Medidas Desesperadas ©

Da Lau154

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Alice, a sus dieciocho años, es una empresaria juvenil en toda regla. Hace meses que, bajo el seudónimo de W1... Altro

Intro | Medidas desesperadas
Prólogo | Tiempos desesperados, medidas desesperadas
Capítulo 1 | Me estaban chantajeando
Capítulo 2 | Aidan Cramer
Capítulo 3 | No soy yo
Capítulo 5 | Copiado
Capítulo 6 | Compuestos de hidrógeno, nanosensores y códigos
Capítulo 7 | Ralph A. James
Capítulo 8 | Mariposa
Capítulo 9 | Investigación
Capítulo 10 | Cupcakes de café y confianza
Capítulo 11 | Regionales
Capítulo 12 | Biblioteca y límites
Capítulo 13 | Holm Oak Forest
Capítulo 14 | Fuera
Capítulo 15 | Chapuzón
Capítulo 16 | Bison Falls
Capítulo 17 | Lago y estrellas
Capítulo 18 | Joder, joder
Capítulo 19 | Sextillones
Capítulo 20 | Biosensor
Capítulo 21 | Tic, tac
Capítulo 22 | La fuente
Capítulo 23 | Encina
Capítulo 24 | Grupo de investigación
Capítulo 25 | C
Capítulo 26 | Cortisol y oxitocina
Capítulo 27 | Grupo secreto secretísimo confidencial de investigación
Capítulo 28 | De perdidos al río
Capítulo 29 | Ilegal
Capítulo 30 | Fluorita
Capítulo 31 | ¿Archie?
Capítulo 32 | Una gripe que se lo toma a personal
Capítulo 33 | Unas disculpas
Epílogo | Mi equilibrio

Capítulo 4 | La lista de W

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Da Lau154

Alice

«Buenos días, W.

Aquí tienes la que será tu quinta extremidad los próximos días: la lista que deberás cumplir antes de los exámenes finales.

Lista de W:

1. Limpiar la fuente del jardín
2. Traer al departamento de geología tres tipos de carbón distinto (no comprado) y al menos cinco tipo de gemas (piedras preciosas)
3. Presentarse como monitora voluntaria para la escapada rural de geografía de los de noveno grado
4. Ayudar a los de arte a acabar el decorado de la obra de teatro
5. Limpiar toda pintada del monumento a Ralph A. James
6. Doblar las toallas limpias de TU equipo de natación una vez a la semana
7. Ordenar los libros del pasillo 4 y 5 de la biblioteca, por letras
8. Dejar de sentarse a última fila en todas las clases
9. No entrar nunca más en la cancha de baloncesto, a no ser que sea estrictamente necesario
10. Ofrecerte como vendedora de comida en la jornada deportiva de mayo, en los partidos de fútbol americano y baloncesto

Si alguno de estos puntos no está cumplido la semana de los exámenes, no hará falta que te despidas del instituto, porque vas a estar ligado a él dos años más. Me voy a asegurar de ello. Resta decir que tienes tajantemente prohibido recibir ayuda de una de tus amiguitas.

Para saber que lo has cumplido todo, vas a mandarme pruebas de ello a esta cuenta de Instagram: @lalistadew.

Y ya sabes: cuánto antes empieces, antes terminarás.

Atentamente,

C.»

Respiré hondo al menos cinco veces.

Y digo al menos porque creo que fueron veinte.

Busqué con la mirada a Aidan, con ganas de arrugar el papel y lanzárselo a la cara o hacérselo comer. Lo encontré caminando con tranquilidad con sus dos amigos del club de ciencias. Nuestros ojos coincidieron segundos antes de que la gente se interpusiera entre nosotros.

―No me puedo creer esto ―susurré a las chicas mientras caminábamos en dirección a nuestra clase de Español―. No daré a basto...

―Deberíamos denunciar esto. El chantaje no...

―No puedo hacer nada que no sea cumplir toda esta lista, Lou.

―Ya, pero... Es injusto ―murmuró con una mueca―. Tú solo has estado ayudando a la gente.

―Y sacando un beneficio de ello ―le recordé. Suspiré―. Entre los proyectos, los exámenes que están a la vuelta de la esquina y los entrenamientos de natación, no voy a tener tiempo de todo. ¿En serio voy a tener que suplicarle a Aidan?

―¿Y si no es él? ―sugirió Rose, llevándose con ella toda nuestra atención―. Es decir, sí, algo pasó para que se distanciara de ti y quizá sí tenga sus motivos para fastidiarte, pero... No sé. Lo veo demasiado noble para hacerte daño intencionadamente.

―Eso pensaba yo, pero es que no se me ocurre nadie más. Vosotras no se lo habéis dicho a nadie y mis hermanos tampoco, salvo Soph que es imbécil y se lo ha dicho a él.

―¿Y si Aidan se lo ha dicho a alguien más? ―inquirió.

―Habrá que preguntárselo ―dijo Lou y me miró―. Siempre llega antes a los vestuarios.

―Le preguntaré en cuanto llegue.

Y así lo hice.

En vez de entretenerme con las chicas a la salida de las clases, fui directamente a la piscina. Ese lugar estaba desértico hasta dentro de diez minutos, que era cuando comenzaban a llegar las primeras personas, exceptuando a Aidan, que por razones que desconocía se pasaba media hora encerrado en los vestuarios.

Supe qué hacía en el momento en el que abrí la puerta del segundo vestuario de hombres, después de que el primero lo encontrara vacío, y lo vi sentado en la banqueta con el libro de química en sus manos.

―Buenas tardes ―saludó en un murmuro, sin levantar la cabeza del libro.

―Buenas serán para ti.

Alzó la mirada rápidamente en el momento en el que yo le puse la lista delante de las narices.

―¿Pero qué...?

―No voy a hacer tu lista de mierda, Aidan.

Se levantó del banco y respiró hondo, negando lentamente con la cabeza.

―Escúchame, Alice.

―¿No tuviste suficiente? ―susurré cansada―. No he hecho nada para merecer esto y...

―No soy yo.

―Y...

―Alice. El que te está chantajeando no soy yo ―repitió más cerca de mí, captando toda mi atención. Yo lo miré con desconfianza―. Nunca te haría esto, pasara lo que pasara. Jamás haría algo para hacerte daño, Alice. Joder, me conoces.

Jamás me había mentido mirándome a los ojos. Y deseé de todo corazón que no lo estuviese haciendo en ese momento, porque podríamos haber cambiado mucho esos últimos años, pero seguíamos sabiendo leernos a la perfección.

―¿Entonces quién ha sido? ―pregunté tras unos segundos con la mirada fija en él.

Respiró tranquilo.

―No tengo ni la menor idea... Déjame ver esto.

Me quitó la nota de las manos y se sentó de nuevo. Yo hice lo mismo, manteniendo las distancias dado que su cuerpo solo estaba cubierto por un bañador. Lo leyó en silencio y con el ceño frunciéndose más a cada segundo que pasaba.

―¿Qué es esta gilipollez? ―espetó.

―Una lista de cosas que cumplir.

―Ya ―respondió obvio―, pero hay cosas... absurdas. La fuente del jardín es casi imposible de limpiar, con la de mierda que hay en el agua. Las piedras y al carbón solo podrás encontrarlo en las minas o en las cuevas de las cascadas, y es muy peligroso. Ser voluntaria en uno de esos campamentos es un suicidio. ¿Y las pintadas del monumento a R. A. J.? Llevan años allí. Creo que lo único decente de esta lista es lo de la librería y sentarse en otro sitio que no sea la última fila...

―Me siento en la última fila para poder grabar la clase y así poder hacer los apuntes en condiciones. Esta persona sabe perfectamente cómo actúo...

Aidan me miró a los ojos. Yo alcancé a ver esas pequitas que tantas veces me entretuve a contar cuando era una niña y que tantos años hacía que no podía verlas.

―¿Estás segura de que no son tus amigas?

―No son ellas ―dije convencida―. Estoy segura, Aidan. Otra opción que barajamos es Siena, que ayer dijo en los vestuarios que deseaba que me pillaran. O sea, que pillaran a W.

Negó con la cabeza.

―Siena no es tan inteligente como para poder chantajear a alguien y no ser pillada.

―Ya ―le di la razón, porque no se alejaba nada de la realidad. Suspiré sonoramente y me levanté―. En fin. Gracias, supongo.

―¿Por qué?

―Por no chantajearme.

―Me duele que pensaras que era yo ―confesó por lo bajo. A mí se me escapó una risa sarcástica.

―Más me duele a mí que me dejaras tirada de la forma en la que lo hiciste.

Salí del vestuario ante su nula respuesta y me marché al mío.

Que no fuera Aidan descolocaba todo el esquema que me había hecho en la cabeza. Si no era él, ¿quién podía ser? Tenía razón en lo de Siena; no era lo suficientemente inteligente para esconder un chantaje. No tenía nada en contra de ella (al menos hasta ese momento), pero la pobre no daba una y todo el mundo sabía que destacaba por no saber guardar los secretos.

Me cambié en el vestuario, en silencio, viendo cómo mis compañera llegaban y me preguntaban qué hacía tan temprano allí, y pensando en qué haría. A parte de cumplir la lista de W, porque si no lo hacía, tal y como me dijo en la nota, no me haría falta despedirme del instituto. O quizá sí, porque a parte de suspenderme todas las asignaturas, era probable que me expulsara para siempre.

Cuando Rose llegó, no me preguntó, pero su mirada lo hizo. Le indiqué que cuando estuviera Lou se lo contaría, así que se apresuró a cambiarse para así poder salir. Nuestra amiga, que acababa de salir casi corriendo del vestuario de enfrente, nos miró aliviadas.

―Ya iba a buscaros para saber cómo ha ido ―susurró mientras emprendíamos la marcha hacia la piscina. Yo aproveché para trenzarme el pelo.

―No es él.

―¡¿Cómo que no?! ―preguntaron al unísono. Negué con la cabeza.

―Estoy casi al 100% segura de que no lo es.

―Entonces, ¿Siena?

―Pensad bien en Siena e imaginadla, no solo guardando un secreto, sino también chantajeando a alguien.

Las dos se miraron y luego a mí. Las tres supimos qué opinábamos sin tener que verbalizarlo. No sé cómo no habíamos caído antes.

―No tengo ni idea de quién más podría ser. ¿Seguro que no quieres meter a Russ en la lista? ―inquirió Rose.

―Russ es imposible, quítatelo de la cabeza.

―¿Qué harás entonces? ―murmuró Lou.

Dejamos nuestras cosas en uno de los bancos de la piscina y me encogí de hombros, poniéndome en posición de estiramiento.

―Hacer lo que me pide.

―Pero Alice...

―No me queda otra.

Y no me lo rebatieron, porque era así. Estaba claro.

Los estiramientos trajeron con ellos el entrenamiento. Estuve dispersa durante las dos horas y no me salía nada; ni siquiera fui capaz de alcanzar mi marca mínima personal y eso no le sentó demasiado bien a Elías, nuestro entrenador, que no dudó en regañarme delante de todo el mundo. Y todos sabemos el eco que hay en una piscina cubierta, ¿verdad? Creo que lo escucharon hasta en el campo de fútbol americano.

Mientras recogía mis cosas del banco junto a mis amigas, recibí un codazo. Ese codo tan delgado solo podía ser de Rose. Antes de siquiera poder reprocharle lo que había hecho, me topé de frente con un torso desnudo al darme la vuelta.

―La host... Aidan, ¿qué haces?

―Ven.

―¿Que vaya dónde?

―Conmigo un segundo, por favor.

Miré de reojo a mis amigas, que lo miraban con cautela y desconfianza, la misma que sentía yo. Le hice caso y les pedí a las chicas que fueran a los vestuarios, que las alcanzaría en un minuto.

―¿Vienes a confesarme que sí has sido tú?

Puso los ojos en blanco y todavía nos alejó un par de pasos más de la gente.

―Te voy a ayudar.

―¿Exactamente a qué? ―Fruncí el ceño.

―A encontrar a la persona que está chantajeando.

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