Xia entró al castillo guiada por Gieviv, quien la condujo por los intrincados pasillos. Aunque había pasado tiempo desde su última visita, los detalles de la mansión aún estaban grabados en su memoria.
Finalmente, llegaron a su habitación. Al abrir la puerta, un aire fresco y perfumado la envolvió, el aroma a limpio llenaba el espacio. Todo estaba exactamente igual que la última vez que había visitado ese lugar. La cama, con sus sábanas suaves y acogedoras, parecía una invitación irresistible al descanso.
Sin embargo, su mente no podía alejarse por completo de la realidad. Sabía que había algo más importante que hacer. Se preparó mentalmente mientras Gieviv reaparecía, sosteniendo una aguja en su mano. El brillo metálico del instrumento médico contrastaba con la suavidad de la piel de su brazo.
Con una mirada firme y decidida, Gieviv se posicionó frente a Xia, lista para llevar a cabo el procedimiento. Un leve pinchazo seguido de una sensación de frío se apoderó del brazo de la humana mientras la aguja se insertaba en su vena. Era una sensación conocida, pero nunca se acostumbraría por completo a la punzada incómoda. A pesar de ello, mantuvo la vista fija en un punto distante, tratando de alejar su mente del momento incómodo y concentrándose en su objetivo final.
La transfusión de sangre continuó, y Xia permaneció en silencio, inmersa en sus pensamientos. El paso del tiempo parecía diluirse en ese instante, mientras su mente vagaba por los recuerdos y las emociones que la habían llevado hasta allí. La habitación se sumió en un silencio profundo, interrumpido solo por el suave zumbido de la luz tenue que iluminaba el espacio, como si susurrase palabras de tranquilidad en medio de la quietud.
Después de asegurarse de que la transfusión de sangre se realizara adecuadamente, Gieviv se retiró de la habitación, dejando a la joven a solas con sus pensamientos. El silencio se instaló en la habitación.
Xia se recostó en la cama, permitiéndose disfrutar de su suave comodidad. Aunque rodeada de lujos y confort, su mente seguía anclada en el exterior, preocupada por Zien y su bienestar. Un sentimiento de soledad se apoderó de ella, recordándole al lobo que había dejado atrás. Sin embargo, también sabía que este sacrificio temporal era necesario para garantizar su propia seguridad y protección.
Mientras su mente divagaba entre la ansiedad y el anhelo, se aferró a la promesa de que Zien estaría cuidando de ella desde lejos. Recordó su fuerza, su valentía y su devoción, y encontró consuelo en la certeza de que su lazo era lo suficientemente fuerte como para trascender la distancia física.
Durante un tiempo, su mente se alejó de las preocupaciones y responsabilidades que la agobiaban, y se permitió simplemente ser.
Cerró los ojos y se dejó llevar por la suave brisa que entraba por la ventana abierta, mientras los sonidos apagados de la mansión le recordaban que estaba en un lugar diferente al bosque que tanto amaba. Aunque seguía siendo cautelosa y consciente de su situación, en ese momento decidió dejar de lado la guardia y permitirse disfrutar de aquel breve respiro.
El ritmo regular de su respiración y el latido tranquilo de su corazón eran testigos de la serenidad que había encontrado en aquel lugar, pero a pesar de eso, le era imposible conciliar el sueño. No podía evitar sentir una sensación amarga en su interior.
Con paso sigiloso, se levantó de la cama y se acercó al ventanal, contemplando su hermosura y dejando que sus dedos rozaran el frío cristal. Los reflejos plateados de la luna iluminaban su rostro, acentuando la expresión de nostalgia y determinación en sus ojos. El viento susurraba suavemente a través de los árboles, como si quisiera compartir con ella los secretos de la noche.
La escena exterior se extendía ante su vista, con la majestuosidad de la naturaleza en su máximo esplendor. Los árboles ondulaban en armonía, sus hojas danzando al compás de una melodía invisible. Estar ahí parada le recordó el momento en que estuvo al borde de caer, cuando la vida parecía escaparse de su agarre. Pero ahora, allí de pie, se sentía más viva que nunca.
Había experimentado la misma sensación antes, justo después de recibir la sangre del conde por primera vez. La fatiga que solía aferrarla y pesar en sus huesos desapareció por completo. Se sintió revitalizada, como si un torrente de energía recorriera cada fibra de su ser.
No había vuelto a experimentar los mareos persistentes ni las jaquecas que antes la atormentaban. Aquella sangre, que fluía por sus venas, parecía haber traído consigo una vitalidad renovada. Su cuerpo se sentía más ligero, ágil y resistente. La sensación de cansancio había sido reemplazada por una sensación de vigor y claridad mental.
Desde entonces, Xia había notado un cambio en sí misma. Su agudeza y reflejos se habían mejorado notablemente. Era capaz de llevar a cabo tareas físicamente exigentes con facilidad y su mente parecía procesar la información de manera más rápida y eficiente.
Sin embargo, aunque apreciaba los beneficios que la transfusión le había brindado, también había una sensación de dependencia que la inquietaba en ocasiones. Se preguntaba qué pasaría si alguna vez se agotara la reserva de sangre del conde. ¿Volvería a su estado anterior, a la debilidad y las limitaciones que tanto había deseado superar?
En ese instante, una mancha negra en medio del exuberante verdor que admiraba llamó su atención, justo donde los árboles dejaban de crecer. No había duda, era Zien, solitario y posiblemente con frío, pero firmemente esperando por ella. La visión conmovió su corazón y derritió cualquier rastro de amargura que pudiera haber sentido.
La conmoción se apoderó de ella, sacudiendo su ser hasta lo más profundo. Un torbellino de emociones la embargó, amenazando con hacerla perder el control. La sorpresa y la alegría se mezclaron en su interior, generando una necesidad urgente de gritar el nombre de Zien en voz alta. Sin embargo, en el último instante, su razón prevaleció sobre la impulsividad.
Se detuvo abruptamente, conteniendo el grito que había estado a punto de escapar de sus labios. La realidad se impuso en su mente: si lo llamaba, si despertaba a Zien en ese momento, solo sería un acto egoísta. Él no podría acudir corriendo hacia ella, no podría llegar hasta donde estaba.
La distancia física que los separaba era un obstáculo insalvable en aquel momento. Aunque anhelaba desesperadamente su compañía, sabía que llamarlo solo aumentaría la frustración y la impotencia que ya sentía.
En lugar de dejarse llevar por la tristeza y la desesperanza, Xia optó por reprimir sus sentimientos momentáneamente. Se obligó a recordar las palabras de Zien, las promesas que le había hecho. Sabía que él estaba velando por su bienestar incluso desde la lejanía. No era necesario despertarlo y poner en peligro su propia seguridad.
Dejó escapar un suspiro y se concentró en los buenos sentimientos. Se sintió cuidada, resguardada en la distancia por su compañero. Zien había cumplido con su palabra, y dentro de unas pocas horas estarían juntos nuevamente. Solo necesitaba conciliar el sueño para que la noche pasara aún más rápido y el amanecer los reuniera.
Con paso lento pero decidido, Xia se alejó del ventanal y regresó a la cama. Se arropó entre las sábanas suaves, cerrando los ojos mientras respiraba profundamente. Aunque la espera parecía eterna, sabía que el tiempo fluiría inexorablemente hacia el encuentro que tanto anhelaba.
El latido de su corazón marcaba el compás de sus pensamientos, fusionándose con el suave zumbido de la luz tenue que iluminaba la habitación. Mientras el silencio envolvía el espacio, Xia se dejó llevar por la promesa de un futuro juntos. Con el pensamiento de Zien como un faro en su mente, se entregó a un sueño profundo.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol se filtraron a través de las suaves cortinas, Xia despertó con una sensación renovada. Se estiró en la cama, sintiendo cómo sus músculos se relajaban después de una noche de descanso reparador.
Con determinación, se levantó de la cama y se preparó para salir de la habitación. Aunque había esperado encontrar al conde, solo Gieviv estaba allí para despedirla. La ausencia de Hawke no la sorprendió, suponía que su presencia sería limitada, pero no había cruzado mirada con él en toda su estadía y esperaba algún tipo de regaño por su parte.
Con paso decidido, Xia salió de la imponente mansión y se encontró con el brillante resplandor del sol en su rostro. Los cálidos rayos acariciaban su piel, dándole una sensación reconfortante de bienvenida. El aire fresco y revitalizante llenaba sus pulmones mientras avanzaba hacia la salida.
Gieviv, con su presencia silenciosa pero atenta, abrió las grandes y negras rejas que protegían la mansión. Las puertas se deslizaron suavemente, revelando el paisaje más allá. Y allí, como una figura majestuosa en medio de la vasta extensión de terreno, estaba Zien, esperando pacientemente su encuentro como una figura estoica y firme en su lealtad.
Xia sintió cómo su corazón se aceleraba ante la visión de su compañero.
Al acercarse, el lobo captó el aroma del rojo en la piel de la humana, por lo que se frotó vigorosamente contra ella, intentando borrar cualquier rastro de ese olor que lo enfermaba. Sin decir una palabra, Xia acarició su pelaje con ternura, dejando que sus dedos se hundieran en la suavidad de su abrigo.
Aunque solo habían pasado una noche separados, el peso de la impotencia y la aceptación de que esta separación sería recurrente los llenaba de ansiedad. Sin embargo, ahora estaban juntos nuevamente, y eso les proporcionaba un alivio momentáneo. Juntos, emprendieron su camino lejos de la mansión, siendo vigilados desde la altura por un par de ojos borgoña.