call of silence. robert...

By targparadise

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COS. ❝ madness and greatness are two sides of the same coin, in which side landed... More

chapter zero.
call of silence.
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By targparadise

𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐍𝐈𝐍𝐄
















Maegelle despertó temprano esa mañana, con la noticia de que su madre había dado a luz. No se cambió de ropa, corrió de sus aposentos hacia los de ella y se adentró sin que se le permita hacerlo.

La vio recostada en su cama, temblando aún pese a que la chimenea llameaba alto, las sábanas estaban repletas de sangre y su cuerpo se veía débil, incluso su respiración lucía pausada, para nada tranquila ni de alguien que acabó un buen labor de parto. Observó al Maestre Pycelle preocupada.

─El parto se ha complicado, princesa ─musitó el hombre─, ha dado a luz a una saludable niña, pero el estado de la reina no es... muy favorable.

Maegelle frunció su ceño.

─¿'Elle? ¿Eres tú, mi niña? ─la débil voz de su madre salió de sus labios, haciéndola querer llorar.

─Sí, mamá. Estoy aquí ─musitó, acercándose a tomar su mano y sonreírle. Los ojos violetas de su madre la vieron y una sonrisa se deslizó por su rostro, haciendo que el corazón de la princesa se encogiera.

─Oh... mi dulce niña, es tan lindo volver a verte.

Maegelle quería llorar.

─Lamento no haber venido antes ─musitó ella. Su madre cerró sus ojos sonriéndole.

─Está bien, necesitaba verte por última vez...

─¿Última vez?

Su madre no respondió, el Maestre supo a qué se debía, se había percatado con el transcurso de los meses en que el bebé se fue desarrollando dentro de la reina. Lo débil que se había vuelto. Además del evidente abuso del Rey con su hermana-esposa.

Soltó un sollozo que alertó a Maegelle, su cuerpo se retorció y su mano se aferró a la de su hija con fuerza.

─Duele... demasiado.

Maegelle subió en la cama y levantó a su madre intentando no ejercer demasiada fuerza, la mujer sintió los brazos cálidos de su tercer vástago rodearla con fuerza.

La princesa tragó saliva, evitando ponerse a llorar e intentó sonar lo más tranquila posible.

─Está bien, madre; puedes descansar ahora. Ya has hecho más que suficiente por nosotros ─musitó, recostando su cabeza contra la mejilla de la mujer─, y por todo lo que nos has brindado, siempre te estaré agradecida. Te amo, lamento no haber estado contigo cuando me necesitabas.

Su madre sonrió, enseñándole apenas un poco de su dentadura, sus ojos pesaban y su cuerpo se sentía liviano en la cama. Los brazos de su hija le dieron todo el calor que no sentía de la chimenea, ni de su hermano-esposo.

─Te amo, Maegelle ─musitó en voz baja─, estoy muy orgullosa de ti.

La mano que antes apretaba la de la princesa con fuerza, se volvió débil y cayó sobre la cama, Maegelle observó el pecho de su madre dejar de subir y bajar, se detuvo al mismo tiempo que soltaba su último aliento.

La princesa la abrazó con fuerza y sollozó aferrada a ella. Las nodrizas y septas allí, bajaron su cabeza escuchando el llanto desconsolado de la menor. Quién no había compartido nada de tiempo junto a la mujer que extrañó día y noche, deseosa por volver a oírla reír o simplemente oírla hablar.

La puerta se abrió, revelando a Rhaegar y su ceño se frunció cuando la escuchó llorar; allí, en la cama, su madre estaba sin realizar ningún movimiento y su hermana se encontraba soltando un alarido de dolor que rompió su corazón. Manchada por la sangre de su propia madre, Maegelle estaba rota en ese momento.

Se acercó hacia ella y la tomó de la cintura, rápidamente se negó, peleando con él para no ser separada de Rhaella. Maegelle gruñó y sollozó aún más alto, alertando rápidamente a sus hombres, quiénes no esperaron por intentar avanzar aún con Barristan y Arthur en las puertas, dispuestos a pelear contra ellos para que no eviten la acción del príncipe.

─Mae... ─intentó llamarla dulcemente, pero se negaba a oírlo. Se negaba a aceptarlo.

─Cállate ─musitó, dolorosamente.

─Lo lamento ─murmuró Rhaegar─, lamento no haber llegado antes.

Pero ella no respondió, dejó de forcejear y se quedó quieta, permitiéndole moverla de la cama. El Maestre Pycelle se acercó a la reina, quién lucía en paz. Maegelle bajó su cabeza, y antes de que pueda soltar otra lágrima, el lloriqueo de un bebé los hizo voltear.

Se acercó hacia la nodriza que sostenía a su hermano en brazos, y no pudo evitar sentir una leve emoción de alegría al ver un par de ojos iguales a los suyos verla. El bebé lloró una vez más, quejándose de los brazos que la sostenían y Maegelle no pudo evitar reír por lo bajo, la tomó con cuidado y la apretó contra su pecho.

─¿Madre ha escogido un nombre?

La nodriza negó, apenada. Rhaegar asintió entendiendo, se acercó hacia Maegelle, quién, estaba totalmente absorta por la recién nacida que había dejado de llorar cuando un par de brazos familiares la rodearon.

─Es una niña, princesa ─musitó la nodriza, viéndola.

─Daenerys ─dijo, el cielo se iluminó y un estruendoso trueno hizo que Maegelle posara su mirada sobre la tormenta que azotó King 's Landing violentamente─, Daenerys de la Tormenta.

─Es hermoso, Mae ─musitó Rhaegar. La nodriza asintió y los demás no tardaron en concordar.

─Asegúrense de que le quiten la sangre y le den leche tibia ─musitó la princesa─. ¿Dónde se encuentra mi padre?

Las mujeres negaron con incertidumbre, y ella observó a Rhaegar.

─Iré a buscarlo ─musitó ella. Rhaegar negó.

─Iré yo. Tengo una leve idea de en dónde puede estar.

Ella asintió. Daenerys fue puesta en brazos de una de las nodrizas que lucía un poco más amigable y pese a que se movió levemente, no se quejó. Pronto, sólo quedó ella junto a su madre y el Maestre en los aposentos de la reina. La observó y mordió su labio.

─Maestre... ¿Cree que mi madre descansará en paz?

El Maestre Pycelle alzó su mirada del cuerpo de la difunta, viendo los ojos más inocentes que él, con su edad, vió. Dándose cuenta de que, la cría ante él podría ser heredera, ya había cumplido la mayoría de edad, pero jamás se percató de cuán injusto y cruel es el mundo. Al menos cuando concierne a su familia.

─Por supuesto, princesa. Los Dioses la abrazarán y le brindarán el descanso eterno, bien saben cuánto lo merece.

Ella mantuvo su boca cerrada, asintiendo y suspiró levemente.

─¿Cuándo...?

─Con el alba.

Ella asintió y él bajó su cabeza, antes de verla partir. Sus hombres la siguieron, preguntándose entre ellos si deberían decir algo. Maegelle no necesitaba oír la lastima de nadie, solamente deseaba estar a solas y asimilar lo que sucedió. Fue rápido e inesperado, la tomó con la guardia baja.

─Necesito aire fresco.

─Está lloviendo muy fuerte, princesa.

Pero no le interesó, necesitaba sesar los pensamientos crueles en su cabeza. Continuó su camino hasta las afueras de la Fortaleza, el cielo se volvió a iluminar y otro trueno le siguió. No le asustan las tormentas. Le daban paz.

─Quédense aquí, no me sigan.

Ellos, estando aún en desacuerdo, obedecieron a su orden. Como si fueran postes, se quedaron tan quietos como fué posible y pronto, Maegelle se convirtió en una figura borrosa a causa del gran diluvio que caía esa noche.

En segundos estaba completamente mojada.

Cerró sus ojos y las lágrimas cayeron una vez más, de forma desconsolada se mantuvo ahí, cayendo de rodillas en el suelo mientras sentía su cuerpo temblar y no supo si fue por el dolor que sentía, o por el hecho de que se podría enfermar. Supuso que no le importó. Su madre ya no estaba con ella. No la vería casarse, ni asumir al trono, ni siquiera podría pasar tiempo junto a los nietos que deseaba darle.

Recordó cuando le dijo en uno de sus cumpleaños, «Que sean cinco nietos, al menos Mae... Que es muy necesario ver muchos Targaryen correr por nuestros pasillos».

La noticia llegó a oídos de Robert mientras observaba a través de su ventana la tormenta que le recordó a su hogar. Su ceño se frunció y tuvo el atisbo de oír el llanto desconsolado de la joven. Entonces, la divisó entre la lluvia y pensó que la locura acabó alcanzando a Maegelle.

Un suspiro abandonó de sus labios, no supo en qué momento se le pasó por la cabeza que él debía ser quién la saque de ese lugar, pero ahí estaba, caminó hasta alcanzar la puerta principal por la que salió ella. Le entregó una capa bastante pesada a uno de los hombres de Maegelle.

─Sostenlo.

─Ordenó que no fuéramos.

─A ustedes, a mí no.

Y sin decir nada más, Robert avanzó entre la lluvia, dirigiéndose hacia donde la vio anteriormente. Al llegar cerca de ella, su llanto se hizo más claro en sus oídos y no pudo evitar sentirse igual de triste que ella; caminó hasta poner su mano sobre el hombro de la cría.

─Te va a dar una pulmonía terrible, vamos dentro, Maegelle.

Ella negó.

─Muévete o te cargaré hacia ella y te tiraré sobre la primera bañera que encuentre.

─Quiero estar sola, Robert.

Él gruñó, agachándose para quedar a la altura de Maegelle. El cabello comúnmente ruloso y perfectamente peinado se encontraba aplastado contra el rostro, sus ojos lucían rojos. Con cierta duda, Robert llevó su mano hacia el mentón de la pálida prima que tenía, dándose cuenta de lo helada que se encontraba, la obligó a mirarlo.

─Entiendo tú dolor, Maegelle ─musitó, si no fuera porque su voz era prepotente incluso sin querer hacerla sonar así, no lo habría oído; la lluvía caía cada vez más fuerte sobre ellos─. Y sé que posiblemente nunca desaparezca esa sensación de vacío, pero necesitas ponerte de pie, tomar una ducha tibia y empezar a pensar en lo que se aproxima. Llora todo lo que puedas esta noche, pero mañana deberás limpiarte las lágrimas y continuar.

Maegelle lo observaba fijamente, había prestado atención a cada una de las palabras que salieron de los labios de Robert.

─Mi padre me negó verla desde que llegué ─musitó, el dolor se reflejaba en su voz─, y luego escuché lo que todos murmuraban sobre él... sobre lo que le hacía a mi madre. Lo vi en su piel, Robert; cada cicatriz que nunca sanó apropiadamente y las más recientes aún estaban moradas, brillando sobre la piel blanca de madre. Él... él...

Robert bajó su cabeza unos segundos.

─Él la destruyó ─musitó por lo bajo─, cada día desde su matrimonio, no hubo un día en que madre sienta paz y ahora ella se ha ido, y él sigue ahí.

Robert suspiró un poco, se acercó a ella lo suficiente como para que sus rostros rocen de manera imprevista, tomándola por debajo de sus piernas y colocando su brazo en su espalda, la alzó, comenzando a caminar con ella en brazos; los guardias de la princesa bajaron su cabeza al verla y pronto, sintió una capa pesada caer sobre su cuerpo. Olían a Robert. Era una extraña combinación de vino, humo y a veces hasta de sangre, se mezclaban como si fuera un perfume exótico, no sabía si podría decir que le gustaba, pero no era agrio para su nariz.

Caminó con ella hasta los aposentos de la princesa, en el camino, ordenó que le busquen tarros de agua caliente y llenen la bañera. Para cuando alcanzó los aposentos de Maegelle, se encontró a Rhaegar de pie ahí, abrumado por la ausencia de su hermana, y entonces, sus ojos índigos cruzaron los azules de Robert.

─¿Qué le sucedió? ─preguntó, con su ceño fruncido. Maegelle se quedó dormida en los brazos de Robert.

─¿Qué crees? ─preguntó él, gruñón─. El dolor la ha sobrepasado, y no estabas ahí para ella. ¿Dónde demonios estabas? Eres su jodido hermano, imbécil.

Rhaegar no respondió, sus ojos estaban puestos sobre su hermana.

─Dámela.

Lo habría enviado a los siete infiernos sin dudarlo, pero la mirada amenazante de Sir Arthur le advirtió que no contaría con tanta suerte esa vez, los ánimos andaban por cualquier lados menos sobre la paciencia y tranquilidad. Robert colocó a Maegelle sobre los brazos del idiota del príncipe, dándose cuenta de lo rápido que ella acabó acomodándose en el cuello de Rhaegar mientras musitaba su nombre como si fuera la melodía más dulce nunca antes compuesta.

Se vio incapaz de agregar algo más, le dió un último vistazo a Maegelle y luego, los dejó para alejarse lo más rápido posible de ella ─y de ese extraño sentimiento en su pecho─. No lo pensó dos veces, el mejor lugar para poder olvidarse de todo sería aquél que frecuentaba desde que se le permitió dar vueltas por King 's Landing.

Cuando la bañera se llenó, Rhaegar fue el que se encargó de Maegelle. La despojó de las prendas mojadas, solamente dejándola en camisón y la ayudó a adentrarse en la bañera; con ella ya despierta y atenta a lo que sucedía alrededor suyo. Él, con cuidado, pasó un trapo por el cuello de su hermana, para luego lavar su cabello intentando ser lo más suave posible.

─No es necesario que estés aquí, Rhaegar.

─No deseo estar en ningún otro lugar.

Maegelle habría dado una respuesta venenosa de haber tenido el ánimo suficiente para hacerlo sentir miserable, sin embargo, no fue capaz ni de elaborar una oración coherente.

─Como gustes.

Cuando el agua comenzó a estar fría, Maegelle salió de su bañera, se despojó del camisón mojado, reemplazandolo por uno seco, y rodeada por una manta que Rhaegar colocó sobre su cuerpo, fue llevada hacia la cama, donde él se mantuvo sentado, acompañándola.

─¿Puedes... quedarte aquí? ─le preguntó Maegelle, en voz baja. Rhaegar asintió.

─Por supuesto, Mae. No planeo dejarte sola.

Ella asintió y recostó su cuerpo de costado, cerrando sus ojos, sintiéndose agotada. Pronto, él se recostó también, manteniendo su distancia de ella.

─Abrázame, sólo por esta noche, te necesito ─murmuró; Rhaegar no respondió, simplemente obedeció.

Sus brazos la rodearon y se vió atraída hacia el cuerpo del príncipe, chocando contra su pecho mientras percibía el calor que él emanaba, era incluso mejor que el calor emanado por la chimenea que esa noche aún llameaba en sus aposentos, escuchándolo consumir las leñas. La respiración de Rhaegar chocó contra su oído, haciéndola tranquilizar y lentamente, los Dioses la resguardaron en sueños.

Él cerró sus ojos también, con la certeza de que cuando el sol saliera en algunas horas, todo volvería a ser lo mismo. Él junto a Lyanna y cada día más lejos de la persona a quién realmente amaba y añoraba. 























































Estoy llorando.

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