Medidas Desesperadas ©

By Lau154

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Alice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W1... More

Intro | Medidas desesperadas
Prólogo | Tiempos desesperados, medidas desesperadas
Capítulo 1 | Me estaban chantajeando
Capítulo 2 | Aidan Cramer
Capítulo 3 | No soy yo
Capítulo 4 | La lista de W
Capítulo 5 | Copiado
Capítulo 6 | Compuestos de hidrógeno, nanosensores y códigos
Capítulo 7 | Ralph A. James
Capítulo 8 | Mariposa
Capítulo 9 | Investigación
Capítulo 10 | Cupcakes de café y confianza
Capítulo 12 | Biblioteca y límites
Capítulo 13 | Holm Oak Forest
Capítulo 14 | Fuera
Capítulo 15 | Chapuzón
Capítulo 16 | Bison Falls
Capítulo 17 | Lago y estrellas
Capítulo 18 | Joder, joder
Capítulo 19 | Sextillones
Capítulo 20 | Biosensor
Capítulo 21 | Tic, tac
Capítulo 22 | La fuente
Capítulo 23 | Encina
Capítulo 24 | Grupo de investigación
Capítulo 25 | C
Capítulo 26 | Cortisol y oxitocina
Capítulo 27 | Grupo secreto secretísimo confidencial de investigación
Capítulo 28 | De perdidos al río
Capítulo 29 | Ilegal
Capítulo 30 | Fluorita
Capítulo 31 | ¿Archie?
Capítulo 32 | Una gripe que se lo toma a personal
Capítulo 33 | Unas disculpas
Epílogo | Mi equilibrio

Capítulo 11 | Regionales

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By Lau154

Aidan

La feria científica fue una mierda.

Un iluminado con complejo de Walter Jaeger pensó que era una idea genial hacer una demostración en directo de su nuevo detector de monóxido de carbono. Los experimentos con CO se limitan mucho debido a los numerosos riesgos asociados con su inhalación. Deben hacerse en espacios controlados para evitar problemas.

Tal y como predije que ocurriría en cuanto informó de lo que iba a hacer, acabamos todos evacuados y algunos teniendo que recibir atención sanitaria urgente. ¿Alguien puede explicarme cómo un grupo de amantes de la ciencia, que se suponía que éramos los visitantes de la feria, no alertaron de que lo que iba a hacerse era la hostia de peligroso? Solo fuimos cinco personas las que lo hicimos.

La estupidez humana no tiene límites.

Eran las siete de la mañana del domingo. Estábamos en casa del tío (o del primo, ni idea) de Rajesh. Nos había prestado el apartamento en lo que él estaba de viaje, pero antes de acceder quedarme en ese lugar no pensé que era una caja de cerillas. Tenía una cama, un sofá y poco más. Había dormido sobre la alfombra, que tenía mejor pinta que el sofá, en el que no cabía tumbado. Jonas, sí. Por eso se lo quedó él. Llevaba despierto desde hacía media hora, tiempo que había usado para ir al baño y cambiarme la ropa por una muda limpia.

―Chris ―susurré a su lado. Él había dormido conmigo en la alfombra.

―Mhm...

―Me marcho ya, tengo que estar en la piscina en una hora.

―Vale, tráeme dos ―balbuceó.

Pues muy bien.

Decidí que lo mejor era dejar un mensaje en el grupo que teníamos, llamado Mentes Científicas. Lo había elegido Chris y, aunque no pareciera muy original, hacía referencia a una serie a la que él y su hermana mayor estaban viciados: Mentes Criminales.

Tuve la suerte de poder ubicar la piscina desde ese punto de la ciudad. Tenía toda la pinta de estar llena, puesto que tenía poco aforo y solo con tres familiares de cada nadadora ya llenaban el lugar. Más suerte tuve al encontrar un sitio vacío.

Traté de localizar al grupo del East Falls y no me costó mucho, ya que era el más numeroso. Eran cinco, a falta de Kate que no participaba en muchas competiciones. Las tres llevaban el bañador rojo característico del instituto y un gorro de distinto color cada una. El de Alice era blanco. Vi que buscaba a su familia con la mirada, pero en cuanto reparó en mí, sonrió y me saludó con la mano.

¿Me buscaba a mí?

La música de los altavoces se detuvo y anunciaron el pronto inicio, haciendo así que todas las nadadoras fueran a sus trampolines. Había diez carriles, diez nadadoras, diez trampolines. Cinco de ellos eran ocupados por el East Falls; era el primer año que teníamos tanta participación.

Los y las nadadoras que llegaban a los regionales no eran elegidos por nadie, sino que la organización se basaba en las mejores marcas de las competiciones de la temporada en curso. La nadadora con la marca más alta era una chica de Salt Lake City y le seguía muy de cerca, a solo décima y media, Alice.

Alice y Stella, la primera, habían competido de forma tan directa desde Infantiles mayores, de los 13 a los 14 años, hasta el momento. Cuatro años en los que dos de ellos Alice había salido ganadora.

Y yo solo esperaba que ese domingo llegara la tercera, puesto que, aparte de ser la campeona Júnior de Utah, iría a los nacionales en junio. Y de allí, podría incluso optar a formar parte del equipo olímpico, con mucha suerte. Y quizá se replantearía de una buena vez el dedicarse a esto profesionalmente, porque era la hostia de buena y no se esforzaba en disimular que no le parecía para tanto.

Según me había dicho, había sido aceptada en la misma universidad que yo, en Salt Lake, y allí estaba el mejor equipo de natación de todo el estado. Yo ya me había inscrito y esperaba que ella también.

Estaba tan sumido en lo mío, que cuando la bocina dando el inicio sonó, me sobresalté y provoqué la risa de la niña sentada a mi lado. Las chicas saltaron al agua y yo me incliné hacia adelante. Me gustaría decir que fue lo más emocionante que había vivido en mucho tiempo, pero no lo fue, porque después de la patada a la pared para hacer los últimos cincuenta metros, Alice cogió una ventaja de más de un metro y medio del resto. Con una sonrisa en la cara que podía darme la vuelta a la cabeza, me levanté y seguí con la vista el gorro blanco. A falta de veinticinco metros comencé a aplaudir, porque estaba hecho.

Cuando sus manos tocaron el borde, el entrenador Elías le tocó la cabeza varias veces, orgulloso y feliz de tener, un año más, una nadadora Júnior a los regionales. La escuché reír mientras Elías la sacaba del agua con una facilidad asombrosa. Rosalyn no tardó nada en salir del agua para ir en busca de su amiga y Louise, que estaba cerca aunque no compitiera en ese estilo, también se unió.

No tardaron mucho en subir al podio y premiar a las tres primeras; tenían prisa porque una hora después todo debía estar despejado para los 100m de estilo libre de los chicos Júnior; pésima organización, para no variar. Antes de poder bajar de las gradas para marcharme, alcancé a ver a Alice buscarme con la mirada en el asiento en el que había estado cinco segundos antes. Levanté el brazo para que me viera y, cuando lo hizo, se escabulló de su grupo y se acercó a las gradas.

―Sublime ―murmuré cuando llegó, sonriendo. Ella me devolvió la sonrisa encantada―. No me sorprende, debo decir.

―Mentiroso, llevas tiempo sin verme nadar.

Puse mis ojos en blanco, pero me reprimí las palabras.

Nunca había dejado de observarla nadar.

Y jamás lo haría.

―Gracias por venir. Por un momento pensé que no lo harías ―confesó ladeando la sonrisa, cosa que hacía, al menos antes, cuando le daba un poco de vergüenza algo.

―Ya estaba aquí, en la feria científica y...

―¿Estás bien? ―preguntó de repente, con los ojos muy abiertos―. Vi por la tele que los asistentes necesitaron ayuda sanitaria. No sabía que estarías allí. ¿Tú...?

―Los chicos y yo empezamos a marcharnos antes de que ocurriera el incidente con el monóxido de carbono. Estoy bien.

Asintió con la cabeza y a mí... A mí se me revolvió algo al ver que se había preocupado por ello.

―Bueno, yo me voy a ir antes de que se marche el autobús. Supongo que nos vemos mañana.

―Busca a Brandon, que está por aquí. Puede llevarte, que va a casa ahora.

―Vale, sí, eso haré, porque la verdad es que creo que ya no llego ―admití con una risa. Ella chasqueó la lengua, negando con la cabeza―. Nos vemos, Alice.

―Nos vemos, Aidan.

🗒️🗒️🗒️

El lunes llegué una hora tarde porque, por primera vez en dos años, me había dormido. Mis padres también, por eso nadie había despertado a nadie. No fue hasta que llegó un paquete de Amazon y el repartidos tocó el timbre, cuando mi padre se despertó. A toda prisa tuve que vestirme, coger las cosas de natación, la mochila de clase y correr con una manzana en la mano hacia el instituto.

Por suerte, la primera clase no la compartía con Alice y no debía grabarla. La media hora que tuve que quedarme fuera de clase la aproveché para limpiar un poco mi mesa de trabajo del laboratorio. Siempre la tenía hecha un desastre y no había quién se organizara.

A segunda hora, ya pude entrar en clase.

Los lunes siempre eran fantásticos. Al menos para mí. Física, Química, Biología, Tecnología y laboratorio en un mismo día. ¿Qué más podía pedir? Por ello, siempre me pasaba muy rápido. Era irónico, ¿verdad? Los mejores momentos nos parecían destellos y los peores, películas mudas de tres horas.

―Podrías venir algún día a ayudarnos con el decorado ―me dijo Chris mientras me ayudaba a inyectar el pesticida en un par de piezas de fruta.

―Pero si ya tenéis a Alice.

―Sí, y viene casi cada día, pero solo estamos los tres.

―¿Y el resto de los de arte?

―Hacen otros horarios. Estamos empezando a montar el decorado y nos está costando.

―¿Eso significa que ya está terminado? La elaboración, digo ―pregunté esperanzado. Alice podría tachar un punto más en la lista.

―Sí, el jueves lo acabamos. Hoy lo hemos tratado de montar, pero los tres solos... ―Negó con la cabeza.

―¿Cuándo me necesitas?

―Mañana, durante el segundo descanso.

―Allí me tendrás.

―Gracias, tío ―murmuró aliviado, dándome una palmada en la espalda con la mano que tenía limpia y libre de jeringuilla―. Y... ¿qué te traes con Alice?

Miré a mi alrededor. Jonas estaba en lo suyo, con los cascos puestos, y Rajesh había salido a buscar una botella de agua.

―Creo que volvemos a ser algo así como amigos.

―¿Algo así? ¿Eso significa que estáis en ese punto previo a la amistad, o en el previo al sexo desenfrenado?

―Amistad, Christofer. ¿Desde cuándo "algo así como amigos" significa ser amigos con beneficios?

―Desde siempre ―pronunció con obviedad―. En fin. Creo que hacéis una pareja de la hostia.

―¿Debo repetirte que somos casi amigos?

―Independientemente de que queráis ser amigos, puedo opinar que hacéis una buena pareja, ¿no? Alejando el hecho de que os conocéis y que tenéis una química casi palpable, vistos desde fuera formáis una bonita pareja.

―Gracias, supongo.

―Me cae bien ―dijo entonces, mientras inyectaba pesticida a una sandía―. A veces es algo seria, pero es divertida y tiene muy buena conversación. Y el otro día nos trajo galletas que hizo ella.

―¿Las de vainilla o las de chocolate?

―Las de chocolate. ―Gimió haciéndome reír.

―Ya, están brutales. Hace unos días hizo cupcakes de café y te juro que es la cosa más buena que he probado en mi vida. Le encanta hacer dulces ―le expliqué―. Con diez años ya hacía esas galletas.

―Le diré que algún día me traiga cupcakes.

―Vas a morirte de placer, quedas avisado.

Tras esa hora y media de laboratorio, me despedí de los chicos que todavía se quedarían un rato más, y me marché a la piscina. Cuarenta y cinco minutos para que empezaran los entrenamientos, los cuáles dediqué, no solo a hacer la poca tarea que tenía pendiente, sino a bajar a la lavandería, vacía como siempre a esa hora.

Las toallas limpias estaban en una cesta enorme, así que saqué unas cuantas y me puse a doblarlas.

Alice ya iba mal de tiempo como para tener que doblar trescientas toallas sola cada lunes. Y a mí no me molestaba echarle una mano, nunca.

No sé cuánto tiempo pasó, pero dejé de doblar toallas (llevaba cincuenta y dos) cuando escuché unos pasos acercarse acelerados. Parecían correr. Miré la hora; todavía quedaban quince minutos.

―Estás aquí.

Alice.

―¿Pasa algo? ―pregunté al ver que la voz le temblaba y parecía nerviosa.

De la chaqueta roja del equipo sacó un papel doblado por la mitad. Llevaba una W en él.

―Otra nota de C.

Creo que empalidecí.

―¿Qué pone?

―No lo sé, no la he mirado todavía. Estoy demasiado nerviosa y... necesitaba hacerlo contigo ―murmuró mientras rodeaba la mesa en la que estaban todas las toallas. Miró la pila―. ¿Por qué estás haciendo esto, Aidan?

―Porque me aburría y he pensado que era buena actividad para entretenerme ―dije mientras le quitaba la nota de las manos―. Te dije que te iba a ayudar.

―No tenías por qué hacer esto... ―musitó.

―Veamos ―ignoré lo que me había dicho y bufó al darse cuenta. Yo sonreí.

Abrí la nota y los dos la miramos. Ella, un poco temerosa. Como las dos últimas, estaba impresa con letra Times New Roman, número trece (odiaba ese tamaño de letra) y con el texto justificado. ¿Quién justificaba un texto que no era para clase?

«Hola, W.

He recibido todas las fotos de estos días, ¿pero sabes qué no he recibido todavía? Las de las piedras y el carbón, los libros ordenados, el decorado listo, la fuente limpia...

Tic, tac, Alice.

Tic, tac.

Atentamente,

C.»

―¿Pero qué quiere? ¿Que lo haga todo en una semana? ―se quejó frustrada, mirándome.

Llevé mi mano hasta la suya, que se sujetaba con fuerza a la mesa de metal, y la apreté con suavidad.

―Mándale un mensaje y dile que este fin de semana vas a ir a por las piedras y el carbón, y que el decorado se acabará en dos días. El resto, se hará cuando tú tengas tiempo. Todo va a estar bien, ¿vale?

Asintió con la cabeza.

Yo doblé la nota y la metí en el bolsillo. Tocaba pedirle ayuda a Chris. 

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