2. La olvidada ©

By euge_books

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ATENCIÓN: NO LEER SI NO LEYERON LA EXTRAÑA. ESTA ES LA CONTINUACIÓN. Han pasado cinco años desde la muerte de... More

Antes de leer
Prefacio: Correr o morir
Estallido
Días oscuros
Tormento
Eliminación
La estación olvidada
El esperado encuentro
Rescate
Viaje
La llegada
Secretos
Bomba de información
Advertencias
Compañía
Un pequeño avance
Suposiciones peligrosas
Enemigo a salvo
Introducción a la milicia
Entrenamiento oficial

Pocas pistas

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By euge_books

30 de abril de 2028

Alex

Me ajusté las botas de combate y me coloqué la camiseta verde. Tessa seguía durmiendo, su hermosa espalda desnuda a la vista y sus caderas cubiertas por las sábanas. Había estado despierta después de nuestra sesión de sexo, trabajando. Había intentado convencerla de que fuese a dormir, pero negó y continuó en lo suyo, así que me había abrazado a ella y me había dormido en sus brazos mientras leía.

Como no quería despertarla, le dejé la cafetera preparada, una nota en la mesa y su taza favorita junto con un cuenco de galletas de chocolate. A veces se salteaba el desayuno, era muy despistada. Con un último vistazo, me fui.

Me dirigía hacia la Torre de Control. Ahora había una en el centro de la base, lo cual facilitaba las telecomunicaciones y las expediciones que requirieran apoyo de electrónica. Tenía su propia fuente de energía que estaba prevista por si había un ataque, de esa manera nadie podría acceder a los archivos o a la data que había almacenada.

Si Tessa descubría el verdadero motivo por el cual estaba allí, me cortaría los huevos, por decirlo de una manera suave.

Presioné el botón del ascensor y aguardé pacientemente a que llegara mientras miraba las paredes lisas y sin adornos. Casi ningún edificio estaba equipado con pinturas o cosas de valor, a nadie le importaba eso. En mi oficina tenía fotos con mis amigos y mi novia, pero eran para mi uso y disfrute personal.

Cuando por fin me encontré arriba, saludé a los ojos y oídos de la base y caminé hasta el asiento de mi confidente. Pude ver cómo sus hombros se tensaban al notarme cerca y se daba vuelta lentamente para captar mi mirada.

―Buenos días, señor ―dijo en voz baja. Su compañero de mesa revoleó los ojos al notar su nerviosismo, como si hablar conmigo fuera cosa de todos los días. No le presté demasiada atención y me incliné sobre el escritorio para taparle la visión al intruso.

―Thomas, ¿tienes lo que te pedí? ―fui directo al grano. El chico tronó los dedos y tecleó sin parar cosas que no entendía. Pocos minutos después, tenía frente a mí la grabación del gimnasio donde Iriana y Matthew hacían sus entrenamientos privados.

Tessa y Kara se encargaban personalmente de preparar los escenarios. Tenía que ser sincero conmigo mismo, esos chicos eran rápidos, más allá de su naturaleza alterada. Se notaba que habían sido entrenados en el arte de matar, habían sobrevivido de alguna manera, dejando de lado los años que habían olvidado y que alguien, desconocido y presuntamente peligroso, les había arrebatado. En el video, se deslizaban con agilidad entre los obstáculos, derribándolos, saltándolos, o cubriéndose de balas de goma que buscaban impactar en sus cuerpos, para luego correr y acabar con los muñecos de plástico que estaban clavados sobre una base de madera al final del recorrido.

La simulación se acabó y Thomas abrió otra pestaña con un nuevo video.

―Este es bueno.

Lo miré con seriedad y enmudeció.

En esta cámara, Matthew apuñalaba bestialmente un maniquí, mientras Iriana descargaba su ira contra una madera, que ya estaba astillada por sus cuchilladas violentas.

―¿Qué fecha tiene esto? ―pregunté.

―Hace una semana, señor.

Tomé nota mentalmente de investigar con los controladores del edificio sobre los daños ocurridos, el comportamiento que habían tenido después o si habían intentado atacar a alguien. No aparecía ninguna de las chicas en el área, pero si hacía las cuentas debía haber sido Tessa. También tendría que hablar con ella, de una forma discreta para que no supiera de mis actividades extracurriculares de espía, y preguntarle si solían tener este tipo de arrebatos a su alrededor.

También anoté hablar con Blancher sobre sus avances en los estudios.

Thomas cambió de pantalla, pero esta vez era un video viejo. Se notaba por la calidad de la grabación. Era el exterior de la anterior Torre, que ahora estaba siendo usada a modo de prisión. Un breve vistazo a un brazo con tatuajes hizo que tocara la pantalla. El chico me apartó la mano con suavidad, argumentando entre susurros que iba a ensuciar su herramienta principal de trabajo.

Lo ignoré.

―Haz zoom en esa figura.

Lo hizo y por un breve segundo vi el rostro del H.A.V. que Tessa tanto odiaba.

Celebron.

No podría olvidar su nombre, aunque quisiera. Ella a veces lo decía en sueños, se ponía dura como una roca y se despertaba sudando, su mano buscando inconscientemente su cuchillo debajo de la almohada. Me tomaba alrededor de veinte minutos calmarla y hacer que volviera a dormirse.

Tuve que tragarme las ganas de asesinar porque no quería asustar al pobre Thomas y le pedí verificar su autenticidad.

―Tiene como fecha el dieciséis de noviembre de dos mil veintidós.

El día que Elton Blandenwell había sido ejecutado.

Yo no había pulsado el gatillo, deseos no me habían faltado, pero estaba con Kara, lejos de la posición, y le había encargado a Andrew la tarea. Además, lo había puesto bajo mi lupa, necesitando saber dónde estaba su lealtad. Cuando escuché el balazo, supe que había estado de nuestro lado todo ese tiempo, sin embargo, no apareció nunca más.

―¿Cuál es el estado del archivo?

―Estaba en una carpeta de guardado privado. Quien sea que la haya puesto allí olvidó autodestruirlo.

―¿Autodestruirlo?

―Las carpetas de guardado privado suelen tener contraseñas, no demasiado complicadas, y sus motivos son ocultar algo o eliminarlo de la nube para que no pueda recuperarse ―Lo miré fijamente, esperando a que continuara―. Esta carpeta tenía una contraseña fácil, un uno, dos, tres y un cuatro. Es como si quisieran que lo descubriéramos, pero en cierta cantidad de tiempo.

―¿Hay alguna manera de averiguar quién creó la carpeta?

―Solo la computadora fuente. Según esto, es el número quinientos setenta y cuatro, que es... ―se tomó un momento para buscarlo en la web de contactos interna―... la mía.

Me erguí en toda mi altura, cruzando los brazos delante del pecho y observándolo con expresión decidida. No tenía ningún problema en agarrarlo del cuello y zamarrearlo delante de todos sus compañeros. A juzgar por el miedo resplandeciendo en sus ojos, no habría necesidad de llegar a tal extremo.

―Puedo asegurarle por mi abuela que está en el cielo que yo no creé esta carpeta ―titubeó, alzando los brazos sobre su cabeza, como si estuviera queriendo evitar el impacto de un golpe que no llegaba―. Los equipos fueron trasladados de la torre anterior, y no tenían la misma seguridad que tiene ahora, así que cualquiera podría haber entrado al servidor y haber guardado estos videos.

¿Había más?

―Deja de temblar y muéstramelos ―ordené. Sentí un poco de pena por cómo las gotas de sudor le bajaban por la cara. Era nuevo en el área, apenas tenía un par de meses trabajando como operador de la torre, lo que lo hacía manipulable y perfecto para el trabajo.

En el video principal, se veía a Celebron cargando el cuerpo inerte de Elton sobre su hombro. Desde la posición en la que estaba, no veía manchas de sangre en su tronco superior ni en su cabeza. Poco después, lo siguió otro hombre igual de fornido, cargando a Andrew de la misma manera que Elton. Tampoco parecía estar herido de muerte.

La bilis me subió por la garganta, dejando un regusto amargo en mi boca.

―Gracias por tu trabajo, Thomas. Volveré dentro de unos días.

―Por supuesto, señor.

Guardó el archivo en la misma carpeta, me compartió una nueva contraseña para que solo yo pudiera acceder, y me lo envió por correo.

Cuando estuve fuera, me permití descansar mis manos en mis rodillas. El corazón me iba a mil por hora y mi mente trabajaba sin descanso, la grabación reproduciéndose en loop en mi cabeza.

Dejé salir un grito rabioso y mi pie conectó con la llanta delantera de la camioneta.

―¡Maldita sea!

Tenía que hablar con Kara y Carter con urgencia, antes de que Tessa se enterara, porque algo me decía que no había ninguna coincidencia ni malentendido.

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