Medidas Desesperadas ©

By Lau154

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Alice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W1... More

Intro | Medidas desesperadas
Prólogo | Tiempos desesperados, medidas desesperadas
Capítulo 1 | Me estaban chantajeando
Capítulo 2 | Aidan Cramer
Capítulo 3 | No soy yo
Capítulo 4 | La lista de W
Capítulo 6 | Compuestos de hidrógeno, nanosensores y códigos
Capítulo 7 | Ralph A. James
Capítulo 8 | Mariposa
Capítulo 9 | Investigación
Capítulo 10 | Cupcakes de café y confianza
Capítulo 11 | Regionales
Capítulo 12 | Biblioteca y límites
Capítulo 13 | Holm Oak Forest
Capítulo 14 | Fuera
Capítulo 15 | Chapuzón
Capítulo 16 | Bison Falls
Capítulo 17 | Lago y estrellas
Capítulo 18 | Joder, joder
Capítulo 19 | Sextillones
Capítulo 20 | Biosensor
Capítulo 21 | Tic, tac
Capítulo 22 | La fuente
Capítulo 23 | Encina
Capítulo 24 | Grupo de investigación
Capítulo 25 | C
Capítulo 26 | Cortisol y oxitocina
Capítulo 27 | Grupo secreto secretísimo confidencial de investigación
Capítulo 28 | De perdidos al río
Capítulo 29 | Ilegal
Capítulo 30 | Fluorita
Capítulo 31 | ¿Archie?
Capítulo 32 | Una gripe que se lo toma a personal
Capítulo 33 | Unas disculpas
Epílogo | Mi equilibrio

Capítulo 5 | Copiado

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By Lau154

Alice

Iba a ayudarme a encontrar el autor del chantaje.

Tuve que obligarme a confiar en él, porque no conocía a ese Aidan Cramer. Conocía al niño y al preadolescente; al que se colaba por mi ventana para ver la película mala que echaran en el canal abierto esa noche o el programa de crímenes que nos prohibían ver nuestros padres, al que venía a buscarme las tardes de calor para ir a nadar al lago o saltar desde la cascada más pequeña, al que divagaba ante cualquier tema científico, al que me prometió que nunca dejaríamos de ser amigos.

Ese Aidan ya no estaba.

O al menos yo no lo veía.

El primer punto de la lista que cumplí fue el de no sentarme en la última fila.

El chantajista sabía que me sentaba en la última fila para poder grabar la clase con mi móvil (sin imagen, solo la voz) y así poder tomar los apuntes más completos. En clase solo apuntaba lo que el profesor pasaba las diapositivas y en casa lo completaba con los audios. Por eso me había pedido que no me sentara allí.

Podría hacerlo igual si no fuera porque no nos dejaban tener estuches ni mochilas encima del pupitre. Al estar al fondo, podía tener el móvil debajo de mi libreta sin problema. Pero allí, no.

En la clase de Español, me senté en primera fila, dado que las otras estaban ocupadas. Detrás de mí, él. Aidan.

―Dame tu móvil.

Me giré hacia él, justo cuando el profesor de Español entró por la puerta.

―¿Perdona?

―Dame tu móvil. Yo me encargo de grabar la clase.

―Pero...

―Alice, dámelo ―pidió de nuevo, sabiendo que en cuanto el profesor Márquez dejara su maletín en la mesa, ya no podríamos formular palabra.

Así que le hice caso. Puse la grabadora lista para que solo le diese al play y se lo di. Él puso el móvil bajo una de sus tres libretas y yo sonreí agradecida. No pude darle las gracias porque el profesor dejó con fuerza su maletín, lo cuál muteó la clase como si hubiese pulsado un botón para ello.

🗒️🗒️🗒️

Salimos de clase de español y, en vez de irme con Lou y Rose a la de Matemáticas, fui con Aidan, que me esperaba en la salida. Me dio el móvil mientras emprendíamos camino al final del pasillo, donde se ubicaba nuestra próxima clase.

―Gracias ―susurré guardando la grabación y metiéndome el móvil en el bolsillo―. No tenías por qué...

―Se olían tus nervios, Alice. No es nada. ―Se encogió de hombros―. ¿Cuál será el próximo punto?

―No sé por qué punto seguir. Creo que, ahora en el descanso, iré a hablar con Georgia de Arte para ofrecerme voluntaria para ayudarles esta tarde. Es la única que tengo libre; el resto me toca entrenar.

Asintió con la cabeza.

―¿Has averiguado algo? ―le pregunté curiosa. Negó con la cabeza.

―He tratado de descubrir algo a partir de todos los puntos, pero no puedo sacar nada en claro. Con esta lista, no benefician a un solo grupo, sino a muchos. Debemos empezar por recopilar nombres de las personas beneficiadas. ―Justo en ese momento llegamos a la clase de Matemáticas―. Quedamos tras la cena en tu habitación o en la mía, y empezamos.

―En la mía, que el otro día casi me mato cruzando a la tuya. Esa rama no creo que aguante mucho peso más.

―Yo peso más que tú ―se quejó.

―Pero tienes las piernas más largas y puedes pasar a mi ventana usando el árbol de pértiga y no de puente. ―Abrió la puerta y me dejó entrar a mí primero―. Encenderé la luz de mi habitación cuando haya cenado.

―Copiado.

Copiado.

Dijo copiado.

Lo observé cruzar la clase hacia un sitio libre mientras pensaba en lo que había dicho como respuesta. Respiré hondo todo lo disimuladamente que pude y fui a sentarme a algún sitio libre. Esa era la única clase que no grababa, me limitaba a copiar las diapositivas.

«Copiado» era la palabra que usábamos cuando todavía no teníamos móviles y usábamos walkie talkies para comunicarnos de casa a casa. Veíamos en las películas y series policíacas cómo decían «copiado» ante cualquier respuesta, y la hicimos nuestra. «Copiado, A.W.», decía él. «Copiado, A.C.», decía yo. Las iniciales de nuestro nombre y primer apellido.

Hacía muchos años que no escuchaba esa palabra salir de su boca.

Y la nostalgia que despertó en mí me tuvo distraída toda la clase. A la mierda los apuntes.

Las clases pasaron dolorosamente lentas y cuando me quise dar cuenta, ya estaba en el teatro del instituto (que se usaba más como salón de actos) junto a Georgia, la encargada del decorado de la obra, la cuál se había mostrado encantada de tener más ayuda.

―La obra se estrena en un mes y solo somos cuatro haciendo el decorado. Los de teatro, a pesar de ser suyo, no nos ayudan una mierda con el decorado. ―Bufó―. Nos vienes de maravilla. Como tenemos horarios tan diferentes, no coincidimos nunca todos, así que hoy solo seremos tú, Christofer y yo.

―¿Christofer es el chico de Costa Rica? ―pregunté curiosa.

―El mismo ―respondió el susodicho, apareciendo de la nada.

―¡Joder!

―¡Me cago en tus...!

El chico, de piel aceitunada, cabello negro y complexión delgada, soltó una risa. No había salido de la nada, sino que estaba en el suelo, sobre uno de los decorados, pintando. Ni nos habíamos dado cuenta de que estaba allí.

―Estas cosas no se hacen, Chris. Casi nos matas de un infarto. A ver cómo se le explicarías a la policía.

―Un crimen pasional. Te pillé engañándome con Alice y se me fue de las manos.

Me reí por lo bajo cuando ella le dio una patadita en la pierna. Christofer también se rio por lo bajo y luego me miró. Me dedicó una sonrisa de alivio y de agradecimiento.

―Gracias por ayudarnos. No damos a basto.

―No hay problema. ―Sonreí también, aunque lo último que quisiera fuera estar allí en esos momentos.

Antes de ponerme manos a la obra, nunca mejor dicho, saqué un par de fotos y las mandé a la cuenta de @lalistadew, con cero seguidores, cero seguidos y ninguna foto subida.

Georgia puso música. La banda sonora de esa tarde fueron las canciones del álbum Parachutes de Coldplay en bucle, lo cuál hizo más amenas las dos horas de trabajo, en las que pinté dos puertas de cartón según la imagen que me dieron Chris (que había insistido en ser llamado así y no Christofer) y Georgia.

Fue divertido, dentro de lo que cabe. Ambos tenían ocurrencias muy divertidas y me involucraron en todas las conversaciones, incluso en las más cotillas. Obviamente, eran las más interesantes y las que más me distraían.

Me despedí de ellos cuando el cielo comenzó a teñirse de naranja. Tuve que ir caminando hasta mi casa, que no quedaba lejos, pero a esa hora estaba tan cansada que pareció que había recorrido 40km hasta llegar a ella. La cena me esperaba en la mesa junto a mis padres y mi hermano Sophian, al cuál no le dirigía la palabra desde hacía días.

Aunque no fuera el culpable, había traicionado mi confianza.

Mis padres estaban tan absortos en su conversación del trabajo que no se dieron cuenta de las súplicas que mi hermano me dirigía, con la intención de que le hablara.

Me acabé la cena en menos de quince minutos, cogí mis cosas y subí a mi habitación. Antes siquiera de encender la luz, vi que la de la habitación de Aidan ya lo estaba. Corrió la cortina cuando mi luz se encendió. Acabé de abrir la ventana y me aparté para dejarlo entrar. Tal y cómo le dije, se agarró del árbol y lo usó como soporte para pasar a mi habitación, en la cuál llegó con una sola zancada.

―Ojalá hubiese sido tan fácil con diez años ―dijo cerrando la ventana―. ¿Cómo ha ido?

―Bien, dentro de lo que cabe. Tu amigo de ciencias, Christofer, estaba allí.

―Sí, lo sé. Se presentó voluntario solo porque le gusta Georgia.

Sonreí.

―Lo he notado ―murmuré.

Agarré la libreta que habíamos usado con Lou y Rose, la cuál tenía un par de nombres tachados, y me senté en la cama. Aidan se sentó en la silla de ruedas del escritorio y se acercó a mí.

―A ver ―sacó la copia de la lista que le había dado―, empecemos. Si limpias la fuente del jardín, ¿a quién beneficiarías?

―A nadie salvo a los encargados de la limpieza. ―Él estuvo de acuerdo conmigo y dibujó una crucecita con el bolígrafo que tomó prestado de mi escritorio.

―Las piedras y el carbón del departamento de geología. A ver, allí hay unas cuantas personas.

Estuvimos largos minutos apuntando nombres. La lista pasó de tener tres nombres tachados, a unos cuantos que no quise ni contar. Los del departamento de geología, los de arte y teatro, los compañeros de natación y, además, personal del instituto como limpiadores, conserjes y bibliotecarios. Iba a ser más complicado de lo que pensaba.

―De aquí deberíamos descartar a los que me hayan comprado alguna vez ―murmuré mirando la lista de dos folios tamaño A5, por delante y por detrás.

―Sí, porque sería un poco contraproducente querer desvelar tu identidad, a sabiendas de que podría salir perjudicado.

Reducimos la lista a solo treinta nombres.

―Louise y Rose, no ―dijo cuando fui a tachar sus nombres.

―Aidan, no son ellas.

―¿Les has vendido?

―A ellas no les cobro nada...

―No hay registro en ningún de que hayan recibido apuntes o exámenes. Hazme el favor de no eliminar sus nombres, Alice. Aunque estés segura de que no son ellas, no deberías no tenerlas en cuenta.

―Bueno... ―murmuré.

Seguía creyendo que no eran ellas, pero lo dejé para que no me molestara más con el tema.

―Tocará investigar a estas personas, una a una. Horarios incluidos, porque así podremos eliminar los que no tengan asignaturas en común contigo.

―Todos tendrán al menos una. Estamos en el mismo curso ―le recordé.

―Cierto...

Cerré la libreta y suspiré sonoramente, tumbándome de espaldas. Tenía la espalda tensa y tirante como las cuerdas de una guitarra. Necesitaba acabar con esa mierda, y eso que recién empezábamos.

―Escucha, Alice. ―Levanté mi mirada para verle―. ¿Por qué lo haces?

―¿Por qué hago el qué?

―Vender los apuntes y los exámenes.

―No hay dinero para mi universidad ―confesé. Le resté importancia encogiéndose de hombros, aunque sí era importante y llevaba quemándome por dentro desde hacía muchos meses―. Me han admitido en Salt Lake City, pero no podré ir si no la pago, evidentemente.

―Pero tus padres...

―El nuevo laboratorio no va bien y solo genera gastos. El dinero que tenían para mi universidad lo han invertido en levantarlo. Me han pedido tiempo, pero... ―Negué con la cabeza, sonriendo triste―. Es un tiempo indefinido. Ahora tengo dinero ahorrado como para costearme la mitad de una carrera, pero luego ¿qué? Me va a tocar trabajar mientras estudio, sin tener coche para desplazarme y sin poder pagar un lugar en el que quedarme en la ciudad. Voy a tener que ir a la universidad en el primer bus, que sale a las cinco de la mañana, y volver en el último, a las nueve y media. Me quedarán siete horas para dormir, estudiar y hacer trabajos. Esto va a hacer que acabe muriéndome por exceso de estrés o ahogada en mi desgracia a los dieciocho años de edad. Y, joder, todavía tengo pendiente irme de viaje a Europa y no podré hacerlo porque la voy a palmar.

La sonrisa de Aidan creció por momentos y no me reprimí. Le lancé un cojín a la cara, el cuál no pudo esquivar. Su risa rompió el silencio.

―Que estés exagerando tanto, significa que no es tan grave cómo parece.

―¿Te parece poco grave que vaya a morirme con dieciocho años? Casi que prefiero que me suspendan y me expulsen.

―No digas eso, Alice. ―Chasqueó la lengua. Miró a su alrededor, señal de que estaba pensando en algo (lo conocía de sobras)―. ¿Cuánto podrías sacar en estos dos meses que quedan de clases?

―Mínimo dos mil. Algo más si vendo también exámenes.

Asintió con la cabeza y mantuvo el silencio durante unos segundos más. Asintió de nuevo, como si su conversación interior estuviese dando sus frutos.

―El vestuario 9.

―¿Qué le pasa al vestuario 9? ―pregunté confundida.

El vestuario 9 era el único vacío de todo el recinto de la piscina. Allí se guardaba el material de forma provisional y siempre estaba abierto. Era el más cercano a la salida de emergencia y el, obviamente, menos concurrido.

―No puedes pisar la cancha de baloncesto, así que tienes que cambiar la ubicación. Las taquillas del vestuario 9 están todas abiertas, de modo que...

―Podemos poner los códigos que queramos ―murmuré, captando rápidamente hacia adónde iban los tiros. Sonrió.

―Hay treinta y dos taquillas... ¿Qué tan temprano puedes llegar mañana a los vestuarios?

―Quince minutos antes, como mucho.

―Vale. Nos veremos allí. Yo comenzaré a poder los códigos y los iré apuntando. Cuando tú llegues, harás lo mismo. Cuando le vendas algo a alguien, le das el número de taquilla y la contraseña. Una vez se lo haya llevado, cambiaremos la contraseña de nuevo, y así con todos.

―Es perfecto, Aidan ―susurré con una sonrisa.

Me estaba ayudando de verdad.

Joder, tenía hasta ganas de llorar.

―Ahora solo tengo que sacar tiempo. O podría ir al laboratorio de mis padres y pedir a alguno de sus trabajadores que me clone. Tú que eres de ciencias, ¿crees que podrían?

―La clonación en humanos no es técnicamente posible, o al menos no todavía. En el 96, se llevó a cabo una clonación bastante exitosa de una oveja llamada Dolly, demostrando así que es posible clonar mamíferos usando la transferencia nuclear de células somáticas. Hacerlo me parece, además de poco ético, tanto en animales como en personas, complicado en el tema técnico y viable. Ligados a la clonación, hay relacionados innumerables problemas de salud que...

Sonreí sin poder evitarlo.

Porque ese era Aidan. El que divagaba y hablaba sin parar sobre ciencia, sin captar que lo que le había dicho era una broma. 

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