call of silence. robert...

By targparadise

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COS. ❝ madness and greatness are two sides of the same coin, in which side landed... More

chapter zero.
call of silence.
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𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐅𝐎𝐔𝐑𝐓𝐄𝐄𝐍




























Los primeros rayos de sol iluminaron lentamente a Poniente, King 's Landing pronto se vio inundado de festejos puesto que no era un día cualquiera: Finalmente, la reciente heredera tomaría un esposo ante el ojo de los Dioses y una unión nueva haría que se calme el revuelo que el consejo escogía ignorar a sabiendas de que las consecuencias podrían ser imposibles de solventar.

Iseneya debió de sacar las colchas del cuerpo de Maegelle, recordando que no había modo de escapar de ese destino. Su camino había sido forjado para acabar de este modo, y por esa razón, no cuestionaba lo que se tuviera planeado para ella, fuera malo o bueno, aceptaría que nació para hacer esto.

Últimamente y como cada mañana, un suspiro abandonó sus labios. Ya parecía una costumbre hacerlo.

─El día ha llegado, su Majestad.

Sin decir nada al respecto, se levantó de su cómoda posición en la cama y dejó que la muevan como si se tratase de una muñeca de trapo. La obligaron a sentarse frente al espejo, comenzando a arreglar su largo cabello ondulado. Lo recogieron hacia atrás en un moño y se aseguraron de que mantuviera un aroma floral bastante agradable. Ella tragó saliva, viéndose en el espejo sin siquiera poder sentir una pizca de felicidad.

No era como imaginó su día de boda.

Siempre había soñado con la boda que consideraba perfecta: su madre detrás de ella haciéndole el peinado mientras le hablaba sobre lo primero que pase por su cabeza para impedir que sienta nerviosismo por el papel que se le encomendaba a partir de ahora; le daría pequeños masajes en la cabeza y la haría relajar tanto que sentía que se acabaría durmiendo. Maegelle podía oír su voz, diciéndole que sería la novia más hermosa en el mundo y que nadie nunca olvidaría cómo lució ese día.

La ayudaría a meterse dentro del vestido mientras soltaba algunas lágrimas y murmuraba por lo bajo que no podía hacerse con la idea de que su hija había crecido tanto como para empezar a formar su propia familia y un día llevar una corona.

El hombre que la esperaría al pie de las escaleras no sería Robert, sino Rhaegar, con su traje blanco y dorado como el de ella, porque habrían escogido combinar, mientras escuchaba como todas las doncellas suspiraban completamente enamoradas de él, y a algunas incluso, las podía oír llorar al darse cuenta de que la inexistente oportunidad con el príncipe, se desvanecía ante ellas.

Pero su realidad era completamente diferente. No sentía nada, ni felicidad, ni tristeza, ni enojo. Solamente estaba segura de que debía hacerlo porque ahora, ese era su deber. El reino estaba sobre sus hombros, una responsabilidad que jamás llegó a considerar que tendría y a la que iba a tener que responder de manera madura y siendo la más imparcial posible ─algo que aún no sabía cómo iba a hacer para lograr.

Logró salir de esos pensamientos cuando Iseneya la llamó, logrando regresarla al mismo plano en el que ellas se encontraban.

─¿Le gusta el cabello de ese modo?

─Sí, está perfecto ─musitó, asintiendo y su guerrera doncella rápidamente procedió a dejar su cabello para despojar el camisón del cuerpo de Maegelle.

Flores delicadas de olor dulce pero fuerte fueron pasadas por su cuerpo con cuidado, asegurándose de que su cuello sea el que mejor huela. Iseneya y Nesa la ayudaron a que se meta dentro del vestido, acomodaron la enorme falda con la que contaba, asegurándose de que no se encuentre arrugada y luego procedieron a atar los lazos del corsé apretado que se aferró a ella impidiendo que el aire ingrese por sus pulmones con normalidad. No se quejó, se quedó tan quieta como se le pidió mientras veía por el espejo como terminaban de colocar las largas mangas del vestido y luego, cuando ya se encontraba vestida. Un velo blanco que debía de llegar a rozar el suelo se colocó sobre su cabeza, sostenido por el rodete y unas pinzas que pasaban desapercibidas.

Ambas guerreras sonrieron viéndola, se veía como quién era realmente y lo que representaba para cada uno de ellos dentro de sus corazones. Un ángel, su salvación, lucía hermosa y esa expresión de tristeza quizá fuera algo que también la hacía ver como si su misión en esa vida fuera cumplir con un destino que se volvía más y más difícil de llevar encima. Les pareció digno de una pintura a la que admirarían por horas sin cansarse, preguntándose por qué esos ojos se encontraban tan tristes emanando un aire de soledad gigante cuando era el día más importante para cualquier mujer.

Pero ellas sí conocían las respuestas a esas dudas.

─Luce hermosa, mi reina ─musitó Nesa, lo suficientemente alto como para volver a traerla a la tierra. Ya no podría contar con sus dedos la cantidad de veces que dejó de prestar atención a su entorno y a lo que ellas iban diciendo. Maegelle sonrió levemente a modo de respuesta y el silencio las volvió a rodear. Iseneya y Nesa compartieron una mirada que reflejó la preocupación que ambas sentían─. ¿Se encuentra bien, su Majestad?

─Sí ─musitó de inmediato, mientras acariciaba su vestido─, sólo... pensaba. En todo lo que he pasado hasta llegar aquí.

Ambas asintieron.

─¿Quiere hablar con nosotras? ─preguntó Iseneya.

Maegelle las observó por un segundo y simplemente negó.

─No hay nada de qué preocuparse ─musitó─, sólo pensaba en lo mucho que necesito a mi madre ahora mismo.

Nesa acarició los hombros de Maegelle y la joven le sonrió por el espejo.

─Vuestra madre siempre está con usted ─musitó─. La muerte no es el final y sin dudas, usted volverá a reencontrarse con ella. La Reina Rhaella está hacia donde quiera que usted observe, en el aire, en las flores, en los pasillos.

Maegelle sintió que podría acabar llorando.

─Gracias, Nesa.

La puerta de los aposentos de Maegelle fue golpeada y pronto, Vargo ingresó por ella realizando una reverencia. Hacía tanto que ella no lo veía, se sorprendió de que se encuentre resguardando su puerta.

─Hoy es un día importante, su Majestad ─musitó Iseneya─, y también uno peligroso. Hoy acentúa la corona que un día portará. No podemos dejarla desprotegida.

─¿Crees que hay amenazas contra mi persona, 'Neya? ─le preguntó con su ceño fruncido.

Daorun naejot sagon neot nūmāzma. Nada de lo que deba estar preocupada. ─le dijo Vargo─. Gaomagon daor zirȳla tubis, Iseneya. No arruines su día, Iseneya.

La mencionada rodó sus ojos.

Ziry jorrāelagon naejot gīmigon. Ella necesita saberlo.

Maegelle frunció su ceño.

Ȳdragon sir. Hablen ahora ─ordenó y ambos bajaron sus cabezas. Nesa los observó confundida, no comprendiendo de qué podían estar hablando.

Skoros iksis jāre va? Qué está sucediendo?

─Quizá no sea nada de qué preocuparse, su Majestad ─Vargo musitó, mientras veía el suelo─, durante nuestras guardias nocturnas hemos oído cosas alarmantes.

Iseneya mordió su lengua evitando soltarlo a la primera.

─¿Qué cosa alarmante, Vargo?

─Planean... envenenar a su padre ─musitó él─, hoy mismo y que usted sea vista como la responsable, princesa.

─¿Quién haría algo tan cobarde? ─preguntó ella─. ¿Iseneya?

─Hemos estado intentando averiguar quién puede ser el responsable de esto ─musitó ella─, pero cada pista que perseguimos, desaparece antes de que podamos atraparlo. Hemos hablado con alguien de Flea Bottom, nos ha dicho que hablemos con el Señor de los Susurros. Dicen que él escucha todo.

─¿Señor de los Susurros? ─musitó Maegelle─. ¿Varys?

Ambos asintieron.

─No hemos logrado dar con su paradero ─dijo Vargo─. Parece que se encuentra encerrado junto al Rey en sus aposentos privados y pese a que podríamos avanzar, no deseamos que tenga problemas con vuestro padre.

Maegelle suspiró y llevó una mano hacia su cabeza.

─Es poco probable que puedan envenenar a mi padre ─musitó ella─, considerando que no ingiere absolutamente nada.

─¿Desea que mantengamos un ojo sobre él? ─ella asintió ante la propuesta de Nesa.

─Sí, envía dos hombres y que se mantengan en las sombras ─musitó─. Jaime Lannister hará guardia hoy en la puerta del Rey, no lo pierdan de vista ─ordenó. Nesa asintió.

─¿Es Jaime Lannister un enemigo también, su Majestad? ─preguntó Vargo.

─No estoy segura ─musitó ella─. Su lealtad ha de estar con su familia, pero si le hace algo a la mía, Lord Tywin Lannister va a perder a su único heredero y a sabiendas de que ninguno de los Targaryen somos muy fáciles de persuadir, no creo que quiera correr el riesgo de perderlo.

Los tres asintieron.

─No quiten sus ojos de los Lannister ─dijo ella─, déjenme a solas, necesito... despejar la cabeza.

Los tres asintieron y realizaron una reverencia. Maegelle suspiró antes de caminar en dirección al balcón, necesitando desesperadamente porque se renueve el poco aire que ingresaba en sus pulmones.

Podía escuchar el ruido que provenía de los festivales que surgieron en su nombre, y mientras todos ellos festejaban y disfrutaban de su día, Maegelle comenzaba a padecerlo aún más. Cerró sus ojos mientras apretaba sus puños con fuerza, repitiéndose a ella misma "contrólate", como si fuera una canción de cuna para calmar su malestar.

Al abrir sus ojos, escuchó la puerta de sus aposentos abrirse y frunció su ceño al no oír a nadie reportando la pronta presencia, volvió a ingresar y sus ojos cruzaron los de su hermano mayor: Rhaegar. Él, en un aspecto nada favorable, su cabello platino se encontraba revuelto, su ropa desalineada y todo apuntaba a que podría haber estado tomando toda la noche.

─¿Estás borracho? ─preguntó, confundida. Rhaegar negó.

─No ─musitó, su voz reveló que decía la verdad─, sólo no he dormido nada anoche y Arthur me encerró en mis aposentos porque deseaba evitar que haga algo "estúpido". Parece que es lo único que hago desde hace algunas semanas.

Maegelle no respondió por varios minutos, ambos se observaron fijamente; ella intentando descifrar si sería buena idea tenerlo allí cuando las dudas y los temores le carcomían en el interior.

─¿Qué es lo que quieres de mí, Rhaegar? ─preguntó. Él bajó su mirada al suelo, como si estuviera avergonzado de él mismo.

─Lamento lo que sucedió entre nosotros ─comenzó, dejando de ver el suelo para mostrar un par de ojos firmes sobre los de ella─. Sé que te he fallado una y otra vez, nunca ha sido a propósito, a veces hago las cosas sin ponerme a pensar en por qué las hago y eso es... ─suspiró, negando con su cabeza, intentando volver a poner las palabras en orden─. Espero pagar por mis errores, Mae, sea cuál sea el castigo. Solamente deseo poder estar junto a ti hasta el final. Porque te amo, te he estado esperando toda mi vida ─Rhaegar avanzó hacia ella, tomándola de las manos─. Podemos olvidar todas las responsabilidades que nuestro apellido tiene, podemos huir de aquí y ser felices en otro lugar, con nuestros hermanos menores.

Rhaegar sostenía su corazón ante ella, por primera vez después de todo lo que había sucedido. Se dio cuenta de lo absurdo que era mantener una alianza con los Stark cuando escuchó a Lyanna hablando sobre el mundo desconocido y el deseo de ella por viajar hacia allá, aún él habiendo hecho conocer que su deber es permanecer junto a Maegelle. La noche en que rechazó a Mae, no durmió nada, lo mantuvo despierto el recuerdo de lo que pudo haber sucedido y como él acabó arruinando la prueba que necesitaba para entender que deseaba volver a sentir sus labios, su respiración, su tacto, cada día de su vida.

Cuando fue a hablarle a la mañana siguiente, encontrándose con Robert, comenzó a creer que estaban destinados a separarse y nunca más poder volver a sentirse tan cerca del otro como lo hicieron esa noche. Nunca más iba a ser testigo de su risa, de su poca tolerancia al alcohol, de la manera en que el ceño se le frunce cuando se confunde y como muerde su labio con fuerza al estar concentrada en algo.

Se imaginó a Maegelle sosteniendo a su primer hijo, criando a Viserys del modo en que debió ser criado y abrazando a Daenerys con fuerza porque era una niña adorable, la imaginó portar una corona como nadie nunca más lo había hecho, unificando los reinos y creando alianzas tan inquebrantables que pronto recibió el nombre de la Reina de la Justicia, el orden y las leyes.

Cuando consideró que la respuesta sería positiva, ella dió un paso hacia atrás, alejándose de él.

─Es muy tarde ahora ─musitó ella.

─No, aún no es tarde ─dijo él─, aún tenemos tiempo de hacer lo que realmente deseamos, Mae.

─Es muy tarde ─dijo ella─, y no soy una persona que incumple con sus deberes, Rhaegar. Me comprometí con Robert y cumpliré con mi palabra.

─¿Incluso si no lo amas? ─le preguntó, con el ceño fruncido.

─Nunca nadie se une con otra persona por amor ─dijo ella─. Y madre una vez dijo que el amor se construye.

Rhaegar bajó su cabeza.

─No hagas esto...

─Yo no he hecho nada ─dijo ella, aguantándose las ganas de gritarle─. Has sido tú desde el principio. Estaba al otro lado del Mar cuando decidiste romper nuestro compromiso por la chica Stark, luego peleaste una rebelión, traicionaste nuestras tradiciones ¡y me avergonzaste al escogerla por encima mío! ─acabó, gritándole, avanzando hacia él como si estuviera por cortarle la garganta─. Al contrario tuyo, no me arrepiento de las decisiones que he tomado, y quizá Robert Baratheon sea la más sensata de todas ellas.

La puerta fue abierta por Vargo antes de que Rhaegar siquiera tenga tiempo de procesar lo que ella dijo.

Ziry iksos jēda, ñuha dāria. Es hora, mi reina.

Ella asintió, calmándose y soltando un buen suspiro.

─No es necesario que estés presente hoy ─dijo ella─. Quédate junto a Dany, nuestra hermana pequeña te necesita más que yo.

Sin decir ni una palabra más, Maegelle lo dejó en completa soledad. Caminó por los pasillos acompañada por Vargo, Iseneya y Nesa, los tres prestaban atención a los pasos de la dragón, expectantes a lo que podría suceder después de su momento con Rhaegar.

Los tres consideraron que podrían solucionar las cosas pero parecía que sólo empeoraba conforme pasaban los días, y cada que Rhaegar tomaba riesgos, Maegelle no deseaba hacerlo, y toda la situación se invertía.

Ingresó al carruaje y ellos acompañaron desde sus caballos. Ahora, completamente sola, llevó sus manos hacia su rostro mientras se pedía a ella misma no ponerse a llorar.

─No llores, no llores...

Lo repitió como si fuera un mantra, lo repitió hasta que el deseo por desahogarse y llorar desaparezca. Lo hizo. Cuando divisó el Septo a través de la ventana de su carruaje. Los caballos se detuvieron y su puerta se abrió, una mano cubierta por un guante de cuero se estiró para que ella pudiera tomarla. Era Vargo. Maegelle tragó saliva y tomó la mano de su caballero, bajando del carruaje. Cuando pisó el suelo y se encaminó hacia las grandes puertas del Septo Baelor, se aseguró de dejar atrás todo eso que la ataba a alguien, a Rhaegar, a su padre, al recuerdo doloroso de su madre.

De ahora en adelante, Maegelle sólo observaría hacia adelante y preservaría su presente, sin mirar hacia atrás.

Las puertas se abrieron y todos los presentes se voltearon. Robert Baratheon de pie y con un sinfín de dudas, alzó la cabeza para encontrarla al principio de esas malditas e interminables escaleras, encontrándose con la persona que iba a pasar el resto de su vida. Maegelle Targaryen siempre fue hermosa, pero nadie la conocía, no realmente.

Robert la vio de pequeña muy pocas veces en algún que otro evento específico, pero el Rey siempre la mantuvo lejos de los demás, y cuando creyeron que sería lanzada al mundo, desapareció en un barco y su nombre se empezó a oír por todos lados: Maegelle Targaryen, Reina de los Hombres Libres. Una cría que nació en una cuna de oro y llegó a las Ciudades Libres a causar estragos y destruir años de costumbre para los Amos. Cuando su madre le comentó sobre ésta cría, Robert sintió una honesta curiosidad.

Siempre supo que tenía que conocerla. Debía ver con sus propios ojos lo que los demás veían.

Mientras ella bajaba cada escalón con seguridad y confianza, como si un paso en falso no fuera a hacerla acabar en vergüenza, vestida en blanco y dorado, con los ojos más soñadores que él haya visto, supo que tal vez, no sería tan malo. Maegelle era el sueño de Ned, y su amigo debió tomar dos copas para confesarlo, era el tipo de mujer que alguien como Brandon Stark desearía tener su mano, alguien que incluso Jaime Lannister siente cosas que simplemente no se pueden explicar.

Era la mujer más deseada y aún así, un imbécil como Rhaegar Targaryen arruinó la oportunidad de tenerla y entregarle el mundo, la dejó a la merced de un hombre como él. Robert no estaba seguro de merecer a una mujer como ella, Maegelle no era cómo a muchas que conoció, era demasiado buena como era horriblemente mala, podía ser amable y gentil, o podía ser grosera e inmadura. Le daba dolores de cabeza, pero también le hacía sentir un calor en el pecho que no sintió muchas veces. Y aunque quisiera negarlo, la belleza de la princesa lo abrumaba.

Maegelle se encontró ante él y cuando sus ojos se cruzaron con los de Robert, no faltaron las palabras para entender que apoyarían la espalda del otro ante cualquier tormenta.

Porque quizá no hayan sido la primera opción del otro, pero ahora sí lo serían y nadie más impediría eso.

La ceremonia procedió, ambos dieron sus votos y presentaron sus juramentos, cada uno, viéndose al otro, entregó una pequeña parte de su corazón, esperando porque un día las piezas se completen y entre ellos cuiden todo el rompecabezas de sus corazones.

Robert tomó la mano de Maegelle y mientras eran felicitados por cada Señor, sus más allegados palmearon su espalda como si hubiera alcanzado la hazaña del siglo, y las mujeres alababan a la princesa, a su magnífica belleza, a su sonrisa amable, y sobre todo, a su ahora bien asegurada posición.

Con los bardos haciendo oír la tan familiar melodía de los matrimonios entre los Targaryen, ella acabó por ser quien guíe a Robert hacia la pista del baile, él parecía desorbitado y un poco reacio a bailar ante tantos pares de ojos observándolo. Sin embargo, Maegelle apretó su mano y pronto, se sumergieron en la danza de sus ancestros, haciéndolo como si hubieran estado practicando el baile por mucho tiempo; lo cierto era que Robert jamás lo había bailado, su madre se lo explicó algunas veces y su abuela incluso supo enseñarselo, aunque nunca lo creyó una herramienta útil.

Maegelle se rió al verlo realizar un paso mal y Robert casi muere de vergüenza, cuando los demás Señores rieron del mismo modo y escuchó la voz de Brandon por encima de todas esas risas burlándose de él, Robert estaba más que listo para encaminarse hacia el Stark para darle un buen y agradable golpe en la nariz, se conformaba con sólo quebrarla y verlo sangrar un poco.

─¿Quieres sentarte a comer algo ya? ─le preguntó ella, deteniendo sus pasos cuando la melodía finalizó y lo único que oían fueron los aplausos.

─¿Vas a dejarme comer? ─le preguntó él─. Porque creía que no me querías ver hinchado.

Maegelle se volvió a reír.

─No no, te has comportado bien hoy.

─Que bueno que me trates como a un perro ─musitó él, caminando junto a ella hacia la mesa─, ¿así será? ¿Vas a darme un buen plato de comida cada vez que me porte bien?

─No seas tonto, Robert ─musitó ella, mirándolo con una leve sonrisa─, también planeo palmear tú trasero y acariciarte la cabeza cada vez que hagas algo bien.

Robert bufó y ella comenzó a reírse otra vez.

─¿Tú padre no se unirá a nosotros?

─Es mejor así ─dijo ella, una vez que pudieron sentarse en la mesa principal─, nadie se encuentra preocupado por cómo actuar; todos están riendo y disfrutando, mi padre sólo habría hecho que esto sea un silencio sepulcral espantoso. Es mejor así.

Él asintió con su cabeza y pronto ambos se pusieron a comer lentamente lo que fuera que les ponían ante ellos. Mientras Robert degustaba todo lo que le parecía exótico, lo único que ella metió a su sistema fueron unas cuantas uvas acompañadas por largos tragos de vino. A unos metros de ella, divisó a Oberyn Martell y rápidamente se puso de pie.

─Enseguida regreso ─musitó y se alejó antes de que Robert fuera capaz de decir algo.

Oberyn sonrió al verla caminar hacia él, rápidamente realizando una reverencia ante ella mientras Maegelle negaba.

─No es necesario que hagas eso cada vez que me ves.

─Últimamente casi ni te veo, Mae ─dijo él, ella hizo una mueca.

─Han sido días... difíciles.

─Aún no puedo creer que estés casada ─dijo él, cruzado de brazos─. Según tus guerreras, no necesitas de ningún hombre para ser fuerte.

─Así solía ser hasta que regresé ─dijo ella, Oberyn estiró su mano para que ambos puedan comenzar a bailar─, los hombres de Poniente son diferentes.

─Son débiles ─musitó Oberyn─, y estúpidos. Nunca creerán que eres lo suficientemente buena para gobernar, Mae. Necesitarás fortalecer aún más tus fuerzas.

─¿Hablas de otro ejército?

Él asintió, haciéndola girar y obligándola a quedar frente a él.

─Te van a desafiar ─musitó─, aquí y ahora.

─¿Cómo...?

─Lady Olenna me advirtió ─dijo él─, que algunos Señores desean que Rhaegar ascienda al trono y no tú.

─¿Sabes qué es lo que planean?

─Mhm ─musitó él, asintiendo─. Será una larga velada, Mae.

Ella suspiró.

─No esperaba menos.














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