Psicosis: bajos instintos

By ashly_madriz

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Una chica sumisa dispuesta a complacer. El chico más peligroso del internado queriendo saber hasta dónde pued... More

Sinopsis
advertencia
Personajes
Capítulo 1: Ver, pero no tocar
Capítulo 2: Deseos ilícitos
Capítulo 3: Impura tentación
Capítulo 4: Verdad o mentira
Capítulo 5: Oscuro deseo
Capítulo 6: Pecado mortal
Capítulo 7: Besos con sabor a muerte
Capítulo 8: Golpe de realidad
Capítulo 9: Dos malos presagios
Capítulo 10: La primera consecuencia
Capítulo 11: ¿Premio o castigo?
Capítulo 12: Cambio de roles
Capítulo 13: La lista de Alec
Capítulo 14: Alguien miente
Capítulo 15: Una pequeña broma
Capítulo 16: Un par de ilusos
Capítulo 17: Una deuda menos
Capítulo 19: Un intruso
Capítulo 20: Ángel y demonio
Capítulo 21: Mirando hacia atrás (especial).
Capítulo 22: Novios
Capítulo 23: Los Belikov
Capítulo 24: Miedos falsos
Capítulo 25: Un nuevo ángel
Capítulo 26: Sangre nueva
Capítulo 27: Pecado mortal
Capítulo 28: La primera prueba
Capítulo 29: El primer encuentro
Capítulo 30: Expiación fatal
Capítulo 31: Tres no son multitud
Capítulo 32: Dulce o truco
Capítulo 33: Feliz cumpleaños, Alec
Capítulo 34: Padres malos, hijos buenos
Capítulo 35: Sospechas y sospechosos
Capítulo 36: Presa o cazador
Capítulo 37: La ceremonia
Capítulo 38: La iniciación
Capítulo 39: Lecciones y elecciones
Capítulo 40: La cacería
Capítulo 41: Retorcida conexión
Capítulo 42: Todos mienten
Capítulo 43: Pecadores
Capítulo 44: Uno menos

Capítulo 18: La invitación

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By ashly_madriz

Alec

Los humanos somos animales, dispuestos a hacer lo que sea necesario para sobrevivir... y eso nos hace de los depredadores más mezquinos en la cadena alimenticia.

Cuando conseguimos lo que queremos, llenamos nuestros frágiles egos para seguir con nuestras vidas, demostrando así que lo que nos sucede no es más que un mero capricho, pero si al recibir la primera probada nos termina gustando, nos convertimos en seres viles, oscuros y obsesionados con tener más hasta hartarnos.

Algo más o menos así me pasaba con Brianna, con la diferencia de que me había convertido lentamente en un adicto y seguro que mi adicción en poco tiempo no iba a ver un fin.

La noche anterior, seguro que me había corrido como un maldito mocoso en su cara, y a pesar de que era bueno cumpliendo mis promesas, iba a darle a Bri un voto de confianza para que hiciera lo que mejor quisiera, pero en la primera oportunidad que tuviera de ver la señal contraria, no iba a dudar en retractarme.

Una cosa era lo que dijera su boca y otra muy diferente su manera de actuar, lo que me gritaba su postura y lenguaje corporal cada vez que estaba cerca y como su cuerpo respondía al mío como imágenes, no era lo que siempre exclamaba como rechazo absoluto

Estábamos unidos por un hilo invisible que nos amarraba el uno al otro de forma directa y que por más que tiráramos de él para romperlo, solo se hacía más fuerte y grueso.

La piel me ardía de solo recordar como se había sentido contra mi cuerpo, menuda y estrecha; de rodillas, con los labios envueltos alrededor de mi polla, como si hubiera hecho aquello antes, a pesar de ambos saber que ni siquiera un pensamiento sucio había pasado antes por su cabeza. Diseñada por los cielos para ser mi condena y tortura, y eso me agobia.

Porque estaba viviendo en un modo automático en el que, cuando la tenía cerca, estaba demasiado enojado o demasiado caliente y ninguna de esas dos características me dejaban pensar con claridad.

Me molestaba su mojigatería y la poca convicción que tenía de sí misma para decir en voz alta lo que quería o lo que pensaba y en realidad quería con creces cambiar eso.

En una última instancia, durante la madrugada, la había acompañado lo más cerca posible de su edificio y me había quedado un rato mirando a lo lejos hasta que hubiese tenido la seguridad de que había entrado al lugar sin meterse en más problemas.

Debía barajar las posibilidades, ya que en la mente de Brianna el —dejarla en paz—, seguro tenía más peso y se construía de más cosas que no volverle a mencionar el tema de la mamada, pero según mis normas, no se trataba de que pagara su deuda y ya, ahí terminaba nuestra conexión.

Tenía que ver más en como reaccionaba ante sus estúpidos principios y en la forma en la que se rompía. Como bajaba sus muros altos, impuestos por unas cuantas lavadas de cerebro de la educación estricta, que no solo había recibido en su hogar, también en el internado.

Por eso, cuando me la encontré esa mañana, saltándose las clases, las cosas habían tenido menos sentido.

Había chocado contra mi pecho al caminar de forma descuidada hacia el edificio principal y gracias a la memoria muscular que tanto me molestaba a veces de mi cuerpo, mis brazos de forma automática la habían recibido para estrecharla contra mí.

—Si supieras la cara que pones cuando te desafían y vas contra tus prejuicios, tal vez pudieras comprenderlo. —Fue lo que contesté, luego de que abruptamente y con una calma que me sorprendió, confesara que me tenía algo llamado miedo.

Su rostro se alzó para verme, al mismo tiempo que la tomé con más fuerza de la cintura. Su cabello, normalmente impecable y sin un mechón rebelde fuera de lugar, se encontraba suelto y despeinado, haciendo que alguno de ellos le cayeran por la frente y que yo tuviera la necesidad de tomarlos con la mano que tenía libre.

—Ya me canse de los desafíos, Alec. —Brianna se aclaró la garganta con un carraspeo—. Así que no hagas que me arrepienta de no arrepentirme después. ¿Quieres?

En su tono hubo una chispa divertida, pero algo en su expresión me dijo que hablaba en serio, que se estaba esforzando por dar un paso grande y que me arrepentiría después si cagaba lo que sea que había entre nosotros.

—No te desafié para que comenzaras a saltarte tus clases —suspiré con una ligera burla—. ¿Qué crees que piense tu padre si se entera de lo que has estado haciendo estos días?

—¿Y qué crees que piensen los tuyos?

Una sonrisa tiró de sus labios y como si fuese posible las mejillas de Brianna se pusieron aún más rojas.

Me parecía extraño que precisamente en ese momento no hubiese querido entrar a clases. Yo no había podido dormir bien el resto de la noche y entre otras cosas, no era un fugitivo como ella. Nuestro profesor de educación física, el señor Oliviera, había pedido libre ese bloque escolar ya que debía acompañar a su esposa embarazada a un control.

La mayoría se había quedado durmiendo hasta que fueran las diez de la mañana y tuvieran que ir a clases, en cambio, yo había decidido levantarme a la misma hora y vagar por el patio.

Haciendo que volviera a la realidad, Brianna se despegó de mi cuerpo para tomar distancia, aún con el rostro rojo. De inmediato, pude sentir la ausencia de calor y quise atraerla de nuevo, me contuve; parecía pensativa, como si algo le disgustara en realidad, pero se quedó callada.

Usualmente, cuando estaba molesta, su nariz de fruncía con unas pequeñas arrugas que le daban un aspecto infantil que me parecía adorable para admitir.

—Yo no me salté clases, bebé. Y tengo uno de los historiales más limpios de esta institución, por si se te olvida —hablé de pronto.

—Yo tampoco. —Esta negó con la cabeza—. Tuve que ir a la enfermería y me dieron una nota, no tienes que preocuparte porque vaya a terminar de nuevo en detención.

Me detuve un segundo repitiendo sus palabras con detenimiento en mi mente, asegurándome de haber escuchado bien.

—¿Y por qué rayos amaneciste de la enfermería? —le inquirí con firmeza. Esta se encogió de hombros sin darle importancia, pero tal vez pudo percibir el cambio en mi voz, ya que su postura también cambió—. Te dejé anoche perfectamente en la comodidad de tu dormitorio. ¿Hubo algo que te hiciera sentir mal?

—¿Aparte de que casi me enviaras con San Pedro? No, no hubo nada malo y no se trata de ti.

Una parte en mi mente quiso reír por su comentario hostil y atrevido, pero hubo otra a la que no le gustaba la segunda parte, la que me decía que no se trataba de mí, porque por muy jodido y narcisista que fuera, lo que tuviera que ver con ella también me incumbía.

Mi mandíbula se contrajo ante el pensamiento y a de nuevo, a Bri no pareció importarle, ya que gracias a mi descuido me hizo a un lado y comenzó caminar de prisa, pero mis reflejos también actuaron con precisión, haciendo que me moviera del lugar para tomándola rápidamente por su brazo izquierdo y regresándola frente a mí.

Una mueca se posó en su rostro, confundiéndome un momento. Mi agarre no estaba siendo lo suficientemente brusco o agresivo como para hacerle daño, pero la expresión que se dibujó en sus facciones me dijo que si no la soltaba iba a sentirse mal a pesar de mi toque ligero.

—¿Quieres que vaya a extorsionar a la enfermera para que me cuente? —inquirí, en el mismo instante en el que la solté.

Le costó recomponerse por unos segundos eternos, en los que sus dientes comenzaron a jugar con su labio inferior, distrayéndome otra vez.

Sabía que no estaba haciendo aquello para distraerme, pero maldición, Bri era una chica preciosa; me gustaban sus labios. Me gustaba besarla y me había gustado como se había sentido sobre mí y también necesitaba regresar a la realidad, porque no quería tener una conversación seria con ella con una jodida erección.

—¿No vas a contarme? —volví a añadir, esperando su respuesta.

Su cabeza apuntó con incomodidad hacia sus pies. Estaba ansiosa y tenía la costumbre de bajar la cabeza cuando se sentía intimidada.

Como un acto inconsciente, llevé mi pulgar hacia su labio regordete, haciendo que lo soltara de inmediato de entre sus dientes. Lo que le había sucedido si tenía importancia si se negaba a hablar de ello, por lo que más me interesó.

—No creo que... sea importante, ¿sabes? —titubeó, aún mirando el césped.

Su mirada no se despegó del suelo, así que empujé su mentón para que me mirara a la cara. Estaba pintada con algo de duda, combinada con otra clase de emociones que me hacían enojarme conmigo mismo por no saber leer.

—Mírame cuando me hablas —le dije, sabiendo que botones tocar—. Es de las cualidades que aprecio de ti.

Me alegraba no escucharla disculparse como siempre hacía, era un rasgo que ya no había notado tan marcado en ellas en las últimas semanas, pero que no había desaparecido del todo a pesar de mis impulsos. Le di el tiempo para que pensara su respuesta, una lo suficientemente convincente como para no hacerme dirigir mi atención a la enfermería.

Cuando se aclaró la garganta, supe que había pasado el suficiente tiempo para sentirse segura para modular sus palabras:

—¿Sabes esas veces en las que amaneces y los problemas te persiguen? Sales de la cama como el mejor día de tu vida, pero viene alguien y arruina tu buen ánimo. —Enarqué una ceja, ya que le estaba dando demasiadas vueltas—. Bueno, Alec. Eso sucedió esa mañana, solo tuve un pequeño problema con una compañera de clases.

Sabía que algo andaba mal con su brazo por su expresión anterior, pero la chaqueta del uniforme no me dejaba ver que era

Y mi mayor virtud no era la paciencia.

—Quítate la chaqueta.

—¿Qué? —Sus ojos se abrieron ante mi orden.

—Quítate la chaqueta, no hace frío y quiero comprobar una cosa. —No pareció suficiente, así que la miré con severidad.

Buscó a los lados alguna señal de un alma, pero no había nadie, así que giró sus talones para dirigir a uno de los bancos más cercanos y tomó asiento, suspirando. Al principio sus manos temblaron sobre su falda oscura, alisando las arrugas invisibles en sus pliegues.

Pero después de meditarlo varias veces la vi mover sus brazos para desabotonar la chaqueta y luego sacársela por los hombros. De primera imagen no note nada extraño, así que caminé un par de pasos más, hasta finalmente agacharme frente al banco donde estaba sentada, para inspeccionar su brazo izquierdo, en donde finalmente conseguí una gasa envuelta junto a algunos adhesivos en la parte interna de esta.

—¿Ese fue el problema en el que te metiste? No es pequeño si sales herida, ¿sabes? —murmuré con vehemencia, mi voz bajando un par de octavos—. Y sabes que puedo encargarme si me dices de quién se trata, ¿no?

La escuché tragar en seco y negar con la cabeza.

—Solo fue un mal rato, yo me encargué de ella.

—¿Entonces recibió su merecido por tocarte? —La sorpresa brilló en mis ojos.

—Sí, creo que sí. Salió muy enojada de los dormitorios. Como una gata engrifada.

No quise seguir forzando el tema, ya que tarde o temprano lo averiguaría por mis propios medios, así que solo le sonreí. Me preocupaba que las cosas fuesen a salirse de control con quien sea que se metiera con Brianna a pesar de que las cosas se habían tornado tranquilas desde que Aleksandra no estaba.

Era un pensamiento egoísta de mi parte, pero la única persona que se había visto beneficiada tras su fallecimiento había sido Bri e irónicamente no había tenido mucho que ver.

Con la mente más clara, era consciente de que era una situación incontrolable para ambos, aunque eso no quitaba el sentimiento de culpa que a veces me embargaba por las noches.

Tanto Brianna, como yo, estábamos aprendiendo a vivir una vida diferente sin su presencia. Mi hermana, era mi hermana, pero ese último año, y sin explicación alguna, se había convertido en una perra total; incluso para mí. Su actitud volátil y fuera de lugar era descargada constantemente con personas que no tenían la culpa y Bri era quien se llevaba la peor parte.

Estaba llena de ira y enojo, y las drogas solo había añadido más miseria a su ya horrible personalidad, convirtiéndola en una desconocida.

—¿Entonces nadie puede meterse conmigo? ¿Me convertí en la chica intocable?

La voz de Brianna hizo que regresara a la tierra, empujando mis pensamientos más oscuros a un lado.

—Nadie puede intimidarte, Bri —le respondí, aligerando mi voz.

Me puse de pie y tomé asiento a su lado. El banco era estrecho, por lo que nuestras rodillas se rozaban con facilidad.

—Nadie excepto tú, ¿eh? —añadió esta, enarcando una ceja.

No me avergonzaba mi comportamiento, sabía perfectamente el efecto que tenía en ella.

Aunque dijera que me temía, una y otra vez, yo no lo creía verdad. A veces, como en esos momentos, estaba cómoda a mi alrededor y se reía con una facilidad genuina que no mostraba en nadie, ni siquiera con sus supuestas amigas.

La había observado lo suficiente con ese par como para saber que nunca era sincera con ellas, no al punto en el que lo era conmigo.

Y era un imbécil egoísta, porque prefería que esa situación siguiera para siempre así.

Donde esa parte de ella quedara para mí y solo pudiera compartirla conmigo.

Pasaron unos minutos en el que ambos nos quedamos en silencio, hasta que la vi volver a colocarse la chaqueta del uniforme y sacudirse un poco. Me fijé en el reloj y mi muñeca y vi que faltaba poco tiempo para que tuviera que caminar directo a clases y así volver a la miseria.

A pesar de mis excelentes calificaciones, las que sin mucho esfuerzo, veía aquel sistema escolar como una pérdida de tiempo y prefería pasar todo el día encerrado en mi taller moldeando trozos de arcilla.

Podía sentir la mirada de Brianna sobre mí, estudiando lentamente y creyendo que disimulaba muy bien. Era un aspecto de esta del que siempre había estado al tanto, ambos éramos muy conscientes de la presencia del otro, en todo momento, al punto que podía reconocer cosas sencillas como su andar a distancia, justo cuando se acercaba o su olor a frutos del bosque.

—¿Es este el momento en el que ambos regresamos a clases antes de que terminemos en detención otra vez? —inquirí al azar, a pesar de que mi voz había salido más como un pensamiento que como una pregunta directa hacia Bri.

Esta sin pensárselo mucho, se puso de pie, como si lo que había dicho acabara de regresarla a una horrible dimensión en la que no quería estar. Todo el rato había estado jugando con las correas de su bolso de forma inconsciente ya que no podía mantener las manos quietas.

—¿Te molestas si hago algo? —me preguntó vagamente.

Su tono se escuchó nervioso y sus mejillas rojas delataban que lo que sea que estaba pensando le avergonzaba.

Si conociera menos a Brianna, el primer pensamiento que se me hubiese ocurrido por su expresión, hubiese sido que alguna cosa sucia estaba pasando por su cabeza, pero la realidad era que ningún pensamiento así era capaz de reproducirse en ese cerebro suyo.

—¿Por qué me molestaría? —le contesté, aún sentado.

Solo que antes de que tuviera la oportunidad de levantarme, esta se dobló y colocó un casto beso entre mi mandíbula y la comisura de mi labios, dejándome perplejo.

Un gesto demasiado rápido, simple e inocente, pero que me calentó la sangre de tal forma que pude sentirlo directamente en mi ingle como una bola de demolición.

Tal vez mi gesto de sorpresa le hizo flaquear su acto de valentía o mi expresión vacía que vino después, ya que volvió a regresar a su postura normal; la que no confiaba en nadie y le daba miedo tomar la iniciativa de cualquier situación.

La que la empujaba dentro de sus muros de timidez y falta de confianza.

—Lo siento, no quería incomodarte.

No estaba enojado con ella por querer tocarme, ya que nuestros encuentros siempre habían comenzado conmigo dando el primer paso, solo me había tomado por sorpresa y me había dejado en un estado de impresión, puesto a que no lo había visto venir.

—Sí, esta vez deberías disculparte —susurré en un tono ronco.

Me puse de pie y caminé hasta ella. Tal vez eso también la sorprendió, ya que odiaba sus constantes disculpas, aunque la verdad, en ese momento estaba tomándole el pelo.

—No fue mi intención ponerte en una situación difícil al besarte —dijo después.

—Claro que deberías pedirme perdón. —Le seguí el juego, deslizándome hasta ella. En un movimiento rápido, la tomé por la nuca e hice que alzara la cabeza, lo suficiente para que pudiera murmurar contra sus labios—: Porque esa mierda que me diste no se le puede llamar beso, pero a esto sí.

Su cuerpo tembló, cuando estrellé mis labios contra los suyos, en un beso desenfrenado que me sacudió la piel; introduciendo mi lengua en ella, sin darle tiempo a pensar.

Su cuerpo caliente se pegó al mío, mientras mis dedos se envolvieron en sedosa cabellera, al mismo tiempo que le robe el aliento y la hice gemir pidiéndome más.

Tal vez estaba desarrollando una especie de fetiche con su cabello, pero era de las partes que más me gustaba de ella.

Fue un beso rápido, pero lo suficientemente caliente como para darle una sacudida a mi cerebro, justo cuando la deje ir, haciendo ahora que quien tuviera una expresión de sorpresa en su rostro fuera ella.

—No vas por ahí besándome en público, idiota. —El tono ofuscado de Brianna se había sentido entre la combinación de un susurro y un grito—. La gente no debería ver eso.

—Me vale tres hectáreas lo que vea la gente, Bri, pero yo si vi algo que me interesó, tu cuerpo desnudo, y sé que a ti también te interesó el mío.

Mi pasatiempo favorito se estaba convirtiendo en meterme dentro de la piel de Brianna con mis juegos mentales, solo que inevitablemente ella se había metido en la mía sin mucho esfuerzo.

***

Cuando las clases de ese día terminaron me dirigí a la sala de juegos del dormitorio masculino, donde como siempre encontré a Sebastián barajando un mazo de cartas, mientras Ethan y otros de mis compañeros de clases jugaban con sus teléfonos celulares, aburridos de la vida y malhumorados por escuchar por dos interminables horas a nuestro nuevo profesor de historias hablar sobre la vida y nuestros idiotas antepasados.

Sebastián, quien normalmente era imperturbable, se encontraba en un estado mucho peor que el resto para ser la persona preocupada que era, como si hubiese algún añadido más en el ambiente que estuviera tocándole los cojones.

Sus suspiros ahogados se estaban escuchando en toda la sala y nadie parecía darse cuenta de lo sucedido excepto yo.

A diferencia de Ethan, quien en poco tiempo se había revelado como un alborotador innato, Sebastián era un buen chico, del tipo que quería fingir ser lo contrario, pero que inevitablemente su alma blanda y corazón débil no ayudaban a toda la mierda de tipo rompebragas que quería fingir como personalidad.

Caminando en silencio, me dejé caer a su lado, a pesar de que este en ningún momento se inmutó. Estaba ensimismado con sus pensamientos, en una etapa incómoda en al que sabía que no debía presionarlo demasiado para no hacerlo cabrear.

—Tus suspiros rebotan contra mis oídos desde el otro lado de la sala, imbécil —le comencé a decir, dándole una palmada en el hombro.

—Kamila ha vuelto —añadió de pronto, aunque me quede en blanco. Era una mierda de amigo, ya que no podía recordar de quién hablaba—. Kamila Petrova, imbécil.

Esa Kamila...

Una que no estaba en mi lista de personas preciadas.

—Ya veo —suspiré—. ¿Por eso pareces gemir de dolor cada cinco segundos?

Quería darle algo de gracia a la situación, pero no ayudaba el hecho de que Kamila era una perra que detestaba por razones variadas que no tenían nada que ver con Aleksandra, era más bien porque era una zorra con la que mi amigo llevaba follando mucho tiempo y que además no tenía reparo en ofrecerse en mi camino cada que me la encontraba.

Sebastián soltó otro suspiro y antes de que tuviera la oportunidad de responderme; mi teléfono, que se encontraba en el bolsillo de mis pantalones, vibró, indicando así un mensaje directo de una imagen anexada.

Aleksander Belikov.

"Bienvenido a donde solo los pecadores más preciados pueden asistir.

Ten una pista.

Los ángeles siempre lloran.

Solo recuerda donde suena el campanario". 

X

¿Les gustó ? ¿Teorías?  Expresa tus emociones sin miedo. 

Hola, aquí con otro cap. Dios, he tenido días demasiado complicados últimamente y por eso me ven actualizando a esta hora, pude sacar un tiempo para subir este capítulo. Estoy muy feliz por como va avanzando la historia. Psicosis es mi pequeño bebe, ¿saben? Amo mucho la historia y los personajes y ya vamos desempolvando el misterio que se viene.

Gracias por votar y comentar, leo todos sus comentarios, me hacen demasiado feliz. Nos vemos en el siguiente cap, recuerden que siempre estoy activa en ig. 

XOXO; Ashly. 

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