Mi luz en la noche

By JCAJose

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Notas del autor
La historia continúa: Calendario y cambios
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19

Capítulo 5

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By JCAJose

El verano apretaba fuerte y las temperaturas habían subido bastante en la ciudad. Los parques solían ser un lugar muy agradable para disfrutar de la sombra, pero aun así se notaba el bochorno típico de una gran ola de calor que se cernía sobre la ciudad.

Lucía diambulaba de un lado para otro a la entrada del parque que se encontraba frente a su casa, mientras esperaba la llegada de Nisha, a la que había avisado al poco tiempo. No tardó mucho en verla caminando hacia ella, como siempre, bien vestida, y es que la chica en ninguna ocasión iba sin arreglar, aunque tuviera poco tiempo para arreglarse.

Al llegar, Lucía no lo dudó, se abalanzó hacia ella y le dio un beso en los labios.

Nisha no supo cómo reaccionar, estaba casi paralizada. Había imaginado que su amiga iría a hablarle una vez más de sus problemas familiares, ya sea por las enfermedades de su hijo o por los caprichos de su marido, pero en ningún momento se esperó recibir un beso de deseo, y mucho menos en mitad de un parque, a plena luz del día.

Al cabo de un rato, Lucía se separó algo temblorosa, sin saber la reacción que tendría su amiga.

—Lo siento, quizás me he dejado llevar un poco por las ganas. —Nisha quedó con la boca abierta, aun sin saber qué decir—. Por favor, no te enfades.

Nisha se acercó a ella y, sin querer forzar mucho el momento, le dio un pequeño beso en la mejilla.

—¿Te encuentras bien?

—Llevo varias noches sin parar de soñar contigo. No sé qué me pasa, estoy algo esquizofrénica, creo. No paro de pensar en cuándo te voy a ver y en qué momento volveremos a estar juntas.

—Lucía...

—Un segundo: Esta misma noche, sin ir más lejos, he soñado que nos encontrábamos las dos en una casita de cabaña en mitad de un descampado y que nos queríamos. Nisha, amo a Pablo y daría la vida por mi hijo, pero también te quiero a ti. Comprendo que te fuiste de la ciudad para no verme hacer mi vida sin tu presencia; y, aunque no me arrepiento de lo que he conseguido, sí que me habría gustado tenerte a ti también a mi lado.

—Lucía...

—Déjame terminar: Lo sé, tengo mi vida completamente hecha y ni tú ni nadie podrá cambiar todo eso. Pero de verdad, me encantaría encontrar un método en el que todos podamos ser felices sin tener que dañar a nadie y podamos comer perdices, kebabs o lo que se cocine en tu país. —Nisha dio una gran carcajada tras esa frase—. Bueno, ya lo he dicho todo. Estaba por reventar.

—Existe una solución —respondió Nisha, que esperaba una pregunta de su amiga, pero no recibió nada, tan solo una mirada al vacío sin reacción—. Los sueños.

—Nisha, no empieces con esas tonterías, sabes que los sueños son fruto de... —La boca de Lucía comenzó a abrirse poco a poco—. Nuestra imaginación —acabó diciendo en un tono mucho más bajo que el resto de la frase.

Lucía miró al suelo, luego se dio media vuelta para pensar mejor en lo que acababa de comprender. Al final, volvió para mirar a Nisha, quien le respondió y le confirmó sus dudas:

—Lo de anoche no fue un simple sueño, Lucía. En realidad, yo estaba allí.

La joven madre tomó asiento en un banco próximo perteneciente al parque, mientras intentaba asimilar la información.

—Quieres decir que, ¿puedes entrar en mis sueños?

—No lo hice queriendo. Hace unas semanas, comencé a practicar la técnica de mi abuela, la de los sueños lúcidos. Sabes que siempre he querido mantenerme aparte de esa tradición de mi familia y nunca quise aprender nada referido a ello; pero ya te conté el problema que tuve con la pesadilla que se repetía noche tras noche. Si no hacía algo, iba a acabar esquizofrénica, resultaba muy difícil para mí hacer frente a ello y solo lo he podido conseguir gracias a mi familia. —Lucía escuchaba con atención, aun descifrando todo—. Decidí probar suerte con la técnica de los sueños lúcidos y funcionó, Lucía, pude deshacerme de esa terrible pesadilla.

—Pero... eso no explica cómo te has metido en mi sueño.

—No puedo darte una razón, yo tampoco lo sé; pero al parecer, nuestros sueños están conectados y ese día las dos hemos coincidido en el mismo lugar. Lo que significa que podemos volver a encontrarnos allí.

—Pero, para ello, ¿necesitamos volver a coincidir en el mismo punto, no?

—Exacto, aunque ya lo conocemos, nuestra mente lo ha registrado, en parte... gracias a mí.

—Por eso me besaste.

—No quería correr el riesgo de que lo olvidaras, los sueños que nos marcan, aquellos que recordamos, son a los únicos a los que podemos volver.

Resultaba mucha información en apenas unos minutos, pero Lucía mostraba tanta curiosidad por lo que les había ocurrido que necesitaba conocer todos y cada uno de los detalles.

—Imagino que todo esto lo sabes gracias a tu familia.

—¡Cuántas conversaciones aburridas me he tenido que tragar durante la comida! Si hubiera sabido que me vendrían bien en el futuro, habría prestado más atención.

Las dos chicas indagaban sobre lo que les ocurría. Aunque Nisha estuviera algo más informada, la temática resultaba nueva para ellas y no todos los interrogantes estaban resueltos.

—Te propongo una cosa, si aceptas seguir en esta aventura. —Lucía asintió—. Esta misma noche lo volvemos a intentar.


Lucía volvió a su casa rápido para avanzar en las tareas que tenía y ocuparse de su hijo. Todas esas inquietudes sobre los sueños la estresaban y apenas sabía cómo debía reaccionar, si resultaba sano o si le afectaría en su día a día. Además, estaba convencida de que su marido no aceptaría que realizara la práctica desarrollada por la familia de su amiga y que, si se enteraba, se enfadaría muchísimo con ella.

Pablo tomaba el desayuno junto a su hijo cuando llegó a casa, la chica había aprovechado para pasar al supermercado y así disimular un poco su salida matinal.

—¡Genial que hayas llegado! Voy a dar una vuelta con los amigos —dijo el hombre mientras acababa de desayunar, ya estaba vestido y preparado para salir—. Puesto que hoy es sábado, intentaré no llegar muy tarde, pero no prometo nada.

—¿Ya estás otra vez? Lleva el sábado y me lo dejas todo. Tengo que estar aquí en casa metida los siete días a la semana para que tú puedas disfrutar.

—Yo trabajo toda la semana para traer dinero a esta casa, tengo derecho a disfrutar.

—Tú sí, ¿pero yo no? Hace días que no salgo. Ni siquiera tú vienes conmigo a dar una vuelta.

—Eso es mentira, hace dos semanas estabas con tu amiga esa, la vudú de pelo rojo.

—En primer lugar, eso fue, como bien has dicho, hace dos semanas; en segundo lugar, mi amiga no es vudú; y en tercer lugar, por mucho que no la soportes, es mi amiga, ella no dice nada malo sobre ti.

—Bueno, digas lo que digas, yo voy a salir; y si tú quieres hacer lo mismo, llévate al niño al parque y se acabó la discusión.

Tras esas palabras, Pablo salió y cerró la puerta con fuerza.

Lucía tenía las lágrimas en los ojos. Muchas veces eran las que había discutido con su marido desde que se casaron, pero últimamente se trataba de una discusión al día como mínimo; lo que resultaba bastante pesado y perturbaba el estado anímico de la chica.

La joven se acercó a su hijo, que miraba los dibujos animados en la tele, ignorante de todo lo que ocurría a su alrededor, y lo abrazó por detrás. Necesitaba su amor para poder soportar aquellos malentendidos sin realizar nada de lo que pudiera arrepentirse.

A pesar de todo, la culpabilidad pesaba sobre la mujer y, aunque llevó el niño al parque a jugar como le dijo su marido, no era porque su hijo lo necesitara, ni porque su marido se lo había propuesto, sino porque a ella le hacía falta para poder calmar sus nervios.

El rato que estuvieron en el parque todo fue positivo para madre e hijo. Raúl jugaba con otros chicos, mientras que Lucía hablaba con las vecinas de los típicos cotilleos del barrio. Hacía mucho calor, por lo que no tardaron en volver a casa y la chica se puso a preparar de comer para los tres.

Pasaron las horas, pero Pablo no llegaba a casa. Raúl comenzaba a quejarse y preguntaba, a cada poco tiempo, cuándo iban a comer. Intentó llamar a su marido, pero el teléfono siempre sonaba en vacío, indicando que estaba fuera de cobertura. Sobre las tres de la tarde, Lucía sacó un plato para su hijo y otro para ella, aunque no muy copioso, apenas tenía hambre.

—¿Papá no viene a comer hoy?

—Me dijo que comería con sus amigos —mintió.

Pasó el resto de la tarde algo ocupada, sin saber muy bien si su marido estaba en realidad con amigos o si le había pasado algo. No era normal, por muy enfadado que estuviera, que su teléfono se encontrara apagado durante todo el día.

Como no sabía la manera en la que tenía que actuar, decidió hacer como si no pasaba nada en absoluto, pero la duda por saber lo que le pasaba a Pablo no la dejaba estar tranquila. Decidió llamar al mejor amigo de su marido, pero este tampoco respondía.

Lucía se ocupó de su hijo, hicieron deberes durante toda la tarde, crearon manualidades de un libro que había en su estantería desde hace años y que nunca antes habían tocado y vieron una película de dibujos animados para pasar el tiempo. A pesar de todo, por mucho que la madre intentaba ocuparse, su mente siempre se bloqueaba en lo mismo: ¿Dónde estaba Pablo? ¿Le habría pasado algo? ¿Estaría enfadado y había decidido ignorarla por la discusión que tuvieron durante la mañana?

Sobre las nueve de la noche, era la hora para llevar a la cama a Raúl.

—Duerme bien angelito mío.

—Mamá, dile a papá cuando llegue que estoy enfadado con él. Hoy no me ha dado un beso de buenas noches.

—Lo hará en cuanto llegue, mi vida. No te preocupes.

Aún pasaron dos horas sin que Lucía tuviera noticias de su marido. Los nervios ya podían con ella e intentaba buscar entre sus contactos alguien que tuviera conociera lo suficiente a Pablo para indicarle los lugares donde podía haber ido. No tuvo éxito, dadas las altas horas de la noche, casi nadie le respondía.

Fue a las una de la madrugada cuando Lucía escuchó la cerradura de la puerta. El corazón le iba a estallar en mil pedazos. Pablo entró por la puerta totalmente desarrapado, la visión algo perdida y con un olor fuerte a alcohol.

—Pero, ¿qué te ha pasado?

—Mis amigos, que no me dejaban irme a casa.

A Lucía le subió el malhumor de repente, todo el estrés que tenía acumulado se convirtió en ira hacia su marido, a quien le costaba creer.

—¿Me insinúas que llevas desde las diez de la mañana bebiendo sin parar?

—No... necesito respirar para seguir vivo.

La chica subió el tono, aun sabiendo que su hijo dormía en la planta de arriba.

—¡Eres imbécil! Llevo todo el día preocupada por si te había ocurrido algo y tú de borrachera con tus amigos sin pensar en mí, ¡y ni siquiera en tu propio hijo! ¿Qué has hecho con tu teléfono?

—Se me calló y se rompió, no pude avisarte de nada. No grites tanto, me duele la cabeza.

—Tienes suerte que sea de noche, si no te habría apañado yo la cabeza a golpes.

El hombre se dirigió a las escaleras sin responder.

—¿A dónde vas?

—A dormir, tengo sueño.

Lucía estuvo a punto de impedírselo, pero no quería complicar más las cosas.

—Mañana hablaremos.

Lucía se quedó un tiempo más en el salón, tenía que relajarse y reflexionar sobre otra cosa para poder dormir. Buscó en la cocina y se tomó una tila.

Se encontraba sentada en el sofá, indagando mucho en lo que podía hacer para mejorar su vida, pero no conseguía respuestas, tan solo más problemas y complicaciones. Se quedó dormida.

Al día siguiente, su marido fue el primero en despertar. Se le veía aún descompuesto y con aspecto cansado. Se aproximó a Lucía y le dio un beso en la mejilla.

—Lo siento, amor mío. Ayer me comporté como un absoluto imbécil. —Lucía no respondió, no sabría qué decir si no fueran insultos y quejas—. Comprendo que no estés bien, yo tampoco lo estaría. Me tomo una ducha y te dedico el día, te lo prometo.

Mientras Pablo se duchaba, el teléfono de Lucía sonó, había recibido un mensaje.

«Hoy no he conseguido verte en el sueño, puede que mi teoría no funcione y lo de la noche anterior fue una simple casualidad».

La joven madre no estaba muy de buen humor para responder, dejó su teléfono a un lado y subió las escaleras para vestirse.

Mientras lo hacía, escuchó a su marido salir de la ducha y abrir la puerta de la casa. No se lo creía, «¿otra vez había vuelto a salir? ¿Pero dónde pensaba que se encontraba?», se preguntaba ya con algo de angustia e impotencia.

Raúl se despertó y fue corriendo al cuarto de sus padres, donde su madre acababa de vestirse.

—Huele fatal aquí —dijo el pequeño.

—Ya, hace falta que limpie un poco el cuarto. ¿Me ayudas luego? —El niño asintió—. Ven, vamos a desayunar.

En aquel momento Pablo entró por la puerta, con una gran bolsa de churros y chocolate.

—¡Papá!

Raúl se apresuró y se abalanzó sobre los brazos de su padre, quien lo agarró con alegría y lo alzó al aire.

—Ven, vamos a probar los churros, que tienen buenísima pinta.

Efectivamente, no mintió, los churros que el padre había comprado eran los mejores que probaron desde hace semanas.

Los tres pasaron toda la mañana haciendo cosas juntos: recogieron, limpiaron y jugaron sin parar. Lucía no sabía qué aptitud adoptar con respecto a su marido, si estar enfadada o perdonarle.

Al cabo de un rato, se acordó del mensaje de Nisha y decidió responderle:

«Hola, Nisha. Ayer tuve varios problemas en casa y no pude dormir; ya te contaré. Quizás podríamos volverlo a intentar esta noche a ver si funciona».

Aquel día no fue en absoluto como el anterior; Pablo se dedicó por completo a ella y a su hijo, sin dejarlos ni un minuto a solas y creando los anhelados momentos familiares que Lucía tanto echaba de menos.

Por la noche, Lucía fue a la cama junto con su marido después de hacer dormir a Raúl.

Se notaba un malestar entre los dos, Lucía estaba aún incómoda por lo que ocurrió el día anterior y Pablo parecía intentar disimular que todo estaba bien.

—Vamos, Lucía, ha sido un pequeño error.

—Te has tirado todo un día sin dar noticias.

—Tenía el móvil roto.

—Y tu amigo no podía prestarte el suyo.

—Sabes la memoria de pez que tengo... y con la borrachera, no me acordaba de tu número.

Pablo comenzó a hacerle cosquillas para animarla un poco, Lucía intentaba resistir, pero al cabo de un rato se dejó llevar y sonrió. Ambos empezaron a abrazarse y a besarse, se acariciaban con intensidad y frotaban sus cuerpos.

—No te lo mereces —susurró Lucía en el oído de su marido.

—Entonces castígame —le respondió Pablo.

Sin añadir ninguna pega más, los dos pudieron aprovechar y hacer el amor para reconciliarse. Hacía varios días que no se tocaban el uno al otro y aquello se notaba en la química con la que se involucraron. Disfrutaron juntos, sin pensar en nada más. La chica necesitaba esa presencia de su marido, que estuviera allí, que la acompañara cuando lo necesitaba, y que no fuera tan solo alguien sin mucha notoriedad en su vida. No había sentido el deseo desde hacía mucho tiempo y en parte se vio responsable por estar últimamente más atenta de Nisha que de él.

Al cabo de unos minutos, fueron a la ducha con mucho sigilo para evitar despertar a Raúl.

Lucía estaba muy cansada, sus ojos se enrojecieron y se volvieron bastante pesados, lo único en lo que quería era dejarse llevar por las manos de Morfeo, pero Pablo no paraba de hablarle sobre sus amigos. Poco tiempo después, la joven hizo caso omiso a las historias de su marido, cerró los párpados y las imágenes comenzaron a transcurrir una tras otra por sus pensamientos.


Las imágenes del descampado volvieron a aparecer poco a poco, Lucía no tuvo la intención de encontrarse allí y, por tanto, fue aquel el lugar en el que aterrizó. Se acordaba, ahora podía identificar con facilidad que se encontraba dentro de un sueño, cosa que antes le resultaba imposible. Y es que aquel no era un sueño cualquiera, todo parecía tan real y cercano que apenas podía distinguirlo del mundo real. Olía a prado húmedo y distinguía varios cantes de pájaros al mismo tiempo, algo muy complejo que no podía formar parte de un sueño banal.

Nisha apareció a lo lejos, tumbada sobre la hierba mientras miraba el cielo despejado. Estaba relajada. La vieja casa había desaparecido, en su sitio solo se encontraba una ancha colina rodeada de un bosque.

—Lo he conseguido —dijo Lucía al llegar a su lado.

Nisha la observó sin decir una palabra y le sonrió, más tarde le propuso tumbarse al lado suyo. La hierba sobresalía algo a sus cuerpos tumbados, era como si las chicas se encontraran arropadas por un manto verde que jugaba con el viento.

—Mira, aquella nube tiene forma de gatito.

Lucía observó el cielo, se trataba de uno de los más hermosos que jamás había observado; y vio a la nube en forma de gato, su amiga tenía razón, se podían observar hasta los bigotes del felino. En ese momento, curiosa, miró hacia un lado, donde debía haber una casa, y se dio cuenta de que un edificio de aquellas características no podía desaparecer de un día para otro. Aunque, tras recapacitar durante varios segundos, recordó que aquello se trataba de un sueño, por lo que había con seguridad muchas cosas que no entendería.

—¿Te gusta el lugar? —preguntó Nisha. Lucía asintió guturalmente—. Puedes venir cuando quieras, solo necesitas pensar en él antes de dormir.

—Resulta muy fácil dicho así.

—Bueno, tienes que quererlo de verdad, en el caso contrario, no podrás volver. —Lucía asintió de nuevo con la garganta—. Los sueños lúcidos se comportan de una manera muy diferente a los normales, o «caóticos» como los llama mi abuela. Esta podría ser la solución para vernos sin tener que preocuparnos por nada.

—Pero, por muy verdadero que parezca todo, esto nunca remplazará la realidad. No me veo haciendo mi... «segunda vida» en un descampado.

—Créeme, aquí tienes muchas más posibilidades de las que te esperas.

Nisha se puso de pie y ayudó a Lucía a hacer lo mismo. Caminó un poco entre el prado e incluso retó a su amiga a una pequeña carrera hasta el sendero principal que llevaba hasta el bosque. Una vez allí, Nisha cerró los ojos y se concentró. Pasaron unos segundos sin que ocurriera nada, pero al poco tiempo varios brotes salieron a cada lado del sendero. Crecieron y crecieron, se hicieron más fuertes y robustos para transformarse en plantas, luego en pequeños árboles, y acabar transformándose en cerezos en flor, que lanzaban sus pétalos al aire. Al mismo tiempo, toda la colina se llenó de diferentes flores de color y forma singulares. Daba la impresión de tratarse de un cuadro de estilo modernismo.

Lucía no podía dar crédito a lo que veían sus ojos, los cerezos habían surgido casi de la nada y habían decorado un camino de tierra en un bello pasaje rosado.

Nisha la invitó a pasear con ella por el sendero, cogidas de la mano.

—El único límite que existe en este lugar es tu imaginación. ¿Te apetece darle un nombre?

—Se me ocurren muchos, pero podemos llamarlo, jardín de los mil colores.

—Me parece precioso.

Ambas tomaron su tiempo para decorar cada rincón del paraje que sería su segundo hogar a partir de aquel momento. Hicieron brotar muchas más flores y construyeron una bella casa en mitad de la colina y al gusto de las dos. Aquel sitio era, con certitud, lo que ambas necesitaban para poder disfrutar con tranquilidad de su compañía mutua.

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