"TE PROMETO." | Omegaverse.

By K4t0o_

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Había una vez un amor imposible, de esos que parecen destinados a no poder ser. Dos almas que se encontraron... More

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By K4t0o_

« Querido Kyojuro.

Siempre se me ha complicado decirte lo que realmente siento por ti desde que te he conocido.

Quiero que sepas, que amo cada parte de ti, que amo tus bonitos ojos amarillos, tu cabello color fuego, tu sonrisa luminosa, tu piel cálida como el mismo Sol y todas y cada una de las palabras que salen de tu boca.

Cada vez que estoy contigo, mi corazón se acelera y mi mente se nubla, dejandome en blanco. Eres la persona que llena mis pensamientos, mis sueños y mis anhelos.

Te prometo que haré todo lo que esta en mis manos para que el "nosotros" nunca se marchite.

Quiero que sepas que siempre estarás presente en cada latido de mi corazón y si te soy honesto, no puedo imaginar un futuro sin ti a mi lado.

Prometo amarte en cada amanecer y atardecer. Tus abrazos y besos, tus palabras y gestos cariñosos son la fuerza que me impulsa a seguir adelante en este largo camino llamado vida.

Prometo cuidarte y apoyarte en cada paso que des, celebrar tus triunfos y estar allí para levantarte cuando enfrentes dificultades. Quiero que sepas que siempre contarás con mi apoyo incondicional.

Con cada pequeño y débil latido que puede ofrecerte mi corazón, te prometo mi amor eterno.

Prometo amarte con toda la intensidad que mi muerta vida pueda darme, prometo tomar tu mano hasta que muera, prometo verte a los ojos mientras siento mi piel marchitarse y prometo abrazarte lo más fuerte que pueda mientras me hago cenizas.

E incluso con mi último suspiro te diré "Te amo".

Y si algo sale mal. Y si algo llegara a fallar; entonces esta carta es la eterna evidencia del como morí de amor. Así como lo es también de como te jure mi alma, y de la mentira más ruin que pude haber escrito.

Espero y jamás pase eso.

Pero si llega a pasar, entonces déjame amarte tanto como pueda ahora, déjame besarte como si fuera la última vez, y permíteme verte ser feliz.

Aunque no sea conmigo.

Pero si todo sale bien, entonces déjame ser tu eterno compañero, déjame verte despertar todas las mañanas, déjame acompañarte bajo las estrellas, permíteme sostener tus anhelos y solo si soy digno, entonces permíteme besar tus labios.

Si algún día llego a morir; tú y todos los que supieron del "nosotros", sabrán que morí amándote.

Y si morimos los dos, entonces te prometo que te buscaré en mi siguiente vida hasta encontrarte, y solo así regalarte de nuevo mi corazón, el cuál a pesar de que no será el mismo tendrá escrito con sangre y pasión esta promesa.

Porque te amo tanto, mi amor.

Tanto que si no puedo amarte en esta vida, lo haré en otra.

Lo prometo.

Eternamente tuyo:

Akaza »

[ . . . ]

El aire se sentía cálido. Los pequeños e imperfectos pétalos de los árboles de cerezo pintaban de color rosado el suelo. Y ahí estaba él, sentado. Sus pies colgaban del pequeño acantilado que ya hacía en aquella montaña y su cabello rubio con puntas rojizas volaba por la brisa que acariciaba débilmente su piel. Su mirada estaba en el cielo, el cuál reflejaba el atardecer en sus ojos amarillos mientras que su rostro sereno miraba con detalle cada nube, cada pequeña ave que pasaba, cada tonalidad rosada mezclada con naranja y rojo que le ofrecía el cielo al mismo tiempo que sus pies se balanceaban en el vacío del precipicio.

Se sentía tranquilo ese día. Podía escuchar perfectamente como su corazón palpitaba con calma y la manera en que los pétalos rosados caían y rodeaban la atmósfera no le hacían más que desear que el tiempo parará ahí mismo solo para mirar eternamente el sol caer.

Sus ojos se cerraron y su respiración se reguló con su palpitar, sintiendo cada pequeña y débil sensación. Escuchando las aves, los pequeños animales que corrían a sus madrigueras, el viento hacer bailar a los árboles y el sonido de las recién salidas luciérnagas.

Cuando abrió sus ojos, el cielo cubierto de estrellas fue lo único que logró ver, sumándole ahora una brisa semifria junto con la luz blanquecina de la Luna.

Solo así, se puso de pie mientras limpiaba con las palmas de sus manos su uniforme de cazador junto con su capa blanca con estampado de flamas, siendo esta última una herencia familiar. Su mano derecha fue a su katana, guardándola en su funda pegada a su cadera junto al cinturón blanco de su informe marrón. Sus ojos fueron a cada uno de los árboles mientras parecía examinarlos, y después sus pasos empezaron a pisar aquellos pétalos rosas que sellaban el camino.

Sabía que su tranquilidad no duraría mucho, ya que ahora, en la noche, es cuando su trabajo empezaría. Se trataban de criaturas casi invencibles con una fuerza superior a la de cualquier humano, con el poder de tener una regeneración casi inmediata pero con la maldición de jamás poder volver a sentir el Sol en la piel, o de lo contrario, se harían cenizas.

El mundo estaba dividido en tres castas y dos razas dominantes, siendo Omegas, Betas, Alfas; humanos y demonios.

Él era un Omega, también era un cazador de demonios honorable y el hijo mayor de una familia de tres hombres. Su padre, llamado Shinjuro, había sido un ejemplar cazador de demonios, alcanzando incluso el puesto del Hashira de las llamas, o como se le decía comúnmente, el pilar del fuego. Después de la muerte de su madre y del nacimiento de su hermano menor, su padre había abandonado su trabajo como cazador ya que culpaba con frecuencia a este trabajo por haberle quitado tanto tiempo de su vida. Tiempo que pudo haber disfrutado más con su esposa.

Pero la vida no tiene clemencia de nadie, ni siquiera de los ángeles.

Ahora, su padre estaba sumido en una depresión y era alcohólico desde hace casi trece años, que empezó dos años después de la muerte de su madre, cuando él tenía ocho años, y su hermano, Senjuro, apenas tenía dos años de vida.

Su vida cambió para siempre por primera vez, tomando él ahora el papel de cuidar a su hermano como si fuera su propio hijo, y al alcanzar los trece años de edad, decidió entrenar por cuenta propia sin ayuda o instrucción de su padre a pesar de tenerlo casi prohibido. A diferencia de su progenitor, él no quería acabar con aquella fina línea de sangre llameante de sus antepasados, los cuales, se dedicaron a dar su vida por su pueblo cazando demonios.

La familia Rengoku era aquella que seguía en esa línea de sangre, y sus posturas y movimientos de pelea hacían referencia a su apellido, el cuál significaba "purgatorio" al mismo tiempo que su apariencia hacia referencia al fuego mismo, puesto que todos los hombres de la familia nacían con la cualidad de cabello rubio y puntas rojas, ojos amarillos y rojizos al igual que cejas pobladas de un color negro intenso.

Finalmente, con diecisiete años de edad logró alcanzar el título más fuerte y honorable de los cazadores, siendo ahora un orgulloso Hashira, más específicamente, el Hashira de las llamas. Tal como su padre había sido alguna vez. Ahora, con veinte años de edad y su hermano con casi catorce, se dedicaba a realizar su oficio de la mejor manera posible a pesar de no contar con el apoyo de su progenitor.

Teniendo ahora la palma de su mano sobre el mango de su katana, se dedicó a caminar entre aquel frondoso bosque de árboles rosados los cuales camuflaban a la perfección su aroma, el cuál era, irónicamente, a cerezo. Sus oídos se agudizaron y sus ojos color infierno examinaron cada pequeño detalle del camino, estando alerta de cualquier movimiento ajeno a la paz floral.

Mientras su capa se movía al son del —a diferencia de antes— gélido aire, y sus cabellos bailaban con el viento, pensó en cómo su vida casi le fue arrebatada hace poco más de un año. Cuando en medio de una batalla en donde él tenía que salvar a los pasajeros de un tren de un demonio, se encontró con un demonio el cuál, en sus ojos ámbar y esclerótica azul cielo tenía grabados los kanjis "Luna superior 3", que a diferencia del demonio que controlaba al tren, pertenecía a los 6 más fuertes, ocupando el lugar del número 3.

Al igual que los cazadores, los demonios también se dividían por rangos, siendo los más fuertes y casi imparables las Lunas superiores, formadas por seis demonios que habían vivido por décadas e incluso siglos asesinando y comiendo personas. Los de rango medio, siendo las Lunas inferiores, también eran formadas por un grupo de seis, no siendo tan fuertes pero tampoco tan débiles, los cuales afortunadamente eran fáciles de matar para un Hashira muy bien entrenado. Y, finalmente, los restantes. Los don nadie, los cuales eran demonios primerizos, demonios que no tenían algún poder en especial que los haga destacar o bien, demonios que no eran útiles para su rey. Sin embargo, ni las Lunas inferiores ni las Lunas superiores se comparaban ni un poco con el poder de su creador. Nadie sabía de dónde venía, o cuando apareció en el mundo, sólo sabían su nombre, siendo este: Kibutsuji Muzan. Fue el primer demonio en el mundo y ahora, era el más fuerte que existía. Su técnica de sangre, o bien, su poder, consistía en tener control total sobre la carne, ya sea la de él, o la de cualquier ser con vida, pudiendo moldear, aplastar y exprimir esta misma a voluntad propia. Además de que era el único demonio de todos los que existían, con el poder de crear más.

Pero ni el poder de él ni el de cualquier demonio era rival para el Sol, el cuál con sus rayos era capaz de hacerlos cenizas.

Sin embargo, había otra manera de asesinarlos, siendo esta con un mineral especial, tan duro como el acero pero tan frágil como el metal; con la capacidad de mutilar a estos seres y que con la fuerza suficiente empleada, decapitarlos. Solo de esta última manera, eran también hechos cenizas.

Con este mineral, hacían katanas o armas al gusto del cazador, siempre y cuando tuvieran la capacidad de acabar con las vidas casi eternas de los seres nocturnos.

Entonces, volvió a pensar en la Luna superior tres.

Él, junto con sus tres aprendices primerizos habían derrotado exitosamente al demonio del tren, y cuando creyeron que todo había concluido, recordó como la piel se le erizó cuando el aura demoníaca de la presencia de aquel demonio Alfa inundó el lugar en donde ya hacía el tren finalmente destruido. Recordó cómo le ordenó a dos de sus aprendices ayudar a los pasajeros heridos a salir de los escombros del tren, y al tercero, le ordenó tener reposo debido a sus heridas de gravedad mientras que él tenía sus ojos fijos en el demonio recién llegado.

Una batalla se desató entre ellos, y mientras que él tenía su katana entre sus manos para atacar, el demonio, llamado Akaza, usaba sus manos desnudas para combatir; teniendo un estilo de pelea parecido al Soryu, un arte Marcial, el cuál de ser usado por humanos para defenderse, ahora era usado por un demonio para asesinar.

Recordó todas y cada una de las cosas ocurridas en dicho encuentro devastador. Sabía que iba a perder, desde que vio el rango en sus ojos supo que tendría una muerte casi segura, puesto que ningún Hashira estando solo, era capaz de derrotar a una Luna superior desde hace al menos más de un siglo. Tenía a sus aprendices, si, pero al ser cazadores de bajo rango los mandaría a una muerte segura. Entonces, si sabía que no podía asesinarlo, entonces podía ganar tiempo. Tiempo en el que el Sol saldría y si tenía suerte, acabaría con la vida de aquel ser.

La batalla entre aquel Alfa y Omega fue alucinante. Había fuego proveniente de la katana en llamas del cazador, y había destrucción total por las manos desnudas del demonio.

En cada respiro, sentía que estaba más cerca de su muerte, y en cada pequeño jadeo sentía que se iba su vida en forma de humo.

Y esa era la diferencia entre ellos, él, un humano, tenía límites, tenía un fin, tenía una piel cálida llena de vida mientras que sus ojos brillosos desbordaban pasión flameante y su sonrisa iluminaba cuál antorcha cualquier rincón oscuro; su alma reluciente ayudaba a quien podía y siempre se disponía a ser amable y generoso. Mientras que el Alfa, un demonio, no tenía límite alguno, su vida no tenía fin a menos de ser tocado por el sol o decapitado, su piel era gélida y helada por la carencia del calor en ella, sus ojos eran oscuros y sombríos dejando ver el tormento de su pasado y sus colmillos le daban paso a la oscuridad del abismo; su carente alma había asesinado y devorado a miles de personas y siempre entrenaba para ser más y más fuerte, anhelando así más poder.

Cuando la pelea se sentía en su clímax y el Sol estaba a minutos de salir, dió todo lo que pudo de sí, escucho cada burla dirigida a su persona por parte del demonio y cada risa de emoción que soltaba este mismo. Extrañamente, también recibió halagos sobre la magnífica fuerza que poseía incluso siendo un humano y lo mucho que aquel ser intentaba convencerlo de convertirse en un monstruo como él, Incluso fue testigo de lo que pudo ser un ataque de celos, cuando en medio de la batalla desvió su atención a sus alumnos para corroborar que estuvieran bien, Akaza no se tomó de la mejor manera, puesto que le gritó, y casi ordenó, que se fijara solo en él.

Con un escalofrío, recordó con exactitud aquellas palabras graves: «¡Enfócate en mí, Kyojuro! ¡Yo soy tu contrincante! ¡Mírame a mí y solo a mí! ¡Concéntrate!»

Un suspiro salió de sus labios, y mientras seguía caminando entre la flora, aún estaba alerta; esperaba dirigirse ese día a su hogar pronto, quería ver a su hermano y abrazarlo después de tres días de estar ausente en una misión en un distrito ajeno al de ellos. Lo quería muchísimo, además de que también quiso aspirar a ser un cazador, sin embargo, para ser cazador de demonios se tenía que tener una condición.

Y esa que la espada o arma que se te haya otorgado, cambiara de color. No sé sabía porque ocurría, pero cuando el arma cambiaba, significaba que podías entrenar y hacer todas y cada una de las posturas provenientes de tu linaje o invención propia. Significaba fuerza y prosperidad, al igual que valentía y un cazador resistente. Sin embargo la katana de Senjuro no cambio de color, lo que significaba que las posturas de la llama no podrían ser desarrolladas por él, y tampoco pondría blandir la espada de manera correcta, corriendo el riesgo de que se rompiera en media batalla.

Así que mientras él trabajaba, su hermano se dedicaba a su hogar, y su padre, bebía ahogándose en su tristeza o perdido en la nada misma. Shinjuro no era una mala persona, quería muchísimo a sus hijos y daría todo por ellos si se lo preguntaban estando al cien, pero ahora, sumido entre la ebriedad y la depresión, el odio hacia los cazadores y a sí mismo, le costaba bastante siquiera voltear a verlos sin sentirse humillado de sí sobre lo bajo que estaba cayendo, y entonces, volvía a tomar. A veces les decía cosas hirientes que en realidad no sentía pero aún así se las dirigía, como una especie de desahogo.

Recordó cómo, por primera vez en años; su padre le abrazó con fuerza después de haber despertado del coma en el que estuvo después de la pelea de Akaza. Recordó como por primera vez en mucho tiempo tuvo una plática casi civilizada con su padre, y como por primera vez desde que tenía memoria, volvió a ver esos ojos amarillos iguales a los suyos llenos de miedo.

Miedo a perder a otra persona que amaba.

Desde ese día, su padre había intentado mejorar. Si bien seguía con episodios depresivos y bebía de vez en cuando, era con mucho menos frecuencia que antes. Esa fue la segunda vez en la que su vida cambió.

Sabía que aún faltaba al menos una hora a pie para llegar a su hogar, así que mientras aún caminana vagó más en sus recuerdos.

Recordó las heridas que ahora eran cicatrices sobre aquella pelea con Akaza. Lejos de sentirse orgulloso de haber sobrevivido y de haber retenido a aquel demonio hasta el amanecer, se sentía ciertamente humillado, porque sabía que el demonio no estaba usando toda su fuerza con él a propósito. Las heridas que había recibido eran en su mayoría superficiales, si bien terminó con uno que otro hueso roto, sabía que la fuerza de esa criatura estaba siendo retenida. Porque incluso él mismo se lo dijo antes de huir del Sol: «Necesito verte de nuevo, Kyojuro»

Casi de inmediato, tuvo otro recuerdo de más frases dichas por el Alfa, las cuales le arrancaron otro escalofrío «Conviértete en demonio y estemos juntos toda nuestra eternidad»

No sabía con exactitud a qué se refería, pero sí sabía que la voz de aquel demonio humanoide le hacía tensarse.

Los golpes fueron tan fuertes y el cansancio fue tanto, que terminó en coma después de la pelea, en donde el último golpe dirigido hacia él fue uno directo a su estómago. Ese golpe le rompió varias de sus costillas y también le hizo tener una pequeña pero peligrosa hemorragia interna. Pero de nuevo, el golpe fue superficial, porque estaba seguro que si aquel ser se lo proponía, podría haber incluso atravesado con su puño su estómago. Cuando ese golpe le hizo flaquear, vomitar sangre, y casi desmayarse, recordó más palabras de Akaza «¡No mueras, Kyojuro, no se te ocurra morir!»

Y esa última oración, fue casi en un tono de súplica. Después, todo se volvió borroso, y finalmente, el recuerdo de su padre abrazándolo con fuerza le llegó de vuelta.

Mientras la luz de la Luna iluminaba el camino y las luciérnagas le guiaban, pensó en sus amigos, los cuales también eran Hashiras, y en lo emocionado que estaba por volver a verlos el día de mañana. Mientras seguía dando pasos firmes, un escalofrío recorrió su espalda desde su cuello, y no tardó mucho en darse cuenta que se sentía observado. No era la primera vez que le ocurría. Desde la batalla contra Akaza, se sentía así. Sentía que lo vigilaban en la mayoría del tiempo que pasaba entre la oscuridad, incluso recordó despertar entre sueños y ver a una figura masculina sombría estar en cuclillas desde el borde de la ventana de su habitación, viéndolo; pero cuando enfocaba bien y desviaba la vista un segundo para tomar su katana, aquella figura desaparecía, dejando un rastro con olor a incendio en su habitación, el cuál desaparecía rápidamente por el viento externo.

No se sentía nervioso, pensaba firmemente en que la figura de aquel demonio le perturbaba solo en su imaginación y que todo podía ser una secuela a consecuencia de pensar constantemente en él.

Pero no podía olvidarlo, aquel olor a leña quemada, entre el humo e irónicamente al fuego, o como él solía describirlo, a incendio; siempre estaba presente en él. Cómo un recordatorio constante de que debía entrenar más para ser más fuerte, y si la vida le alcanzaba, volver a enfrentarse contra Akaza para por fin derrotarlo y que su conciencia le dejara en paz.

Ahora, entre en medio de la oscuridad casi total y bajo el manto de estrellas, apresuró su paso mientras su mano estaba sobre el mango de su arma, listo a cualquier movimiento que le hiciera sentir pertubado. Mientras más caminaba, su respiración empezaba a acelerarse. Él no era ningún cobarde, de hecho, si pudiera, giraría y sacaría su katana, buscaría aquella criatura que lo acechaba a pesar de que eso contradijera el hecho de que pensaba que solo estaba en su imaginación, y finalmente, la asesinaría. Pero ahora, ahora se sentía exageradamente vulnerable como nunca antes. No había una razón, no había algo que le hiciera sentir ansioso o nervioso, simplemente era él haciéndose ideas por culpa de su conciencia; pero de nuevo, aquel sentimiento seguía ahí.

Entonces, armándose de valor, desenfundó su espada, y se dió vuelta, buscando con la mirada lo que sea que le hiciera sentir de esa manera.

Cómo era de esperarse, no había nada.

Pero aún así no bajó la guardia, y caminó hacia enfrente. Olfateó por instinto, y encontró un casi nulo rastro de olor que le era meramente familiar. No supo porqué lo hizo, o que pensaba en cuanto empezó a seguir el aroma. Cuando sus pies lo adentraron entre aún más oscuridad, fue cuando se puso aún más alerta cuando entendió que aquel rastro no era de su imaginación, sino que siempre había sido real.

Y entonces, lo encontró. Sentando en la rama de un cerezo, estaba dándole la espalda. Miraba atentamente la Luna y las estrellas mientras la brisa le removian sus cabellos cortos y rosados. Su piel entre un color grisáceo y blanco, era iluminada por la luz del astro, y su chaleco corto y rosado se movía al son del viento. Su pantalón semi corto color blanco con un cinturón delgado color verde y con dos colgantes de hilos rosados dejaban colgar sus pies desnudos desde la rama, los cuales tenían dos pulseras de perlas rojas decorando sus tobillos. El olor a humo, o bien, a incendio, se hizo presente de una manera fuerte y casi mareante. Y cuando la voz de Akaza resonó entre el silencio abrumador del bosque, sintió de nuevo su cuerpo tensarse.

— Cuánto tiempo, Kyojuro — le dijo, y casi de inmediato se dió vuelta, encontrándose con aquel hombre que Inevitablemente, había inundado su mente en todo este año. Finalmente lo estaba viendo de frente y este le estaba regresando la mirada. Una sonrisa adornada de sus colmillos se formó en sus labios, y pronto se sintió embriagado por aquel olor a cerezo que había echado de menos.

El nombrado apretó su katana entre sus manos, listo para cualquier ataque o indicio de un pelea mientras permanecía estático. Miro con detalle al ajeno, encontrándose de nuevo con sus ojos azules y pupilas amarillas. Bajó su mirada por sus brazos y pecho, en los cuales, habían marcas parecidas a tatuajes de líneas color azul rey, decorando no solo su torso, sino también su rostro y cuello.

Al no tener una respuesta inmediata, Akaza soltó una risa cargada de cinismo y burla. Sus cejas, las cuales eran del mismo color que su cabello al igual que sus pestañas, se arquearon por el gesto recién hecho, y colocó sus pies encima de la rama mientras recargaba su espalda contra el tronco del grueso del árbol. Ahora, con más comodidad, siguió mirando el rostro de Kyojuro con detalle. Intentó memorizar cada facción, cada minúsculo detalle del cazador para tenerlo presente sin fallos en su mente, y después, miró despreocupadamente el cielo de nueva cuenta mientras sus manos blanquecinas con dedos azul rey y uñas rojas le sostenían con firmeza en la rama.

— ¿Y bien? — Volvió a hablar, sonriente — ¿Vas a terminar el trabajo que dejaste inconcluso, cazador? — le cuestionó, y después se relamió sus labios los cuales tenían algunas gotas de sangre escurriendo.

Cuando de nuevo se giró para ver al Omega, lo encontró con las cejas fruncidas, e inevitablemente soltó otra risa cuando vió como apretaba su arma con fuerza y casi impotencia mientras parecía ponerse en posición de combate. Listo para cualquier movimiento suyo. Solo así, la voz que tanto echó de menos y que ansiaba volver a oír, resonó entre la tensión.

— Por fin te encontré, Akaza.

Y, con ironía, el nombrado volvió a reír.

Sin saberlo, esa fue la tercera vez que su vida cambió.

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