La redención de los adictos ©

بواسطة ArielleLongwood

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Un alcohólico. Una ex drogadicta. Un concierto. Un encuentro inesperado. Dos mundos que se cruzan. Alma busca... المزيد

Prólogo
Capítulo 1: Nostalgia
Capítulo 2: Invitado indeseado
Capítulo 3: No tan malo
Capítulo 4: Paseo
Capítulo 5: Recuerdos dolorosos
Capítulo 6: Secretos
Capítulo 7: Enredos
Capítulo 8: Significativos desacuerdos
Capítulo 9: Ese maldito idiota
Capítulo 10: Tan simple como eso
Capítulo 11: Descontrol
Capítulo 12: Un lugar en donde refugiarse
Capítulo 13: Dos adictos
Capítulo 14: Sólo un roce
Capítulo 15: Celos
Capítulo 16: Volviendo a la normalidad
Capítulo 17: Perdido
Capítulo 18: Hospital
Capítulo 19: El Día Clave
Capítulo 20: Caricias, besos y algunos cigarrillos desechados.
Capítulo 21: Sorpresas
Capítulo 22: El gran secreto de Rex
Capítulo 23: Recaída
Capítulo 24: Remordimiento
Capítulo 25: De la mano de la muerte
Capítulo 27: Acosada
Capítulo 28: vínculos
Capítulo 29: Final
Epílogo
Pequeña recopilación de las vivencias de un chico roto

Capítulo 26: Nuevo comienzo

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بواسطة ArielleLongwood

La noticia del suicidio de Al fue conmocionante para todos. Todo el mundo se preguntaba la razón de su arrebato, la reacción de la banda o por qué Rex Tyler no había asistido a su funeral.

Los rumores desbordaban por donde quiera que se mirase. Todos especulaban los motivos que pudo haber tenido el famoso cantante Albert Rowell para darle fin a su vida, incluidos sus mejores amigos. La opciones eran variadas: Un corazón roto —lo cual era posible—, adicción a las drogas —también probable— o debido a algún trastorno psicológico —lo que estaba totalmente asegurado.

En aquellas circunstancias sólo se podía dar por hecho una cuestión: Soul Stone se había terminado. Hacía varios años que la banda se había convertido en la sombra de lo que había sido. Su auge había concluido hace mucho tiempo cuando su productor y pilar de apoyo, Scott, había entrado en el ejército. A pesar de todo, la muerte de su vocalista terminó por acabar con la banda por completo. Todos los miembros estaban sorprendidos, devastados.

Rex se sentía enormemente culpable al respecto.

—Fue mi culpa —me decía, con una expresión neutra en su rostro y la mirada perdida en algún punto—. Mis palabras en el funeral de mi hermano lo incitaron.

—No Rex, no debes pensar eso —refuté su afirmación con soltura—. Una persona no se suicida así como así, es un conjunto de cuestiones.

Rex negó con la cabeza y se frotó repetidamente los ojos con el dorso de las manos. Se veía cansado, con los ojos hinchados y las notables ojeras que se extendían bajo estos, como si no hubiera dormido en años.

—Lo peor es que, en el fondo... no me ha sorprendido —al decirlo, me miró sin temor a los ojos—. Siempre había sido una persona muy huraña y reservada. A su alrededor se extendía un aura oscura, no sé cómo explicarlo... Nunca dejó que lo ayudásemos, sólo a mi hermano, siempre fue él.

Una de las cosas que más me asombró fue la devoción de los fans por la banda, y el apoyo que le brindaron. Miles de personas se congregaron frente a la casa de Al en Los Ángeles, dejando flores y velas; las muchachas lloraban y los chicos mostraban caras largas y afligidas.

Para muchos había muerto su vocalista favorito, para otros su banda favorita.

De cualquier manera, Soul Stone no planeaba una resurrección por el momento.

Para sorpresa mía y de Rex, su padre intentó mantener el contacto él después del funeral, en donde habían logrado llegar a una reconciliación, no obstante, no todo fue tan sencillo, la relación entre ambos se mantuvo tensa al principio, pero luego de algunas largas charlas y un esencial viaje de pesca a Bakersfield, su relación mejoró notablemente.

La primera vez que hablé formalmente con Brad, su padre, fue cuando éste nos invitó a  cenar con él antes de que volviéramos a Nueva York. Lo cierto es que esperaba encontrarme con otra enorme mansión, debido a la situación económica de Brad, pero sin embargo me topé con una casa clásica, que si bien era amplia, tampoco derrochaba metros.

—Pasen, por favor —nos comunicó el padre de Rex, abriendo la puerta ante nosotros.

Brad escaneó a Rex con una mirada que no supe descifrar, era una mezcla de añoranza, alegría, anhelo y desconsuelo. Al contrario, Rex sólo le echó un rápido vistazo antes de amoldar su mano con la mía e inspirar de forma profunda.

Por dentro de la casa se podía apreciar una amigable combinación de madera y muebles de color verde que me agradó mucho. Para mí fue como entrar en un museo de fotografías de la vida de Rex; retratos de él de pequeño se extendían por todas las paredes, fotos en las que se lo podía ver con su hermano, con su padre y con su madre —una hermosa mujer de pelo corto, castaño y ondulado, como el de su hijo menor, ojos café y una sonrisa cálida—. Las fotos abarcaban todas las edades: desde un Rex bebé, niño y adolescente, hasta uno adulto, no obstante, no había fotos actuales.

Otro detalle que logró captar mi atención fue la colección de recortes periodísticos, enmarcados y colgados sobre un viejo aparador, que relataban las hazañas de Rex con su banda en el mundo de la música, lo que me llevó a pensar que Brad realmente estaba muy orgulloso de él. Entre las noticias enmarcadas también estaban colgadas las medallas de honor que había obtenido Scott.

Brad se encargó de enganchar nuestros abrigos en el perchero y de invitarnos a pasar. Luego de internarnos en la casa pudimos apreciar al instante un olor penetrante de comida casera, de estofado para ser más precisa. Delicioso.

—Huele bien —aprobé, y le sonreí a Brad.

—Espero que te guste, Rex me comentó que te gusta mucho cocinar y que eres algo exigente —me respondió, acompañando sus palabras con unas risas, las cuales correspondí de la misma manera.

Brad no era malo, pero noté su simpatía algo compelida, era como si se estuviera esforzando muchísimo por agradarme, por no hacer nada que a Rex pudiera disgustarle. No podía culparlo, dadas las circunstancias, sabía que estaba tratando de reconstruir su relación con el único hijo que le quedaba.

La cena estuvo realmente deliciosa, reparé en todas las ocasiones en las que Rex se puso nervioso, porque se ponía a jugar distraídamente con el dobladillo de mi vestido por debajo de la mesa.

Las típicas preguntas por supuesto aparecieron, que cuánto llevábamos juntos, a qué me dedicaba, dónde vivíamos actualmente y cosas por el estilo.

—¿Y ya tienen planes de boda? —indagó inocentemente su padre.

No pude evitar atragantarme con la comida, de forma penosa. Las bodas eran algo que no me agradaba, era increíble la cantidad de parejas que se terminaban separando después del matrimonio, pero claro, aquel era un tema que jamás había tocado con Rex hasta la fecha.

Mi novio me miró divertido mientras el color de mis mejillas se asemejaba al de un camión de bomberos: potente y rojo.

—Aún es muy pronto para pensar en eso —levanté mis manos frente a mí y negué con la cabeza repetidas veces.

—Alma tiene razón —corroboró Rex, haciéndome supirar aliviada—. Más no sería una mala idea.

Acarició mi pierna por debajo de la mesa y supe que lo estaba haciendo para molestarme.

—Sería bueno para ti que sientes cabeza, Rex —divagó Brad—. No quiero llegar a viejo sin tener ningún nieto.

¿Hijos? Después de eso casi me da un paro cardíaco. La mano de Rex subió más arriba por mi muslo. Oh buen señor, ¿había llegado mi hora? Porque me sentía a punto de desfallecer.

Mi expresión debió ser muy buena, porque ambos, padre e hijo, explotaron en risas. Ya sabía de donde Rex había heredado su gen malvado.


Cuando volvíamos de regreso a la mansión de Rex, caminando tranquilamente bajo la tenue luz de las farolas, le comenté al baterista:

—No es tan malo —acoté refiriéndome a Brad—. No es malo en absoluto.

—Sí, supongo que tienes razón —asintió el chico de ojos verdes cansados.

—No te odia.

Ante eso por fin levantó su cabeza y dirigió su mirada a la mía. En sus ojos se extendía una expresión satisfecha, contenta. Fue entonces cuando inclinó su cabeza hacía la mía, y tomándome por la cintura me besó.

—No te agrada demasiado la idea del matrimonio, ¿cierto? —me preguntó entre besos.

Disfruté un largo rato de su labio inferior antes de contestar.

—No realmente.

Rex sonrió, provocador.

—Te casarás conmigo —dijo en mi oído. Sentí su aliento cálido y sus dientes rozando mi lóbulo.

—¿Qué? —sólo logré articular. Estaba segura de que mis huesos habían sido reemplazados por gelatina.

—Quizá no en los próximos meses, o en los próximos años, pero algún día lograré que te cases conmigo —la expresión de total seguridad en su rostro me desarmó por completo, e hizo que mis piernas tiemblen y que mi estómago diera brincos, como si tuviera dentro una niña saltando la cuerda en medio de un ataque epiléptico.

—No te lo pondré fácil —le aseguré mientras recorrían su torso con mis manos, con más soltura de la en realidad sentía.

—Me gustan los retos —Rex se encogió de hombros y volvió a apresar mis labios en los suyos.


La semana siguiente al funeral de Scott la pasamos en California. A pesar de que Rex había vuelto bastante contento de la cena con su padre, recién el último y séptimo día en la región pude percibir un cambió en su actitud deprimida y melancólica. Fue el primer día que no releyó la carta que le había entregado el capitán de la tropa de Scott en el funeral. No me dejó leerla, pero según lo que pude apreciar no se trataba de un documento formal, sino de un papel sucio, arrugado y desprolijo que estaba escrito a pulso. No obstante, Rex lo guardaba como un tesoro, lo que me hacía preguntarme qué palabras contendría dicho papel.

—¡Oh por Dios, es el gemelo Robert! —exclamé cuando me encontré con su figura plasmada en cartón dentro de un armario, aquella que habíamos rescatado de la casa de la escalofriante Marnie, su fan devota.

Rex había dibujado un bigote que terminaba en tirabuzones sobre la imagen de su labio superior y una graciosa barbita en forma de triángulo en su barbilla. También un parche. El parche era infalible.

—Robert es genial —aprobó Rex, y me dedicó el atisbo de una sonrisa.

Instantáneamente mi corazón brincó con emoción. Haría aparecer ese hoyuelo. Era mi meta personal.

—Es el más varonil de los dos, tu rostro lampiño siempre envidiará su bien formado bigote —me burlé guiñándole un ojo, y sus dientes se asomaron por detrás de sus labios. Cuando el pequeño hoyito se formó en su rostro decidí que mi misión estaba cumplida.

Quizá con lo de lampiño había exagerado. A Rex le salía la barba, pero era más una insípida pelusa, la cual siempre terminaba por afeitarse, sin embargo, mi comentario logró ponerlo de ese humor juguetón que tanto me gustaba.

—Auch —expresó, y frunció el ceño divertido—. Eso fue un golpe bajo, sabes que aún espero ese masculino bello en el pecho, que se rehúsa por aparecer.

—Rex con "R" de Rata lampiña —me burlé y rompí en risas, con lo que sólo conseguí que mi novio se abalanzara sobre mí y me acorralara con despiadadas cosquillas.

Se sintió demasiado bien poder volver a reír junto a él. Ninguna situación se había solucionado complemente aún, estaba segura que Rex aún tenía una herida fresca en su corazón, pero lo afrontaríamos juntos, sólo quedaba eso, la parte más difícil: afrontarlo y salir adelante.

Al llegar a Nueva York nos encontramos con dos sorpresas, una buena y una mala (según por dónde se la mire). La sorpresa buena era que por fin Amanda, mi abuela, estaba comenzando a recuperarse. La mala noticia fue la misiva que me envió mi jefe, informándome que estaba despedida. Al parecer ya no toleró mis crecientes temporadas de inasistencia.

Fue una sensación extraña, es decir, era una noticia mala, pero de cualquier forma no me entristeció lo suficiente. Mi mamá sólo frunció el ceño cuando se lo conté, en cambio, Rex y Drew me felicitaron.

—¡Es perfecto! —gritó Drew, emocionable como siempre—. Es la excusa perfecta para dejar ese empleo que no te gustaba.

Nos encontrábamos en mi casa, comiendo frituras y mirando películas.

—Lo sé pero... —comencé.

—Pero nada —interrumpió mi novio, que venía desde la cocina con un recipiente rebozar de palomitas de maíz. Íbamos a explotar por tanta mezcla—. Drew tiene razón, fue el destino, deberías aprovechar esta oportunidad.

Me dio un beso en la coronilla y me dejó dubitativa, divagando en mis pensamientos.

Más tarde ese día, después de que Drew se hubiera ido y mientras Rex pasaba su tiempo en el hospital (últimamente lo hacía más que nunca), tomé mi vieja notebook y comencé a investigar sobre la carrera gastronómica —que llamaba poderosamente mi atención—, y por supuesto, el Instituto Culinario de América, situado en Nueva York, fue uno de los primeros resultados. Dios mío, era todo lo que quería y más: excelentes programas instructivos sobre las artes culinarias, maestros reconocidos, instalaciones específicas para cada rama de la gastronomía. Mi cabeza daba vueltas con sólo pensar en las posibilidades.

No podía hacerlo, sin embargo, era algo tarde para mí y además no contaba con los recursos necesarios para pagarlo. Cerré el computador, exhalando de la impotencia, lo más seguro que podía hacer era terminar el curso de cocina al que estaba asistiendo y buscar trabajo en un restaurante lo antes posible.

Pero a pesar de todo, y aunque intenté evitarlo, el Instituto Culinario se mantuvo en mis pensamientos para el resto de la semana.

—Es tonto que te preocupes por el dinero teniendo un novio multimillonario —me comentaba unos días después Drew a través del teléfono. El no tener trabajo me ofrecía una inagotable fuente de tiempo libre, que me estaba volviendo loca. Mi cabeza despejada no podía parar de pensar en el Instituto.

—No quiero aprovecharme de él —le dije decidida—. No mantengo nuestra relación por dinero.

—Ay Alma, estoy segura de que si le contaras se ofrecería a pagar ese colegio encantado, nunca lo dejas mimarte —suspiró mi amiga—. Él sabe que no mantienes la relación por dinero.

Sí, estaba segura de que Rex lo sabía, se lo había dejado en claro muchas veces.

—Aun así, me sentiría demasiado incómoda permitiéndolo —fruncí el ceño.

—Eres incorregible —me reprendió.

Debía buscar por mí misma los medios para pagar ese Instituto, y por supuesto, Rex no podía enterarse.





Chan chan chaaaan. Bueno, no tengo mucho que decir esta vez, así que supongo que hasta la próxima! Gracias más infinitas que el universo y la estupidez humana por leer (sí, me gusta esa frase), adiós!

P.D: ESTAMOS MUY CERCA DE LLEGAR A LOS 10K, OH POR DIOS!!!111127ahdgvshb

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