Esclava del Pecado

By belenabigail_

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Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
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Advertencia
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AVISO
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EXTRA (Dulce Kat)
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By belenabigail_


Dalila POV'S




Cuando me despierto el cálido cuerpo de Alexandro ya no está presionando el mío y por un breve segundo me asalta una horrible sensación de vacío. Entonces siento el olor a comida en el aire y mis labios se curvan en una sonrisa suave.

Le doy un vistazo al reloj del celular. Pasan de las nueve por lo que supongo que Alexandro también necesitaba recuperar energías después de todo lo que hicimos. Me sonrojo de recordarlo.

Me levanto fuera de la cama extendiendo un brazo para tomar una de mis camisetas y las bragas. En los pies no me pongo más que los calcetines, ansiosa por dejar la habitación e ir en su encuentro.

Con una sonrisa bailando en mis labios me encamino a la cocina pero todo rastro de felicidad se desvanece al ver a Kat con la sartén revolviendo salsa de tomate aún con la ropa del trabajo. Me quedo en silencio y frunzo el ceño buscando con los ojos una señal de el italiano, la decepción me pesa demasiado en el pecho. ¿Se marchó?  al menos podría haber avisado.

Me remuevo sobre mis pies luchando con las estúpidas lágrimas que amenazan con formarse. Todavía sin que Kat se percate de mi presencia ella continúa con la tarea, con el cabello recogido en un moño alto y el pulcro traje rosa viejo que hace destacar su delgada figura. Sin embargo no parece estar muy concentrada, más con la mente en otro lugar, reflexionando sobre algo más.

Dispuesta a saludar tragándome el nudo en la garganta de pronto chillo por el susto. Unas manos fuertes y grandes me sostienen por la cintura y me abrazan desde atrás. Kat se da la vuelta parpadeando hacía mi dirección, primero sorprendida, luego lentamente poniendo una expresión simpática en sus delicados rasgos. Sus ojos verdes recorren mi cuerpo con una ceja arqueada y caigo en la cuenta de que estoy semidesnuda.

—Tú amiga estaba cuidando mi comida mientras yo estaba atendiendo una llamada—Su voz ronca y grave susurra en mi oído. El alivio que me inunda al saber que no se ha ido es casi irreal, aflojando mis músculos, regresándome la tranquilidad al cuerpo. Me da un apretón, mi espalda descansa contra su cuerpo.

Si el hombre Armani se ocupó de una llamada, con lo mucho que las aborrece, se debió tratar de algo que requería su atención inmediata y no podía rechazar.

Me volteo hacía Alexandro y sin importarle que la rubia esté a unos pocos metros de nosotros me da un corto beso. Aún no tengo ni la menor idea de cómo es que me sostengo sobre mis piernas, aturdida porque no esté incómodo por las muestras de afecto en público, dejando caer un guiño juguetón después. No nos hemos dado un beso frente a otra persona además de aquella vez en la que Bruno tuvo su pelea. Me vuelvo a sonrojar por segunda vez en la noche. El hombre Armani le da un ligero apretón a mis caderas.

Al ver hacía Kat ella asiente con una radiante sonrisa. Pero en verdad las dos estamos haciendo un gran esfuerzo por no dar grititos de emoción, sobre todo ella, que luego aplasta los labios en una línea y se aguanta de saltar sobre sus pies como una niña. Me lanza una mirada cómplice. No se le ha pasado desapercibido el gesto de Alexandro, ¿cómo hacerlo?.

Joder, ¿estaremos exagerando?

—Una lástima que no pueda quedarme a cenar con ustedes, esto huele de maravilla—Pone cara triste.

—Una pena—Agrega el italiano pero no hay mucha veracidad en sus palabras. Se aleja de mi no sin antes acomodar un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Lo observo por un largo segundo y él oculta una sonrisa burlona.

Sé que la rubia no le desagrada pero también sé que prefiere mil veces más que estemos solos a que acompañados, jamás fue del tipo específicamente sociable, por lo que tomo lo que ha dicho con pinzas.

Kat le devuelve la cuchara de madera y la dinámica que se forma entre estos dos es bastante divertida. Alexandro toma el objeto conforme al regresar a su lugar, haciéndose dueño del espacio con mucha facilidad.

Siempre se ha visto de maravilla en mi departamento pero lo es aún más al pasearse por aquí con esa naturalidad, porque lo es, es cómodo y sincero. Con su ancha espalda dando hacía nosotras, los pantalones de vestir puestos, y los pies descalzos, enfocado en terminar la cena.

La rubia me mira y con un leve movimiento de cabeza me pide que la siga hacia la sala. Dejo atrás al italiano que apenas se percata de nuestra ausencia. Una vez que estamos solas suelta un grito silencioso haciendo un bailecito con las caderas, tomándome de los brazos y sacudiéndome luego. No sé quién de las dos está más emocionada pero definitivamente su alegría se me pega.

Me carcajeo más fuerte de lo que debería, me tapo la boca, y ella también se ríe.

—¡Está preparando pasta para ti!—Susurra. Mi corazón comienza a bombear con más rapidez. Mira mis piernas desnudas. Carajo. Todavía no llevo más que una camiseta—, y supongo que antes se han divertido bastante—Sube y baja las cejas en un gesto sugerente.

—Lo siento—Susurro de vuelta por mi aspecto. Debí considerar que ella podría estar en casa.

Le resta importancia con un movimiento de la mano.

—No te disculpes, ¡no hiciste nada malo!, sólo te diré que ningún hombre le prepara la comida a su mujer a menos de que esté perdido por ella—Me da un apretón en la mejilla, como si fuera una hermana mayor en un momento de felicidad con su hermana pequeña.

Por más de que me gustaría aceptar lo que dice nos queda un largo camino por transitar antes de poder asegurar que para él podríamos ser más que sólo un acuerdo. Entiendo que no me trata de esa forma, ni siquiera desde el primer día. Puede que no sea una chica más en su lista, y que tenga un espacio especial para él, pero, ¿es suficiente? reconoció estar celoso y admitió nunca haberse sentido así.

Pero nuevamente, ¿es suficiente?

¿Por qué no puedo rendirme y entender que quizás no estamos hechos para ser algo más?

La respuesta llega sin que tenga que pensarla demasiado.

Desconfío de absolutamente todo porque mi corazón es el que está en riesgo. Habituada a que las personas me abandonen no podría tolerar otra sola despedida más. Todavía no sé cómo escapar de esto, soltarme de las inseguridades para poder avanzar. Pero no es más que responsabilidad mía el haberme puesto en esta posición y aún más si estoy tan repleta de miedos.

Así que continuo en este círculo. Estoy bien y luego me lo cuestiono todo. Una tras otra vez, volviendo este un patrón repetitivo.

—¿Por qué no te quedas a comer?—Cambio el rumbo de la conversación. Kat parece que va a protestar, hace un puchero, y sonriendo de vuelta, comprende que ahora no es el momento de hablar sobre eso.

—Estaría interrumpiendo algo y lo sabes—Sus manos terminan a cada lado de sus caderas—Además, me está esperando Andrea—Su rostro se pone muy rojo.

—Oh—Imito el movimiento que hizo con sus cejas antes.  Se pone más nerviosa, clavando los dientes en su labio inferior, agitando la mano y dándose aire para suavizar el tono rojizo de sus mejillas. Es en vano.—¿Tan así?

Asiente y su expresión se funde en una de agonía.

—¿Estamos tan jodidas, no?—Me siento mal cuando sus ojos se empañan.

—¿Qué está pasando, Kat? ¿han tenido una discusión?—Me acerco para verla mejor, con el ceño fruncido y la culpa que me empieza a carcomer. Debí darme cuenta de que algo estaba ocurriendo pero últimamente hemos estado desencontradas, con el trabajo, los planes con Alexandro, el drama que se ha convertido mi vida en general. Aunque eso no quita que podría haber prestado más atención. Una lágrima se derrama por su rostro—Lamento mucho si estos días no he sido una buena amiga pero estoy aquí para escucharte, no lo dudes. Por favor.

Kat niega repetidas veces con la cabeza cruzando los brazos por delante casi abrazándose a si misma. Consciente de que no estamos solas da una mirada furtiva en dirección a la cocina. Desde aquí se escucha el ruido de los sartenes, también como el italiano pica comida sobre la tabla de madera, enfocado en preparar la mejor de las pastas. Al caer de nuevo en mi, con los hombros menos tensos, suspira.

—Eres una amiga excelente y como vuelvas a decir lo contrario me voy a enojar mucho. Somos adultas y a veces es difícil coincidir con nuestros horarios—Se inclina hacía mi con la nariz fruncida y los labios en una línea tirante. No me convence del todo.  Resuelvo para mis adentros que tengo que estar más presente para ella—Pero gracias por recordarme que estás para mi, últimamente he sido un lío, y me gustaría que lo charlemos sólo que no ahora.

Me pesa bastante no poder ayudarla como me gustaría y estoy a punto de ofrecerle posponer la cena con Alexandro para otra noche cuando ella se me adelanta.

—Ni siquira lo digas, te conozco lo suficiente, y no quiero que lo hagas—Me apunta con el dedo. Resoplo.—Disfruta con tú italiano que yo lo haré con la mía, eso es lo que vamos a hacer hoy. ¿Me entiendes, pequeña Dalila?

La arruga entre medio de mis cejas se marca.

—Al menos podría...

—No—Sentencia.

—Podemos aplazar el plan, no se va a enfadar. Si de verdad lo necesitas puedes tenerme para ti las horas que quieras. Una botella de vino, chocolates, y mascarillas para el rostro. Pídelo y lo tendrás—Mis dedos se entrelazan con los suyos. Sus ojos brillan con afecto.

Me toma desprevenida al abrazarme. La familiaridad que guarda la acción destroza mi corazón. Después de la pelea con Joan no he tenido noticias suyas, hace meses que no tengo ni un texto por parte de Cristina. Literalmente no me queda más que Kat. Mi amiga con aires de tinkerbell, chillona y alegre, pero que en realidad usa ese tono cantarín para ocultar lo mucho que está sufriendo. Me mata no poder arreglarlo para ella.

Le devuelvo el abrazo con el mismo cariño.

—Ese hombre que tienes en la cocina sería un demente si permite que te le escapes—Se separa lo justo para mirarme a la cara—No lo olvides.

El pecho se me encoge y mi lengua no se mueve porque no sé qué responder. Me suelta y esa máscara que está muy acostumbrada a llevar consigo reaparece otra vez.

Camina hasta el sofá buscando su bolso y abrigo. Al ver hacía allí mi mente se llena con los suspiros, gemidos, y susurros que compartí con Alexandro horas atrás. Es imposible que no corra por mis venas una sensación cálida añorando en silencio poder volver a experimentarlo. Hasta quedar exhaustos y después también.

—Envía un texto cuando estés con ella. Quiero saber que llegaste a salvo—La rubia asiente con una sonrisa en el rostro. Me da un beso en cada lado de mi cara. Se pone  esa abrigada bufanda de pompones y rosa chicle.

—Lo haré, lo haré, no te preocupes—Sus tacones resuenan en el suelo—Despídete de Alexandro por mi.

—Dale un abrazo a Andrea de mi parte.

—Dalo por hecho—Antes de cerrar la puerta, con la mitad del cuerpo afuera y su cabeza en el espacio entre el marco y el borde de madera, me mira con sus enormes ojos verdes. Titubea por un instante pero no se marcha. Su expresión se torna más seria. Su voz sale en un susurro roto y sofocado—Quizás debamos aceptar nuestros sentimientos. No creo que nos esté haciendo ningún bien seguir así.

Me congelo en mi sitio, negando ligeramente.

—Lo hice. Te lo dije—Muerdo con nerviosismo el interior de mi mejilla.

En sus ojos hay compasión.

—Hablo sobre decirles a ellos, Dalila.

No logro darle una respuesta que ella ya se ha ido.

Me dirijo hacía la cocina con un gusto agridulce en la boca. Desconozco la situación de Kat y Andrea, pero si ella se siente lo bastante segura para poder confesarse entonces ciertamente no estamos en la misma sintonía.

Tengo maldito terror de abrir la boca y arruinarlo. Que el hombre que ahora observo desde la distancia y se desplaza por la habitación con tanta elegancia, sutileza y gracia, salga despavorido porque no pude contenerme. Cruzo los brazos sobre mi pecho recargando la cadera sobre una pared. El temor de no volver a tenerlo aquí  forma un nudo en mi garganta.

Entonces me imagino que si eso sucede ya no habrán más besos, sentir sus brazos a mi alrededor, verlo sonreír con esos preciosos hoyuelos que tiene o escuchar su risa. El alma se me hunde al pensarlo.

Cualquier rastro de buen juicio abandona mi ser.

No soy completamente consciente de que me he movido hasta que mis dedos se enroscan en los músculos de su brazo y gira su rostro hacía mi. Primero esboza una sonrisa. Al notar la agitación en mi respiración sus facciones se fruncen en alarma. Pero no dejo que formule una oración porque me abalanzo a sus labios sin molestarme en fingir mi necesidad y angustia, abriendo la boca para darle acceso.

El italiano corresponde de inmediato gruñendo en un tono bajo, sorprendido pero complacido por mi iniciativa, tomándome por la cintura para apretarme contra su pecho.

Me fundo en su sabor, en la sensación de su lengua jugando con la mía, en las yemas de sus dedos clavadas en mis caderas, y en mis dedos entre las hebras de su cabello. Gimo por la urgencia de necesitar más. Soy imprudente al revelarme de esta manera pero es algo que está incluso por encima de lo que soy capaz de controlar o no. Es arrollador, me supera, y no pide permiso. Brota por cada poro de mi piel, roce y suspiro, me delato a mi misma.

Cuando el beso escala a un nuevo nivel la razón regresa desde alguna parte. Probablemente por la comida que aún está sobre la estufa. Me separo un poco abriendo los ojos para encontrarme al italiano con los suyos todavía cerrados, con el ceño fruncido y casi desprovisto de aliento.

Parece tan aturdido como yo.

Entonces me mira por debajo de sus pestañas y el deseo irracional que arde y enciende la noche de sus ojos resplandece entre los colores oscuros. Sin previo aviso su mano me toma de la nuca para estampar nuestras bocas en un nuevo enérgico asalto.

—Alexandro—Susurro como puedo—, la comida.

A tientas apaga el fuego de la cocina acabando así con mis excusas. Presiona mi espalda baja con el borde de la mesada después, casi hasta el punto del dolor, un jadeo corrompe mis labios, su erección en mi estómago, sus manos subiendo por mis piernas desnudas agarrando el lugar detrás de mi rodilla para subir una sobre el hueso de su cadera.

—Estás destrozando la miseria que aún tengo de autocontrol, Dalila—Gruñe—Estaba tan malditamente disciplinado. Un jodido cabrón al que nada le afectaba.

—Lo siento—Murmuro, reteniendo un gemido agudo.

Levantándome como si no fuera nada mi culo termina sobre la fría superficie de mármol. Encuentra su sitio entre mis muslos. Sin quitarme las bragas corre la delgada tela hacía un costado descubriendo así mi excitación.

—Llegaste a mi vida como un maldito huracán y ni siquiera te das cuenta—Su nariz se pasea por la piel de mi cuello mientras que sus dedos se abren paso en mi sexo—Separa más tus piernas para mi—Exige. Cumplo  su orden, y mi deseo escurre desde mi coño por mis muslos. Exhala un suspiro, arrastrando su pulgar por mi humedad. Tararea—Mira el maldito desastre que estás haciendo aquí, bella bruna.

Mi rostro se mancha con tonalidades rojizas.

El sonido de la cremallera de su pantalón llega a mis oídos y mi atención se centra en su polla erecta, el líquido preseminal que gotea por la punta hinchada y palpitante. Trago saliva. Alexandro toma un condón del último cajón del mueble de la cocina. Arreglamos que tener protección en cada esquina del departamento sería lo ideal y mierda, no nos equivocamos.

Alinea la pelvis con la mía trazando caricias en mi entrada. Me está torturando y está al tanto. Aprieto las muelas para no gritar debido a la desesperación, clavando los talones en su trasero, acortando la distancia inexistente entre nosotros.

Jamás estoy lo bastante cerca con él.

Mi mente se nubla por el placer de la fricción con mi clítoris, jadeando en busca de aire, nuestras miradas conectadas y el calor que se vuelve insoportable con el sudor formándose en mi frente.

Me sostiene por la barbilla y con sus labios curvados en una sonrisa maliciosa su aliento choca con el mío.

—Vas a necesitar sostenerte con fuerza.

Empuja con una estocada contundente, instalándose en mi interior con un movimiento crudo, no pierde el tiempo al balancear sus caderas con vigor.

Echo la cabeza para atrás mientras me penetra. Por algún motivo se siente malditamente más sensible, más profundo, más intenso. Está tan duro y listo para mi que mis ojos se vuelcan para atrás por la sobrecarga de sensaciones. Mi boca se abre con los gemidos que se derraman desde el final de mi garganta. Alexandro tiene las facciones tensas maldiciendo entre dientes, embistiendo con frenesí, mis dedos se curvan sobre el borde de la mesada.

—Joder—Balbuceo.

—Lo sé, mierda—Su mano se enrosca en mi cabello mientras que con la otra me agarra por la cintura cuidando de que no me caiga. Sus orbes resplandecen con puro anhelo—Maldita sea, Dalila. Te sientes tan bien, cada vez es como la primera. Incluso mejor. 

Lloriqueo porque es demasiado y cuando su polla toca un punto en específico siento que voy a enloquecer. Pero de pronto estoy de pie en el suelo y el no tenerlo entre las paredes de mi coño me hace protestar. Mi estómago está contra el borde del mármol y su pecho en mi espalda. Alexandro está detrás mío, separa mis piernas y por fin se deshace de mis bragas, arquea mi espalda. Un ruido ronco y casi salvaje retumba desde su pecho ante la vista que tiene de mi en esta nueva posición.

Vuelve a ajustarse en mi entrada empujando otra vez, gemimos a la misma vez.

—Mierda—Gruñe.

Su palma viaja debajo de mi camiseta, recordándome que ambos llevamos prendas puestas, aún más el italiano. Aprieta una de mis tetas con rudeza, embistiendo de manera implacable, con su aliento en mi oído y el ruido sordo de nuestras pieles chocando.

—Por favor nunca te detengas—Ruego entre quejidos.

—No lo haré mientras no me lo pidas—Responde mordiendo el lóbulo de mi oreja, tirando levemente.

—Me gusta tanto cuando follamos Alexandro, ni siquiera sabes cuánto—Confieso.

—Quiero oírlo. Dime que no puedes estar sin mi polla—El azote que planta en mi culo me toma con la guardia baja.

El picor que hace mi piel enrojecerse y arrastra consigo el inconfundible deseo entremezclado con el dolor me arranca un gemido que no logro detener.

—Me encanta y lo sabes—Chillo al recibir un azote en la otra mejilla.

—¿Lo dices en serio?—Es duro e implacable con las estocadas. Nuestros cuerpos se mueven con la brutalidad del acto y me fascina que se deje llevar, porque esa delgada línea en la que estamos jugando ahora me tiene delirando por más.

—Si—El sudor desciende por mi espalda y entre mis senos, y con la misma habilidad que me puso de espaldas nos acomoda esta vez en la pared libre a nuestro costado. 

Estamos cambiando de posición como malditos animales ansiosos y frenéticos, pero Alexandro tiene la fuerza para aguantarlo, así que me levanta sobre sus brazos y mi espalda descansa contra la blanca pared cuando mis piernas se envuelven en su cintura.

—Necesito verte a los ojos mientras lo dices.

En su rostro hay una expresión de severidad dibujada, con la línea de su mandíbula marcada y la vena de su cuello que sobresale y me da ganas de trazar con mi lengua. Me mira con exigencia, no me otorga el beneficio de retractarme, con la orden de su pedido entre nosotros.

Esta vez me penetra centímetro a centímetro probando mi paciencia, empapándose con mi calidez, murmurando que le fascina mi coño. Es más lento, certero, pero pausado.

Mis labios rozan los suyos y un escalofrío desciende por su espina dorsal cuando pronuncio;

—Puedo decírtelo hasta que te hartes de escucharlo.

Gime por el gusto que le dan mis palabras.

—¿Cómo es que me has transformado en este posesivo, celoso, y jodido peligro para cualquiera que intente acercarse a ti?—Su rostro se ensombrece.

—No puedo explicarlo porque lo mismo me has hecho tú y aún no comprendo cómo es que sucedió—Mis dedos tiran de los mechones de su cabello.

No hay una pizca de alteración en sus ojos, no le da temor, ni muestra intenciones de alejarse después de darle a entender que estoy empezando a caer por él. Más bien parece genuinamente furioso, no conmigo, si no con algo más grande que nosotros dos. Con algo que está fuera del alcance de lo que puede dominar, algo a lo que no puede someter ni cambiar.

Por un segundo la ira y esa falta de autoridad que se le escapa a plena vista, incluso con todo el poder que posee pero que en este caso no sirve de mucho, irritándolo, tirando de los hilos de su rabia, me hace estremecer. No le tengo miedo a él pero si a los secretos que esconde de mi.

Ahora más suave se desliza hacia afuera y adentro, embriagándose con la sensación. No aparta sus ojos de los míos soltando un comando duro y sin posibilidad a réplicas.

—Dime que te importo aunque sea una puta mentira. Dime qué soy el único que te folla y espero que eso sea una maldita verdad. Dime qué estarás aquí para mi.

Mi corazón martillea en mi pecho, soltando el aire de mis pulmones en una exhalación temblorosa. Decirle aquello no sería en absoluto un engaño y que me lo esté pidiendo me deja atónita. Un largo segundo de silencio transcurre hasta que me recompongo. Las emociones anudan mi estómago y las inmensas ganas de sostener su rostro diciéndole que no sólo me importa; lo necesito, lo deseo, esperaría por él, están presionando por salir.

—Me arruinaste para cualquier otro hombre, Alexandro. Me importas, nadie podría follarme como tú, y estoy aquí—No me guardo el gesto de agarrar sus mejillas entre mis palmas. Clavo mis ojos en los suyos—Estoy aquí.

Lo digo con toda la seguridad que puedo reunir, queriendo que aquello se quede con él eternamente.

Alexandro inspira profundamente por el alivio.

—Aunque no me veas estaría también para ti—Sus embestidas retoman el movimiento—En todas partes. Para ti en cualquier lugar. Sólo llama, bella bruna y me tendrás.

—¿Lo prometes?—Susurro.

—Por el apellido que corre por mis venas y todo lo que eso significa.

Me lleva al límite nuevamente, los dos nos fundimos en un abrazo, mis gemidos y los suyos se entrelazan, mis piernas se tensan alrededor de su torso y su cuerpo se sacude cuando está por correrse. Entonces me vengo primero y antes de que él lo haga  se retira y vuelve a entrar con fuerza. Llegamos al límite y explotamos. Me agarra mientras me retuerzo con los espasmos de mi orgasmo. Me concede unos minutos para recuperarme, con delicadeza apoya mis pies sobre el suelo.

Levanto los ojos hacía él con el vacío de ya no tenerlo dentro mío.

—¿Cómo estás?—Espero que no tenga intenciones de disculparse porque eso ha sido increíble.

—Podemos repetir cuando quieras—Sonrío ampliamente con las rodillas aún temblando.

—Creé un monstruo—Se inclina trazando mi labio inferior con su pulgar.

—Tal vez—Muerdo suavemente su dedo, trazando los dientes por la yema, mirándolo por encima de mis pestañas. Inspira hondo.

Alexandro sostiene mi mirada.

—Si continuas así vas a terminar con el rostro sobre la alfombra de la sala de estar y el culo en popa.

Joder.

—Quizás primero quieras alimentarme—Enarco una ceja—, tengo necesidades que debes atender—Bromeo. Igualmente no es como que me moleste tener otra ronda pero hay que resolver el asunto del hambre. Esa pasta huele espectacular.

Niega con una sonrisa tirando de sus comisuras. Estudia mi rostro por unos segundos, y si bien la diversión no se desvanece por completo hay un ligero cambio en la atmósfera.

—¿Qué te parece visitar a un Doctor? debí llevarte hace semanas, incluso si quieres seguir con los condones, estaría bien que tengas un chequeo—Acaricia mi mejilla—, quiero estar en paz con el hecho de querer follarte en todas las posiciones y sitios posibles sin riesgo a lastimarte. Necesito la confirmación de un profesional.

Debí ir con un Doctor después de tener sexo la primera vez pero las cosas fueron tan caóticas en esos días que ni siquiera lo medité. No hay que aplazarlo más tiempo y me reprocho por no tenerlo más presente. Es tan simple como revisar que todo esté en orden, repasar los métodos anticonceptivos que están a mi disposición, cuidar de mi salud.

Accedo sin problemas.

—Me parece muy bien.

—Eso es—Me da un corto beso.

Lo que si es un problema es el hecho de lo mucho que me gusta que Alexandro cuide así de mi. Muchísimo.


Un plato de pasta después tengo a Alexandro muy concentrado en la aplicación de mi celular. La arruga en su frente sobresale mientras intenta comprender cómo funciona pedir la comida a través del aparato, más precisamente, a la tienda de helados. Estamos esperando por el repartidor, quién se supone que debería haber llegado hace cinco minutos.

El italiano farfulla lo que supongo es una seguidilla de maldiciones en su idioma, quejándose de que ya debería de estar aquí, de lo impuntual y poco serio que es esto. Me río en silencio contemplando el gesto fruncido entre sus cejas.

Entonces suena el teléfono del departamento, es el Señor York señalando por el intercomunicador que alguien está aquí con un pedido para mi. Le digo que lo deje pasar y unos minutos después el timbre se hace oír.

Abro la puerta con un ligero tirón, tapando con la mitad de mi cuerpo la sala de estar y el resto del espacio. El repartidor alto, delgado, con el cabello cobrizo y de una mirada cordial, sonríe con entusiasmo al extender la bolsa. Su buen humor es bastante contagioso así que le devuelvo la sonrisa, dándole un mirada al interior de la bolsa, asintiendo con aprobación al visualizar el pote.

Al alzar los ojos hacia él me encuentro con que los suyos no se han apartado de mi en ningún momento, se remueve en sus pies, tosiendo un poco, luciendo más jóven de lo que probablemente es con el gorro de lana que lleva puesto.

Supongo que afuera todavía está nevando, y la brisa fresca no debe estar siendo nada amable.

—¿Está bien?—Pregunta.

Su voz es más rasposa de lo que creí, su aspecto de facciones suaves, con esas pecas, y mejillas sonrojadas, me había engañado.

—Es perfecto—Busco en el bolsillo trasero de mi pantalón la propina. Una vez que siento el rugoso papel en las yemas de mis dedos se lo entrego—Muchas gracias, que tengas una buena noche.

Antes de que pueda cerrar la puerta el chico carraspea, apoyando su palma sobre la madera, retirándose un paso hacia atrás luego y poniendo cara de disculpa. Entre avergonzado y nervioso se muerde el labio inferior. Alzo las cejas, confundida y con ansias de que esta pequeña interacción termine.

Me estoy muriendo por comer helado.

—¿Se te ofrece algo?—Esbozo una sonrisa.

—Bueno, yo me estaba preguntando, ya sabes...—Una tos repentina lo asalta otra vez. Miro brevemente sobre su hombro. Esto se está poniendo incómodo y muy rápido—No me conoces. Quiero decir, solo sabes que reparto comida porque aquí estoy haciendo eso—Su risa suena entrecortada, exhala el aire de sus pulmones, retomando el control. O más o menos—Pero también hago reparto de otras cosas, muchas otras cosas, como productos del supermercado, y... y...

Casi que estoy sufriendo tanto como él mientras lo veo luchar con su timidez. Aunque es algo torpe reconozco que lo vuelve un poco dulce. No queriendo que su tortura se extienda ni un sólo segundo más me dispongo a interrumpir su discurso, entre la agitación y ese balbuceo, me preparo para rechazar su propuesta a una cita con mucho tacto. No tiene por qué irse de aquí sintiéndose mal. Bastante que hizo un esfuerzo por intentarlo.

—Te agradezco por la invitación—Comienzo.

—Pero va a tener que ser un NO—La sensación familiar de un pecho amplio y duro roza mi espalda. Sus palabras son claras, con el retumbar de la posesividad al final.

¿Cuándo se acercó a nosotros?

El chico se ve obligado a levantar la barbilla teniendo que mirar varios centímetros hacia arriba, con un gesto de genuino horror esparciéndose por su rostro. Se descompone por la impresión y no creí que se pudiera ver más pálido de lo que su piel ya es, pero de alguna forma lo hace. Pasa saliva, retrocede un paso tras otro.

—Uh-claro, por supuesto—Suspiro. Pobre. No le quita la atención a Alexandro, como si rezara porque el italiano no se lo devore vivo. Está por salir corriendo hacia el ascensor en cualquier instante—Fue un placer, ¡disfrute de su helado!—Aprieta el botón con tanto ímpetu que me asombra que no lo dañe. Cuando las puertas de metal se abren sus rodillas flaquean de alivio.

—¡Gracias!—Logro exclamar antes de que desaparezca por completo. De inmediato me vuelvo hacia el hombre Armani.—¿Dónde quedaron los modales?

Su boca se tuerce en una sonrisa malévola. Se inclina hacia mi.

—Los tiré por la ventana.

—Estás mal—Lo reprendo sin querer demostrarle que aunque definitivamente lo que hizo no es correcto me genera un poco de diversión.

—Agradece que no lo arrojé a él también.

—¡No digas eso! fue muy tierno—Enarca una ceja—, tú también lo eres—Agrego con humor.

—¿Disculpa?—Sus brazos me envuelven por la cintura—, exudo poder no ternura.

—Mhm—Murmuro recordando cómo en sus mejillas aparecen esos dos lindos huecos cada vez que sonríe abiertamente. Tiene los más preciosos hoyuelos.

—Lo digo muy en serio—Finge poner una expresión de molestia.

Podrá ser cierto pero conmigo este hombre es simplemente otra cosa. Para probarlo me pongo en puntitas de pies.

—¿Me das mi besito?

Y tan fácil como eso, responde;

—Si.

De nuevo en el sofá no tardamos mucho en acomodarnos en una posición en la que ambos estemos abrazados, con mi espalda recostada sobre él, sus palmas a cada costado de mis caderas, y el pote de helado encima de mi regazo, comenzamos a comer.

Alexandro no es muy fanático de la comida que no clasifique como sana, pero entre algunas cucharadas que yo doy él me roba una o dos, más por compartir conmigo que por apetito o antojo.

Estas últimas horas estuvo rondado por mi cabeza la idea de preguntarle cómo es Andrea en una relación, todavía preocupada por la reacción de Kat esta noche, la posibilidad de obtener un poco de información extra podría darme tranquilidad. Pero no es asunto mío y estoy muy segura de que si Kat lo hiciera me enfadaría muchísimo. No tengo por qué meter las narices en esto.

Pero puedo acercarme a él. Acercarnos.

—¿Te gusta leer?—Inquiero, dándole más acceso a mi cuello cuando me da un beso y luego otro.

—Lo hago, sí. Tengo una leve adicción por los libros de medicina. Me gusta la idea de entender como funciona el interior de mi cuerpo—Su aliento golpea debajo de mi oreja—¿Qué hay de ti?—Se retira lo suficiente para buscar mis ojos.

Nunca dudé de la inteligencia de este hombre pero esto no me lo esperaba. Sonrío con afecto.

—Me encanta pero a medida que fui creciendo creo que perdí el hábito. Es más difícil hallar el tiempo para hacer las cosas que en verdad te gustan cuando tienes obligaciones.

Suspiro, de repente melancolica ante la imagen de esa adolescente que se moría por comparar libros nuevos, horas enteras en la librería sin saber cuál elegir en medio de tantas opciones. Joan era quien me daba esa clase de mimos, papá y mamá para ese entonces nos habían abandonado, pero mi hermano se esforzaba muchísimo por comprarme al menos uno al mes. Me decía que mi responsabilidad era terminar los estudios y disfrutar de esa etapa de mi vida, el resto, lo llevaba él.

Me devoraba las páginas en unas pocas horas lo que no era muy conveniente teniendo en cuenta que debía esperar otro mes para obtener la continuación si de una saga se trataba. Pero estaba ansiosa por sumergirme en ese mundo de fantasía que se me ofrecía. Porque allí los problemas no me perseguían, porque encontraba personajes con los que me sentía identificada, porque el bien siempre prevalecía, entre las batallas y sacrificios, de igual manera siempre los buenos ganaban.

El corazón se me encoge como nunca ante esa época de tantas sombras e incertidumbre.

Allí estaba Joan. Ahí estaba mi hermano.

¿Cómo fue que se formó este abismo tan ancho entre nosotros?

Una caricia en mi mejilla me regresa a la realidad.

—¿A dónde te has ido?—Su rostro se arruga en preocupación.

Dejo ir el aire de mis pulmones.

—¿Cómo eran tus padres?—Me enderezo, apoyando el pote de helado sobre la mesa de centro. Alexandro permanece en silencio, perturbado por el abrupto cambio de tema—Los míos fueron un fiasco.

Parece que no soy la única que está en la máquina del tiempo. Sus ojos se oscurecen mientras los segundos transcurren, recorre con su mirada mi rostro, y el suyo se eclipsa con una mezcla de sentimientos.

—Ellos eran estrictos.

Mis hombros se ponen tensos. El italiano se refiere a ellos como si ya no estuvieran aquí, y no es la primera vez que sucede. Puede que hayan fallecido, o que no mantenga contacto con ellos en lo absoluto, de ser así, se hace costumbre hablar de alguien que ya no forma parte de tu vida como si no existiera. Te haces a la idea de que ya no estan a tú alrededor y punto.

Si soy sincera yo ni siquiera sé que es de mis padres en la actualidad.

—¿Te incomoda hablar sobre ellos?—De ser así simpatizo con su situación más de lo que me gustaría.

Un suspiro se desliza de sus labios. Me lleva hacia sus brazos con un movimiento delicado.

—No los recuerdo de una mala manera, eran gentiles, supongo. Mi madre lo era mucho más, papá tenía mano firme. Aunque tampoco estaba lo suficiente en casa, el trabajo era lo primordial—Acomoda un mechón rebelde de mi cabello—¿Cómo eras de pequeña?

Muerdo el interior de mi mejilla.

—Chillona—Una lenta y cariñosa sonrisa surca sus labios.

—¿Ah sí?

Asiento.

—Muy risueña, según Joan—En mi garganta se forma un nudo presa por la tristeza de habernos alejado tanto, pero lo hago a un costado. Tengo fé en que lo resolveremos—Tenemos una buena diferencia de edad, así que él se encargaba de mantenerme entretenida aún si no era su responsabilidad.

Las veces que mis padres discutían intentaba distraerme de los gritos y el ambiente hostil armando un fuerte en nuestra habitación. Con las frazadas, almohadas, todo lo que funcionara para sentirnos seguros y a gusto en nuestra guarida. Entonces pasábamos la noche  leyendo, con una linterna que había que golpear dos veces cuando la luz titilaba por las baterías casi agotadas. Se repetían los mismos libros infantiles una y otra vez, aún así, Joan le daba una vuelta de rosca. Cambiaba detalles, actuaba los diálogos y hasta me animaba a que participe de la obra teatral improvisada.

Es extraño que los mejores recuerdos de mi infancia sucedieran mientras a nuestro alrededor no habitaba más que caos y peligro.

—Te imagino como una niña extremadamente adorable—Sus ojos resplandecen.

Sonrío con aprecio—¿Qué hay de ti?—Me remuevo en su abrazo, apoyando la mejilla en su pecho, levantando gentilmente la mirada hacia la suya. Inclina la cabeza más hacia abajo, hasta que nuestros alientos se mezclan.

—Era muy pensativo. Tenía cosas que decir pero no lo hacía hasta que el momento fuera el adecuado. Obediente y tranquilo, bastante estudioso, una gran diferencia con mis otros dos hermanos menores—Sus facciones se apagan con las memorias del pasado. Hay mucho afecto guardado allí sólo que está salpicado por recuerdos amargos que todavía lo persiguen.

La imagen que aparece en mi mente de un Alexandro con el cabello oscuro y ojos inocentes me conmueve de sobremanera. Pero falta algo. De pronto es como si pudiera volver a sentir ese remolino que se esconde entre sus hebras.

—¿Tenías rizos?—Pregunto sin más, ansiosa por tener la respuesta.

La esquina de sus labios se curva.

—Mhm—Asiente, descontento por tener que confesarlo.

Enderezo la espalda abriendo la boca.

—¡¿Lo dices en serio?!

—Si—Murmura, esquivando mi mirada.

—¡Que ternurita!—Medio grito, tomando su rostro en las palmas de mis manos.

—Lo odiaba, era simplemente incorregible—Bufa.

—¿Tienes una foto?—Ilusionada me acerco más a él.

—Para mi suerte no.

Mi labio inferior se desliza en un puchero.

—¿Ni una sola?

—Me aseguré de quemarlas todas—Se encoge de hombros con un aire divertido.

—Mentira—Le doy un golpecito. Vuelvo a sentarme ahora con sus brazos alrededor de mi cintura y su barbilla descansando en mi hombro—¿Tal vez te olvidaste de quemar algunas?—Murmuro esperanzada.

Se carcajea.

—Te prometo que de ser así no verán la luz del día—Besa mi sien.

Es una decepción pero todavía existe la posibilidad de que Andrea pueda tener algunas fotos de su niñez. Que Alexandro las haya desechado no significa que su hermana también. Así que no insisto más, resolviendo que muy pronto tendré que ver una foto de ese pequeñito enigmático, con rulos y de expresión inmutable.

¡Debe haber sido tan encantador!

—¿Tuviste mascotas?

Sacudo la cabeza.

Apenas si mis padres recordaban tener que ocuparse de mi hermano y de mi por lo que una mascota estaba fuera de discusión. Me habría fascinado un cachorro, o ¡un conejo blanco y de cola peluda!, un gato, o hasta una pecera con lindos peces dorados.

—¿Tú familia tenía?

Sus brazos se aprietan más alrededor de mi cuerpo.

—Mi padre adoraba los caballos y me heredó el mismo cariño por esos increíbles animales. Fue una de las pocas cosas que compartíamos; el amor en común que les teníamos. Incluso si era un trabajo pesado cuidarlos.

No puedo poner en palabras lo feliz que estoy de saber esto sobre él. Cómo era de niño, las actividades que le gustaban, su hobby favorito, su vida en Italia.

Pienso en un hombre Armani más jóven, en una preciosa casa de campo y en los establos con sus caballos. Cepillando su pelaje, cabalgando en los prados, dejando que el viento lo guíe por el camino entre los pastizales y el sol brillando en lo alto. Me gusta la paz que eso representa, la libertad y el ánimo de una vida despreocupada.

—¿No tenían gente que los ayude?—Me da otro beso en el cuello.

Desconozco el estilo de vida que mantenía antes, pero suponer que proviene de una familia con lujos no sería erróneo. Sin dudas accedió a los mejores institutos, su porte, amplio vocabulario, y los malditos seis idiomas que sabe hablar,  (entre ellos el español) me han dicho lo suficiente para adelantarme a los hechos.

Es una de las muchísimas diferencias que existen entre ambos. Sin embargo, no me molesta. Sería una horrible y envidiosa persona de ser así. Admiro la inteligencia y dedicación que posee porque eso es lo que lo hace ser él.

Alexandro no deja de asombrarme, no se cierra a responder, hablando despreocupadamente.

—Provengo de una familia que me enseñó el valor que hay en esforzarse uno mismo por lo que quieres. Comprender que las lecciones de instrumento, geografía, matemáticas, literatura clásica y arte, no sirven de nada si luego en el mundo real no tengo con qué defenderme. Mi padre tenía la creencia de que todo iba de la mano, de que era esencial que tuviéramos conocimiento del trabajo arduo. Y aunque estaba a nuestra disposición el mejor personal era una obligación  hacer ciertas tareas. Formaban el carácter, decía.

Quizás no tuvimos una infancia tan distinta. Tal vez me equivoqué en sacar conclusiones apresuradas. Por supuesto que seguía teniendo sus muchos privilegios, claro está, pero también supo lo que era tener que derramar gotas de sudor, un aspecto que tenemos en común. Puede que incluso más que yo.

Eso desata un sentimiento tremendo de preocupación.

—Pero dijiste que tú madre era amorosa contigo—Siento su sonrisa sobre mi piel, y no sé si debe a que está recordando a su madre o a lo que he dicho.

—En general fue muy cariñosa con nosotros—Murmura. Suspiro del alivio—Me confiaste que tus padres no eran los mejores. Lo tengo muy presente. Pero, ¿tú madre te quería? ¿ella cuidaba bien de ti?

Los músculos de mi espalda se ponen rígidos.

Hasta hoy Alexandro se ha mostrado muy receloso a tener que contar sobre su pasado, lo que haya cambiado para que esto esté sucediendo es de mi ignorancia, pero lo importante es que está pasando. Él me pidió que le mostrara cómo comunicarse más y sería una hipócrita si ahora yo me echara para atrás.

Es una calle en doble sentido. Ambos ponemos de nuestra parte. Los dos exponemos nuestras verdades.

—Tenía demasiados problemas que atender, por lo que básicamente me crió mi hermano mayor. Durante los siete días de la semana mi padre se paseaba por todos los casinos de la ciudad, despilfarrando dinero que no teníamos, y mamá iba detrás de él. Sus intentos eran en vano porque nunca lograba traerlo de regreso a casa—El rostro de mi padre en estos años comenzó a desvanecerse de mi memoria. Sólo está Joan, la casa rodante en la que vivíamos, y las facciones demacradas de una mujer que apenas si podía sostener un hogar ella sola. Esta vez cuando el agarre del italiano me sostiene con mayor fuerza percibo la posesividad, el instinto crudo de cuidarme, incluso si no estamos corriendo ningún peligro—Aún así, jamás me gritó, no me levantó nunca una mano, era...

Guía mi rostro hacia el suyo. El negro de sus orbes resplandece con la necesidad de protegerme.

—¿Cómo, Dalila?

Exhalo un suspiro entrecortado.

—Ausente. Triste. Solitaria.

No puedo decirle más porque acabo de darme cuenta de que eso es todo lo que hay.

Un rostro huesudo por la delgadez, ropa sucia, cabello descuidado. De movimientos erráticos por las constantes crisis nerviosas, un hola y un adiós, deudas que se acumulaban, horas eternas en las que dos niños debían atenderse a sí mismos. Después llegó la solución a la que recurrió para pagar las cuentas que no paraban de amontonarse sobre la precaria mesa del comedor.

Fue en medio de esa inestabilidad en la que nosotros construíamos fuertes con las frazadas. Porque preferíamos pretender que entre esas telas y a la luz de una linterna teníamos esa seguridad, consuelo, que tanto anhelábamos.

—Eres admirable, no permitiste que el desamor ni la soledad te quebraran.

Inspiro profundo aguantando las lágrimas.

—¿Lo soy?

—Eres de los que sobrevivieron para contar otro día. Esas son las personas más fuertes que existen, bella bruna.

La garganta se me cierra.

—¿Cómo lo sabes?

No me mira con lástima, ni pena o vergüenza, solo permanece ahí. Me observa. Se toma unos instantes para contestar y cuando lo hace la serenidad que transmite en su voz me transporta muy lejos de ese remolque abandonado. Me trae de regreso con él, al presente y donde el hambre no ruge en mi estómago, o la mugre no se me pega en los talones y brazos, ni los sueños se transforman en horribles pesadillas que me atormentaban en mis noches de niñez.

—Porque soy una de ellas—Besa mis labios cortamente—, y daría lo que fuera para que tú no lo seas.

Su confesión se clava en mi corazón y sangra por él.

El beso que sigue después me arrebata el aliento, arrastrando consigo la angustia que cargo sobre mis hombros a kilómetros de distancia volviéndome más ligera. Me calienta el pecho y me hace sentir querida.

Ese sentimiento es el que sacude el mundo debajo de mis pies. No había estado antes, no así. Me cuesta discernir si es mi cerebro jugándome una mala pasada o es real. Si esa chispa que brota entre los dos también puede sentirla. Encendiendo mis venas, quemando debajo de mi piel, el deseo ferviente que se transforma en otra cosa.

Con mis dedos enterrados en su cabello, sentada ahora sobre su regazo y con sus labios apoderándose de los míos, gimo su nombre en un aliento tembloroso.

Mis manos vagan hacia su espalda donde las cicatrices se distinguen aún con la tela de su camiseta por encima. Las líneas que atraviesan parte de sus omoplatos y continúan hacia abajo son anchas, con los bordes irregulares, toscas, salvajes y crueles.

No tengo el derecho de sentirme mal por él pero lo hago. Me duele y me desgarra.

Alexandro suelta un quejido angustiado. Nuestros ojos se conectan.

Niego suavemente al comprobar el sudor comenzando a empapar sus endurecidas facciones. La ansiedad y malestar descomponen su perfecto rostro.

Me lo dirá cuando esté listo.

—Tranquilo, no voy a preguntar—Digo con dulzura.

Traga saliva todavía inseguro.

—No puedo hacerlo—Gruñe apretando la mandíbula.

Como hizo él despejo su frente de un mechón rebelde, un poquito más largo que el resto. No aparta su mirada de la mía.

Me percato de cómo perder el control lo altera muchísimo, desacostumbrado a no tener el mando, poniéndose en esta posición vulnerable en la cual preferiría no estar. En específico respecto a este tema.

—Respira, Alexandro. Inhala y exhala. Eso es todo lo que te voy a pedir hacer.

Lo ayudo a calmarse y al final ambos terminamos recostados en el sofá. Su cabeza descansa en mi pecho, mis dedos juegan con su pelo, y unos suaves ronquidos se derraman de sus labios entreabiertos mientras que mis párpados se vuelven cada vez más pesados.

Al llegar la medianoche escucho el tono de llamada de un celular y confirmo que no se trata de un sueño cuando me doy cuenta de que ya no tengo el peso de Alexandro sobre mi cuerpo, el sofá se siente más grande y frío, pero antes de que pueda ir en su búsqueda el italiano regresa conmigo. Su media sonrisa es tensa y se esfuerza por camuflar la leve arruga entre sus cejas. Me levanta en sus brazos llevándome a la cama y se mete junto a mi.

Apenas si soy consciente de que estoy balbuceando.

—¿Estás bien?—Murmuro, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.

—Si—Su respuesta llega rápido, sin embargo, no me convence.

—Dime la verdad—Soy un desastre cuando el sueño me golpea.

Sus labios rozan mi frente acariciándome antes de depositar un beso allí. Su agarre en mi cintura se intensifica.

—Eres adorable cuando hablas dormida. Esa es la verdad.

Testaruda a soltar el tema pruebo nuevamente.

—Mhm—Refunfuño.—¿No me mientes?

—No—Me presiona más contra si mismo.

Elijo creerle porque estoy agotada y a medida que pasan los minutos es más difícil pelear contra la oscuridad que me envuelve, así que acepto gustosa su abrazo, y creo que me duermo con una pequeña sonrisa bailando en mis labios. Porque le prometí que estaría aquí para él y ahora también sé que Alexandro estará conmigo no importa qué.

Por último tengo la sensación de su voz murmurando en el medio de la noche de la habitación.

—Gli angeli come te non appartengono al mio mondo (ángeles como tú no pertenecen a mi mundo)

•••

La mañana se basa en un apresurado Alexandro disculpándose por no poder compartir el desayuno conmigo justificando que le ha surgido algo de gran importancia en el trabajo. Su gesto duro y la pequeña mueca en sus labios me han dado un destello de lo que le aguarda hoy en la oficina. Puede que se me haya despertado el interés en averiguar qué es aquello que lo tenía tan agitado. Pero comprendo perfectamente sus obligaciones y él también las mías. Por lo que nos despedimos con la promesa de que esta noche tendríamos planes. La idea fue suya y se trata de una sorpresa. Una forma de compensar lo que pasó en el taller de alfarería.

Estoy emocionada mientras las horas pasan y me toca esperar a que caiga la noche para volver a verlo. Con el gimnasio a reventar de clientes para mi asombro y gusto la aguja en el reloj avanza rápidamente.

Demasiado concentrada en cuidar la técnica de Bruno no me doy cuenta de que Sandra está a mi lado. Le devuelvo la sonrisa que me dedica.

—Es una pena que no haya obtenido la victoria en su primera pelea.

Muerdo mi labio inferior cuando al repasar en mi mente los sucesos de esa noche inconscientemente mis comisuras se levantan ante la memoria de Alexandro regresando de su viaje de negocios sólo por mi. Ahora que lo conozco mejor y tengo otra perspectiva del hombre Armani allí de pie besándome delante de mis colegas, en especial de Bruno, plantando bandera cual macho alfa territorial, caigo en lo innegable.

Él siempre fue celoso.

Por el amor de Dios hasta que ambos nos dimos cuenta de ello. Podrían pasar siglos y aquí estamos por suerte los menos ciegos y testarudos.

—Lo es, pero tiene mucho camino que recorrer, vendrán otras y lo hará genial. Debe prepararse para cuando lleguen.

Sandra mantiene su mirada en mi observándome con suma atención, luego esboza una sonrisa.

—Te ves distinta—Dice. El tono dulce y divertido que emplea me da entender que el rumbo de la conversación ya no se trata sobre el gimnasio y mis clientes.

Mi entrecejo se arruga.

—No lo estoy—Me vuelvo un poco más hacía ella.

—Oh—La sonrisa se le ensancha—Lo estás. Te ves resplandeciente, más alegre. Me imagino que el hombre que me presentaste aquella vez tiene que ver con la cara de enamorada que traes. ¿Me equivoco?

No tengo ni idea de cómo reacciono a sus palabras, pero debo haber hecho una clase de espectáculo con mi rostro, porque ella se ríe con ganas y me da una palmadita en la espalda. Carraspeo, luchando por mantener el rubor en mis mejillas a raya, con el corazón golpeando a un ritmo acelerado y constante.

¿Cómo es eso de que se me ve en la cara? ¿enamorada? estoy confundida. Si. ¿Pero tengo sentimientos tan profundos hacía el? todavía no lo descubro.

—Huh, tal vez...—me atraganto con mi propia saliva—Pero no diría que estoy...—Me ataca una gran tos. Maldición estoy como el chico del reparto—Es demasiado que yo... joder...

Sandra se carcajea evidentemente disfrutando de mi sufrimiento, yo me sumerjo en una vergüenza abismal, con el rostro encendido en llamas y la necesidad de esconderme debajo de una roca. Niego repetidas veces aún sin poder meter bocado.

—¿Quieres un vaso con agua querida?—Se burla todavía más de mi con sus facciones en un gesto suave y simpático.

Cuando por fin termina el horripilante drama de tos seca y mejillas rojas como una manzana, se acerca un poco más hacía mi, como si estuviera lista para contarme el mejor de los chismes. Inclina la cabeza.

—¿Qué?—Susurro con plena inocencia.

—Estás metida en un buen embrollo.

Mis hombros caen.

Es diferente tener una opinión ajena a la de Kat. Que mi jefa se haya percatado de que estoy desarrollando sentimientos hacia alguien, pone una especie de cortina transparente a mi alrededor. Estoy jodidamente expuesta, al parecer. No lo disimulo y eso me espanta.

¿Qué tal si soy tan obvia junto a Alexandro también? ¿No lo fui ayer?

—¿Se me nota tanto?—Murmuro con la voz inestable por los nervios.

—Si—Directa al grano, ¿eh?

creo que se me aflojaron las rodillas.

—¿Cómo lo supiste?

Hay cierto brillo maternal en sus ojos.

—No dejas de sonreír en todo momento. Es lindo, ni siquiera tú te das cuenta—Me da un apretón fugaz en el brazo.

La acción me toma desprevenida, hay afecto allí, consuelo y empatía. Mis tripas se revuelven y me asombro de que algo tan simple me conmueva de esta manera. Puede que esto sea una consecuencia de remover el pasado. Trae a la superficie cosas que luché por mantener en el olvido.

—Es complicado—Aprieto los labios en una línea. El motivo por el que me abro con Sandra se debe a lo mismo. Estar emocionalmente sensible y esta imagen que de repente está representando que me ayuda a confiarle parte de mi secreto.

—No existen garantias ni sencillez en el amor. Animarse a entregarse por completo es algo que está guardado sólo para los valientes, porque hasta las rosas más bonitas tienen espinas.—Su párpado cae en un guiño—Estarás bien. Las historias que no se olvidan son aquellas que te sorprenden.

Cuando uno de sus clientes se acerca en su búsqueda ella no tiene otro remedio más que despedirse con un breve saludo. Se aleja caminando hacia la sección de máquinas.

No tengo mucho tiempo para procesar lo que ha sucedido que Bruno está delante mío con el sudor goteando por los costados de su frente, la camiseta empapada y la respiración agitada. Me dice que terminó con la rutina. Hago acopio de mis fuerzas para que regrese la Dalila profesional e ignore este nuevo sentimiento que se expandió por mi pecho y aceleró mis latidos desde que escuché esa palabra que comienza con la letra A.

—¿Cómo estuvo?—El boxeador tiene las manos en sus caderas. Le cuesta recuperar el aliento.

—Quieres matarme—Acusa con un tono fingido de enfado.

—No te quejes, fui bastante buena contigo hoy.

—¿Ah sí?—Sus ojos resplandecen. Se adelanta un paso y ese chico que usualmente parece tan correcto es reemplazado por uno más travieso y confiado.

—No quieres saber lo que te espera mañana—Me encojo de hombros dirigiéndome hacía mi bolso con él siguiéndome los talones.

—Podrías darme un adelanto—Sugiere.

Lo miro.—No.

Su risa resuena en el gimnasio. Asiente con decepción.

—Muy bien, tú mandas. Eres la jefa.

Una sonrisa tira de mis labios.

—Menos mal que lo tienes en claro, sería incómodo tener que explicártelo—Hago una mueca, agarrando mi abrigo y la botella de agua. No creo que falte mucho para que Alexandro este aquí.

Bruno se sonroja y ese corto momento de confianza empieza a desvanecerse. Pasa saliva deslizando sus ojos por mi rostro. Se rasca la nuca en una señal de vacilación.

—Ya que estamos aquí quisiera preguntarte algo. Por supuesto que no me gustaría interferir en nada, si no estás disponible, no lo volveré a mencionar. Pero quizás en estas semanas que pasaron eso haya cambiado.

Mi celular empieza a sonar en el interior del bolsillo de mi abrigo. Me disculpo con un gesto de la mano porque si se trata del italiano lo último que quiero es que tenga que lidiar con los bocinazos de neoyorquinos iracundos mientras espera por mi y bloquea el tránsito.

Luego de lo que dijo Sandra es muy difícil no sentir que dejo de respirar al ver su nombre en la pantalla.

Me está haciendo una videollamada.

Levanto los ojos hacia Bruno.

—Lo lamento pero debo irme. ¿Podemos continuar luego? excepto que sea una emergencia entonces aquí me tienes—El aparato vibra en mi agarre.

—Oh no, puede aguardar hasta mañana—Aplana los labios alejándose un poco. Asiento. Si dice que está bien le creo. De cualquier modo no muestra señales de estar mintiendo.

—Te veo a la misma hora—Digo.

Mis pasos son ágiles mientras me encamino hacia la salida. Escucho murmurar una respuesta de su parte pero no me detengo. También saludo a Sandra al pasar y al verla nuestra conversación reverbera poniéndome la piel de gallina.

El frío clima de la ciudad sigue sin dar tregua cuando salgo del gimnasio, los copos de nieve blancos caen sobre mi cabello contrastando con el color oscuro. La fuerte ventisca pone de inmediato la punta de mi nariz en una tonalidad rojiza y mi cuerpo está tenso. Menos mal que el recorrido hasta el coche de Alexandro es corto  y una vez que estoy adentro con la calefacción encendida me recibe con una gigantesca sonrisa de bienvenida. Desde que nos dijimos adiós en el desayuno ya no queda rastro de las arrugas de inquietud que enmarcaban su rostro.

—Hola, tú.

Le interesa un carajo que atrás nuestro las bocinas de los autos estén sonando a todo lo que dan.

—Hola, tú—Respondo.

—¿Me echaste de menos?

—Muchísimo.

Sonríe—Ven aquí y muéstrame cuánto.

Me sostiene por el mentón para darme un suave beso y por un segundo mi mente está en blanco haciendo que me olvide del resto.

Me separo mirando por encima de mi hombro.

—¿Qué hay de los coches?—Arqueo una ceja.

No muestra remordimiento al estar haciendo lo que casi podría considerarse un embotellamiento.

—Ellos no han tenido que pasar un día entero extrañándote.


•••


¡Hola!

acá nuevo capítulo 🫀🫀

lxs quiero MONTONES.

gracias infinitas por leer💐🫧🌻☀️☁️

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buen fin de semana gente linda ❤️❤️❤️❤️

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