismos brazos con los que te levanto, puedo romper huesos.

Ela bufó y le soltó un manotazo en el hombro. Lena hizo una mueca escuchando a su ridículo hermano y se puso de pie.

—Eres un idiota —Aris jadeó.

—Oh, pero que boca tan sucia tienes, Dabria Elaine —se burló mientras caminaban por el pasillo del segundo piso hacia las escaleras. Lena no alcanzó a oír la respuesta de su hermana porque se encerró en el baño a lavarse la cara y los dientes.

Salió de su habitación y le echó un vistazo por encima a sus regalos, los dejó sobre su mesita de noche, tendió la cama, agarró su teléfono celular que estaba sobre una de las almohadas y salió de la habitación. Todavía estaba en pijama, se había atado el cabello en una coleta alta, pero pensó que tal vez algo bueno podría salir de ese día, al fin y al cabo, estaba con su familia.

Encontró a su madre en el comedor poniendo la mesa y se dispuso a ayudarla. Lena iba a ir a la cocina por cubiertos cuando su madre le comunicó que había convencido a Lauren de cancelar la cita en el spa y la iba a dejar tranquila por el resto de la mañana.

Helena se sentía más relajada porque ya no iba a sufrir los masajes ninjas que daban las vampiresas del spa de su tía, pero ni siquiera eso evitó que su cuerpo se tensara como una roca nada más al notar la melena de cabello rubio de Saraeeh Gray apenas ingresó a la cocina.

Ella no se había percatado de su presencia aún, pues estaba concentrada en la charla que llevaba en ese momento con su padre. Ambos terminaban de servir el desayuno sobre la encimera. Lena la vio cortar salchichas mientras Cezarh Gray untaba mermelada de fresa en las tostadas.

Sara tenía el cabello en ondas a la altura de su esbelta cintura, estaba un palmo más alta que la última vez que la vio y a diferencia de sí misma, la pubertad ya había hecho su magia. Sus caderas estaban un poco más anchas, sus rasgos más maduros y atractivos, y Lena quiso llorar al ver que a ella sí le siguieron creciendo los pechos.

Pero entonces Sara la miró, su sonrisa se congeló en su rostro y cualquier rastro de emoción que pudieran reflejar sus facciones, Lena se forzó a no dejarlo salir. El ambiente en la cocina se volvió terriblemente tenso al instante. Su madre entró detrás de ella y compartió una mirada de angustia con su padre. Ela y Aris sentados sobre las butacas de la encimera apartaron la mirada con incomodidad.

Sara Gray era su otra hermana, su otra melliza para ser exactos.

Para todos estaba bastante fresco el recuerdo de la última vez que Sara y Lena Gray se habían visto. Hacía unos meses habían tenido una discusión bastante acalorada que había terminado con una Lena diciéndole a su hermana que su egoísmo iba a terminar enterrando a todos a su alrededor y remató con un gancho derecho que Sara le lanzó en respuesta.

Habían proclamado odiarse desde su previa fiesta de cumpleaños, y no había nada que mortificara a sus padres en aquel momento que la mala relación de sus hijas mayores.

—Feliz cumpleaños, Lena —masculló Sara con un tono que pretendía ser neutro, pero a la astucia de Lena no se le pasó por alto su ironía.

—Feliz cumpleaños, Sara.

El caso de los trillizos Gray era bastante... Curioso. Cuando eran pequeños eran irremediablemente inseparables, se adoraban al punto de que su vida se resumía a la felicidad de los otros. Se amaban, hacían todo juntos y se apoyaban en todo. Pero entonces, la relación entre sus padres empezó a venirse abajo y la convivencia en casa se tornaba pesada. Para el momento en que Tania y Cezarh decidieron divorciarse, ya sus discusiones habían hecho mella en la relación de los trillizos, quienes habían estado tomando partido en los problemas de los mayores, con tan solo doce años.

Sara empezaba a creer en el desinterés de su padre hacia ellas, Lena objetaba que su madre no estaba tratando de entender al Gray y Aris sostenía que ambos adultos lo intentaban a su manera y que no podía elegir a cuál de sus padres apoyar; pero aunque sus padres intentaron forzar su vínculo de pareja para evitar afectar negativamente a sus hijos, los trillizos empezaban a chocar por cada nimiedad, y cada vez, con mayor frecuencia.

Finalmente Cezarh y Tania se sentaron a firmar el divorcio y llegaron a un acuerdo en busca de bienestar para su rota familia. Sara y Ela quisieron irse con su madre al mundo Civil, para mayor afinidad con su trabajo y Lena se rehusó a dejar a su padre solo en Thurstine. Aris terminó quedándose con su padre y Lena para igualar condiciones.

Al principio la familia se reunía regularmente, una vez por semana. Pero luego ya no eran cuatro veces al mes, sino dos, luego una sola. Luego una vez cada dos meses, luego una vez cada trimestre y últimamente sólo en las fechas especiales.

La distancia empezó a complicar la relación de las mellizas más que nada, quienes iban creciendo e iban forjando sus propios caracteres. Con el tiempo las cosas eran bastante claras, la una era lo que la otra no. Sus personalidades eran muy distintas, sus gustos también. No coincidían en nada y cada cosa que hacían de alguna manera irritaba a la otra. Sus desacuerdos empezaban a transformarse en disgustos cada vez que se veían. Y su relación no hacía otra cosa sino empeorar.

Aris se mantuvo parcial, Lena era su mejor amiga en el mundo, compartía muchísimas cosas con ella y vivían juntos, llegar a acuerdos para una buena convivencia facilitó todo para ellos. Pero Aris adoraba a Sara y tenían una muy buena relación, era su hermana después de todo. Él solía visitarlas con mayor frecuencia de lo que Lena lo hacía y pasaba mucho tiempo de esas visitas con su otra melliza, y cuando no se veían siempre estaban en contacto. Se amaban el uno al otro.

Pero las cosas entre Lena y Sara eran muy distintas.

Dejar de verse, interesarse en otras cosas y empezar a acostumbrarse a la ausencia de la otra solo provocó que perdieran el suficiente interés en su hermana, de modo que lo que la sangre había unido, la propia vida se encargó de separar. Y tal vez, es que ellas no lo intentaron lo suficiente con la otra.

Ahora, estaban cumpliendo dieciocho años, oficialmente habían alcanzado la mayoría de edad, apenas se tenían respeto y no soportaban verse. Nadie podía negar que ambas trataran de agradarse siquiera, pero definitivamente llevarse bien no era lo suyo. Y vaya que todos lo sabían, era por eso que no las obligaban a verse, a menos que fuera una ocasión especial. ¿Y qué era más especial que el día más importante en la vida de ambas?

Era el cumpleaños que compartían con Aris, eso era lo suficientemente importante para ellas como para sacrificarse a tener que soportar la presencia de la otra.

O bueno, esa era la concepción que ignoraban sus padres, quienes persistían en el amor que ambas solían profesarse de niñas a pesar de verlas discutir cada vez que se cruzaban.

Nadie dijo nada mientras se sentaban en el comedor familiar a desayunar. Era una mesa de seis puestos, con Cezarh y Tania sentados cada uno en un extremo de la mesa, Lena y Aris sentados juntos a la derecha de su padre y Sara y Ela a la derecha de su madre. Se miraban a las caras sintiendo una presión similar a la que otorgaba una bomba de relojería.

Lena lamentaba los momentos así; no había nada más triste que aquella familia intentando ser eso mismo, porque ya no eran una por mucho que lo intentaran.

O al menos eso creía ella. A veces, el amor no bastaba para mantener a las personas unidas.

—¿Qué tal la escuela civil, niñas? ¿Sigue siendo igual de sosa o ya se sienten más a gusto? —infirió su padre con intención de romper el hielo. Tania lo miró agradecida.

—Realmente uno nunca se acostumbra a rodearse de tanto humano —contestó Sara antes de darle un sorbo al zumo de naranja—. Uno podría considerarlos bastante monótonos, pero... No dejan de ser fascinantes en sí mismos.

Lena la miró mientras masticaba su cereal; era mucho de respetar opiniones ajenas o por lo menos de no ser imprudente con respecto a éstas, pero ¿los humanos fascinantes? No había especie más insulsa y aburrida que esa. Conocía bastante bien del gusto de sus hermanas y madre por los humanos, no por nada esta última había pedido un traslado de la Corte de Veladores, al Departamento de Exploración Mundana. Porque sí, en efecto su madre, Sara y Ela vivían en una pintoresca casa del estado de California, en el subordinado mundo humano.

Y todavía le resultaba ridícula la manera en la que Sara había evitado responder a la pregunta de su padre sobre la tonta escuela en la que estudiaban ella y Ela. Porque estaba de más decir que el sistema educativo humano era de sobra nefasto, y ni siquiera necesitaba pasar un día en una escuela de esas para corroborarlo.

Había leído suficientes informes.

—A ti lo que te parece fascinante es tu nuevo novio —masculló Aris con una sonrisa burlona en la boca. Todos los presentes abrieron los ojos con sorpresa.

—¿Cómo que novio? —interrogó su padre. Lena vio las mejillas de Sara enrojecer con vergüenza. Podía no tener la relación más estrecha con el hombre, pero todavía tenía algo de pudor al hablar de un novio frente a su padre.

—¿Qué novio, Sara? —preguntó su madre más calmada que su padre, quien no hacía nada por disimular el tic en su ojo derecho.

—¿Q-qué no-vio? —tartamudeó con nerviosismo. Miró entonces a su hermano mellizo y la expresión de vergüenza se tornó en enojo. Infló las mejillas y frunció el ceño hacia el rubio que seguía sonriendo con sorna. Acto seguido, Lena recibió una patada en la espinilla.

— ¡Auch! —se quejó echando la silla hacia atrás y agachándose para ver el lugar golpeado. La zona ya se encontraba roja y Lena mentiría si dijera que no le dolía. Sara usaba unas botas pesadas y ella tenía la piel delicada. Soltó un sollozo bajo y se frotó el lugar adoloridos. Los golpes en la espinilla tendían a ser bastante punzantes. La impresión del contacto llevó a Lena a soltar un par de lágrimas y mirar enfurecida a su melliza que ya la miraba alarmada—. ¿Qué rayos te sucede?

—Joder, lo siento. La patada no era para ti, tu pierna estaba en la mitad —murmuró la rubia con arrepentimiento en sus facciones. Vaya que su intención no era iniciar una reyerta en el desayuno.

—¿Acaso eres idiota? —A Lena las disculpas de la contraria no le parecieron sinceras. Sara arrugó el entrecejo y la miró enfadada.

—Te dije que lo sentía.

—Vaya gracias, eso cambia mucho las cosas.

—Que exagerada que eres. No va a existir rastro del golpe en treinta minutos —dijo quitándole hierro al asunto con un gesto de la mano y clavándole el tenedor a su salchicha con rabia. A Lena no le costaba nada sacarla de sus casillas.

—No sabía que poseer regeneración sobrenatural me restaba dolor. Gracias por el dato, hermanita —contestó Lena. Quería saltarle a la yugular en aquel momento.

—¿Por qué tienes que hacer un drama innecesario por todo? Ha sido una simple patada inofensiva, niña.

—Una patada inofensiva te voy a dar yo a ti en la cara.

—No te esfuerces porque te dolerá más a ti que a mí.

—¿Quieres probar?

—Ven entonces, yo también puedo...

— ¡Chloe Helena! —exclamó su padre.

— ¡Allen Saraeeh! —Esa era su madre.

Ambas chicas se callaron de inmediato, pero la guerra de miradas que mantenían no cesó. Helena se dio por vencida moviendo sus ojos hacia el desayuno. Se regañó mentalmente porque se había propuesto pasar su cumpleaños en paz y apenas eran las 9 de la mañana y ya había estado a punto de saltarle a Sara sobre la mesa con cuchillo en mano.

Su madre tenía una expresión triste, al igual que Ela. Cezarh una mueca de incomodidad y Aris ya no sonreía claramente. Tenía una expresión de congoja en sus facciones que Lena conocía muy bien. Se estaba culpando a sí mismo por haber provocado esa situación con sus impertinencias. Lena quiso decirle que no tenía la culpa de que Sara fuera una bruta salvaje, pero prefirió morderse la lengua.

Quiso llorar en ese momento.

—Se me fue el apetito —farfulló con desánimo apartando su plato y poniéndose de pie. Empezó a cojear en dirección a las escaleras.

A medida que subía las gradas hacia la segunda planta, sintió un leve mareo; seguido a eso una fuerte jaqueca la detuvo en seco. Se quedó de pie a mitad de las escaleras y se sostuvo de la barandilla. Las piernas le temblaron y sintió un escalofrío subir por su espina dorsal.

—Lena, ¿estás bien? —Escuchó la pregunta de Ela y gimió audiblemente porque la intensidad de la corriente en su cabeza no hacía más que aumentar. Cuando cerró los ojos, vio cientos de puntos rojos. Se dobló sobre su abdomen ligeramente.

Con los ojos cerrados, su mente rememoró la imagen de un lobo atacándola, volvía a sentir sus filosas garras romper la piel de sus hombros y la sangre escurriendo por sus delgados brazos. Sintió un frío pavoroso y sus oídos pitaron ante el recuerdo del llanto desconsolado de un bebé indefenso.

¿Qué diablos era todo eso? ¿Por qué no se había quedado en un mal sueño que ni siquiera había tenido tiempo de procesar?

—¿Lena? —La voz distorsionada de su madre llegó hasta sus oídos, pero aunque quiso abrir la boca para decirle que estaba bien, sus cuerdas vocales no emitieron sino un ahogado quejido. Sentía lágrimas resbalando por sus mejillas. Tiró de sus rizos azabaches con fuerza como si eso fuera a disminuir su agonía. Pero el dolor recorriendo su cráneo era superior a cualquier otro dolor que hubiera sentido nunca. No lo soportaba.

Ella no se dio cuenta, pero sus padres y hermanos se pusieron de pie y se apresuraron a llegar a ella.

El dolor mermó de pronto, al igual que su desesperación, se incorporó suavemente a tiempo de ver a su padre rodear el sofá de la sala y a Aris apresurar su paso, acercándose a las escaleras.

Fue entonces cuando perdió el control de su cuerpo y su consciencia.

Su familia la vio desfallecer y rodar por las escaleras.

Cuando volvió a abrir los ojos, se sentía inexplicablemente adolorida y agotada. La cabeza le zumbaba y las extremidades las sentía pesadas. Se sentí débil, como que no tenía fuerza para ponerse en pie. Pero Lena se encargó de disimularlo.

Estaba acostada en su preciada cama, con las frazadas moradas cubriéndola hasta el cuello; al pie de su cama estaba su madre mirándola fijamente. Lena la vio suspirar de alivio al verla despierta mientras ella deslizaba sus ojos por el resto de la habitación, percatándose de la presencia de su padre en la silla de su tocador.

Se incorporó sobre el colchón bajo la atenta y preocupada mirada de sus progenitores.

—Hija, ¿estás bien? —interrogó su padre acercándose hasta su posición, la tomó de los hombros y la zarandeó levemente. Lena recordó entonces el incidente en las escaleras, su mente tenía grabada a fuego la imagen de un lobo gris con blanco. Sintió su vello erizarse, pero se forzó a sí misma a mantener el tipo, sus padres ya se veían lo suficiente alarmados.

Ella asintió con la cabeza a la pregunta de su padre y lo siguiente que sintió fueron los brazos de su madre apretujándola, no sabía en qué momento había llegado a su posición, pero allí estaba asfixiándola en un abrazo y llorando sobre su hombro.

—Estábamos muy preocupados, mi amor —murmuró con voz ahogada. Lena sintió una leve opresión en el pecho. No había algo más importante para ella que la paz de las personas a las que amaba, le gustaba brindarles tranquilidad y confort, no lo contrario. Sabía que junto a Aris, Sara y Ela, era lo más importante en la vida de sus padres, y ellos para ella significaban el mundo también.

Lena sintió los leves espasmos del cuerpo de su madre, y vio sobre su hombro las líneas del rostro angustiado de su padre. No tenía corazón para contarles de su horrible sueño y cómo empezaba a sospechar que tenía que ver directamente con el episodio en las escaleras. Porque tendría que explicar entonces, cómo demonios estaba soñando. Porque aunque para un humano fuera lo más normal del mundo, los seres de aquella tierra, de origen sobrenatural no hacían tal cosa. Mucho menos, tener pesadillas; así lo habían decretado las deidades.

—¿Qué pasó en las escaleras, Lena? —preguntó Cezarh. Lena no le apartó la mirada.

—No lo sé —respondió de la manera más sincera que pudo. Ella nunca había vivido algo así, por lo general los malestares físicos a ellos no los azotaban tan terriblemente como a un humano promedio, pues los submundos tenían dotes de curación sobrenaturales; por ende que uno de ellos sufriera un simple dolor de cabeza era demasiado inusual. No tenía realmente cómo defender aquello, sin preocupar aún más a sus padres.

—Eso parecía un desmayo. Los humanos los tienen a veces cuando se enferman o no se sienten del todo bien —explicó su madre separándose ligeramente y acariciando el cabello de su hija—. Pero es extraño que te suceda a ti, porque no eres humana.

A Lena se le encendió una bombilla en la cabeza.

—Claramente no soy humana, mamá y si fuera una bruja ya lo sabríamos hace tiempo. Lo más probable es que sea una cambiaformas como papá, y en ese caso sería una híbrida —masculló con los ojos entornados—. Yo... Bueno, con todo esto de la preparación de la fiesta que está organizando la tía Lauren y que en ausencia de Sara y el desinterés de Aris, solo me abruma a mí con tantas cosas, no he estado descansando ni comiendo bien —confesó apenada—. Y he estado dibujando hasta muy tarde para relajarme. —Sus padres solo la miraban con atención. Ella esbozó una mueca avergonzada; al fin y al cabo, aquello no era una mentira del todo—. Sabemos que el desgaste físico les pasa factura a los humanos, y aunque no me puedo comparar con ellos, es cierto que soy en parte humana y cuando excedo mis propios límites también puedo padecer como ellos. —Tania sabía que su hija llevaba razón, de hecho, esa era la principal causa por la que los submundos cuidaban tanto de sí mismos, porque aunque fueran en parte humanos, no iban a permitirse nunca tener sus mismas debilidades.

—De igual forma, Lena, aunque este tipo de cosas no te afecten de la misma manera que a los civiles, tienes que cuidarte un poco más —dijo su madre con afecto. Lena torció el gesto—. Ya estás creciendo y por mucho que nuestra principal misión en la vida sea cuidar de ustedes, tienes que poner de tu parte también. Me cuesta un poco entender cómo siendo tan controladora con todo, olvidas ponerle un poquito de orden a tus hábitos, cariño.

—Tienes razón, mamá, lo haré de ahora en más —contestó esbozando una ligera sonrisa para tranquilizarlos. Surtió efecto de inmediato porque ambos le sonrieron también y cada uno le estampó un beso la mejilla. Lena se tensó por unos segundos y aceptó el otro beso que su padre depositó en su frente.

Sus padres eran muy dados a las demostraciones físicas de afecto, creía que por eso y algunas cosas más, se seguían entendiendo tan bien luego de su divorcio; pero Lena apenas podía lidiar con eso. No era muy fan del contacto físico, aunque su familia en general sí que lo fuera.

—Ahora, lo que tienes que hacer es ponerte bonita porque vamos a ir al almuerzo de campo que organizó tu tía en el club y luego de eso a la gran fiesta tan esperada. —Lena sonrió fingidamente ante las palabras de su madre. No podía importarle menos el itinerario de la celebración de su cumpleaños, si fuera por ella se quedaría en casa durmiendo, pintando o leyendo cualquier cosa, o jugando con el gato intruso que se colaba en el jardín de su casa todas las tardes.

Cualquier cosa sonaba mejor que tener que salir de su hogar.

Pero no ir tampoco era una opción, su querida tía se había esforzado en preparar un día especial para ellos y no iba a despreciarle el gesto.

Iba a quejarse con su madre de que todos los años era lo mismo, que estaría genial que escucharan lo que Sara, Aris y ella querían realmente por su cumpleaños y dejaran de suponerlo, pero entonces el teléfono de su padre empezó a sonar y este se puso de pie mirando el identificador de llamadas con el ceño fruncido. Lena lo vio contestar.

—Lizzeth, te dije que me iba a tomar el día libre, es el cumpleaños de los trillizos y... —Se interrumpió a sí mismo y Lena escuchó el murmullo de la voz de la adorable secretaria de su padre a través del teléfono—. Está bien, ya reviso el plano y te mando la valoración... Está bien... No, no te preocupes... Bueno.

—¿Qué pasó? —interrogó su ex mujer viéndolo con una ceja arqueada. El hombre le restó importancia con la mano.

—Tengo que revisar un plano urgente de última hora, pero no me tardo, lo juro. —Lena asintió con la cabeza ante las disculpas tácitas en los ojos de su padre—. Estaré en la oficina del ala este, me avisan cuando estén listos para irnos.

—Bien —respondió Tania y se volvió a mirar a su hija quien observaba a su padre salir de la habitación—. Cariño, voy a llamar a Lauren ahora, no te tardes alistándote, por favor, te espero en la planta baja.

Lena asintió y ella salió del cuarto cerrando la puerta detrás suyo. Pero aunque debió haberse ido a bañar de inmediato, se puso a revisar un libro de anatomía submundana que tenía en una estantería. No quería pensar que había algo malo con ella, pero era justo así como se sentía.

Le molestaba toda aquella situación, ¿Por qué de repente soñaba? ¿Por qué se sentía tan mal? El cuerpo apenas le respondía. No tenía sentido aquel estado tan frágil en el que se encontraba su cuerpo.

Lena no era muy activa, aunque como el ser sobrenatural que era solía tener bastante fuerza vital, aunque no lo pareciera. Pero definitivamente estaba en medio de una situación complicada.

La vida de Helena Gray era bastante simple hasta ese momento. Hija de padres divorciados, hermana melliza de una rubia arrogante con la que no se llevaba bien y de un rubio engreído que era el centro de su universo; era la hermana mayor de una dulce chica llamada Elaine, quien era de lejos, la persona más noble que Lena conocía.

Había nacido un doce de agosto de hacía dieciocho años atrás, treinta minutos antes de Sara y solo veinte antes de Aris, en una clínica privada del norte de la isla de Johertham en el distrito de Vanae. Su padre era un arquitecto millonario director de una importantísima empresa de arquitectura y diseño; era un hobbard del tipo cambiaformas y un padre afectuoso, aunque un poco consumido por el trabajo. Su madre, era una bruja, jefa del Departamento de Exploración Mundana de la Corte de Exploración del Consejo Winnex —un nombre innecesariamente largo para una entidad, le parecía—. La mujer vivía en San Diego, California, junto a dos de sus hijas debido a su trabajo. Y era una madre muy atenta y amorosa.

Sus dos progenitores eran de familias pertenecientes a la élite Thurstiriana.

Helena había crecido rodeada de lujos y comodidades aunque constantemente se sintiera como una hormiga en la gigantesca casa en la que vivía. Sus mejores amigos eran su propio hermano y un chico llamado Wade Holtman, y le gustaba pasar su tiempo libre dibujando o pintando, leyendo libros de historia, de arquitectura o de ciencia, o jugando videojuegos o escapándose de casa para ir a dibujar los paisajes que le otorgaba su hermosa ciudad/isla mientras Wade y Aris parloteaban sobre sus lecciones de karate o sus últimos partidos de fútbol con sus otros amigos. Lena, nunca les hacía mucho caso, porque generalmente hablaban de muchas trivialidades, pero disfrutaba pasar el tiempo con ellos.

Ella había estudiado en las mejores escuelas, no solo de su distrito, sino de todo Thurstine y era bien conocida, no solo por la relevancia de su familia, sino por ser insoportablemente sabionda. Se había ganado el fastidio de varios de sus compañeros de clase, pero a expensas de lo poco que le importaba la opinión que otros niños ricos tuvieran sobre ella, seguía siendo igual de irritante.

Hacía algunas semanas, Aris, Sara, Wade y Lena habían sido aceptados en la Escuela de Formación para jóvenes Submundos Zilhardt. Allí en Thurstine, era lo más parecido a lo que los humanos llamaban Universidad, solo que en lugar de especializarse en una sola cosa, se exigía que los alumnos se formaran en todas las áreas posibles para afrontar el futuro. En Thurstine, las cosas eran así de complejas.

Lena había soñado con estudiar allí desde que tenía memoria, pero Zilhardt no era precisamente un lugar sencillo al que acceder, era bien sabido que allí asistían los hijos de gente noble, aristócratas y sus allegados; tenía fama de ser bastante estricta, con una formación rigurosa y se decía que agobiante. Pero no cabía duda que otorgaba la mejor educación posible, por ello los padres invertían tanto dinero; después de todo, de allí salían los mejores guerreros, cazadores, profesionales y pensadores que ocupaban los altos cargos dentro del Consejo y eso era lo mejor a lo que cualquier Thurstiriano podía aspirar.

Su sueño se había hecho realidad cuando al buzón de casa llegó la notificación de que había sido invitada a formar parte del cuerpo estudiantil para el próximo ciclo escolar, que daba inicio a principio de septiembre. Interrumpió la siesta de su hermano para mostrarle su carta de aceptación y llamó a Wade de inmediato para asegurarse que tuviera la suya también. Supo por su madre, que a Sara le había llegado la misma carta.

En realidad, bien sabía que todo su círculo social había sido admitido, incluso los más indeseables. Y es que resultaba inconcebible que la élite de Thurstine no formara parte de Zilhardt, al fin y al cabo, eran las grandes contribuciones de dinero que se realizaban, lo que hacía de la calidad educativa algo admirable.

Y aunque la organización de su fiesta de cumpleaños había acaparado gran parte de su rutina en los últimos días, la idea de que faltaban a lo mucho tres semanas para el inicio de clases, no había abandonado su mente en ningún momento. Estaba nerviosa, emocionada, ansiosa y muy en el fondo, asustada; pues algo le decía que la vida le iba a cambiar completamente.

Ingresar a las escuelas de formación allí en Thurstine eran el punto de quiebre de la infancia de muchos, más allá de ser oficialmente adultos, debían afrontar la realidad de lo que era pertenecer a la sociedad Thurstiriana, conocer los riesgos, la independencia, el sentido de responsabilidad y el valor.

Y a Lena tal vez, aquello solo le emocionaba más de la cuenta.

No le gustaban los humanos, pero era irónico que la primera razón para juzgarlos, se apegara tanto a la visión que tenía de sí misma; se consideraba sosa y aburrida. Tenía un sentido de rectitud intachable, y soñaba con ser Veladora como su madre había sido en algún momento; idolatraba al Consejo de una manera extremista y quería trabajar en él haciendo que las leyes se cumplieran al pie de la letra.

Era metiche, inteligente, perspicaz y algo quejumbrosa.

—Te digo que es como si lo hiciera a propósito —murmuraba a su mejor amigo sentado a su lado en aquella mesa. Wade tomó un sorbo de su ponche y la miró.

—¿Y si en realidad sí fue sin querer? ¿Y si la patada en realidad sí iba en dirección a Aris y te golpeó a ti sin intención? —inquirió con la cabeza ladeada hacia su amiga. Lena lo había puesto al tanto de su incidente en la mesa aquella misma mañana.

—No —respondió ella simplemente. Helena lo conocía desde que tenía memoria, pero su positivismo nunca dejaba de sorprenderla. Lena sabía que sus problemas con Sara eran precisamente aquello: problemas entre las dos, que no tendrían por qué involucrar a terceros, aunque siempre los hubiera. A Wade en realidad le agradaba Sara, y eso a Lena le causaba un poco de gracia, aunque no la afectara mucho en realidad.

Era divertido que su mejor amigo en el mundo tuviera una buena relación con su melliza malvada y que los amigos que ésta tenía en Thurstine, apenas soportaran verla. Como en aquel momento, donde ella se ocultaba en una de las mesas del fondo para que no la notaran y aún así, esos idiotas encontraban la manera de lanzarle miradas cargadas de desdén y burla.

Eran apenas las seis de la tarde, se suponía que la fiesta era para los tres, pero la estrella de la noche —como siempre— resultaba ser Sara. Tenía un vestido blanco con corte de sirena y escote pronunciado, unas zapatillas blancas, accesorios en el cuello, orejas y manos y la brillante melena rubia cayéndole por la espalda con gracilidad. Estaba hermosa, como siempre; iba de un lado a otro charlando con los invitados y sonriendo contenta. Los círculos sociales y las multitudes siempre parecían ser su elemento.

Wade se puso de pie con la intención de ir a buscar más ponche, y ella solo seguía con la mirada a Sara. En realidad era un poco imposible apartarle la mirada de encima una vez que la notabas, y buena prueba de ello era la forma en la que todo el salón se congregó alrededor de la pista de baile para verla danzar de la mano de Aaron Levi, uno de sus pocos amigos que no resultaba ser un total idiota. Y eso era decir mucho.

Y era en momentos así donde Lena agradecía su existencia, porque era tan llamativa y tan increíble que acaparaba toda la atención, permitiéndole pasar desapercibida, lo cual era de lejos, su objetivo.

Aris estaba también en la pista de baile, bailaba sosteniendo de la cintura Aura Tevih y tenía una gran sonrisa iluminando su cara, como era costumbre. En realidad, aunque Sara fuera la persona más llamativa de la fiesta, Aris tampoco pasaba desapercibido para nadie. Su rubio hermano lucía tan apuesto como siempre, vestido con un pantalón y camiseta negra y una chaqueta de tweed blanca; tenía el cabello peinado hacia atrás y se veía tan feliz que Lena quería llorar de felicidad.

Le gustaba mirar a sus hermanos cuando no se daban cuenta, eran tan parecidos en todos los ámbitos que a veces se sentía muy fuera de lugar entre ellos. Ambos rubios, atractivos, altos, atléticos y radiantes. Brillaban con luz propia, nadie dudaría nunca que eran hermanos. Pero cuando ella entraba a la ecuación todo cambiaba.

De cualquier manera le agradaba que la fiesta que no tenían ningún entusiasmo porque se llevara a cabo, estuviera siendo disfrutable para ellos. Y es que Lena de lleno no había querido aquello, pero Aris y Sara no se negaban rotundamente a una fiesta, porque a ellos les gustaba el ambiente fiestero. Lo que no les gustaba era la etiqueta y lo mucho que tendrían que inhibirse en una fiesta organizada por la tía Lauren. Porque no podrían beber cerveza hasta vomitar, ni bailar lascivamente con otros adolescentes y definitivamente, no podrían montárselo con algún ligue furtivo en una esquina del salón.

A sus hermanos les iba un poco ese rollo.

Sin embargo, la fiesta marchaba bien, había una numerosa cantidad de personas en uno de los salones de fiesta del Club Matinne, y a Lena ninguna cara le parecía desconocida. Eran las mismas personas de siempre, con sus ropas finas y sus cuentas llenas de dinero. En aquel salón se hallaba toda la cúpula aristocrática de Thurstine. Lo irónico era que los cumpleañeros apenas los conocían. Sara no vivía ahí y Lena y Aris no trataban con mucha gente en realidad. Entonces ¿qué hacían todas esas personas ahí, tomando ponche, sonriendo, bailando y cuchicheando con gorjeo, como si en realidad estuvieran felices de que los Gray estuvieran cumpliendo un año más de vida?

Sencillo, todo el mundo conocía a Lauren y siempre que ella estuviera de por medio, una fiesta así de ostentosa y concurrida por gente millonaria, iba a tener lugar.

A Lena ya le daba igual aquella situación, se había acostumbrado con los años, pero lo que no terminaba por comprender aún, era el afán de su tía por hostigarla con integrarse en su propia fiesta. Lena rodó los ojos con disimulo cuando la vio llegar a su lado y sentarse en la silla que instantes antes había ocupado su mejor amigo.

—Cariño, llevas ahí sentada desde que llegaste. Aris parece estarla pasando bien, incluso Wade fue arrastrado a la pista de baile, por esta chica, ¿cómo se llamaba?... Ah, June Sheeran. Y tú sigues aquí —murmuró por lo bajo con recriminación. Lena pensaba que tenía un talento oculto. Con los ojos le lanzaba dagas y su tono de voz le reñía, pero la rubia seguía portando aquella sonrisa deslumbrante y artificial—. ¿No te gustaría ir a bailar con alguno de tus amigos? O al menos, ir a charlar un rato con los invitados.

—No.

—Lena... Cariño... —siseó y supo que en realidad no le estaba haciendo ninguna petición.

—Tía, mis únicos amigos ya están bailando con otras chicas y ya agoté todos los temas de conversación con la señora Brown. Desde que murió su águila, ella misma dice que no tiene anécdotas interesantes que contar. —Lena observó el tic que apareció en el ojo de la mujer ante sus palabras. Sabía que su paciencia estaba llegando a su límite. Lena nunca iba a decirlo, pero disfrutaba sacando a su estirada tía de sus casillas. La adoraba, pero también la exasperaba de sobra.

May Lauren Wilson, como se llamaba, no era su tía en realidad. Lena no tenía lazos sanguíneos con ella. Lauren había sido su niñera toda la vida, la coordinadora de la casa, la tutora de los chicos y la encargada de mantener la vida de los Gray Cabrini en orden. Personas poderosas como sus padres, que solían estar ocupados, necesitaban ayuda de personas como Lauren que les facilitaran algunas tareas.

La mujer había estado siempre en sus vidas. Era una constante y era una miembro más de la familia. Cuando Cezarh y Tania se separaron, ella tuvo que tomar control de la situación. Al principio intercalaba entre el mundo humano y el submundo para ayudarlos a todos, pero terminó quedándose en Thurstine y yendo recurrentemente a San Diego.

De alguna manera, Lena sabía que sin ella, estarían perdidos. Era como una segunda mamá y dentro de la élite fue acogida como una más, aunque no descendiera de ninguna dinastía relevante.

—Helena, podrías intentar, no sé, ¿hablar con otra persona que no sea tu vecina viuda de setenta años que colecciona aves en su patio?

—No, no quiero.

Lauren la vio coger un pequeño brownie de los que había en un plato frente a ella. Notó que ella sola y Wade ya habían acabado con la mitad de los aperitivos de aquella mesa. Inhaló profundo y siguió el curso de su mirada. A Lena le brillaban los ojos viendo a Sara y a Aris sonreír mientras bailaban al ritmo de una canción country. Pero su rostro estaba impasible, la única forma en la que podía descifrar lo que se paseaba por la mente de su adorada sobrina era si se quitaba aquel brazalete de seguridad y le leía la mente, porque su cara de póker era la más rígida que había visto en los últimos meses.

—Lena, te lo pido por favor, levántate y ve a atender a tus invitados. —Lena la miró con fijeza. El descaro era grande.

—Mis únicos invitados son Wade y la señora Brown, así que no —farfulló volviendo su mirada a la pista de baile y cruzando sus brazos sobre su estómago. Su tía bufó perdiendo finalmente la sonrisa. De nuevo, aquella mocosa malcriada había ganado.

—Está bien. Si vas a interactuar con alguien que no sea Wade, Aris o la señora Brown, te traeré otra de las revistas clasificadas de la NASA la próxima vez que vaya al mundo civil —dijo con resignación. Lena dio un pequeño salto sobre la silla y miró a su tía con sorpresa.

—¿Hablas en serio? —indagó y los ojos le brillaron con emoción.

—Sí, sí, ahora ve y baila con algún chico lindo —ordenó haciendo ademanes con la mano para que se pusiera de pie. Lena se levantó de su silla con una sonrisa de suficiencia en la boca—. Que ese chico no sea Wade y mucho menos tu hermano.

Lena tarareó en voz baja mientras se alejaba de la mesa. Y Lauren la observó a la distancia. No iba a presumir, pero el vestido negro que había la había obligado a ponerse le sentaba bien y no era para menos; para ella, Lena era de las chicas más hermosas del mundo y no lo decía por ser su tía —aunque en el fondo, sabía que eso sí influía—.

Su sobrina se acercó a la mesa de aperitivos y tras sumergir una fresa en la fuente de chocolate, se la llevó a la boca. Y luego otra, y otra. Lauren rodó los ojos y acto seguido sintió que alguien se sentaba a su lado. Tania Cabrini reía por lo bajo observando al mismo individuo que ella: su propia hija. Lauren no iba a mentir, le guardaba cierto cariño y respeto a la que seguía siendo su jefa, pero la sola presencia de Tania le ponía los nervios de punta. Y no sabía si se debía a que últimamente no tenían un tema de conversación que no fuera la familia, o a que la amistad que solían tener se había roto con su divorcio. Lauren solo se sentía extraña a su alrededor.

—No la presiones, hace lo que puede —medió Tania viendo a su hija engullir las fresas con chocolate de la mesa de aperitivos. Sabía perfectamente que Lena era experta zafándose de las garras de su extrovertida tutora, pero no estaba de más abogar por el bienestar de su hija. Helena había sufrido un desmayo aquella misma mañana y pareció ser debido al estrés al que Lauren la había sometido desde la semana previa.

—Claro que no, ni siquiera lo intenta —señaló la mujer rubia. Tania solo la miró con recelo. Lena estaba lanzándole miraditas asesinas al grupo de amigos de Sara que se apiñaban en una mesa y reían a carcajadas. No era difícil deducir, por la tensión en su pequeño cuerpo, que le molestaba el volumen de sus risas. Lena era de mecha corta y tenía una lengua bastante filosa; Lauren temió que empezara una discusión con aquellos otros jóvenes.

—Tienes que aflojar un poco con ella, ya sabes cómo es —farfulló Tania viendo como Helena aceptaba salir a bailar con el mejor amigo de Elaine, Callum Rood, un chico de dieciséis años al que veía como un hermano menor. Lena le sonrió triunfante a su tía. Lauren rodó los ojos resignada, Tania sonrió divertida.

—Bah, da igual —dijo y volteó a mirar a la mujer sentada a su lado. Sin duda, lo que siempre le iba a generar esa impresión apabullante cada vez que la veía a ella o a su Lena, era el enorme parecido que tenían. Lena era un vivo retrato de su madre. Una versión mucho más aniñada y con una cara de póker mejor empleada, pero idéntica—. Helena siempre hace lo que quiere. —Fue lo último que dijo antes de ponerse de pie y alejarse. Tania se quedó unos momentos más allí sentada, viendo el contraste entre sus hijos. Era muy divertido verlos en realidad.

Por un lado estaba Sara, toda vestida de blanco con brillantina, maquillaje sutil y el cabello suelto y bien arreglado; tenía una gran sonrisa en la boca, un poco de sudor en la frente y euforia brillándole en los ojos mientras bailaba en el centro de la pista de baile, rodeada de Aaron, Will, Ashley y otros de sus amigos, que se veían igual de contentos que ella.

Luego estaba Aris, su hijo era para ella, el joven más guapo de todos, tenía una sonrisa ladina en la boca y sus ojos tenían ese habitual brillo travieso y divertido que tanto le caracterizaba. Bailaba mientras no dejaba de lanzarle miraditas coquetas a la chica que tenía en brazos. Vestía a blanco y negro, como prueba de que era un punto medio entre los extremos que eran sus dos mellizas.

Por otro lado estaba Lena, con un vestido negro de escote sutil, que delineaba su delgada figura hasta la cintura y luego caía suelto hasta la mitad del muslo; tenía una cola de caballo alta, un maquillaje cargado para disimular sus ojeras y una expresión impasible en su inmaculado rostro; rezagada del tumulto de gente bailando, tiesa mientras se movía de un lado a otro intentado seguirle el ritmo a un torpe Callum, que seguramente había sido retado por Ela a sacar a bailar a Lena, porque sabía que el pobre en realidad le temía un poco a la chica. Y es que por mucho que Lena intentara aparentar que estaba cómoda con aquella situación, sus grandes ojos solo reflejaban una cosa: prefería estar en cualquier otro lugar del mundo en ese momento, que allí.

Eran alrededor de las nueve de la noche, cuando se abrió el bufet para los invitados. Como estaba bastante hambrienta, Lena tomó un plato y sus cubiertos y se puso a la fila de inmediato. Charlaba con Wade sobre una película que habían visto hacía algunos días, Wade todavía no consentía que Lena estuviera tan fascinada por las escenas de acción, pues no le parecían gran cosa; después de todo no eran golpes, patadas o mortales que él no pudiera mejorar.

Wade era su mejor amigo —y el de Aris— desde el jardín de niños, más o menos. Era un joven de inteligencia y bondad incomparables; hijo de dos importantes Veladores del Consejo. Wade carecía de interés por hacer muchos amigos, al igual que Lena, pero era un sujeto irónicamente demasiado sociable; se llevaba bien con casi todo el mundo, como Aris. Era un chico atlético y apuesto —lo que aplicaba para la mayoría de personas en aquel salón—. Cuando no estaba con Lena o jugando videojuegos, estaba, junto a Aris en unos de los campos de entrenamiento de Johertham, donde la gente comúnmente iba a entrenar su físico. Algo similar a los gimnasios humanos, solo que con cuchillos, lanzas y entrenamiento real para el combate.

Lena recordó que su amigo era la persona más disciplinada en el área física que conocía y rodó los ojos porque claramente las escenas de acción surrealistas de las películas humanas le iban a parecer una niñería.

Lena volvió a preguntarle a Wade que dónde se había metido Aris, y este le recordaba que estaba en el baño. Fue entonces cuando se percató de la presencia de su hermana delante suyo. Sara estaba de pie al lado de Will Burke, quien allí en Thurstine, era lo más cercano a un mejor amigo que la rubia tenía.

Poco o nada debía interesarle de lo que estuvieran hablando esos dos, pues si su hermana le caía mal, el idiota de su amigo era la persona más indeseable en su vida. No obstante, tenía muy buen oído y no pudo evitar escuchar su conversación.

—Nunca voy a entender por qué tu tía invita tantos adultos a fiestas que se supone son para jóvenes —mencionaba el joven que veía con diversión a su alrededor.

—Debe ser porque Lena también cumple años hoy. —La susodicha abrió la boca sorprendida ante la grosería que insinuaba su estúpida melliza. Wade frunció las cejas con disgusto, y Sara y Will, ajenos a los nuevos oyentes de su conversación soltaron una sonora risotada, como si la rubia hubiese contado el chiste del año.

Que humor tan malo tenían.

—Por ahí vi incluso a una señora de la tercera edad. Estoy seguro que un fósil tiene mejores intereses que tu hermana —prosiguió Will con una sonrisa que a Lena le pareció una vil copia barata del gato Cheshire. No entendía qué mierdas pintaba ese ahí.

Elai Will Burke era un conocido de toda la vida. Hijo de la presidenta de una importantísima corporación tecnológica y un militar. Wade y Lena lo conocían tan bien pero lo estimaban tan poco. Will había crecido con ellos, había asistido a las mismas escuelas que ellos y pertenecía al mismo círculo social, por lo cual era normal topárselo en eventos de todo tipo. Pero de conocerlo a relacionarse con una calaña como él, había varios problemas de diferencia. Will era un idiota y un pesado. Disfrutaba de burlarse y molestar a la gente porque al parecer, eso lo hacía feliz.

Lena lo había visto fastidiar situaciones y personas y romper reglas como si fueran de cristal; no lo soportaba. Wade, que no era tan rígido como su amigo igual lo detestaba, porque si había algo peor que competir con alguien por casi cualquier cosa, era competir con un imbécil de primera. Y justo eso era Will.

—La señora Brown es mi invitada —intervino Lena con los ojos entornados con molestia hacia el muchacho que dejó de reír de inmediato; conservó la sonrisa sin embargo. Will se giró a verla y en sus ojos fue evidente el rechazo por su intromisión. Sara también volteó, expectante a lo que fuera a salir de la boca de su hermana—. Y de hecho si de mí dependiera, hubiera invitado a tu abuela en lugar de a ti, estoy segura ella sería mejor compañía que tú.

Will extendió una sonrisa que carecía de calidez en su totalidad. Era un pedante.

—Una pena que sea invitado de Sara y no tuyo —repuso con gracia. Sobraba decir que el desprecio era mutuo—. De lo contrario no los deleitaría con mi asombrosa presencia.

Un arrogante de mierda.

—Porque yo nunca te invitaría —masculló una de las anfitrionas de la fiesta, y para disgusto de Will, no precisamente la que era su amiga.

—Porque yo nunca vendría —completó y sus miradas de odio se intensificaron.

Era una pesadilla.

Sara soltó una risita incómoda tratando de disipar la tensión, pero también con el objetivo de distraer a los pocos presentes a su alrededor que empezaban a caer en cuenta de la breve discusión de los dos individuos a su lado.

—Chicos —llamó la muchacha tratando de frenar la guerra de miradas de Lena y Will. Apretó los dientes viendo que los ojos de su hermana se oscurecían y le soltó un disimulado manotón en el brazo para llamar su atención—. Helena, basta —pidió. La susodicha finalmente la miró, aunque su mueca de molestia no desapareció; nunca lo hacía en realidad—. Estás llamando la atención de los invitados. Nunca estás feliz si no armas un escándalo, ¿cierto? —Lena solo la miró con fijeza—. Compórtate por una puta vez, idiota.

Lena soltó un resoplido de indignación.

—¿En serio me estás diciendo eso a mí? —Se defendió con incredulidad—. Controla a tu idiota aquí presente y luego vienes a decirme qué hacer.

Will iba a replicar, pero Sara tiró de su brazo y negó con la cabeza—. Déjalo, no vale la pena.

Y para ella valía tan poco que se salió de la fila junto a su amigo y se sentaron en una de las mesas del salón. Hablando de escándalos. Lena rodó los ojos y se giró a mirar a Wade, quien había permanecido callado todo el tiempo. Wade nunca se metía en discusiones, porque Lena siempre las llevaba mejor que él.

Ambos avanzaron en la fila hasta llenar su plato con la apetitosa comida que Lena y Sara —por videoconferencia con Lauren— habían escogido del menú hacía un par de semanas. Wade estaba contándole a Lena que su madre estaba instigándole a irse a tomar las medidas para los uniformes de Zilhardt cuando se sentaron en su mesa del fondo. Y empezaron a comer mientras Lena se quejaba de que los preparativos de la fiesta habían mantenido tan ocupada a su familia, que nadie había caído en cuenta todavía de que ella, Aris y Sara estaban a solo días de empezar la escuela; por ende, no habían comprado uniformes, ni textos, ni ningún material de la extensa lista de exigencias que les entregaban tras matricularse.

Y siguieron hablando tan tendidamente que —como ocurría casi siempre que estaban juntos—, olvidaron su entorno. Lena se estaba riendo de un incidente que tuvo su amigo el día anterior con una daga de plata y Wade no podía con la vergüenza de que su amiga supiera que por tratar de impresionar a su entrenador, terminó clavándose la daga en el hombro derecho. La herida había terminado de sanar en cuestión de horas, pero el bochorno de Wade no lo restaba nadie.

Entonces Lena volvió a quedarse sola cuando June Sheeran volvió a buscar a Wade para bailar otra canción y el no tuvo el valor para decirle que en realidad no quería. Lena no se perdió como el chico pareció buscar algo con la mirada alrededor del salón, mientras era arrastrado a la pista de baile; pero no le prestó la suficiente atención.

Ya había mirado reiteradas veces el salón y a las personas en él. La poca familia paterna con la que se relacionaban seguía en la misma mesa cercana a la puerta y seguían hablando entre ellos sin hacer mucho caso de su alrededor. En la mesa estaban su tío Demetrio junto a su tía Wanda y el tío Dorian sentado junto a Lauren, su novia. Sus primos, Glenn y Theo, estaban en la pista de baile como el resto de jóvenes. En vista de la obvia ausencia de su familia materna —que eran una basura—, su madre estaba ubicada en la mesa de los Gray, porque aunque se hubiera divorciado de Cezarh, ella siempre iba a ser parte de la familia.

Todos charlaban amenamente. Vio a Aris regresar al salón después de algo así como media hora; tenía el cabello desordenado y la chaqueta un poco desarreglada. A Lena no le parecía que hubiese estado en el baño solo lavándose las manos.

Pero lo dejó pasar porque su hermano se puso a la cola del bufet para buscar su comida. Ya hablarían después.

Lena creyó que aquella era una buena oportunidad para ir con su madre y pasar algo de tiempo con ella, pues sabía que su visita en el Submundo era algo muy temporal, la mujer probablemente iba a regresar al mundo civil en algún momento y ella iba a quedarse en Thurstine como era costumbre.

Pero ni siquiera llegó a armarse de valor para ir hasta ella porque sintió un leve mareo en ese preciso instante.

Tomó una bocanada de aire y se puso de pie. Caminó en dirección a los baños y una vez dentro del servicio de mujeres, se acercó a los lavabos y se salpicó la cara con agua. No se sentía mal, nada como el episodio en las escaleras de casa, pero tampoco se sentía del todo bien.

Estaba en su fiesta de cumpleaños, había más regalos para ella sobre la mesa de bienvenida de los que podía contar, estaba rodeada de muchas personas que eran importantes para ella o le agradaban. Estaba en un punto de la vida en el que se hallaba conforme con muchas cosas. Su padre pasaba más tiempo con ella y Aris en casa, hablaba mucho más con su madre, Ela también la visitaba mucho más. Tenía al mejor amigo del mundo y estaba a punto de ingresar a estudiar en la escuela de sus sueños. Todo parecía marchar sobre ruedas, pero Lena no podía dejar de pensar que algo no estaba bien.

Salió del baño y se proponía salir a la terraza a tomar un poco de aire y a pensar un poco sobre aquel horrible sueño que había tenido. Lena no estaba acostumbrada a soñar. No podía estarlo, porque nunca le había pasado, y no se suponía que pasara. Los seres sobrenaturales como ella, como sus padres, sus hermanos, Wade y conocidos, nunca soñaban. Era antinatural.

Las deidades que habían bendecido sus razas y otorgado dones maravillosos que los hacían superiores a los humanos promedios, les habían privado de imaginar sucesos durante su tiempo de vigilia. Lena pensaba que los humanos lo hacían porque eran manifestaciones de su subconsciente queriendo ser más de lo que eran, pero como no pensaba lo suficiente en los humanos, nunca se había planteado el papel de las pesadillas en todo aquello.

Solía pensar que los sueños eran las fantasías de los humanos por querer alcanzar la perfección de los dioses, pero ahora no podía pensar en un solo humano queriendo hacer realidad una pesadilla, mucho menos una tan horrible como la que había tenido. Porque aquello era una pesadilla, sabía lo suficiente como para estar segura. Pero, ¿cómo y por qué su mente había creado tal ilusión en su cabeza? ¿Era aquello algo bueno o malo? ¿Significaba que iba a seguir soñando todas las noches? ¿O era solo un proceso inoportuno, pero de una sola vez?

Esas y muchas preguntas más resonaban en su cabeza, con tal fuerza que por poco no escuchó las voces provenientes del salón contiguo al de la fiesta. Helena era un tanto metiche, pero no imprudente. Reconoció la voz de su padre y la de Baru Holtman, el padre de Wade; y hubiera seguido de largo hacia su celebración, si las siguientes palabras dichas por su propio padre no la hubieran dejado pasmada.

—Es ridículo que los Veladores estén exigiendo una investigación de esto, es obvio que lo que ha destrozado a esta chica ha sido un lobo.

Lena contuvo la respiración y miró a través del cristal de la puerta de entrada a los dos adultos. Estaban de pie en la terraza del salón, la voz llegaba un poco amortiguada debido a la distancia y la música en el salón vecino, pero nada que su superoído no pudiera resolver. Baru sostenía un tabaco entre sus dedos y su padre, una carpeta negra, cuyos documentos observaba con el ceño fruncido.

—Lo sé. Yo sugerí cambiar el enfoque de la investigación, pero absolutamente ningún oficial en la oficina de altos cargos de Protección Social cree factible el ataque de un lobo en Dalei fuera de luna llena —respondió el que vendría a ser el amigo más cercano de su padre.

—¿Nadie quiso escuchar el consejo de un Velador de alto rango?

—Más bien, nadie quiere atreverse a creer en la posibilidad de un peligro de esa magnitud. ¿Sabes el revuelo que se armaría si las autoridades tan solo valoraran el riesgo de que haya lobos sueltos en Dalei? Toda la Corte de Orden y Control decretaría urgencia nacional por pánico.

—Tienes razón, podrían terminar involucrando de lleno a toda la Corte de Veladores si no se soluciona a tiempo —valoró Cezarh con un mohín en la boca, ajeno a que su hija, la experta en escuchar conversaciones ajenas, estaba a punto de desfallecer ante tal información—. Pero, Baru, mira esto; esto no luce para nada como un ataque de vampiros u otros demonios. Ni siquiera los wendigos destrozan así a sus víctimas.

—Lo sé, esto tiene la firma de un lobo por todas partes.

Ambos adultos se quedaron en silencio unos cuantos segundos. Lena hiperventilaba y para prevenir que su padre escuchara el rumor de su errática respiración, cubrió su boca con la mano derecha.

—¿Qué sugieres que haga yo entonces? —inquirió Cezarh.

—Coméntaselo a Tania. Nadie tiene más influencia sobre el Departamento Animal en el Mundo Civil que ella. Tal vez, puedan encontrar un fallo en sus registros y algún lobo pudo ser traído a Thurstine desde algún bosque humano y acabó en esta tragedia —sugirió el padre de su amigo, quien lucía verdaderamente preocupado por toda aquella situación.

—Está bien, hablaré con ella, pero no creo que pueda darte una respuesta a esto. Sabes que si algo así de delicado hubiese sucedido, ella sería incapaz de ocultarlo a Protección Social y toda la maldita Corte de Veladores lo sabría —medió su padre cerrando la carpeta y mirando con severidad a su amigo. Baru le dio una calada a su puro y lo miró con angustia.

—Igual, puede que ella no haya sido notificada, o lo que sea. Tú solo pregúntale — insistió—. Porque si lo que pensamos llegara a ser cierto, un licántropo fuera de control significaría muchas cosas malas, Cezarh.

Su padre le puso una mano en el hombro a modo de disipar un poco su preocupación y le volvió a asegurar que hablaría con su ex mujer. Un breve silencio le siguió a eso.

—¿El Departamento de protección de primera infancia ya se está ocupando del bebé?

Lena se quedó de piedra, con la respiración atascada en la garganta y los nervios de punta.

—Fueron los primeros en aparecer en el panteón de Dalei justo después de que los locales descubrieran la escena y encontraran al niño llorando a solo metros del cadáver de su madre.

Se sintió desmayar en aquel preciso instante, pero una fuerza que no se sentía como propia se adhirió a su cuerpo y le impidió perder su facultades físicas y mentales allí mismo.

—Todo parece indicar que se dejó la vida por cuidar de su hijo —masculló su padre con una voz apenada y ronca. Aquella certeza de la que hablaba fácilmente podía conmocionar a cualquiera.

—Y aunque ahora esté en un orfanato, los dioses quieran tener compasión con su alma y le hagan saber de alguna forma, que su hijo está a salvo.

Lena no pudo quedarse a escuchar más. Había oído lo suficiente como para ahora sí estar segurísima de que algo andaba muy mal.

Tenía la concepción de que las pesadillas eran sueños incomprendidos, más allá de lo que había leído de Freud en la secundaria. Pero ahora se había quedado desarmada, y por primera vez en sus recién cumplidos dieciocho años, Helena Gray no sabía qué pensar.

Pero sí sabía que tenía unas ganas inmensas de desaparecer, porque su vida acababa de complicarse de maneras que ni siquiera podía imaginar.

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